Los dioses existen cuando la gente cree en ellos.
El año pasado Neil Gaiman ofreció en Barcelona una charla sobre su trabajo. En el ocaso de la misma, cuando se aproximaban los últimos disparos durante la ronda de consultas de la audiencia, alguien le preguntó cómo había sido trabajar con Sir Terry Pratchett (minuto cincuenta y ocho). Gaiman, de manera envidiablemente profesional para una persona a la que han fusilado durante años con la misma cuestión en más ocasiones de las que una mente humana es capaz de masticar sin acabar decidiendo que un embudo cumple todas las funciones de un sombrero, contestaba a aquello con una serie de anécdotas simpáticas sobre su pluma amiga. Todo el público era consciente de que Pratchett llevaba años luchando contra el alzhéimer y por eso aquella tarde un profundo respiro de alivio despeinó flequillos en la sala: un amigo del ilustre caballero del sombrero afirmaba que Pratchett seguía siendo Pratchett.
Existe una tortuga gigantesca que ha decidido que el espacio exterior ofrece posibilidades más interesantes que el líquido elemento. Y existen elefantes que cargan con el peso de un mundo cuyo diseño considera a Eratóstenes, a sus colegas vestidos con sábanas y al mismísimo Copérnico como gente que se buscaba demasiadas complicaciones. Existen los dragones, los enanos de dos metros, los magos ineptos, la Guardia noble de un mundo innoble, las brujas que saben cómo se empieza a escribir la palabra «banana» pero no cuándo hay que parar de hacerlo. Existen los elfos hijos de puta, los gnomos cuyo calendario se basa en los periodos de rebajas de los grandes almacenes, los alquimistas con la capacidad de convertir el oro en menos oro, los guerreros bárbaros que consideran que lo mejor de la vida es un rollo de papel higiénico, las dimensiones mazmorra con ensaladas de tentáculos y las bibliotecas que retuercen el espacio-tiempo. Existen las ideas con vida propia. Existe la magia, y tiene un color propio.
Algunos de nosotros estamos en esto porque un día callejeamos por las aceras de Ankh-Morpork, contemplamos lo idílico de la urbe con el único río del universo en cuya superficie es posible dibujar con tiza el contorno de un cadáver y decidimos quedarnos a vivir allí para siempre. Se nos nota la adopción desde el país contiguo y no solo no nos avergonzamos de ella, sino que la ondeamos con orgullo porque en sus mundos de origen hemos ido aprendiendo lo realmente importante: que hay gente tan afilada que es capaz de hablar en cursiva, que las letras capitales son los cimientos de las Cosas Realmente Importantes, que varios signos de exclamación son el certificado de autenticidad de una mente perturbada, y que cuando la personificación de la muerte gusta de rodearte con el brazo e invadir tu zona de confort a lo mejor es divertido dejarse meter mano. Muchos de nosotros sabemos que puedes agarrar dos páginas de esas novelas y extirpar de ellas frases más rotundas que toda la producción completa de una conga de esos escritores de autoayuda que apuntalan su barbilla con la mano derecha.
Existen relojes de arena que no contienen un solo grano en su interior porque realmente no lo necesitan.
Gaiman continuó aquella tarde explicando la situación actual del escritor: «Todos sus amigos somos conscientes de que su tiempo es limitado. Y de que él se está adentrando paso a paso en la oscuridad». Lo dramático de la frase, y lo emocional del discurso con un orador visiblemente afectado, teletransportó de vuelta a Mundobola a todo el público presente. En el recinto la tensión acababa de entrar por la puerta y estaba en la cocina rebuscando en la nevera, pero antes había tenido tiempo suficiente para anudar con firmeza varias docenas de gargantas.
Pratchett llevaba toda su vida riéndose con la Muerte. Estaba preparado para el último paseo e incluso podría haber hecho trampas, porque sabía perfectamente qué pieza durante una partida de ajedrez era la única con la que patinaba siempre el dueño de la guadaña.
Ayer todos los titulares de Mundobola anunciaban la muerte de Sir Terry Pratchett. En su casa, rodeado de los suyos, durmiendo tranquilamente y con su gato velando la despedida.
La última frase de Gaiman durante aquella charla asumía el futuro de su compañero de fantasías, pero construía una verdad tan irreprochable como la existencia de un coloso con forma de quelonio cósmico: «Y nosotros tenemos sus libros».
Ayer todos los titulares estaban equivocados.
Porque basta que una persona crea en un dios para que este exista.
No te dejaremos morir nunca, sombrero legendario.
Me gustaría saber si vosotros tenéis medios para escribir en un artículo de esos tan largos que os gusta hacer parte de la Biografía de Sir T.P. Lo he estado pensando yo, para escribirlo en mi blog, pero sé que vosotros tenéis mejores medios y más conocimiento. Creo que alguien que nos ha aportado tanto se merece eso y mucho más.
Gracias Jot!
El mayor de los pésames para todos los que algún día quisimos estar en el Mundodisco.
Terry Pratchett era un escritor genial, y seguirá siéndolo. Nos quedará en la memoria, pero al mismo tiempo nos deja atrás y se convierte en una leyenda. Gracias por todo.
Muy buen artículo, a la altura del hombre del sombrero. Una gran pérdida para la humanidad, con minúsculas, y para la Ironía, con mayúsculas, que pierde a su mejor embajador.
y basta que otro no crea en él para que muera
Desde su perdida, este mundo se ha vuelto un poco mas gris,,, (Sir Samuel Vimes)
Salgamos al exterior armados con brochas y pintura de colores,,, (Sr Flores).
Oook! (El bibliotecario)
¿DONDE DEJO EL RELOJ DE ARENA, AHORA? (ese señor de negro del final)
Yo no he sido, ¿pero donde esta la salida? (Ricewind)
No te olvidaremos nunca maestro,,,,(uno de tantos lectores)
El pasado jueves falleció uno de los sabios más brillantes del último siglo, y por desgracia la gente no lo sabe. Sir Terry Pratchett fue capaz, desde el humor, la ironía y la imaginación, de desnudar y desmenuzar el alma humana con más inteligencia y profundidad que la mayoría de los que se consideran a sí mismo intelectuales.
Pero qué alegría el haberse embarcado, hace ya tantos años, en su maravilloso viaje literario. Qué alegría haber viajado, cogido de su mano, por una obra tan llena de MAGIA.
Qué alegría cuando contemplo la estantería que en mi casa instalé exclusivamente para sus libros.
Qué alegría saberse rendido admirador del Genio del Sombrero.
NOLI TIMERE MESSOREM
Esta vez, y sin que sirva de precedente, sobra la etiqueta «humor»
Preciosa elegía, muy conmovedora. Yo he preferido orientar el tema sin entrar en la congoja, pues la frase final es cierta y llena de esperanza. Tenemos sus libros.
http://wp.me/p2r4nD-TD
Saludos
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Gracias. Gracias por poner en palabras lo que llevo sintiendo tantos días. Basta que una sola persona crea en un dios para que éste exista. Y sin embargo, creo que él no habría querido ser un dios. Sólo habría querido caminar junto a Muerte.
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