Todos, cuando niños, habremos cantado alguna vez aquello de «Ron, ron, ron, la botella de ron», el estribillo de la canción pirata más famosa de todos los tiempos. Pues bien, aunque hoy no nos paramos a pensar demasiado en estas cosas, durante décadas su origen constituyó una de las ocupaciones predilectas de los estudiosos de la música folclórica, especialmente en el mundo anglosajón. Raras veces una canción tan conocida y con una historia tan bien documentada generó tanto misterio a su alrededor. La culpa de todo la tuvo Robert Louis Stevenson. El escritor escocés irrumpió en la escena literaria con la inmortal novela La isla del tesoro, un serial de aventuras y piratas publicado inicialmente en una revista juvenil durante 1882, que un año más tarde sería recopilado y editado como novela. Fue un éxito de dimensiones colosales, un fenómeno literario que capturó la imaginación de miles y miles de niños, adolescentes y adultos desde finales del siglo XIX. Pues bien, en el libro se hacía referencia a una canción de la que solamente se reproducía el estribillo:
Fifteen men on the dead man’s chest,
Yo, ho, ho, and a bottle of rum!
Drink and the devil had done for the rest,
Yo, ho, ho, and a bottle of rum!
Esto es: «Quince hombres sobre el cofre del muerto, ¡Yo, ho, ho! ¡Y una botella de ron! La bebida y el diablo se encargaron del resto, ¡Yo, ho, ho! ¡Y una botella de ron!». No eran más que unas pocas líneas en mitad de una novela; podrían haber sido ignoradas porque, a fin de cuentas, era una canción de la que ningún comprador del libro había oído hablar. Sin embargo bastaron para excitar la imaginación de los lectores, despertando un fenómeno cultural que se parecía a lo que ha sucedido con series de televisión como Lost. El público pudo haber tomado aquel estribillo como un mero leitmotiv literario, sin darle más vueltas al asunto. Pero ese maravilloso artefacto llamado curiosidad humana provocó especulaciones sobre el origen de la canción, dando pie a toda clase de leyendas. Los lectores dedujeron que aquellos renglones debían de ser el fragmento de alguna vieja canción marinera cuya letra hacía referencia a una historia perdida en la memoria de los tiempos. Aunque las habladurías se extendieron rápidamente, el propio Stevenson se abstuvo de aclarar (en público) cuál era el significado concreto de aquel estribillo, o de dónde había sacado la canción. Mientras, sus miles lectores se preguntaban: ¿Qué hacían quince hombres sentados en el cofre de un muerto? ¿Qué les había sucedido a los demás, de quienes se habían ocupado «la bebida y el diablo»?
Dada la extraordinaria popularidad de la novela, algunos periódicos y revistas empezaron a recopilar versiones extendidas de la letra, pretendiendo hacerlas pasar por la original. Aquellas versiones eran diferentes entre sí, pero en realidad ese detalle no iba en menoscabo de su verosimilitud; en los himnos marineros, conocidos como salomas o shanties, la disparidad de letras era algo bastante habitual. Las salomas eran canciones que las tripulaciones de los barcos solían entonar mientras trabajaban, así que iban cambiando conforme saltaban de una embarcación a otra. Sencillas y rítmicas, amenizaban tareas repetitivas como tirar de los cabos o remar, eran poco poéticas cuando no directamente obscenas, y rara vez sonaban en las tabernas portuarias. No solían ser muy conocidas más allá de su ámbito profesional, al contrario que las «canciones marineras» propiamente dichas, más melódicas, que eran cantadas por aquellos mismos marineroa en los ratos de descanso o cuando estaban en puerto; esas sí pasaban al folclore general con mayor facilidad. Pues bien, por su evidente naturaleza rítmica, el estribillo de Stevenson debió de haber sido inspirado por un shanty. Diferentes letras de «Dead man chest» comenzaron a aparecer desde los lugares más insospechados, descubiertas por investigadores que se sumergían en el mundillo portuario para escribir fascinantes relatos sobre los marinos que la cantaban, relatos que revistas o periódicos publicaban sin demasiado afán crítico. Algo no muy distinto de lo que hoy puede suceder con los memes de internet, las llamadas «leyendas urbanas» o las habladurías sobre El código Da Vinci. ¿El problema? Que hoy sabemos que la credibilidad de los diarios de la época era escasa y que muchos reporteros primaban una buena historia sobre una de las novelas más populares del mundo por encima del hecho de que, en realidad, no habían descubierto información sólida. Así que nada en claro puede sacarse de todas aquellas publicaciones.
Con La isla del tesoro convertida en un libro universalmente reconocido, seguía sin existir acuerdo acerca de cuál de aquellas versiones de la canción era la verdadera. Años después se escribió una versión que hoy podemos considerar «estándar», cuando el estadounidense Young Allison publicó un poema llamado «Derelict», consistente en la expansión libre del estribillo de Stevenson. En el poema, unos piratas imaginarios narraban una sangrienta matanza, aunque era evidente que se trataba de un juego literario y no una crónica histórica. Con todo, aquella versión tan tétrica satisfacía el morbo del público, así que se hizo muy popular. En Broadway algún productor teatral decidió aprovechar la inmensa fama de La isla del tesoro y de la secuela en forma de poema para estrenar un musical que se llamaría precisamente Derelict. La canción principal utilizaría la letra de Young Allison. Estrenado en 1900, el musical fue un éxito, pero hablamos de unos tiempos donde casi no existían grabaciones, así que quedó rápidamente olvidado.
La novela, sin embargo, no perdió un ápice de su vigencia y durante la primera mitad del siglo XX continuó atrayendo a nuevas generaciones de lectores en todo el mundo. Era uno de los libros infantiles por excelencia, pero además acumulaba un considerable prestigio literario, ya que era ensalzada como una de sus novelas preferidas por importantes escritores (se puede citar a Marcel Proust, Jorge Luis Borges o Vladimir Nabokov entre sus más devotos admiradores). Su estatus era el de una obra maestra. El cine, como es natural, no fue ajeno a esto. Hubo varias adaptaciones, pero fue la de Walt Disney la que, de carambola, llevó a recuperar la canción de principios de siglo. Después de triunfar con los dibujos animados, Disney se decidió a producir su primer largometraje filmado con actores reales y eligió La isla del tesoro porque era una apuesta segura, como El Señor de los Anillos lo ha sido en tiempos más recientes. Estrenada en 1950, la película obtuvo el éxito esperado, aunque lo relevante para nosotros es que catapultó a la fama a su protagonista, el actor inglés Robert Newton, que encarnaba al pirata Long John Silver.
Newton era todo un personaje, realmente un actor digno de su papel de pirata. Alcohólico e insurrecto, llevaba una vida muy desordenada y pese a su gran éxito con Disney la gran cantidad de dinero que le debía al fisco lo mantenía en una situación desesperada. Como era de esperar en aquellas circunstancias, quiso aprovechar el tirón taquillero de su personaje para intentar salir a flote. Propuso al estudio Disney rodar una secuela, pero no se mostraron interesados, así que aceptó la oferta de otros productores menos renombrados para volver a encarnar a Long John Silver en un film de menor presupuesto, Retorno a la isla del tesoro. Era un proyecto bastante menos sólido, pero la calidad del guion poco le importaba a Newton; el rodaje tenía que servir para ganar algo de dinero con el que evitar que los de Hacienda lo enviasen a la cárcel. La nueva película era, en efecto, muy mala. Desde luego palidecía en comparación con la de Disney, así que no estaba destinada a pasar a la historia, excepto por un detalle… en los créditos iniciales sonaba una melodía que todos reconoceremos al instante:
Aquí vuelve a complicarse la genealogía de la canción. El autor de la banda sonora era un renombrado y prolífico compositor cinematográfico, David Buttolph, que constaba como autor de la melodía. La cual, después de agradar al público de la película, reapareció en una serie de televisión llamada Las aventuras de Long John Silver. Realizada en Australia, la serie servía también para que Robert Newton, todavía atenazado por las deudas, volviera a meterse en el papel del famoso pirata con pata de palo:
Por desgracia, Robert Newton no tardó en morir después de apurar el personaje de Long John Silver hasta el tuétano, además de encarnar a otros piratas famosos. Pero su enorme carisma había convertido a Silver en un icono del cine y la televisión, provocando que toda una nueva generación de niños empezase a cantar la melodía asociada a su personaje. Con aquella redoblada popularidad, el origen de la canción volvió a despertar interés, esta vez incluso por motivos académicos. Durante los años sesenta surgieron estudiosos preocupados por evitar que antiguas canciones del folclore marinero se desvaneciesen en el olvido. Sobre todo en las islas británicas, estos estudiosos recopilaban canciones marineras y shanties que en algunos casos llevaban siglos sonando a bordo de toda clase de buques, pero que a mediados del siglo XX estaban desapareciendo de la práctica marinera por el declive de la navegación a vela. Estudiosos como Stan Hugill o el dúo A. L. Lloyd / Ewan MacColl hicieron una labor extraordinaria en este sentido y muchas antiguas canciones se hubiesen perdido sin ellos, aunque no cabe duda de que otras ya habían sido olvidadas.
Sea como fuere, los investigadores no tardaron en deducir que la melodía utilizada en Retorno a la isla del tesoro y Las aventuras de Long John Silver debía ser la misma de aquella obra estrenada en 1900, Derelict. El compositor David Buttholp había encontrado las partituras de Broadway en algún cajón y las había devuelto a la vida, adaptándolas a la pantalla. Hoy la canción es conocida por diversos nombres: «Fifteen Men», «Dead Man’s Chest», «Bottle of Rum». Pero antes de Broadway resulta completamente imposible seguir el rastro. Excepto algunas inusuales recopilaciones del siglo XIX, las salomas casi nunca habían sido transcritas en una partitura, así que nunca sabremos si la melodía nació en Broadway o fue inspirada por una anterior de la que ya no queda rastro.
legados a este callejón sin salida que terminaba en Broadway, no fue la investigación musical la que continuó arrojando luz sobre el asunto, sino la antropológica y la literaria. Decíamos que cuando Stevenson publicó La isla del tesoro no aclaró públicamente el significado del estribillo de marras. Durante todo el siglo XX el asunto pareció un misterio irresoluble… hasta que un análisis de la correspondencia del escritor dio en la diana, revelando un dato que siempre había estado ahí, oculto entre sus papeles. En una carta que Stevenson había enviado a un conocido suyo, el galerista Sidney Colvin, explicaba de dónde habían surgido el estribillo y con él, la idea para su novela. La idea de La isla del tesoro nació cuando Stevenson estaba leyendo un libro de viajes, At Last: A Christmas in the West Indies de Charles Kingsley. Le llamó la atención un pasaje sobre las Islas Vírgenes donde se mencionaba el sonoro nombre de una isla: Dead Chest. Aquello hizo sonar la campana de su imaginación. Un nombre que bastó, por si mismo, para generar una de las novelas más famosas de todos los tiempos.
En apariencia, Dead Chest no tenía nada de especial aparte de su nombre. No era un puerto cuya taberna estuviese repleta de antiguos cuentos marineros. Es más, la isla siquiera estaba habitada. Era poco más que un pedrusco de apenas un acre de superficie (aunque muy escarpado: ¡llega a los cien metros de altura!) perteneciente una cadena de islotes de las Vírgenes británicas. Está apenas a unos cinco kilómetros de Tórtola, la isla principal del archipiélago, o de la isla de Peter, hoy dedicada a un turismo exclusivo. Más cerca del islote Dead Chest solo hay otros islotes igualmente estériles, aunque algo más grandes. Dada su insignificancia geográfica, antes del descubrimiento de la carta de Stevenson a nadie se le había ocurrido relacionar Dead Chest con la canción de La isla del tesoro, porque casi nadie más allá del archipiélago conocía su existencia. Es uno de tantos pedazos de roca del Caribe. Ni siquiera posee el valor turístico de sus islas vecinas; su contorno está formado por rocas verticales y acantilados, así que es muy difícil atracar o desembarcar allí. De todos modos, no hay nada que ver sobre su superficie.
Pero el islote, pese a su pobre apariencia, resultó tener su propia historia, que fue descubierta, como en los mejores tiempos de las novelas de aventuras, por un explorador. En 1969, el escritor y trotamundos Quentin van Marle estaba haciendo submarinismo en las islas Vírgenes cuando se desorientó y perdió su embarcación. Tras llegar a la tierra firme más cercana, que resultó ser Dead Chest, quedó aislado allí durante toda una noche. No fue una noche agradable. Tuvo tiempo de comprobar que la descripción que se hacía en los almanaques de la región, «islote infame y fantasmal», no se alejaba mucho de la realidad. Era un pedrusco desprovisto de recursos, sin agua dulce, donde únicamente sobrevivían mosquitos, serpientes y lagartos. En palabras del propio van Marle, «un lugar horrible». Y no tenía salida. Aunque las islas habitadas más cercanas no estaban lejos, intentar alcanzarlas a nado era una idea estúpida. Cuando fue rescatado al día siguiente no le quedaban muchas ganas de volver a poner el pie sobre él. Sin embargo, no todo eran alimañas. Indagando en el folclore local de las islas que sí estaban habitadas, van Marle descubrió una antigua historia que databa de inicios del siglo XVIII y que involucraba nada menos que al pirata Edward Teach, más conocido por su inmortal apodo, Barbanegra (uno de los varios piratas que Robert Newton había interpretado en el cine, por cierto). Según un relato transmitido de generación en generación, Barbanegra había tenido que enfrentarse a un motín en su barco justo cuando navegaba por aquellas aguas. Tras sofocar la revuelta, abandonó a los marineros rebeldes en Dead Chest sin comida ni agua. Les dejó una botella de ron y un cuchillo por cabeza, pretendiendo que se matasen entre sí. Cuando regresó treinta días después para comprobar el estado de los amotinados, quince de ellos habían muerto. Catorce sobre la propia isla, y otro ahogado cuando, movido por la desesperación, intentó salir nadando. Su cadáver había sido arrastrado hasta una playa en otra isla.
Así fue como la memoria tradicional del Caribe, unida a la correspondencia de Stevenson, permitió cerrar finalmente el círculo. Stevenson concibió su novela inspirado por un islote cuyo tétrico nombre evocaba el no menos tétrico castigo que Barbanegra impuso a unos marineros rebeldes. ¿Y la melodía? No existe motivo para pensar que existía antes de la versión de Broadway; si lo hizo fue en forma de una canción que se ha perdido para siempre y de la que ni siquiera en el siglo XIX había oído hablar casi nadie. El estribillo, ya lo sabemos, fue una pura invención literaria de Stevenson.
Pero no se puede cerrar la historia de una canción semejante sin otra aventura. En 1994, cuando se conmemoraba el centenario de la muerte de Robert Louis Stevenson, nuestro amigo Quentin van Marle decidió rendirle homenaje a su manera. Por entonces van Marle tenía ya cincuenta años, pero eso no le impidió concebir el alocado proyecto de rememorar el abandono de los marineros de Barbanegra, permaneciendo él mismo durante treinta y un días en el islote, a su suerte y sobreviviendo por sus propios medios. Tras conseguir un patrocinador —una marca de ron, detalle que van Marle calificó como «irónico»— se dispuso a batir la marca de supervivencia de los amotinados de 1700 (si es que había sobrevivido alguno, que las contradictorias tradiciones orales no lo dejaban muy claro). En el entorno de van Marle, como él mismo recordaría después, intentaron hacerle entrar en razón: si ya lo había pasado mal en el islote durante una sola noche siendo mucho más joven, ¿qué podía esperar de treinta días de estancia, casi cumplidos los cincuenta, en un lugar tan infernal?
Pero lo hizo y sobrevivió. Cual Tom Hanks, se las arregló para salir adelante en aquel inhóspito pedazo de roca. Es más, terminó disfrutando la experiencia, pese a lo exigente que había sido para su organismo: «Perdí mucho peso, me salió barba, pero fui aprendiendo a pescar y llegué a saber cuán maravillosamente liberador es estar sin compañía humana. Era un lugar duro, terco, que nunca te daba nada por las buenas; cada palito de leña, cada pez, cada gota de agua tuve que ganármelos y pagar su precio de una manera u otra». Durante aquellas solitarias noches, van Marle podía ver en el horizonte las luces de la isla de Peter. Desde allí le llegaba, amortiguado por los kilómetros, el rumor de las fiestas nocturnas que se celebraran en los resorts de vacaciones para gente adinerada. Era como percibir ecos de otro mundo. Durante un mes, van Marle fue la habladuría del archipiélago, aunque él prefería recluirse en la soledad: «Algunos venían en sus barcos privados para intentar contactar conmigo, pero siempre me sentía feliz al ver cómo se daban la vuelta». Cuando completó su hazaña y regresó a la civilización después de sobrevivir treinta y un días en una roca, fue agasajado como un héroe en aquellas mismas fiestas cuya música había estado escuchando a lo lejos: «Durante un par de días, me mezclé incómodo con los ricos y famosos, tratando de recuperar algún pequeño aprecio por los valores y comportamientos que había estado descartando durante todo el mes anterior». No cabe duda, Robert Louis Stevenson hubiese estado orgulloso de él.
¡Estupendo artículo! ¿Dónde se puede leer el original?
No sé qué le encuentras de divertido a menospreciar el trabajo ajeno, Víctor. Qué triste es la vida de algunos en internet. Y sí, estupendo artículo.
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Bravo! Una fascinante pesquisa arqueológico-musical. Y gracias por, de paso, reivindicar los shanties y el trabajo de Lloyd y MacColl. Su disco de canciones marineras («Blow Boys Blow») era uno de los favoritos de Zappa y Beefheart. (http://tinyurl.com/zsog8jk).
Gracias a Emilio por otro estupendo artículo y gracias también a Iago López por relacionar los shanties con Zappa, cosa que desconocía. Aquí una versión de «The Handsome Cabin Boy» a cargo de Zappa: https://www.youtube.com/watch?v=NJZfNVUapzM. Y aquí la versión de Ewan MacColl & A.L. Lloyd, muy bonita: https://www.youtube.com/watch?v=KaNoP0zSSgo
Hacía días que me rondaba por la cabeza y al final me he acordado. La melodía de «The Handsome Cabin Boy» se parece (en parte) a la de «Colours», de Donovan. Dado que Donovan es un cantante folk ¿es posible que se inspirara en esta canción?
https://www.youtube.com/watch?v=hoEle04qu_U
Lo mejor de la saga de Piratas del Caribe es haber dado lugar a las dos «Rogue’s Gallery: Pirate Ballads, Sea Songs and Chanteys», recopilaciones de versiones modernas de antiguas salomas, preparadas por Hal Willner y cantadas por gente como Nick Cave, Lou Reed, Andrea Corr, Iggy Pop y muchos otros. Sí, el Handsome Cabin Boy de Frank Zappa también está en la segunda recopilación.
Por poner una, esta que me gusta mucho es esta https://www.youtube.com/watch?v=kTj-8waBk7E
Precioso artículo, reune muchos de los ingredientes que me apasionan: historia, tradición, folklore y música. Pero hay una cosa que no me queda clara: según su correspondencia, RLS se inspiró en el libro de viajes de C. Kingsley para la canción ¿y la novela entera? al leer el nombre de la isla Dead Chest. Y luego se explica la leyenda de esa isla (que coincide con lo descrito en la canción) pero a través del aventurero de 1969. Entiendo entonces que RLS también conocía la leyenda de esa isla ¿no?
Gracias
Muy interesante comentario, ¡gracias! Porque estuve a punto de tratar el asunto en el texto pero no lo incluí en el artículo para no marear más de la cuenta, porque es enrevesado. Veamos: en la misma carta donde Stevenson habla de la referencia geográfica a Dead Chest como “la semilla” para su novela, también dice que el argumento estuvo en parte inspirado por otro famoso libro, “History of Notorious Pirates”, que el capitán Charles Johnson publicó en 1724 (el título completo es “A General History of the Robberies and Murders of the most notorious Pyrates”). En el capitulo sobre Barbanegra, Johnson habla en efecto del legendario tesoro que Barbanegra escondió sin que nadie supiese dónde y que nunca había sido encontrado. Pero vayamos al grano: también dedica un pequeño párrafo a citar de pasada un incidente que recuerda al de la canción, aunque sucedido en un contexto muy diferente. Barbanegra encalló a propósito su barco Queen’s Ans Revenge, abandonando a diecisiete hombres en una pequeña isla arenosa de North Carolina, en la que “no había pájaro, bestia o planta para su subsistencia” y donde “hubiesen perecido” de no ser rescatados a los dos días. Esto suena muy familiar, desde luego. Sin embargo no sucedió en el Caribe, ni fue producto de un motín, ni se menciona ningún “cofre del muerto”, ni había ron, ni siquiera falleció ningún hombre. Aun así, ¿está ese incidente relacionado con lo que narra el folklore caribeño, o hablamos de dos sucesos parecidos pero diferentes? Difícil precisarlo. Barbanegra era un tipo sin entrañas, así que bien pudo haber abandonado a más marineros durante su carrera, no cabe descartar que el suceso del Caribe fuese también real. Pero ¿cómo podría Stevenson haber tenido noticia de ese segundo incidente? No dice nada al respecto. Además, pensemos que también cabe la posibilidad de que el propio folklore caribeño ¡esté contaminado por la inmensa fama de “La isla del tesoro”! Quién sabe si las historias que van Marle recopiló en el Caribe, de las que para colmo existen versiones distintas con diferentes matices, eran recuerdos antiguos mezclados con detalles extraídos de la novela. Algo que no descarto en absoluto. Así que, ¿quién influyó a quién? Un verdadero embrollo. En fin, quizá lo bonito de estas cosas es precisamente lo difícil que resulta separar ficción de realidad.
Gracias por la aclaración, veo que las cosas no son tan sencillas … y menudo conocimiento sobre el tema!!
Y agradezco el interés en contestar.
magnifico articulo! enhorabuena! soy de brasil y me encantaria enseñarselo a unos amigos americanos, hay alguna traduccion para el ingles? enhorabuena otra vez! gracias
Interesante artículo. Enhorabuena. Quizás convendría añadir una mínima referencia a la traducción y adaptación de la canción y de la novela realizadas en 1958 por La Compañía del Gramófono-Odeón, con la maravillosa voz de José María Ovies, el doblador de Groucho Marx y de tantos otros famosos actores. Puede escucharse en http://www.veterodoxia.es/wp-content/uploads/2013/12/Odeon_La-isla-del-tesoro.mp3 . Por lo demás, la historia de la zaloma (mejor que ‘saloma’) en español está por hacer y quizás ya resulte imposible, dados los escasísimos restos conservados.
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Respecto a la canción, debemos recordar que el mismo RLS le daba un estribillo final «Y sólo uno vive ,los demás han muerto, de sesenta que eran al zarpar del puerto». El protagonista, Hawkins, compara ésta letra con su propia aventura.
Y lo de abandonar piratas sublevados en islas desiertas era algo muy común: Robinson Crusoe, de Daniel Defoe es anterior a la Isla del tesoro. Fue inspirada por el abandono de un sublevado por el pirata William Dampier (que, por cierto, fue representado en un documental por Roger Daltrey, el vocalista de The Who)
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Precioso artículo! Me da ganas de volver a leer «treasure island»…!!!
Creo que la traducción correcta de chest no es baúl, sino pecho o torso. La isla tiene el perfil del torso de un muerto, no de un baúl. Quince hombres sobre el torso de un muerto (la isla de tal nombre) y no sobre el baúl de un muerto.
Te cojo prestado un poco de texto para mi web Vino Tomaset y se acabó la sed. Por supuesto, con enlace.
http://vino.tomaset.com/ron-bebida-alcoholica-destilado-cana-azucar-fermentacion-destilacion/
Version punk del dichoso tema :) https://www.youtube.com/watch?v=jWR0kZ0Y96A
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