Take us the foxes, the little foxes,
that spoil the vines: for our vines have tender grapes.
The Little Foxes (William Wyler, 1941)
.
[Primera parada: La Fugitiva. Calle Santa Isabel, número 7. Madrid.]
Clea, la librera, me ofrece un pedazo de tarta y un té cuando me siento, tras el mostrador; me hace ocupar su lugar; ella prefiere quedarse de pie, así tiene libertad para seguir trajinando: «Te voy a poner una Ítalo Calvino». Me explica que es el escritor que toca hoy. Las tartas veganas las hace ella misma, las otras una compañera, y les pone, a las tartas, a los bizcochos, cada día el nombre de un autor. «Te la tengo que calentar; Ítalo Calvino es caliente». Me la sirve junto a un té verde fuerte con una nota de jazmín y limón, con hielo. La tarta es como de chocolate fundido. Deliciosa. Me la zampo con glotonería y me digo que la felicidad se parece a comer cosas tan ricas, que ha de ser algo así: efímera y contundente, y capaz de perdurar en la memoria, como el sabor de este dulce.
Mientras doy cuenta de la merendola, me cuenta más cosas; le he preguntado cómo acabó allí. «Entré por esa puerta». Por aquel entonces estaba buscando un lugar para organizar presentaciones de libros, explica: «Y un amigo, muy amigo de Santiago —Santiago Palacios es el dueño, le veré más tarde—, me dijo que iba a presentármelo, que tenía que conocerlo. Me adelanté». Justo era jueves, día en el que se organizan este tipo de eventos en La Fugitiva. «Estaban los de Revista Mongolia. Me fijé en lo que suelo fijarme cuando llego a una librería: en si están mis libros preferidos. Si no está Dostoievsky no me gusta. Estaba. Todo Dostoievsky, y Tolstoi. Vi también a Ítalo Calvino, a Thackeray y a Dickens. Hay libros que tiene que tener una librería. Una librería tiene que tener El Quijote». (Ah, cómo, ¿hay librerías que no lo tienen? No me lo había planteado. Lo daba por supuesto. ) «Vi también cómo funcionaba el local en una presentación». (Después del acto se sirven cava y berenjenas. Hay que quererles, no me digan que no.) «Santiago es como una ONG: además de ofrecer el sitio de manera gratuita, tiene estos detalles. Me gustó mucho. Uno llega y se siente acogido inmediatamente, es como estar en casa. Porque, además, te dice que sí a todo. Es la personificación del positivismo». Luego le pediría trabajo: «Y también me dijo que sí».
Contribuye sin duda al encanto especial de este sitio el mobiliario; cada silla de su padre y de su madre, los techos, los carteles; los menús hechos con cartón, un par de grapas, y cinta aislante; una ventana de madera, viejísima, que ya les han querido comprar más de una vez. Entra alguien: «Hola, Victoria», le dice Clea en cuanto la ve asomar, «tengo unos cuentos japoneses para ti». Y se va corriendo a enseñárselo, más feliz que una lombriz.
[Esta librera es una máquina. Les reto a que vayan y salgan sin haberse llevado un libro.]
—Tres maestros de la literatura japonesa. Cuando lo vi ayer me acordé inmediatamente de ti –le tiende el libro y se le ve ese brillo en los ojos; lo que le gustan a Clea los libros es algo sobre lo que aún no se ha escrito.
—Venía justo pensando en El libro de la almohada que me decías el otro día –contesta Victoria, que me va a ayudar a ilustrar lo que pasa en esta librería; no voy a cambiar ni poner una coma.
—Ah, claro, sí. Es que si tú quieres estar con los japoneses, conocer su mundo, hay que empezar por ese libro. Es un clásico de la literatura japonesa. Del siglo XI, escrito por una mujer. Esto es precioso: la literatura japonesa se basa en la literatura femenina. Qué bonito. Se llama El libro de la almohada, hay una palabra japonesa, no quiero decirla, que no me acuerdo bien. Es una palabra para esto, para el libro de la almohada, el diario íntimo que tú ponías debajo de la almohada. En este libro, en esta expresión, se basó Peter Greenaway para su película The Pillow book. Ella, en lugar de escribir un diario y guardarlo ahí, tatuaba a su amante en el cuerpo. Es un poco lo mismo porque ella duerme con él.
Victoria se sienta en la mesa con tres libros, finalmente.
«Esta librería son los libros y los personajes que vienen». Hemos vuelto detrás del mostrador. «Y los libreros». En la Fugitiva son tres: Jacobo, que es historiador; Quique, que está especializado en cómic, sobre todo el clásico, me dice Clea que es el que más le gusta; y ella. «Pero la librería, fundamentalmente, son los clientes y los libros». Se refiere a la decisión de tener unos libros y no otros. «Santiago se mueve mucho, es un librero librero. Continuamente está buscando libros que nos diferencien, siempre con calidad». Tienen el fondo completo de DVD Ediciones —sí, el nombrecito de la editorial es de traca, en qué estaría pensando el editor—, «una editorial que no pudo seguir, una pena». Se trata de libros de Thomas Bernhard, Novalis, Safo, Luna Miguel, Charles Simic… [Les dejo aquí el listadito, que no tiene desperdicio ninguno.] Hay también libros de cine —son vecinos de la Filmoteca—, cómics, libros para niños… Pero fíjense cuando vayan, sobre todo, en los que no ven. Se darán cuenta entonces de qué tipo de librería se trata.
Hay como unas ocho personas nada más en la librería (segunda mitad del mes de Julio, Madrid), que funciona también como un café. Clea conoce el nombre de todos y cada uno, su nacionalidad, qué están estudiando. No es la primera vez que ve a ninguno de ellos. En cada una de las ocasiones en que ha venido alguien a pagar le ha preguntado por el libro anterior, sugerido otros… No se le escapa nada. Una máquina, ya digo.
Y me tengo que marchar, he quedado con Santiago en la calle Príncipe, en Con Tarima, la más cinematográfica —por el fondo— de las tres librerías que tiene (debería decir cuatro: desde hace nada llevan también la gestión de la librería de la Biblioteca Nacional). Si se han quedado con ganas de conocer otro tipo de detalles, les recomiendo el artículo que publicó el otro día la Revista Leer. Y si quieren de verdad conocer la librería, que es de lo que se trata en esta serie, ya lo saben, busquen los libros que no están, con cuáles se quedan de los catálogos de las grandes distribuidoras y con cuáles no. Esa es la cuestión. No les voy a dar más pistas.
[Segunda parada: Sin Tarima. Calle Príncipe, número 9. Madrid]
Encuentro a Santiago en Sin Tarima, esperando el relevo para poder marcharse y dedicarme «una hora, más o menos», le dije. Estuvimos qué sé yo la de tiempo, seguramente algo más de tres. No voy a transcribir la charla completa, tendrán ustedes que hacer alguna cosa más hoy, imagino, y esto como hay que leerlo es del tirón.
Por fin puedo venir a verte. Te tenía ganas, Santiago.
Esto creo que te lo he contado alguna vez: a los cinco días de estar en el local de La Fugitiva instalados vinieron a entrevistarme de un periódico de tirada nacional, que se llaman ahora. Estaban haciendo una serie sobre librerías de Madrid. Habían empezado por el barrio de Lavapiés. Vino un señor de unos 35 años, estuvimos hablando. En plan cortés le pregunté, «Qué otras librerías has visitado, ¿No has ido a La Marabunta?». No, no la conozco. «Hombre, pues es una que han abierto los troskos». No tenía ni idea de lo que era, me dijo que si me refería al pastelito este de los anuncios de la tele. Qué desastre. Ser periodista y no saber qué es un trosko.
Creo que el problema del periodismo ahora es que hay periodistas con un nivel muy bajo. Me pillas en una época en que tengo una muy mala opinión de muchas cosas, no te voy a decir lo contrario. [Me lo dice como con pena, como me nota el entusiasmo.]
[Tercera parada: Con Tarima. Calle Príncipe, número 17. Madrid]
Dejamos en Sin Tarima a Paula, que justo llega para sustituir a Santiago y que este pueda ocuparse de mí, y nos vamos para Con Tarima: Libros de fotografía, mucho cine, algunos tiradísimos de precio… Luego vendrá Clemente, que se pasará la tarde colocando libros y atendiendo a la gente, que no deja de entrar y salir, lo cual no está nada mal. Aquí también hay una pequeña zona dedicada a la restauración, unas cuatro o cinco mesas. Y un fondo de libros para perderse, por descontado. Es el sello de la casa.
Tienes cuatro librerías, nada menos. Dos en esta misma calle.
En esta librería, en Con Tarima, tenemos todo lo relacionado con el arte, incluyendo arquitectura; y en Sin Tarima está todo lo que tiene que ver con narrativa, infantil, juvenil, historia, poesía, y una sección de ensayo. Y en la Biblioteca nacional no me atrevo a decirte, porque todavía no me lo sé bien. Estamos allí nada más que desde el 1 de Julio.
Mis amigos dicen que no delego, que tengo que delegar, como me paso aquí el día. Y sí que delego, la gente que trabaja aquí tiene una gran autonomía. He de decir que la gran suerte que tengo —hace poco me hacían una entrevista en la radio y lo contaba— es que tenemos un gran equipo, espectacular. Y es que es verdad, aunque parezca un topicazo; tú puedes hacer muchas cosas, pero como la gente no se enrolle es como si nada.
No pones anuncios para contratar gente.
En esta empresa hay dos tipos de trabajadores: unos como Soledad, que empezó con nosotros en el 2005, haciendo ferias del libro. Y ya cuando decidimos abrir la librería se vino aquí. Y luego la mayor parte son chavales que conozco yo desde que eran pequeños: compañeros de mis hijos, parientes, etc. Es un núcleo muy familiar.
Salvo Clea, que se presentó un día en la librería. Me dejó además muy sorprendido. Sabes que no se corta nada. Entra como una escopeta. Ella apunta y dispara. Se puso a hablar conmigo y poquito a poco fue entrando, hasta que se quedó allí. En seguida te das cuenta de que es una persona muy preparada. Ama mucho el tema, eso es muy importante, tiene una pasión por el libro insólita. Y creo que es un complemento muy bueno para nosotros. No teníamos mujeres entonces, prácticamente, solo a Sole.
Leíamos estos días en la prensa cómo ha caído la venta de libros.
No sé si alguna vez nos dirán los datos reales. Lo de la Feria del Libro ha sido un escándalo.
[Nos interrumpe un cliente o amigo, no sabría decir; quedan en que se pasará antes de las diez de la noche, que es cuando Santiago tiene previsto irse. Esta interrupción le da pie para obviar mi pregunta y contar algo de lo que está bien contento. Y yo me doy cuenta de que me va a costar Dios y ayuda llevar esta conversación de un modo ordenado, porque yo también quiero contarle cosas, no tengo remedio.]
Otra de las cosas buenas muy buenas de esta librería es que, aunque esté en este sitio, tan especial, es un barrio barrio. Conocemos a los ciudadanos de aquí.
Sí, ya he visto a Clea…
Les conoce a todos.
Ayer vino un chico, no se me olvidará su nombre, mejicano, Julio Villanueva. Estábamos presentando un libro de Javier Esteban sobre Valle Inclán y la bohemia. El acto estuvo muy bien. Terminó, y una señora pidió que se le recomendaran libros para sus hijos, y este chico, que había venido como espectador, se metió en la conversación. Lo hizo fenomenal. Empecé a hablar con él y me di cuenta de que sabía un montón. Tenía 19 años, me dijo. Casi me desmayo. Se había leído a Coetzee, Virginia Woolf…
Hoy por hoy no es tan habitual. Ahora se lee menos.
¿Tú crees?
Sí. Se leen cosas sueltas por internet, pero libros… muy poco.
Eso es verdad.
No obstante, no debo estar en un grupo atípico, porque aquí los chavales sí que leen. Y los que entran a sitios como esta librería, pues más. Claro, no me atrevo a generalizar. Aquí viene mucho chaval muy rojo, también. Lo que sí es cierto es que hay bastantes chavales jóvenes que no tienen el más mínimo interés, que se asoman… Pasa mucho con las parejas. A él o ella les puede interesar, y para el otro es como una patada en la nariz el que pierdan aquí el rato cotilleando libros o discos. Luego está el grupo que entra y que son auténticos profesionales de la lectura. Y con la política les pasa igual.
Oye, por qué se publican tan pocos libros escritos por mujeres.
Pues nunca me lo había planteado. Pero tienes razón. Y algunas se pierden que son magníficas. Una de mis novelas favoritas es Urraca, de Lourdes Ortiz. Por ejemplo. Y es inencontrable hoy en día. No entiendo cómo no lo reedita alguien. Se lo he dicho a ella varias veces, porque viene por aquí mucho. Es decir, se editan pocas, y las que hay que han tenido cierto éxito tampoco se recuperan.
Lourdes Ortiz es una mujer que se acaba de jubilar, ha estado durante muchísimos años dando clase en la Escuela de Arte dramático. Esta novela es sobre Dña. Urraca. Es una disección del poder absolutamente maravillosa. Escribió también mucha novela negra, teatro… Es una autora muy versátil. No sé si habrá hecho algo de poesía también. Ha sido de las de Planeta de siempre. Urraca lo publicó una editorial de Barcelona que se llamaba Puntual, ya desaparecida. Sacó también a Nuria Amat. Creo que empezó todo con mujeres, ahora que lo pienso.
Y quebró. Feliz ejemplo me pones…
Pero las que más leen son mujeres
No lo tengo tan claro.
Bueno, las que más compran.
[Esto tampoco lo tengo claro, pero ya me callo]
Almudena Grandes sigue vendiendo. Creo, eso sí, como está ocurriendo con todo, que vende menos de lo que dicen. Es lo que decíamos antes: en este país no tenemos datos reales. Mira, una persona que tiene un control rigurosísimo sobre lo que se vende en este país es Juan Miguel, de la librería Diógenes de Alcalá de Henares. Tiene un truco, o lo tenía por lo menos, según el cual, a partir de su venta, hacía un escalado de lo que se vendía en toda España. No me digas cómo ha llegado a esto, después de los años que lleva, cómo lo calcula.
Pero tú has trabajado muchos años en distribución.
Sí, pero no sé cómo lo hace. En la librería llevamos nada más que desde el 2008. Hasta el 2010 lo compaginábamos con distribución, hacíamos logística con otra gente.
Ahora es incuestionable que se está vendiendo menos, es lo que decía antes de la Feria del libro. Nos han vendido la moto de que hemos vendido todos el 5% más, ¿no? Es el promedio que sale. Y yo hablo con la gente que controlo, con los que tengo confianza y sé que no me están engañando: todos han vendido menos, entre el 10% y el 15%. Entonces, ¿adónde nos lleva esto? A que lo de decir que se vende más es una política para no alertar, para tranquilizar.
Se ha publicado estos días también que la venta de libros electrónicos ha subido.
Yo es que creo, Raquel, y tú que trabajas en medios lo sabrás mejor que yo, que la información nunca es aséptica. La mitad de la información que nos da el Grupo Prisa es muy interesada. Cuando empezaron con que si ya no se vendía el periódico en papel, que se iba a acabar, era porque ellos querían que se acabase. Tenían interés en que esto fuera así.
Las ventas que más se han resentido, entiendo, son las de los bestsellers.
Claro, y ahí hay un tema importante: el sector necesita estas ventas. Entra un dinero que de otro modo no entraría. He oído decir a un señor de El Corte Inglés que el gran año de El Código Da Vinci fue la primera vez que el libro había facturado más que el perfume. Eso viene fenomenal al sector. Además de la facturación, hay gente que se ha acercado a un libro así, vale, pero quién nos dice que mañana no va a leer a Lourdes Ortiz.
No sé si recordarás que el año pasado, no en la Feria del Libro del 2014, la del 2013; El País sacó una serie de artículos en los cuales se comentaba la posibilidad de que se organizasen dos tipos de ferias; habría como dos niveles: una para los grandes lectores y otra para el vulgo. ¿Tú te acuerdas de aquello? Una cosa lamentable, vamos.
A mí que me pongan con el vulgo, que me dejen de cuentos chinos.
Este año no conocía a ninguno de los que estaban firmando en las grandes colas que se formaban, quién es toda esa gente.
No conoces a ninguno, claro, esa es la realidad. Personajes mediáticos a los que no les conoce nadie. O toda esta gente nueva de literatura fantástica. Tampoco les conozco. No son tan mediáticos, pero se han sabido difundir muy bien por donde sea, y acude gente que les sigue.
Mira Gigamesh, lo bien que les va; han inaugurado hace no mucho un local enorme.
Sí, llevan ya más de cuarenta años.
Es un debate jodido. Y tienes tú efectivamente razón: el libro electrónico a quien está afectando realmente es a ese tipo de libros, los bestsellers. Y a la novela romántica.
Venía en el metro y a mi lado iba una señora leyendo en su cacharro electrónico. Yo iba con un libro que acabo de recibir de Sd Edicions, el último que han publicado de Erika Bornay, ¿les conoces?
Les conozco, les conozco. Tenemos muchas cosas de ellos. Fueron los primeros que sacaron Jazzuela(1), de Cortázar.
Me gustan mucho porque publican cosas que de otro modo no conoceríamos.
Claro, es el sentido de una editorial. Publican cosas que, efectivamente, sino lo hicieran ellos no lo haría nadie.
Lo del metro es impresionante. Y ocurre otro fenómeno, en el metro, que a mí me llama la atención: no es que solo vayan leyendo o no, es que casi nadie va distraído y simplemente pensando en sus cosas. Todo el mundo necesita o ir mandando mensajitos, o ir pasando el dedito. Y yo es que soy muy dado a ir así, y lo pienso a veces: «Joer, si es que no tienen un minuto en paz».
Es el mal de nuestro tiempo. Nos dejamos distraer continuamente.
¿Y has ido a conocer El Buscón? Es la única librería de filosofía que hay en España. Y tienen un nivelazo. Son del 77, que tiene ya su mérito.
No. No conozco aún todas las librerías de Madrid. Y, además, he de contenerme, las sacaría todas, como están aquí, me pillan muy a mano, ¿y qué hay del resto, de las que están en otras provincias? No sería justo.
Bueno, en Madrid no hay tantas.
Cómo qué.
Ha bajado muchísimo. Han cerrado muchísimas librerías en los últimos 20 años. Otra cosa es que en algunos barrios se hayan abierto bastantes. Pero, en números globales, hay menos, y, sobre todo, menos potentes. ¿Cuántas librerías hay que trabajen el fondo, en Madrid?
La Alberti, se me ocurre.
Sí, tiene un gran fondo.
Me decía Clea que hay librerías que no tienen El Quijote.
Hay muchísimas que no lo tienen. Nosotros vendemos aquí cada fin de semana algún Quijote. Y es cierto que mucha gente viene y te lo pregunta: «Ustedes no tendrán El Quijote, ¿no?». Pues sí, lo tenemos, claro que lo tenemos. Además, tenemos cuatro o cinco ediciones diferentes. En esto sí que no me pillan a mí. En otra cosa, tal vez, pero en el fondo que tenemos, no. Es un fondo que está bastante pensado.
¿Cuáles hay más de fondo?
Bueno, ahora ya voy a muy pocas, pero te diría que hay poquitas. Especializadas sí que hay. Otra cosa son las generalistas. No hay. Muy poquitas. Está también Machado, pero a Machado hace ya años que no entro. No tengo ni idea de cómo estará ahora. Era un pedazo de librería.
Y Madrid es grande, ¿eh? Y no hay. Date cuenta que en Madrid había librerías en todos los barrios. Excelentes librerías. Yo empecé en el mundo del libro en el año 70, tenía 16 años. Con un grupo de amigos teníamos un grupo de acción política, una cosa que nos montamos. Se nos ocurrió que una manera de financiarnos era vender libros en el rastro. Vendíamos bastante.
Había librerías en Madrid… montañas. Se vendían muchos, muchos libros. Recuerdo que había una red de librerías de los pueblos de la periferia de Madrid, esto no me lo sé muy bien, pero tenían algún tipo de vinculación entre ellas, algo como «librerías populares de Madrid». Había unas cuantas.
¿Y cuándo empezaron a cerrar las librerías?
Ha habido varios temas: uno es que nos hemos ido haciendo mayores y no ha habido continuidad. Creo, en ese sentido, que esto está salvado aquí, por los chavales que trabajan aquí conmigo. La mayor es Soledad, que tiene 40 años. Y luego ya tienen treinta y tantos.
En este sector no estamos subrepresentadas, tenemos una presencia normal.
Yo te diría que hay más mujeres. Al menos, en el punto de venta. Luego en la propiedad no lo sé.
Oye, cuéntame del cava y las berenjenas al finalizar las presentaciones de libros.
La primera vez que hicimos una presentación yo quería que diésemos un golpe invitando a alguna cosa. Buscamos algo que se acomodara a nuestras posibilidades económicas. Tengo un amigo que tiene un primo en Sant Sadurní d’Anoia que me ofreció el cava a 2.10 € la botella. Y resultó además que el cava era cojonudo. Lo de las berenjenas es porque yo soy simpatizante de La Sanabresa desde que tengo uso de razón. Está en la calle Amor de Dios. Por cuatro euros nos pone un plato así de berenjenas rebozadas. Cuando quedan 5 minutos para que acabe el acto vamos allí y avisamos, y empiezan a prepararlas. Nos las traemos calentitas. Es una combinación magnífica. A la gente le encanta.
Aquí, como está lejos, tenemos que encontrar otra cosa. Hemos encontrado una, vaya, pero se nos pasa de presupuesto. Son croquetas de cecina. Espectaculares. Nos las hace el de El Prada, aquí al lado. Pero, claro, ya se pasa un poco.
Actividades organizamos muchísimas. Queremos estar ahí. Conciertos, presentaciones…
Hay librerías que cobran por dejar el espacio para hacer presentaciones. ¿Qué opinas?
Estoy en total desacuerdo. Me parece vergonzoso. Y, además, te digo una cosa: te quita independencia. Si estás cobrando por hacer una presentación, por qué vas a decir que no en un momento determinado a alguien que no te apetece. Qué argumento tienes. Yo le digo a mucha gente que no. Aquí lo llevamos, este tema de las presentaciones, entre tres, de manera bastante colectiva. Por otro lado, creo que las presentaciones, a quién acoges y a quién no, marcan un poco el alma de lo que quiere ser la librería. Y hay bastantes que cobran. Y creo que les resta independencia, ya digo. Y credibilidad. Porque de lo que se trata, igual que cuando compras libros, cuando haces una selección de lo que quieres tener, es del espacio que tienes, de lo que quieres transmitir.
A nosotros nos llaman para muchísimas cosas. Hay un programa de televisión que nos llama continuamente. Siempre les digo que no. Nos llaman para cosas insólitas.
Este sector puede ser muy cutre. En el café comercial se hacen presentaciones. Y cobran. Van las editoriales, pagando. Creo que es otro error. En la feria del libro, por ejemplo, hay autores magníficos, que todos estamos deseando tener, y editoriales pequeñas que están en principio muy involucradas con las librerías pequeñas que se llevan las firmas solo para su caseta. Me parece una cutrez. Así, qué consigues.
Se trataría de buscar sinergias, formas de colaborar para llegar al «todos ganan», ¿no?
Ha habido unos enfrentamientos tremendos en el gremio de libreros de Madrid. La gente que dirige el gremio, la candidatura que ha ganado las últimas elecciones, más o menos, con matices, llevan siendo los mismos muchos años. Igual te estoy hablando —de cabeza, ¿eh?— de veinte o veinticinco años. ¿Y qué ocurre? Pues que estas cosas ayudan poco a la higiene. En mi opinión. Y, además, nunca había habido nadie que se hubiera presentado. Y este año nos presentamos unos cuantos. Ganaron ellos también este año. La vida es así.
Por lo menos hubo debate, ¿no? Que siempre es sano.
Como en este país somos unos cuantos los que vivimos pensando que somos unos perdedores, una de las cosas más graciosas, cuando terminaron las elecciones, con una de las participaciones más altas, en comparación con la que suele haber, hay que decirlo, fue que el grupo en el que estaba, a los que apoyaba, estaban encantados. Yo pensaba: «Me he rodeado de anormales» [Lo dice divertido]. Estaban contentísimos, y habíamos perdido. Yo estaría contento si hubiéramos ganado. «Es que nos han ganado por tres votos». Ya, bueno, me da igual: han ganado ellos, nosotros hemos perdido.
Ha sido muy justito. La próxima vez tal vez…
No, qué va. No somos capaces, no es fácil. Todos los que participamos vamos siendo ya mayorcitos. Ahora tienen que empezar estos jóvenes, ¿no, Clemente?
Clemente está, lo decía al principio, colocando libros aquí y allá: «Tú estorbas ya», le dice, chinchándole. «Qué majete el chaval», contesta Santiago, diciéndomelo a mí. No me ha engañado o intentado vender ninguna moto: la gente que trabaja en las librerías de Santiago está en su casa, hacen suyo el sitio.
¿Cuántos trabajadores hay en las librerías en total?
¿Tú lo sabes, Clemente?
Ocurre que Clemente está ahora muy entretenido con dos jóvenes y pizpiretas asiáticas que preguntan por un libro con mapas de Madrid; tiene que irse a la otra librería, ya no recuerdo si a por otro libro, o a cobrarles el que se llevan.
Tienes libros bien chulos aquí, ¿eh? Y en La Fugitiva.
Sí, está muy trabajado. Eso y las presentaciones [Se acuerda de pronto de algo] ¿Tú sabes quién es un catedrático de la Complutense al que hicieron una entrevista —ha fallecido estas Navidades— en El País, sobre el tema de la eutanasia. José Luis Sagüés. La organizamos a toda prisa, porque quería asistir. Al final no pudo. Fue muy emotivo. Murió unas semanas más tarde.
Volviendo a tu pregunta, hay poca gente que trabaje las 36 horas, la jornada completa. Gente que trabaja aquí, en total, somos 14. La jornada completa solo son 5. Mi hijo, por ejemplo, trabaja 22 horas, luego da masajes.
Es genial cuando puedes hacer algo y dar trabajo a la gente.
Bueno, como sabes, es un tema complicado.
La idea de hacer política de mucha gente en este país es ir a una manifestación. Contra el capital, por ejemplo. Llevarse las manos a la cabeza por cómo funciona el mercado y luego llegar a casa y, para comprar un libro, en vez de ir a la librería del barrio, hacer click en Amazon. ¿No es un contrasentido?
Esto que planteas, que creo además que es algo muy interesante, es una discusión que tengo con relativa frecuencia con amigos míos. Yo he sido Boy Scout, desde que tenía cinco años. Somos dieciséis o diecisiete, siempre los mismos, nos juntamos muy a menudo. El sábado pasado estuvimos comiendo, hasta las doce de la noche, todo el rato discutiendo. Uno de ellos defendía Amazon. Que era muy cómodo, decía. Claro, cuando le planteo lo que tú estás diciendo, me dice: «Es que tú eres parte interesada». Y sí, lo soy, pero es que además, me lo planteo no solo como dueño de un negocio, que también, me lo planteo como ciudadano. La destrucción del tejido de la pequeña empresa, del pequeño comercio, en este país es acojonante. Y el tipo no lo entendía.
Ya viste cómo celebró la Comunidad de Madrid la inauguración del almacén de Amazon. Estuvo nuestro queridísimo presidente González. En qué mundo viven estos tíos.
Y esto nos lleva a otra cosa, la concentración del mercado del libro, es absolutamente bestial.
Se trata del mundo que queremos.
Claro. No es lo mismo que se sigan abriendo librerías, al menos determinado tipo de librerías, que el que se sigan abriendo bares.
Cuando yo era niño, no te puedes imaginar lo que era la calle Arenal. Yo vivía en la calle de La bola, que es una calle que va desde la Plaza de la Encarnación hasta Arsenal. Bueno, pues nada más entrar en la calle Arenal había una librería, Abril, especializada en teatro. Luego estaba la librería Hernando, que tenía dos locales; la librería Pueyo, que tenía otros dos locales. Llegó a haber en esa calle creo que once librerías. Hazte una idea. Igualito que ahora, vamos.
Todas esas librerías no han cerrado «por lo digital».
No, no. Han cerrado por lo que han cerrado. El mundo del libro es un mundo que está muy justo de dinero, como todos sabemos. Competir con un local por el que tienes que pagar tres mil euros de alquiler con los márgenes que trabajamos, imagínate, no se puede. Cuántos libros tienes que vender. A nosotros nos querían subir el alquiler al doble, cuando estábamos ahí enfrente. Es imposible. Por eso nos cambiamos a este hace nada. Estábamos en frente. El margen que tiene el libro no te permite competir con todo lo que tienes alrededor.
Bueno, el local sigue vacío, no lo han alquilado.
Ya, pero les da igual, tienen un montón de locales, capacidad de resistencia de sobra. En Madrid hay gente que tiene muchísimos locales comerciales en el centro.
Vuelve Clemente, ya sin sus amigas asiáticas: «Pues resulta que era una eminente geógrafa, por lo visto, me lo ha dicho la que nos hacía de intérprete, y que era muy famosa en su país».
Tenemos público muy raro nosotros. [A Clemente:] Siéntate aquí, hombre , que te lo has ganado. Han venido esta mañana una pareja de brasileños… Jo, y te he conseguido una cantidad de libros de cine hoy.
Clemente: Ya he visto, ya.
S.: Te he conseguido todo el fondo de la Filmoteca Valenciana.
C.: ¿Sí? Qué bueno. Habrá que hacerles sitio.
S.: Bueno, estos brasileños que han pasado esta mañana, te lo tengo que contar [A mí:], hay gente que viene de fuera que nos viene a ver, hay que reconocer que la fidelidad existe. Han venido: «Qué disgusto, cuando hemos visto el local de enfrente cerrado, creímos que habíais cerrado». Estaba Sole. Luego han venido a llevarse una selección del fondo de DVD, no sé si les conoces. Tenemos todo el fondo. Es una editorial magnífica. El defecto es el nombre, que es horroroso. Pero es el único defecto. [A Clemente:] Tráete El Rey Lear para que lo vea Raquel. Es una edición bilingüe. Van a tener un futuro importante en España. El tío ha aguantado 16 años antes de cerrar.
[Les recuerdo, a los que siguen aún por aquí, que más arriba tienen el enlace con todos los títulos de esta editorial]
Esa es otra, Santiago, ¿tantas editoriales? ¿Tiene sentido?
Sí, tiene su lógica. Tú tienes una idea, un concepto de lo que te gusta, y decides publicarlo tú.
Si tú lo dices.
Ahora Edhasa va a publicarle un libro al editor de DVD, Sergio Gaspar. Es un libro que vamos a presentar en La Fugitiva, y que va a dar mucho que hablar, ya lo verás: una conversación entre Cervantes y Pla. Toca el tema del mundo del libro en España, bastante molesto por su experiencia. Es difícil de leer. Anoche tuve que coger el diccionario alguna vez. Es de Guadalajara, residente en Cataluña de toda la vida.
Me encantan los libros de Edhasa. La edición que tengo en casa de La Montaña Mágica es suya (Colección Diamante, 2006).
El libro de bolsillo de Edhasa es el mejor que hay ahora mismo. Clemente, trae a Raquel De ratones y hombres para que lo vea.
Y así vamos dejando languidecer la charla, con más ejemplares que me traen para que los vea, la cantidad de cosas que sabe este hombre. No conocía a la mitad de las personas de las que me iba hablando, librerías, libreros, autores, editoriales. Me he apuntado Clan Editorial, por ejemplo, les diré que voy de su parte, a ver si cuela y les hago un retrato de estos para la Jot Down, por los libros que hacen, que dan ganas de llorar de lo bonitos que son.
Al final, me traigo en sospecha, más sabe el diablo por viejo que por diablo, le conté más cosas yo a él que él a mí. Menos mal que no me cobró la clase, por otra parte.
Nota al pie:
(1) La editorial Sd·edicions se ha puesto en contacto con esta redactora para aclarar que Jazzuela no es uno de los títulos de su catálogo. He tenido entonces que investigar a qué libro se refería Santiago en la grabación, y he llegado a todostuslibros. La editorial es Satelite k; no he podido encontrar su web, ya lo siento.
Fotografía: Manu Granadero
El artículo es interesante, aunque algún comentario del librero en la entrevista ( eso de que por allí va «mucho chaval muy rojo») me parece algo chusco y ganas de mezclar las churras con las merinas. Y en cuanto a una librería de la que se dice que es la única librería de filosofía de España, El Buscón, será porque quiera denominarse así. Yo he ido allí unas cuantas veces y cualquier librería como La Central, o La Casa del Libro están infinitamente mejor surtidas. La librería Alberti no está mal, pero cuesta ver lo que hay en estantes a tres metros de altura, al menos a mi, sin estar constantemente subido a una escalera; y su buscador es de pena: a veces he encargado libros que aparecían como disponibles y lo único que he recibido ha sido un correo diciéndome que desgraciadamente «los acababan de vender». Ya.
En fin, que vivan las librerías y los buenos libreros, pero que no es oro todo lo que se publicita ni las opiniones políticas hacen mejores o peores libreros.
Una gozada de reportaje. A Santiago y sus librerías los tengo fichados, pero presiento que me voy a dar un festín con las que no conozca. Gracias, Raquel. Larga vida a tus entrevistas y reportajes libreros. Qué pena que nadie haga lo propio con el teatro.
Por cierto, Santiago tiene una buena sección de libros «rojos» (por decirlo con sus palabras), de ahí lo del comentario. No hay nada chusco detrás.
Gracias por hacerme caso e ir a la fugitiva.
Queda muy bien reflejado cómo son los que trabajan allí: gente que vive con pasión lo que hacen, y con los que da gusto hablar.
Pingback: ¿Deberían rebajarse los libros? | NEW GENERATION
Muy interesante leer las opiniones de este librero. Un poco pueriles las preguntas, pero el librero sabe darle profundidad a la conversación.
Un par de errores me llamaron la atención; no es Javier Esteban, es José Esteban, uno de los grandes libreros, editores (fundó Turner) e investigadores de España. Y el error que se repite siempre, quiero creer que por cuestión de teclas: es Woolf, no Wolf.
Y una cosa que no entendí: ¿»Cómo qué»? ¿Qué significa eso?
Bucador, justo me decían ayer que estaba aquí este comentario suyo; no lo había visto hasta ahora, ya lo siento. Le escribo yo a mi vez esta nota nada más para agradecerle la suya sobre la errata que no habíamos visto. Gracias.
Pingback: Eduardo del Campo y Manuel Jabois: Maestros del periodismo, el periodismo imperecedero
Pingback: Jot Down Cultural Magazine – Silvia Querini: «Una de las leyes fundamentales del mundo de la edición es la discreción»
Pingback: Librerías con encanto: Una conversación con los libreros de Muga (Vallecas) - Jot Down Cutural Magazine
Me ha gustado la entrevista. A mi parecer el único futuro que le espera a este tipo de tiendas es la compra-venda, segunda mano y ediciones de editoriales pequeñas para apoyarnos todos los unos a los otros: libreros, editoriales y lectores.
Lógicamente, en amazon o ebay hay cosas y a unos precios con los cuales no se puede competir, seamos realistas y busquemos la alternativa.