Benito Floro llegó al Madrid como Rasputín a la corte de los zares, envuelto en la mística que da poseer un secreto único: los saques de banda estudiados, el psicólogo de los limones y el achique de espacios a lo Arrigo Sacchi, su eterna comparación. Había llevado al Albacete de las profundidades del fútbol federativo a la primera división a base de pepinazos de Zalazar, se puso de moda y, como es habitual, el Real Madrid lo fichó no fuera a ser que se le pasaran las vitaminas.
Floro era un hombre que causaba reacciones opuestas, como casi todos los «revolucionarios». La mitad de la prensa —y del vestuario— no evitaba la risa con tanto método y tanta historia. Tanto misterio, en definitiva. La otra mitad seguía esperando el advenimiento, como el que se queda mirando mucho rato la mano del prestidigitador a ver dónde está el truco. Lo cierto es que su primera temporada fue más que aceptable: dejó al equipo justo donde lo cogió, es decir, en Tenerife, aunque al menos esta vez no jugó con ningún sentimiento, no hizo un Beenhakker ni un Rocha ni un Buyo: salió al Heliodoro con cara de derrotado y al descanso ya perdía 2-0 y se le escapaba la liga.
Con la distancia de más de veinte años puede que algunas cosas no se entiendan bien, pero aquel Real Madrid no estaba acostumbrado a los segundos puestos. Ramón Mendoza, desde luego, no lo estaba. De repente, en solo tres años, el club había traspasado sus «urgencias históricas» —otra frase de Valdano— de Europa a su propio país, donde acostumbraba a pasearse incluso con Garcías de bigotes frondosos. Tres años sin ganar la liga, sumados a los ya veintisiete sin llevarse la Copa de Europa hacían que la temporada oliera a fracaso. No importaba que se hubiera disputado el campeonato hasta la última jornada, que se ganara la Copa del Rey —tuvieron que pasar dieciocho años para repetir— y que solo un gol en el descuento del mejor PSG hubiera eliminado al equipo en Europa.
La segunda temporada de Floro tenía que ser la de su consagración. Más le valía. Sin embargo, los refuerzos fueron mínimos: Alkorta, Dubovsky y un brasileño llamado Vitor al que comparaban con Cafú. Creo que en aquellos años el Madrid fichó a todos los laterales derechos brasileños que se parecían a Cafú menos a Cafú. A Cafú, no me pregunten por qué, lo fichó el Zaragoza. La base del equipo seguía siendo la intermitente «quinta del Buitre», completada de nuevo con Martín Vázquez tras sus aventuras italiano-francesas, más Buyo, Hierro, Luis Enrique y Prosinecki, en su tercer año triunfal.
La temporada que no arrancaba nunca
Cuando a alguien le dicen que es un genio toda la vida acaba por creérselo. A mí me pasaría y a usted también. Por lo menos, durante un rato. Cuando a uno le contratan por ser un genio, además, imagínese la presión, el hiato constante entre la realidad y la expectativa. Floro empezó el año nervioso, inquieto, buscando fórmulas y pociones que no existían. Butragueño ya no iba a jugar mejor; Zamorano no era Hugo Sánchez, los rivales ya no temblaban de miedo en el Bernabéu, de hecho, los dos primeros partidos de liga en casa fueron dos derrotas: 1-3 ante el Valladolid y 0-1 contra el Oviedo.
Toda la prensa clamaba por su destitución pero Mendoza aguantó. Hay que tener en cuenta que a Mendoza aún le duraba el «síndrome Antic», cuando creyó que ganar la liga en España era tan fácil que si no lo hacías con diez puntos de ventaja lo mejor era que te volvieras a Yugoslavia. De todo aquello aprendió que a veces era mejor tener calma, que, según el momento, cualquier paso en cualquier dirección puede ser un paso en falso. Y, además, en un año había elecciones. Floro aguantó como pudo, sumó dos empates en Tenerife y el Calderón y al terminar la jornada séptima el equipo estaba decimocuarto en la clasificación, un punto por encima del descenso, a cuatro ya del Barcelona.
Aquello solo podía mejorar y mejoró: de repente, el Madrid funcionaba.
Todos los equipos grandes tienen ese momento en el que de repente funcionan y la prensa local se entusiasma y elabora todo tipo de teorías y profecías que ocultan lo que no es más que pura lógica: los buenos jugadores, los caros, los de millones de euros, puede que no jueguen bien todos los partidos, pero lo que es imposible es que jueguen mal cada domingo. Llegó octubre y conforme avanzó el otoño aumentó el optimismo: el Real Madrid sumó cinco victorias consecutivas en liga, se clasificó para los cuartos de final de la Recopa y, lo más importante, consiguió ganar la Supercopa con cierta contundencia ante el todopoderoso Barcelona, que también estaba en su propia crisis de adaptación de Romario y veía cómo el Deportivo de la Coruña se escapaba en cabeza.
En 2014, cinco victorias consecutivas de Real Madrid o Barcelona serían algo rutinario pero por entonces llamaban la atención. El 11 de noviembre el Madrid visitó Valencia y ganó 0-3… al final de la jornada doce, el equipo era colíder de la liga junto a otros cinco competidores. Un séxtuple empate en la cabeza que no se había repetido jamás. Las piezas empezaban a encajar. Eso, hasta que vinieron los terremotos.
El pelele en el Camp Nou
Entre la ida y la vuelta de la Supercopa ante el Barça, el Real Madrid perdió en Gijón, empató en casa contra el Sevilla y cayó en San Sebastián. Pese a tamaña debacle, la penúltima jornada de la primera vuelta les enfrentó a un Barcelona a tiro de piedra, solo dos puntos por delante. A cuatro quedaba el Deportivo. Una victoria suponía el segundo puesto. No estaba mal para un inicio de temporada tan desastroso.
Lo que pasó después lo recuerdan casi todos: Romario hizo lo que quiso con la cadera de Alkorta, Koeman mandó un misil a la escuadra de Buyo y a partir de ahí, festival blaugrana con Bruins Slot saliendo del banquillo para enseñar la manita a la grada. Al día siguiente el Marca no tituló con «Manolo, estás despedido» porque, insisto, eran otros tiempos, pero la andanada no era mucho menor: «Pelele», colocó a cinco columnas, y con lo de «pelele» se quedó el equipo un buen rato, rumiándolo, la sensación de que toda mejora es una burbuja, la conciencia de fin de ciclo de una generación y la cara de Floro, sus gafas de profesor de película de Trueba, mostrando una impotencia total.
Si el entorno ya estaba nervioso, a partir de ahí fue de manicomio. Cada día sonaba un técnico distinto, una nueva estrella para el equipo. Mendoza decidió que, pese a todo, Floro iba a continuar como entrenador y no quedó muy claro si aquello era un gesto de confianza o de castigo. De desidia, más bien. De Humphrey Bogart diciendo en su bar: «Para despreciarte, primero tendría que pensar en ti». Así quedó Floro, entre la temporada presente y la temporada por venir, la que no contaba con él. Atrapado en el tiempo.
La situación se mantuvo así durante unos meses. El 5-0 había llegado poco después de Reyes y para finales de febrero, el Madrid había mostrado de nuevo una pequeña recuperación: algunas victorias en campos fáciles, cierta regularidad en casa… Tras la jornada 26, a pesar de todos los pesares, el equipo iba tercero, empatado con el Barcelona y todavía a cuatro puntos del Deportivo de la Coruña, que iba disparado a por la primera liga de su historia. Los dos grandes del fútbol español sumaban treinta y cuatro puntos cada uno. Si lo pasamos a la puntuación actual, nos saldrían cuarenta y nueve para el Barcelona y cuarenta y ocho para el Real Madrid. Miren la clasificación de los últimos años a esas alturas y comparen.
En medio, eso sí, el Tenerife de Valdano había vuelto a cruzarse. El baño táctico que le daba Valdano a Floro en cada partido era de escándalo. En Copa del Rey jugaron dos partidos de cuartos de final y los dos los ganaron los canarios con una facilidad asombrosa: 2-1 y 0-3. Este último resultado volvía a poner en el disparadero a Floro, pero Mendoza, de nuevo y pese a todos los consejos, le mantuvo en su puesto. Esperaba el París Saint Germain en cuartos de la Recopa, aquel PSG de Ginola y Weah que ya había eliminado al Real Madrid el año anterior en la UEFA para acabar cayendo en semifinales contra la Juventus. Nadie en su sano juicio pensaba en una victoria madridista. Puede que tampoco pensaran que la semana iba a ser tan enloquecida.
Primero, el París Saint Germain; después, el Lleida.
El vía crucis tenía que empezar, cómo no, con Valdano y el Tenerife. Pese a acabar con nueve hombres, los canarios sacaron un empate en el Bernabéu que descolgaba al Madrid aún más de la liga. Solo cuatro días más tarde, el coliseo blanco recibía un nuevo incómodo visitante: el Paris Saint Germain. La eliminatoria del año anterior había sido espectacular y llena de goles: la ida, con 3-1 a favor de los de Floro ponía la eliminatoria muy a favor de los blancos, pero en París todo se complicó y, así, en el minuto 80 Ginola marcaba el 2-0 que clasificaba a su equipo. No quedó ahí la cosa, en el descuento, Valdo parecía sentenciar con el 3-0.
Ya fuera de Europa y a la desesperada, encontró todavía el Real Madrid un gol milagroso de Zamorano que ponía el 3-1 y llevaba el encuentro a la prórroga… solo que el árbitro siguió descontando y descontando hasta que Kombuaré marcó el 4-1 y dejó las cosas donde estaban quince minutos de locura antes.
Este año las cosas iban a ser muy distintas. Los dos equipos se tenían un miedo atroz y las defensas podían con los ataques. Puede que el plan de Floro fuera sacar un empate a cero en casa y luego jugar al contraataque en París, algo que le salía relativamente bien. El precio a pagar fue una imagen espantosa que se complicó aún más cuando casi al final de la primera parte Weah marcaba el 0-1. El Madrid no fue el pelele del Camp Nou ni el pelele de la Copa contra el Tenerife, pero tampoco fue mucho más que eso. Las caras de los aficionados y los jugadores dejaban claro que aquello era imposible y en imposible se quedó: 0-1 y sensación de que mejor ni viajar a París.
Para redimirse, la siguiente jornada de liga dejaba un partido muy sencillo en Lleida. El equipo catalán acababa de ascender, ocupaba la antepenúltima posición y aunque es cierto que se había llevado una victoria improbabilísima en el Camp Nou (0-1), nada hacía pensar que aquel equipo lleno de remiendos pudiera plantar cara al mismísimo Real Madrid, un montón de almas, un montón de cariño, un montón de déficit en el club. El Lleida venía de cinco partidos sin perder y aquel día pasó a su pequeña historia particular: al gol de Parés le sucedió uno de Hierro para poner el empate, pero a los 29 minutos marcaba Andersen y ponía el 2-1.
De un lado, jugaban Ravnic; Jaime Quesada, Gonzalo, Txema, Urbano, Herrera, Virgilio, Matosas, Rubio, Parés, Andersen, Milinkovic y David de la Hera; del otro, Buyo, Chendo, Sanchís, Alkorta, Ramis, Hierro, Milla, Michel, Dubovsky, Luis Enrique, Zamorano, Prosinecki y Martín Vázquez. En los 61 minutos restantes, el Madrid no fue capaz de empatar siquiera el partido. El bigote de Mané sonreía y la prensa volvía a trinar. Sin embargo, no está claro que fuera la derrota en sí lo que le costó el puesto a Benito Floro.
«Maricón el que la pierda»
El lunes por la mañana nada hacía apuntar a un cese. La derrota dolía pero se había hecho algo demasiado habitual. Por supuesto, Floro seguía siendo un zombi, un muerto andante, que dicen los americanos, y el fichaje de Valdano estaba prácticamente cerrado —junto a Valdano, por cierto, Laudrup, Redondo y quien él pidiera, porque esto había que acabarlo ya—. Todo cambió cuando esa misma noche, El día después, un programa de culto de Canal Plus presentado por Nacho Lewin y Michael Robinson anunciaba una exclusiva que pasaría a la historia no ya del fútbol sino de la cultura popular española.
La imagen mostraba un vestuario vacío, típico escenario del campo de batalla sin recoger. La imagen, en cualquier caso, no era lo importante, lo importante era el sonido. Lo importante era Benito Floro desesperado, apelando a los cojones, a «ponerlos» porque no hay nada más. El gurú, el científico, convertido en un cliente borracho de barra de bar. El parlamento seguía hacia una especie de soliloquio desvariado en el que se mezclaba la apelación a la deuda del club con la afición, las críticas de la prensa, el manido «pelele», la hombría de los jugadores, los fundamentos del deporte… Floro se iba desesperando hasta que al final todo se reducía a lo práctico: «Haced lo que os salga de la polla ahí, pero ganad, coño» y el mítico: «Un equipo que el año pasado estaba en Segunda B o Segunda A, ¡con el pito nos lo follamos, con el pito!».
El último sonido, casi imposible de subtitular, era un desgarrado «¡Dios, no os da vergüenza… me cago en Dios!»
Yo creo, y esta es una opinión muy particular, que si el vídeo no hubiera salido a la luz, Floro habría acabado aquella temporada en el Madrid. Lo que pasa es que el vídeo era mucho más que anecdótico: toda la fórmula mística y secreta se reducía a poner huevos y ganar con el pito, el hombre estaba completamente fuera de sí, la división con los jugadores se hacía patente… y el lenguaje ofendía. Esto parece una chorrada enorme pero no lo es: aún empezaban los noventa y cagarse en Dios seis veces en dos minutos no era algo demasiado recomendable.
Esa charla «técnica» de Benito Floro, el mago de la pizarra, fue su última al cargo del Real Madrid. Al día siguiente, de manera fulminante, la directiva lo cesó y puso a Vicente del Bosque al cargo del equipo. Del Bosque rozó la machada en París y dejó al equipo, él también, donde lo había encontrado: cuarto, lejos del campeón, incapaz siquiera de frenar al Barcelona en el Bernabéu y dejarlo sin campeonato, la última rendición de un equipo roto.
En cuanto a Floro, desde entonces fue difícil tomárselo en serio. En serio como chamán, por lo menos. Puede que él se quitara un enorme peso de encima. El Albacete lo rescató y tuvo unos años interesantes en Gijón y Villarreal, con varias excursiones al extranjero en medio, para ampliar conceptos. En 2005, Florentino Pérez decidió ficharlo como director deportivo del Real Madrid, formando tridente de lujo con el entrenador López Caro y el manager Arrigo Sacchi. Duró lo que tardó el presidente en presentar la dimisión. Desde entonces, no ha vuelto a entrenar en España.
Actualmente, que sepamos, es seleccionador de Canadá.
Pingback: «Con el pito nos los follamos»: La última charla técnica de Benito Floro en el Real Madrid
Es interesante revivir aquellos días… aunque encuentro a faltar en el artículo un poco más de contextualización (por ejemplo, no se menciona siquiera el año del que se habla).
Temporada 93/94
Cierto, pero eso no quita que ese dato deberías llevarlo sabido de casa.
El fútbol noventoso, llego a ser más molón incluso que el ochentoso, que era dificil.
Joer que años más bonitos y eso que el Betis malvivía en segunda.
Demasiado cruel. It is my view.
Se echa en falta alguna alusión al psicólogo, innovación de Benito Floro en el «Queso mecánico». La frase «urgencias históricas» es de Menotti de su época en el Barça-
Guillermo, eres Dios.
Tú concepto de Dios es más bien normalito. Deberías tener más nivel de exigencia. Es un buen artículo pero nada del otro jueves
Que se grabara esa charla y que saliera a la luz ha sido una de las grandes meteduras de pata en el fútbol, casi tanto como estas otras http://deporadictos.com/el-arte-de-meter-la-pata/
Lo cierto es que Benito Floro era un entrenador muy discutido por la afición del Madrid, probablemente por esa imagen de intelectual que en aquella época no se veía mucho en el mundo del fútbol. Y esa charla sirvió para reconciliarlo con esa afición que, como todas, es muy dada a la «testiculitis», pasando a culpar a los jugadores. Recuerdo que ese entrenador, antes cuestionado, salió del club entre un pasillo de aficionados que le aplaudían.
Siento discrepar, aquel «discurso» fue lo que se merecian los jugadores, aquel discurso era puro futbol, atacando los valores, los «cojones», el sacrificio… coño, que es el Madrid !!!
Si algo hizo bueno Floro es decir lo que todos quisieramos decir a los jugadores millonarios de un club como el Real Madrid
lo que da la impresión ahora, con el paso de los años es que esos jugadores le hacían la cama para largarlo. no era tan buen equipo como para arrasar, pero tampoco tan flojo como para parecer un pelele.
a valdano le hicieron un equipo mucho mas apañado al año siguiente, eso también ayuda en la comparación.
en gijon tuvo algun partido decente, pero al final se guió por esa luz inspiradora y fichó a luna y a oliete para echar a salinas. el principio del fin del sporting.
Qué maravilla de artículo. El retrato es perfecto. Era una época muy bonita del fútbol, hay cosas de entonces que resultarían imposibles ahora.
Pingback: Pero qué hizo Luis Enrique en el Real Madrid
Gran artículo, vea que se desconocía esos aspectos de la carrera de Floro.
Pingback: El último grito de «Míchel, maricón» | Mediavelada
Este Guillermo Ortiz es buenísimo. Muy buen artículo. A partir de ahora lo voy a seguir como si fuese Santiago Segurola…..
Estuvo dirigiendo a Barcelona de Ecuador a finales del 2008 y mediados del 2009; tuve roces con la prensa también. Quiso implantar sus teoría y conceptos por acá, pero no resultaron bien, pero creo mas por la mentalidad muy diferente del jugador ecuatoriano en comparación con el europeo.
Tal vez si hubiese tenido mas tiempo, a lo mejor, hubieran salido mejores cosas. Lo positivo fue que sacó gente de la cantera, habían muchos jugadores jóvenes en el equipo.