Ciencias

Robocop y el desguace de la conciencia humana

Imagen promocional de Robocop.
Imagen promocional de Robocop. 2013 – Metro-Goldwyn-Mayer Pictures Inc. and Columbia Pictures Industries, Inc.

La próxima vez acabaré contigo, Gadget, la próxima vez…
(Frase final del malvado Gang en El inspector Gadget)

La fama del corsario Oruç Reis —también conocido como Barbarroja[1]— tuvo su momento álgido a principios del siglo XVI. Frente a la ciudad de Tremecén y al mando de más de seis mil soldados turcos y moriscos, Oruç y sus hermanos Ishak e Hizir se enfrentaron a las huestes del emperador Carlos V y defendieron la ciudad durante veinte días. El corsario acabó muriendo en combate junto a su hermano Ishak y el joven Hizir sobrevivió pagando el precio de una mano amputada que sustituyó por un garfio. Tras la guerra, Hizir heredó la posición de su hermano mayor, su nombre (Barbarroja) y su misión —incluso tiñó su barba— y mantuvo su legado de la misma forma que Wesley, el apuesto protagonista de La princesa prometida, prolonga la leyenda de un pirata Roberts que ha tenido varias caras desde que el original se retirara veinte años atrás. Quienes contemplaban al nuevo Barbarroja enfrentaban un dilema cognitivo: las noticias de que seguía vivo —aunque amputado— y la propia imagen colectiva del corsario contradecían lo que sus ojos veían: Barbarroja no era Oruç, sino Hizir.

Los compañeros del detective Alex Murphy sufren un episodio muy parecido en la película Robocop. Cuando su resucitado compañero pisa de nuevo las oficinas de la Policía de Detroit, más de uno se ha de preguntar si lo que tiene delante sigue siendo Murphy o es una persona —o cosa— totalmente distinta. Ese cuerpo artificial ha pasado a sustituir, como el garfio, gran parte de su antiguo amigo.

La ciencia actual dista mucho de contar con los avances que la corporación OCP utiliza para construir el cíborg de la película. Todavía no hay chips de memoria ni las prótesis robóticas actuales permiten los movimientos del Robocop de Paul Verhoeven (1987), no digamos los del [ponga aquí su adjetivo despectivo favorito] remake de 2013. No desesperen. Pese al salto tecnológico que nos queda hasta llegar a ese momento, en la actualidad existen tecnologías que empiezan a dar resultados interesantísimos en la fusión entre el ser humano y las máquinas y que a su vez comportan profundas reflexiones. Por ejemplo: si me implantan una prótesis robótica, ¿la sentiré como una parte de mí?

Mueve tu cuerpo, beibe

—¿Qué ha pasado?
—Pudimos salvarle el brazo izquierdo.
—¿Qué? Habíamos acordado la prótesis corporal total. Cámbienle el brazo, ¿de acuerdo?
Diálogo de Robocop (1987)

Una prótesis es la extensión o dispositivo artificial que reemplaza una parte del cuerpo que ya no se tiene. Según esta definición, el garfio de Hizir y las piernas de Robocop forman parte de la misma familia. Su diferencia está en que mientras el primero es un implante fijo, las segundas se mueven cuando el reprogramado cerebro de Alex Murphy así lo desea. Son un ejemplo de neuroprótesis.

La investigación en el campo de las neuroprótesis y los sistemas conocidos como Brain Computer Interfaces o BCI (Interfaces Cerebro Ordenador o, dicho de otra forma, sistemas que permiten la comunicación entre nuestro cerebro y una computadora) ha dado pasos agigantados durante los últimos años. Podemos entender este tipo de sistemas clasificándolos en dos grandes grupos: aquellos en los que pinchamos directamente el cerebro (sistemas centralizados) o los que operan sobre un determinado nervio (sistemas periféricos).

Un ejemplo de sistema centralizado adquirió fama a principios del 2013 cuando la señora Scheuermann, una mujer tetrapléjica de cincuenta y dos años, fue capaz de mover un brazo robótico para guiar un trozo de chocolate hasta su boca[2]. Para lograrlo se implantaron directamente en su cerebro dos conjuntos de microelectrodos de noventa y seis canales que permitieron leer el mismo número de señales de actividad neuronal en el área motora. Las señales estaban asociadas con la imaginación de movimientos específicos de la mano que los investigadores podían ver en el ordenador que recibía los datos. Por último, dicho ordenador traducía esa actividad neuronal en señales comprensibles por el brazo robótico para que pudiera moverse, haciendo las veces de traductor o intérprete entre el lenguaje de las neuronas y el de los movimientos del robot.

Esquema de la comunicación cerebro-máquina (adaptado por el autor)
Esquema de la comunicación cerebro-máquina (adaptado por el autor)

En una reciente entrevista, la señora Scheuermann explica una limitación importante de este tipo de sistemas. Debido a que el cerebro es un entorno hostil para los circuitos electrónicos, el tejido cicatrizal ha ido colonizando los electrodos y la detección de la actividad neuronal ha ido disminuyendo. En palabras de Scheuermann, «el equipo dijo que esperaban una pérdida de las señales neuronales en algún momento. Yo no, así que me sorprendí». Otra de las limitaciones es la realimentación. Siguiendo con la analogía del ordenador como traductor, la información solo iba en una dirección. Imaginen una reunión entre un japonés y un español donde el traductor solo hace su trabajo cuando habla el primero. El pobre señor japonés no comprendería nada de lo que responde el español excepto sus reacciones ante lo que el traductor le dijera. Algo parecido sucedía en el cerebro de la señora Scheuermann, que aunque veía moverse el brazo robótico, no recibía toda esa información tan necesaria a nivel neuronal y que se conoce como propiocepción: sentido que nos informa sobre la posición de nuestro cuerpo y que conjuga datos de nuestro sistema visual, auditivo y vestibular, entre otros. La mujer veía un brazo que obedecía sus movimientos, pero en ningún momento tenía conciencia de que el brazo fuera suyo.

Un sistema que ha dado un paso en esa dirección es la mano artificial que conocimos a principios de este año y que permitía a su propietario alemán sentir mediante el tacto los objetos que cogía. Dentro de la improvisada taxonomía que hemos creado, este tipo de sistema formaría parte de los sistemas periféricos que, a diferencia de los centralizados, no van conectados directamente al cerebro sino que lo hacen a través de nervios de la periferia.

Los investigadores implantaron electrodos en dos de los mayores nervios que tenemos en el brazo, el cubital y el mediano, de manera que detectaran las fuerzas ejercidas en las puntas de los dedos de la mano artificial. Esa información se traducía en estímulos eléctricos que se enviaban a través de los nervios hasta el cerebro, que procesaba la información como sensación táctil. A diferencia del caso de la señora tetrapléjica, este tipo de sistema permite transferir la información en tiempo real, lo que implica que la persona siente al momento lo que su mano robótica está tocando. En este caso podemos afirmar que la sensación de pertenencia de la mano robótica es mucho mayor que la del brazo robótico que suministra chocolate.

Hizir es (y no es) Oruç

—Murphy, ¿eres tú? ¿De verdad no te acuerdas de mí?
Frase de Robocop (1987)

Una de las múltiples definiciones de conciencia que aparecen en la RAE es la de «acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo». La complejidad de esta afirmación es abrumadora pero podemos intentar reducirla a su mínima expresión: para percibirnos en el mundo necesitamos diferenciarnos de nuestro entorno. Según esta idea, lo que no siento como propio no forma parte de mí y por lo tanto no es parte de esa construcción llamada yo.

La pantalla del ordenador en el que estoy escribiendo no responde a mis pensamientos. No salta si se lo pido y si me levanto se queda quieta sobre la mesa, inerte. No forma parte de mi construcción del yo y ha sido fácil identificarla como parte del entorno. En cambio, si tuviera una mano robótica tan avanzada que se moviera en el instante en que lo pienso —salvando el tiempo que tardarán los impulsos eléctricos en viajar desde el área motora de mi cerebro a los actuadores que muevan los micromotores que incorpore en los dedos— y como en el caso del señor alemán sintiera lo que mi mano siente no solo respecto al tacto sino también ante la temperatura o el dolor, la situación sería distinta. Mi moderna mano robótica ha reemplazado a la perfección mi antigua mano tanto a nivel motor como a nivel perceptivo. En esas condiciones, ¿consideraré que forma parte de mí?

Preguntas que llevan a otras preguntas. Sabemos que nuestra percepción propia y del mundo es una construcción subjetiva basada en la información que nos llega desde el exterior y desde nuestro interior. Si todo se basa en flujos de datos, la posibilidad de engañar a nuestro cerebro no se ve tan alejada en el tiempo. Si perdiese mi mano en un accidente de tráfico y mientras estoy inconsciente me implantaran una prótesis robótica que muevo y siento como la original, tiene el mismo aspecto y mantiene las mismas propiedades físicas, muy probablemente seguiría sintiendo esa mano como la anterior. Seguiría siendo parte de mí porque la ilusión de pertenencia es perfecta.

Los límites de este tipo de ilusión ya han sido probados en los últimos años y la conclusión a la que se ha llegado es que nuestro cerebro se deja engañar de una forma mucho más sencilla de lo que nos gustaría imaginar. En experimentos con realidad virtual se ha pedido a sujetos que coloquen sus manos sobre dos mesas reales y observen lo que sucede en el entorno virtual. Conforme se iba dando ligeros golpecitos sobre una de las manos con una pelota real —representada también a nivel virtual—, el sujeto experimental observaba ese brazo alargarse poco a poco hasta superar un metro, dos metros. La información era incongruente a nivel sensorial, ya que por un lado seguía notando la pelota en la mano pero al mismo tiempo veía que su brazo se alargaba. Aunque no pueda parecerlo, la gente solucionaba ese problema entendiendo que su brazo se había estirado hasta la distancia que veían. La forma de comprobarlo era sencilla. Una vez que se llegaba a la distancia determinada, una sierra eléctrica bajaba de golpe con ánimo de cortar la mano virtual del sujeto. La mayoría apartaba la mano.

El ejemplo anterior nos permite plantear nuevas cuestiones sobre la conciencia humana y esa construcción dinámica (y como hemos visto, extremadamente voluble) que es el yo. Puedo imaginar a los transhumanistas frotándose las (todavía reales) manos ante las implicaciones que tienen los descubrimientos de los que hemos hablado. Aun así existen muchos factores a estudiar de los que todavía no sabemos nada, como las implicaciones emocionales o sociológicas de estos resultados, y aquí rompo una lanza a favor de los estudios multidisciplinares que tan buenos resultados están dando en los últimos años. Y lo hago con el ejemplo de otro experimento que se realizó en la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburg, en el que un joven que había quedado inmovilizado de cuello hacia abajo por culpa de un accidente de moto aprendió a mover un brazo robótico. En el siguiente vídeo viene explicado todo el proceso y sus resultados:

El equipo de investigadores utilizó tecnología puntera en la construcción del brazo robótico, algoritmos tremendamente complejos para el procesado de las señales y las últimas técnicas de cirugía a la hora de implantar los electrodos en el cerebro del paciente, pero en mi opinión el mayor resultado de toda esta investigación se resume en las palabras del protagonista al afirmar: «No me importa que sea o no mi mano, es mi pensamiento». Las lágrimas de su novia dicen el resto. Los movimientos son incluso más rudimentarios que los andares de Robocop, existe una importante latencia entre la orden y la ejecución del movimiento y es obvio que el brazo se encuentra muy separado del chico, pero ahí están los dos felices por volver a juntar sus manos.

El dilema de la señora Murphy (e hijo)

Obviemos por un momento que Robocop tiene una virilidad semejante a la de Ken, el compañero de Barbie. Ya que hemos sido capaces de imaginar prótesis de mano o de brazo no será difícil encontrar un nuevo accesorio para ese problema. Centrémonos por tanto en ese otro tipo de acoplamiento entre el antiguo agente Murphy y su mujer y que es extensible a su hijo, el acoplamiento social y/o emocional.

Existen numerosos debates sobre cómo categorizaríamos (o sobre la necesidad de hacerlo) a los seres humanos si el desarrollo de prótesis robóticas avanzara hasta llegar al nivel de las de Robocop. Entiendo que un dispositivo que sustituye una función perdida o deteriorada no debería entrañar mayor discusión sobre la naturaleza del ser humano que lo lleva implantado. Las grandes discusiones vienen cuando las funciones no son sustituidas, sino aumentadas, o cuando las funciones hipotéticamente sustituidas son cognitivas: una mayor memoria, mayor capacidad de cálculo.

Llevemos esos debates al salón de la familia Murphy. Puede que mujer e hijo, tras un periodo de adaptación, comprendieran y aceptaran a Robocop como su antiguo marido y padre, de la misma forma que la familia de una persona que ha recibido un implante de cara necesita un tiempo para comprender que esa persona sigue siendo quien era, solo que con un aspecto distinto. Eso no es lo importante. Si nuestra conciencia y nuestro yo son construcciones mentales que surgen como resultado de nuestra actividad neuronal, cualquier cambio en nuestro cerebro también cambiaría nuestra mente, nuestra esencia al fin y al cabo. De ser así, igual que los otomanos al ver a Hizir convertido en su hermano Oruç, la familia Murphy no acabará de tener claro si esa persona que vive con ellos es el hombre de siempre.

Para saber más

https://www.asme.org/engineering-topics/articles/bioengineering/the-civil-war-and-birth-of-us-prosthetics-industry

http://www.technologyreview.com/news/522086/an-artificial-hand-with-real-feelings/

http://www.nature.com/nrneurol/journal/v9/n2/full/nrneurol.2013.1.html

[1] A modo de curiosidad, el nombre de Barbarroja es una derivación fonética de Baba Oruç (Padre Aruj), nombre honorífico que pusieron los musulmanes a los que el marino otomano transportó en su barco desde España a tierras más seguras. La barba pelirroja del corsario hizo el resto.

[2] «Un mordisquito para una mujer, una dentellada gigante para la BCI» fueron las palabras de la señora Scheuermann cuando se le preguntó por sus primeras reacciones ante aquel avance.

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10 Comentarios

  1. Buen artículo. Abre -como diría el otro- «Las puertas de la reflexión» (The Doors of Perception).

  2. Enhorabuena por el artículo, su lectura es muy interesante. El paralelismo que establece entre piratas y policías robóticos es simplemente genial. Sin embargo, se le pueden poner algunos ‘peros’.

    Es significativamente pretencioso decir: «Si perdiese mi mano […] tiene el mismo aspecto y mantiene las mismas propiedades físicas, muy probablemente seguiría sintiendo esa mano como la anterior». Esto es cierto probablemente. O mejor dicho, esto podría ser cierto en un escenario hipotético en que tuviésemos una ‘mano’ con el mismo aspecto y propiedades físicas, pero estamos muy lejos de un escenario como ése. No disponemos en la actualidad de esa capacidad de sustitución.

    Y si pretencioso es el punto anterior, no lo es menos cuestionarse cómo serían los debates si las funciones cognitivas fuesen no solo sustituidas sino aumentadas. Sabemos muy poco acerca de cómo funciona el cerebro, como para decir que podemos hacerlo funcionar mejor o maravillarnos de cuáles serían las nuevas ‘categorías’ que sobre los humanos podríamos establecer.

    A medida que iba leyendo el texto, me venían a la mente dos cosas. La primera, los recuerdos de estudiar la anatomía en la Facultad: la intrincada y bella neuroanatomía, concretamente. Y la segunda, lo difícil que lo tiene la tecnología en su objetivo de ‘sustituir’ a la Naturaleza. Coincido completamente con el criterio del autor cuando afirma al final del texto: «cualquier cambio en nuestro cerebro también cambiaría nuestra mente», entendiendo por ‘mente’, una construcción extremadamente compleja que no solo contempla una arquitectura (las neuronas) que no comprendemos completamente, sino también la interacción de muchísimos factores más.

    • Creo que estás confundiendo «pretencioso» por «hipotético». Desde luego que esas tecnologías no están aún disponibles, pero especulaciones acerca de sus implicaciones llevan haciéndose desde que fueron imaginadas, muchísimo antes de que ningún prototipo fuese creado.
      Los japoneses, que son uno de los países que tiene más pasión por la robótica y la cibernética llevan décadas explorando las implicaciones éticas, psicológicas y sociológicas de los bioimplantes desde el terreno de la ciencia-ficción. Y ya sabes lo que decía Arthur C. Clarke, “lo que hoy comienza como novela de ciencia ficción, mañana será terminado como reportaje”.

      • Gracias por el apunte, Valhue.

        Eso es justo lo que pretendía con el artículo, proponer algunas hipótesis que dieran para reflexionar en esas implicaciones que has mencionado.

      • Hola Valhue,

        Es a la pretensión ciertamente excesiva del autor, en las frases que señalaba en mi comentario, y no a una hipótesis, a lo que me refiero.

        Nadie duda de que esas tecnologías no están disponibles. Son la lectura, la interpretación o la comparación del actual panorama (en el que podríamos decir que estamos en pañales) con una hipotética evolución del mismo lo que debatimos ahora. Entre ambos escenarios dista seguramente tal vasto periodo temporal que, a mi juicio, una sentencia como la de la mano con el mismo aspecto y características físicas merece el calificativo de pretenciosa. Sin embargo, con esta última afirmación, no quiero rebatir la cita que propones de Arthur C. Clarke, no al menos de forma explícita, aunque sí sustituiría en ella la palabra ‘mañana’ por la expresión «algún día», porque estoy razonablemente convencido de que en un futuro la Medicina obtendrá una perspectiva más amplia y precisa del cuerpo humano, y con ello muchos de los problemas que hoy se nos antojan insalvables serán resueltos con la misma percepción ‘social’ de facilidad o viabilidad que lo son hoy otros otrora insuperables, gracias a la cibernética, entre otras muchas disciplinas científicas.

        El ser humano es una fuente inagotable de exploración, de especulación y de predicción. Ha sido y será. Y el hecho de que los nipones lleven mucho tiempo analizando las distintas implicaciones del mundo de la cibernética no dota a sus reflexiones de mayor validez. Lo cierto es que nadie sabe con exactitud cómo funciona nuestro cerebro. Incluso (fruto probablemente de las limitaciones éticas que la investigación en neurociencias supone), la adhesión de los matemáticos a la legión de biólogos en pos de esa puerta que nos permita entender (del todo) el sistema nervioso humano no ha hecho sino difuminar el conocimiento, dado que los primeros sostienen que con los recursos de los que dispone el encéfalo se hace imposible (matemáticamente) el desarrollo de ciertas funciones (una de ellas, el manido ‘yo’ o la ‘consciencia’).

        Así, y al igual que en el ejemplo ‘motor’, no es muy modesto plantearse nuevas categorías de humanos en lo que a los procesos de cognición se refiere, sino todo lo contrario. Si no sabemos muy bien cómo opera (¡además de las enormes ambigüedades que todavía hoy se ciernen sobre la métrica de la inteligencia!), ¿cómo demonios vamos a sugerir una mejora de su funcionamiento?

        No quiero con este breve intercambio de comentarios parecer ‘cortoplacista’ o excesivamente pragmático: adoro la ciencia ficción. Y quién no, cabría preguntarse.

        Así que citando a Bradbury…

        … La ciencia ficción es la literatura más importante de la historia del mundo, porque es la historia de las ideas, la historia del nacimiento de nuestra propia civilización… La ciencia ficción es el centro de todo lo que hemos hecho, y las personas que se burlan de los escritores de ciencia ficción no tienen ni idea de lo que hablan.

        Un saludo.

  3. Pingback: Robocop y el desguace de la conciencia humana

  4. Ah… me engañaron. Pensé que era un artículo de cine. O incluso de historia por como empieza. Pero casi me hacen leer algo sobre ciencia.

  5. Pingback: Enlaces Recomendados de la Semana (Nº263) | netgueko

  6. Me gustó mucho la reflexión final sobre la aceptación de Robocop por parte de la familia del mismo. ¿Es el mismo, o es alguien aumentado?

    También me gustan las referencias a los transhumanistas, de los que se hablará cada vez más y más.

    Yo escribí un artículo de temática similar donde me preguntaba sobre la posibilidad de crear conciencia a partir de chips… difícil pero no imposible:
    http://www.elpisapapeles.com/cultura/ciencia/conciencia-fugaz-inteligencia-artificial-minski-penrose-hameroff.php

  7. Blackadder

    El primero de 9 videos al respecto, muy interesantes, en Inglés me temo, pero merecen la pena:

    http://www.youtube.com/watch?v=3hvEiNpZrGU&list=UU9wMJIgU25UtMV3arDeHDyA&index=15

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