Al pie de las montañas, entre el sol y la nieve, hay una ciudad donde las lagartijas tienen apodo y donde de vez en cuando se alinean los planetas. Es Granada. Sí hombre, ya saben, Granada: la tierra de las flores, de la luz y del amor, que tiene un color especial y que sabe que en México se piensa mucho en ella.
Si van en primavera y pasean por su empinado trazado árabe quizá se vean envueltos por un delicado olor a jazmín, es posible que les envuelvan hordas de estudiantes de todo pelaje y procedencia, y con total seguridad envolverán sus fauces alrededor de las generosas tapas que sirven en cualquier bar y cuya relación cantidad-precio haría tambalearse las gráficas de cualquier apóstol del capitalismo. Una vez se hayan puesto como el tenazas, lo mejor para bajar la manduca es que continúen caminando un ratito más y se acerquen a la catedral, que Diego de Siloé empezó en el siglo XVI y Alonso Cano terminó cien años más tarde con una formidable fachada barroca. También podrían visitar el Museo de la Memoria de Andalucía, uno de los edificios más redondos de Alberto Campo Baeza. Y sí, claro, deberían subir hasta la Alhambra, la Fortaleza Roja que domina Granada desde una altura de más de setecientos años.
Lo malo es que si quieren entrar a los Palacios Nazaríes o al Generalife les va a tocar comprar el tique con varias semanas de antelación y posiblemente tengan que hacer una cola kilométrica para acceder; así que si solo tienen tiempo para visitar una cosa, vayan a la Alhambra, sí, pero para visitar un edificio con entrada libre y con muchos menos visitantes. Quizá sea porque cuesta entender que se levante allí.
Y es que créanme, el Palacio de Carlos V es un milagro.
1. Un milagro de la historia
Es 1526 y apenas han pasado treinta y cuatro años desde que Isabel pisoteó con su zapato de mujer las lágrimas de hombre con las que Boabdil había empapado los alberos de la fortaleza. El joven rey Carlos visita Granada tras su reciente boda con Isabel de Portugal y se aloja en las dependencias reales que ya sus abuelos habían habilitado en el conjunto palaciego nazarí.
Y es que fueron los propios Reyes Católicos quienes decidieron que la Alhambra merecía el respeto arquitectónico que otras construcciones árabes no habían tenido tras la Reconquista. Hay que entender que el respeto arquitectónico es un concepto relativamente moderno; de hecho, es el Renacimiento el periodo que comienza a valorar construcciones antiguas —en este caso, grecolatinas— por su propio valor como edificio, más allá de la importancia estratégica o civil que tuviesen. Piensen en las decenas de demoliciones, cambios y añadidos que se ejecutaron y se ejecutarían a lo largo de los siglos en las catedrales de Santiago de Compostela o Burgos, en las decenas de edificios que se habían usado como canterías, o en la descorazonadora aberración que se estaba construyendo en el centro de la mezquita de Córdoba, de la cual pueden leer en el número 6 de nuestra revista.
No piensen que estoy censurando esta actitud frente a la arquitectura, sencillamente, es lo que se hacía. Como ya hemos dicho, hasta el Renacimiento, la calidad arquitectónica de un edificio era una característica situada varios planos por detrás del evidente valor estratégico o civil que tuviera o representase. Porque para apreciar las cualidades espaciales de una construcción había que hacer un ejercicio intelectual, y durante la Edad Media, la intelectualidad estaba —lógicamente— más preocupada por transmitir los valores de la cristiandad que por el estudio y la salvaguarda arquitectónica.
Con la llegada del Renacimiento, el campo de pensamiento se amplía enormemente, al menos en el ámbito artístico y arquitectónico. Los creadores tiene nombre y fama por sí mismos y los maestros canteros comienzan a ser arquitectos. Las obras se plantean y se conciben por completo desde la fase de proyecto, desde los estudios iniciales. Paso a paso, los edificios dejan de ser construcciones para comenzar a ser piezas arquitectónicas. El pensamiento se convierte en la herramienta principal de la arquitectura; y como tal, también sirve para comprender los edificios preexistentes, valorarlos y, en el caso de los grecorromanos, imitarlos.
Y quizá fuese por la obvia importancia estratégica que tenía la Alhambra, quizá por la respiración casi mágica de los jardines y los palacios nazaríes o quizá se debió a una piedad intelectual prerrenacentista, pero el caso es que Isabel y Fernando decidieron que la Alhambra se conservaría. Sin embargo, por mucha magia y respeto que inundase los corazones de los monarcas, es prácticamente seguro que, si el recinto árabe se convertía en la residencia granadina de la corte, la Alhambra sufriría dramáticos cambios para adaptarse a su nuevo uso.
Por eso, cuando Carlos V decide levantar un edificio acorde con las necesidades representativas de su reinado, cuando decide construir un nuevo palacio imperial y no ocupar los espacios árabes, el rey de la cristiandad está salvando la última gran obra arquitectónica del islam.
Así, el Palacio de Carlos V salva a la Alhambra.
2. Un milagro del espacio en el tiempo
Es 1515 y Miguel Ángel Buonarroti escribe una carta a su padre en la cual cita a varios de los pintores que le han ayudado en la decoración de los carros de la fiesta romana de la Agone. En la relación de discípulos aparece el nombre de Pietro Spagnuolo, Pedro el Español.
Es 1566 y Andrea Palladio comienza las obras de la Villa Rotonda en Vicenza, una construcción que se convertiría en pieza maestra de la arquitectura universal. Es un edificio con cuatro pórticos que dan acceso a una planta cuadrada. En el centro de ese cuadrado, —en el centro de la villa—, se inscribe un espacio en el cual confluyen todas las direcciones y las intenciones de la construcción. Es un espacio circular.
Es 1528 y el gobernador de la Alhambra y capitán general Luis Hurtado de Mendoza convence a Carlos V de que el arquitecto de su nuevo palacio granadino debía ser un joven artista toledano que se había formado a las maneras italianas en la propia Roma; aunque, hasta el momento, apenas había trabajado como pintor y retablista en Toledo, Uclés y Jaén, además de en la capilla real de Granada.
Es 1520 y Pedro Machuca regresa desde Italia. Allí se le conocía como Pietro Spagnuolo, Pedro el Español.
Es 1533 y, bajo las órdenes de Machuca, comienzan las obras del Palacio de Carlos V en la Alhambra. Los planos dibujan un edificio con cuatro accesos a una planta sensiblemente cuadrada. En el centro de ese cuadrado —en el centro del palacio—se inscribe un espacio en el cual confluyen todas las direcciones y las intenciones de la construcción. Todas las puertas y las circulaciones y las escaleras se someten a ese espacio central. Es un patio circular.
Más de tres décadas antes de que Palladio comenzase la Villa Rotonda.
Sin embargo, hay que decir que la apuesta de Luis Hurtado de Mendoza fue notablemente controvertida. Empezando porque, para la construcción del nuevo edificio, se hubo de derribar un pabellón árabe, y terminando por la supuesta incoherencia entre las fachadas italianas del palacio y las de los palacios nazaríes. No obstante, piensen que a la Alhambra el exterior no le importa en absoluto. El espacio árabe vive de los interiores y respira de los patios. Por eso los palacios nazaríes se han podido restaurar, y en algún caso conservar en tan buen estado. Y por eso las fachadas de la Alhambra son rudas y toscas, en áspero contraste con su delicada decoración interior.
Menos las del Palacio de Carlos V, claro; porque el edificio de Machuca no es árabe. Pero es que ni siquiera es renacentista. O al menos no pertenece al Renacimiento que le debería corresponder. En una España que aún está desperezándose del plateresco, es una obra incomprendida y de influencia prácticamente inexistente, pues hasta la llegada de Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera en El Escorial, no aparecerá una arquitectura española que abrace decididamente la precisión clásica del Renacimiento. Es un artefacto del futuro. Literalmente, de su propio futuro.
Pero es que además es una construcción italiana situada a dos mil kilómetros de Florencia y proyectada en el estilo y las formas que iban a aparecer en Italia mucho después. Al contraste y la articulación entre el almohadillado, que rememora la naturaleza, y las pilastras y las columnas, que suponen el puro artificio arquitectónico, se le llamó maniera. Se le llamó en Italia. Se le llamó casi medio siglo después a las obras entre el Renacimiento y el Barroco.
Por eso el Palacio de Carlos V es una anomalía de la historia: una obra manierista lejos del manierismo y antes del manierismo.
Pedro Machuca murió en 1550 habiendo terminado solo dos de las fachadas. Le sucedió su hijo Luis, que terminó el patio circular, así como otros arquitectos, entre los que se encuentra el mismo Juan de Herrera, que se encargaría de la fachada oeste.Las obras sufrieron varios contratiempos y suspensiones hasta que se abandonaron en 1637 sin haber realizado la cubierta.
Pasa el tiempo. Pasan las guerras. Pasan los días y las noches y el sol y la nieve y golpean los sesenta y tres metros de cada fachada. Y el tiempo se acumula como se acumulan los aglomerados en la piedra pudinga extraída de las canteras de El Turro, que dan forma a cada una de las sesenta y cuatro columnas que, en dos niveles, envuelven los treinta metros de diámetro del patio del Palacio de Carlos V.
Es 1923, y dentro de las operaciones de rehabilitación de la Alhambra, Leopoldo Torres Balbás se ocupa de la recuperación del edificio de Machuca, incluyendo, lógicamente, la cubrición del mismo, que terminaría Francisco Prieto Moreno en 1958.
Actualmente es sede del Museo de Bellas Artes de Granada y sí, se puede visitar gratuitamente y sin colas. Háganlo. Encuéntrense con el tiempo y el espacio.
3. Un milagro del tiempo y el espacio
Han pasado quinientos años desde que Pedro Machuca comenzó el Palacio de Carlos V y más de cincuenta desde que Torres Balbás y Prieto Moreno lo terminaron. El tiempo se ha movido, sin duda. Pero el espacio ha salvado todos los obstáculos que se le presentaron: las guerras, las dudas y las controversias. Y sigue allí, entre el patio de los Arrayanes y la plaza de los Aljibes. Frente a la Alcazaba y bajo las montañas. Un cuadrado casi perfecto, un paralelepípedo abultado de sillares y pilastras tan italianas como la misma Roma.
No se queden en la distancia. No tengan miedo y acérquense. Acérquense a tocarlo. Deslicen las manos por su fachada y dejen que los dedos se cuelen por las mil picaduras del labrado de la piedra. Cuélense entre las hendiduras del colosal almohadillado, en lo natural. Piérdanse en las pautas de las ventanas circulares y las rectangulares, en el artificio. Peguen el oído a las portadas y escuchen los días y las noches. Escuchen a los siglos.
Sí, las fachadas del Palacio de Carlos V son maravillosas, formidables. Es casi imposible creer que en la Alhambra se construyese un edificio tan manierista años antes de que el propio manierismo empezase en Italia. Pero ¿saben una cosa? Da igual. Porque nada de lo que conozcan o experimenten les va a servir cuando accedan al interior.
Porque nuestro cerebro no está preparado para el patio del Palacio de Carlos V.
Y es que cuando pasa el día y pasa la noche y pasa el sol y pasa la nieve, al final queda el espacio. Pero no van a poder abarcarlo, porque en el Palacio de Carlos V el espacio no es fijo, sino disuelto. Casi líquido. Cuando pasa por encima, el cielo desciende a través del círculo del patio y, cuando toca el suelo, se abre en un cilindro de espacio. Un cilindro de bordes borrosos. Espesos. Un lugar de contorno oscilante y nebuloso dibujado entre las sesenta y cuatro lanzas de luz y las sesenta y cuatro sombras de las sesenta y cuatro columnas que generan la envolvente parpadeante de una forma que quiere ser perfecta, pero que es mucho mejor que eso.
Y no lo van a poder abarcar, pero sí lo van a poder entender. Solo tienen que intentar no hacerlo: resístanse al pensamiento y, sencillamente, paseen por los corredores perimetrales y por las escaleras oblicuas.
Al menos eso es lo que a mí me sucedió la primera vez que atravesé la puerta y entré en el patio. Ya conocía perfectamente el edificio de cien libros y tratados pero no, no estaba preparado. Caminé en desconcertado silencio mientras mis pisadas se ajustaban solas al ritmo del sol invernal que se colaba entre la columnata. La luz, que es el notario del tiempo, era plana y anaranjada y rodeaba cada soporte con la precisión de un metrónomo, para después huir lentamente contra la pared interior. Los entablamentos resplandecían y las superficies vibraban como sabanas al viento.
Entonces toqué la piedra pudinga de una columna. Y la piedra me tocó a mí. Notaba la grava aglomerada en infinitas fracciones; la piedra del Niño del Turro, que era tan difusa pero tan perfecta como la propia silueta que conformaba. Y me di cuenta de que allí el tiempo también es difuso.
Que el tiempo se ha arremolinado en embestidas a lo largo de toda la historia, pero el Palacio de Carlos V siempre ha jugueteado con él. Desde que Pedro Machuca lo dibujó por primera vez y nadie supo entenderle, hasta esa tarde de enero en que la piedra me rozó la palma de la mano. Y lo hará hasta dentro de otras mil generaciones. Seguirá observando tranquilo. Mirará como el tiempo se mueve, va y vuelve y le recorre un millón de veces mientras el espacio le rodea cada cada día y cada noche con brazos borrosos, esperando al círculo del cielo.
Fotografía de portada: Bert Kaufmann (CC)
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Como siempre maravilloso artículo, salvo una cosilla:
Lo de las colas no es cierto salvo en casos muy puntuales. Las entradas se pueden conseguir casi siempre de un día para otro por internet y nunca he visto colas para entrar en la Alhambra.
Se hace una cola para entrar en los palacios nazaríes porque es una parte concreta de la visita que se hace por grupos a ciertas horas para evitar la aglomeración, pero nada kilométrico.
Para una cosa bien que se hace en Graná, no la vilipendiéis.
Salud.
Me ha gustado el articulo…Granada es uno de los sitios que todo el mundo tiene en su agenda apuntada su visita…o eso parece
Un saludo!
Colosal. Como todo lo que se mantiene vivo en La Alhambra. Y es que después de varias visitas, creo que allí reside el «skyline» más espléndido de España.
Pedro, el artículo es magnífico. Algo semejante con la luz me ocurrió cuando contemplé el interior del Palacio de Carlos V. Tiene algo sublime y fascinante.
Ojalá esas mil generaciones futuras que afirmas, respeten la esencia de este enclave majestuoso.
Hola Fernando.
Cuando subes la última rampa del mirador de San Nicolás y después te das la vuelta, efectivamente contemplas el mejor skyline del país. Quizá el mejor del mundo.
Un saludo.
No hace falta tener mucha idea de arquitectura (es mi caso) para compartir las sensaciones que describes en este artículo cuando entras por primera vez al palacio de Carlos V. En mi caso, lo recuerdo muy bien, me dejó una impresión muy fuerte tanto el exterior, tan florentino, como el interior, tan armónico como difícil de definir.
Me ha gustado especialmente la reivindicación que haces de este edificio ya que son muchísimas las veces que he oído despreciarlo, que si es un pegote, que si no pinta nada en la Alhambra, que si es un mazacote que desentona con la delicadeza de los palacios nazaríes, que si un mero ejemplo de «invasión» cultural cristiana en un espacio originalmente musulmán, etc. Que algo de lo último hay, pero es absurdo aplicar nuestros esquemas mentales del s. XXI al s XVI.
Hola,
creo que tu reflexión es muy acertada. Claro que hay algo de preponderancia cultural cristiana sobre lo musulmán en el Palacio de Carlos V, pero también es cierto que el propio hecho de construir el Palacio, evitó que se llevaran a cabo otras obras mucho más invasivas en los Palacios Nazaríes.
Un saludo.
Jaunzuria, Totalmente de acuerdo con el artículo y con tu comentario. En cierta ocasión durante la visita en la que iba a cargo de un grupo hice la defensa de tan maravillosa construcción ante el estupor de la guia. Luego me daba la razón.
Que nadie se pierda el maravilloso concierto de Loreena McKennitt «Nights from the Alhambra» grabado en el palacio:
https://www.youtube.com/watch?v=fR3jRhqSkUk
De nada :=)
Qué preciosidad!
Muchas gracias :)
Gracias a ti Pedro; era una modesta forma de devolverte la generosidad de compartir tu gran artículo.
Todo el concierto es impresionante pero «The Old Ways» (1:15’30) es bestial.
Un placer.
Sabes como puedo ver el vídeo? Que el enlace no va y tengo mucha curiosidad.
Tal vez aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=b_7A5kCKX4M
Guerras mencionadas de soslayo, y silenciado el porqué de que quedara inconcluso. La construcción del palacio se hizo a costa de la población morisca, que harta y exprimida a impuestos se levantó en armas. Tras ser derrotada, no hubo ya quien pagara el palacio, ni interés en habitarlo.
Es un pisontón de gañán soberbio, una afrenta a la delicadeza y hermosura de los palacios nazaríes. Tan dañino a la vista como la catedral dentro de la mezquita de Córdoba. Bellísimos de haber sido construidos en otro lugar lejos.
La rebelión de los moriscos fue en 1568 y el abandono del Palacio fue 50 años más tarde. El palacio no se habitó, porque la decadencia Habsburgo agotó el dinero imperial, incluyendo el destinado a la construcción de Palacios periféricos.
En cuanto al resto de su mensaje, parece que no sabe usted demasiado de arte o arquitectura, al comparar un edificio anodino y obtuso como la Catedral de Córdoba con una joya de la arquitectura universal como el Palacio de Carlos V. O eso o que no ha leído el artículo y venía ya con la opinión escrita desde casa.
Cierto es q es una gran obra arquitectónica, siempre a la sombra de otra maravilla, quizás por eso no haya tenido el protagonismo merecido.
El tacto rítmico y fresco de la piedra en la palma de la mano. Lo sensitivo como acompañante de la experiencia visual. Buen acople.
La «concinnitas» de Vitruvio a nuestro alcance. El círculo neoplatónico, florentino y refinado, como escenografía de poder.
Las sombras del almohadillado, estupenda tu foto, como disfrute, un placer contemplativo variado y cambiante. Al igual que ese tiempo al que te refieres en tu artículo.
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Y que decir del genial sincretismo de Pedro Machuca ¡Cuando estas en el Patio de Los Leones, no lo ves, no te molesta, está perfectamente integrado! Me refiero al Palacio de Carlos V, está ahí y nunca oirás a ningún visitante quejarse de su presencia y sin embargo esa pared alta sin revestimiento, coronada en una torre que se confunde con las nazaríes es el Palacio de Carlos V! ¿Que arquitecto sería hoy capaz de tal proeza?
Solo falta visitar el Museo y desear que algún día, una copia o el mismo Jarrón de las gacelas regrese a una de las Tacas a las que pertenece y así los visitantes valoraran más cuanto allí hay.
Soy de Granada y a mi tb me maravilla ese edificio y lo moderno y adelantado para su época. Lo entendamos o no, los Reyes Católicos fueron modernos y preclaros en muchas cosas y este fue parte de su legado.
Quiero señalar también otro edificio de Granada, que tambien se puede considerar manierista y adelantado a su época, el de la Real Chancillería, en la Plaza Nueva. Otra joya en pleno centro de la ciudad.
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El Palacio de Carlos V es una arquitectura vacía. Nunca fue habitado. Es un bello monumento exanime, sin alma.
Manuel, ¿hiciste la mili en 1973-74 en la Compañía de Destinos de Capitanía General?
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