Cuando Philipp Stamma salió de Alepo, donde había nacido, rumbo a París y Londres, para jugar con los mejores ajedrecistas del momento, nunca pensó que doscientos cincuenta años más tarde su ciudad se encontraría reducida a escombros. ¿Quién lo pensaría? No, Stamma no podría haber imaginado eso; cuando embarcó rumbo a Europa no lo hizo en una patera atestada de peones humanos con un 50% de posibilidades de acabar naufragando en las aguas cuadriculadas del Mediterráneo, ni tampoco entró en un camión frigorífico para morir junto a otros setenta de esos mismos peones en las carreteras cuadriculadas de Austria. Stamma se embarcó con una mezcla de felicidad y ansiedad, en busca de horizontes nuevos, como lo ha hecho gran parte de la población mundial a través de los siglos. Cuando lo hizo, ningún troglodita le cortó el paso, ni baleó su espalda mojada, ni traficó con él y su familia, ni le robó el alma.
Imagine there’s no country / It isn’t hard to do
Hay muchos jugadores en la historia del ajedrez, cada uno con sus propias peculiaridades tanto en su juego como en su vida, como en su forma de ser. Algunos se volvieron locos, como el gran Wilhem Steinitz, otros excéntricos, como el no menos grande Bobby Fischer, la mayoría nobles; en lo ideológico ha habido nazis como Alexander Alekhine y comunistas como los gigantes soviéticos. La larga historia del ajedrez ha hecho posible que todas las tradiciones culturales hayan tenido grandes ajedrecistas en uno u otro momento, incluido el antiguo Imperio otomano dentro del cual se asentaba Alepo en el siglo XVIII. Entre todos estos ajedrecistas se fueron configurando las estrategias que se han ido utilizando durante más de mil años, y en la complejidad del ajedrez se han visto reflejadas innumerables metáforas, muchas de ellas de manera recurrente: el ajedrez como arte, como mente, como juego y, la más célebre, el ajedrez como guerra. Las tres primeras me apasionan, la última me entristece.
Nothing to kill or die for / And no religion too
El «Sirio de Alepo», como conocían a Stamma, fue un fuerte jugador de ajedrez de su época que solo sucumbió en un famoso match con André Philidor; sí, el del Café de la Régence. En las crónicas contemporáneas se habló de «la ciencia contra la genialidad» (ganó la genialidad). Stamma nos dejó una variante del gambito de rey y un mate de caballo contra peón, así como un libro de estrategia, Essai sur le jeu des echecs, donde por primera vez se empleaba notación algebraica y se mencionaba el concepto de la fase final del juego.
Stamma fue un adelantado a su tiempo, un jugador metódico que vivió en un Alepo que se nos antoja mágico y bello; donde se podría ver a un joven Stamma calculando infinidad de variantes, con caballos, alfiles, torres y damas, pero nunca la más terrible, la que lleva al peón de la mano y se pierde y se ausenta y se estremece.
And no hell below us / above all only sky
En la metáfora de ajedrez del arte, la más bella, la más serena, la más iniciática, la más creativa, la más encendida, el jugador se deleita imaginando saltos imposibles de caballo, geometrías esféricas de filas y columnas, sacrificios imposibles de ignorar, jugadas plenas, estrategias claras y planes acertados. Aquí el ajedrez muestra su cara amable, la de la creación a partir del pensamiento, la de la libertad para realizar movimientos sutiles por todas las casillas del tablero, la de artistas como Marcel Duchamp, Man Ray o Vladimir Nabokov, que se dejaron llevar por los lugares más recónditos del árbol de variantes. Decía Duchamp que no todos los artistas son ajedrecistas pero todos los ajedrecistas son artistas. Todos se encaraman a un árbol de variantes que se ramifica y se ramifica como si fuera, en realidad, el árbol de la vida.
Imagine all the people / Living for today
En la metáfora de ajedrez de la mente, la más intelectual, la más académica, la más consciente, la más tranquila, la más reveladora, el jugador juega al jugador y no a las piezas. El juego es un diálogo de mentes que se intentan comprender; la metaconsciencia en la que cada uno sabe que el otro sabe lo que quiere hacer. Es un acto de tomar conciencia del otro, de sus pensamientos, de sus ideas, de sus miedos, de sus ansias, de sus provocaciones. Por eso el ajedrez evoca la presencia de uno mismo frente al mundo, frente al peligro del otro, que viene con sus jugadas a desbaratar todos nuestros planes. ¡Si pudiese hacer mi jugada! Pero no, no puedo, porque el otro, la otra mente que está detrás del tablero, me lo impide con una testarudez insidiosa.
You may say I’m a dreamer / But I’m not the only one
En la metáfora de ajedrez del deporte, la más disciplinaria, la más agotadora, la más exigente, la más desagradecida, la más riesgosa, el jugador se esfuerza hasta límites extenuantes, calculando no solo la partida, sino también su puesto en el torneo, su próxima partida y sus posibilidades para ganarlo. Es pura competición, hay que ganar, aguantar posiciones perdidas hasta que llega el error del contrario, jugar con la psicología del que se cree ganando y baja las defensas (¡tanto como para llegar a desmayarse!) y, en ocasiones, hacer jugadas inferiores que requieren cálculos extra cuando el tiempo apremia. ¡Ay, el tiempo! Ese elemento que dinamiza el juego pero lo hace tan delicadamente absurdo cuando todo es ansiedad y el reloj sigue sin remisión hasta el final y no importa lo bien que se haya jugado hasta ese momento; es ahora, en los apuros de tiempo, cuando no se puede calcular ni sopesar las consecuencias de la jugada, cuando todo se decidirá. Cosas del deporte.
I hope someday you will join us / And the world will be as one
En la metáfora del ajedrez de la guerra, la más básica, la más burda, la más inconsciente, la más terrible, la más desoladora, el jugador mueve los peones para que estos vayan tomando sus posiciones y delimiten el espacio. El ajedrez es una batalla perniciosa, un yo contra ti, un muerte al rey no importa a qué coste. Es el eterno retorno de los dioses de la batalla, la desolación, el hambre, la catástrofe. Los peones morirán a mansalva. Todo por el rey. Todo por el espacio: el perro que mea en la esquina, el oso que se restriega contra el árbol, el tigre que lanza su rugido, el gorila que se golpea el pecho. Todos toman posiciones y delimitan el espacio. Como el troglodita. Una y otra vez el troglodita que lanza los peones y los decapita uno por uno y los deja morir junto a la casilla que lame el mar.
Interesante, pero los versos de Lennon intercalados quedan un poco cursis.
Hablando de Alepo, no puedo dejar de recordar que es uno de los principales escenarios de mi novela «Regalo de Reyes», también bastante filosófica.
jesus zamora, no damos puntada sin hilo, eh?
Yo he venido aquí a hablar de mi libro
En el ajedrez no es todo por en espacio. Ya no estamos en 1880.
Qué hondas reflexiones, auténticas y conmovedoras metáforas que, contándonos anécdotas acerca del ajedrez como pretexto vital, resultan esclarecedores testimonios de la desgarradora historia que nos toca vivir!