Tal vez sean las personas más felices de la tierra. Para ellos no existen el crimen, las leyes, los policías, los gobernantes ni los jefes. Creen que los dioses solo pusieron cosas buenas y útiles en el mundo para que ellos las aprovechen. En su mundo nada es malo o inmoral. […] Viven en la inmensidad del Kalahari, en pequeños grupos familiares. […] pero en general viven aislados sin ser conscientes de que hay otras personas en el mundo. En lo más profundo del Kalahari hay nativos que nunca han tenido noticias del hombre civilizado ni saben nada de él. […] Son personas amables, nunca castigan a los niños ni les hablan con dureza, así que los niños se portan muy bien y sus juegos son divertidos e imaginativos. […] Una característica que de verdad diferencia a estos nativos de casi todas las razas de la tierra es su nulo sentido de la propiedad, ya que donde ellos viven no hay prácticamente nada que puedan poseer, solo árboles, hierba y animales. […] Viven en un mundo agradable, donde nada es tan duro como el acero, la piedra o el cemento. (Los dioses deben estar locos, 1980)
Hasta 1980 el mundo occidental —el planeta, en general— apenas tenía noticias de los bosquimanos del sur de África. Como mucho, ecos colonialistas de su salvajismo y su mentalidad prehistórica. Después de 1980, con el estreno, y el éxito en los videoclubs de barrio, de Los dioses deben estar locos, a la que siguieron hasta tres secuelas, se asentaron en el imaginario colectivo descripciones de libro de texto infantil como la que abre este artículo. Gentes simples, subdesarrolladas, que convertían el hallazgo de una botella de Coca-Cola en el evento del siglo. Un regalo de esos dioses que estaban tan locos. Los bosquimanos, como muchos otros pueblos, eran carne de cañón para comedias inherentemente racistas y condescendientes que el espectador podía digerir sin sufrir el reflujo de la culpa. Palabras como exilio, éxodo, expulsión o genocidio se quedaban fuera de los guiones por el bien de todos. Es posible, incluso, que por la propia ignorancia de los escritores. Porque, a fin de cuentas, los dioses, locos o no, eran ellos, los guionistas de Hollywood.
Pero la historia de los bosquimanos, o los san, dista mucho de ser ese paraíso terrenal en mitad del «agradable» desierto del Kalahari. Al menos no lo ha sido durante los últimos trescientos años. A pesar de haber sufrido repetidos y devastadores ataques por parte de diferentes tribus bantú llegadas desde el este y el sudeste, su verdadera sentencia de muerte data de alrededor de 1650, cuando los primeros granjeros holandeses comenzaron a asentarse en los territorios que hoy pertenecen a Sudáfrica. Desde entonces no ha habido paz para los san. No por mucho tiempo. Su historia de agravios y terror, sin embargo, no había hecho más que empezar. Y se ha prolongado hasta hoy. Eso sí, con la siempre bienintencionada comunidad internacional manufacturando kilos y kilos de papel mojado para enjuagar su mala conciencia y la sociedad civil, a excepción hecha de unas pocas ONG, absolutamente ignorante del devenir de los que, se dice, son descendientes directos de los primeros humanos.
El abuelo fue bosquimano, allá en el Kalahari
Los diferentes restos arqueológicos sitúan a los bosquimanos en el sur de África hace más de cuarenta mil años, aunque existen restos y evidencias genéticas de una mujer bosquimana que debió de vivir hace sesenta mil años en lo que hoy es Botswana. Esas trazas de ADN, las de más añada relacionadas con el ser humano halladas hasta la fecha, nos cuentan que existe una enorme variedad genética en los que, se deduce, son la comunidad de humanos más antigua del continente negro y del planeta. Esos mismos estudios concluyen que las primeras migraciones de nuestros ancestros partieron del sudoeste africano, de las fronteras de lo que hoy en día conocemos como Namibia y Angola, el territorio san. Es muy posible que todos los humanos modernos sean descendientes de estos moradores del desierto. Otros restos arqueológicos indican que entre hace diez mil y dos mil años la mayoría de los bosquimanos emigraron desde diferentes regiones hasta el corazón del Kalahari. Pero sean o no ciertas estas hipótesis sobre la «cuna de la humanidad», lo innegable es que nadie más que ellos habitó esos territorios hasta la llegada desde el este de África, alrededor del siglo I a. C., de tribus bantú —de los que se cuentan hasta cuatrocientos grupos étnicos— dedicadas al pastoreo.
Su modo de vida, el de los san tradicionales, apenas ha variado a lo largo de milenios. De naturaleza nómada, han vivido casi exclusivamente de la caza y la recolección. Para ello se organizan en pequeños grupos familiares y solo en ocasiones muy especiales, meramente estacionarias, varios de esos grupos unen fuerzas. Sus únicas posesiones son aquellas que pueden llevar con ellos y, con excepción hecha de algunos ropajes, prácticamente no han adoptado usos o costumbres forasteras. Y así continúan viviendo la mitad de los bosquimanos que quedan en África. Como si no hubieran pasado veinte mil años, como si no se hubieran inventado la rueda, el motor de explosión ni, por supuesto, las armas de fuego. La prehistoria no hay que buscarla en libros de texto ni tesis doctorales; basta con visitar alguno de sus actuales asentamientos. Allí encontraremos hombres y mujeres que practican el chamanismo, que conjuran animales con cánticos sagrados y se sirven de la magia para curar. La práctica de todos estos ritos, la emoción de la caza, la libertad de la vida en la inmensidad del desierto resultan tan seductoras para los más jóvenes de cada comunidad que suelen optar por este modus vivendi en vez de abandonar a sus familias y buscar fortuna en pueblos o ciudades cercanas tocadas por la mano de la tecnología y el desarrollo.
Hace mucho, mucho tiempo, nosotros, los bosquimanos, vagábamos por estas montañas. Conocíamos bien lo impredecible de la naturaleza. Éramos nómadas, nos movíamos guiados por las estaciones y por las manadas de animales. Cuando ellos migraban nosotros los seguíamos. No dejábamos atrás casas ni caminos que pudieran revelar nuestra presencia. Todo lo que quedaba era nuestra historia pintada en las rocas y en nuestros refugios; la historia de los animales sagrados y de nuestros viajes al mundo de los espíritus. Estas montañas nos dieron cobijo, y las manadas de antílopes eran nuestro sustento y el propósito de nuestras vidas. Sobre todo los antílopes Eland, los más majestuosos. Esos animales nos mostraban el camino hacia el más allá y nos conectaban con Dios. (Anónimo, sobre las pinturas bosquimanas en Sudáfrica)
La concatenación de circunstancias poco favorables para los san y su propia idiosincrasia decidieron su suerte y les condenaron a jugar el papel de paria en el gran teatro del mundo mucho antes de la llegada del hombre blanco. Su carácter eminentemente pacífico y su querencia por regiones donde abundaba la caza les convirtieron en carne de cañón para arquetípicas expulsiones en masa. Los pastores bantú, acostumbrados a defender sus territorios, adiestrados en una cierta belicosidad, topaban con estos nómadas nada acostumbrados a utilizar la fuerza. El invasor del este no se conformaba con arrebatar las zonas de caza; el patrón habitual conllevaba la aniquilación de los san, el asesinato de los hombres y la captura de las mujeres, que terminaban ejerciendo de concubinas para sus raptores. La cultura local era asimilada por los invasores hasta hacerla suya, cuando no fagocitada literalmente. Como prueba de ello, diferentes etnólogos apuntan a multitud de giros fonéticos en el idioma bantú así como a rituales chamánicos heredados de los grupos san con los que un día sus ancestros arrasaron.
Colonización y genocidio, hermanos gemelos
El desplazamiento o la aniquilación de los bosquimanos por parte de zulués, xhosa, y otros grupos bantú continuó durante siglos, sin prisa pero sin pausa. En este orden de cosas, los bosquimanos encontraban mucho más fácil cazar las piezas de ganado que se agrupaban para el pastoreo o el que traían los primeros pioneros europeos que avanzaban desde el sur, lo cual no hacía especialmente felices a sus «legítimos» dueños. Ya ha quedado dicho que los san no entendían de propiedades, por lo que un animal, cualquier animal, en campo abierto era alimento a la vista. Los zulués y los xhosa desde el noreste y los europeos desde el sur tomaron medidas drásticas; organizaron partidas de caza para limpiar el terreno de los molestos cazadores-recolectores. Era un callejón sin salida. A ojos de los colonizadores y de los grupos bantú los bosquimanos nunca fueron más que animales. Animales que les arrebataban su sustento. Carroñeros. O el eslabón perdido.
Afirmar, como afirman los colonialistas, que los bosquimanos no pueden asimilar la influencia de la civilización es firmar su sentencia de muerte, y es, además, una ofensa para toda la raza humana. Las costumbres de los bosquimanos son, sin lugar a dudas, del todo salvajes, pero yo he sido testigo de rasgos en su carácter que evidenciaban un alma noble. Cuando dejo a un lado mi complejo de superioridad, siento que ellos y yo pertenecemos a la misma raza. (Johan Philip Anthing, Comisionado Civil de Springbrok, Sudáfrica. c. 1845)
Este vagar en una huida perpetua de la alianza coyuntural entre bantúes y colonos holandeses/afrikáners o alemanes, con lamentables episodios de tráfico de esclavos de por medio o su mera caza por deporte, prosiguió desde el siglo XVII hasta los albores del XX. Los afrikáners fueron especialmente expeditivos entonces, como lo serían décadas después respecto al trato a dispensar al hombre negro. En su expansión desde Ciudad del Cabo hacia el norte y el este barrieron sin miramientos a cuantos bosquimanos encontraron en su camino. Los san no tuvieron otra opción que asentarse en las regiones más áridas e inhóspitas de Botswana y Namibia, donde ni colonos ni banúes veían viable la supervivencia debido a la absoluta ausencia de manantiales de agua subterráneos. La situación se volvió aún más trágica para los san durante el siglo XIX, cuando miles de ellos perecieron a manos de comandos organizados —no siempre por hombres blancos— y multitud de mujeres y niños fueron arrancados de sus comunidades y empleados como sirvientes o mano de obra esclava para los asesinos de sus familias.
Algunos estudiosos de lo acontecido respecto a la matanza sistemática de bosquimanos se niegan a reconocer que estamos ante un genocidio en toda regla. Su argumento, de lo más peregrino, se fundamenta en que el término «genocidio» no había sido acuñado aún. Pero algo que tiene cuatro ruedas, un motor y un volante es un coche, se haya o no inventado una palabra para nombrarlo. Según la resolución 96 de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1946, será considerado genocidio toda «denegación del derecho a la vida de los grupos humanos». Johan Philip Anthing, comisionado de Springbrok (Sudáfrica) a mediados del siglo XIX, dejó escrito que estaba siendo testigo de «la destrucción de una raza de hombres, llevada a cabo como si se tratara de un trámite necesario para la buena marcha de los negocios coloniales». Cuatro ruedas, un motor, y un volante. El propio Anthing informó a sus superiores continentales de la situación en la zona. Estos se dieron por enterados, dieron por fiable y contrastado el testimonio del comisionado, pero ello no se tradujo en cambios significativos. La situación política y económica de las colonias no propiciaba el clima idóneo para que los colonos mostraran el más mínimo interés por el destino de unos «salvajes» que vivían en el desierto, a más de mil kilómetros de Ciudad del Cabo.
Mientras tanto, el ciudadano de a pie, colono o continental, vivía ajeno a la realidad de los san, y la realidad sobre el exterminio se diluyó entre mitos y mentiras que aún hoy anidan en la cabeza de muchos afrikáners. Que los bosquimanos se retiraron por su propia voluntad hacia regiones más áridas. Que el infanticidio era habitual entre los bosquimanos. Que solían vender a sus hijos a los granjeros. Que no era raro que abandonasen a su suerte a los ancianos toda vez que estos eran incapaces de seguir el ritmo nómada de los más jóvenes. Afirmaciones, todas ellas, sin base alguna ni evidencias que las sustentaran. Mera propaganda.
Sin derecho a existir
Sería de mi agrado que, de ser posible, no mataran demasiados [bosquimanos]. Mátenlos solo si se produce un ataque, pero lo dejo a su discreción.
Este mensaje de un oficial alemán destinado en Namibia, en 1914, a uno de sus soldados ilustra de manera meridiana el grado de preocupación que los conquistadores germanos, que se habían repartido el pastel del sudeste africano, mostraban por el devenir de los san. «A su discreción». Como pedirle a un grupo de niños que no cojan demasiados caramelos, pero que se lleven todos los que quieran. No quedará un solo caramelo en la habitación después de la estampida. Ni los de eucaliptus ni los de café del abuelo.
Con el nuevo siglo y el nuevo equilibrio de fuerzas coloniales, frecuentes noticias de ataques a granjas y robo de ganado por parte de los san unidas al ambiente bélico generado por el enfrentamiento entre los afrikáners de Sudáfrica y los alemanes del sudeste hicieron aún más profunda la tumba de los san. Pero fue de nuevo la cuestión económica la razón más poderosa para despejar el terreno de todo lo que oliera a pequeños hombres primitivos que no creían en fronteras, ni en tuyo o mío, ni por supuesto en el Imperio alemán. Los colonos, espoleados por la necesidad de conseguir mano de obra barata, pusieron sus ojos en el territorio owambo (Namibia y sur de Angola) y en sus trabajadores. Solo había un problema, los owambo debían atravesar regiones habitadas por los san para llegar a sus lugares de trabajo. La administración germana les allanó el camino como mejor sabía; eliminando los obstáculos a sangre y fuego y decretando que todo indígena de la zona debía ponerse al servicio del colono.
Los nativos tienen que ser conscientes de que su derecho a existir solo se contempla en directa dependencia de las autoridades locales. De no darse tal dependencia, serán considerados unos fuera de la ley. No se les permitirá otra forma de vida que no consista en trabajar para el hombre blanco.
Por decreto, dado que los san no respondían a más ley que la del sol y la de sus dioses, aquellos que no acataron el nuevo statu quo imperial fueron despojados de su derecho a «existir», una política que, por desconocimiento o por conveniencia, no iba a ser enmendada ni desde las posiciones de poder ni desde la alarma social. El genocidio seguía su curso, y seguía oculto a la opinión pública, demasiado aturdida por las dos guerras mundiales y por sus respectivas posguerras como para mirar hacia el sur de África, y más en concreto hacia los negros del sur de África.
Esta manera de manejarse con los bosquimanos, o en general con la mayoría de los indígenas de las colonias, llevaría a la filósofa Hannah Arendt y a otros intelectuales a trazar una conexión directa e irrefutable entre las atrocidades colonialistas y el Holocausto. Bajo el paraguas de la superioridad tecnológica y moral, entendiendo la civilización occidental como otro brazo del proceso evolutivo y la selección natural, la sociedad en conjunto encajaba como una consecuencia lógica la debacle de la «raza inferior». En especial si esa raza inferior era lo suficientemente demonizada por los interesados en hacerla desaparecer. Si ese iba a ser el juego, depredador contra presa, la supremacía del más fuerte, los san no tenían ninguna oportunidad.
Hacia la extinción y más allá
A partir de 1945, con los sueños del Führer destruidos y el colonialismo mutando hacia sistemas de control más eufemísticos, quedaban en el sur de África menos bosquimanos que judíos en Europa. Sin un Schindler que beatificar ni un Spielberg que filmara bellos panegíricos, las diferentes intentonas de aquellos que abogaban por ayudar a preservar el modo de vida de los san y algunos pocos territorios donde pudieran asentarse han fracasado, de facto, hasta hoy. Los Gobiernos de Namibia, Botswana y Sudáfrica, los tres países que se reparten las regiones que un día los san habitaron, han fingido ceder a las demandas de Naciones Unidas o de ONG como Survival International. Han fingido legislar. Unos estupendos brindis al sol con copas que brillan como diamantes. Y no olviden esa palabra, diamantes, porque el mineral favorito de Holly Golightly ha sido y sigue siendo la última excusa para no dejar en paz a los apenas noventa mil bosquimanos que sobreviven en el sudeste de África.
Aun no habiéndose puesto una solución a la conflictiva relación entre los bosquimanos y los granjeros o las tribus de pastores, sus enemigos «naturales», algunas iniciativas, como la creación en 1961 de la Reserva de Caza del Kalahari Central, parecían traer algo de luz a la oscura travesía de los san por el desierto que los vio nacer. Pero ninguna de esas medidas fue del todo efectiva. No fueron nada efectivas, de hecho. Las autoridades del lugar demostraban poco celo, cuando menos, a la hora de ponerlas en práctica. En cualquier caso, este ambiente de reconciliación y retribución se reveló fugaz. En los años setenta, las nuevas técnicas de perforación permitieron prospecciones que hicieron viable la explotación de los enormes acuíferos latentes a mil metros bajo el Kalahari. Los bosquimanos volvían a estar encima (o cerca de) los intereses económicos o expansionistas de Europa y de sus colonias transformadas en socios de buena voluntad. El Reino Unido primero y más tarde la Unión Europea colaboraron en destapar cientos de pozos así como en levantar kilómetros de vallas con las que separar las nuevas zonas de pasto de otras habitadas por animales salvajes y portadores potenciales de enfermedades. Dichas vallas no solo tuvieron consecuencias desastrosas para los bosquimanos y su caza, también se interponían en las rutas migratorias de multitud de especies. Pero si el bienestar de los san no suponía un contratiempo grave, mucho menos el de las cebras o los ñus.
Cuando en 1986 la firma De Beers localizó en la Reserva del Kalahari Central depósitos de kimberlita, un tipo de roca volcánica que a menudo oculta diamantes, un portavoz de la compañía declaró que la presencia de los san campando por sus respetos en la zona no supondría ningún inconveniente y no interferiría con sus prospecciones. Minas de diamantes y cazadores-recolectores conviviendo en armonía. Una armonía parecida a la que más tarde, en forma de cruenta guerra civil, llevarían a Sierra Leona. Porque, en última instancia, De Beers, como aquel oficial alemán un siglo antes, dejaba «a discreción» del Gobierno de Botswana cualquier decisión tocante a la futura «resituación» de los san. Casualidad o no, diez años después, en 1996, el Gobierno anunció sus planes de sacar a los bosquimanos de la zona debido a la «sobreexplotación de los recursos». En otras palabras, al parecer cazaban por encima de sus posibilidades. En tres grandes oleadas de limpieza étnica (1997, 2002 y 2005) prácticamente todos los san fueron expulsados de la reserva; sus hogares, sus escuelas y sus precarios ambulatorios fueron desmantelados, se les cortó el suministro de agua y se revocó su derecho a la caza y, en definitiva, el derecho a «existir» en las inmediaciones de las tierras adquiridas por De Beers. A los que a pesar de todo insistían en permanecer en esos territorios se les perseguía y disparaba incluso desde helicópteros para después ser detenidos, sin garantía legal alguna, y torturados.
Si los bosquimanos no pueden acceder a sus tierras o no encuentran allí comida, no tendrán más opción que retirarse a los campamentos, donde no se dan las mínimas condiciones para una vida digna y enfermedades como el sida hacen estragos.
En esos campos de concentración modernos localizados en New Xade, una zona perimetral de la Reserva, completamente baldía, los san, sin nada que hacer, con todas sus creencias y costumbres pisoteadas, caen en la depresión y el alcoholismo. Muchas de sus mujeres no tienen más salida que la prostitución. Los granjeros de los alrededores no emplean a los san por no ser lo suficientemente fuertes, y al no haber recibido ningún tipo de educación no son aptos para tareas complejas. Y, aunque no fuera así, su ética de trabajo dista mucho de ser la aceptable para sus patrones. Si un bosquimano está cansado, se pone a dormir debajo de un árbol, no comulgan con las jornadas laborales al uso y, si un día no se sienten con ánimos para trabajar, no trabajan. ¡Qué locos estos bosquimanos! La mayoría sobreviven dedicándose a la artesanía y vendiendo sus figuritas o sus enseres a los misionarios a cambio de alimento y suministros de cualquier tipo.
A pesar de dos sentencias favorables (2006 y 2011), propiciadas por algunos hombres buenos como el abogado escocés Gordon Bennett, que obligaban al Gobierno de Botswana a permitir a los san el acceso a sus tierras y a restituir el suministro de agua, poco o nada ha cambiado en la realidad cotidiana de los primeros pobladores humanos del planeta. El suyo es un pulso sin descanso contra los resorts de caza y los monstruos mecánicos que devoran diamantes. Una carrera contrarreloj para huir de la extinción. Y el tiempo se les acaba.
Si deseas informarte sobre la actualidad de los san o colaborar con su causa, visita Survival International.
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Nos ha parecido pertinente añadir a pie de artículo la siguiente puntualización de Survival International:
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Fuentes:
Survival International
Socialist Standard
Open Democracy
The Forgotten Bushman Genocides of Namibia (Robert J. Gordon)
The Forgotten Killing Fields (José Manuel de Prada-Samper)
The Anatomy of a South African Genocide (M. Adhikari).
Interesantísimo y muy bueno. Un único comentario, sin ánimo ofender: colonización y genocidio no son lo mismo. No es lo mismo la colonización de América (con toda su violencia y barbaridades) que la Soha.
Hola Paco, con respecto a esto, en America colonialismo y genocidio fueron de la mano. La campaña en el desierto del sur de la Argentina del Gral. Roca fue eso, desplazar y asesinar a las poblaciones originarias.No es lo mismo que el Holocausto, pero no todos los genocidios son el Holocausto.
Que hubo masacre es indudable, pero situarlo en un contexto colonialista es dudoso. Fue un proceso de afianzamiento del estado argentino en tierras de su dominio.
La campaña del desierto no se enmarca dentro del colonialismo, Argentina ya era un estado independiente de España. Por otra parte, no fue una campaña contra aborígenes del territorio argentino, sino contra Mapuches provenientes de Chile, que avanzaban sobre un territorio que no era históricamente suyo, ‘colonizaban’ a los aborígenes locales, saqueaban las poblaciones, robaban el ganado, raptaban a las mujeres… Vamos, que fue básicamente una guerra contra un invasor.
Eso no es cierto por varias razones. La primera: los indígenas de ambos lados de la Cordillera no eran argentinos ni chilenos, pertenecían a muchos pueblos distintos que no estaban sometidos ni al imperio español ni a las nuevas repúblicas, así los invasores fueron los ejércitos de ambos países (no había argentinos ahí hasta ese momento). La segunda: los mapuches «de Chile» (que no era Chile) viajaban al este a buscar ganado salvaje y también a saquear haciendas y a raptar mujeres, pero para 1810 las Pampas y la Patagonia estaban llenas de mapuches autóctonos, descendientes de indígenas locales que habían adquirido la cultura mapuche uno o dos siglos atrás (y no de mapuches del oeste, sino de ¡pehuenches mapuchizados!, el juego de las bolitas de Newton); el único contingente estable de mapuches del oeste fue el de Calfucurá, unos pocos cientos de hombres entre miles de personas. La tercera: la campaña de Roca no se dirigió principalmente contra los 10 o 20 llaimaches que pudieran quedar 60 años después, sino contra gente nativa que vivía en lugares que los argentinos codiciaban y consideraban «nuestros porque no son de ningún Estado más y nos los heredó España». La cuarta: la campaña se hizo tanto contra enemigs como contra poblaciones neutrales o casi amigas, como el caso de la invasión de Neuquén, que Sayhueque no respondió en armas hasta después de dos o tres intentos de aclarar que él y su gente no tenían nada que ver con guerras. En resumen, decir que la campaña de Roca fue contra extranjeros es un modo de legitimar una invasión sobre territorio ajeno y de rebote quitarle la calidad de aborigen a los descendientes de los vencidos para no rendir cuentas («vos no sos indígena, sos un indio chileno»).
¿Cuál dominio? No había ningún argentino ahí ni nadie les había dado permiso para instalarse. Eran tierras de mapuches (ranqueles, salineros, manzaneros y huiliches), gününa künne, teushen y aonikenk. El ejército argentino invadió ese territorio, lo conquistó y mató, deportó y esclavizó a sus habitantes. La doctrina del res nullius podía sonar muy bien en 1880, pero me parece terrible que alguien la esgrima 140 años después.
Perdón, pero creo que quien se equivoca de gafas es usted. Nadie justifica masacres ni aboga por ellas, sencillamente se contextualizan los hechos históricos.
Las campañas argentinas serian criminales, pero se imponía el progreso en el territorio del Estado.
Ojalá no se produzcan mas expolios ni destrucciones, pero no miremos el pasado con ojos actuales.
A todos los pueblos aborígenes que perviven , ¿qué les ofreceremos la justicia y el bienestar de hoy o una sociedad neolítica?
No es lo mismo progre que progresista.
¿A qué le llamas progreso? ¿Por qué era el territorio del Estado? Estás usando los mismos argumentos que los que exterminan a los san. Las campañas argentinas y chilenas no solo son criminales con los ojos de hoy, eran criminales en ese tiempo, igual que el genocidio de los selknam en Tierra del Fuego, una empresa privada.
https://youtu.be/Gh2Oc9gfPEQ
Progreso es comer, tener techo, educación, salud, leer a Pasolini y a Mo Yan, escuchar a Bach o a Quilapayun en alta fidelidad, usar WhatsApp y tener instituciones (en un estado) que garanticen la libertad y los derechos de los ciudadanos. Otras cosas son idealismos sinceros de jipis o hipócritas de progres.
Territorio del Estado argentino porque las Provincias del Río de la Plata sucedieron al Virreinato del Río de la Plata, desde la independencia. Claro, si negamos la evidencia histórica es otra cuestión.
Así que colonialismo argentino, no.
Quizás los san no estén interesados en Bach y el Watsapp o al menos no a costa de sus derechos, sus vidas, su libertad y la destrucción completa de su modo de vida. «Sí, matamos a sus padres y robamos sus tierras, ahora pueden mendigar con acceso a internet.»
¿O sea que para ti las leyes y mapas creados en Madrid 100 o 200 años antes por un funcionario tienen más legitimidad que los derechos de los habitantes de esos lugares? Si es por mapas, el mundo le pertenecía a España y Portugal porque el Papa lo dijo… ¿Cómo osaron independizarse los americanos en contra del mapa?
El virreinato del Río de la Plata nunca ejerció dominio sobre los territorios conquistados en las «Campañas al Desierto». Fueron simple expansión, idéntica a la estadounidense hacia el oeste o la chilena sobre la Araucanía (esta tuvo el agravante de los tratados). ¿O también crees en el Destino Manifiesto?
Me remito al vídeo. Y vuelvo a decirlo, este caso argentino no es colonialismo.
Estaban fuera de la Historia y entraron en la Historia a través de la dinámica de los estados.
También, por supuesto, vuelvo a dejar pasar las alusiones a que me parezcan bien esos crímenes pretéritos y sobre todo actualmente.
Qué suerte tienen todos los indígenas que en el mundo han sido, que fueron y son santos.
Estamos de acuerdo. Tengo que releerlo, pero no sé si hice esa equiparación. De hecho, el genocidio de los san tiene muchos padres y empezó mucho antes de que ningún colono pisara África. Hay caldo de cultivo para el genocidio siempre que un invasor poderoso se encuentra con nativos sin capacidad para defenderse y que no les sirven como fuerza de trabajo. Los san tenían todas las papeletas. Pero la colonización es un concepto relativamente moderno en la historia de la humanidad. Mucho se habla, y con razón, de la leyenda negra española en América, pero no nos paramos a pensar en cómo se las gastaban los mayas o los aztecas. No eran monjes budistas, precisamente. Allá donde exista una cultura predominante encontraremos una cultura aniquilada. Y seguimos hacièndolo, una y otra vez.
Estoy muy de acuerdo con Ud.
Ni siquiera los monjes budistas son monjes budistas. Que les pregunten a los rohingyas birmanos.
sí es lo mismo…eso precisamente señalaba hannah arendt.
Muy bueno y necesario. Gracias por el artículo.
Estremecedor. Muy buen artículo. Con respecto a todo este revisionismo que estamos viviendo confieso que me siento un poco desorientado porque, como tantos, soy un producto del occidente y sus valores. Y si en vez de «colonización» la hubiéramos llamado «invasión histórica»? No faltaríamos a la verdad, y los muertos estarían justificados. Además, la cultura impuesta hubiera sido la misma.Digo, no sé. Tal vez sea un problema semantico, pero el pasado pesa.
el pasado pesa? a quién? Yo no tengo nada que ver con mis antepasados, todos españoles, de los cuales ninguno formó parte del proceso colonizador de américa. No me hago cargo de sus crímenes, si es que alguno cometieron, y menos de los crímenes de otros españoles que fueron a américa y actuaron como aves rapaces. Tampoco creo que los hijos de esos colonos o sus nietos tuvieran la culpa de lo que hicieron sus padres. Además, dentro del contexto histórico, la colonización era algo natural, y no patrimonio de Europa. Mucho antes de la época colonial, Roma conquistó medio mundo, los mongoles otro medio mundo, y las guerras se sucedían día y noche, con las armas disponibles según la región. Los aborígenes masacrados de forma desigual, porque desigual era el avance tecnológico, no eran tribus pacíficas, en gran medida, y tenían sus guerras, sus muertos, y sus abusos a cuestas. No se puede analizar la historia del mundo con mirada siglo 21. El hombre viene de la barbarie, y ha tardado milenios en llegar hasta donde está ahora. Que hubiera tribus pacíficas en el medio de la nada… oye, me alegro, y me parece horrible lo que les hicieron, pero la paz no es la ley de la naturaleza. La violencia sí, y no podemos obviar esto al repasar nuestra historia.
Un articulo precioso. Aconsejo leer a Laurence Van der Post: The lost world of Kalahari.(pág. 231-235) Tres bosquimanos corrian hasta 32 Kms. en su cerco a un antílope. A pelo . El los se guía con un Land Rover.
Pero imprimo este artículo publicado, precioso, y en todas las páginas sale un «uso de cookies»… que me tapa líneas y me toca las narices.
Vaaa…. quitad basura…
Un par de correcciones impertinentes:
1) Los problemas para los pueblos Khoisan (término que incluye a los hablantes de las lenguas Khoikhoi y de las lenguas San) viene de un poco más atrás. Hace 5000 años la mitad sur de África, desde la línea del Ecuador hasta la puntita de Sudáfrica estaba ocupada por cazadores-recolectores Khoisan (y por vete a saber tú cuántos pueblos más de los que no ha quedado nada). Entonces los antepasados de los hablantes de lenguas bantúes (que vivían en una pequeña zona entre Nigeria y Camerún) descubrieron la agricultura y la ganadería, y en 3000 años ocuparon casi toda África al sur del Sáhara, arrinconando a los Khoisan entre Namibia y Sudáfrica. Para bien o para mal es lo que ha pasado dondequiera que se ha inventado la agricultura y la ganadería.
2) Los Khoisan son tan antiguos (o tan modernos) como cualquier población humana actual. Todos tenemos (más o menos) el mismo número de generaciones en nuestra genealogía hasta el último antepasado común de todos los seres humanos. Lo llamativo de ellos es que son los descendientes de la separación más antigua dentro de nuestra especie CON DESCENDIENTES VIVOS EN AMBAS RAMAS. Ellos forman una rama y TODOS los demás humanos vivos forman la otra. Lo antiguo es esa separación (porque es la primera que conserva descendientes dentro de nuestra especie).
3) Por tanto, NOSOTROS (europeos, asiáticos, norteafricanos, nativos australianos o americanos, y el resto de los africanos subsaharianos) NO PODEMOS ser descendientes de ELLOS (¡obviamente!) ni de sus antepasados, a menos que te remontes al último antepasado común de toda la humanidad.
Todo lo ocurrido en época histórica es, por supuesto, tan triste como se cuenta. Probablemente más.
Comentario de antes de leer el artículo entero: ¡Todos somos descendientes directos de los primeros humanos! No hay modo de ser descendiente indirecto, por supuesto. Los san son tan antiguos y tan modernos como los hawaianos, los europeos del sur o cualquier otro grupo humano. Saludos.
Después de leer. Un muy buen artículo que lamentablemente no cuenta una historia excepcional. El genocidio de los san se parece mucho a lo que está pasando en la Amazonía y con los pigmeos en África Ecuatorial o lo que pasó antes en Estados Unidos, Tierra del Fuego o las islas de Andamán. La desgracia de vivir en una tierra rica y de no ser «civilizado» como los genocidas.
Qué diferente es entrar en Jot Down Cultural e encontrar, después de un excelente artículo, educadas personas comentando y dejando opiniones válidas, con el máximo respeto entre ellas, comparado con el resto de artículos y foros de los periódicos, donde infelizmente cada vez hay más necios, opiniones tajantes, insultos y flagrantes errores ortográficos que quedan impunes. Un placer, de verdad J.D.C. y un ejemplo a seguir.
En relación al artículo, me pareció muy bueno y acertado. Apesar de que talvez sea un poco tarde (históricamente hablando) pedir disculpas y hacernos sentir culpables de que el hombre blanco haya tratado tan mal a otras razas, es de estimar que nunca se olvide lo que pasó y aún está pasando con algunas culturas diferentes a la predominante. Muy recomendable por supuesto también es ver la película «Gods have gone crazy» (Los Dioses se han vuelto locos), para abrir nuestras mentes y comprender al otro, algo que se echa en falta hoy en día. Pesonalmente he conocido a Bosquimanos en Botswana y son personas de las más normales que haya, con sus leyes y maneras de vivir organizadas, felizes y por encima de todo, pacíficos.
Me he leido varios libros sobre los Kung! San como el de Lee y otros. Por eso pido mucho más rigor a las afirmaciones que describen como viven que son periodísticas más que basadas en conocimiento real.
Sin embargo, la parte del genocidio está mejor expuesta.
Un silenciamiento atronador, parecido al que sufren otras tierras «australes»: Chile, Australia y Tasmania. Gracias.
http://b-ok.org/dl/987927/2e084b
http://b-ok.org/dl/1264572/1972ae
A los que piensan en árboles y ramas cuando hablan de gente, les ponía yo a vivir en el desierto.
más allá del conocimiento histórico. La discusión que se ha generado en referente al artículo tanto como el artículo en sí es muy subjetivo. El tono del artículo tiene más de denuncia que de historia. Al igual que la discusión. No creo que se tenga que juzgar las acciones del pasado. Básicamente porque no se va a conseguir nada. El ser humano es todo eso. Es parte bosquimano, parte colonizador, parte genocida. Hay que tratar de relatar las cosas como fueron dejando de lado la parte emocional que jamás sabremos. Y jamás podremos entender porque es otra moral. Otra cultura. Otra época. Aprendamos de la historia sin juzgarla. Y juzguemos el presente. Porque eso sí podemos cambiarlo. Un abrazo desde la Patagonia argentina!
Chapeau!
Excelente comentario; no puedo estar más de acuerdo. Preocupémonos del presente que sí es responsabilidad nuestra.
Bien. No se puede juzgar, como dice usted. Es «el ser humano», todos somos parte del problema. Todos somos culpables, entonces nadie lo es, como dicen en la Cosa Nostra. Se mueve usted a gusto en esa tesitura?…. ¿que es «el presente» que según usted se puede juzgar?. Es ahora, hace una semana, o bien hace un rato, o en un minuto? Es otra moral si, pero, es por eso por lo que no podemos juzgar?, debemos guardar silencio sobre lo silenciado? no investigar sobre la genealogía de los problemas actuales? o es porque hablar nos pone en aprietos para explicar inteligiblemente nuestra propia narración de la historia como naciones?
No se consiguió nada en Nuremberg tras la guerra? no sirvió para nada el juicio a Eichmann?, no sirve para nada el Tribunal de La Haya?, las denuncias o reparos sobre Guantánamo, Abu Ghraib, Vietnam, Hiroshima, etc, han sido inútiles?. Toda la literatura escrita hasta ahora con la descripción del colonialismo, la esclavitud, el racismo, las matanzas y genocidios, es para usted inservible?, obsoleta?.Es posible una narración histórica en ausencia de valores, emociones, totalmente aséptica y supuestamente objetiva, como usted pretende?. Es ese silencio sobre algunos eventos una práctica más o menos aceptada en nuestra moderna narrativa histórica?…
aprender sin juzgar no es aprender!, es memorizar….es intrínseco al ser humano el análisis del conocimiento. LOs hechos están allí, hay que juzgar para aprender y no repetir la barbarie…
Muy interesante y muy triste. Gracias por compartirlo con nosotros.
Fantástico artículo, me gusta mucho que se escriba sobre temas como este que parecen siempre olvidados
Para quien dude de que el colonialismo ha significado sistematico genocidio, le puede convencer «Exterminad a todos los salvajes» de Sven Lindqvist
http://www.turnerlibros.com/book/exterminad-a-todos-los-salvajes.html