A raíz de la publicación en 2012 del libro Naturaleza incompleta. Cómo la mente emergió de la materia, escrito por Terrence W. Deacon, se produjo un espectáculo desagradable del que me enteré al investigar sobre su autor precisamente para escribir una reseña de su obra: fue acusado de plagio. Voy a comenzar esta serie de artículos por esta anécdota porque las cuestiones planteadas y la respuesta que se dio a la acusación son interesantes, sobre todo en esta época de acceso posible a tanta información, y porque el libro en sí y aquello de lo que trata —lo verdaderamente importante— requiere espacio y es mejor solventar las pequeñas miserias antes de entrar en harinas.
La acusación se originó precisamente en la reseña del libro encargada por The New York Review of Books al filósofo Colin McGinn. La reseña es, como pueden ver, muy dura y, en mi opinión, extremadamente superficial. Vamos, que tras leer el libro, pienso que el señor McGinn no se ha enterado de gran cosa (la respuesta que da al propio Deacon me reafirma en esa opinión ). En cualquier caso, esto es lo de menos; lo curioso es que en la reseña se «denunciaba» que en lo fundamental el libro no contenía ideas originales, sino que reproducía otras mejor desarrolladas por, entre otros, dos filósofos: Alicia Juarrero y Evan Thompson. La alusión a esos profesores de filosofía fue la mecha de una denuncia pública por plagio aventada por Michael Lissack, un hombre de negocios y director del Institute for the Study of Coherence and Emergence, un sitio la leche de raruno y del que forma parte destacada Alicia Juarrero, precisamente.
Lo curioso es que el plagio no se basaba en la copia de partes más o menos exactas de las obras de esos filósofos, sino en el uso de sus ideas, que son calificadas como nuevas y originales en su mayor parte. La insistencia pública en que existía el plagio provocó que la Universidad de Berkeley tuviera que realizar una investigación, que no solo exoneró al profesor Deacon, sino que dio lugar a un texto bastante divertido, considerando su origen académico.
El informe es absolutamente demoledor. Deacon alegó que no solo ignoraba la obra de Juarrero (y otros autores supuestamente plagiados), sino que llevaba décadas trabajando en las ideas que había plasmado en su obra y en artículos escritos antes y después. Añadió, además, que muchos de los conceptos tampoco eran originales, sino que habían sido creados y perfilados por otros autores previamente y, finalmente, que las similitudes se basaban en la profunda incomprensión de sus tesis por parte de los denunciantes. Juarrero, para fundamentar sus acusaciones, envió a uno de los responsables de la investigación una hoja de cálculo en la que dejaba constancia de doscientas aparentes concordancias. La cuestión, sin embargo, era más espinosa: no bastaba con presentar esa lista, sino que, al tratarse de un plagio de ideas, era preciso demostrar que su uso por parte de Juarrero era «único» y, por tanto, manifiestamente original. Más aún, los denunciantes desarrollaron un concepto francamente graciosísimo: el plagio imprudente. Se basa en la idea de que, en esta época en la que es muy sencillo buscar referencias a temas concretos en internet, todo autor está obligado a por lo menos citar a aquellos que han escrito sobre aquello que se trata en una obra, para no incurrir en una conducta deshonesta.
La respuesta a las concretas acusaciones es una perfecta muestra de la locura a que puede llevar una expansión desmesurada del concepto de plagio (y de un exceso de autovaloración). Así, no solamente quedaba claro que, con independencia de las similitudes superficiales surgidas del hecho de que se trata de personas que tienen interés en similares campos de estudio, las diferencias de tratamiento eran muy importantes, sino que resultaba acreditado que el plagio era imposible porque una de las supuestas obras plagiadas se había publicado después de que Deacon hubiese escrito la obra que contenía la falsa copia. Y, finalmente, supuestas menciones que para los denunciantes eran inexplicables de no ser producto del plagio, constaban en obras anteriores que los denunciantes tampoco citaban, y una de ellas ¡era precisamente del propio Deacon! Es decir, como con gran sorna se dice en el informe:
Like the allegation discussed immediately above, this allegation is demonstrably false. For as the investigation committee found, «Lissack does not seem to be aware that the Deacon chapter is a lightly edited reprint of Deacon’s «Editorial: Memes as Signs», published in 1999», four years before the appearance of Lissack’s «Redefinition of Memes» article. In other words, Deacon’s article was published first, so the ideas in it could not have been plagiarized from an article published years later. If one were to apply Lissack’s logic that conceptual similarity is evidence of plagiarism, then one would have to conclude that it was Lissack, not Deacon, who committed plagiarism. (The University does not contend that Lissack plagiarized Deacon, but it believes that this example highlights the absurdity of the plagiarism claims against Deacon).
El informe concluye con un excelente bazzinga:
To adopt this novel standard for defining plagiarism would create some «interesting» situations. Take, for example, the intellectual arena of human thermodynamics, a topic that both Deacon and Juarrero address in their respective books. Hmolpedia: An Encyclopedia of Human Thermodynamics, Human Chemistry and Human Physics maintains a webpage, HT pioneers, which lists scientists and writers who over the years have contributed theory and logic to the understanding of the thermodynamics of human existence. At the moment the page lists some 505 individuals. How many of these authors would Deacon and Juarrero have to cite to avoid a charge of plagiarism under Lissack’s novel definition? Note that this list does not include either Juarrero or Deacon, both of whom have written on the thermodynamics of human existence. So even the encyclopedic Encyclopedia of Human Thermodynamics may not meet Lissack’s standards of complete citation.
Me ha pasado a menudo que, a raíz de alguna de mis opiniones, alguien me diga «cómo se nota que has leído a» tal o cual autor. Es algo que me divierte, porque casi nunca aciertan los que me atribuyen más lecturas de las reales. Hay que prevenirse contra esta idea de que eso que se nos ocurre, «tan» importante y original, no se le haya ocurrido antes a alguien. Es poco probable. También, en consecuencia, hay que prevenirse contra las acusaciones de plagio; qué pocas veces algo es verdaderamente original. Mi hija suele recordarme una frase que le dije en el MOMA mientras mirábamos una de esas obras maestras que se reproducen inadvertidamente en tantas casas: «el primero al que se le ocurre es un genio, el segundo un imbécil». Supongo que esta frase se la habré copiado a alguien.
Como ejemplo también la «sospecha» de Espada con Eduardo Nave quien, afortunadamente!!, se pudo… defender.
Pero detrás de esas aparentes obsesiones sólo hay el ansia por la pasta.
Saludos.
Ja, ja, ja! Voy a morder el anzuelo y a aclararte que esa frase se la escuché por primera vez a mi padre, quien a su vez citaba a Juan Ramón Jiménez como autor original de la frase: «El primero que dijo tus dientes son como perlas, era un poeta, el segundo un cursi/ gilipollas (jilipollas en el original, je, je).
Dicho lo cual, habré desenmascarado a la persona que se esconde detrás del seudónimo «Tsevan Rabtan»? Es usted… Darth Vader y yo Luke?
Ya lo escribió Newton, citando a Bernardo de Chartres: “Si hemos logrado ver más lejos, ha sido porque estábamos encaramados a hombros de Gigantes”. Pocas cosas habrá más estúpidas que ese empeño por apoderarse de las ideas, y esa pretensión de originalidad a toda costa. No es defendible el plagio mediante copia de directa de textos sin citar autores, pero querer apropiarse de ideas, cuando existe todo un ejército de mentes brillantes discurriendo sobre lo mismo…
La propiedad intelectual precisa de una revisión a fondo. No puede ser que lo estemos llevando todo a un extremo tan absurdo.
Más razón que un santo tienes.
Una se pregunta: ¿Desde cuándo una idea, que se caracteriza por poderse pensar, le pertenece a alguien?
Por definición, una idea es algo que no puede considerarse personal o intransferible. La gente piensa, y si comparten sus pensamientos, o coinciden con los de otras personas, no se puede hacer nada.
Hay plagio cuando se emplean obras ajenas de modo deliberado para ganar dinero con la propia. No cuando se coincide con otros pensadores. Acabáramos que ahora tener una idea feliz sólo sirva si eres el primero en tenerla, o la has registrado a tu nombre.
Qué mundo de idiotas.
«Qué mundo de idiotas»… Consecuencia lógica, digo yo, de la idiotez esencial y evolucionada en torno a cuestiones o concepciones tales como: genio individual, originalidad, creatividad, en suma, autoría (y su traducción en $). O sea que la idiotez no está en las consecuencias, no solamente.
En estos casos, siempre me acuerdo del caso de Darwin y Wallace. Pero, claro, en esos tiempos todavía existía el concepto de caballerosidad y el podrido metal no había arrasado aún con todo.
En ciencia no es lo mismo «plagiarism» que falta de atribución. Es decir, si uno cree que es el primero en descubrir un hecho, y lo pone como novedoso, y se equivoca, no pasa nada, para eso están los revisores, que se lo hacen notar, le dicen que no es así, la literatura correspondiente y ya. Con investigaciones muy punteras a veces pasa que cuando lo mandas eres el primero, pero con las revisiones ya eres el segundo :( (me ha pasado), con lo que se pierde «galones».
Me vienen a la cabeza los videos de Kirby Fegruson, «Everything is a remix»
http://www.youtube.com/watch?v=coGpmA4saEk
Pingback: Tsevan Rabtan: Naturaleza incompleta (II) – Homúnculos
Pingback: Sobre elecciones | Las cuatro esquinas del mundo
Pingback: Magapsine Semanal (8-14/09/2014) - Dronte