Para acompañar la lectura del artículo, la lista en Spotify
I’m not here
This isn’t happening
I’m not here
I’m not here
In a little while
I’ll be gone
The moment’s already passed
Yeah it’s gone
(«How To Disappear Completely», Radiohead).
Desde Glenn Miller a Richey Edwards, guitarrista de Manic Street Preachers hasta 1995, la historia musical reciente nos ha deparado casos de músicos varios que desaparecieron sin dejar rastro alguno, historias que en la actualidad siguen envueltas en misterio e intriga, marcadas a fuego por una nebulosa incertidumbre. Pero también permanecen aquellas historias de músicos menos conocidos, aquellos que cantaron en silencio y se marcharon de la misma manera, sin hacer ruido y sin explicación aparente, cuya obra ha sido rescatada del anonimato tiempo después.
Conocida es la historia de la cantautora neoyorquina Connie Converse, que tras decir adiós a sus allegados en una carta, partió en un Volkswagen Beetle cargado con todas sus pertenencias y huyó hacia un destino incierto; en sus cartas hablaba con insistencia acerca de su deseo de comenzar una nueva vida. Sus grabaciones —introspectivas, delicadas— fueron posteriormente recuperadas en el 2009, en el recopilatorio How Sad, How Lovely. Notorio también fue el caso de Jim Sullivan, que en 1975, de camino a Nashville, desapareció en Santa Rosa, Nuevo Mexico. Encontraron su coche abandonado en la carretera y su habitación de motel intacta; nunca llegó a Tennessee. Las teorías en torno a su desaparición fueron varias: unos mantenían que se perdió en el desierto; otros, que había caído víctima de una familia local relacionada con la mafia en un más que probable ajuste de cuentas. También estaban los que, por último, sostenían que fue abducido por extraterrestres; no en vano, su álbum de debut, grabado en 1969 y del que solo se hicieron unas cuantas copias privadas, se titulaba U.F.O.
En casos como estos, en los que el misterio y la sorpresa forman parte esencial de las notas y las melodías, la música y la historia que le antecede quedan inextricablemente conectadas como dos hermanos siameses cuya existencia depende de su trágica unión. El caso del que trata el presente artículo, sin embargo, es todavía más inescrutable que los anteriores, tan repleto de enigmas —a veces rayano en lo rocambolesco— que por momentos parece la trama calcada de una novela negra pulp. En líneas generales, cuenta la historia que en 1983 un hombre grabó un disco para una pequeña discográfica, R.A.W. Recordings (de la que no consta información alguna) y que después, simple y llanamente, desapareció. El artista en cuestión se hacía llamar Lewis; el disco se titulaba L’Amour. Puede que tanto su nom de plume como el título del disco, tomados en conjunto, fueran una referencia, más bien arbitraria, al escritor Louis L’Amour —seudónimo a su vez de Louis Dearborn LaMoore, autor de novelas del Oeste— pero dicha asociación resulta más torpe que aclaratoria. En realidad, poco o nada se sabía del músico.
Se ignora cuántas copias se hicieron del disco, o si llegó a comercializarse de forma oficial siquiera, aunque todo apunta a que las grabaciones se realizaron para consumo privado. Sea como fuere, el caso es que de Lewis, cuya identidad verdadera se desconoce a día de hoy, nunca se volvió a saber nada. Los únicos datos esclarecedores (si no ciertos), según se ha podido contrastar años después con mayor o menor verosimilitud, son tres, principalmente: que su nombre real no era Lewis, que era de nacionalidad canadiense y que por entonces tenía una casa en Malibú. Algunos decían de él que no era más que un estafador, un con man; otros se aferraban a la dudosa teoría de que Lewis ni siquiera era de este mundo. Dadas las circunstancias, semejante afirmación parece hasta cierto punto comprensible: Lewis surgió de la nada, grabó un puñado de canciones y desapareció sin dejar huella alguna de su existencia o paradero, como un espíritu nómada de identidad anónima, como si su destino oculto yaciese en un lugar lejano y desconocido.
Fue en Los Ángeles donde el llamado Lewis grabó su primer y único disco, en el estudio Music Lab de Silver Lake —donde entonces se podía grabar por el módico precio de 25 dólares la hora— al que llegó en un Mercedes descapotable acompañado por una chica con pintas de modelo. Que Lewis no fuera su verdadero nombre, sino un seudónimo, quizá no resultará tan extraño: así lo confirmó Edward Colver, fotógrafo conocido sobre todo por su cobertura de la escena punk de California desde finales de los setenta, con el que Lewis contactó para una sesión de fotos que utilizaría para el disco. Tal y como aseguró el fotógrafo, y aunque no recuerda cómo llegó a contactar con él, Lewis (de nombre real Randall A. Wulff según este, de ahí las tres siglas de la discográfica) se hospedaba por entonces en el Beverley Hills Hilton. Lewis pagó a Colver con un cheque de 250 dólares por su trabajo y, al ir este a cobrarlo al banco, le dijeron que la cuenta a la que estaba adscrito no contaba con fondos suficientes. Tras semejante estafa, Colver se dispuso a encontrarle, pero descubrió —según pudo averiguar en el hotel en que Lewis se había hospedado— que había escapado a Las Vegas, y de ahí a Hawaii. No había más pistas. Según reconoce Colver, fue una de sus peores experiencias en más de treinta y cinco años de profesión como fotógrafo.
La portada de L’Amour es engañosa cuando menos, indicativa más bien de un pop ochentero facilón à la Michael Bolton: una instantánea en blanco y negro nos muestra a un hombre de rasgos perfectos, cuerpo atlético y apariencia de playboy adinerado, con el torso desnudo, escudriñando la cámara con una mirada intrigante, sugerente, que parece ocultar algo tras de sí; de ahí que el contraste sea tan fuerte al compararlo con las canciones contenidas en él, ya que el disco en sí es una maravilla, totalmente opuesto a lo que nos podríamos esperar de su portada. Imagínense la música desértica y la escasez de medios del Nebraska de Sprinsgteen, combinada hábilmente con los etéreos paisajes sonoros de Angelo Badalamenti y el melancólico minimalismo de Brian Eno de Music for Airports. Canciones como «Love Showered Me» o «Cool Night in Paris» son representativas de su personal estilo, de una delicadeza tal que amenaza con resquebrajarse en cualquier momento, en las que Lewis opta por un pop susurrado, irreal y nocturnal, donde los sintetizadores caen como cascadas («Let’s Fall in Love Tonight»), recordando a la ilusoria belleza de la banda sonora de Twin Peaks. Es un álbum misterioso e intimista, romántico pero no meloso, en el que sus texturas sonoras dicen mucho más de lo que las palabras podrían decir; un disco, no obstante, que durante años permaneció relegado a una inmerecida oscuridad, al que solo tuvieron acceso algunos pocos afortunados.
Años después, en la Navidad del 2007, un coleccionista llamado Jon Murphy se topó con una edición original del vinilo en un mercadillo de pulgas de Edmonton, capital de la provincia canadiense de Alberta. El vinilo contenía una pegatina en la que se podía leer «This Album Contains the Hit Single «Romance for Two» inspired by Christie Brinkley» (Brinkley, recordemos, es la modelo americana famosa por sus portadas en la Sports Illustrated Swimsuit Issue de los ochenta y, es de suponer, un antiguo romance de Lewis). Tras su descubrimiento informó a Aaron Levin, de la web Weird Canada, el cual, al encontrar otras copias del álbum en una tienda de discos de Calgary, puso unos clips del disco en su web en el 2012, suscitando un tremendo interés entre los coleccionistas más especializados. Gracias a esto, Rob Sevier, de la discográfica Numero Group, y Matt Sullivan, de Light in the Attic (discográfica de Seattle cuya especialidad es rescatar discos del olvido, como ya hicieron con la obra de Rodriguez), partieron en búsqueda del verdadero Lewis, fascinados por su música y su peculiar historia. Pero, ¿quién era Lewis de verdad?
Al principio todas sus preguntas les llevaron, irremisiblemente, a callejones sin salida, pues no constaba información alguna sobre Lewis, Randall A. Wulff o quienquiera que fuese en realidad. De algún modo (parece incluso que llegaron a contratar a un detective privado llamado Markus Armstrong) dieron con el sobrino del cantante, quien les aseguró que su tío —por lo visto, corredor de bolsa de profesión— grabó una serie de discos en Europa a finales de los ochenta y que en la pasada década había compuesto otros cinco en Vancouver de «música religiosa tranquila». Todos ellos, eso sí, bajo seudónimos distintos. A la vista de lo acontecido, parecía que Lewis estaba en una fuga sin fin, aunque de qué o quién huía exactamente nadie lo sabe.
En mayo de este año, la discográfica Light in the Attic publicó L’Amour en una reedición cuyo principal cometido era dar a conocer a Lewis al mundo. Las preguntas en torno a su paradero y verdadera identidad no tardaron en llegar, al tiempo que se mezclaban con comentarios unánimes sobre la fascinación que produce su música; por el momento, la discográfica ha prometido guardar los beneficios del disco en un depósito, en la vana esperanza de que Lewis, tarde o temprano, vuelva a reclamar lo que es suyo y por fin revele su verdadera identidad. A pesar de todo, parece poco probable que salga de su madriguera, si es que sigue vivo, si es que alguna vez vivió siquiera. Como dijo Jack D. Fleischer, quien se encargó de escribir las notas para la reedición del L’Amour, «Le veo como alguien que huye de sí mismo, amontonando todos sus pecados en discos de vinilo». Lewis, a día de hoy, no es más que un fantasma.
Curiosamente, mientras me encontraba escribiendo este artículo, creyendo haber puesto un tenue punto final a esta historia recontada, a finales de julio se puso a la venta en eBay un segundo disco del mismo músico, de título Romantic Times. Grabado en 1985, esta vez bajo el nombre completo de Lewis Baloue, el disco fue encontrado en el almacén de la misma tienda de discos de Calgary en la que apareció una de las copias originales de L’Amour. Al escribir estas líneas se vende por cerca de 2000 dólares. No me atrevo a decir si dicho descubrimiento anula o refuerza todo lo anteriormente escrito; de hecho, ya hay algunas voces que mantienen que todo no es sino un timo, un engaño a gran escala, una especie de experimento social para vender discos. Sin embargo, el copyright de ambos discos parece haber sido registrado en Estados Unidos a nombre de Randall A. Wulff, en los años 1983 y 1985, respectivamente. ¿Casualidad o engaño? Solo el tiempo lo dirá pero, si algo está claro, es que mientras la trama y el misterio se complican la música de Lewis continúa, afortunadamente, incólume.
Me parece una historia fascinante. Estoy escuchando ahora el disco en Spotify y es buenísimo. Gracias por el artículo.
siento lo de su sordera
El segundo disco lo han o lo van a reeditar pronto en Lighthouse in the attic y a Lewis ya lo han encontrado y ha dicho que no va a pedir royalties.
Efectivamente, a Lewis le encontraron a principios de agosto (he de decir que el artículo fue escrito un poco antes): http://www.stereogum.com/1697492/mysterious-artist-lewis-found/news/
Y sí, la discográfica editó el segundo poco después de que se encontrasen copias de este: http://lightintheattic.net/releases/1396-romantic-times
…y parece que, además, encontraron un tercer disco grabado la pasada década, llamado ‘Love Ain’t No Mystery’.
Pero como dices, a Lewis no parece interesarle mucho su pasado musical.
¡Un saludo!
Los de Light In The Attic dan miedo… Yo tengo también una cosa de unos tales Donnie & Joe Emerson que es cojonuda.
Pero vamos a ver ¿esto será una broma, no? Mi suegra con la cabeza metida en el water tiene mejor voz, e incluso estilo, que este matao. No me extraña que el tío no quisiera volver porque cuando se debió escuchar, salió corriendo a por el agujero más profundo para enterrarse durante décadas. ¿De qué huía, de qué huía…? ¡Pues de sí mismo, hombre!
Altamente recomendable para caer en un sueño profundo. Parece ser que hay que dar salida a los restos de serie que se han ido acumulando a lo largo de los años en las discográficas; siempre hay alguien que puede picar, ya se sabe…
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Me parece lamentable que en la era de Internet se publique un artículo el día 11 contando toda la historia y, por la excusa de que el texto se escribió hace tiempo, no se añada la parte en que se encuentran al verdadero Lewis, que es crucial para dar el sentido completo al relato.
En otro orden de cosas decir que el primero de los discos es francamente notable; no así el segundo, bastante mediocre
El comentario de altiplano me ha hecho acudir a la wikipedia para completar la historia. ¡Está vivo! pero pasa de todo. http://es.wikipedia.org/wiki/Lewis_(m%C3%BAsico)