El fútbol internacional está en manos de un organismo donde la corrupción parece ser la norma y no la excepción. La FIFA está cada vez más definida por escándalos, sobornos, comisiones, tejemanejes y una monumental oposición a la evolución, al cambio, a la mejora tanto del deporte y sus normas como de la organización interna. La entidad se constituye como un supuesto organismo sin ánimo de lucro que agrupa a las federaciones de los distintos países y regiones del mundo, pero en realidad es el administrador único de un negocio multimillonario. Este organismo toma además decisiones que tienen un impacto potencial incalculable para países enteros, tanto para bien como para mal. Particularmente una: la sede de cada Mundial de fútbol, el evento global por excelencia. La FIFA tiene un monopolio natural sobre tal decisión: no puede haber, por definición, dos Mundiales. Ni dos organizadores del proceso de selección. El problema es que los clientes del fútbol mundial (al fin y al cabo, quienes generamos todo ese volumen de negocio) hemos otorgado el monopolio a un ente opaco que hace de su capa un sayo a la hora de decidir. El resultado lo vamos a estar pagando durante la próxima década, cuando menos. La pregunta es por qué, y si podemos hacer algo para cambiar las cosas, si no en el futuro cercano, sí más allá de la oscura frontera de 2022.
Las calles de muchas ciudades brasileñas llevan en pie de guerra desde hace meses. Las protestas tienen un origen complejo y múltiple; las causas abarcan desde la desigualdad más cruda (y en Brasil la desigualdad más cruda lo es mucho) hasta los fallos en los servicios públicos básicos. Pero no hay duda de que el gasto que está ocasionando la preparación del Mundial está entre ellas. A una parte importante de la población no le parece que tal estipendio valga la pena, como tampoco se lo pareció a muchos sudafricanos antes de 2010. Puede que no les falte razón. Por un lado, la comunidad académica no se acaba de poner de acuerdo con respecto a si el balance de este tipo de eventos tiende a ser positivo o negativo; la respuesta final se queda normalmente en una versión sofisticada del encogimiento de hombros sumado al «pues depende de cuánto tengas y de cómo lo hagas». Por otra parte, en un país tan sumamente desigual resulta cuando menos legítimo plantear la cuestión de si los beneficios van a llegar a toda la población, cuándo y cómo van a hacerlo. Más aún cuando el país ha decidido distribuir al máximo a lo largo y ancho de su territorio la localización de las sedes, de manera que ciudades medianas o pequeñas pueden encontrarse dentro de unos meses con un estadio desproporcionadamente grande con el que no sabrán demasiado bien qué hacer. Lo que en la jerga de la política económica se conoce como un «elefante blanco»: un proyecto megalómano con el que se consigue un gran impacto (real o ficticio) a corto plazo, pero cuya sostenibilidad y utilidad a largo es dudosa (¿les suena de algo?). El Mundial de 2014 corre el riesgo de ser un gigantesco elefante blanco en un país cuya prioridad máxima debería ser crear y fortalecer las capas medias del tejido social. Por si fuera poco, como bien explica Arturo Lezcano en su artículo, Brasil ha modificado aspectos de su ordenamiento legal para «beneficiar» la Copa del Mundo y a quienes con ella vienen. De nuevo, supongo que les suena de algo.
A pesar de todo ello, de las tres próximas sedes del Mundial, Brasil es la más razonable, o la menos absurda. Probablemente, en cuatro años estaremos discutiendo a qué clase de genio se le ocurrió ofrecer la organización del mayor escaparate mediático del mundo a Vladimir Putin y al grupo de oligarcas que le mantiene en el poder junto a un aparato estatal de, digamos, dudosa transparencia y legitimidad. Autoritarismo, homofobia, violación de derechos fundamentales, Segunda Guerra Fría y fútbol parece una combinación irresistible para que medios de todo el mundo se ensañen, no sin razón, con la FIFA en particular y con el fútbol mundial en general. De hecho, si no lo están haciendo ya es porque se encuentran demasiado ocupados informando sobre las mentadas protestas en Brasil y sobre todo cubriendo el escándalo mayúsculo que ha supuesto elegir Catar como sede para el Mundial de 2022.
Como decía Jonathan Mahler en Bloomberg hace falta una manera muy peculiar de incompetencia para convertir en un evento que no sucederá hasta dentro de casi una década en un desastre de relaciones públicas hoy mismo. La FIFA lo ha conseguido al elegir un Estado obviamente autocrático y en mitad del desierto, de manera que los países participantes podrán escoger si jugar en un infierno de los Derechos Humanos a 40 grados a la sombra (el gobierno del país prometió estadios acondicionados y ecológicos, algo que en cualquier caso no parece ser demasiado factible) o hacer lo mismo en invierno, con temperaturas más aceptables pero a cambio de trastocar seriamente todo el calendario del fútbol europeo. Los estadios y demás infraestructuras de Catar, ecológicos o no, están siendo construidos por trabajadores que en muchos casos se encuentran en condiciones, digamos, dudosas. La normativa laboral del país otorga amplios poderes a los empleadores, llegando al punto de que los trabajadores pueden encontrarse en una situación de semiesclavitud, sin poder renunciar a su puesto. Hay incluso un caso de un futbolista europeo que se encuentra atrapado en Catar contra su voluntad, perdido en un agobiante laberinto legal. Y allá, justo allá es donde la FIFA decidió que iba a tener lugar el Mundial de 2022. Lo hizo como siempre: de una manera casi totalmente opaca, sin rendir cuentas ante nadie. Esta vez, además, con comisiones de por medio: el Sunday Times inglés destapó toda una trama de sobornos destinada a poner al petroestado al frente de la carrera.
No es la primera vez que la FIFA se ve envuelta en un escándalo del estilo. El anterior presidente, Joao Havelange, y buena parte de su equipo ya se vieron inmersos en un escándalo, incluyendo empresa-pantalla y todo: ocho años de comisiones ininterrumpidas a la plana mayor de la organización para manejar los derechos audiovisuales ligados a la misma. Escándalo ante el que no reaccionó hasta diez años después. La «clase de genio» que ha supervisado todas estas y otras decisiones es Joseph «Sepp» Blatter. El presidente de la FIFA lo es desde que Havelange renunció a finales de los noventa, y su presencia no solo no ha mejorado la imagen y la calidad (digámoslo así) del organismo, sino que probablemente ha conseguido que ambas empeoren seriamente.
Es por ello que la presión sobre la FIFA se ha venido incrementando año tras año desde que se destapó el escándalo de las comisiones. Los dos grandes periódicos europeos de origen británico, The Economist y Financial Times, llevan una buena tira de artículos, columnas y editoriales denunciando la corrupción y clamando por un cambio en la FIFA. A ello se han sumado muchos otros medios. Blatter y sus acólitos prometen reformas «internas», piden que les «dejen trabajar», montan comités éticos, de gobernanza, etcétera. Pretenden así vender una imagen de mejora. Pero a estas alturas pocos se la creen. Es fácil ver la trampa: la FIFA no tiene incentivo alguno para cambiar si nadie le obliga desde fuera, e intentan aplazar al máximo ese momento prometiendo al resto del mundo que de verdad, que lo prometen, que esta vez sí que sí que sí, van a ponerse a estudiar y a sacarse todas para no ir a septiembre.
Lógicamente, quienes no tragan con tal argumento piden la cabeza de Blatter, de Michel Platini (al frente de la UEFA, y votando a favor de Catar como sede mundialista en contra de los intereses de los países a los que se supone que representa) y de toda la cúpula de la burocracia del fútbol mundial. Esta condición es probablemente necesaria, mas no suficiente, para lograr un cambio. Pensar lo contrario es lo que yo llamaría la «ilusión de la casta»: igual que Podemos parece pensar que basta con cambiar las caras para que «los de abajo» (sea lo que sea eso) puedan vencer a «los de arriba», ocupar su puesto y de alguna manera convertirse en los buenos. El error está en pensar que hay personas que son y se comportan de una manera determinada u otra independientemente de los incentivos existentes. Al contrario: las personas, todos nosotros, respondemos a las estructuras institucionales que nos rodean, a las oportunidades que tenemos a nuestro alcance y las estrategias que podemos seguir. Si a muchos de nosotros, a la mayoría incluso, nos dejasen al mando de un monopolio descontrolado nos resultaría difícil no aprovecharnos de la situación. Más aún: si sabemos de antemano que estar al frente de la FIFA significa entrar dentro de un sistema podrido, ya existiría un sesgo claro de qué clase de personas y con qué intenciones intentan llegar a tal puesto. En cuatro palabras: la FIFA necesita supervisión.
¿Quién se encarga, pues, de controlar a la FIFA? Un principio básico de los monopolios naturales como este es que deben rendir cuentas de alguna manera ante sus clientes porque si no pueden disponer de la organización del mercado a placer. No solo marcando precios, sino, como es el caso, decidiendo de manera casi absoluta las condiciones en las que se desarrolla una determinada actividad y repartiéndose las rentas devengadas. La FIFA está radicada en Zúrich, y no es por casualidad. La ley suiza ha venido siendo considerablemente laxa con la corrupción en agencias privadas, particularmente en aquellas sin ánimo de lucro (así figura registrada la FIFA). De hecho, los cambios legales recientes que el país ha venido haciendo para incrementar el control público sobre los sobornos en el ámbito privado son, en gran medida, producto de la presión interna y externa sobre el Gobierno para atar en corto a la FIFA.
Pero Suiza es un país soberano, y como tal tiene pocos motivos de peso para atender las demandas de mayor control sobre un organismo cuyo rol es, de hecho, internacional. En ese sentido, descargar en Suiza toda la responsabilidad de poner en orden la casa del fútbol parece excesivo. O, mejor dicho, un camino no totalmente esperanzador. Resulta necesario reformar de arriba abajo el modo de funcionamiento de la FIFA, de manera que su buen funcionamiento no dependa completamente de la legislación del país en que se encuentra. El aspecto en que se suelen centrar la mayoría de las propuestas que llevan circulando desde hace un tiempo es el de cómo elegir la sede de cada Mundial, habida cuenta de que el proceso actual consiste en el tráfico opaco de influencias (Lezcano, en su texto, destaca que nadie nunca vio el dosier de la «candidatura» de Brasil, y del caso de Catar mejor ni hablamos). Hacer transparente la selección eliminaría una buena parte de los incentivos para la corrupción de la dirección de la FIFA. Las opciones no son pocas. Desde un concurso con jueces independientes y requerimientos de sostenibilidad económica (que, como vemos en el caso de los Juegos Olímpicos, está lejos de ser ideal) hasta un mecanismo en el cual el ganador de un año hospeda el Mundial al año siguiente, con opción a renuncia. Cualquier alternativa supondrá una mejora a lo que parece ser de facto una subasta de sobornos.
Pero esta reforma dista de ser suficiente, a pesar de que resulte necesaria. Hace falta modificar radicalmente la gestión de derechos audiovisuales, así como cambiar la manera de elegir a la cúpula. ¿Cómo forzar a la FIFA a cambiar? Esa es la última pregunta del razonamiento, donde todo empieza y acaba. La verdad es que la única manera de conseguirlo es mediante la presión directa e indirecta, constante y decidida, de sus clientes y de aquellos a quienes representa. Sí, cada vez se alzan más voces que piden reforma, pero no basta. Debemos continuar. Y debemos también aceptar la triste contradicción en la que todos los que disfrutamos de los Mundiales nos encontramos: no podemos dejar de seguir, disfrutar y sufrir con el fútbol, pero al hacerlo no debemos dejar de criticar la actitud de un organismo que, entre otras lindezas, hasta hace poco ni siquiera permitía a las mujeres ser parte de sus órganos directivos.
Es la tragedia de los monopolios. Que uno, si se sale, no sabe a dónde mirar.
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En cuestiones deportivas es normal que haya monopolio, uno no se imagina a medio mundo organizando un mundial por un lado y el otro mundo haciendo otro, quien es el legitimo campeon del mundo pues en ese deporte. Que se escojiera como sede Zurich, responde a la neutralidad y centralización del pais en aquel momento con la inmensa mayoria de las federaciones o asociaciones nacionales existentes (prácticamente europeas todas ellas).
Y creia que fue L´Equipe quien destapo todo lo de Qatar, pero si los britanicos insisten en ello, es simplemente para poner a su candidato al mando y que su seleccion mande
Tienes ejemplos bien claros de lo que dices en las federaciones de ajedrez, o de boxeo, donde no había manera de saber quién era el verdadero campeón.
Una posible solución sería que los clubs se plantaran y amenazaran con crear su propia asociación a estilo de la NBA del baloncesto americano que es una entidad privada totalmente independiente de la FIBA, el igual del baloncesto a la FIFA.
Ya hubo un amago con aquello del G-14 pero se vendieron ante el soborno ofrecido.
Excelente artículo. Tan solo quería mencionar que no es cierta la siguiente afirmación
«Por un lado, la comunidad académica no se acaba de poner de acuerdo con respecto a si el balance de este tipo de eventos tiende a ser positivo o negativo»
Los estudios académicos más importantes realizados sobre impacto económico a l/p de este tipo de eventos deportivos tienden a mostrar que nos son viables. Por ejemplo los diversos estudios de Coates y Humphreys, por mencionar solo algunos.
El deseo de explotar mundiales, olimpiadas y bodas bautizos y comuniones a gran escala se encuentra mucho más relacionado con decisiones políticas (postureo) y extracción de rentas (empresas constructoras dependientes de la legislación pública) que no con una apuesta seria de política pública de estímulo económico.
Esta excusa se justifica a menudo en estudios de consultoras privadas que muestran resultados muy favorables a estos eventos. Pero no deberíamos olvidar quien paga a estas empresas, por no mencionar el pobre análisis económico que a menudo realizan (en caso que la metodología empleada sea publicada, cosa que no pasa a menudo).
En conclusión, la evidencia académica (seria, de buenos investigadores universitarios) sobre estas fiestas del deporte son bastante claras en términos económicos.
Tengo entendido (pero no lo aseguro con rotundidad) que el Mundial 2006 en Alemania fue un claro éxito económico tanto en el momento de su celebración como a posteriori (en cuanto a facturación anual de la Bundesliga desde entonces)
En esencia no es lo mismo un mundial de futbol que unas olimpiadas, y menos aun en un pais que las infraestructuras esenciales (estadios de futbol) ya las tiene construidas y de maxima calidad (Alemania). Los estudios referidos suelen centrarse mas en eventos que aglutinan muchas especialidades que de forma individual no son rentables y cuyas infraestrutcuras son costosas y dificilmente se conseguira retorno economico a largo plazo.
A eso mismo me refiero, a que depende mucho del evento concreto y del país organizador. Por poner un ejemplo cercano, tal vez un Mundial en España fuese muy beneficioso para el país y, en cambio, unos hipotéticos Juegos Olímpicos en Madrid todo lo contrario
El argumento es: Ok tenemos 8 estadios de primer nivel por lo que no incurriremos en grandes gastos y albergaremos este evento que nos generará mucho dinero.
Pero la realidad es que se aprovecharía un mundial para generar infraestructuras que los clubes no llevarían a cabo (en el mismo periodo) por ellos mismos. O bien instalaciones públicas que acabarían siendo elefantes blancos sin uso claro una vez pasado el mundial.
Y en un país con turismo como España, un mundial atrae turistas, pero también desvía a muchos de aquellos que tenían pensado visitar el país (Ejemplo Londres con las Olimpiadas 2012).
Esto por no mencionar que en un país como España, un Mundial sería la excusa perfecta para tener a una clase política «distraída» de sus obligaciones posponiendo las reformas necesarias.
Por no mencionar el coste de oportunidad que algo así tendría. Una inversión elevadísima en un país endeudado, con un 26% de paro, sin crecimiento económico y que por ejemplo podría dedicar dichos recursos a recortar menos prestaciones sociales y potenciar áreas que de verdad importan en el crecimiento económico de un país
No sé… un mundial (o olimpiadas, expos etc) me genera muchas dudas en cuanto el posible beneficio sobre el bienestar de la población
Todo forma parte del circo del furbo, Blatter imita a Chiquito… y todo el mundo le ríe la gracia.-
http://vimeo.com/98052225
Si cambias «FIFA» por «COI» puedes reciclar el artículo perfectamente para otro día. Lo de la elección de la sede de los mundiales es simplemente un problema de nº. La votación fue Qatar 14-USA 8. 22 personas tomaron una decisión que mueve miles de millones, la corrupción está casi garantizada por una simple cuestión de coste/beneficios. Si votaran 10000 personas no habría corrupción, porque no habría dinero para comprar suficientes votos.
El problema de que voten 10.000 o 10 millones lo tienes en otros eventos como el Festival de Eurovisión, donde los resultados de las votaciones son equivalentes a la elección de Catar para albergar los Mundiales.
Si los consumidores de fútbol presionaran, podrían cambiar las cosas. Pero el fútbol es una religión y sus seguidores unos fanáticos incondicionales incapaces de hacer autocrítica alguna.
«Ou restaure-se a moralidade ou locupletêmo-nos todos.»
-Stanislaw Ponte-preta.
Cambie FIFA por COI (o CIO) y se puede aplicar todo lo descrito en este artículo punto por punto. FIFA y COI, dos antros de corrupción generalizada.
Y mejor no hablemos del millar largo de trabajadores, esclavos en la práctica (la mayoría nepalíes o paquistaníes que huyen de la miseria de sus respectivos países), que han muerto en circunstancias sospechosas durante las faraónicas obras para tener a punto los estadios del mundial de Catar. Jornadas de trabajo abusivas, obreros que duermen a pie de obra en dormitorios comunitarios hechos con contenedores, condiciones laborales que harían llorar de vergüenza a Albert Speer… Y por supuesto, las constructoras de la Marca España allí están para llevarse su parte del pastel. Este año Florentino Pérez se podrá comprar otro yate…
Buena reflexión. Sólo un par de apuntes.
Por un lado, en lo referido a la rentabilidad de este tipo de acontecimientos, no son demasiados los casos: alguno de los participantes menciona el caso de Alemania, no parece que el Mundial de Corea y Japón fuera la madre de todas las corrupciones (o a mí no se me alcanza), se sabe que, en su día, los JJOO de Los Ángeles fueron los primeros en ser rentables en la historia del olimpismo (así que mejor no preguntar por la factura de los anteriores y ojo que ya había habido un chorro de JJOO. Sólo a título de ejemplo, las facturas de los de Montreal ’76 se vinieron a pagar no sé si a finales del s.XX… Tranquilito y no cojas nervios… Y eso que se entiende que Canadá es un país serio) y es posible que en los casos de Barcelona, Atlanta y Sydney las cuentas hayan salido más o menos bien, aunque en el caso de Barcelona lo tengo menos claro. Y para de contar. Es decir, para que una competición de este tipo resulte rentable parece que una condición, no sé si sine qua non o casi, obligatoria o, cuando menos, muy recomendable, es que ya previamente el país organizador sea una país avanzado, con una economía saneada y un funcionamiento institucional homologable.
Claro, eso nos deja el «problema», si es que realmente lo es, de que, si siempre fueran a ser así las cosas, sólo un puñado pequeño de países estarían en condiciones de organizar eventos de este tipo. Y eso no hay arcas que lo resistan; ni cuerpo tampoco… Además, como es innegable el impacto mundial en imagen que tienen, y cada vez más, quitarles esa opción a regiones del mundo que necesitan como el comer ese espaldarazo para el avance de sus economías parece injusto.
Y con esa baza juegan tanto la FIFA como el IOC. Con lo cual, ahí tenemos en feliz comandita al hambre y las ganas de comer: unos necesitan esa eficaz operación de marketing y otros no tienen mayor empacho en dejarse querer.
El segundo apunte, que no deja de tener conexión con el primero, se refiere a la falta de transparencia en la gestión y la toma de decisiones. Difícilmente se puede esperar nada distinto a escala internacional de la FIFA si ya no sólo las federaciones nacionales sino los propios clubes de fútbol son un pudridero de corrupciones. Y ya sabemos que no hay que irse muy lejos: a imagen y semejanza de Avelange y Blatter, aquí tuvimos la intemerata de años a Pablo Porta (el entrañable Pablo Pablito Pablete que decía Butanito García) y ahora tenemos a Ángel Mª Villar. A Porta se le acusó de todo menos de la muerte de Manolete; aunque vaya usted a saber… Y Villar, se decía, traía aires nuevos… Sí, ya, y antes de que me muera el hombre coloniza Marte. Estamos todavía por saber qué ha habido detrás de lo de Neymar en la Farça y ya mejor no recordar lo de Del Nido, Jesús Gil en su día, lo del Betis, la Unión Depresiva Las Palmas, el Club Depresivo Tenerife y un laaaaaaaaaaaaaaargo etcétera. Si hasta en clubes de 2ª B hay mierda por toneladas, ¿cómo esperar otra cosa a niveles superiores? Y aquí no estamos hablando de cosas raras, simplemente de hacer cumplir las leyes que rigen para cualquier tipo de empresa.
Si Ud. defrauda a Hacienda, inspección, multa al canto y, si resulta que es insolvente, se queda sin empresa, además de poder ir a la cárcel. Eso vale para cualquiera. Incluso hemos podido ver el caso cuasi milagroso de que a una serie de listos de las cajas de ahorro se les haya caído el pelo o que, al menos, se les haya llevado a juicio. Ya sé que deberían ser muchos más, pero por algo se empieza: hace una década escasa me dicen que a los de la CAM los iban a sentar en el banquillo de los acusados y habría preguntado que qué estabas fumando para probarlo, que se ve que está buenísimo.
Pero aquí no, aquí un directivo roba a manos llenas, un club gestiona el dinero de las cuotas de los socios con la punta de aquello mismo y a cuenta de ello se le amenaza con el cierre del club y aquí arde Troya. Gente sufrida, de la calle, jodida como la cabeza de un clavo quiere que su equipo del alma sobreviva a costa literalmente de lo que sea y que se le inyecte el dinero público que haga falta. Y ya verán, en caso de que este Mundial lo gane Brasil, cómo a todos los de las manifas se les va a olvidar toda esta corrupción rapidito. Que pregunten a los de la represión en Argentina en el 78. Del mismo modo que, con todo esto de la candidatura olímpica de Madrid, si hubiera salido ganadora, la que se habría montado no habría sido ni normal. Como no fue así, se aplica lo del cuento de la zorra y la uvas, que como no se las podía comer, decía que estaban verdes: que si era un despilfarro, que si tal y si cual… O lo de Eurovegas, con la prostitución y todas las chorradas que se dijeron: si les hubiera salido allí un buen trabajo, seguro que habrían dicho que no, por aquello de la coherencia ética y tal. Como Pablemos, el pobre, recibiendo del entonces Príncipe de Asturias, ahora Felipe VI, una beca para irse a estudiar fuera tan ricamente: seguro que la aceptó tapándose la nariz y durante todo el tiempo que disfrutó de ella le venían arcadas republicanas día sí, día también.
No cabe exigir lo que en realidad no interesa.
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«Como Pablemos, el pobre, recibiendo del entonces Príncipe de Asturias, ahora Felipe VI, una beca para irse a estudiar fuera tan ricamente: seguro que la aceptó tapándose la nariz y durante todo el tiempo que disfrutó de ella le venían arcadas republicanas día sí, día también.
No cabe exigir lo que en realidad no interesa.»
EIN??? Churras con merinas, tu comentario de aplauso, pero esa fobia demagogica que escupes al final no hay por donde cogerla. Ser republicano te impide automaticamente el poder aceptar una beca si esta lleva el nombre de un personaje de la realeza?
¿Fobia demagógica? De acuerdo, como tú digas.
Pablo Iglesias y tantos otros como él se han criado y han tenido toda una serie de oportunidades, entre ellas, becas como las que Iglesias ha tenido, gracias a un sistema que él pone a bajar de un burro pero del que no deja de beneficiarse. Es muy cómodo y hay que tener muy poca vergüenza para beneficiarse de ese sistema y decir que es una mierda porque es una monarquía parlamentaria, al tiempo que a los universitarios venezolanos los corren a tiro limpio de la calles en su país por decirle cuatro verdades al gobierno del sátrapa Maduro.
Y eso no es demagogia: eso son muertos en las calles.
Yo soy republicano. No tendría por qué decirlo, porque eso no le incumbe a nadie salvo a mí, pero tampoco pasa nada por decirlo. Es una libertad de la que dispongo y uso. Soy republicano, sí, y si me dieran a elegir en una especie de mundo ideal, eligiría una república presidencialista al modo estadounidense, por ejemplo, pero también tomando aportaciones del modelo republicano francés o del alemán, por qué no.
Pero Pablemos no defiende la república.
Él y los de su cuerda defienden el regreso al Frente Popular, un frente de izquierdas, revolucionario, en el que partidos conservadores no tendrían cabida. Su modelo no es la República Federal de Alemania ni los EEUU: para él y para los de su cuerda el modelo es la Venezuela bolivariana, no es ningún secreto y bien que se han encargado ellos mismo de dejarlo bien claro para que no haya equívocos.
Y ahí ya no estamos hablando de República, hablamos de dictadura del proletariado o como queramos llamarlo ahora en el siglo XXI.
Por tanto, si me dieran a elegir entre esa «república» y esta monarquía parlamentaria, este votante de izquierdas con casi medio siglo a sus espaldas vota monarquía parlamentaria. Sin dudarlo.
No me gustan casi nada de lo que veo a mi alrededor pero no estoy tan ciego como para no ver o tan sordo como para no oír qué se cuece en otras partes. Y con ciertas cosas no se juega.
¿Que por qué metí ese comentario en una reflexión que tenía que ver, en principio, con el fútbol? Bueno, primero, porque quiero. Segundo porque Pablemos y los de su cuerda no desaprovechan la más mínima, venga o no cuento (para ellos siempre viene a cuento), para meter su morcilla ideológica. Si ellos pueden predicar 24 horas sobre 24 sobre lo que les parece bien, pues, mira, me tomo la misma libertad.
Del mismo modo que tú te permites el lujo de llamarme demagogo y puedes hacerlo en este medio y en cualquier otro. Con el control de medios que estos mismo días propone Pablemos, y que es un calco de la Ley de Defensa de la República, del 31, y de las medidas que consagran la «libertad de prensa» (hay que joderse) en la Venezuela bolivariana, este intercambio no sería posible y, quién sabe, igual yo andaría en el talego. Cosa que a más de uno le alegraría. Así que, con mi demagogia a cuestas, me tienen enfrente
Donde dice «Es por ello que la presión sobre la FIFA se ha venido incrementando…» debería decir «Es por ello (o por eso) por lo que…»
Un saludo
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Se tiene q crear otra entidad del deporte ya es hora