Primero los hechos y luego las interpretaciones.
1. China:
1839. Primera guerra del Opio.
1842. Tratado de Nankin.
1851. Empieza la revuelta de Taiping (no sofocada hasta 1864).
1857. Segunda guerra del Opio.
1860. Tratado de Pekín.
1895. Guerra chino-japonesa.
1900. Revuelta de los bóxers.
1911. Revuelta antimanchú y república.
1931. Inicio guerra civil Gobierno-comunistas. Invasión japonesa de Manchuria.
1937. Inicio de la guerra chino-japonesa.
2. Japón:
1854. Llegada de la escuadra del comodoro Perry. Ultimátum americano.
1868. Revolución Meiji. Fin del shogunato.
1895. Guerra chino-japonesa.
1904-1905. Guerra ruso-japonesa.
1910. Anexión de Corea.
1914. Japón entra en la Primera Guerra Mundial. Anexión territorios alemanes en China.
1931. Invasión de Manchuria.
1937. Invasión de China. Inicio de la guerra chino-japonesa.
Bien, este es el resumen de la evolución de dos imperios asiáticos desde la llegada del colonialismo hasta la Segunda Guerra Mundial. Lo primero que hay que decir que la situación precolonialista de ambos territorios era muy parecida. Cuando los europeos se lanzaron a conquistar el mundo se encontraron con toda clase de sociedades, con muy distinta evolución política y económica. Japón (el antiguo reino de Cipango) y China son dos de los territorios más desarrollados en todos los aspectos con los que toparán. Por eso resistirán al colonialismo hasta bien entrado el siglo XIX. No es que no quieran saber nada de occidente, pues nos conocen y hay contactos. Se habla mucho del carácter cerrado de la sociedad japonesa y se olvidan dos cosas: ya en tiempos de Felipe II el emperador japonés envió una embajada a la corte española. Además, cuando los barcos americanos se presentan en las costas japonesas allí ya se encontraban misioneros jesuitas holandeses, que desempeñaban sus tareas religiosas pero también diplomáticas sin problemas.
Por otra parte China nunca fue un territorio desconocido. Los árabes abasíes se enfrentaron al emperador chino en la batalla de Talas, en el 751, pero eso no impidió el desarrollo de la Ruta de la Seda ni impidió la llegada de comerciantes venecianos, y aun suponiendo que Marco Polo inventara parte de su historia, lo cierto es que estos contactos existieron y se mantuvieron a lo largo del tiempo.
La situación cambia radicalmente en la primera mitad del siglo XIX. Los occidentales ya están colonizando África y el resto de Asia. Hay muy pocos territorios que estén cerrados a su comercio. Y es un comercio a gran escala, intrusivo, que no se anda con tonterías: «o por las buenas o por las malas», ese es su lema. Los ingleses lo han puesto en práctica en la India. Primero con una sociedad comercial, la Compañía inglesa de las Indias Occidentales. Luego, cuando se produce una rebelión nativa, la rebelión de los cipayos de 1857, esta sociedad comercial es sustituida por el propio Estado inglés, con todo su preso opresor. Lo que venga después ya será otra cosa. Puede que algunos nativos cooperen y puede que a algunos les beneficie la llegada de los blancos, pero su sociedad, su sistema de gobierno, su economía… eso ya nunca va a ser lo que era. En cuanto un territorio se convierte en colonia se traza un muro con el pasado. Y por ese muro solo se cuela lo que los blancos quieren que se cuele o lo que no les importa en absoluto que se cuele. Si permiten que se mantenga el sistema de castas en la India, por ejemplo, o si permiten que se mantengan sus religiones o sus creencias es, o bien porque interesa que sea así, o bien porque no les molesta lo más mínimo. Pero todo lo que vaya contra los intereses de la metrópoli será prohibido y borrado del mapa sin contemplaciones.
Y entonces los ingleses llegan a China y descubren que a los chinos no les interesa nada de lo que ellos venden, y que, por otro lado, la conquista de China es una opción no válida. China es demasiado grande para comérsela de un bocado. Habrá que ir poco a poco, cachito a cachito.
Lo primero el comercio, desde luego. Los ingleses quieren el té, la seda, las porcelanas, productos muy bien pagados en Occidente. Pero los chinos solo aceptan plata a cambio de esos productos. La operación no les sale muy rentable. Entonces se les ocurre venderles opio. Se cultiva cerca, en la India y en Afganistán (un territorio teóricamente independiente que los ingleses no quieren que caiga en manos de los rusos). Hasta ese momento a los ingleses el opio no les ha importado gran cosa, pero todo cambia cuando ven que a los chinos les encanta. De hecho les encanta tanto que muy pronto llega a ser un grave problema en China. Y cuando las autoridades chinas empiecen a prohibir su comercio y a requisar los cargamentos les darán la excusa perfecta para declararles la guerra. Se llamará «guerra del Opio» aunque cuando los ingleses la ganen, en el tratado de paz, se «olviden» de mencionar el asunto del opio. ¿Se olviden? No. Ya han conseguido tantos beneficios comerciales que el comercio del opio deja de interesarles.
Y no volverá a interesarles hasta que les dé la excusa para una nueva guerra, la segunda guerra del Opio, que se produce básicamente porque los chinos se resisten a aceptar lo que es más que evidente: que ellos ya no controlan la economía de su país. El pueblo será el primero que vea esto y se rebele contra los occidentales, y así se producen las rebeliones de Taiping y de los bóxers. Pero el Gobierno chino, el emperador, la emperatriz, la familia imperial y toda su corte, se resisten a cambiar su modo de vida, se resisten a aceptar que su época ya ha concluido, que ahora se han convertido en simples reliquias vivas del pasado. ¿Podemos culparlos por ello? Desde nuestro punto de vista cometen errores terribles, estúpidos, incomprensibles, como por ejemplo preocuparse por reconstruir el Palacio de Verano del emperador, destruido por los ingleses en la segunda guerra del Opio, en lugar de destinar ese dinero para lo que estaba inicialmente previsto: modernizar su flota naval. O comprar a los ingleses el primer ferrocarril que hubo en China, pero no para usarlo sino para desmantelarlo. Como si con desmantelar un ferrocarril se pudiera dar marcha atrás al reloj para así volver al pasado.
Si se compara la actitud de los gobernantes chinos con la actitud de los gobernantes japoneses se ve una diferencia radical. Evidentemente hay que decir que los occidentales llegan a Japón más tarde que a China. Pero lo cierto es que los japoneses comprenden de inmediato, en cuanto ven los potentes cañones de los barcos americanos, que no tienen nada que hacer contra ellos. Lo comprenden y obran en consecuencia. Sin necesidad de ninguna guerra abren todos sus puertos a los comerciantes occidentales. Pero no se quedan ahí. Comprenden lo que significa eso. Comprenden que es el fin de su antiguo modo de vida, que siglos de feudalismo se van a ir al garete y que ellos no pueden hacer nada por evitarlo. Con el comercio llega el progreso, la revolución industrial, la sociedad burguesa, las ideas liberales. El comercio nunca es comercio a secas. Mientras el emperador chino sigue encerrado en su palacio, el emperador japonés aprovecha la oportunidad que le dan los colonizadores para quitarse de encima a todos los nobles feudales, empezando por el mismo shogun y acabando por el último de los samuráis, y convertirse en un gobernante moderno, con un parlamento, con unos ministros, con una Constitución, con un sistema económico centralizado e igualitario (adiós a los impuestos feudales, a la sociedad estamental, a los poderes locales). En pocos años Japón se convierte en un Estado moderno, con ciudadanos vestidos a la manera occidental, con unas élites que se van a estudiar a las universidades europeas, con un ejército poderoso y moderno, con una economía que pasa de ser de subsistencia a de mercado a una velocidad casi increíble. Pero lo más increíble de todo es que pese a toda la modernidad que le rodea, el emperador se las apaña para seguir siendo un ser divino, para seguir siendo tan venerado como lo era antes, con la diferencia de que si antes su poder era casi simbólico (en realidad el que gobernaba era el shogun, con los señores feudales que lo acompañan), ahora su poder es real, tan real como es el poder del káiser alemán o del zar ruso. ¿Cómo lo ha hecho? Eso es lo que llamamos «revolución Meiji». Y de todas las revoluciones que hay en el mundo esta es de las más rápidas, de las más ambiciosas y de las menos violentas. ¿Cuánto le cuesta a Europa pasar del Antiguo Régimen al sistema liberal-burgués? Lo que nosotros hacemos en un siglo, los japoneses lo hacen en veinte años. Naturalmente hay resistencias, algunos nobles feudales protestan, pero los problemas se solucionan muy rápidamente. Los occidentales, que están preparados por si acaso, no tienen que llegar a intervenir.
Por otra parte en China los occidentales no pueden dejar de intervenir. El Estado chino es tan frágil que si no es por ellos se cae a pedazos. Los ingleses, franceses, alemanes, rusos, americanos, tendrán que defender al poder chino de su propio pueblo (sofocando las revueltas que los gobernantes chinos son incapaces de sofocar) y de las amenazas extranjeras, en concreto de Japón, que muy ponto empezará a querer un pedazo del pastel. Lo que pasa con el final de la dinastía manchú me recuerda mucho el fin del Imperio otomano. Los occidentales hacen el papel de un «parásito bueno»: le chupan la sangre, pero a la hora de la verdad evitan que muera. No les interesa que muera, desde luego. Pero tampoco que esté fuerte y se pueda librar de ellos. Cuando los japoneses venzan a los chinos en 1895, serán los occidentales los que frenen a los vencedores. Los que salgan a defender a los chinos y obliguen a los japoneses a renunciar a gran parte de sus conquistas. Pero no lo harán gratis. No. China tendrá que pagar muy caro por la ayuda occidental, tendrá que ir cediendo territorios (y no solo a los ingleses, que hace ya tiempo tienen Hong Kong, sino a otras potencias como Alemania, o como Rusia, que está buscando un puerto como terminal del Transiberiano). Y cuanto más ceda a los europeos más débil será, y cuanto más débil sea más descontento estará su pueblo y más rebeliones contra los occidentales y contra el Gobierno habrá, y cuanto más débil más estará al acecho Japón y más veces tendrán que ir los occidentales a «sacarle las castañas del fuego» y más débil será el emperador. Y esto acaba como acaba, y casi podíamos decir que no podía acabar de otra manera: con una república.
Solo que la república tampoco traerá la estabilidad. Al contrario: el poder se fraccionará y estallará la anarquía. Y aparecerán otras fuerzas, que en un principio no estaban en el guion: los comunistas. Será la amenaza comunista lo que una a los viejos enemigos. Pasaran varios años pero al final solo quedarán dos grandes fuerzas: los comunistas contra los nacionalistas del Kuomintang. O dicho de otro modo: Mao Tse Tung contra Chiang Kai Shek. Y justo cuando parece que Mao se retira (y de hecho se retira, aunque él lo llame pomposamente «la larga marcha») vuelven a aparecer unos viejos conocidos, que en realidad nunca han dejado de planear sobre China, aunque han estado un poco distraídos dando una paliza a los rusos en 1904-1905, anexionándose Corea en 1910 y ocupándose de convertirse en una gran potencia mundial: nuestros amigos los japoneses. Esos que sí han aprendido la lección: para derrotar a los occidentales hay que tener sus mismas armas.
Y cuando digo mismas armas no me refiero solo a que copien las tácticas del demonio blanco, que muestren la misma crueldad con las poblaciones sometidas, que plagien descaradamente la frase del presidente Monroe y cambien lo de «América para los americanos» por «Asia para los asiáticos» (pero mandando ellos, claro), sino a eso, a armas, pistolas, fusiles, ametralladoras, cañones, bombas. A tener un ejército moderno. Un ejercito entrenado por occidentales. Con unas armas compradas a los occidentales. ¿Habéis visto la película El último samurái? Pues todo es un gran mentira. Y sin embargo todo es cierto.
Magnifico artículo, tan sólo una puntualización; eran jesuitas portugueses y españoles, no holandeses
Casi, pero no del todo. Los jesuitas (en su mayoría portugueses) estuvieron en Japón durante el siglo XVI, aunque para 1637 fueron todos expulsados o martirizados.
Desde entonces solo se permitió comerciar con Japón a los holandeses, poco interesados en evangelizar. Y muy restrictivamente, confinados en la isla artificial de Dejima, cerca de Nagasaki.
De todos modos es un pequeño error en un artículo muy bueno.
Buen artículo. Lo que tenían los Holandeses allí era una Isla minúscula separada mínimamente de la bahía de Nagasaki que no se consideraba territorio Japonés, pero que servía para intercambios comerciales, con sus almacenes, casas para los funcionarios etc…
Buen artículo de resumen, pero un apunte importante: no es recomendable considerar al emperador Meiji como el protagonista activo de la revolución que lleva su nombre, puesto que como ha sucedido siempre en Japón, el emperador ha gozado de poco poder ejecutivo, siendo sus ministros quienes realmente tomaban las decisiones en su nombre. En el caso de la Revolución Meiji, puestos a escoger actores principales, habría que mencionar a los líderes de las provincias de Chôsû y Satsuma. De hecho, el emperador Kômei, el padre del emperador Meiji y quien realmente estuvo metido en política durante los años clave, era un declarado anti-occidental, que en 1863 anunciaría una orden de expulsión contra europeos y americanos, y que moriría en 1868 a una edad sospechosamente temprana para dar paso a su joven y más maleable hijo.
Gran artículo. Me ha dejado con ganas de mucho más.
Pingback: Los japoneses, los chinos y el demonio blanco | EVS NOTÍCIAS.
Que dice Javier Sanz en su blog Historias de la Historia que la película El Último Samurai está basada en hechos reales.
http://historiasdelahistoria.com/2015/01/02/el-ultimo-samurai-la-verdadera-historia
En relación a la revolución menji un gran manga «El árbol que da sombra». Aunque no tratan para nada la relación con China, sí está presente el conflicto de modernidad frente a las tradiciones feudales.
El trasfondo de El último samurái sí que es cierto, es decir, la resistencia de ciertos señores a aceptar los cambios que trajo consigo la revolución Meiji, resistencia que se tradujo en rebeliones armadas que fueron sofocadas sin piedad y en no demasiado tiempo. La versión romántica diría que luchaban por mantener un modo de vida tradicional, el honor y todo eso; la realidad es más prosaica, pues se trataba de mantener una serie de derechos feudales que daban a los señores y a los samuráis un poder casi omnímodo sobre el pueblo y sobre el mismo emperador. Que el hecho en sí que se relata en la película tenga base histórica, eso ya lo ignoro.
Una puntualización: el comentario que se hace al final sobre lo despiadados que aprendieron a ser los japoneses a partir de la influencia occidental me parece totalmente fuera de lugar. Me temo que tanto japoneses como chinos ya venían bien entrenados desde muchos siglos atrás. La suerte que corrían los vencidos en las guerras civiles japonesas no tiene nada que «envidiar» a la corrida por los derrotados en cualquier guerra europea. Y cuando los mongoles, que se hicieron en su día con el poder en China, se extendieron hacia Europa y Oriente Medio, no dieron especiales muestras de contención ni mesura: que se lo pregunten a todas las ciudades de las que no dejaron piedra sobre piedra. Eso por no extendernos en lo «buena persona» que fue el primer emperador que unificó China… No creo que haya habido expansiones imperiales «modélicas» y eso vale tanto para los europeos como para los de cualquier otra latitud.
Espléndido: conciso, comprometido y educativo. Enhorabuena
El sr. Alfonso Vila debería explicar a la clase ¿qué es un Occidental en su imaginario academicoide? Porque la obsesión historicista de hablar de naciones enteras como si fuesen personas concretas es hacer de todo menos historia.
Y cuando se incluye él como «occidental» como si fuese partícipe de la historia que narra ya es para descojonarse. Este artículo está bien para un foro de esos de funcionarios con pistola, pero no para nada que tenga que ver con la historia. Porque ahora todo el mundo sabe de historia, gracias a Wikipedia, todo el mundo escribe de historia y lo único que hacen es seguir recurriendo a tópicos rancios como que los «occidentales» que el identifica aunque no sepa hacerlo con la europa cristiana van sembrando el odio y enseñando a matar y a pervertir a todos aquellos pueblos humildes, exóticos y sencillos que vivían tranquilamente hasta que tuvieron la desgracia de toparse con el malvado hombre blanco (como si los japos no fuesen blancos, pero bueno)…
Lo dicho: otro artículo para pasar el rato y no hacerle mucho caso.
No sea usted pesado hombre!
Ahora va a negar que el perro gigante de Sherlock Holmes nunca existió?
Algúnos errores menores en el artículo, tanto históricos como de apreciación. Por lo demás bastante acertado y aceptable. Me parece que el historiador de pacotilla eres tú. Si no, conocerías esta obra:
http://es.wikipedia.org/wiki/La_decadencia_de_Occidente
También puedes buscar sobre Walter Lippmann (antes que la obra citada) y el sesgo ideológico que impregnó en su política de alianzas. Por si te interesa saber que quiere decir el autor en su imaginario.
La decadencia de Occidente la leí cuando tenía 15 años, baboso. Por lo demás, no veo que refutes nada de mi comentario, solo sabes insultar será porque no sabes ni de lo que hablas. Occidente no existe, acéptalo.
Hola Top-Dou. encuentro interesante y original la exposición de tu punto de vista sobre la no existencia de «occidentalidad». Pero bajas de nivel con la agresividad, en el borde del insulto, de tus palabras («¿qué es un Occidental en su imaginario academicoide? «). No extraña que alguien cayera en la trampa de responder en algo ofendido (sermones «historiador de pacotilla»).
Pienso que existe gran diferencia entre un debate y la discusión, si? … no te rindas, creo que tienes un buen punto. Creo que le harías un favor a tus ideas al no permitirte aceptar el fácil recurso de la agresividad .
CONSULTA. Puedes recomendarme algún link en el tema de que occidente no existe, si?
Lo mejor es lo bien retratados que quedan siempre los ingleses cuando se habla de Historia.
Pingback: Los japoneses, los chinos y el demonio blanco
interesante y conciso, me ha sabido a poco.
En el artículo se menciona que los chinos sólo aceptaban plata como pago de las mercancías y no querían los productos europeos. En pueblo chino consideraba que sus productos eran más refinados y de más calidad que los de los europeos, por eso hubo que pagarles con plata o con oro durante toda la historia (desde el Imperio Romano). Sólo hubo una excepción: los relojes. Este era el único artículo que ellos no sabían fabricar. Ellos amaban los relojes sofisticados, con muchas funciones, y los suizos, franceses e ingleses se los vendían a precios elevadísimos.
Y sin embargo ya habían fabricado (los chinos) relojes en el pasado…
Magnifico artículo!
A mí el artículo me parece una retahíla de justificaciones para el avasallamiento de China llevado a cabo por los comerciantes occidentales respaldados por sus respectivos ejércitos. Que si las dinastías chinas estaban pasadas de moda, etc., etc., pero falta la razón principal: eran militarmente tan débiles como para abusar de ellos con facilidad, así que barra libre.
Un dato ,en el siglo XV China lo tenia todo para ser una gran potencia mundial ,una sociedad abierta al comercio y una potencia hegemonica en Oriente,los emperadores a finales de siglo decretaron el cierre de los tratos con los extranjeros,y el cierre de fronteras lo que trajo la decadencia de china.
El caso de Japon es semejante se abrieron a la influencia catolica,llegaron a
fabricar en el siglo XVI y XVII mejores arcabuces que los europeos,pero tambien cerraron fronteras e incluso prohibieron las armas de fuego ,la conclusión no pudo ser otra que el atraso respecto a occidente.
Los principales responsables fueron ellos mismos , motivados fundamentalmente por pensamientos racistas de superioridad sobre los extranjeros,los demonios que solo traian malas influencias
Excelente análisis, frente a la llegada del demonio blanco, Japón supo anticipar su inferioridad militar e industrial y actuó en consecuencia; mientras que China negó tal realidad y ha estado pagando las consecuencias durante 150 años.
Pero echo en falta su correlación con nuestra realidad europea del siglo 21. Somos el 15% de la población mundial, el 25% de su PIB y el 50% de su gasto social. Y hasta que no notemos los eslabones seguiremos exigiendo un estado del bienestar que ya solo existe en nuestros mitos fundacionales.
Abro el paraguas.
Pues nada, 83, volvemos a la explotación y la pobreza de la mayoría, que es lo que lo peta.
¿Qué quiere decir, en sí, 15% de la población mundial, 25% de su PIB y 50% de su gasto social? ¿No está repartida la riqueza, debería estarlo más, menos? ¿Funciona? ¿Podría funcionar? ¿Es el destino de la humanidad que su gran mayoría no tenga derecho a una vida digna, es eso?
Mola cuando sacan datos para insinuar un argumento cortante que ni es argumento ni es nada, y más cuando los datos en los que parece sostenerse así, en bruto, no significan nada.
Kreilly, releyéndome mi comentario me doy cuenta que mis argumentos son un tanto ambiguos y poco definidos, pero tu aportación es un ejemplo claro, casi diría que gráfico, de lo que pretendía explicar, así que te la agradezco.
Perdona si fui demasiado impetuoso en el comentario. Últimamente parece que a mi alrededor todo el mundo está pidiendo que les aprieten un poco más las argollas porque les quedan demasiado sueltas y podrían escaparse, y eso termina alterándome.