Llamas por teléfono a tu tío, tu abuela o tu primo, preguntas qué tal y te contestan siempre lo mismo: «Cada vez hay menos gente en el pueblo, ya no quedan niños en la escuela, la calle está vacía…». De hecho, hay gente que ni llama. Cada vez son más las generaciones de españoles que no tienen un vínculo directo con el pueblo de sus antepasados. Hay una España que está desapareciendo y no parece importarle gran cosa a nadie. Solo nos acordamos de ella cuando truena, como cuando tras las últimas elecciones mucha gente le ha echado la culpa a «los viejos de los pueblos» de los malos resultados de electorales de la izquierda. La España por debajo del valle del Ebro, excluyendo el litoral y Madrid, es una España ignorada en general, a la que se odia oportunamente y de la que en realidad poco se sabe.
Sergio del Molino, periodista, ha publicado este año el ensayo La España vacía (Editorial Turner) sobre la situación y trayectoria de las regiones más deshabitadas de nuestro país, algunas con densidades de población siberianas, como el sur de Aragón y la Castilla oriental. «Siempre me ha fascinado el erial», comenta al preguntarle qué le motivo para escribir sobre este asunto. «Desde que empecé a trabajar como reportero en Zaragoza y descubrí que esa extensión donde vivían cuatro gatos estaba llena de historias a las que nadie prestaba atención, vi un filón periodístico que nadie apreciaba».
Esta conversación trascurrió justo después de las últimas elecciones y era menester comentar las alusiones a «los viejos de los pueblos» que llenaron las redes sociales para justificar los aparentemente buenos resultados del PP —puesto que aún no ha logrado gobernar a día de hoy—, que demostraban el desconocimiento que hay de estas áreas rurales: «Son muy injustos los comentarios, porque ese mapa azul que llena las circunscripciones del interior peninsular no significa que la gente —efectivamente, más envejecida que en la España urbana— de esos lugares haya votado unánimemente al PP, sino que el sistema electoral, con su división por circunscripciones, distorsiona el reparto de escaños y hace imposible la proporcionalidad en las regiones despobladas. Dicho de otra forma: no es que todos voten al PP o que voten al PP en una proporción mayor que en las ciudades, sino que cualquier opción que no sea el PP tiene mucho más difícil lograr escaño porque el sistema se comporta como mayoritario y no proporcional, y en lugares como Soria o Teruel deja fuera del parlamento el 40% de los votos, mientras que en Madrid no llega al 3%. Y eso que a Unidos Podemos no le ha ido tan mal en la España vacía: ha logrado escaños en circunscripciones de tres diputados, como en Huesca, algo impensable hasta ahora para un partido que no fuera PP o PSOE. Hay que tener claro que el PP agranda su mayoría con la distorsión del voto rural, sí, pero que este ni es unánime ni serviría de nada si el PP no fuera antes mayoritario en la España urbana y joven».
El libro comienza analizando los porqués de esta animadversión recíproca entre el campo y la ciudad, no exclusiva de España, pues se da en todas las latitudes. Por ejemplo, en Gales, cuenta, hubo un periodo entre los setenta y los noventa en el que las casas de los veraneantes en el lugar eran quemadas. La campaña duró doce años y aún el misterio sigue sin resolverse. Dejaron de hacerlo tan misteriosamente como empezaron. No se sabe quién fue ni qué le motivo, pero el autor de La España vacía se inclina por que eran aldeanos que iban por libre, movidos por el odio individual. Algo parecido a Perros de paja de Sam Peckinpah.
Para Sergio del Molino estos desencuentros se deben a una cuestión atávica de heterofobia —en ciencias sociales miedo a lo distinto, al otro—. El nosotros y el ellos. Aunque hoy en día, señala, hemos sustituido las lealtades tribales por «afinidades cambiantes y sutiles que son sucedáneos de la tribu», tales como, por ejemplo, la música y sus géneros, así como en el caso evidente del fútbol. Los medios de comunicación, especialmente la televisión, han igualado a los habitantes de las grandes urbes y de los pueblos. Y con internet lo que ocurre en el extranjero ya no llega antes a la ciudad. Pero hace no tantas décadas como pudiera parecer, en los pueblos vestían diferente. Solo ahora todos nos diferenciamos de la misma manera, con los abalorios contemporáneos como la música que llevamos en el coche, el festival al que vamos en verano, un equipo de fútbol y alguna que otra tontería más.
Y nunca fue así. En este libro aprendemos que los árabes y los romanos sublimaban a la ciudad y despreciaban el campo, que solo servía para abastecerla. Un ejemplo es que los españoles en América, según el autor, se limitaron a levantar ciudades de las que luego no salieron. No tenían ni idea de lo que había en la selva, sostiene.
Un caso paradigmático y ejemplo curioso que cita es el del origen de la palabra «tenedor» en lengua española. En catalán es «forquilla», en inglés «fork», en francés «fourche», en italiano «forchetta»… ¿Por qué en español no se denominó a este entonces moderno utensilio con el nombre de la herramienta rural —«horca», en castellano; en latín «furca»— como hicieron las lenguas romances que nos rodeaban? Dice Sergio del Molino que porque en nuestra sociedad renancentista no soportaban que su objeto de uso cotidiano se llamara igual que un apero de labranza.
Escritores como Gustavo Adolfo Bécquer escribieron sobre España como un país exótico. Sobre su propio país. Y ya antes Cervantes ridiculizaba el paisaje, entiende el autor, y los españoles, que se avergonzaban del erial ¡pillaron el chiste! Los estepeños lo entendían y les hacía mucha gracia.
Según me explica: «Aunque la leyenda negra, desde la Inquisición hasta hoy, parece un invento europeo, la literatura española ha sido mucho más cruel y cínica. En ninguna otra tradición cultural de nuestro entorno la crueldad tiene tanto prestigio intelectual como en España ni se asocia tanto a un rasgo de inteligencia como aquí. A menudo, leyendo a los viajeros románticos, se tiene la sensación de que, a pesar del orientalismo y del exotismo con el que tratan al país, hacen más esfuerzo que los autores españoles por conocerlo. Es significativo que buena parte de la mejor literatura de viajes que se ha escrito sobre España sea obra de franceses e ingleses. Los autores españoles, hasta el siglo XX, han sido muy perezosos a la hora de echarse a los caminos».
Cuando cayó el Imperio romano, cayeron sus ciudades, explica. La historiografía lleva años dando cuenta de que la vuelta al campo y aparición del feudalismo no fue un cambio tan dramático, pero seguimos percibiendo hoy día el relato tal y como lo contaban aquellos pijos del siglo XV, los autores del neologismo «tenedor», para distinguirse y distanciarse del medio rural.
En la hermana Portugal las cosas no parecen muy diferentes. El ensayo trae un dicho local cargado de este sentimiento. Al parecer, por allí se dice «Portugal es Lisboa, el resto es paisaje», lo que confirma de forma clara la dicotomía campo-ciudad. Pero el sentimiento era recíproco, circulaba en las dos direcciones. La ciudad, desde el campo, era visto como un lugar de la depravación y el vicio. Tal y como lo explica este periodista: «La ciudad siempre ha simbolizado la corrupción en la tradición religiosa judía de la que venimos, y aunque la oposición es muy antigua y propia de todas las civilizaciones, no tiene mucho que ver con la brecha que abrió la sociedad industrial».
Porque fue con la industrialización del territorio y el éxodo a los centros de producción cuando las diferencias estuvieron más marcadas que nunca. El ensayo en este punto cita a Marx, que consideraba que los campesinos eran como patatas, juntos podían sumar una multitud, pero no una masa, decía. Y las diferencias que los marxistas tenían con los anarquistas, a los que calificaban de arcaístas, por anhelar un regreso al campo con consejos revolucionarios que no jugarían otro papel más que el de la vieja nobleza.
En este trabajo a esas grandes migraciones del campo a la ciudad entre 1950 y 1970 se las denomina como «el gran trauma». Se dejaron atrás pueblos que no eran más que «residencias de ancianos», prácticamente sin servicios, y se marchó a una ciudad que en primera instancia solo ofrecía chabolas porque la construcción no dio abasto para absorber tanta población.
Franco, en cuya propaganda de guerra prometía a los agricultores un regreso a un pasado edénico, fue quien asestó el golpe más duro a la vida rural en España. Sergio nos lo amplía: «Franco estaba muy empeñado en industrializar el país, sobre todo tras el Plan de Estabilización de 1959 que puso fin a la autarquía. Y para ello no dudó en desplazar poblaciones, inundar pueblos, crear otros de la nada y dejar que las grandes ciudades se colapsasen con un éxodo rural que, aunque ya existía, no tenía las dimensiones que alcanzó entre 1950 y 1970. Franco se alzó con la promesa de devolver la grandeza a esos campesinos que eran descendientes del Cid y de santa Teresa, pero su política consistió en destruir sus medios de vida y arrasar con su cultura secular, de la que apenas quedó nada tras veinte años de industrialización forzosa».
Desde entonces, concluye, las tensiones entre lo urbano y lo rural están más presentes en nuestra literatura que en ninguna otra. Es un fenómeno sin comparación en Europa. Y de esta manera surgió una forma de mirarnos a nosotros mismos muy particular: el autoodio.
La paradoja es que años después en España se experimentaría una obsesión por el Antiguo Régimen también sin parangón. Cuando se crearon las comunidades autónomas, cita el autor, en muchos casos hubo que elegir ciudades de consenso porque las grandes urbes no podían ser capitales, estaban corruptas a ojos de los aldeanos. Así fue Santiago capital de Galicia, frente a A Coruña. Mérida, la eterna y romana, frente a Cáceres y Badajoz. Y hasta en Aragón se intentó que fuera Jaca, primera corte del Reino de Aragón. Mientras que en Francia con la Revolución se reorganizó todo el campo dividiéndolo en departamentos con nombres geográficos, lo más neutros posible, eliminado todos los marquesados, ducados y demás vestigios del Antiguo Régimen, aquí todo ese campo semántico y designaciones permanece en las instituciones.
Una razón a nuestra desatada pasión por el legado político del Medievo pueda hallarse en las guerras carlistas que asolaron el país en el XIX. Este movimiento, políticamente, pretendía un regreso al absolutismo propiciado por los sectores más reaccionarios de la Iglesia. Pero en el ámbito popular también había un rechazo a la llegada de un liberalismo que había coincidido con la pérdida de las colonias, es decir, un descenso del comercio y el empobrecimiento de tantos campesinos que, arruinados, menos aún pudieron adaptarse a una economía basada en el crédito y perdían sus tierras y sus casas.
Entre ellos, el odio a la ciudad fue furibundo. Y además, como en la guerra nunca pudieron tomar las grandes capitales, el movimiento se acomodó aún más en las zonas rurales sin posibilidad de evolución. Los sectores eclesiásticos que controlaban el carlismo, como citas en la Biblia de odio a la ciudad no faltan precisamente, cuenta el autor, encontraron un filón en ese odio de la ciudad de los campesinos.
Esto propició, por un lado, que se crearan periódicos en euskera y catalán en estas regiones, donde el carlismo tuvo fuerza. Se institucionalizó la lengua de aquellos campesinos frente al español de la ciudad, y se sentaron las bases de lo que a la postre y hasta hoy fueron los movimientos nacionalistas. «El carlismo no los trataba de palurdos», señala el autor, mientras que los liberales de la ciudad se reían de ellos y les decían que hablasen en cristiano; un sentimiento de rechazo a lo rural que persistió durante años. Un ejemplo que trae el autor es cuando en el franquismo Radio Barcelona inició unas emisiones en catalán con un programa de contenido folclórico. Según explica, «la burguesía del Eixample lo consideró como un agravio rústico».
Y por otro lado, las demandas políticas de las áreas rurales quedaron fuera de los principales debates o contenciosos políticos del país. Así lo entiende Del Molino: «la brecha de la España vacía con la urbana es tan grande, en términos demográficos, que no interesa como sujeto político. El único discurso que queda es el del lamento, el rencor y la reclamación contra el olvido del que se sienten víctimas. A menudo es un discurso desarticulado y no pocas veces secuestrado por los pocos caciques y fuerzas vivas que aún quedan y que lo utilizan para reclamar inversiones públicas de interés dudoso, pero que les sirven para presentarse ante su comunidad como “conseguidores” o “influyentes” en Madrid y, por tanto, necesarios en su comarca».
Hubo quienes en la literatura trataron de romper con los tópicos. Azorín, por ejemplo, cuando describió paisajes de la meseta no lo hizo con desprecio como había sido habitual hasta el momento. En palabras de Sergio: «se adelantó cuarenta años a los beatniks». Hablaba de «calor, soledad, inmensidad plana». En lugar de recurrir a los sufijos despectivos, parecía «en un estado de conciencia alterado propio de un budista californiano». La conclusión que arroja el autor es palmaria. Hasta hace muy pocos años, «frente al deseo de volver de Proust, los españoles tienen el de huir de la estepa, no hay mayor desapego que el suyo por donde nacieron sus padres».
Tan solo ahora a un nivel apreciable, quieén sabe si recogiendo los sentimientos antimodernidad de los anarquistas o los de los carlistas, o si de los dos a la vez, son más frecuentes y apreciables los anhelos de volver a la vida en el campo. Ya sea en modo yuppie new age, siempre con modernas comunicaciones, o en plan neohippie, consolándose con huertos urbanos, añorando comunas que les protejan de las incertidumbres de la megaurbe y confieran a su vida un sentimiento de autenticidad. Ya desde principios del siglo pasado muchos movimientos políticos entienden que la verdadera vida se encuentra en contacto con la naturaleza.
Los medios han denominado a los que se han atrevido a dar el paso y abandonar las ciudades como neorrurales. Sergio del Molino estuvo en contacto con muchos en el ejercicio del periodismo en Aragón. Sus retratos son los más interesantes de esta obra. Lejos de arcadias felices, normalmente el reportero se encontraba con convivencias viciadas y deseos de volver atrás.
Uno de los casos más tristemente célebres que cubrió fue el crimen de Fago, en Huesca, cuyo alcalde, asesinado, pidió un año antes por televisión que se hicieran análisis psicológicos a los que querían dejar la ciudad para instalarse en los pueblos. «Era un síntoma más del enrarecimiento claustrofóbico de la comunidad» —dice Sergio—. «Visto desde hoy, da escalofríos, parece una llamada de socorro, una premonición. Y algo de razón llevaba. Por desgracia, no he conocido a neorrurales felices o que no manifiesten algún grado de arrepentimiento. Sé que los hay, pero creo que hay que tener una tenacidad y una militancia casi monacal para que funcione esa opción de vida, y eso es algo que está al alcance de muy pocos», concluye, «resistir en un entorno aislado y muy duro requiere de una psique muy bien plantada y de unos arrestos y una convicción poco comunes. No todo el mundo sirve».
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Para la ciudad, el campo no existe. Le es más fácil enterarse de noticias de China o Estados Unidos (ayer por ejemplo las noticias de Antena 3 de la tarde abrieron con un accidente de circulación en China !!!, y sólo con heridos), pero lo que pasa a 70 kilómetros les es totalmente desconocido.
De haber una capital en Galicia no debía haber sido Coruña sino Vigo, más grande, poblada e industrializada.
Como siempre, se identifica lo rural con el aislamiento y una retahíla de aspectos negativos monumental. Como siempre, hay un enorme interés por despreciar a los neorrurales y la vuelta al campo. Se hace patente en muchos medios. ¿Cuál es el interés?
Estaría bien darse cuenta de que el mundo rural es muy diverso, hay pueblos perfectamente comunicados y con todos los servicios necesarios. Estaría bien darse cuenta de que también hay proyectos, innovación e ilusiones. Estaría bien darse cuenta de que los pueblos han sido una segunda oportunidad para muchos en estos años asfixiantes de crisis. Estaría bien dar valor a la valentía de aquellos que dejan un ambiente que es socialmente más aceptable, por lo visto, y se aventuran a dar el paso de volver. ¿Por qué no se habla de ello?
Estopa de la mala para un artículo excelente:
«¿Por qué en español no se denominó a este entonces moderno utensilio con el nombre de la herramienta rural —«horca», en castellano; en latín «furca»— como hicieron las lenguas romances que nos rodeaban?»
Sí, «garfo» en la parte más occidental de la Península.
Rurala, al contrario que vd, yo creo que hay una idealizacion de los pueblos y lo rural, sobre todo por gente de ciudad y creo que lo mas socialmente aceptable es odiar la ciudad y amar el campo. Me crie en un pueblo, no me gusta nada de ellos nada y entiendo perfectamente a los que se van.
«La España por debajo del valle del Ebro, excluyendo el litoral y Madrid, es una España ignorada en general, a la que se odia oportunamente y de la que en realidad poco se sabe.»
¿Y del interior de los territorios por encima del Ebro se sabe más? ¿De Huesca, del interior de Navarra, de Galicia? Está claro que entre Madrid y la franja de terreno a menos de 20 kilómetros de cualquier costa no hay más que desierto en todas direcciones, pero la referencia al Ebro me sobra.
«Mientras que en Francia con la Revolución se reorganizó todo el campo dividiéndolo en departamentos con nombres geográficos, lo más neutros posible, eliminado todos los marquesados, ducados y demás vestigios del Antiguo Régimen…»
En Francia en tiempos de la revolución menos del 20% de sus habitantes hablaban la lengua que hoy conocemos como francés. La división en departamentos geográficos tiene mucho más que ver con la supresión de las otras identidades nacionales (catalanes, bretones, occitanos, normandos, gascones y demás) que con un intento de acabar con la aristocracia. Para eso ya tenían la guillotina.
«Azorín, por ejemplo, cuando describió paisajes de la meseta no lo hizo con desprecio como había sido habitual hasta el momento. En palabras de Sergio: «se adelantó cuarenta años a los beatniks». Hablaba de «calor, soledad, inmensidad plana». En lugar de recurrir a los sufijos despectivos, parecía «en un estado de conciencia alterado propio de un budista californiano».»
Azorín, como toda la generación del 98, está obsesionada con el tema de «lo español», la identidad española, el problema español, la crisis de España, etcétera, etcétera. La respuesta a todas sus preguntas es Castilla. Lo castellano, y más concretamente lo castizo, se define como lo más profundo y lo más auténtico del alma española. Azorín, nacido en Monóvar y cuya madre era de Petrer, es un hombre entusiasmado con Castilla, un territorio tan fabuloso que hasta los niños de los campesinos analfabetos crecen ya sabiendo castellano, no como los paletos de su tierra natal. Azorín puede cantar maravillas de los pueblos de Castilla, pero ni harto de vino hubiese querido vivir en uno.
«En Francia en tiempos de la revolución menos del 20% de sus habitantes hablaban la lengua que hoy conocemos como francés. La división en departamentos geográficos tiene mucho más que ver con la supresión de las otras identidades nacionales (catalanes, bretones, occitanos, normandos, gascones y demás) que con un intento de acabar con la aristocracia. Para eso ya tenían la guillotina.»
Cierto, y hoy en día dudo que ni el 5% de los habitantes del estado español sean capaces de enumerar los 7 idiomas que aún se hablan en él, ni siquiera entre los nacionalistas independentistas más concienciados con su postura política. Otra cuestión es,¿a quién les ha ido mejor, a los franceses o a nosotros?
Y les fue bien porque masacraron todas las culturas que no fuesen la oficial. Ahá. Pero hay que ser gañán.
¿Les fue bien porque masacraron culturas? ¿La educación primaria obligatoria, el laicismo y el sufragio universal no tendrían algo que ver también en que a los franceses les fuera bastante mejor que a los españoles y en que hoy Francia sea un país bastante más avanzado que el nuestro en casi todos los ámbitos?
Yo no defiendo la destrucción de culturas ni la imposición de un solo idioma para progresar como país, personalmente estoy a favor de la oficialidad y protección de las lenguas minoritarias y de hecho creo que en España hay algunas que gozan de una protección muy deficiente cuando no inexistente o represiva, lo que ha obligado a la UNESCO a declarar a algunas en Peligro de Extinción y a advertir a los gobiernos autonómicos y nacional de que deben tomar medidas, cosa que ni han hecho ni van a hacer (caso del asturiano o el aragonés, ambas lenguas totalmente ninguneadas por las administraciones autonómicas de esta España plural de chichinabo, con el resultado de que van a desaparecer en una o dos generaciones).
El estado jacobino francés continuó la política ya iniciada por la monarquía francesa en 1539 de imponer un solo idioma sobre todos los demás como oficial, pero también impuso otras cosas que influyeron bastante en la clase de país que es hoy en día Francia. En 1789, proclamaron las libertades civiles, la libertad de prensa y la libertad de conciencia. La censura es suprimida en 1791 (aquí todavía la sufríamos en 1977, hace 39 años). Por primera vez en la historia de Francia, adoptaron el sufragio universal (aunque fuese sólo masculino) para las elecciones de 1792. «Para que los ciudadanos puedan ser libres e iguales», defienden el valor de la escuela pública republicana, y en 1793 instauran la obligatoriedad de la enseñanza primaria, en francés por supuesto, pero aquello sacó a la población del analfabetismo. Aquí a principios de los 80 todavía teníamos regiones con tasas de analfabetimo por encima del 20% entre los mayores de 35 años, y en 2013 había más de un cuarto de millón de analfabetos en Andalucía (cito datos oficiales de la Junta).
Vamos, que sí, que se cargaron las lenguas que no fueran el francés, pero me parece poco realista tildarlos de gañanes cuando vivimos en un país donde todavía se discute si finiquitar «fiestas» donde se les prende fuego a las astas de los toros, se les tira al mar (bous al carrer), se les alancea o se les lanzan cientos de dardos, o se cuelgan gallos y gansos de una cuerda para arrancarles la cabeza de cuajo (esta modalidad de fiesta se celebra en El Carpio de Tajo, Toledo y Lekeito, Euskadi donde hace solo dos años que empezaron a usar gansos de goma, no sin polémica en el pueblo, claro).
Gracias por explicarlo tan bien y huyendo de simplismos. Y resaltando lo surrealista de ir de plurales cuando los propios catalanes, los que estamos diciendo que nos oponemos a España, no hemos hablado del bable, gallego o aragonés ni siquiera para obtener su apoyo. Imagina si los ignoramos y los miramos por encima del hombro, que no nos acordamos de ellos ni por el propio interés!
Y sí, en Francia habrán hecho mil perrerías como en todos lados, pero solo hay que ir y oler las calles para ver lo gañanes que son, o simplemente observar el mostrador de una pastelería (con los precios anotados, además!)
¿Habitantes del estado español? XD. Lo que no deja de sorprender es que aún haya alguien que siga utilizando la casposísima denominación de «estado español» para referirse a España (o Reino de España, si les gusta más).
No puedo estar mas de acuerdo contigo, en especial con tu última frase: «. Azorín puede cantar maravillas de los pueblos de Castilla, pero ni harto de vino hubiese querido vivir en uno.»
Digo lo mismo. Cuando paso por CAstilla o La Mancha, y veo esos pedregales infinitos, sin un ápice de verde en kilómetros, con un sol de justicia que hace fundir las piedras, siempre pienso: aquí lo único que se puede criar son 4 cabras, insolaciones, y mala leche.
Como decía F. Pi de la Serra en una canción, traduzco del catalán: En Castilla hace calor / beben vasos de sudor / grandes cantidades de honor / desde el Cid Campeador.
Castilla es España, lo demás es otra cosa. O dicho de otro modo, España es un Estado plurinacional, aunque a algunos no les guste ( casualmente suelen ser los que, cuando gobiernan, lo hacen para los bancos y las grandes empresas, causando enormes sufrimientos a las clases populares ).
Y aún hay quien se extraña de que algunos se quieran apear. A mí no me parece nada raro, de hecho, también me dan ganas de hacerlo. Y que se queden solos con su religión, con sus toros, su machismo y su ignorancia.
Yo no soy castellano, pero sinceramente, me parece que aparte de pasar por Castilla, debería usted desviarse de las autovías de vez en cuando, si tiene oportunidad. Porque de su comentario se deduce que conoce usted a la perfección los Montes de Toledo, el Sistema Central y sus extensas estribaciones, la provincia de Soria, la de Burgos, la de Palencia, la de Cuenca… Lo de la religión, los toros, el machismo y la ignorancia ojalá fuesen patrimonio exclusivo de los castellanos, eso que tendríamos ya avanzado en el resto del estado. Son más religiosos en Andalucía o Euskadi que en Castilla, de las fiestas donde se torturan a animales solo se libran Asturias y Galicia (Jon Idigoras, de Herri Batasuna, siempre defendió que la tauromaquia tenía su origen en Euskal Herria…). De machismo andamos sobrados en todas partes, de ignorancia por desgracia también, y de prejuicios ya ni le cuento. El prejuicio es la expresión máxima del españolismo probablemente, y usted, me parece, ha desgranado una buena colección de ellos en su comentario. Aparte de 4 cabras, Castilla tenía la oveja merina, le ánimo a leer sobre la importancia que el comercio de la lana tuvo en la economía castellana en su momento, mientras en el resto de la península andábamos ordeñando cabras o vacas para subsistir…
En cuanto a que los que gobiernan España lo hacen para los bancos y las grandes empresas, estoy de acuerdo con usted. El problema es que en Cataluña han gobernado exactamente los mismos. ¿O se cree usted que Pujol y Rato tenían los mismos «asesores» y siguen los dos en la calle después de habérselo llevado crudo por pura casualidad?
Reconozco como ciertas muchas de las cosas que dices.
Por ej, los mediterráneos somos muy aficionados a jugar con el toro en la calle ( en román paladino, a torturarlos ).
Y, obviamente, toda Castilla no es un pedregal. Hay verdor, bosques, lagos… por ej. la provincia de Soria me pareció sorprendentemente verde. Toda no, pero me parece evidente que bastante más que las feraces huertas valencianas o murcianas, por no hablar de los verdes
prados del N, Euzkadi o Galicia.
Aun reconociendo esto, creo que ello no invalida mi tesis, que básicamente se resume en dos:
1 – España es un estado plurinacional,
2 – Castilla es la quintaesencia de España.
El primero me parece bastante evidente, al menos para aquel que tenga ojos en la cara… y no sea de derechas, los cuales siempre lo han negado, o mejor dicho, han intentado que no se sepa.
El segundo sin duda es más discutible, es una percepción subjetiva mía – y me consta no soy el único – , tan polémica como cualquier otra. Como la contraria, por ej.
Me ha sorprendido su furibunda reacción; no sé cual de mis dos tesis le ha molestado más, imagino que la segunda.
Todo esto venía a cuento de una frase con la que cerraba su comentario, a estas alturas ya bastante por arriba, Valhue, que decía, copio y pego:
«Azorín puede cantar maravillas de los pueblos de Castilla, pero ni harto de vino hubiese querido vivir en uno» ; con la que me he sentido muy identificado
Pues, aunque no se lo crea, soy castellano y no soy ni religioso, ni taurino, ni machista, ni ignorante. De hecho, soy tan poco ignorante que jamás me atrevería a decir que los catalanes son avaros, los andaluces vagos o los vascos brutos. Usted necesita viajar un poco, o al menos hacerlo con menos prejuicios y mezclarse con la gente de los sitios que visite. No se preocupe por lo seco del clima tenemos una cosa llamada «otoño» en la que llueve bastante, otra llamada «invierno» en la que nieva y otra llamada «primavera» en la que nunca sabes muy bien cómo va a hacer. Mientras, aunque no se lo crea, tenemos agua corriente por si le da sed. Y jamón. Del bueno, del que ha corrido entre encinas.
Luchino, tu comentario es vomitivamente xenófobo. De un supremacista de manual. Además de rezumar ignorancia.
Socialistas, comunistas, anarquistas…la izquierda, en la historia, ¿desde cuando hablan de España como «estado plurinacional»? ¿Desde que dejaron de ser izquierda para pesebreear en la política?
¿Los internacionalistas haciendo más naciones segregando las que hay?
Pase usted por esa misma Castilla en primavera, y verá enormes extensiones de un precioso verde esmeralda. Es que, verá: el trigo, antes de ponerse amarillo, es de color verde.
En cuanto a las chorradas xenófobas del tal Pi de la Serra, puede enmarcarlas y ponerlas en su mesilla de noche, para afianzar sus prejuicios antes de dormir la mona.
Ya que calificas de xenófobas las chorradas de Pi de la Serra, estás indicando que los catalanes son extrangeros, o sea, no son españoles, verdad ?
Luchino, tu comentario demuestra un desprecio y un complejo de superioridad hacia Castilla, los castellanos y España que casi da pena. Casi.
Soy valenciano, me gusta Valencia, pero me encantaría tener el dinero suficiente como para tener una casa rural en Segovia. E imagino que usted considerará un «pedregal» la Sierra de Madrid/Segovia, que es más verde que cualquier lugar de Valencia, las dehesas que hay por Extremadura y las Castillas, la sierra de Gredos, los pinares de Soria, etc.
Igualmente, Castilla es amarilla cuando el trigo está amarillo, y es verde cuando el trigo está verde. Y en Otoño no es posible decir que Castilla es «un secarral» porque he visto un verde más vivo allí que en las sierras de Valencia. Igualmente, Valencia, al menos la comarca donde vivo yo, es verde gracias a los naranjos que hay por todos lados, naranjos que no estaban aquí hace 50 años.
Y sobre la plurinacionalidad de España, es una cosa totalmente subjetiva, ya que el propio concepto de «nación» es subjetivo. Usted (y otras personas) interpretará Castilla como el alma de España, pero para la mayoría de los extranjeros el alma de España es Barcelona y el litoral mediterráneo. Igualmente, decir que España solo es Castilla, cuando es justamente la región con menos población de todo el país, es cuanto menos curioso.
Bueno, no puede decirse que mi comentario haya sido un éxito.
Ya comprendo que he generalizado mucho. Simplemente he querido poner lo que yo siento, equivocado o no.
Yo también soy valenciano, y creo que la Calamidad Valensiana es mas fértil que Castilla ( esto me parece un hecho incontrovertible, no hay más que ver la cantidad de gente de Cuenca o de Albacete que hay por aquí ).
No tengo nignún complejo de superioridad, de hecho, estoy bastante harto de que seamos conocidos por ser granero de votos del Pp, por la corrupción y por hacer aeropuertos sin aviones, algo que dudo se le ocurriera a un castellano.
Usted jamás ha estado ni en Castilla y León ni en La Mancha, a juzgar por la descripción que hace. Se nota, eso sí, que le ha llegado mucho de la falsa imagen que se propaga en Cataluña. ¿Cuándo crece el trigo en invierno de qué color es el paisaje? Y si se siembran inmensas extensiones de trigo, ¿de dónde saca usted la imagen del secarral? Infórmese antes de emitar opinión alguna de Castilla, por favor. Siempre que no sea de las imágenes que transmite TV3, claro.
El neorruralismo en general es una reacción de miedo y y una postura reaccionaria. Miedo a la complejidad de la vida urbana y reacción a la dificultad de vivir en la urbe. Se da con mucha intensidad en movimientos políticos populistas.
Se me ocurre una explicación más simple: La calidad de vida en las ciudades es una mierda y en cuanto se puede se escapa a los pueblos (por desgracia, en los pueblos hay aún menos trabajo). Como gallego puedo afirmar que esto se inunda de madrileños a la mínima.
Eso de que la calidad de vida en las ciudades es, en tus palabras, una mierda, es como mínimo discutible.
Puede que en el campo no haya tanta contaminación o ruidos, pero eso no me parece suficiente como para decir que la calidad de vida es superior.
En una ciudad tienes infinitas posibilidades de todo tipo ( culturales, de ocio, de relación con gente muy diversa ), que en los pueblos disminuyen drásticamente, por no decir desaparecen por completo.
Creo que a mi me costaría vivir sin cines, teatros, conciertos, exposiciones, tiendas, restauración. Esto también es calidad de vida.
Hombre Valhue la cifra que dan la mayoria de historiadores es de un 50 % o mas lo cual ya es mucho ,y en Esoaña era parecida sobre todo contando con los territorios donde se hablaba leones
El leonés (o asturiano) es un idioma totalmente independiente del castellano, derivado directamente del latín impuesto por Roma en territorio astur. Esta lengua hoy a punto de desaparecer de hecho tiene más cosas en común con el catalán o el gallego que con el castellano. Intentemos no mezclar filología y política o historia…
No estoy nada seguro de que el asturiano sea una lengua independiente ( aclaro que no lo sé, aunque creo que no ).
Tradicionalmente siempre se dice que en el Estado español hay 4 lenguas: castellano, catalán, gallego y eskera.
Su comentario me recuerda a los que aquí, en Valencia, se empeñan en decir que el valenciano es un idioma diferenciado del catalán, algo que la Rae ha desmentido en muchas ocasionas y sin lugar a dudas; pero que algunos no lo quieren ver, en gran medida por lo que farda tener un idioma propio ( ¿ qué se han creido los catalanes, que son los únicos en tener una lengua propia ?).
Eso sí es mezclar política con filología.
España, además de catalán, castellano, vasco y gallego, tiene más idiomas: aranés, aragonés y astur-leonés. Y son idiomas.
Que estén más cerca del catalán que del castellano me parece una tontería más grande que la catedral de Burgos. Que el leonés tiene parecidos con el gallego es innegable, pero se parece más al castellano que al catalán. Y lo dice un valencianohablante.
Interesante artículo. Me declaro fan de vuestra revista por tratar temas como éste, ignorados en otros medios. Y por la firma de tratarlos.
El tema de ciudad vs pueblo en España es demasiado complejo. Sólo un apunte: Llevo 40 años observando este asunto cuando visito el pueblo de mis abuelos y creo que la clave está en el complejo de pobres de los españoles. De todos (los del pueblo y los de ciudad). Que nos vendrá de la época hidalga o de otras causas, pues no sé, eso es complicado. Pero siempre noto ese tema del progreso económico y la comparación con los demás sobre quién ha progresado más. El pueblo lo identificamos con la pobreza de nuestros padres y abuelos, y nos da vergüenza que nos identifiquen con eso. De ahí que casi nadie mantenga contacto con su pueblo de origen. Hay gente en Barcelona que niega ese origen, sobre todo si ese pueblo es de Andalucía (curiosamente donde más hambre se pasó, porque por fealdad no será, son pueblo más bonitos que muchos castellanos o aragoneses).
«De ahí que casi nadie mantenga contacto con su pueblo de origen»
Serán los de tu pueblo. En Galicia casi todo el mundo mantiene contacto con su aldea de origen, muchos tienen casa allí y van casi cada fin de semana.
En Castilla y León también hay mucho contacto, aunque suelen ir menos por las distancias.
Cierto que se va más al pueblo en Galicia, también pasa bastante en Cantabria por ej (única comunidad que no promueve apenas que la visiten, por cierto, pero eso es otro tema). En verano son dos destinos que apetecen. Pero si te metes al interior y hacia el sur…
Buen artículo para ir a meterle el diente al libro, que se supone que ahondará más en las cuestiones aquí planteadas y desde más ángulos. Recuerdo que Muñoz Molina también escribió sobre este libro, así parece digno de confianza. Solo una cuestión: creo que la comparación con Siberia es injusta, pues viene a sugerir que, dada nuestra latitud, lo nuestro se trataría de una injustificable anomalía; la realidad es que los espacios vacíos -por razones de escasez de agua, dureza del clima y orografía abrupta o tratarse de mesetas elevadas- son de lo más corriente en los paises de nuestro entorno mediterráneo y latitud hasta más allá del oriente próximo…
Estoy de acuerdo. No sólo España tiene grandes desequilibrios demográficos. Si miramos este mapa que refleja los cambios de población en Europa desde el 2000, vemos que la Europa Báltica, la Báltica, la antigua Alemania del Este y Portugal (sombreados en azul) que están sufriendo una sangría demográfica igual o peor que la de la Siberia española, bien por aislamiento geografico/dureza del clima o bien porque sus habitantes han emigrado a zonas europeas más prósperas. Lo nuestro no parece una anomalía.
Perdón, quise decir «la Europa Báltica, la Balcánica, la antigua Alemania del este…»
Aquí está el enlace (ved el segundo mapa): http://www.citymetric.com/horizons/map-shows-how-europes-population-changed-and-shifted-first-decade-21st-century-1144
Pues no deja de tener gracia que «La España vacía» sea la que, con sus votos, impone al resto un partido (o dos) corrupto y franquista para que la «gobierne».
No has leído el artículo, se ve.
Lo he leído; revise su comprensión lectora.
Creo que para hablar con criterio deberíamos leer el libro. El artículo está muy bien e incita a leerlo.
Ya he leido el libro y creo que va a marcar un antes y un después en el análisis y estudio de esa España que muy acertadamente llama vacía el autor. Es importante el libro porque utiliza focos muy diferentes para ver todas las caras de esa España. Especialmente me gusta el foco que pone mirando las guerras carlistas que tanta influencia tienen en cómo pensamos los españoles de todas la nacionalidades en la actualidad. Yo nací en pueblo de esa España vacía y me he pasado la vida huyendo y a la vez volviendo.Olvidad los prejucios y las ideas preconcebidas y leed malditos.
El libro es muy interesante, lo recomiendo sin duda alguna. Te abre los ojos a una realidad ignorada. Todos, de un modo y otro, sabemos lo que significa «el pueblo» y de algún modo te encuentras en edad páginas
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Hola, Alvaro, !qué interesante el repaso historico que haces de la realidad del mundo rural, y de cómo éste se ha visto afectado por las políticas de las distintas épocas! Me ha gustado lo que explicas de esa evolución de los paises de nuestro entorno. Y también tus comentarios sobre cómo ha ido cambiando la percepción que existe del mundo rural en el imaginario colectivo.
Me interesa el tema del neorruralismo y empecé a leer «La España vacía», pero a veces me perdí un poco. Tu articulo me ha aclarado algunos puntos y la verdad es que lo agradezco.
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No pienso quedar bien ante nadie, y si no soy políticamente correcto me la suda y no sigas leyendo que a lo mejor te ofendes, los nombres será lo que omita.
Neorrural, o engañados de la vida, creen que van a vivir mejor en un pueblo que en la ciudad, no sabían a donde se dirigían, los forasteros, pasarán 20 años en ese lugar y nunca seréis de allí, ten un altercado con uno de ellos, y todo ese pueblo se te echará encima, y poco importa lo que hallas hecho por ellos durante ese tiempo, por qué no eres de allí, por que todos son familia o casi, si endogamia
Si, son egoístas, sí claro que quieren que vallas pero solo quieren tu dinero gastado allí y luego no pidas, no opines, ni te quejes ni hagas nada que pueda suponer un mínimo de molestia, ruido, tu coche, querer montar un negocio que se te ha ocurrido a ti y no a ellos, quien eres tu para opinar de las cosas de su pueblo…
Se quedan solos…pues ajo y agua, y lo dice uno de ciudad de segunda generación fuera de un pueblo al que su padre le llevo alli una vez y al cual no pienso volver ni atado de pies y manos, con familia allí de la que ya no si está ni la espero, amigo de neorrurales arrepentidos, enmierdados y condenados al ostracismo en ese pueblo del que quieren escapar pero apostaron todo a esa carta pensando en un futuro mejor y más sano para ellos y sus hijos…si respiran mejor, pero ahora viven con una depresión.
Los pueblos de vacían, pues no me dan pena, y a toda esa generación que me tocó aguantar de los del «por qué en mi pueblo se come muy bien, se vive muy bien, los toros son los mejores, la caza es abundante, las fiestas son las mejores…etc etc etc y se vinieron a las capitales a vivir peor por qué si. Uno de estos me dijo que me jodiera que cuando me jubilara no tendría ningún sitio a donde ir.
Ni fiestas, ni sus gentes, nada me inspira confianza, se creen más listos por qué ellos se quedaron y los tuyos se tuvieron que ir, si tu familia tenía terrenos mueven las lindes y achican al merme (que hijoputa mi árbol que se ha metido en tu terreno) o los primos lejanos de tu familia arreglan papeles y te quitan el trozo de terreno de tu abuela…
Si, si, si hay excepciones seguro que las hay…yo no las he conocido.
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