La editorial neoyorkina Boni and Liveright Inc., una de las más influyentes y atrevidas de su tiempo, publicó en enero de 1920 El libro de los condenados (The Book of the Damned). Confundidos por el título, muchos lectores lo compraron pensando que se trataba de una novela de crimen y misterio. Sin duda, su contenido sería lo más extraño que habrían leído nunca. Los veintiocho capítulos desgranaban una serie de acontecimientos documentados y reales, pero increíbles: lluvia de piedras, objetos metálicos encontrados en el interior del carbón de las minas o dentro de la corteza de un árbol, animales de formas imposibles, meteoritos de composición química desconocida, visión de cuerpos celestes no identificados… El autor, Charles Hoy Fort, había pasado veinticinco largos años en las bibliotecas compilando de forma obsesiva aquellos sucesos que no podía explicar la ciencia. En su casa del Bronx tenía un archivo improvisado en cajas de zapatos con más de sesenta mil notas sobre fenómenos paranormales, casos extraños que desafiaban a la física y a la matemática: huellas de extraterrestres, poltergeist, estigmas, lluvias del cielo de objetos, sustancias y animales inverosímiles… Esos eran «los malditos», los excluidos por el paradigma científico, todos los que según Fort habían sido despreciados del conocimiento por no ajustarse a los márgenes del saber oficial. No se trataba de casos de fantasmas o apariciones en sesiones de espiritismo (a Fort le parecía una moda para gente en busca de diversiones alternativas), sino de fenómenos «físicos anómalos«, que podían producirse sin mediar invocaciones o trance previo, en la calle barrida por una tromba de ranas o en cualquier cocina donde los objetos volaban y se estrellaban contra las paredes. Fort creyó descubrir en estos acontecimientos, espacios vacíos de la ciencia, un patrón de anomalías, como si dentro del azar y lo improbable también hubiese una correlación siniestra.
Leyendo frenéticamente diarios y revistas científicas, la totalidad de lo publicado durante el siglo XIX hasta 1916, Charles Fort defendió la investigación libre de prejuicios, la duda constante frente a aquello que nos decían se debía creer y, sobre todo, un gran sentido del humor, suficiente para combatir las críticas. Como paraguas vital contra la incomprensión de sus semejantes. A pesar de la socarronería de su estilo, o más bien por ella, esta obra no es la ocurrencia de un todólogo o el ingenuo aficionado a los datos curiosos. El libro de los condenados está muy lejos de ser un catálogo para ensimismarse en la rareza, muy distinto en su planteamiento de aquellos «gabinetes de curiosidades» o «cuartos de maravillas» de la Edad Moderna, donde se agrupaban objetos raros o chocantes, antecedente aristocrático del museo actual. Tantas veces usado en bibliografías y para contenidos de relleno, el libro ha sido malentendido desde su publicación y usado para fines contrarios a lo que propugnaba.
Fort utilizó un método de trabajo para sistematizar sus notas e intentó explicar no solo la razón de estos fenómenos, sino la del Todo, mediante una teoría filosófica, que es atrevida incluso para nuestro tiempo. Su intermediarismo se adelantaba a las ideas de la filosofía postmoderna. Para Fort, estos casos condenados serían la clave para aproximarse a la Verdad, empresa imposible por estar inmersos en una totalidad metafísica, además de constreñidos por los excluyentes y rígidos sistemas científicos y religiosos. La única solución: abrirnos a un nuevo tipo de pensamiento, abrazar lo imposible como lo único sensato, derribar los muros del dogma y el lenguaje. Antes del surrealismo, de dadá, Fort se atrevió a mirar el mundo con los nuevos ojos del siglo XXI. Sus lecturas sobre física cuántica constataron que el misticismo no estaba lejos de la ciencia del futuro. Y lo más interesante, que los malditos no solo eran esos fenómenos inexplicados. Las personas que por voluntad propia se aíslan del colectivo, las que piensan por sí mismas en un nivel que no rechaza lo irracional o asistemático, serán capaces de generar otra consciencia, semejante a la que tiene el chamán o la bruja.
Lo que para unos fue simplemente el texto de un chiflado, para otros se convirtió en el comienzo de algo prometedor. Con su empeño escéptico, Fort inauguraba (a su pesar) el campo de las «seudociencias». El terreno mercantil del mundo paranormal y las investigaciones modernas en criptozoología y ufología. Un grupo de lectores entusiastas fundaron clubs y fanzines donde seguir discutiendo sobre los visitantes del espacio, la existencia del Yeti, o por qué hay instrumentos fechados en la prehistoria que están fabricados con materiales ultramodernos. La revista Fortean Times sigue siendo una referencia para todos los que buscan esa otra realidad. Cuando regresó a Estados Unidos de su estancia en Inglaterra, Fort se encontró con estos fans de lo chocante, deseando coronarle rey de los condenados. Se negó en redondo: su propósito no era buscar rarezas, sino resolver el enigma. Otros, menos escrupulosos, se enriquecerían recopilando datos extraños y vendiéndolos como spam en la prensa hasta el día de hoy. Echen un vistazo a los blogs de los diarios digitales, infestados de noticias y personajes extravagantes, incluida la duración de lectura estimada.
Uno de los aspectos menos conocidos del monismo forteano, su terrible cosmología, que defendía la existencia de planetas apenas soñados por la mente humana, donde habitan seres de edad y apariencia igualmente inconcebible, nuestros antepasados de épocas muy antiguas, inspiró a H. P. Lovecraft, quien reconoció en Fort a un hermano imbuido por las mismas visiones del cosmos. Los dos habían sido desde niños gente solitaria e imaginativa. Un grupo de escritores de ciencia ficción tomaron prestadas las poderosas imágenes de sus condenados para crear ficción de la realidad de ciencia ficción de su sistema filosófico (Henry Kuttner, Arthur C. Clarke, Poul Anderson…). Los planetas oscuros de inmensas formas geométricas, habitados por seres malvados que nos vigilan desde los confines del universo, fueron el punto de partida de reflexiones que no desdeñaban los elementos esotéricos y terroríficos de la literatura (Thomas Ligotti).
Los forteanos se volverían legión en años posteriores, sobre todo con el revival esotérico de los años setenta y la publicación de otro libro clave en el surgimiento de los saberes alternativos. La obra de Fort llegó a Francia en 1955, de la mano del periodista y editor Louis Pauwels, seguidor de Guenon y las doctrinas de Gurdjieff. Muy poco después de publicar a Fort, Pauwels conocería a Jacques Bergier, experto en química nuclear y con una vida novelesca, muy conocido por sus libros sobre conspiraciones y ovnis. Durante cinco años los dos escribirían El retorno de los brujos (Le matin des magiciens, Plaza & Janés, 1962). Fue un best seller sin precedentes, que bajo el subtítulo Una introducción al realismo mágico siguió profundizando en los presupuestos forteanos, pero renunciando a las conclusiones pesimistas del original. Tras la devastadora Segunda Guerra Mundial y la experiencia atómica, Pauwels y Bergier vuelven a buscar en las civilizaciones perdidas, los sabios rechazados y las formas de inspiración reveladora, especialmente la alquimia (que Bergier practicaba) como caminos legítimos del conocimiento, que no tienen por qué estar arrinconados ni ser peores que los de la ciencia actual. En su libro, ejemplo de novela antimoderna, compendio de relatos de ficción, testimonios personales, entrevistas, crónica histórica y fragmentos de otros autores, se enumeran los misterios de las pirámides, el enigma de isla de Pascua y la historia de la Orden del Amanecer Dorado, entre cientos de personajes y teorías condenadas, además de elaborar el primer documento de la cultura popular sobre los nazis y el ocultismo. El retorno de los brujos guardaba esperanza en las posibilidades de la psique humana, en su capacidad para contemplar lo visible y lo invisible, ser partícipe con todas las consecuencias de la dualidad en una corriente cósmica de conciencia, que implicaría profundos cambios psicológicos, sociales y políticos. La única vía revolucionaria.
Tras el boom de El retorno de los brujos nacerían las enciclopedias de los fenómenos desconocidos, revistas de divulgación y programas de televisión dedicados al mundo paranormal. En España también tuvo gran éxito el libro de Pauwels y Bergier, dando paso a colecciones legendarias de revistas y libros, como Horizonte (la versión española de Planète, de Pauwels y Bergier) y las series Otros Mundos y Realismo Fantástico, donde pudimos leer grandes clásicos, como Pasaporte a Magonia, de Jacques Vallée, Los secretos de la Atlántida, de Andrew Thomas o El misterio de las catedrales, de Fulcanelli. La escuela de escritores y divulgadores de género fantástico, Narciso Ibáñez Serrador, Domingo Santos y Luis Vigil, entre otros muchos, ayudó a difundir este pensamiento escéptico y arriesgado, lejos de la estructura policial y religiosa. Solo duró unos pocos años, y aparentemente es como si nunca hubiese sucedido, pero una generación de condenados se nutrió de estas ideas e imágenes. ¿Quedará algo?
La Mesa Internacional del fanzine Mondo Brutto comenzó a escribir teniendo a Charles Fort como inspiración. Hace más de veinte años de eso, pero no ceden un ápice en su planteamiento crítico. «Somos forteanos desde que leímos el libro El retorno de los brujos y vimos al profesor Jiménez del Oso en Más Allá. Igual que otros creen en los misterios de la Virgen de Fátima, en el poder del rocanrol o incluso el de las urnas, nosotros creemos en la existencia de Agharta, el planeta Monstrator y el Supermar de los Sargazos. Lo bizarro no es más que eso, el planeta duplicado por Lex Luthor donde todo es igual, pero un poco más extraño. Es que si no, ¿qué sentido tiene todo, eh?».
La editorial La Felguera ha lanzado su revista Agente Provocador, un compendio de lo anómalo en temas y personajes. «Nos gusta la idea del gabinete de curiosidades, de las salas privadas de maravillas, de lo singular e insólito. Creemos que es una forma de tratar lo que somos, a través de lo que fuimos, pero fijando la vista en lo singular. Con frecuencia no nos damos cuenta de que nuestros héroes y heroínas, ante todo eran singulares, como una muestra de que la historia la hace esta suma de singularidades, aunque eso de «historia» sea algo mucho más complejo. Cuando creamos Agente Provocador teníamos claro que sería un gabinete de curiosidades».
Todo está conectado, nada puede ser probado con total seguridad. Estas palabras de Fort ya las habían pronunciado otros sabios al margen en el curso de la historia: vivimos en un sueño, que va cambiando según lo dicta la autoridad de cada época. En el auge de la ciencia positivista y los descubrimientos de la técnica, Fort se atrevió, como habían hecho Zenón de Agripa, Pessoa o Borges, a negar el progreso y poner en entredicho esa realidad pesada y abrumadora. «De lo que no se puede hablar, hay que callar», sentenciaba Wittgenstein en su primera época. Por lo tanto, hablemos. O como decían los hermanos Marx en este diálogo citado en El retorno de los brujos:
—Oye, en la casa de al lado hay un tesoro.
—Pero si al lado no hay ninguna casa…
—Está bien, ¡construiremos una!
Me parece una perversión lingüística llamar escépticos precisamente a los que son todo lo contrario: crédulos. El mundo al revés. Por lo demás, excelente artículo, enhorabuena
Pues yo creo que «escépticos» es el término adecuado: en el contexto del artículo, viendo por donde va, se entiende. Y las lluvias de sapos son reales, oiga.
Empecé a leerlo hace unos años, y no llegué ni a la mitad. Su actitud constantemente agresiva y desdeñosa hacia la ciencia resulta, a los ojos de nuestro Siglo XXI, demasiado irritante. Y mira que me gusta el gusta el mundo del misterio; pero cuando se desmadra, cuando le da la espalda a la ciencia, cae en un ridículo espantoso.
El libro de los condenados, El retorno de los brujos, El misterio de las catedrales. Sota, caballo y rey.
«Rovinò lungo la china solo chi ha un destino rovina
non voglio che l’impuro ti colga
ti darò a una rondine in volo
Niente è come sembra niente è come appare
perché niente è reale
Ti darò a un ruscello che scorre o alla terra piena di mimose
qualcuno si ferma al tuo passare
Niente è come sembra niente è come appare
perché niente è reale
I was in my car watching for the bend
I was looking for you
Dal balcone ammiravo il vuoto che ogni tanto un passante riempiva….
è stato solo un presentimento ti voglio ricordare che
Niente è come sembra niente è come appare
perché niente è reale»
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Exelente…sigo considerando la DUDA como emblema..
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