Mucho se está hablando del carácter supuestamente único de Boyhood, la recientemente estrenada película de Richard Linklater, y de lo irresistible (por alocado) de su planteamiento: treinta y nueve días de filmación repartidos entre julio de 2002 y octubre de 2013 con los mismos actores; un auténtico salto al vacío nacido del insólito compromiso del equipo de rodaje, ejecutado sin contratos (ningún actor firmó nada hasta el séptimo año de trabajo), que ha permitido registrar las diferentes etapas de crecimiento de los niños protagonistas (Ellar Coltrane y Lorelei Linklater, hija del director) a partir de un guion escrito de antemano al que se han ido añadiendo pequeños retoques y circunstancias de la actualidad del momento (las guerras de Afganistán e Irak, la elección presidencial de Barack Obama, etcétera). Sin embargo, insistir tanto como se está insistiendo en la singularidad del proyecto y embarcarse en discusiones sobre si esto se había hecho antes (comparando Boyhood con las películas de Antoine Doinel de Truffaut o con las Up series de Michael Apted) tiene algo de empeño inútil, pues se corre con ello el riesgo de reducir el filme de Linklater a mero ejercicio estético, a idea brillante ejecutada con oficio. Muy al contrario, el carácter extraordinario del rodaje de Boyhood explica solo en parte por qué su visionado está resultando una experiencia tan conmovedora para buena parte de los espectadores.
La piedra de toque de Linklater ha sido partir de una idea pretenciosa sobre el papel, que invita a delirios de trascendencia, para rodar un filme que transcurre en su totalidad en una gozosa zona a ras de suelo, entre retazos de banalidad cotidiana de los que surgen momentos de autenticidad a borbotones. Boyhood es una película que en todo momento se niega a sí misma cualquier tipo de reivindicación de su propia singularidad, de exhibición impúdica y permanente de su condición de «especial», y eso es una excelente noticia. No asistimos a flashbacks hacia el final que nos recuerdan el aspecto físico de Mason, el niño protagonista, al inicio de la película, ni a crescendos musicales y barridos de cámara de pies a cabeza cada vez que el niño envejece un par de años en la historia. Tampoco al recurso maniqueo de convertir el filme en un vulgar y previsible catálogo de «primeras veces» de su personaje principal. Boyhood apuesta por la simplicidad (solo aparente) de fotografiar la vida sin obviar sus tiempos muertos, que son mayoría en la existencia de cualquiera de nosotros. El pequeño y modesto (y por ello admirable) milagro de Linklater es construir un filme de 165 minutos sobre esos parámetros sin aburrir al público, logrando de hecho embarcarlo placenteramente en una película-río a la que, si uno consigue dejarse llevar, se entra para no querer salir, pues llega un momento en que querer salir de Boyhood tiene algo de suicidio, de acción intolerable, de bajarse de uno mismo.
La película narra grandes eventos de la vida de Mason, pero no los anticipa ni reincide sobre ellos con aparatosa ostentosidad: muy al contrario, deja que esos momentos relevantes fluyan casi con disimulo, semiocultos en los márgenes de la corriente principal del filme, constituida de principio a fin por una majestuosa pero nada pretenciosa descripción del oficio de vivir. La película se beneficia también de un exquisito trabajo actoral, empezando por los padres separados de Mason: Patricia Arquette borda su personaje, una madre coraje de la que Linklater extirpa todo atisbo de heroica retórica novelesca para convertirla en personaje central de una épica mucho más cotidiana, en mujer confusa y desorientada, pero íntegra y primorosamente real. Ethan Hawke resulta admirable en la piel de ese padre idealista, ingenuo y candoroso, algo descarriado y un poco irresponsable, enredado en un proceso de maduración personal casi comparable al de su propio hijo. Proceso que desemboca en una resignación amarga, en una crisis de mediana edad que esconde también visos de triunfo, de afirmación vitalista pese a todo. Pero Linklater no idealiza a sus personajes (empezando por el que interpreta su propia hija, a la que permite entregarse a algún que otro arrebato de niña caprichosa y algo insoportable) ni nos impone lecciones en Boyhood . Simplemente nos cuenta el proceso por el que Mason (excelente Ellar Coltrane, sobre todo hacia el final del filme) alcanza cierta silenciosa inteligencia y una independencia emocional que le permitirá afrontar el futuro siendo agente de sus propios aciertos y errores. La película se cierra de hecho de manera magistral con la canción Deep Blue de Arcade Fire en los créditos finales. Un tema tan bien escogido que su primera estrofa casi parece escrita para ese momento:
Here
In my place and time
And here in my own skin
I can finally begin
Let the century pass me by
Standing under night sky
Tomorrow means nothing
El buen sabor de boca que deja Boyhood resulta casi sorprendente, por cuanto uno no tiene la impresión de haber asistido a algo revolucionario, radical y definitivo, ni de haber sido abrumado por destellos de genialidad de un artista de inteligencia inalcanzable, sino más bien de haber vivido una experiencia comparable a pasar tres horas en un bar, sereno, contento y en buena compañía, gozando de la clarividencia de los propios pensamientos. Es todo ello mérito de Linklater, que lejos de encorsetar la película y encerrarla en los límites de la idea de partida, reduciéndola a mero experimento, ha creado por el contrario una obra total y radicalmente libre, poseedora de la sencillez deliberada del gran cine.
El complejo mecanismo narrativo de este extraño artefacto fílmico se construye gracias a una serie de elipsis magistrales, si bien Linklater se vale también de pequeños trucos que sirven de guiño cómplice. Así, por ejemplo, buena parte de la banda sonora se compone de temas publicados aproximadamente el mismo año en que se desarrolla la acción de la escena en cuestión: suenan canciones de álbumes como Yoshimi Battles the Pink Robots (2002), de The Flaming Lips, Sky Blue Sky (2007) de Wilco, Wolfgang Amadeus Phoenix (2009) de Phoenix o Brothers (2010) de The Black Keys. En ocasiones esas canciones sirven también para perfilar a los personajes, no solo en el ejemplo de Arcade Fire mencionado anteriormente: resulta por ejemplo significativo que suene Modern Times (2006), uno de los más recientes trabajos de Bob Dylan, en el flamante monovolumen familiar que el padre de Mason, fanático del rock clásico y antiguo músico vocacional, acaba de comprar tras deshacerse de su querido coche deportivo y de buena parte de sus sueños de juventud.
Boyhood se plantea el objetivo de fotografiar los momentos aparentemente triviales de la vida cuyo significado se comprende en su totalidad con el paso del tiempo, y lo consigue con una sencillez casi asombrosa. La idea de concentrar doce años de rodaje en 165 minutos contribuye a lograr ese objetivo de manera tan clara, tan incluso previsible, que uno se llega a preguntar por qué no se hacen más películas de esta manera. Ocurre así con la idea de Boyhood lo mismo que con ese recopilatorio que el padre regala a Mason, compuesto de temas grabados en solitario por John, Paul, George y Ringo en los diez años posteriores a la separación de los Beatles: no entendemos cómo es posible que no se nos haya ocurrido a todos hacer algo así.
Pero ese discreto y firme desfile de momentos trascendentes de la vida de Mason se construye sobre todo por medio de instantes de gran cine. Hay que destacar sobre todo dos de ellos: por una parte, la tristeza de la madre al ver partir a Mason hacia la universidad, quedando sola en casa y debiendo afrontar la experiencia del «nido vacío» sin ninguna otra gran meta en el horizonte. Linklater ha construido para entonces tal empatía del espectador con los pesares de esa madre que resulta difícil no sentir cierta lástima combinada con admiración por el personaje de Patricia Arquette cuando la vemos derrumbarse en un mar de lágrimas. Por otra parte, hacia el final de la película asistimos a un momento de comunión total entre padre e hijo, una conversación cerveza en mano en la que el padre, finalmente, logra estar presente en el momento adecuado para decir las palabras adecuadas. Es una gozosa escena natural, directa y totalmente transparente, en la que Ethan Hawke justifica en apenas cinco minutos doce años de trabajo. Resulta al respecto interesante imaginar la metapelícula, o película tras la película, vivida por sus propios responsables: pensar hasta qué punto las propias vivencias de director y actores durante estos doce años han alimentado la historia narrada en el filme y viceversa, permitiéndoles esculpir a lo largo de este tiempo una imagen de la propia vida, erigir en celuloide el edificio de los propios recuerdos. Pero sin duda lo mejor que se puede decir de Boyhood es que permite a los espectadores entregarse a un juego parecido, revisando mentalmente aspectos de la propia vida que uno creía ya olvidados.
Ya hablamos en su día por aquí de Andrei Tarkovski, el gran cineasta ruso, y decíamos que con El espejo (1975), una de sus obras capitales, Tarkovski se propuso crear una serie de imágenes tan puras, tan bellas, tan desprovistas de toda intención simbólica, tan descriptivas de los más primarios elementos de percepción comunes a todos los hombres, que permitieran a cada espectador revivir su propia infancia y su propia vida, usando por tanto la película como espejo de las propias vivencias. Eso mismo, desde una aproximación mucho más alejada pero de similares resultados, es lo que consigue Linklater en Boyhood, haciendo universal ese suburbio de Texas en el que transcurre la historia. Uno puede ajustar sobre Boyhood el molde de la propia vida, depositar sobre el arco dramático de la película un trozo de papel de calco y trazar sobre el mismo el dibujo de las propias experiencias, para después comparar y descubrir algo nuevo sobre uno mismo y los demás. Pueden ser revelaciones fundamentales, pero también pequeñas conmociones emocionales: en mi caso Boyhood me recordó que hubo un tiempo en que me preguntaba si los sacapuntas podrían servir para afilar piedras. La película también me hizo darme cuenta (y esto me llegó silenciosa pero poderosamente en forma de pequeña sacudida interior) de que hace demasiado tiempo que no intento hacer rebotar varias veces una piedra sobre el agua de un estanque. Fíjense qué tontería. O no. Tan sencillo como eso. Y tan valioso.
Me ha encantado el artículo.
Adjunto link a mi blog donde intenté reflejar mi opinión sobre la peli, que me provocó una emoción profunda.
http://blogdemorel.blogspot.com.es/2014/10/boyhood-amor.html
Estupenda crítica. No es una crítica per se. Como la película, simple y bella al mismo tiempo y que hace que días después sigas pensando en ella, sí y en tu propia vida.
Estupendo artículo sobre una película que impacta por la cotidianidad de la historia, por las similitudes con la propia experiencia de cualquier espectador. Recordaré esta película siempre con una sonrisa en los labios
Muy buen artículo y completamente de acuerdo con todo. A veces es complicado convencer a los consumidores de cine comercial el sentarse a ver una película de casi tres horas en versión original (creo que imprescindible en este caso, hasta podemos ver cómo les va cambiando la voz a los protagonistas). Pero, con quienes lo he logrado, me lo han agradecido enormemente, hasta aquellos que solo suelen disfrutar con las grandes producciones. A mí me conmovió por su simpleza, su cotidianidad y su guión, sencillo y a la vez atrapante. Su música es himnotizante y el trabajo de los actores, de diez.
Un saludo.
Pingback: Boyhood: esculpiendo en el tiempo
Una gran película, sin duda. Estando de acuerdo con la visión del crítico -si acaso a las escenas clave que apunta: una protagonizada por la madre, otra por el padre, yo añadiría la escena final protagonizada por el hijo: es a él a quien le toca experimentar, acertar y equivocarse-, también yo aporto mi visión:
http://queraroestodo.blogspot.com.es/2014/10/boyhood.html
Me pregunto si alguien hablaría de esta peli si no contara con el efectismo de haber usado los mismos actores durante 12 años …
Sin duda, no. Menuda pesadez de peli. «La vida misma», decían, como si no tuviéramos suficiente con las nuestras.
Creo que hacer una película durante 12 años tiene cierto mérito y no es simplemente un efecto o condición más sino la cualidad que realmente hace la diferencia.
Por otro lado me gusta mucho como escribe este señor sobretodo porque demuestra sus conocimientos y su gran capacidad de trasmitir sin definirse como mesías «abreojos» que nos hace a los mundanos elevarnos a ver las vistas que solo los elegidos creen que pueden ver.
Gracias por el artículo, simplemente fantástico.
Pues yo acabo de venir de salirme a falta de media hora…y para que yo me salga de una pelicula…No dudo de las buenas interpretaciones pero la sucesion de fases mas o menos topicas me ha ido aburriendo cada vez mas.Yo esperaba algo que me diese la intensidad de El arbol de la vida y me ha decepcionado.
Hacer una película, cualquier película medianamente decente, tiene mérito. Hacerla de esta manera, un mérito inmenso. Pero no por ello tiene que ser una buena película. ¿Dentro de cinco años alguien la recordará por algo más que por el detalle de los once años que se tardó en rodar? Sinceramente, y lamento decirlo, verla fue tiempo perdido.
Vengo de haberla visto esta tarde en sesión de 15’20 horas, cine en versión original, una solitaria espectadora al entrar yo en la sala con lo que ya hemos sido dos. Me he sentado dos filas por delante de ella para que no se inquietara, ya que tengo un aspecto perturbador para los extraños: Alto, guapo, con unas espaldas como un ropero y unos brazos y bíceps más poderosos que mucha pierna que corre por ahí. El caso que nadie más ha llegado y a los veinte minutos, más o menos, se levanta, se va y ya no vuelve. He estado completamente solo en un cine (es la primera vez en mi vida) viendo una película, Boyhood, que aunque en la primera media hora de metraje me ha hecho dudar, cuando ha terminado he tenido la completa seguridad de haber visto una mierda como un piano.
La espectadora tenía mucha más vista que menda y eso que yo he creído que tenía diarrea (ella) pero que iba a volver. Sí, sí… ¡Que me echen un galgo habrá pensado! La de cosas que puede haber hecho en las dos horas y veinte minutos restantes en los que yo he aguantado ahí como un tío…
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Muy buen artículo! Ojalá más películas así…
Sobre lo de que nadie hablaría tan bien de esta película si no fuese porque la han rodado en 12 años… esta claro que eso tiene un handicap, pero no lo podemos obviar y lo queramos o no le aporta una esencia única a la película y el producto final , a mi parecer, es brillante, natural y emocionalmente muy potente.
No es una película fácil de ver para el público en general, se requiere un predisposición distinta, tal y como dice el artículo, debes dejarte llevar y si lo consigues, el filme te atrapa por completo, y es entonces cuando nos damos cuenta de la grandeza de Boyhood.
Un saludo para todos!
Pd: la banda sonora brutal!
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