Manet y Courbet, sexo y burguesía. Courbet y Manet, burguesía y sexo. ¿Y algo más?
Sí, una pregunta que me hago muchas veces… ¿Puede un hombre vulgar hacer un gran arte? ¿Puede un artista de gran talento ser un hombre vulgar? Difícil delimitar dónde empieza el artista y dónde acaba el hombre, o dónde acaba la mujer, pero de las mujeres artistas ya nos ocuparemos en otra ocasión, ahora nos vamos a centrar en el hombre artista, en dos hombres artistas, dos supuestos «genios», o «artistas geniales», si se prefiere, aunque yo prefiero simplemente llamarlos (la palabra genio me da repelús) «artistas con gran talento», siempre teniendo en cuenta que definir «talento» es casi tan complicado como definir «artista». En cualquier caso, ¿qué pasa cuando un artista pretende ser vulgar, qué pasa cuándo lo consigue? ¿O está condenado a no conseguirlo nunca, a no llegar nunca a esa vulgaridad de la que está excluido por su propia naturaleza?
Más de una vez hemos hablado del artista o del escritor como persona. Más de una vez hemos visto que un artista, un creador, una persona admirada por su talento musical o artístico o literario, puede comportarse como un auténtico imbécil o como el más vulgar de los mortales. ¿Se le puede perdonar? Tenemos casos extremos. Muchos. Muchos más de los que se podría pensar. Tenemos artistas asesinos, artistas ladrones y delincuentes, artistas maltratadores y paranoicos, artistas canallas y artistas mentirosos e increíblemente egocéntricos. Y no son artistas de segunda fila, nada de eso. Tenemos a Caravaggio, que iba de pelea en pelea y se pasó media vida huyendo por culpa de una acusación de asesinato. Tenemos a Bernini, que le dio una paliza a su hermano (y por poco lo mata) porque se había liado con una de sus amantes y que luego mandó desfigurar la cara de esa amante como venganza (tenemos un busto de esa amante, Constanza Buonarelli, de antes del ataque, para que su hermosura nos recuerde su triste final, puesto que además fue acusada de adulterio). Tenemos a Ribera, que tenía un auténtico grupo mafioso y se libraba de los pintores rivales con palizas, amenazas, sabotajes e incluso se sospecha que también pudieron llegar al asesinato. Tenemos al propio Miguel Ángel, que empezó su carrera falsificando esculturas clásicas (por cierto el engaño no coló, pero la falsificación era tan buena que encontró un mecenas). Y tenemos otros casos no tan violentos o delictivos pero igual de censurables, como el trato machista, egoísta y cruel que muchos artistas han dispensado a sus mujeres, o cómo se hacen la puñeta o se desprecian entre ellos, o cómo no socorren a sus viejos amigos en apuros o cómo… En fin, que se comportan como el resto de los mortales en esas ocasiones que avergüenzan al resto de los mortales y que deberían avergonzarles a ellos mismos, cuando lo cierto es que algunos no parecen muy avergonzados, y que, lo que es más extraño aún, en muchas ocasiones los demás, el resto de los mortales, los perdonan. El caso de Bernini es muy claro. El papa Urbano VIII lo protegió de tal modo que el asunto se solucionó con una simple multa y caso cerrado, Bernini siguió trabajando y teniendo una gran éxito, y desde luego su arte alcanzó una altura difícil de superar, para desesperación de otro gran artista, Borromini, que acabó suicidándose.
Eso son solo algunos ejemplos, y donde pongo pintores y escultores podría fácilmente poner escritores o músicos. He empezado este artículo con dos nombres, Manet y Courbet, y quiero volver a ellos. Pero antes voy a permitirme recordar a otro artista de esos que acostumbran a llamar «geniales»: Rafael. Hay varias hipótesis sobre su muerte. Vasari dice que se debió a sus excesos sexuales. Y aquí quiero incluir una cita de un libro del que voy a tomar varias citas más en los párrafos siguientes, un ensayo de Ángel González García llamado Religión, arte, pornografía:
Todo había empezado por la vida que de él había escrito Vasari precisamente y que todavía alarmaba a Joshua Reynolds dos siglos más tarde. Reynolds, que tenía la pintura de Rafael por modelo insuperable, se manifestó escandalizado por sus excesos carnales en una de las lecciones que dio en la Royal Academy entre 1769 y 1790. Probablemente no era ningún timorato, así que sus lamentaciones por la corta vida de excesos de Rafael tal vez solo se debieran a que de ese modo se había acortado también su obra. Fuera como fuera, su cicatería indignó al joven William Blake quien, en una nota marginal de su ejemplar de la edición de los Discourses on art de Reynolds escribió algo así —ahora no lo recuerdo exactamente— como que al genio se le deben disculpar sus excesos; o incluso que el genio es excesivo por naturaleza y tan poco respetuoso por las normas que rigen el arte como con las que rigen las costumbres.
¿Es esto cierto? ¿Tiene el genio patente de corso? Bien, ya he dicho que la palabra genio no me gusta, pero por lo demás creo que la cita es muy actual hoy en día, y que ha sido muy actual siempre, a lo largo de toda la historia del arte.
Y vamos a hablar un poco de sexo, de sexo vulgar…
Una ciudad bastante bien. Las mujeres con buenas tetas. Todas gordas, todas dulces, todas rubias. Cervecerías por todas partes. El tabaco barato. Desgraciadamente muchos artistas.
Así describía la impresión que le había causado Munich Courbet en su diario. Lo recoge Carlos Reyero en su monografía del pintor para Historia 16. Reyero nos cuenta que Courbet era un mujeriego, pero a mí lo que más me gusta de esta cita son las palabras finales: «Desgraciadamente muchos artistas». Sí, mira tú por dónde, Courbet es humano. Se preocupa por cosas mundanas. El tabaco y las mujeres bien, pero mucha competencia. Me recuerda una cita de otro diario, el de Leandro Fernández de Moratín, que en un viaje creo que por Alemania (perdonadme, yo también cito de memoria), anotaba: «Muchas putas, desgraciadamente poco dinero». Eso sí, como Moratín era un ilustrado lo escribía en latín, que siempre queda menos vulgar, desde luego.
La cosa con que nos encontramos en el arte del siglo XIX es que los artistas pretenden ser vulgares. Y se les critica por eso. Y curiosamente eso es lo que más escandaliza a sus contemporáneos, a todos ellos, al público en general y a los críticos, no el desnudo en sí, o la escena erótica en sí, sino la vulgaridad con que está reflejada. Y encima, encima, para mayor escándalo, esta vulgaridad es deliberada…
Dos cuerpos terrosos, sucios, puercos, anudados en el momento más difamatorio y desafortunado de la voluptuosidad femenina, sin color, sin luz, ni vida en su piel; sin nada de la armoniosa gracia de sus miembros; una estúpida basura.
¿De qué guarrada pornográfica hablamos? De una que no se enseñaba en las exposiciones abiertas al público, que solo veían coleccionistas o críticos o entendidos en arte, de un cuadro que hoy está en un museo: Las dos amigas, o también llamado El sueño, de Courbet, claro está.
Pero, claro, a un señor que se le critica por pintar temas vulgares y escandalosos como unos bomberos apagando un incendio o a unos curas borrachos (un cuadro, El retorno de la conferencia, por cierto, rechazado varias veces en los salones oficiales y comprado para ser destruido, porque según opinión extendida ponía en entredicho el honor de la Iglesia), ¿cómo no se le va a criticar por pintar escenas de lesbianismo, o peor aún, órganos sexuales femeninos en primer plano? Pero no, no nos engañemos, estas escenas y estos desnudos existían y eran admirados, siempre y cuando estuvieran envueltos en un halo de irrealidad, en una especie de fantasía mitológica, como si uno no pintara mujeres reales sino ninfas y diosas grecorromanas, entonces sí, entonces sí era admisible la pornografía, la pornografía anterior a la época de la pornografía, ¿o era arte?, ¿o eran ambas cosas?
No quiero extenderme en esta senda que surge un poco de rebote, pues se aleja de mi intención inicial, pero volviendo al libro de Ángel González García, este tiene una muy interesante reflexión sobre el origen de la fotografía, el origen de la pornografía, las motivaciones de los pintores y los compradores de cuadros de desnudos y la diferencia entre placer estético y simple excitación fisiológica. En lugar de esto prefiero volver al tema de la vulgaridad, de la buscada y consciente vulgaridad:
«El mayor logro de Manet es haber pintado a la ramera». Esto no es una crítica, es un halago. Lo dijo un crítico llamado K. J. Huysmans, refiriéndose a un cuadro que Manet se había atrevido a presentar en el Salón de la Academia de pintura del año 1865, y solo porque su amigo Delacroix, que estaba en el jurado, había intercedido por él. El cuadro supuso un gran escándalo, pero no por el desnudo, sino por la vulgaridad del desnudo. Se trata, como no, de Olympia. El nacimiento de Venus, de Cabanel, pintado dos años antes, no suscitó escándalo alguno y fue adquirido por el propio emperador, Luis Napoleón, para su colección personal. Y este es solo un ejemplo entre cientos.
Pero a Manet le gustaban los escándalos. Él mismo, de joven burgués, había montado su pequeño escándalo doméstico al liarse con su profesora de música y tener un hijo con ella (un paso a un estadio superior, podemos decir, porque lo normal era liarse con la criada), y además no se consideraba un genio, no, nada de eso, a Berthe Morisot, que además de pintora y eventual modelo era su cuñada, le confesó que «su obra era muy mala y que tendría un gran éxito» y es evidente que en lo segundo no se equivocó, aunque le costó lo suyo, desde luego, y lo primero que tuvo que hacer fue lidiar con los críticos…
Hay más cuadros de este tipo que nos hacen llegar a la conclusión de que el desnudo, pintado por hombres vulgares, es siempre indecente.
Pues sí. Indecente. Vamos, pornografía barata, o una basura. Pero… ¿Cuántas venus iban ya, cien, mil, diez mil? ¿Acaso los burgueses decentes no se cansaban de tantas venus nacaradas, de cuerpos irreales, mitificados, suavizados, de todo ese erotismo latente y mojigato? Pues por lo visto esos cuadros solo herían la sensibilidad de un grupo de pintores jóvenes y radicales, de los realistas puros como Courbet, de «el último de los grandes pintores clásicos o el primero de los revolucionarios», como define Miquel Molins a Manet (aunque Baudelaire va más lejos y no se corta al decir que Manet fue «el primero en la decadencia de la gran pintura»), de los furiosos retoños impresionistas y posimpresionistas. Con ellos entra la realidad en la pintura, la realidad pintada con plena consciencia de lo que hacen. ¿O es que Manet no podría haber idealizado a su ramera de haber querido? Lo mismo podríamos decir de su Almuerzo en la hierba, ¿por qué pintar personas corrientes, por qué no disimular una posible escena de prostitución con un barniz mitológico? Pues no, eso ya se acabó. Se acabó para siempre. Y lo dijo un escritor, Baudelaire: «Seamos pues vulgares en nuestra elección del tema, puesto que escoger uno demasiado grandilocuente es una impertinencia para el lector del siglo XIX. Asimismo asegurémonos de que no dejamos hablar a nuestra mente. Hemos de ser como el hielo cuando hablemos de las pasiones y las aventuras que mueven a la gente normal: en términos de la escuela realista, hemos de ser objetivos e impersonales». Y esto que vale para la literatura vale para la pintura.
Pero mientras… ¡Ay de los osados que se atreven a ir contra corriente, a sacudir el viejo arte oficial, a enfrentarse a las risas del público, del pueblo, de la gente sencilla que va a la exposición precisamente por el escándalo que se ha montado con estos cuadros! ¡Ay de los pioneros! ¡Con lo fácil que es hacer las cosas bien!
… el desnudo… pintado por hombres vulgares…
¿Recuerdan la cita? La recoge Miquel Molins en su monografía de Manet, también en Historia 16 y tan recomendable como todas. Yo al leerla pensé inmediatamente en Olimpia, porque es el desnudo vulgar de Manet más famoso y más evidente, pero no, el autor de la cita, que escribía para una prestigiosa revista de arte de la época, se refiere a un cuadro rechazado por el Salón oficial del 63 y expuesto, para escarnio público, en el Salón de los Rechazados, un cuadro que el propio emperador, que no había tenido ningún reparo en comprar la Venus de Cabanel, como ya hemos dicho, tachaba de «una ofensa al pudor», un cuadro al que se critica porque «el desdichado francés ha traducido esta idea al moderno realismo que se pinta ahora en Francia, ampliando la escala y utilizando los horribles ropajes franceses actuales, en vez de los elegantes ropajes venecianos». El cuadro es El almuerzo en la hierba y el crítico lo compara, muy negativamente, con el Concierto campestre de Giorgione, y claro, un desnudo vulgar unido a una ropa vulgar y horrible solo puede dar como resultado un cuadro vulgar. ¿O no?
La palabra «genio» puede dar todo el repelús que se quiera, pero haberlos, haylos: https://antoniopriante.wordpress.com/2013/01/15/que-es-un-genio/
Huysmans, ¿»un crítico»? Un magnífico y conocido escritor, más bien, que también hizo critica.
1. La vulgaridad opera como parte de un canon estético subjetivo.
2. La vulgaridad no es del cuadro sino del ojo que mira.
3. Hacer taxonomias o moverse en el universo del «arte» a través de autores me parece un error, sino recordemos lo que Barthes decia sobre el concepto autor.
4. El concepto genio se desprende de una visón romántica del arte.
5. La música como la pintura son capacidades humanas y no un campo hiperespecializado.
6. No existen personas «impersonales», ni gente normal, ni la objetividad (si elementos objetivables para el estudio). Si existe el rigor, muy diferente a la objetividad.
Todo canon estético es subjetivo. La ortografía SÍ es objetiva.
Si adjetivo canon estético como subjetivo es porque el texto no parece tenerlo tan claro.
Y bueno, la ortografía también puede ser un campo de disputa, pero en este caso, no poner «sí» con acento, es un error (Es una omisión no voluntaria). Pero aún así, lo espetado es mi opinión… ¿Alguna aportación no ortográfica al respecto?
No sé. Lo consultaré con Barthes.
Ok. Por si te falta información:
https://teorialiteraria2009.files.wordpress.com/2009/06/barthes-la-muerte-del-autor.pdf
Illo tas rayao
Sinceramente, Ibán, no sé si hace este comentario con intención de hacer una crítica constructiva o de hacer gala de su inmenso bagaje artístico.
Besos.
Dijo uno, que el sueño de la razón produce monstruos.
Es muy recomendable leer «Nacidos bajo el signo de Saturno» para entender que es el público el que construye esa imagen de «genio» artístico. La investigación de Rudolf y Margot Whittkower, desde el punto de vista del psicoanálisis, analiza una inmensa cantidad de documentación histórica para hallar las raíces de la creencia, erudita y popular, de que los artistas son una raza aparte.
Hoy lo que abunda son genios que hacen arte vulgar.
No entiendo muy bien adónde apunta este texto. Sólo me nace como conclusión, a partir del planteo inicial, lo que ya era obvio: que los artistas primero son hombres y, como tales, los hay de todos los temperamentos y gustos que te puedas imaginar en un hombre en el rubro.
Por lo demás, la geniaidad puede contener a la vulgaridad y no al revés. También es obvio.
Patente de corso no debe tenerla nadie.Simplemente hay que separar los aspectos de las personas.