El principal impulsor y defensor de la frenología fue Franz Josef Gall. La idea básica de los frenólogos era que las distintas habilidades mentales o las tendencias de la personalidad tenían una localización determinada en el cerebro. Esas zonas de la corteza cerebral podían estar más o menos desarrolladas en función de las características personales: es decir, alguien dadivoso tendría muy desarrollado el área cerebral de la generosidad mientras que un avaro la tendría atrofiada. El mayor o menor desarrollo de cada zona de la superficie cerebral generaba bultos o huecos en esa región del cráneo, diferencias que podían ser identificadas palpando las cabezas de los vivos y los cráneos de los muertos. Para identificar estas áreas cerebrales, los frenólogos estaban particularmente interesados en estudiar individuos que mostrasen un comportamiento extremo: los más feroces criminales, por un lado, y los mayores genios, por el otro.
La historia inicial de la frenología se libró entre Viena y Francia. Gall empezó a difundir la frenología —entonces la llamaba cranioscopía— en Viena, pero sus teorías, según las cuales parecía que se podría saber quién iba destinado al delito y quién a la santidad, fueron consideradas por la Iglesia católica fatalistas y materialistas y el gobierno le prohibió enseñar sus ideas. Gall dejó Viena en 1805 y viajó por distintas ciudades europeas hasta instalarse en París en 1807. Allí consiguió una rica clientela y empezó a enseñar en el Ateneo, pero Napoleón no le puso las cosas fáciles pues no soportaba a los alemanes y había sentido su insaciable ego herido cuando Gall comentó en público que el pequeño diámetro de la cabeza de Napoleón Bonaparte no permitía esperar demasiado, al menos desde el punto de vista frenológico, de aquel cerebro.
Gall describió veintisiete zonas en la corteza cerebral que correspondían a funciones concretas y que él definía como auténticos órganos cerebrales. El órgano diecisiete, situado en la parte central y superior de la cabeza, era el responsable de «el sentido de los sonidos, el don de la música». Gall explicaba este órgano usando un molde sacado de una estatua de José II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico de 1765 a 1790, de quien contaba que tenía el órgano de la música muy desarrollado y que sus biógrafos coincidían en que tenía un marcado gusto por la música, que era su diversión favorita y que su maestro de música siempre tuvo en lugar de privilegio entre sus amistades. Tanto por el material de partida —no era lo mismo un molde de una estatua que un verdadero cráneo— como por esas justificaciones, la evidencia sobre el órgano de la música parecía ciertamente circunstancial, una evidencia muy poco sólida.
Franz Joseph Haydn nació el 31 de marzo de 1732 en Rohrau, una pequeña localidad cercana a Viena. Haydn tuvo una larga y prolífica carrera, plena de éxitos y fue llamado el «padre de la sinfonía» y el «padre del cuarteto de cuerda». La mayor parte de su carrera estuvo bajo la protección de la familia Esterházy y en el momento de su muerte, a los setenta y siete años, Haydn, que fue amigo de Mozart y maestro de Beethoven, era quizá el compositor más admirado de Europa. Si Gall y los frenólogos pudieran soñar un cráneo en el que estudiar si había un desarrollo peculiar del órgano de la música ese sería, sin duda, el de Haydn.
Franz Joseph Haydn murió el 31 de mayo de 1809 dejando detrás una impresionante obra que incluía óperas, misas, sonatas, sinfonías, conciertos, divertimentos y una melodía que se convertiría en el «Deutschland über Alles», el himno de Alemania desde 1922 hasta que la derrota en la Segunda Guerra Mundial se llevó también con el viento de la historia la primera parte de la canción y ya solo la tercera stanza se canta en la actualidad como himno nacional alemán.
La última aparición en público de Haydn fue en la Universidad de Viena, donde fue a escuchar la representación de La Creación, una celebración que pocos días después era ya impensable. Los ejércitos napoleónicos avanzaban arrolladores y cada vez estaban más cerca de Viena. A comienzos de mayo, los franceses ocupaban la zona oeste de la ciudad y habían establecido su cuartel general en el castillo de Schönbrunn. El 12, la artillería de Bonaparte empezó a bombardear Viena y una bala de cañón cayó cerca de la casa de Haydn con un enorme estruendo. El viejo músico, inválido y débil, gritó a los sirvientes que estaban en la casa: «¡Niños, no temáis, donde está Haydn nada puede pasaros». Poco después Viena capitulaba y el pobre anciano, en cuya puerta Napoleón situó una guardia de honor —uno de esos detalles que me hacen reconciliarme con el pequeño caporal—, afrontó cada vez más débil sus últimos días. El 26, un oficial de húsares francés llamado Clément Sulemy fue a presentar sus respetos al maestro, conversó con él sobre La Creación y cantó para él el aria «Mit Würd’ und Hoheit angetan». Parece que lo hizo de forma tan excelsa y con tal claridad y sentimiento que Haydn no pudo retener las lágrimas y aseguró al soldado que nunca había oído cantar su aria de una forma tan magistral. Sulemy murió poco después en la batalla de Aspern. Haydn se fue debilitando y el 31 de mayo, tranquilo y de buen ánimo, se fue a dormir y nunca despertó.
Carl Rosenbaum, exsecretario del príncipe Esterházy, escribió en su diario:
Haydn yacía en una gran habitación, vestido de negro y nada desfigurado. A sus pies colocaron las siete medallas de París, Rusia, Suecia y Viena. Después de las cinco de la tarde, le llevaron en un ataúd de roble a la iglesia de Gumpendorf, la rodearon tres veces, le bendijeron y le llevaron al cementerio de Hundsturm. Ni un solo director vienés le acompañó.
El 15 de junio, sin embargo, tuvo lugar un funeral solemne donde miembros del ejército francés alternaron con granaderos de la milicia municipal vienesa para formar una línea de honor alrededor del catafalco. Las medallas recibidas por el compositor se pusieron delante del armón y entre ellas una pequeña tableta de marfil con su nombre que le dieron en Londres como pase para asistir libremente a todos los conciertos, un detalle que a Haydn le había impresionado como una cortesía sublime. La música fue el Réquiem de su querido Mozart.
Al año de la muerte de Haydn el príncipe Esterházy pidió autorización para exhumar su cuerpo y trasladarlo a Esisenstadt, pero aunque recibió el permiso solicitado no hizo nada al respecto. En 1820, once años después, el duque de Cambridge visitó al príncipe Esterházy y le dijo: «Qué afortunado es el hombre que empleó a Haydn durante su vida y ahora posee sus restos mortales». Esterházy no le sacó de su error pero ordenó que el cuerpo fuera trasladado inmediatamente a la Bergkirche de Eisenstadt, la capital de los dominios de los Esterházy y donde Haydn había tocado tantas veces sus misas. Pero aquí empieza el lío: cuando los funcionarios encargados de la tarea abrieron la tumba encontraron el cuerpo y la peluca de Haydn, pero no su cabeza.
Las averiguaciones permitieron conocer que dos discípulos de Gall —el mismo Carl Rosenbaum y Johann Nepomuk Peter— cinco días después de su fallecimiento sobornaron al enterrador y se llevaron su cabeza, en teoría para «protegerla de la profanación» pero en realidad para hacer un estudio frenológico. Debido al calor, la cabeza estaba muy descompuesta, lo que hizo que Rosenbaum vomitara cuando la llevaba al hospital donde fue examinada durante una hora y luego macerada y limpiada con lejía. El examen frenológico concluyó que «el bulto de la música» estaba «completamente desarrollado». Peter instaló el cráneo en la repisa de su chimenea dentro de una caja de madera oscura, con ventanas de cristal, un cojín blanco donde apoyar el cráneo y una lira en la tapa. En algún momento de la siguiente década Peter se desprendió de su colección de cráneos y le dio a Rosenbaum, entre otras, la calavera de Haydn.
Cuando el príncipe Nikolaus Estérhazy II supo lo que Rosenbaum y Peter habían hecho montó en cólera y reclamó el cráneo. Los funcionarios del príncipe fueron a casa de Peter a buscarlo pero este dijo que se lo había dado a Rosenbaum. El registro en su casa no dio resultado porque su mujer, la cantante Therese Gassman, lo escondió en su colchón de paja y se metió en la cama diciendo que tenía la menstruación, un formidable tabú para los hombres de la época, que no se acercaron al lecho. El príncipe cambió de estrategia y prometió una importante recompensa a Rosenbaum por el cráneo y este le entregó otro distinto, lo que tampoco está del todo mal pues el príncipe, a pesar de creer que tenía el cráneo de Haydn, tampoco le pagó el dinero prometido. Estérhazy mandó juntar el cráneo con los huesos del esqueleto y colocarlos en la Bergkirche.
En su lecho de muerte, Rosenbaum devolvió el cráneo de Haydn a su amigo Peter y le hizo prometer que en su testamento lo donaría al museo de la Gesellschaft der Musikfreunde (Asociación de Amigos de la Música) de Viena, que conservaba muchas reliquias de Haydn. Tuvieron que pasar sin embargo otros ciento veinticinco años más, hasta 1954, con el Estérhazy de la época detenido en la Hungría comunista, para que el verdadero cráneo de Haydn se reuniera con el resto de sus restos mortales. El último detalle es que sin saber qué hacer con él, también se dejó en la sepultura el cráneo sustituto por lo que ahora los restos de Haydn, enterrados en la Bergkirche de Eisenstadt, contienen dos calaveras.
Para leer más:
Geiringer K Geiringer (1982) Haydn: A Creative Life in Music. 3ª. ed. University of California Press, Berkeley.
Landon ER (2009) Haydn’s skull. En DW Jones (ed.) Oxford Composer Companions: Haydn. Oxford University Press, Oxford.
Townley S (2009) Hunting Haydn’s Head, BBC Radio 4 . 30 de mayo.
The Phrenological Journal and Miscellany. Vol. VI. (agosto 1829-diciembre 1830) John Anderson Jun, Edimburgo.
Haydn y Cervantes, pobrecillos..
Pingback: Las dos cabezas de Haydn
Interesante artículo, y que curiosamente está relacionado con un libro que estoy leyendo actualmente, y que si me lo permiten lo recomiendo, «Breve historia del cerebro»……….gracias.
¿El de Julio González Álvarez? ¡Muy recomendable! Es un libro excelente.
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Exacto José Ramón, de la Editorial Crítica, serie Drakontos, tiene una gran cantidad de libros muy recomendables. Un saludo y gracias nuevamente por el artículo.
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