Así era discreta como bella, y era la más bella del mundo, y lo es, si ya los hados invidiosos y las parcas endurecidas no la han cortado la estambre de la vida. (Miguel de Cervantes)
La cita que encabeza este artículo se puede encontrar en el capítulo XXXVIII de la segunda parte del Quijote, si se consulta una edición que no haya sufrido una corrección de acuerdo con las normas actuales. Cervantes, como otros autores tanto clásicos como modernos, padecía de leísmo y laísmo, además de otros males de los que atormentan a los puristas.
Luce ahí como amuleto, para ahuyentar almas mortificadas que llegaran aquí con intención de acusar de homicidas de nuestra lengua a los que se desvían del camino y para dejar patente que «si Cervantes levantara la cabeza» lo que más le sorprendería es que haya tanta gente cultivada. Y tanta gente, en general.
El conflicto de los pronombres personales está provocado por la tendencia a sustituir el sistema etimológico (basado en el de casos del latín) por uno que privilegia la distinción, por una parte, de persona de cosa y, por otra, de género gramatical. Una singularidad respecto a otras lenguas romances que, sin embargo, está en armonía con la emancipación general del castellano del sistema de casos del latín.
En un ejemplo de leísmo muy extendido en la península: «lo quiero» es entendido por un gran número de hablantes como referido a cosa, mientras «le quiero» les resulta más propio para persona. Esta necesidad del castellano de diferenciar gramaticalmente las categorías de animado e inanimado se percibe también en el uso de a delante de complemento directo, que ya tratamos alegremente aquí. Algunas teorías incluyen un tercer par de opuestos en el engranaje: diferenciación entre referente continuo (no contable) frente a discontinuo (contable) que explica mejor el sistema.
Hay evidencias de leísmo, laísmo y loísmo en nuestra lengua desde época muy temprana. Las teorías más difundidas sitúan el nacimiento del leísmo en la época de Mio Cid o al menos hay «ejemplos reveladores de un nuevo criterio, que menoscaba la distinción casual para reforzar la genérica» según Rafael Lapesa en Historia de lengua española, obra muy recomendable y amena. El laísmo es algo posterior al leísmo y menos extenso, aunque llega a ser predominante en algunos autores del Siglo de Oro. Por su parte, el loísmo ha sido siempre un fenómeno más excepcional, aunque también temprano. En cuanto a los culpables, de sobra es conocido que Castilla fue el origen de todos los males y que Andalucía se libró del contagio a pesar de la Reconquista, de tal modo que sirvió de cortafuegos para el español de América.
Son incontables los estudios gramaticales que han intentado hallar las causas que pudieron desencadenar estos tres fenómenos, ligados entre sí, y de sistematizar el complejísimo entramado de variedades, excepciones y contradicciones que presentan, propósitos siempre ambiciosos para algo tan caprichoso y tan proclive al guirigay como es el lenguaje.
Las gramáticas tradicionales tenían como objetivo principal el estudio, como modelo de imitación, de los textos literarios, que reflejan un segmento de la lengua poco representativo, y sin tener en cuenta las variedades dialectales, de modo que consideraban un sistema como válido y el otro una desviación del uso culto. Así, los defensores de un sistema (el de Castilla, llamado referencial) y otro (el del combinado «resto del mundo», llamado etimológico) mantuvieron una encarnizada lucha por el predominio de uno de ellos. Ya sabemos quiénes ganaron, pero hubo un tiempo en el que los divergentes tuvieron el marcador a su favor. Lapesa relata así las primeras ofensivas normativas de la RAE: «En el siglo XVIII la pujanza del leísmo fue tal que en 1796 la Academia declaró que el uso de le era el único correcto para el acusativo masculino; después rectificó haciendo sucesivas concesiones a la legitimidad de lo, hasta recomendarlo como preferible».
Los episodios más beligerantes de las guerras del leísmo, el laísmo y el loísmo son narrados por Rufino José Cuervo (1), quien hace inventario de todo lo aportado al tema —desde Nebrija hasta que alcanzó su conocimiento— con un tono resabiado muy de agradecer, porque sin duda tendría menos interés atender ahora a don Rufino José si hubiera sido aséptico en lugar de aportar sus sensaciones, sospechas y comentarios al relato.
Así, de Gonzalo Correas (autor de la audaz obra Ortografia Kastellana nueva i perfeta) dice, a propósito de sus argumentos a favor del sistema de Castilla que «levantan la sospecha de haberse dejado llevar el gramático del espíritu de provincialismo que, más que en ninguna otra parte, dominaba en Salamanca, donde él era catedrático. Por ese tiempo vivían en constante rivalidad, y aun en guerra abierta, los estudiantes del Reino, ó sea los castellanos, con los de naciones, como eran apellidados, cual si fuesen extranjeros, los andaluces, extremeños, vizcaínos y demás de las provincias».
Con el mismo recelo cuenta las ofensivas del bando contrario: «No faltó uno de naciones que asentase con igual certeza la doctrina opuesta: el P. Juan de Villar, jesuita, nacido en Arjonilla […] escribió muy de propósito, como teniendo entre ceja y ceja a Correas, que había algunas equivocaciones en el uso de los casos de los pronombres; que le y les habían sido siempre dativos para los españoles […] Y concluye con decir que no sabe con qué fundamento se apartan del buen uso algunos modernos».
Igual de inspirado retransmite otros muchos episodios de la competición pronominal, incluidos los avances de la Real Academia Española, que, como ya nos había dicho Lapesa, al principio iba con los modernos. Así fue al menos durante las tres primeras ediciones de la gramática académica. No fue hasta la cuarta, de 1796, cuando condenó el laísmo y el loísmo, aunque se mantenía en el uso de le para acusativo. En 1854 se produjo el cambio respecto al acusativo, que paso a ser lo, a propuesta de Vicente Salvá. En Esbozo de una nueva gramática de la lengua española —obra de 1973 cuyo prólogo avisa con mayúscula sostenida de que carece de toda validez normativa por ser un proyecto de la nueva edición de la gramática— la Academia dice que «ninguna acción lingüística parece más conveniente, en beneficio del orden y la claridad, que dar paso, en lo posible, a las formas etimológicas» apoyando esta afirmación en el hecho de que la lengua literaria evita el dativo femenino en la, las (en un giro inesperado de los acontecimientos, después de dos siglos de represión) y la sospecha de que su mucho uso en el Siglo de Oro se produjera «como reproducción acaso de la lengua coloquial» (aunque se da en todo tipo de textos, no solo dramáticos). En el mismo párrafo considera otros «desajustes más inofensivos» por «plebeyos» (loísmo) o muy minoritarios (leísmos de contacto como el vasco).
En el momento actual, en el que la Nueva gramática es mucho menos rancia en sus planteamientos y exposiciones que el Esbozo, la norma se ha adaptado a un sistema llamado en ocasiones «de compromiso» (desde luego mucho más comprometido con el sistema etimológico que con el referencial) en el que se tolera algún tipo de leísmo, concretamente el más extendido en la zona etimológica. Nocaut.
En definitiva, la norma hizo que el uso se limitara a lo coloquial y actualmente la norma lo desaconseja porque su uso es limitado y no es propio de la lengua culta.
Una vez relatadas someramente las fluctuaciones normativas y antes de abordar el estado de la cosa, conviene señalar que, independientemente de su aceptación o no en un determinado momento, el leísmo es el uso de le(s) en función de complemento directo y que este se puede dar en alguna de sus formas, aceptadas por la norma o no, tanto en la zona cero del leísmo como en la zona de predominio etimológico. El hecho de que algún tipo de leísmo sea considerado correcto o menos grave se debe precisamente a su difusión, pero apartarlo del sistema disidente enmascara su naturaleza. Esta observación está inspirada en una visión popular de la cuestión muy polarizada (nada sorprendente, vista la tradición erudita) basada el la dicotomía erróneo-correcto.
Para conocer el estado actual de la variación dialectal de los pronombres, con mayor profundidad que los breves apuntes que vamos a ver, es recomendable consultar los trabajos de Inés Fernández Ordóñez, académica de la RAE, que investiga estos fenómenos desde una perspectiva sociolingüística —enfoque también emprendido por la lingüista F. Klein-Andreu— mediante el análisis de datos del lenguaje tanto escrito como hablado, de todos los niveles socioculturales, teniendo en cuenta aspectos extralingüísticos antes no considerados.
El análisis de los datos orales permite diferenciar las áreas en las que se da cada confusión y revelar la existencia de sistemas pronominales peninsulares diferentes al del español general, que son fundamentalmente tres: el vasco, el cántabro y el castellano referencial (2). Asimismo, permite descifrar algunas incoherencias que se venían explicando por la tendencia a diferenciar referentes personales de no personales, que no aclara porque se da más en masculino, y género, que tampoco ofrece respuesta a todas ellas.
El romance de la variedad vasca extiende los pronombres del dativo le, les (que no distinguen género) a los objetos directos animados (tanto femeninos como masculinos). Se explica por el contacto con el euskera, en un proceso similar al que se produce en el español de América en contacto con el guaraní o el quechua, lenguas con sistemas pronominales distintos y que tienen en común la carencia de flexión de género. El leísmo vasco no obedece a las mismas reglas que las distintas soluciones referenciales ni a las del leísmo de las zonas etimológicas del resto de la Península. Además de leísmo (con referente animado) presenta duplicación de dativos y elipsis de acusativos (ejemplificada por Miguel de Unamuno: «Si por ahí habláis de un libro, os contestarán: «Ya lo he leído». Aquí con un «ya he leído» despachamos»).
Algunas teorías apuntan al leísmo del romance en el ámbito vasco, el más antiguo de todos, como origen de la extensión de le, aunque este hecho no explicaría por sí solo el sistema referencial, del que difiere sustancialmente, y tuvieron que intervenir otros factores y condiciones internas para favorecer la permeabilidad.
El cántabro prioriza la elección del pronombre según sea su antecedente continuo (no contable) o discontinuo (contable), distinción que tiene su origen en la influencia del asturleonés. En Cantabria y Castilla occidental el leísmo es para objetos directos solo masculinos y contables, tanto si son personales como no: «El libro le tengo, le veo (al niño)». No se da con no contables. Esto explica que el leísmo se generalizara con los referentes personales (siempre contables) pero no con los no personales, que pueden ser contables (en ese caso se elige le) o no contables (lo).
El sistema castellano es la evolución del cántabro eliminando totalmente la categoría de caso. Constituye un sistema dialectal paralelo, que se basa en las propiedades del referente atendiendo en primer lugar a la categoría de continuo o discontinuo y, si es discontinuo, al género y al número. Si bien no es unitario y presenta variantes internas y zonas de transición, el sistema referencial castellano se manifiesta con regularidad en la lengua hablada informal, mientras su presencia (salvo la del leísmo personal y masculino) se ve drásticamente reducida en contextos formales, tanto escritos como hablados. Es posible que muchos hablantes del área referencial ni siquiera se reconozcan en este sistema debido al reajuste al estándar. Para obtener registros amplios se recurre a los habitantes de zonas rurales y del estrato sociocultural más bajo, que conservan mayor fijación del sistema ideal de su zona. Se pueden consultar muestras de todos los paradigmas aquí.
Así pues, tenemos un sistema dialectal cuyo origen está en las raíces de la lengua, coherente con la eliminación de los antiguos casos latinos del castellano, persistente a pesar de la poca o nula tolerancia de la lengua estándar con la variación gramatical —y a pesar de conocer sus hablantes este estándar y renunciar a la variación en la lengua formal—, que ha evolucionado con un alto grado de fragmentación y que, aún hoy, no es estable a pesar de las intervenciones de la Academia. La condena del laísmo y loísmo ha conseguido en gran medida erradicar ambos fenómenos de la lengua escrita, pero no de la oral, lo que podría indicar que los hablantes no somos tan dueños de nuestra lengua como se suele decir, al menos sobre el papel, y que el prestigio del estándar normativo conduce a renunciar a rasgos dialectales. Sin embargo, la vertiente leísta —que goza de mayor prestigio y empuja a la ultracorrección ante la duda— sigue extendiéndose.
Tal vez el laísmo desaparezca también de la lengua oral —dicho esto sin aflicción alguna por parte de la que escribe— dejando cojo el sistema referencial sin que lleguemos a saber qué argumento interno motiva que una zona tan precisa del ámbito hispanohablante necesite distinguir entre hombres y mujeres, aunque siempre nos quedará el testimonio escrito de quien refleja en sus obras el habla coloquial:
No sé qué decirla, señora. Una servidora solo sabe cosas sueltas. El señor inglés, cuando ha bebido de más o está cachondo, con perdón de la palabra, siempre habla de un cuadro. Si hay relación o no la hay, servidora no lo sabe, pero se lo comento por si a la señora la sirve de referéndum. (Riña de gatos, Eduardo Mendoza, Premio Cervantes 2016)
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Notas:
1. «Los casos enclíticos y proclíticos del pronombre de tercera persona en castellano», Romania.
2. Fernández-Ordóñez, Inés (2011): «Nuevos horizontes en el estudio de la variación gramatical del español: el Corpus Oral y Sonoro del Español Rural».
Pingback: Leístas, laístas y loístas: cómo conocerles y entenderles
El artículo está bien. Muestra que hay detrás un buen trabajo de investigación y síntesis. Está bien redactado, pero tiene un fallo a mi modo de ver importante: no utiliza apenas ejemplos de lo que explica. Incluso hasta una obra relativamente árida como el Esbozo de una nueva gramática, mencionada en el artículo, utiliza constantemente ejemplos para acompañar las explicaciones. Con lo cual este artículo será difícil de entender por muchos y su mensaje no llegará.
Es posible que tengas razón, Carlos. Siempre prefiero no subestimar al lector y no hacer explicaciones con marionetas, pero, ahora mismo creo que tienes razón.
Las comas del «pero» si son un patinazo. Perdón por el retraso.
Coincido en la opinión de Carlos. No soy ningún lingüista de pro, ni mi fuerte, pasión o sustento son las letras; vine al artículo simplemente por curiosidad y ganas de saber. Pero a falta de ejemplos y como las zonas donde más se dan esos giros del habla (o como los quieran llamar) me son muy lejanas… Pues en gran medida me pierdo y me da la sensación que el artículo se queda a medias para mi; aunque reconozco sin duda que en general en un gran trabajo (de documentación, de redacción…). Saludos
Lo que no me queda claro es si los dos leísmos del título del artículo la autora los ha cometido intencionadamente o no.
No te queda claro que en un articulo de leísmo dos leísmos tan evidentes sean intencionados o no. Tampoco que hayan pasado la corrección de la revista intencionadamente o no, supongo.
Pues nunca lo sabremos porque ahora ya podría estar disimulando.
Pero que no sea por falta de una explicación: Efectivamente soy leísta, no muy acusada, pero es lo que tiene aprender a hablar en un entorno lingüístico con sus propias reglas, que asimilas ese sistema antes de aprender gramática y lo interiorizas. Después aprendí gramática e incluso latin (aunque no se puede decir que fluido) y sé evitar un leísmo. Me resulta muy fácil escribiendo (aunque alguna vez consulto según qué tipo de verbo) y, por supuesto, en un medio que se dirige a cualquier tipo de hispanohablante, lo evitaría. Hablando coloquialmente entre amigo s no reparo en ello, a veces me doy cuenta de que lo cometo, igual que lo detecto en interlocutores, la televisión e incluso escrito.
En fin, aunque el juego de palabras era evidente, sabía que habría mucha gente que me corregiría sin leer (me parece imposible que leyendo se crea que es casual). Y esa era la finalidad: que no pudierais conteneros.
Lo bueno que tenemos los semi-leístas reconocidos (¿está reconocida esa figura?) es que no sabemos si era intencionado o no :) Una pena, y yo que me había metido en los comentarios para comentar y criticar a to’ quisqui antes de leer el artículo.
Algún andaluz, pasados unos años viviendo en Madrid, comienza a dudar sobre el pronombre correcto en ciertos casos (lo digo por mi novia, a la que suelo consultar -y ella corregirme- cuando tengo dudas sobre mis malhabladurías).
El artículo genial, faltan ejemplos para que los sufridores de estas deformaciones lingüistas aprendamos, pero entiendo que la finalidad del texto no era didáctica sino informativa.
Yo hubiera puesto uno con «le», otro con «lo» y otro con «la» y así cubres los tres casos y ya le rompes el cerebro al lector por completo. Algo así como:
«Leístas, laístas y loístas: cómo conocerles, com entenderlas y como aceptarlos.»
Me hubiera encantado :)
«Leístas, laístas y loístas: cómo conocerles y entenderles».
Querrá decir «conocerlos» y «entenderlos».
Es usted también leísta, querida Yolanda. Además, su leísmo no está «permitido» por la RAE, que solo acepta el masculino singular («le» en vez de «lo», y solo cuando se refiere a un hombre).
Creo que si la autora fuese tan manifiestamente leísta lo habríais notado mucho más tras leer el cuerpo de texto del artículo que no por un simple subtítulo (y, a menos que me equivoque, en absoluto es el caso). Así que, por lo menos a mi, me pareció obvio que ese subtítulo era un juego de palabras a propósito como un guiño al asunto que iba a tratar a continuación.
Conocer-LOS y entender-LOS
Basta ya. Ante el leísmo, loísmo y laísmo: tolerancia cero.
Después que si los andaluces y bla bla…
El leísmo se considera totalmente correcto incluso en el habla culta cuando se refiere a una persona de sexo masculino,cuando se usa tratamiento de cortesía(da igual que se refiera a hombre o mujer) y en la pasiva-refleja(único leísmo que se ve con frecuencia en América ya que en latín se hacía con dativo y pasó así al castellano).Es decir,solo es incorrecto cuando se refiere a personas de género femenino con tratamiento informal. Hay un pequeño matiz con «les» ya que cuando se usa en tratamiento informal,aunque correcto para el género masculino,se recomienda intentar no usarlo(el resto de las formas aceptadas son tan correctas como las no leístas).
Si no le importa, algunas precisiones:
1. Con respecto a «Cervantes, como otros autores tanto clásicos como modernos, padecía de leísmo y laísmo», parece improbable. Cuando Cervantes escribía no podía padecerse de tales males porque no estaban diagnosticados por los gramáticos. Dicho de otro modo: a los gramáticos (más o menos normativos) no les interesaban esas cuestiones ni el uso de LO, LE, LA y sus respectivos plurales les preocupaban mayormente.
2. Con respecto a «Hay evidencias de leísmo, laísmo y loísmo en nuestra lengua desde época muy temprana», parece igualmente improbable. Hay evidencias del uso de LE, de LA o de LO para tales y tales funciones, referencias genéricas, etc., pero no exactamente leísmo, laísmo y loísmo, que son consideraciones descriptivas o normativas de los fenómenos de uso lingüístico.
3. Convendría, y mucho, que hubiese aclarado que el trabajo de Cuervo que menciona es de 1895. La fecha es importantísima… y si lo hace con el otro estudio citado.
4. No resulta fácil encontrar norma en los textos gramaticales de Correas (1626 y 1627), gramático en general bastante tolerante y poco prescriptivo.
5. Como ha dicho Carlos, hay demasiada «teoría» sobre la lengua y poca lengua, poco uso de la lengua. El texto trata de ser exhaustivo y consigue hacerse poco cooperativo, escasamente lecturable (¡perdón!). Si un profesor de lengua en 2º de bachillerato o en una facultad de letras se explicase así, ahuyentaría vocaciones (en el supuesto de que las tuviese en su clase).
6. Casi ninguna condena ha conseguido erradicar usos de la lengua. Se echa el sermón a los que van a misa (léase: leen textos normativos), pero la mayor parte de las personas (léase: los hablantes) no lo hace, y sigue hablando como le es usual. Muy probablemente, en esto de LE, LA, LO pase lo mismo: no conviene olvidar que el «habla coloquial» es «el habla».
El uso de esos pronombres de esa forma se llaman leísmo, laísmo y loísmo independientemente de que se consideren correctos o no. Habría sido impreciso que dijera que Cervantes era leísta o laísta, que se suele usar para denominar a las personas que usan ese sistema no normativo de forma predominante, porque variaba su uso (como también ocurre ahora), pero decir que lo cometía o padecía (como licencia) es correcto.
La apreciación sobre Correas es de Cuervo, a mí no me parece acertada, creo que tenía otras motivaciones, pero es indiferente, solo sirve para relatar diferentes posturas históricas.
No quisiera eternizarme ni eternizar a otros en esta cuestión, en el fondo bastante baladí tal y como están las cosas ahí fuera.
1. Es sutil y no sé si voy a alcanzar a decir lo que quiero; no me va a ser fácil hacerme entender, lo siento; pero lo voy a intentar. De las definiciones de leísmo, laísmo, loísmo del DRAE último (o de la NGLE, tanto da para este asunto), tomo una a modo de ejemplo:
“leísmo.1. m. Gram. Empleo de las formas LE y LES del pronombre átono para el complemento directo, en lugar de las formas LO, LA, LOS y LAS”
Ahí está, a mi entender, la clave: si algo se usa “en lugar de” otra cosa es porque ocupa su lugar “natural” (permítame la licencia), se mete en su terreno, que le es impropio. Ahora bien: ello debe hacer suponer que hay una forma en cierta medida preferible para ese espacio (LO, LA, LOS, LAS para CD) y una forma vicaria (LE, LES) que ocupa un lugar que no propiamente es el suyo. Y ahí está, velada, la norma, la adopción tácita de una postura: no se dice:
“Para tal hueco o función (en nuestro caso, la de CD) el español presenta variación: se usa o bien LO, LA, LOS, LAS, o bien LE, LES, según circunstancias diversas (hablantes, zonas, registros, etc.)”
lo que resultaría neutro, sino esto otro:
“Para tal hueco o función (en nuestro caso, la de CD) se usa LO, LA, LOS, LAS. Hay variación en la lengua y en consonancia con ello algunas personas sustituyen esa forma [de referencia; ¿y preferible, neutra, aceptada…?] por otra diferente, a saber, LE, LES”
De este modo, ese uso queda marcado.
2. No (me) queda claro de su respuesta la sutil diferencia entre, por ejemplo, LAÍSMO, donde –según usted– no se esconden aspectos de corrección o su contrario, y LAÍSTAS, que serían “las personas que usan ese sistema no normativo”. Quiero decir: el laísmo lo hacen los laístas; y los laístas hacen laísmo, creo: o ambos o ninguno adquieren naturaleza normativa.
Por mi parte, entiendo que LAÍSTA es el que “comete” (acepciones 1. [“cae en culpa, yerro o falta”] y 2. [“usa una figura retórica o gramatical”] del DRAE) LAÍSMO. LAÍSMO es un fenómeno lingüístico y LAÍSTAS, sus usuarios: o en los dos o en ninguno se esconden aspectos de corrección… o de mero uso.
A esto es a lo que quería referirme cuando insinuaba que Cervantes no padecía leísmo ni laísmo, y ello porque los fenómenos no habían sido diagnosticados, ni definidos, ni mucho menos marcados por algún tipo de “autoridad” gramatical. Cervantes usaba (aunque no en pie de igualdad, al menos desde el punto de vista de la frecuencia) para CD masculino, según y cuándo, LO, LOS, LE LES; para el CI femenino, según y cuándo, LA, LAS, LES. Y así sucesivamente.
3. Lamento ciertos comentarios extemporáneos. Y espero no haberla incomodado.
PS Finalmente: Yo no habría escrito esto: “El uso de esos pronombres de esa forma se llaman leísmo, laísmo y loísmo”, sino esto otro: “El uso de esos pronombres de esa forma se llama [en singular] leísmo, laísmo y loísmo”. Claramente es una errata sin ninguna importancia, pero ninguna.
Aunque no estuviera diagnosticado, una vez que ya tenemos un nombre para entendernos las personas, entenderá que es más fácil que yo escriba que padecía de leísmo y laísmo que «Cervantes usaba (aunque no en pie de igualdad, al menos desde el punto de vista de la frecuencia) para CD masculino, según y cuándo, LO, LOS, LE LES; para el CI femenino, según y cuándo, LA, LAS, LES. Y así sucesivamente» . Sobre todo teniendo en cuenta que el porqué lo usaba está ampliamente desarrollado en el artículo.
Si usted lo dice…
Yo no pretendía que usted escribiera nada en concreto; escriba lo que guste y como guste, ¡solo faltaba! Lo entiendo perfectamente (no lo que escribe, sino que lo haga).
Tal vez en efecto, como dice, sea más fácil lo que ha escrito (la facilidad es, como casi todo, relativa), pero: (i) la facilidad no necesariamente conduce a la verdad, ni la describe; (ii) la facilidad (como ya se le ha señalado en otros comentarios) no es precisamente una cualidad de su «aportación»: podía haberla extendido por doquier.
Por otra parte, según entiendo, el foco no estaba en las denominaciones de los fenómenos, sino en su consideración socio-gramatical (correcto/no correcto; marcado/no marcado). Lo primero existe desde cuando sea en la lengua; lo segundo, desde tiempos bastante posteriores.
Como ya escribí antes, no voy a eternizarme en esto. Siga así.
¿Cuando dice » la facilidad (como ya se le ha señalado en otros comentarios) no es precisamente una cualidad de su “aportación”: podía haberla extendido por doquier » se refiere a que podía haber extendido la «aportación» por doquier o a que podía haber extendido la facilidad (inexistente) de mi «aportación» por doquier?
Si es lo segundo, no entiendo que pueda extender una cualidad inexistente. Si es lo primero: ¿doquier cuánto es en campos de fútbol?
En cualquier caso, la frase es imprescisa.
¿Usted cuál cree que es la respuesta a la pregunta que hace el principio de esta intervención suya?
Pues ha acertado, tanto si extiende su aportación por doquier (no es deseable que lo haga; lo de los campos de fútbol es como el peso de los elefantes: una medida relativa y, probablemente, incomprensible), como si extiende la facilidad (a la que usted se refiere en su comentario de las 0:18), no inexistente, sino escasa, a toda la aportación. Como guste, sinceramente.
Por último: mi frase no puede ser «imprescisa». En todo caso, podría ser «imprecisa». Estas erratas…
Ya lo dejo. No quería incomodarla, de verdad. No se enfade.
This is the end.
¿Cómo puede saber que he acertado si ni siquiera he hecho una apuesta? ¿Cómo que la facilidad es escasa y no inexistente, si a las 9:21 dijo que no era una cualidad de mi aportación y no que fuera una cualidad escasa en mi aportación? ¿En qué quedamos?
¿Cuando dice que no quería incomodarme se refiere a que actualmente sí lo quiere? ¿Por qué? ¿Qué le he hecho yo?
Aunque me ordene, no sé con qué autoridad, que no me enfade, la verdad es que me está costando, porque yo he sido muy correcta en todo momento.
En mis tiempos escolares no aprendíamos gramática española (perdón, antiguamente no existía el miedo a usar la palabra «español») ni reglas ortográficas. A pesar de ello, no recuerdo haber cometido más de 5 ó 6 faltas en el curso de Ingreso (el dictado era diario). Pero sí recuerdo que las personas sin estudios o que únicamente sabían leer y escribir eran quienes cometían esos «ismos». Actualmente los estudiantes de secundaria estudian una gramática que parece física nuclear, aprender cosas increíbles. Y sin embargo su capacidad de expresión, tanto oral como escrita, deja mucho que desea. Hoy en día, «gracias» a la tele, nadie usa el verbo oír, y es frecuente tener que soportar oír cómo alguien «escuchó una explosión». Después de eso, o del anacoluto «yo me parece», los «ismos» hacen gracia. Pero sigo pensando que son más propios de personas con falta de lectura y con pereza mental.
Bravo. Por fin alguien lo expresa con claridad. Es una epidemia el uso del escuchar en lugar de oír. A todas horas y en todas partes. No le escucho bien, se me escucha desde ahí? Es que no hay alguien, en las emisoras de radio o tv o en los periódicos, que pueda corregir estos continuos errores?
En mi modestia opinión, no se aporta nada nuevo, se limita a recoger más de lo mismo. Con todos mis respetos, la ausencia de una crítica a los conceptos de «norma» y «sistema», (dos códigos diferentes que no se condicionan mutuamente ni se corresponden entre sí) y la ausencia de una interpretación semántica no permiten vislumbrar, ni de lejos, otros puntos de vista que a lo mejor sí pueden echar algo de luz en el asunto. Le sugiero que lea a Ramón Trujillo y lo incorpore rápidamente a este artículo. Perdone esta larga cita para acabar de este extraordinario lingüista: «En el sistema, es decir, en la gramática, no hay más que eso: ‘complementación interna’ / ‘complementación externa’. En el uso, por el contrario, todo depende de como se vea “culturalmente” (es decir, de como “se acostumbre” a ver), la relación verbo-complemento, de manera que unos dirán “los prefiere”, aproximadamente como si dijeran “prefiere los amigos”, y otros, “les prefiere”, de una manera semejante – no igual – a lo que significaría con “prefiere a los amigos”, expresiones éstas de significado diferente (1) por tal razón, ya que lo, totalmente integrado en el ámbito semántico del verbo, “sugiere” una segunda complementación (como si se hubiese pensado “prefiere los amigos a los colegas), en tanto que le, que significa la complementación externa e individualizada, señala el término más lejano (2), o, si se prefiere, aleja la intuición del referente.» http://hispanoteca.eu/gram%C3%A1ticas/Gram%C3%A1tica%20espa%C3%B1ola/LE%C3%8DSMO%20LO%C3%8DSMO%20LA%C3%8DSMO%20-%20Enfoque%20sem%C3%A1ntico.htm
Ya soy muy mayor y durante toda mi vida he querido saber cómo se distinguen estas cosas, pero no lo he logrado. Claro, soy de Cantabria. Me parece de cajón que si una cosa es más racional sea respetada, sin obligar a nadie a utilizarla, pero no tildándonos de aldeanos por dejar claro a qué nos referimos cuando decimos la. Aunque es verdad que decimos cosas como su sin determinar el género. Resulta lamentable que -siendo las lenguas tan arbitrarias- algo sea correcto o incorrecto refiriéndose al caso en latín del que proviene, que no existe en español, o al uso mayoritario o la etimología. Por mal que suene al oido no acostumbrado, la dije se refiere a ella, sin ningún género de dudas. Lo que hace que sea más preciso que le dije. No hace falta que quienes hablan tan correctamente se olviden de las etimologías o las declinaciones, simplemente que acepten que los demás no distingamos un caso de otro ni el objeto directo del indirecto ni los verbos transitivos de los intransitivos y que no llevemos el Corominas colgado del pescuezo.
La mayoría de leísmos, loísmos y laísmos pueden evitarse fácilmente pasando la frase a pasiva. Por ejemplo, en el caso que usted menciona, supongamos que la frase completa fuera: «A María la dije que se diera prisa». Componga una frase con «Objeto+ Ha Sido + Participio + resto «. En este caso: «María ha sido dicha que se diera prisa». Como ve, no tiene sentido, María no puede ser dicha, suena fatal, lo que nos indica que María funciona, por lo tanto, como complemento indirecto, es decir, que no deben emplearse en esta frase LA/LO sino LE. «A María LE dije que se diera prisa». Es un método que empleo desde siempre cuando me surge alguna duda sobre esta cuestión. Como ve, no es necesario entrar en consideraciones más profundas, simplemente «…HA SIDO…». Otro ejemplo: «A Manolo le metí en un avión destino a Venezuela». Creamos la frase pasiva: «Manolo ha sido metido en un avión con destino a Venezuela». Como ve, la frase tiene perfecto sentido, lo que nos indica que el verbo meter es transitivo, y Manolo es un complemento directo, es decir, requiere LO/LA: «A manolo LO metí en un avión con destino a Venezuela». Resumiendo, si la frase pasiva tiene sentido, se requiere LO/LA, y si no lo tiene, requiere LE. Así de fácil.
Gracias, que ya me estaban volviendo loco ¡joder!
Teines toda la razón. En Cantabria se podría decir que el leismo es totalmente «correcto», pero nuestra pequeña comunidad de hablantes nos lo impide.
Solo dejamos de ser leistas durante los examenes de lengua en el colegio. El resto del tiempo somos leistas. Los maestros son leistas y no perciben el error, los profesores son leistas, los políticos son leistas, los medios de comunicación son leistas, los carteles publicitarios del comercio local y no tan local son leistas. Pero vale. En Madrid no se dice así, así que hablamos todos mal.
En Madrid también somos leístas, victimistas.
Ole de artículo. me lo he leído todo. Ole
Ole de artículo. me lo he leído todo. Ole de bien.
A mí me da igual en la mayoría de los casos, pero hay otros que me asombran. Cuando alguien me dice «la pegué un cachete» y se refiere a la insoportable de su hija, no sólo tengo cierta solidaridad culpable con su violencia impotente de madre desbordada de bordeces e imposibilitudes, sino que siento pena por la pobre criatura, que en lugar de un simple bofetón bien o mal merecido sufre una dolorosa adhesión a no se sabe qué, pero nada bueno. La pregunté a la niña si la dolía pero se la dio por hacerse la loca, no me le quería responder. No es cosa de vida o muerte, pero algunas de las variantes pronómbricas son más sencillitas que otras, y suenan como que más molonas.
Como complemento a toda esta cuestión, se me ocurre utilizar este artículo y sus comentarios como argumento en contra de los actuales programas curriculares de Lengua de E.S.O. y Bachillerato, particularmente en lo que afecta a la enseñanza de la sintaxis, campo en el que los profesores de esta materia nos batimos el cobre para hacer entender qué es y no es lo correcto en este punto de los -ísmos, vinculados con el complemento directo e indirecto. Decididamente estoy en contra de la enseñanza de la sintaxis, porque es un campo lingüístico que no ayuda -como creen muchos profesores- a utilizar mejor las estructuras. Si partimos de este galimatías (en relación con las variedades geográficas en el uso de la lengua, como queda bien indicado en el artículo) es difícil que el empeño de un profesor obtenga éxito alguno en cuanto a que el alumno utilice correctamente estos pronombres (yo soy un purista en este sentido). Pero el curriculum de ESO y Bachillerato, en esta y otras materias, peca de excesivamente conservador y está siempre sometido a una inercia institucional que afecta a todo el sistema educativo. Interesante artículo, sin duda. E interesantes comentarios. Saludos.
Como andaluz yo diría: Cómo conocerlos y entenerlos. Usted lo dice porque será de más allá de Despeñaperros. A mí me resulta insufrible. Coincido con las chanzas y críticas de Borges al malsonante leísmo
Vale. Si hay algo insufrible es el andalú para el resto de hablantes españoles.
¿Castilla el origen de todos los males? ¿Y Andalucía el cortafuegos? ¿Y dónde está el foco del incendio? Soy castellano, de Tierra de Campos y me molestan las chanzas y el aire de superioridad de los practicantes de otras modalidades de habla respecto de la mía. Yo nunca me he burlado de los que no pronuncian la ll o del ceceo o del seseo, ni considero superior mi habla a la de ellos.
El castellano eliminó el caso en todos los nombres, en todos los adjetivos, en todos los pronombres. ¿Y pretendemos conservarlo solo en el pronombre personal de tercera persona? El artículo pone el foco en el pronombre personal de tercera persona y se olvida del resto de la lengua.
Yo no tengo conciencia de caso. Yo no distingo en mi lengua el acusativo del dativo. Yo no sé, ni me sirve para nada saber, si saludar o animar, por ejemplo, rigen complemento directo o complemento indirecto. ¿Tengo que estar continuamente volviendo la oración por pasiva? ¡Pero si la pasiva hace rato que desapareció… (excepto la refleja)!
El artículo está lleno de erudición, que me interesa y admiro, pero no observa la mala integración en el conjunto de la lengua de ese «Me vio, me regaló flores; te vio, te regaló flores. Pero ¡ojo!, lo vio, le regaló flores; la vio, le regaló flores». Es imposible que sea estable ese paradigma, carente de analogía con los otros pronombres personales, el de primera y el de segunda persona. Me sorprende que el artículo no aluda en ningún momento a estos otros pronombres personales, y que no aluda al resto de la lengua.
Pero, bueno, toda reflexión es buena. Yo admito, con respeto, todas las variantes, mientras nos entendamos. El ideal de la lengua absolutamente correcta no sé si existe. Yo no lo poseo, tengo mis problemas, y respeto al resto de hablantes de mi lengua. Me gustaría que me respetaran también a mí.
Pídale usted a un andaluz que pronuncie «efervescente», je, je.
Hay un leísmo de cortesía en América: «No le ví (a Usted)», «Espéreme, le acompaño.»
Y ¿en todos lados? hay fluctuación en verbos como «ayudar».
Y en la subvariedad de castellano chilote que habla mi papá hay un lo invariable para complemento directo masculino y femenino: «- ¿Y tu bota? – Lo perdí.» Como también aparece en el habla de mapuches bilingües y monolingües en castellano, se cree que podría proceder del mapudungun, en que la tercera persona se marca con el sufijo -fi sin indicar género: lelifimi = lo/la miraste.
Desde el extremo opuesto de este gran portaaviones que es el territorio del español, desde la Castilla más profunda y leísta, solo siento veneración y respeto hacia esa variante chilota, Conocía a los mapuches, pero es la primera vez que he leído, en usted, el nombre de su lengua, mapudungun. Siento fascinación hacia estas lenguas, como el quechua, el guaraní, y todas, sobre todo cuando conviven con el español en el cerebro y en el corazón de millones de hispanohablantes bilingües.
Por supuesto, en mi competencia lingüística también fluctúa «ayudar», como tanto y tantos verbos.
Agradezco sus palabras. Sí, son lenguas fascinantes. El mapudungun («la lengua del territorio») fue la lengua principal de mis antepasados mapuches y españoles (algunos con el apellido Gallardo) durante unos dos siglos y dejó una huella muy profunda en el castellano chilote. Es un idioma muy diferente y, al igual que las lenguas quechuas, tiene una gramática aglutinante muy transparente (los sufijos mantienen sus formas y es fácil reconocerlos), por lo que muchos hispanohablantes nos enamoramos de sus posibilidades.
Como anzuelo para investigar más, dejo el saludo de despedida corriente, que es «pewkalleael». Se forma con el verbo pe-, ver y los sufijos -w = recíproco, -ka = repetitivo, -lle = enfatizador, -a = futuro y -el = «participio pasivo». Así que una traducción aproximada sería «hasta la próxima vista mutua», pero no hay manera corta de traducir -lle, la intención de que ocurra.
Pewkalleael!
Emocionante el compartir apellido.
PEWKALLEAEL!
«Ojalá» hasta la próxima vista mutua.
Más que opinar sobre el artículo en cuestión, el cual me ha dejado reflexionando respecto a su contenido por ser un asunto que varias veces he pensado y que me ha dado herramientas para aterrizar posteriormente en una conclusión relacionada con el uso de la, le o lo,en mi ámbito cotidiano (soy mexicano), quiero resaltar que los comentarios sobre el artículo y algunas disertaciones que se han hecho sobre el mismo, me han parecido muy interesantes y me ha llamado la atención que pese a las diferencias de opinión, el debate ha estado a la altura de personas civilizadas y esto es estimulante y formativo ya que al no hacerlo con agresiones u ofensas por las diferencias emitidas, invita a otros, como es mi caso, a investigar más y por lo tanto a aprender más. Empezando por la autora del artículo «provocador», gracias a todos los que participaron en la discusión.
El hecho de que en Galicia jamás empleemos el laísmo, y seamos principalmente leístas y algo loistas quiere decir que empleamos mejor la gramática porque el castellano no era nuestra lengua??? Es lo que deduzco de estas líneas…
El laismo es una evolución de la lengua.
A los sureños nos chirría mucho. ¿Qué decir de la traducción de Proust que hizo Pedro Salinas? Casi me sangran los oídos.
Enhorabuena por el artículo
Puedo entender que la gente de hace siglos fuese leístay lo que quieras, tanto cultos como incultos, pero en el siglo XX o XXI ya no lo entiendo. Es que los profesores de los colegios no corrigen a los niños para enseñarles a hablar bien ?
A mí sí que me corrigieron cosas que decía como se dicen en mi familia, pero me enseñaron a cuando hablo en sociedad lo tengo que hacer de una manera correcta.
¡Gracias!