No me asusta morir luchando como un hombre, pero no me gustaría que me ejecuten desarmado, como a un perro. (Billy el Niño, en una carta).
Las últimas cuatro palabras que pronunció en su vida las dijo en español, como las ven ustedes escritas: «¿Quién es? ¿Quién es?». Murió cuando tenía solamente veintiún años, pero ya era el forajido más célebre de su tiempo. Por entonces la leyenda había llegado incluso a la vieja Europa. La prensa hablaba sobre él como un personaje novelesco y le achacaba toda clase de crímenes, incluso varios que no había cometido. Todo lo relacionado con él se había engrandecido; por algún motivo, su figura poseía la capacidad de incendiar la fantasía popular. Aún hoy su nombre, o mejor dicho su universal apodo, es el sinónimo por antonomasia de aventura en el salvaje Oeste.
Su último día de vida, el 14 de julio de 1881, William Bonney, en todo el mundo conocido como Billy el Niño, estaba solamente a unas decenas de kilómetros de la frontera mexicana. Fugitivo de la justicia y con una condena a muerte pendiendo sobre él, no le hubiese resultado difícil escapar hacia el sur para alcanzar la libertad, cabalgando por un territorio que conocía bien y donde tenía muchos amigos. Sin embargo, algo se interpuso en su camino: el amor. Aun sabiendo que tenía a todas las autoridades de Nuevo Mexico persiguiéndole, Billy decidió no partir en dirección a México. Su fogosidad e inconsciencia juveniles lo arrastraron hacia el lugar donde más fácilmente podrían terminar encontrándole: la casa familiar de los Maxwell, la familia mexicana a la que pertenecía su novia de entonces, Paulita Maxwell.
Pero Billy no sería el único visitante de los Maxwell durante aquella noche de verano. Al sheriff encargado de su captura, Patrick F. Garrett, le había llegado información jugosa. Sabiendo que el famoso forajido se cobijaba allí, Garrett se presentó silenciosamente sobre la medianoche, acompañado por un par de ayudantes a quienes dejó vigilando en el exterior de la casa mientras él se colaba por la ventana en la habitación de Pete Maxwell, amigo de Billy. Garrett sorprendió a Maxwell en la penumbra y empezó a interrogarle sobre el paradero del fugitivo más famoso de América. La casualidad quiso que Billy saliera de la habitación de Paulita Maxwell. Hambriento, se dirigió hasta la caseta del exterior en la que la familia conservaba el ciervo que acababan de cazar, para cortarse un filete. Cuando estaba con el cuchillo en la mano, detectó la presencia de dos hombres en torno a la casa. Regresó dentro, caminando con sigilo hacia el dormitorio de Pete Maxwell para avisarle de la presencia de aquellos extraños. Tras abrir la puerta, comprobó con sorpresa que su amigo Pete no estaba solo en la habitación, pero como la oscuridad no le permitía distinguir el rostro del acompañante, Billy preguntó en español, lengua que dominaba: «¿Quién es? ¿Quién es?».
Por toda respuesta, sonaron dos disparos. Billy cayó al suelo, quedando tendido sobre su espalda. En la oscuridad se escuchó su agónica y burbujeante lucha por respirar. Después se hizo el silencio. Una de las balas le había alcanzado cerca del corazón. Billy el Niño era historia.
Su prematura muerte no hizo sino disparar su fama todavía más, hasta convertirlo en la mayor leyenda del salvaje Oeste. Algo en torno suyo excitaba la imaginación del público. Se han rodado decenas de películas sobre su vida, y el número de libros publicados, ya sean novelas o biografías, es incontable en la práctica. Pero el recuerdo de la persona quedó con frecuencia sepultado bajo una montaña de mitos, imprecisiones y malas interpretaciones. Durante mucho tiempo las creencias populares sobre Billy el Niño contradecían lo que recordaban los conocidos más cercanos. La literatura de todo pelaje, el cine y sobre todo la tradición oral fabricaron un molde acorde a los estereotipos del Oeste. Por ejemplo, muchos pensaban que Billy el Niño había sido un tosco bandido sin apenas educación, como parecía deducirse de la única fotografía suya que existe y de las muchas fábulas que ha inspirado esa imagen, un primitivo ferrotipo que le hicieron cuando trabajaba como cowboy y que debió de costarle unos veinticinco centavos de la época (el equivalente de cinco euros, más o menos). Muchos pensaban también que Billy había sido un asesino frío y despiadado, idea nacida de la prensa de su época y también de los manipulados recuerdos que el sheriff Pat Garrett plasmó más tarde en un libro. En sentido contrario, las revisiones del material biográfico hicieron que otros terminasen pintando a Billy el Niño casi como a un héroe. Lo cierto es que fue un delincuente que mató por lo menos a cuatro personas (dos en defensa propia y otras dos durante una fuga carcelaria) y que participó en otros cinco asesinatos durante una guerra entre bandas rivales. Pero es improbable que como dice la leyenda matase a veintiún hombres, uno por cada año de su vida (las cuentas tradicionales bailaban entre quince y veintiséis víctimas). Ahora sabemos que Billy tenía un sistema de valores y que, aunque solamente se arrepintió de uno de sus asesinatos, según la mentalidad de la época casi nunca mató en vano. No era un ángel, pero tampoco el demonio que pintaba la prensa; un periódico inglés llegó a contar que los testigos de su muerte hablaban de un intenso olor a azufre y la breve aparición sobre su cadáver de una figura con cuernos de bisonte y patas de carnero.
Lo cierto es que, exceptuando las flagrantemente falaces memorias de Pat Garrett, casi ningún testimonio de quienes conocieron en persona a Billy el Niño lo describía como un individuo desagradable, innoble o malvado siquiera. ¿Arrogante? Quizá. Pero fuese héroe o villano, se convirtió en el paradigma de pistolero del Oeste, viviendo siempre al límite, movido a veces por la venganza, a veces por el honor y otras veces por el mero instinto de supervivencia. Hay algo que no admite discusión: su breve vida fue tan intensa que ni siquiera las películas o las novelas han conseguido exagerarla. Pero vayamos al principio.
El niño de Nueva York
Era siempre cortés, especialmente con las damas. Como su madre, era un entusiasta cantante y bailarín. Tenía una mente alerta y podía salir con un rápido proverbio para cada ocasión. Era buen lector y escribía mejor que la mayoría de los adultos.
La vida de Billy el Niño está bien documentada, excepto los primeros años de su infancia, que son un misterio. Sabemos que fue un niño normal, pero no existe registro sobre su fecha de nacimiento, así que su verdadera edad será siempre motivo de disputa. La versión oficialista, defendida por ejemplo en las memorias de Pat Garrett, dice que Billy nació en 1859 y por tanto tenía veintiún años cuando murió. Lo cual lo convertía en mayor de edad, según la ley de Nuevo México, en el momento en que fue tiroteado por el propio Garrett. Sin embargo, los testimonios más cercanos a Billy indican más bien que nació en 1860 o 1861, así que debió de tener diecinueve o veinte años cuando abandonó este mundo.
Tampoco existe documento alguno que nos ilustre acerca del lugar donde nació y vivió sus primeros años, aunque la prensa de su época siempre apuntaba a que Billy provenía de un barrio irlandés de Manhattan, por lo que se suele considerar esta opción como la más verosímil. En todo caso, le da un toque inusual a su biografía. Nueva York era lugar habitual de llegada a América de los inmigrantes irlandeses como su madre, Catherine McCarty. No conocemos la identidad de su padre biológico. La confusión continúa cuando se intenta dictaminar cuál era el verdadero apellido de Billy. Su madre lo bautizó como William Henry McCarty, pero más tarde el propio Bill se haría llamar William Bonney, seguramente adoptando el apellido de quien pensaba era su padre biológico. Una confusión más: Billy tenía un hermano menor llamado Joseph —al parecer eran solamente hermanos de madre— aunque durante mucho tiempo se pensó que Joseph era el mayor, porque su certificado de nacimiento, que sí se conservó, tenía su fecha de nacimiento erróneamente apuntada. Estas confusiones, que aquí resumo en un breve párrafo, han requerido a los historiadores décadas y más décadas de estudios para introducir correcciones o matices. Todo dato sobre el origen de Billy el Niño parece material de una investigación de Agatha Christie.
Por fortuna para el relato su biografía empieza a aclararse a partir de 1868, cuando Catherine y sus hijos se mudaron a Indiana. Allí, la mujer conoció a un aventurero llamado William Antrim, con quien terminaría casándose. De hecho, Billy llevó también el apellido Antrim, de ahí que durante cierta época en sus círculos lo conociesen como «Kid Antrim». La nueva familia se desplazó a menudo hasta establecerse finalmente en Silver City, Nuevo México. Allí, William Antrim se dedicaba a la prospección de mineral y los juegos de azar, mientras Catherine trabajaba entre otras cosas como lavandera. Por aquel entonces, como decíamos, Billy era un niño perfectamente normal. Los testimonios más tempranos, procedentes de antiguos compañeros de colegio lo describen como un chiquillo «flaco y algo pequeño para su edad», un niño bien educado que «nunca hacía nada malo, como mucho alguna travesura». Uno de sus profesores recordaría que Billy «no era más problemático que cualquier niño de su edad». Tenía un carácter alegre y bromista que había heredado de su madre. Como a ella, le gustaba cantar y bailar. Buen alumno en la escuela, colaboraba en diversas tareas extraescolares y era un ávido lector, especialmente de ficción. En alguna de las cartas que escribió más tarde podemos ver que poseía una caligrafía muy refinada, lo cual se contradice bastante con la idea que circuló durante tanto tiempo describiéndolo como un tosco y asilvestrado muchacho de campo.
En 1874, cuando Billy tenía unos trece o catorce años, se produjo un hecho que cambiaría su tranquila vida para siempre: Catherine McCarty murió a causa de la tuberculosis y William Antrin se desentendió completamente de los dos hermanos ahora huérfanos, que fueron enviados a distintas casas de acogida. Billy fue recibido por una familia que regentaba un hotel, y allí empezó a trabajar como pago por su manutención. En principio su comportamiento fue bueno, y el dueño de aquel hotel diría más tarde que Billy era el único de sus jóvenes empleados que «nunca había intentado robar».
El embrión del forajido
La vida tenía poco valor y matar no estaba considerado como un crimen particularmente nefasto. Los hombres endurecidos por el derramamiento de sangre de la guerra civil encontraron difícil romper con el hábito de luchar, así que matar se convirtió en un medio aceptable para resolver disputas. (Warren Beck, New Mexico: A History of Four Centuries, 1962).
Aconseje a sus lectores que nunca se involucren en un homicidio. (Billy el Niño hablándole a un reportero tras una de sus detenciones).
El adolescente Billy era adicto a las dime novels, unas novelas baratas que narraban las aventuras de forajidos del Oeste, reales o imaginarios, y que eran el antecedente de las revistas de pulp fiction. Difícilmente podía imaginar que en apenas cinco o seis años iba a convertirse en protagonista de muchas de aquellas novelas, pero tras quedarse huérfano y desprovisto de supervisión adulta su comportamiento empezó a cambiar. Se mezcló con pandillas juveniles. Cuando terminaba su trabajo en el hotel era solamente un adolescente que ya no tenía grandes ataduras y que, ansioso de libertad, no tardó en tener conflictos con su familia de acogida, hasta que se marchó para alojarse en una pensión cuyas facturas pagaba ejerciendo toda clase de recados y trabajos. Apenas había pasado un año desde la muerte de su madre cuando, empobrecido y tratando de sobrevivir en una ciudad de aventureros, Billy empezó a delinquir. Su primer encontronazo con la ley no tardó en llegar: fue detenido por robar un queso, pero el sheriff local simpatizó con aquel quinceañero que parecía un niño y lo dejó ir después de soltarle una reprimenda. Pero poco después fue detenido de nuevo por algo bastante más serio, el robo de una pistola. De físico enclenque, Billy pensaba que necesitaba un arma para sobrevivir en aquella ciudad de buscavidas. Aquella vez no bastaba una reprimenda, así que dio con sus huesos en un calabozo. Sin embargo, ya entonces empezó a demostrar su habilidad como escapista, trepando por el interior de una chimenea para huir de la oficina del sheriff. Ahora era un fugitivo, si bien uno de poca monta por el que nadie iba a preocuparse demasiado. De momento.
Su carrera delictiva iba a más. Se inició como cuatrero, robando los caballos de los soldados acuartelados en diversas partes de Nuevo México. Aquel era un crimen grave. No desde el punto de vista judicial, ya que la pena por el robo de un caballo podía suponer un par de años de cárcel. Pero más allá de los tribunales, a los cuatreros sorprendidos in fraganti no se los perdonaba y no era raro que fuesen ejecutados mediante un ahorcamiento improvisado, sin esperar la presencia de autoridad alguna. En el salvaje Oeste, donde había que viajar enormes distancias a través de unos territorios con frecuencia inhóspitos que podían poner a prueba la resistencia de cualquiera, un caballo constituía un seguro de vida. Sin montura, un hombre no podía pretender atravesar aquellas tierras con buenas posibilidades de sobrevivir. Así que el robo de caballos implicaba que Billy era ahora un delincuente de mayor entidad. Pero su currículum delictivo aún tenía que crecer. Tenía unos dieciséis años cuando se convirtió también en un criminal de sangre, porque fue entonces cuando cometió su primer homicidio.
Ocurrió en Fort Grant, Arizona, donde tras su breve etapa como cuatrero finalmente encontró trabajo como conductor de ganado. Aquel empleo, sin embargo, no hizo que su existencia se tornase más relajada. BIlly no era propenso a los vicios. Rechazaba abiertamente el tabaco. Casi nunca bebía y cuando probaba el alcohol era en muy poca cantidad. Aquello no era lo suyo. Pero sí le gustaban los juegos de azar y acostumbraba a frecuentar el típico saloon que tantas veces hemos visto en las películas, para apostar. En aquellos círculos la presencia de aquel quinceañero era generalmente bien recibida. Era un individuo popular. Bien educado y simpático, con un expansivo sentido del humor, difícilmente caía mal a nadie. Especialmente a las chicas; su aspecto aniñado era más refinado de lo acostumbrado en aquellos círculos y su única fotografía, como decimos, fue contestada por quienes lo conocieron en persona y aseguraban que no le hacía justicia. Billy tenía fama de ser bien parecido, cortés y de trato agradable. Pero eso no lo libró de roces. Como aparentaba muy poca edad y además era bastante enclenque, podía convertirse en objetivo de las burlas de algún que otro individuo con ganas de abusar de alguien más débil. Fue en el saloon de Fort Grant donde un herrero irlandés llamado Frank Cahill se acostumbró a insultarlo cada vez que lo veía. Un buen día, el habitualmente apacible Billy se cansó y terminó devolviendo los insultos. El rudo Frank Cahill se abalanzó sobre él para pegarle. Craso error. Billy era un endeble chiquillo rubito, pero no iba a dejarse avasallar. Cahill impuso su superioridad física y lo tiró al suelo, pero tras caer Billy sacó su revólver y sin pensárselo dos veces disparó a su agresor. Cahill, herido de gravedad, murió al día siguiente, convirtiéndose en la primera víctima de Billy el Niño. Los testigos del incidente calificaron el homicidio como «defensa propia», pero las autoridades locales no pensaron lo mismo, así que Billy supo que debía marcharse de Arizona.
La puntería que Billy demostró en aquel lance no era producto de la casualidad. Llevaba tiempo practicando con armas. Le gustaba disparar a objetos y, según contaban sus conocidos, «gastaba diez veces más balas que cualquier otro». Durante mucho tiempo se pensó que era zurdo, porque en su única fotografía aparecía con el revólver colgado en la parte izquierda de la cintura. Hasta que finalmente alguien se fijó en el mecanismo del Winchester que aparecía en la imagen, que estaba al revés. La fotografía estaba invertida. Billy el Niño era diestro, algo que se descubrió muchas décadas después de su muerte, cuando ya se habían escrito novelas y estrenado películas con el título de El pistolero zurdo. Otra confusión más. En todo caso, se ganó fama de ser un excelente tirador. Era bueno con el revólver, aunque su arma favorita era el rifle Winchester. Lo manejaba tan bien que al parecer era capaz de disparar con un rifle en cada mano, manteniendo un buen índice de puntería tanto con la derecha como con la izquierda.
Tras abandonar Arizona a toda prisa se dirigió a Nuevo México, retornando a Silver City. Allí volvió a las andadas uniéndose a una banda de ladrones de ganado. La mitología posterior insistía en que durante aquel periodo Billy habría pertenecido temporalmente a la banda de otro forajido legendario, Jesse James. En la realidad, sin embargo, esto nunca sucedió. Algunos historiadores aceptan que ambos llegaran a conocerse en Nuevo México, donde es verdad que estuvieron al mismo tiempo. Parece muy verosímil que Jesse James le hubiese ofrecido unirse a su banda al conocer su prestigio como tirador. Pero Billy declinó la oferta, probablemente considerando que el robo de ganado le daba para vivir y que no necesitaba involucrarse en las peligrosas actividades de Jesse James, que incluían atracos a bancos y asaltos a trenes. No resulta extraño que BIlly rechazase convertirse en atracador, porque no le concedía demasiada importancia al dinero y se conformaba con tener lo suficiente para salir adelante. Su única preocupación material obsesiva era la compra de munición para practicar con sus armas. Por lo demás, las lucrativas ganancias de un atracador de bancos no le atraían.
El fútil intento de llevar una vida honrada
Por aquel entonces Billy experimentó de primera mano el daño que podía causar un cuatrero. Mientras cabalgaba por el árido Nuevo México, su caballo fue robado por un grupo de apaches, nación india que llevaba décadas en guerra contra los invasores blancos. Sin caballo, abandonado a su suerte, Billy tuvo que recorrer varias decenas de kilómetros a pie, atravesando un inclemente territorio semidesértico. Cuando finalmente llegó a una casa habitada, cerca de Fort Stanton, estaba agotado y deshidratado, casi al borde de la muerte. Tuvo que ser cuidado por la familia que habitaba aquella casa durante algún tiempo antes de que se recuperase y pudiese volver a valerse por sí mismo.
Tras reponerse, BIlly se trasladó al condado de Lincoln, el más extenso de Nuevo México, con una superficie algo menor a la de Galicia (Nuevo México tiene 315.000 km², en comparación España tiene 500.000 km²). Sin embargo, la población del condado era escasa y dispersa. Allí parecía que pretendía abandonar sus escarceos delictivos. Primero obtuvo un empleo en una fábrica de quesos. Después se convirtió en cowboy, conduciendo y cuidando vacas o caballos.
Se puso al servicio de uno de los principales ganaderos del condado, John Tunstall, un joven emprendedor británico que había llegado a América decidido a hacer fortuna. Era financiero y comerciante, dueño de un almacén donde vendía utensilios, municiones y repuestos a los colonos del condado. En cuanto Tunstall supo por algunos vaqueros de la habilidad de Billy con las armas lo contrató como guarda para vigilar el ganado. La leyenda dice que Tunstall fue algo así como su única figura paterna, pero esto es poco probable, ya que apenas le sacaba seis o siete años de edad. Aunque sí es cierto que Billy le debió tener en bastante consideración, dado que Tunstall se portó muy bien con él. Por ejemplo le regaló un caballo y un flamante rifle Winchester. Billy empezó a sentirse como en casa en el condado de Lincoln y desarrolló un fuerte sentimiento de camaradería y hermandad con los otros cowboys que trabajaban para el inglés. Unidos como una piña, aquellos vaqueros se convirtieron en su nueva familia.
Billy también creó fuertes lazos de amistad con los mexicanos de la región. Esto era algo inusual para un anglosajón, incluso teniendo en cuenta que los matrimonios mixtos no constituían una rareza. La mentalidad racista imperante en la zona no cambiaba por ello. Los colonos anglosajones miraban con incomprensión y abierto desprecio a los mexicanos. Amén de los conflictos territoriales que se habían producido entre Estados Unidos y México, que seguían estando latentes en el recuerdo de todos, eran dos culturas que en aquella región fronteriza no terminaban de encajar. Pero Billy no era como la mayoría de los anglosajones. Con su carácter extrovertido —y en muchos aspectos naif— hacía caso omiso de estos prejuicios y se llevaba tan bien con los mexicanos que él mismo terminó hablando el español con bastante fluidez, amén de que le gustaba relacionarse con chicas hispanas. Esto lo convirtió en un visitante bien recibido en las casas de las familias mexicanas de la zona, que a menudo le servirían como refugio y escondite en los turbulentos tiempos que estaban por venir. De aquella época, por cierto, data su única fotografía, en la que lo vemos vestido con las ropas de trabajo de un típico cowboy.
Billy abandonó el apellido Antrim para adoptar el de Bonney. Estaba muy cerca de llevar una vida feliz. Pero los acontecimientos en Lincoln estaban destinados a impedírselo. Por aquel entonces, aquellas regiones a medio civilizar eran caldo de cultivo para la corrupción a todos los niveles, con facciones similares a la mafia que trataban de hacerse con el monopolio de las actividades más lucrativas, frecuentemente en connivencia con las autoridades locales.
El condado de Lincoln no era una excepción. Hasta la llegada de Tunstall, el único almacén comercial de la zona había sido «La Casa», controlada por James Dolan y Lawrence Murphy, dos irlandeses que habían combatido en la guerra civil y que no estaban dispuestos a permitir que otros hombres de negocios intentasen romper su monopolio. En aquellas tierras, el «sueño americano» estaba solamente al alcance de quienes pudiesen respaldar su iniciativa empresarial con la fuerza. Los tentáculos de la corrupción llegaban lejos: Dolan y Murphy dominaban la región compinchados con el sheriff local, William Brady, quien a su vez pertenecía a una corrupta red conocida como «el Círculo de Santa Fe», un grupo de funcionarios que hacían y deshacían a su antojo sin el menor respeto por la ley que supuestamente defendían. A esa red pertenecían individuos como el fiscal de distrito William Rynerson, que asesinó de un disparo al Jefe de Justicia de Nuevo México y que, sorprendentemente, salió de rositas cuando un tribunal tan corrupto como él dictaminó que el homicidio se había producido en defensa propia, pese a que los testigos afirmaban lo contrario. En el Círculo de Santa Fe había también jueces e incluso estaba pringado el propio gobernador de Nuevo México, Samuel B. Axtell, que combinaba sin problemas delincuencia y política.
Como se ve, en Nuevo México —y todavía menos en un territorio tan asilvestrado como el condado de Lincoln— existían pocas garantías legales para un emprendedor. Cuando John Tunstall construyó su propio almacén y empezó a atraer a la clientela que hasta entonces había acudido invariablemente a comprar a La Casa, los caciques locales Dolan y Murphy empezaron a tener pérdidas y decidieron que Tunstall no podía seguir con vida. Con la dudosa excusa de una disputa sobre ganado y con la ayuda del corrupto sheriff, organizaron una expedición para capturarle.
El 18 de febrero de 1878, John Tunstall y varios de sus empleados, incluido Billy, atravesaban un camino para trasladar varios caballos de un rancho a otro. Iban formando una dispersa fila en la que Billy era el drag rider, esto es, el jinete que va en último lugar y se encarga de vigilar que ningún otro sufra algún otro tipo de problema. Fue precisamente Billy quien avisó de la presencia de una banda de jinetes formada por el sheriff, sus ayudantes y varios pistoleros al servicio de La Casa. Tunstall y sus hombres se dispersaron, huyendo en varias direcciones. Billy no volvió a ver a su jefe con vida. Tres ayudantes del sheriff alcanzaron al inglés y, según su versión, tuvieron que disparar cuando Tunstall se resistió violentamente al arresto. Nadie se creyó la historia. Como era habitual por entonces, manipularon la escena del crimen y dispararon la pistola de Tunstall después de que este hubiese muerto para simular que se había resistido. Lógicamente contaron con todo el respaldo de su sheriff y otras autoridades.
La Casa había eliminado a su principal competidor, pero varios de los cowboys empleados por Tunstall se negaron a que Dolan y Murphy se salieran con la suya. Como en una película de Clint Eastwood, Billy y varios de sus compañeros juraron venganza, decididos a eliminar a quienes habían asesinado a su querido jefe. Era la «guerra del condado de Lincoln», en la que Billy el Niño iba a cimentar su impresionante leyenda.
(Continua aquí)
Impresionante articulo! Gracias por este rato de lectura tan entretenido ;)
Espero ansioso la segunda parte!
Ud. lo ha vuelto a Hacer, Sr. Rodríguez. Esperaré con ansias la siguiente parte.
Excelente!
Pingback: La leyenda de Billy el Niño
Me ha gustado muchísimo…pero q putada cuando me he encontrado el «continuará…»
¡Que bueno! Ya estoy esperando la segunda parte.
Magnifica semblanza, bien documentada, ponderada, comentada y estructurada. Enhorabuena al autor desde un español que vive actualmente en New Mexico. Gracias por tan interesante lectura. Un cordial saludo!
La foto con la boca abierta, no nos da muestra de persona culta. Por otro lado se dice que la foto pertenece a una etapa previa a la de la delincuencia, pero su mano parece estar engatillando una pistola imaginaria.
El salvaje oeste debió ser un lugar en ebullición, al que me gustaría poder viajar a pesar de las injusticias y la corta esperanza de vida
En la foto completa puede verse que su mano sostiene el extremo del cañón de un rifle.
Hola, Monosabioreloaded:
Como te comenta Dr. Zaius (muy apropiadamente por lo de «mono sabio», si me permitís la broma) la única foto de Billy es de cuerpo entero, lo cual iba a comentar más adelante. No es una imagen previa a su primera etapa delictiva, ya que se la tomaron cuando trabajaba como vaquero (de ahí sus ropas) y antes de eso había robado ganado, había sido cuatrero e incluso había matado a un hombre en defensa propia. Pero la foto sí es previa a la etapa como forajido famoso por la que se lo recuerda hoy. Fue tomada cuando Billy intentaba llevar una vida honrada. En ella se ve efectivamente no solo que tiene un rifle Winchester, sino también una pistola. Pero ambas eran sus herramientas de trabajo, ya que una de sus funciones como «cowboy» era la de vigilar del ganado y los bienes de su jefe. Como imaginarás, el mero hecho de ir armado no iba contra la ley per se, sino que en aquel entorno se consideraba una necesidad en según qué empleos.
Por otra parte, Billy quizá no respondía a la figura de un intelectual pero no era inculto en absoluto. Y menos según los estándares de su época y teniendo en cuenta su edad. Se sabe que era buen lector y te confieso que su caligrafía era mucho mejor que la mía. Ahora bien, la expresión bobalicona con la boca abierta de la foto se explica fácilmente: Billy debía de tener unos diecisiete años cuando tomaron esa imagen. Era prácticamente un chiquillo. En alguna foto mía con esa edad no apostarías a que yo sabía atarme los zapatos o sumar dos más dos… son las cosas de la adolescencia. Además, otro detalle: hacerse un ferrotipo (el tipo de fotografía de la que hablamos) costaba por lo menos el equivalente de unos cinco euros, así que no esperarías que alguien como Billy, que básicamente gastaba todo su dinero en munición para practicar el tiro, se hiciese varias fotos para ver en cuál toma quedaba mejor. La foto se hizo así y así se quedó. Además, los testimonios de su entorno dijeron invariablemente que Billy era inteligente y muy rápido de mente; además juzgaban que la foto no le hacía justicia. Esta foto creó mitos bastante erróneos en torno a Billy el Niño —por ejemplo que estaba embrutecido, que era prácticamente idiota, que vestía mal y tenía maneras campestres—, todos desmentidos por la gente que lo conoció. Pîensa que hubo unos cuantos testimonios bien documentados: Billy se hizo internacionalmente famoso y tras su muerte periodistas y escritores buscaron a las personas que habíoan formado pate de su historia, que le sobrevivieron décadas en la mayor parte de los casos.
Un cordial saludo.
«La foto con la boca abierta, no nos da muestra de persona culta»…apoteósico.
¡Qué fascinante! ¡De novela! Nunca había sabido de este chico más de lo que en alguna propaganda de película con Emilio Estévez haya visto. Qué bueno que la historia se ponga en su sitio, contando las cosas cosas como son. Se come ansias por esperar la siguiente parte, y ojalá algunas más.
Me he decepcionado al comprobar que lo que cuenta Borges en el capitulo de la historia universal de la infamia no son ciertos creo que cuenta una version mas novelesca , que pertenecio a una gang ¨en Nueva York o que mato 21 hombres sin contar mejicanos,gran articulo mi enhorabuena
Por ese rifle Lin McAdam persiguió a Dutch Henry por medio oeste. :P
Un artículo muy interesante, sobre todo para ponerse al día en la historia de este personaje. Quería resolver una duda, en el pie de página de la foto de Billy dice que es la cuarta foto más cara del mundo, tenía entendido que era la décima según un último ranking que me topé hace poco (uno se aburre mucho a veces). Era para contrastar las fuentes y salir de dudas si es posible.
Saludos y enhorabuena,
Manu.
Pingback: La leyenda de Billy el Niño (II): la guerra de Lincoln - Jot Down Cultural Magazine
Me sumo a los elogios, bien escrito, interesante, entretenido.
Un pero: chirría mucho el uso de la palabra «emprendedor» (según el DRAE quien acomete acciones aventuradas y peligrosas) para aludir al jefe de Billy. Comerciante, tendero o empresario serían palabras más adecuadas. Y decir que en 1878 en Nuevo México no había garantías legales para un emprendedor tiene un aroma ucrónico.
Aprovechando que este mensaje no lo va a leer nadie, aquí va una crítica cultural:
Las historias del Oeste es más de lo mismo, colonialismo cultural de los Estados Unidos. No son ni la mitad de interesantes que cualquier historia de la América Latina. ¿Para cuándo un relato sobre La conquista del Desierto Argentina?, ¿Para cuándo un relato sobre «cangaçeiros» nordestinos brasileros?, por poner un ejemplo…
¡Lo que nos estamos perdiendo!
He quedado impresionado, de pequeño me encantaba el personaje a partir de ARMA JOVEN, y continué con PAT GARRETT Y BILLY THE KID, y algunas novelas … Pero ni de lejos creí que se podía llegar a este nível de erudición.
Tal vez lo que mas me sorprende es que fuese una persona querida por los mejicanos, hispanos, etc … Eternas víctimas del imperialismo yankee incluso en esos tiempos de «pioneros» que construian pueblos, comunidades y un país. Pero al parecer Billy tenía mucho cariño por los méjicanos, ellos por él y de alguna manera fueron los que mantuvieron viva la faceta positiva del personaje.
En manos WASP Billy era el perfecto outlaw: Un niño frío y asesino, temido en todo el oeste. Aún les gustan estas historias de buenos asesinos … Siempre que estén «dentro de su ley», si se salen … Ya llegará algún Patt Garrett.
Visto el basto nível cultural que manejas, ¿Qué libros de historia o novelas me recomiendas sobre el «verdadero» Billy the Kid? Pq ante todo tu artículo me parece una des-mitificación del asesino de 21 personas por cada año de vida.
PD: Que terrible tragédia que tenga que referirme a él en inglés, pq en España ya tienen a uno que está dentro de la ley, famoso por disfrutar sin límite con las torturas y asesinatos a seres humanos, que cometían el crimen de querer el fin del franquismo.
Creo que ni todos los outlaws yankees tienen la bajeza que a esa escória llena de medallas y honores; que la ignoráncia española apodó cómo a un héroe/villano mítico que a fin de cuentas no era ni de lejos fiero.