Fotografía: Lupe de la Vallina
Con motivo del cuarto centenario de la plaza Mayor, el Ayuntamiento de Madrid, Samsung y PHotoESPAÑA realizaron la actividad ¡Retrátate! En ella se proponía que los visitantes de la plaza tomasen conciencia de cómo se experimenta, en realidad, uno de los espacios más fotografiados de la ciudad y posiblemente del mundo. Porque el mundo ya no se ve con los propios ojos sino a través de la pantalla de nuestro teléfono móvil en las cientos de miles de millones de fotografías que tomamos cada año y que dan fe de nuestro comportamiento. Nos reunimos con los fotógrafos participantes en la actividad, Miguel Ángel Tornero, Luis de las Alas, Virginia Rota, Jonás Bel, Paula Anta y Marta Soul para hablar de sus propuestas, de su trabajo y de lo que supone fotografiar con dispositivos tecnológicos de última generación como el Galaxy S8, artefactos a simple vista tan distintos a la cámara de fotos tradicional.
¿En qué consistió tu aportación en PHotoESPAÑA? ¿Qué querías expresar?
Luis de las Alas: Yo he fotografiado a la gente pidiendo que pensaran en lo que no querían ver. Mi serie se llama «Mirar sin ver». La gente se quedaba sorprendida porque iban con un fotógrafo a hacerse una foto en plan guapos, por el postureo. Y lo mío iba justo de lo contrario: de por qué siempre tenemos que salir guapos, de por qué fotografiarnos con una moto que no es nuestra, en una playa a la que no hemos ido más que una vez en la vida… Creo que todo esto con la revolución tecnológica ha crecido mucho más, porque todo el mundo se está autopublicitando en vez de reflexionar sobre sí mismos y sobre la cultura. Al estar mostrándote todo el día en pantallas, al final siempre quieres salir mejor de lo que eres, más feliz de lo que eres y en una casa más grande. Mi serie va sobre eso.
Miguel Ángel Tornero: Yo hice una pieza en 360º que se veía con gafas de realidad virtual Samsung Gear VR. El contexto era la plaza Mayor, por el cuarto centenario, y quise hacer un cóctel de todo: la fotografía móvil, la propia plaza y Madrid. El vídeo te convierte en un espectador privilegiado del enclave, porque puedes darte la vuelta, mirar alrededor, y ver lo que ocurre en dos horas reales pero condensado en dos minutos de tiempo. Es casi un estudio sociológico, digamos: se llamó Suite Selfie. Una suite, con una especie de piano, cuyas teclas se activan cada vez que hay un disparo en la plaza Mayor. Y a la vez, la persona que hace la foto, ese turista, se congela en la imagen, se convierte en un capa. Es un collage. Todo eso se va uniendo, y al final parece como una especie de manifestación de gente fotografiando. La idea es que, como sociedad, de tanto mirar a través de la pantalla, todo es como una matrioshka de pantallas. Miramos, pero no vemos. Mi intención era hacer una reflexión de qué es la fotografía en el siglo XXI: todo el mundo es fotógrafo, todo el mundo tiene un apéndice que es una cámara de fotos, y ahora la fotografía es un lenguaje mucho más potente. Ya no dices «estoy aquí tomándome una caña con tal, tal y tal», sino que sencillamente haces la foto y la subes. Vivimos un momento de exceso de democratización, donde «exceso» es algo ambivalente, positivo y negativo. Nuestra relación con el entorno ha cambiado: incluso cuando estás viviendo una experiencia física, la estás viviendo virtualmente también.
Virginia Rota: Yo trabajé el retrato clásico, y me reconozco mucho en Paula Anta. Normalmente espero el agotamiento de la persona que tengo delante, para que surja lo que estoy buscando, que en realidad no es otra cosa que la tranquilidad del cuerpo. Aunque aquí los retratos eran más rápidos que normalmente, y mi interacción era casi solo indicarles con la mano dónde tenían que mirar. A los dos minutos se cansaban de mirar a un mismo punto… También tengo un par de fotos sonriendo, pero porque no conectaba con la persona y permites que la otra persona haga lo que quiera hacer, para permitirle que se vaya cuanto antes y dar la posibilidad de que entre alguien que te interese y que esté interesado en ti.
Jonás Bel: Yo he hecho todo lo contrario a mis compañeros, creo. Me apetecía ser un fotógrafo ambulante, aunque en este caso era con un teléfono móvil y no como antaño con una cámara de placas. Hice calle, y retraté como a unas cien personas, a las que tuve que cambiar la postura que ellos adoptaban. Buscaba un retrato más comercial o editorial, pero tratando de demostrar que hay otras formas de retratar que no son el selfie o la sonrisa perpetua. Nos distribuimos por diferentes lugares de la plaza, descubriendo nuevas ubicaciones, y allí hacíamos un retrato. En ellos la gente no salía sonriendo, sino en una postura normal, relajada y cómoda. Y como yo me sentía fotógrafo ambulante, a la hora de acabar el retrato lo acabábamos los dos y le dábamos el ok. En ocasiones no les gustaba el retrato, la postura, no se veían bien, y yo les explicaba por qué estaban bien, o por qué la postura era bonita, o funcionaba con el color que habíamos escogido detrás. Gasté bastante tiempo en hablar con la gente, porque muchos al principio no querían, pensaban que les íbamos a cobrar… Y luego, me llevo algo más: la plaza Mayor es un lugar de paso. Nosotros no utilizamos las terrazas, porque son caras y para turistas, no hay bares asequibles… y gracias a esto he descubierto rincones de la plaza Mayor en los que nunca había reparado.
Paula Anta: Mi objetivo era rescatar la historia. Aún con los constantes avances y todas las herramientas, hay cosas que permanecen a pesar de las modas, de los cambios culturales y de los siglos, persisten aunque no estemos en la época en que se han generado, y podemos entenderlas desde nuestro día de hoy. Son más universales a un nivel más profundo. He querido resaltar la pose de la cultura barroca, aunque todo lo que he hecho es hacer las fotos con un móvil, iluminar con un móvil y capturar a gente actuando. Pero todo ese esquema de luz, de composición, de tonos mantenía los esquemas del claroscuro y del barroco. Y curiosamente, rescatando una técnica pictórica antigua, la gente lo entendió muy bien, y eso me sorprendió. Porque mis retratos son muy forzados, casi muy artificiales, ¡a los modelos yo les colocaba hasta dónde tenían que mirar las pupilas! Y fueron supersumisos, superamables.
Marta Soul: Mi propósito era realizar el retrato clásico con una tecnología de última generación. Mi reto era mostrar ese contraste: retratos clásicos en blanco y negro, con un viñeteado en la fotografía y con poses altivas o gestos muy artificiales también, pero tomados con el móvil más moderno del momento. Esa era la idea de la que partí.
¿Qué opinas de la revolución 4.0? Hay quien compara su impacto con la siguiente revolución industrial.
Miguel Ángel Tornero: El 4.0, a mí, honestamente me suena al nuevo temor de Dios: «Tienen tus datos, te tienen controlado…». No suena bien, y supongo que siempre hay una involución en la evolución. Lo vi mucho en el experimento de la plaza Mayor, porque la gente se sorprendía pero también me decía que habían experimentado una sensación de soledad, y a la vez de ser algo demasiado invasivo. Tenemos una conciencia positiva de toda la revolución tecnológica, aunque siempre que hay algo nuevo, inevitablemente, nos produce miedo. A mí me interesa mucho, pero también me parece algo chungo ese imperativo de tener que estar feliz siempre, positivo… Nadie está nunca depresivo. Gracias a estas herramientas, tecnologías y redes, la gente tiene más poder y elimina los intermediarios… pero todo el mundo. El mediocre también.
A veces hablar de las revoluciones digitales, de la 4.0, o del big data, es como hablar del universo. Es opinar de una cosa intangible, en la que intuyes algo más bien perverso que tiene que ver con grandes compañías que quieren información… Ya sabes, eso de «cuando no hay negocio, es que el negocio eres tú». Entra en un nivel que se me escapa, aunque trato de irme adecuando, o ir entendiéndolo. Es difícil tener una opinión. Para mí, el big data es como el nuevo temor de Dios. Antes era una cosa intangible que impedía a la gente hacer cosas por miedo, y ahora es esto. Porque es algo insondable.
Luis de las Alas: Ya hay mucha gente hoy en día que trabaja con teléfonos. Periódicos, revistas, conexiones de televisión… Eso está superado. Yo siempre digo una barbaridad cuando me preguntan sobre la tecnología analógica y digital, y lo comparo con los condones: desde que existe el condón, acabó el romanticismo. Pero no tenemos enfermedades, podemos follar mucho más sin tener miedo a dejar a nadie embarazado… Tiene muchísimas ventajas. La analógica, cuando te metías en el laboratorio y salía en el papel, eso era romanticismo, magia, como lo quieras llamar. Esto se ha acabado. En un ordenador esa transmisión no existe, es mucho más fría. Pero es mucho mejor a la hora de retocar, de corregir una temperatura de color… Es mucho mejor. ¿Es bueno o es malo que se haya perdido? Para mí, bueno. No tiene sentido que hagamos fotografía analógica hoy en día. ¿Si tú no sabes escribir en una máquina de escribir eres peor escritor por hacerlo en un ordenador? Creo que lo importante es lo que quieras contar, no cómo lo cuentes. Llegar a la gente con las redes sociales es maravilloso, el problema es seleccionar la información que te llega a ti. Eso es imposible, porque hay tanta que es muy difícil. Si hubiera un canal donde se pudiera seleccionar esa información… Hay más cosas buenas que nunca, pero hay tanto que te cuesta llegar a ello. Y hacer fotos con el móvil es maravilloso, cuantas más herramientas tengas en tu mano y te puedas olvidar de la parte técnica, mejor. A mis alumnos se lo digo siempre: es importante la herramienta que tengas para poder contar algo, pero siempre se puede contar algo. Hay que adaptarlo a lo que tienes: con un teleobjetivo no puedes hacer una foto de una fachada, pero puedes darle la vuelta al tema.
Virginia Rota: A mí me parece muy tierno todo lo que está pasando en redes. Me encanta que la gente vaya a la Torre Eiffel y se haga selfies sonriendo, porque creo que —y me incluyo— al final uno quiere recordar cosas positivas, aunque esté modificando ese recuerdo. Lo instantáneo de la información en las redes permite jugar con el imaginario de una manera que antes no se podía. Crear algo que a lo mejor no está sucediendo, pero que en el futuro, cuando veas ese pasado, parece casi que sucedió. Así que me parece muy tierno.
Paula Anta: Me debato entre el optimismo y el pesimismo. Hay cosas de esta revolución tecnológica que nos llevan más a lo superficial, porque en general la sociedad lo es también. Por eso todas las herramientas —y no solo las tecnológicas, también herramientas de pensamiento— hacen que todavía se genere más esa realidad artificial. Creo que estamos en una era de imágenes, pero somos completamente analfabetos. Somos algo analfabetos a la hora de leer la imagen, a la hora de entender la fotografía.
No sé en qué número me he quedado con la revolución. Quizás en la 0.0. Cuando terminé la universidad todavía estaba vigente la fotografía analógica. Me encantaba el laboratorio, me tiraba mogollón de horas allí y se me daba fenomenal. Pero una de las cosas que me hizo decidirme a dedicarme a la fotografía fue ver que se estaban produciendo cambios históricos muy rápidos, con la fotografía pero también con la propia naturaleza de la imagen y con el proceso de tomar imágenes. Sentí que era histórico y tenía que formar parte de ello. Me costó muchísimo adaptarme a la cámara digital porque iba con mi analógica viajando por todas partes, aunque también llevaba la digital, y no la usaba. Hasta que una vez me quedé sin los carretes, se quedaron en la nevera de un hotel o algo así, y tuve que tirar de la digital. Y hasta hoy. De vez en cuando cojo la analógica porque me encanta trabajar con ella, pero no me parece práctico, es más caro… Y yo creo que muchas cosas no las hubiera hecho si hubiera llevado esa cámara.
Tener tantas herramientas a nuestro alcance, ¿nos convierte en expertos o en analfabetos visuales con cachivaches?
Miguel Ángel Tornero: La gente sabe más de fotografía que nunca, eso es así. Todo es un proceso de sensibilización: el que ha hecho más fotos con el móvil saca mejores fotos que la primera que hizo, inevitablemente vas aprendiendo. Me resulta difícil analizarlo porque es una cosa que aún estamos viviendo, y no acierto a dar una lectura. De hecho, es más bien una postura optimista y pesimista. La gente tiene el poder, pero siempre hay alguien por encima que se aprovecha de ello. Todo es una matrioshka perversa: creemos que tenemos el poder, pero siempre hay alguien que lo tiene de verdad. En eso, el mundo no cambia. Al democratizarse como se ha hecho, la foto se convierte en un lenguaje. Siempre nos hemos comunicado hablando o escribiendo, y antes se escribía muchísimo y ahora la imagen se ha incorporado. Y hay que reconocer que la mayor parte de la gente está utilizando un lenguaje que no conoce. Inevitablemente, hay muchas más imágenes malas. Aun así, creo que soy el más optimista de cara al futuro de todos mis compañeros, porque aunque existan más malas fotos que antes, también hay cada vez mayor cantidad de buenas. Hay más cultura visual. Como si la gente se hubiera lanzado a una piscina, y están aprendiendo a nadar en la piscina de las imágenes. No harán siempre fotos buenas, pero sin duda tienen mucha más cultura visual que nunca, porque están acostumbrados a ver fotos (y hacerlas) todos los días. Y eso es como los libros: el que lee mucho, aunque sean libros malos, al final aprende a emitir y comprender mensajes. Quizás somos nosotros los que tenemos que adaptarnos: una foto mala es una foto mala, pero diez mil fotos malas delante de la Torre Eiffel con gente riéndose es una descontextualización de esas fotos que sí te dicen otra cosa. La foto, a lo mejor, ya no es interesante por lo que retrata, sino por la manera de relacionarse.
Luis de las Alas: Yo creo que sí es cierto que la sociedad es muy analfabeta en cuanto a imagen. La sobresaturación de imágenes no nos ha hecho más listos, sino más paletos. Pasamos más rápido por ellas.
Que la tecnología facilite a la gente tomar fotografías está bien, el problema es que la invasión de tantas imágenes dificulta que reflexionemos sobre ellas. No sé en qué va a acabar, porque el panorama actual es directamente de empacho. Y ese empacho se produce por cosas muy banales, y ahí los medios de comunicación —en los que me incluyo— somos culpables, porque lo propiciamos. ¿Cada vez hay mejores fotógrafos? Posiblemente, porque con un móvil o una cámara digital cualquiera puede hacer una buena foto, y eso es maravilloso. Es como las máquinas de escribir a los manuscritos, o los ordenadores. Ayudan, pero sobre lo que reflexionas no es sobre la herramienta: lo importante es escribir. El Quijote se puede escribir con un ordenador o manuscrito, pero hay que reflexionar. Y creo que eso es lo que falta hoy en día. Ahora todos tenemos que parecer mejor de lo que somos, caemos en el postureo. Esa es la polémica que, por ejemplo, yo he tenido en Facebook: «Me han fotografiado dos fotógrafos de prestigio y salgo fea». ¿Y por qué tienes que salir guapa? Es la pregunta.
¿Los fotógrafos no sucumbís a ese postureo de haceros fotos de vacaciones?
Luis de las Alas: Es cierto que lo hacemos, pero de una manera diferente. Y eso que estamos todo el día en las redes sociales en promoción, para lo que sea, para ligar o para que se vea nuestro trabajo. Pero fotografiamos otras cosas; en lugar de salir nosotros con la Torre Eiffel, sacamos solo la torre. Pero sin una intención trascendente, porque al final estás contando que estás en París fotografiando la Torre Eiffel y ya está.
No creo que sea una cuestión de calidad. Los móviles y las cámaras por sí mismos ya dan mucha calidad. Efectivamente, es un tema de reflexión. Y puedes reflexionar incluso con fotos malas, es justo lo contrario que el ejemplo de la Torre Eiffel. Cincuenta selfies de cincuenta señores, juntos, inducen a una reflexión. Individualmente, no sé si la generan. Es un tema más de cabeza que de calidad. Se trata de qué cuentan y qué ves tú como espectador. Mis fotos de PHotoESPAÑA no son buenas, porque la idea no era hacer una foto buena, era hacer una foto un poco punk-rock, que fuese un poco una bofetada. Buscaba eso, no buscaba la luz perfecta, ni el enfoque perfecto… Buscaba, precisamente, el momento de reflexión. A mí la canción de un grupo punk me hace reflexionar mucho, y eso que la guitarra está desafinada, y me encanta que esté desafinada. Así que yo creo que desafinar en la fotografía está bien.
La cantidad no es igual a calidad: Don Simón no es el mejor vino del mundo. Todo el mundo hace fotos, sí, ¿para qué? Pues eso es lo que hay que plantearse. A mí en clase me preguntan cómo se hacen las fotos y siempre respondo lo mismo: con la cabeza. La máquina da igual, el ojo da igual.
Virginia Rota: No sé, a mí me da bastante igual lo que la gente haga con su vida y sus fotos. Yo creo que cada uno consume lo que quiere, las herramientas que existen ahora me parecen una suerte, no un exceso. Creo que cada uno decidirá en ese supuesto exceso la herramienta que le convenga y que considere oportuna. No se trata de adoctrinar a nadie para que utilice la imagen de una manera que sea verdadera, bonita… Opino así quizá porque el resto de compañeros y yo venimos de sitios distintos: yo he estudiado Psicología, he empezado a hacer fotos con veintidós años, y hasta entonces no me interesó nada a nivel artístico porque mis padres no me han instruido en eso. A esa edad empecé a ver danza y teatro y a hacer fotografías.
No estoy muy metida en el mundillo fotográfico, no conozco casi a ningún fotógrafo en persona. Yo hago retratos a gente que veo por la calle e invito a casa, pero ya. Si tengo suerte, la foto va a una galería, a un concurso, o, si no, no va a ninguna parte. Estoy centrada en mi trabajo, imagino que como todos, pero me da igual lo que suceda alrededor, si la gente se está haciendo fotos o no en la Torre Eiffel. Me encantaría que le gente tuviera una cultura de fotografía, porque yo no la he tenido y me he instruido sola, sé que eso cuesta. Ojalá la gente estudiara con cinco años arte en los colegios, y le dieran una cámara, un piano y una brocha. Ojalá sucediera eso, pero mi intención es trabajar y que ese trabajo interese a la gente de la calle y de mi entorno… Si eso sucede estaré feliz, igual que estoy feliz cuando voy a un museo y conecto con algo. Siento como que estoy bastante fuera del mundillo, por eso no entro en estas controversias.
Paula Anta: En el fondo, yo también creo que lo que falta es la reflexión. Imágenes hay, contenido hay o no hay. Lo que pasa es que es un poco indiscriminado: nos encontramos con unas fotos malísimas al mismo nivel que fotos muy buenas de profesionales. Y la gente, la mayoría, no lo sabe distinguir. A veces te ocurre que ves una publicidad en una valla desenfocada, o con un grano horroroso o fatal de composición, y no te fijas, porque están a la orden del día. Y luego hay cosas también en publicidad que son tremendamente buenas, y solo están anunciando un colchón. Y a ambas las ponen al mismo nivel. La cosa es pensar sobre la naturaleza de la imagen, ahí sí que se necesita aprendizaje y determinados conocimientos, y conocimientos básicos como la luz, que es importantísima. La gente se encuentra que de repente está en un contraluz y no entiende muy bien por qué le sale todo oscuro…
Jonás Bel: Para mí el problema no viene tanto por el lenguaje como por que no hay una enseñanza. El otro día leía que ahora en el País Vasco se van a dar clases de economía como asignatura lectiva, hay determinados centros que lo consideran un conocimiento fundamental, saber cómo funciona la bolsa, etc. Lo que nunca ha sucedido aquí en España es que exista una educación en la imagen, en todos sus conceptos, en su necesidad, utilización, poder… Y conforme más imágenes se hacen, menos se educa o menos interés hay en el conocimiento de la imagen. Creo que esas imágenes que se hacen de forma masiva las borra el viento, se van apilando, van cayendo en el TL de Facebook o de Twitter o lo que sea, pero no creo que tengan un poder especial. Pero la gente que consume toda esa cantidad de imágenes no tiene unos palos del sombrajo para entender qué es lo que está pasando ahí. Porque además yo entiendo que aquí todos utilizamos Instagram, tenemos cuenta de Facebook… Vemos las imágenes que se comparten ahí todo el día y, además, utilizamos eso para promocionar nuestro trabajo. Pero lo vemos todo con otro entendimiento. Por eso digo que esto, como en otros muchos temas, es una labor educacional.
Hay una cosa salvaje: cuando vas por la plaza Mayor o por el Palacio Real, tú ves a un grupo de amigos que están agotados porque han dormido fatal, tienen resaca, han cogido un hotel que es un horror, les han robado en Sol… Pero llegan al Palacio Real y tienen como un clic, hacen así y les sale una sonrisa Profident, perfecta, y ya tienen su imagen: lo estamos pasando de puta madre en Madrid. Pero realmente no es la verdad. Al final todo esto va metiéndose en su cultura visual, porque tu muro tiene que estar lleno de este tipo de fotografías. Todos tenemos que parecen felices.
Antes Paula se ha preguntado si todos vosotros, como fotógrafos conocedores del lenguaje visual, tomáis imágenes de una manera distinta si vais de viaje.
Jonás Bel: Yo no me fotografío de una manera distinta. Es verdad que salgo en pocas fotos, en general. Aunque sí que me ha pasado que la gente se extrañaba mucho de que le pidiera que no sonriera. Automáticamente, lo que hacemos ante un móvil o una cámara es sonreír. Yo decía «tranquilo, no te preocupes, relájate y busca una postura cómoda». Pero lo que les sorprendía era que yo les pidiera que no sonrieran, y la gran mayoría, cuando veían la foto, decían «Joder, ¡es que salgo muy serio!». Pero salían perfectos, relajados, con su cara, disfrutando de la situación… No hace falta que tengas que sonreír.
Pero esa gente no ve la imagen, en su inmensa mayoría la gente no va a ver una exposición de foto, no tiene ese clic. Que hagan lo que quieran, yo no quiero ser una persona intolerante, pero me parece curioso que en una época en la que la foto tiene tanta importancia a nivel comunicativo, y que es tan fundamental para nuestro día a día, que no se haya hecho ese clic. Para mí es una cuestión de que no les hemos explicado, o no les han explicado, de qué va esto. Con mi compañera Virginia hay un salto generacional, y los saltos se van acortando cada vez más. Yo no sé si me estoy convirtiendo en alguien prematuramente viejuno, pero a lo mejor hay algún punto que no acabamos de entender respecto a gente de tu edad, y quizás nos estamos empecinando en algo que no es ningún problema.
Marta Soul: La tendencia es que prevalezca la cantidad por encima de la calidad. Pero creo que es un poco el sistema de consumo capitalista en el que estamos inmersos, en el que continuamente queremos renovar las cosas, probar todo lo que nos rodea. Conocer lugares nuevos, gente nueva, nuevos amigos, nueva pareja, nuevo teléfono… Incluso a nivel emocional. Como vivimos en este sistema de renovación constante de cosas, esto es paralelo: la cantidad de fotos que generas de ti mismo te hace sentir que te estás renovando. La tendencia es de consumo, una especie de fiebre, de aburrimiento por las cosas que permanecen. Las cosas van quedando en el olvido y van surgiendo cosas nuevas, experiencias nuevas… En las redes sociales la gente vende sus vidas, cuán interesante es lo que están haciendo. Yo me muestro poco en redes sociales en el plano personal, y sé que tengo que espabilarme con esto. Siento como un deber el mostrar las cosas que hago a nivel profesional, pero respecto a lo personal me parece una fiebre y una especie de instinto de renovación de todo por puro cansancio, porque todo caduca muy pronto.
Los fotógrafos profesionales nos hemos visto muy dañados por todo este boom de la imagen, ahora cualquier persona aficionada puede conseguir ser contratada por una empresa para que haga un encargo o lo que sea. Antes solamente trabajaban los profesionales. Así que yo, ahora mismo, creo en la fotografía de autor, y con la fotografía profesional me surgen dudas, porque ya no se está valorando como tal. La fotografía tiene sentido si la sostiene un discurso detrás, no si está bien hecha. Hacer una buena foto no es tan difícil: lo difícil es crear un discurso coherente, y llegar a decir cosas. Es a lo que los fotógrafos nos tenemos que agarrar si queremos sobrevivir. Yo, por ejemplo, hace años, cuando empezaba a hacer fotos, lo que me tocaba era revelarlas, positivarlas, la silueta me la creaba en el positivado… Era un trabajo artesano. Y ahora en un móvil es automático, esas técnicas ya no valen para nada. A mí me ha valido aprender a revelar, porque todo vale en esta vida, todo aporta, pero a nivel práctico, no. Se hace lo mismo con los móviles en un minuto. Todo eso ha caído en picado. Lo único que no te pueden quitar es la visión personal, es lo único que nos queda.
El trabajo que realizasteis fue con teléfonos, no con vuestras cámaras habituales. ¿Cómo os sentisteis? ¿Era más fácil para la gente aproximarse a ellos con un móvil? ¿Cambia algo?.
Miguel Ángel Tornero: Personalmente lo que sí noté es que en los últimos tiempos se ha ido generando una desconfianza hacia el fotógrafo. Antes te decían: «Ay, ¿cuándo sale?». Y ahora, sin embargo, enseguida recelan: «¿Esto para dónde va?». Porque, claro, si tienes su imagen cualquiera la puede manipular y ponerla en cualquier situación comprometida. Eso es muy fácil.
Luis de las Alas: Conmigo hubo pérdida de autoridad, sí. A mí me pasó con gente, que llegó allí y me soltaba «Me sacas fea y encima con un móvil y yo aguantando la cola y haciendo calor». Si el fotógrafo está con una cámara profesional te dirige más. Con el móvil te dejas, le haces más caso. Es una cuestión de imagen. De hecho, el otro día no sacábamos a casi nadie sonriendo, por elección propia. Los que hemos sacado sonriendo son descartes de alguna foto. Yo no tengo ningún problema con que alguien sonría, pero que todo el mundo llegue y quiera salir guapo y sonriendo, como una imagen de Naomi Campbell, Claudia Schiffer o de Antonio Banderas de anuncio de colonias, me parece un poco banal. Y estamos todos en eso, en los Facebook y los Instagram, parecemos todos un anuncio de colonias.
Virginia Rota: Yo me sorprendí con el teléfono, porque cuando me lo propusieron pensé que iba a estar con cámara dentro de un contenedor. Pero al final todos estuvimos con teléfono. Confieso que al principio pensé, casi de manera infantil, que era como un poco devaluar nuestro trabajo el darnos un móvil para trabajar. Lo medité varios días y al final acepté. Tiré fotos en Raw porque pinto bastante la foto, trabajo mucho el color y la luz luego, y me he sorprendido un montón con la calidad. Me parece hiperprofesional. Si mañana me voy y tengo que trabajar con el teléfono, puedo hacerlo igual que con la cámara. Quizá no pueda imprimir a tanto tamaño, pero, por lo demás, sí.
A mí lo que me preocupaba, al final, más que la calidad de la imagen, era perder el supuesto empoderamiento que te da una cámara, que te hace automáticamente ser fotógrafa. La gente que no te conoce de nada o no conoce tu trabajo te ve con un móvil, que ellos también tienen en el bolsillo, y se sueltan delante de ti. Yo sentía que había una posibilidad de pérdida de empoderamiento o de autoridad.
Pero sí, percibí como una desconfianza hacia el fotógrafo y, por otra parte, también cuando se confían, se confían muchísimo. Creo que coexisten las dos cosas. Con las fotos que hacíamos en los sets la gente actuaba de otra forma, porque sabían a lo que iban. Quienes tenían que ir «cazando», preguntando a la gente si quería salir en una foto, sí se encontraron con extrañeza. De todas formas, mi reto era trasladar mi lenguaje a este formato, porque yo vengo del paisaje, no del retrato. El móvil lo trasteamos mucho para ver qué posibilidades tiene. Al final la gente sí se sorprendió, porque cuando veían las fotos y el efecto de la luz del móvil, esa iluminación, flipaban. «Fíjate, y eso con un móvil».
Jonás Bel: La gran mayoría de la gente se hace fotos con el móvil, pero sí les sorprendió que un profesional fuera a hacerles las fotos también con un móvil. Yo empecé estudiando fotografía en el laboratorio, y era más bien normalucho. Pero con la cámara digital descubrí que esos conocimientos que había adquirido en el laboratorio los aplicaba mejor en el ordenador. Abandoné la película hace mucho tiempo y siempre he intentado especializarme en lo digital, pero atendiendo a los capados, a los revelados, a la manera antigua. Trasladar esos conocimientos al ámbito digital. He tratado de establecer mis fronteras. Pero me ha pasado una cosa con el móvil este de Samsung, he descubierto que puedo tirar fotos con JPG y también con RAW. Yo confiaba muy poco en el RAW, y puse esa opción exclusivamente porque tenía espacio de sobra, pensando que iba a tener que retocar con el JPG. Hoy las he retocado antes de venir y me he quedado alucinado, porque a mí no me paga Samsung, pero es verdad que impresiona cómo sacaba los RAW, y me he dicho «hostia, si me voy de curro y se me jode la cámara, este encargo puedo salvarlo con el móvil». Y eso es la leche. Podría salvar ese trabajo con los RAW porque te dan muchas más posibilidades, y puedes entregar unos archivos más que decentes a la revista o a quien sea. Eso hace poco era impensable. Lo que no sé es si el usuario normal va a tirar en RAW… A mí como profesional eso me parece sensacional.
Marta Soul: La verdad es que la gente que entraba estaba como muy dispuesta a recibir órdenes, y un poco intimidados por la situación, no por el móvil. Yo no estaba trabajando en calle, así que veían más o menos cómo trabajaba y se ponían nerviosos. La situación que envolvía el evento y ponerse frente a mí recibiendo órdenes directas les hacía sentirse un poco nerviosos, porque además contábamos con tiempo limitado. Yo suelo dedicar más tiempo a cada foto que realizo y eso me da pie a intimar más con la persona. Esto era más rápido, y eso que yo fui la más lenta de todo el equipo de fotógrafos.
Tus compañeros han coincidido en que se sorprendieron de la reticencia de la gente a salir seria en las fotos. ¿Te ocurrió a ti también?
Marta Soul: Ahí sí que puede tener que ver lo de trabajar con un móvil. El selfie es como la cámara de mano que usábamos antes de los móviles. La compacta. Con una cámara profesional no te sonreirían tan fácilmente, pero al verte con el móvil es posible que lo primero que asome sea la sonrisa. Como lo típico de «foto, foto». Todos intentábamos huir de ese tipo de fotografía Facebook. No queríamos sonrisas. Yo tuve varios que no paraban de reírse, y gente que no quería quitar la sonrisa. No va a ser una de mis fotos favoritas, pero, si no quiere, tampoco voy a obligarle. No se sentía capaz de salir en una foto sin sonreír. Las redes sociales tienen la culpa de ello, todo el mundo es siempre muy feliz por algo, y yo creo que eso es absurdo. El móvil ayudaba a que la gente quisiera retratarse para colgar después la foto en las redes sociales. Pero, vamos, la experiencia ha sido muy positiva y ellos, en general, muy obedientes.
Muy buena entrevista. Tienen frases para anotar. Como se lo pasan.
Gracias!!
Comienza tu día con una sonrisa; verás lo divertido que es ir desentonando con todo el mundo.
https://dametresminutos.wordpress.com/2015/01/16/sonrie-en-serio/
Lo de sonreír mientras te fotografían, he leído que viene de la primera campaña publicitaria que hizo Kodak: Keep smailing! -decía.
Un siglo más tarde seguimos atrapados en esa consigna.
Bien dicho, Irene. No viene de las redes sociales, se ha hecho siempre. Ahora quizás más con las redes sociales.
Igual que una pareja te relata un viaje como una experiencia genial, pero se divorcian a las dos semanas. Era mentira, fue una experiencia infernal.
O sea que no participamos de la revolución popular de millones, la criticamos con ojos de los años 90 por superficial. Igual que las establecidas revistas indies sobre tendencias musicales de hoy :/
Creo que es «viñeteado» (que salgan los bordes más oscuros), no «billeteado»
Buena entrevista!