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«No sabíamos que la muerte pudiera ser tan bella»

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La plaza Lenin desde el hotel Polissya de la ciudad de Prípiat, cerca de Chernóbil. Fotografía: Timm Suess (CC).

Una visita a Chernóbil y a los supervivientes

Vasili Koválchuk recibió una llamada el mediodía del 26 de abril de 1986.

Me dijeron que me presentara inmediatamente en Chernóbil. No me explicaron para qué.

Koválchuk tiene ahora 55 años, viste vaqueros, chaquetón de camuflaje y una gorra que se quita para mostrar una cicatriz que le atraviesa en diagonal la ceja derecha y le distorsiona levemente la mirada. Le eleva la ceja, le marca una especie de gesto de sorpresa permanente. Es una variación del famoso «collar de Chernóbil», el tajo que muchos ucranianos y bielorrusos llevan en la base del cuello, señal de que les han extirpado la glándula tiroides para curarles el cáncer producido por la radiación. A Koválchuk le extirparon un osteoma, un tumor óseo que le creció encima de la ceja.

Cuando el reactor número 4 de Chernóbil explotó a la 01.23 de la madrugada, Koválchuk dormía a catorce kilómetros de allí, en su aldea natal de Korogod (Ucrania, cerca de Bielorrusia). Él era un soldado soviético de veintiocho años. Aquel sábado tenía fiesta. Se despertó, desayunó y salió al campo a sembrar patatas con sus padres. Era un sábado estupendo, recuerda Koválchuk, una mañana calurosa de primavera. Tomó la azada y se puso a cavar bajo un cielo despejado y luminoso.

A esas horas la central ardía. Una explosión había destruido el núcleo del reactor y había reventado el techo del edificio. El combustible nuclear y los materiales de la central, fundidos en una masa incandescente, ardían a dos mil grados de temperatura, y de esa hoguera atómica se elevaba una columna de humo de mil quinientos metros de altura. Mientras Koválchuk cavaba la tierra en camiseta de tirantes, del cielo caía una lluvia invisible y silenciosa de cesio, estroncio, yodo, plutonio, neptunio, circonio, cadmio, berilio, lantanio, rutenio y otras partículas radiactivas.

Me presenté en Chernóbil, me dieron una pala y me mandaron corriendo a llenar sacos de arena.

*

Nuestras centrales atómicas son tan seguras, decían las autoridades soviéticas, que podríamos construir una en la mismísima Plaza Roja de Moscú. Durante una prueba de seguridad, en la que los encargados de Chernóbil quebraron varias normas, el reactor 4 sufrió un aumento súbito de potencia, el núcleo se sobrecalentó y en su interior se fue acumulando una nube de hidrógeno con una presión cada vez mayor. Hasta que estalló como una olla exprés.

Los reactores de Chernóbil carecían de cúpulas de contención (revestimientos de hormigón y acero para retener fugas y para protegerlos de agresiones externas). El núcleo quedó destruido, ardiendo y al aire libre. Las emanaciones radiactivas salían a la atmósfera en una gruesa columna de humo. El techo estaba construido con asfalto, contraviniendo las normas de seguridad porque es un material combustible: cuando sus pedazos volaron por los aires, envueltos en llamas, cayeron al techo del vecino reactor número 3 y encendieron varios fuegos que amenazaban con destruirlo. También existía el peligro de nuevas explosiones en el propio reactor 4: el combustible nuclear se fundía y se desparramaba como lava a mil seiscientos sesenta grados, y si ese magma se filtraba y caía a los depósitos refrigerantes de agua que se guardaban debajo del edificio, se desatarían explosiones gigantes de vapor, podrían estallar incluso los reactores vecinos, se formarían nubes y más nubes de gas radiactivo, en una hecatombe que devastaría media Europa.

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Una imagen del río Prípiat a su paso por Chernóbil tomada desde la estación espacial MIR. Las manchas blancas son las gigantescas estructuras de hormigón erigidas para contener la contaminación. Fotografía: NASA Earth Observatory.

¿Quién iba a apagar los incendios? ¿Quién se iba a meter en las aguas para abrir a mano la compuerta del depósito subterráneo y vaciarlo? ¿Quién iba a excavar un túnel por debajo del reactor para inyectar nitrógeno líquido y enfriar la hoguera atómica? ¿Quién iba a construir un sarcófago para tapar las oleadas de radiactividad? ¿Quién se iba a encargar del apocalipsis?

Los liquidadores.

Los bomberos llegaron a los pocos minutos, apartaron escombros radiactivos y pedazos de combustible nuclear a mano, treparon al tejado, apagaron los incendios exteriores en tres horas, evitaron la explosión del reactor número 3 y en los siguientes días empezaron a morir uno tras otro por las dosis agudas de radiación.

En las cercanías del reactor, el nivel de radiactividad era millones de veces superior al normal. El coronel Vodolazski, instructor de los pilotos de helicópteros, voló ciento veinte veces sobre el boquete en llamas, para lanzar sacos de arena, plomo, arcilla y boro. En medio de aquella humareda ardiente, tenía que sacar la cabeza fuera de la cabina, situarse sobre el objetivo y soltar las cargas, mientras recibía olas de radiación brutales. Después de los primeros vuelos superó la dosis límite pero decidió seguir trabajando. Los pilotos se mareaban, vomitaban, apenas conseguían sacar los helicópteros de aquel horno atómico. Arrojaron cinco mil toneladas de material y tardaron diez días en apagar el incendio. Vodolazski murió y recibió el título de héroe de Rusia.

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Los reactores 3 y 4 poco después del desastre (DP).

Unos cuatrocientos reservistas, casi todos menores de treinta años, pasaron un mes excavando bajo la central, empujando vagonetas cargadas de rocas, a cincuenta grados de temperatura, bañados en radiación, abriendo un túnel en el que al final inyectaron hormigón para evitar que la central se desplomara. Otros cientos de obreros construyeron durante doscientos días el gigantesco revestimiento de hormigón con el que envolvieron el reactor reventado. En las tareas de descontaminación de los siguientes meses y años trabajaron unos seiscientos mil liquidadores traídos de toda la Unión Soviética.

Escribe Svetlana Alexiévich, en su libro Voces de Chernóbil: «Los héroes de Chernóbil tienen un monumento. Es el sarcófago que construyeron con sus propias manos y en el que encerraron la llama nuclear. Una pirámide del siglo XX».

*

Vasili Koválchuk fue uno de ellos. En cuanto llegó a Chernóbil, pocas horas después de la explosión, le dieron una pala, una mascarilla y unas pastillas de yoduro potásico para proteger su tiroides.

Teníamos que llenar sacos de arena y cargarlos en los helicópteros que los iban a lanzar al reactor. Trabajábamos al aire libre y llevábamos un dosímetro para medir la radiación. Las cifras andaban entre dos y cinco milisievert por hora.

En condiciones normales una persona recibe entre uno y tres milisievert al año, por la radiación natural de la tierra y el aire. Koválchuk superaba esa dosis anual en media hora. En la Unión Europea un trabajador de una central nuclear puede recibir una radiación máxima de cincuenta milisievert al año (sin llegar a cien en cinco años). Koválchuk superaba esas dosis en un par de jornadas. Trabajó trece días en Chernóbil, desde el 26 de abril hasta el 8 de mayo. Después de cargar sacos de arena, lo destinaron a cavar zanjas para enterrar tierra radiactiva y a limpiar los vehículos y la maquinaria empleados en la liquidación del desastre.

Las autoridades enviaron robots para que desescombraran el techo de la central pero la radiación los destruía en pocos minutos. Se bloqueaban, movían sus brazos sin control, algunos de ellos se dirigieron al borde del tejado y cayeron al vacío. Los robots se suicidaban y los trabajadores ucranianos hacían chistes: «Mandan un robot americano al techo, trabaja dos minutos y se funde. Mandan un robot japonés al techo, trabaja cinco minutos y se funde. Mandan un robot soviético, trabaja diez minutos, media hora, una hora, dos horas, y entonces le dicen por la radio: soldado Popov, ya puede bajar y tomarse un descanso».

Hay imágenes espeluznantes de esos robots humanos enviados a la muerte. Se proyectan, por ejemplo, en el Museo de Chernóbil, en Kiev: hombres vestidos con casco, máscaras antigás, guantes, botas de goma y petos de plomo que pesan veinte kilos, hombres que se mueven con torpeza por el techo del reactor. Llevan una pala, con la que cargan unos pocos escombros, caminan a trancas y barrancas hasta el borde del tejado y los arrojan al vacío. Repiten la operación una y otra vez, en medio de una nube radiactiva invisible y mortal, con una lentitud angustiosa. Luchan con palas contra el átomo.

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Respiradores para niños en un colegio abandonado en Prípiat. Fotografía: Timm Suess (CC).

Eran chavales. Les prometían librarse del servicio militar. A cambio de palear escombros durante cinco minutos, se evitaban dos años en el ejército, se evitaban un destino en la guerra soviética en Afganistán. A los liquidadores de las primeras horas les prometían buenas casas, coches, dinero, diplomas, recompensas que luego quedaron en el olvido, o llegaron con cuentagotas, o demasiado tarde, cuando ya habían enfermado o muerto.

Cuando desapareció la Unión Soviética en 1991, dejé el ejército y me puse a buscar empleo en Kiev —cuenta Koválchuk—. Pero los jefes se enteraban de que había sido liquidador en Chernóbil y no me querían contratar. Pensaban que iba a enfermar, que traería problemas. Me daban trabajos sueltos como mucho. Pintaba coches durante unos días y luego nada. Tardé dos años en encontrar un puesto, de conductor municipal de autobuses.

Entonces apareció el osteoma: un tumor óseo que le extirparon de la ceja en dos operaciones. Desde entonces sufre dolores de cabeza diarios. Y aparecieron la pancreatitis, la gastritis, las enfermedades digestivas crónicas. A los cuarenta años lo reconocieron como uno de los afectados por la radiación, lo jubilaron y le dieron una pensión de invalidez que ahora es de doscientos veinte euros mensuales (el sueldo medio ucraniano ronda los trescientos) y algunos descuentos en las facturas de agua y electricidad.

Vasili Koválchuk, liquidador de Chernóbil. Foto Ander Izaguirre.
Vasili Koválchuk, liquidador de Chernóbil. Foto: Ander Izagirre.

Nadie sabe cuántos murieron o cuántos van a morir. Se registraron treinta y un fallecimientos inmediatos: operarios de la central, bomberos y liquidadores que recibieron dosis letales de radiación en los primeros días. A partir de ahí, la cifra de muertos por la catástrofe es solo una estimación. Según un informe conjunto de ocho agencias de las Naciones Unidas, las muertes atribuibles a Chernóbil en el presente y el futuro podrían llegar a cuatro mil. También dice que entre los cinco millones de personas que residen en zonas afectadas por la nube radiactiva, los casos de cáncer aumentarán menos de un 1 % en las próximas décadas, lo que supone unas decenas de miles de enfermos. Según la revista científica International Journal of Cancer, ese aumento del cáncer debido a Chernóbil podría rondar los cuarenta y un mil casos. Son estimaciones.

*

Ahora el reactor número 4 de Chernóbil parece un templo mesopotámico en versión futurista. Es una rotunda mole de hormigón, cuyos volúmenes se estrechan como gradas hacia lo alto, reforzada por contrafuertes en las esquinas. Remata el conjunto una altísima chimenea, sostenida por una jaula de andamios y anillos. En su interior aún late un magma terrorífico: el 95 % del combustible nuclear permanece dentro del reactor, fundido con la arena y el plomo que le lanzaron, con el metal y el hormigón del edificio. Son ochenta toneladas de combustible nuclear y setenta mil toneladas de otras sustancias muy contaminantes, una especie de lava extremadamente densa, caliente, corrosiva y radiactiva, que seguirá latiendo durante siglos y con la que nadie sabe qué hacer.

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En el fondo, el sarcófago del reactor número 4 de Chernóbil. Fotografía: Timm Suess (CC).

Como el sarcófago tiene grietas y escapes, a pocos metros están levantando una nueva cubierta. Es de acero y hormigón, mide ciento cinco metros de alto, ciento cincuenta de largo y doscientos sesenta de ancho. Cuando la terminen, a finales de 2015, la trasladarán sobre raíles y la colocarán sobre el reactor. Este es el único plan para los siguientes siglos. En febrero de 2013 se desplomó parte del tejado del edificio de las turbinas, quizá afectado por la corrosión, hubo una fuga radiactiva y los doscientos veinticinco operarios que en ese momento trabajaban en el nuevo sarcófago fueron evacuados con urgencia. Los ingenieros alertan del riesgo de colapso y apremian para que las obras se completen cuanto antes.

Si el reactor número 4 es una especie de sagrario atómico, que guarda ese magma palpitante, alrededor se extienden otros monumentos colosales de la era nuclear. Las llanuras del río Prípiat parecen el campo funerario de alguna civilización olvidada y terrible, con los cuatro reactores paralizados, con otros dos que nunca arrancaron, con las gigantescas chimeneas cónicas de refrigeración, las torres eléctricas, las redes de tuberías, las grúas, los canales, los estanques, los pabellones descalabrados. Todo está en silencio. Solo se oyen las crepitaciones del contador Geiger de radiactividad, como granos de sal en el fuego.

A cien metros del reactor 4, los chasquidos del contador se aceleran y se agudizan con histeria. Las cifras de la pantalla escalan a toda velocidad. La radiación es cien veces superior a la normal pero aun así solo alcanza los 0,001 o 0,002 milisievert por hora, un nivel que permite estancias limitadas sin que la acumulación sea relevante. Gracias al trabajo de los liquidadores —que construyeron el sarcófago, que excavaron la tierra alrededor de la central para enterrarla en fosas profundas cubiertas de hormigón, que echaron tierra nueva y asfalto nuevo—, ya no es tan peligroso acercarse. Cientos de obreros ucranianos trabajan ahora allí mismo, en bloques de quince días, construyendo el nuevo sarcófago, pagado con donaciones internacionales.

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Andamios en torno al sarcófago del reactor número 4 de Chernóbil. Fotografía: Timm Suess (CC).

Los obreros trabajan con dosímetros y saben cuáles son los puntos calientes, los lugares donde hay más radiación. Algunos se van allí unos minutos, hasta que superan la dosis máxima, y luego se presentan ante los inspectores. Así se libran de seguir trabajando —dice Natalia, que prefiere ocultar su nombre verdadero, trabajadora de veintiséis años en el comedor de los obreros en Chernóbil—. Ellos ganan seiscientos euros, que es mucho dinero en Ucrania. Los ingenieros son europeos y ganan miles y miles de euros. Yo gano ciento cincuenta. Atiendo el comedor, sirvo mesas, las recojo, limpio, friego, corto doscientas barras de pan diarias —se ríe y enseña los bíceps—, trabajo diez horas, doce horas, y solo cobro diez euros diarios. También estoy obligada a trabajar quince días y marcharme quince días, en los que no cobro. También llevo dosímetro. Solemos pasarnos un poco del límite máximo permitido para dos semanas, pero al final de la primera semana los jefes del comedor nos obligan a poner los dosímetros a cero y así no tienen que cambiarnos. A mí no me importa. Yo necesito el dinero y aquí la radiación no es para tanto, la controlamos, y seguro que es peor para la salud trabajar en muchas fábricas o respirar la contaminación en el centro de Kiev.

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La Zona de Exclusión de Chernóbil abarca un radio de treinta kilómetros alrededor de la central. Está delimitada por dos barreras de control: una a treinta kilómetros y otra a diez, donde los policías revisan los permisos de las personas que entran y miden la radiactividad de las que salen. La carretera avanza por rectas desiertas, atravesando bosques de pinos y abedules, entre los que se ven algunas casas y granjas en ruinas. Tras la catástrofe quedaron setenta y seis pueblos abandonados. Muchos de ellos fueron triturados y enterrados: en medio del bosque se aprecian algunos túmulos, en los que clavaron señales con el icono de la radiactividad, para indicar que en el subsuelo hay materiales peligrosos.

A bordo del coche, el guía Serguéi Markov recita una serie de advertencias.

Vestir ropa de manga larga, no tocar el suelo, no comer nada al aire libre, no beber agua de los ríos de la zona, no llevarse ningún objeto…

Se interrumpe para señalar unas casas que apenas se entrevén en el bosque.

Ahí vive una señora de ochenta años. Esto era el pueblo de Zalissia, de unos tres mil habitantes, y ella era profesora aquí. En teoría no está permitido, pero hay unas doscientas personas viviendo en la zona de exclusión. Casi todos son ancianos. Cultivan la tierra. Salen de vez en cuando a hacer compras. La radiactividad es superior a la normal pero a esas edades ya no importa mucho, para ellos es peor vivir desterrados. Hay un instinto fuerte que te hace volver a tu pueblo, a pasar tus últimos días en tu casa, en tu tierra.

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Una de las barreras para acceder a la zona de exclusión de Chernóbil. Fotografía: Timm Suess (CC).

Los evacuados cuentan historias de una mujer que volvió a la zona prohibida para visitar la tumba de su madre y pedirle perdón por abandonarla allí. De familias que antes de marcharse escribieron sus nombres en las puertas de sus casas, en las paredes, un último testimonio de su vida. De la abuela que esparció grano para los pájaros, dejó comida para el perro y el gato, y acarició a los manzanos y les habló de uno en uno. Del abuelo que se quitó el gorro y agachó la cabeza cuando se fueron. Del hombre que volvió para robar la puerta de su propia casa, porque en ella estaban las muescas que iban marcando la altura de los niños, según iban creciendo, y las muescas de cuando él era niño, y porque sacaban la puerta para acostar sobre ella a los difuntos de la familia para velarlos, porque allí veló a su padre, y se llevó aquella puerta radiactiva porque en ella estaba escrita su vida.

En el pueblo de Chernóbil, a quince kilómetros de la central, viven ahora alrededor de tres mil trabajadores por turnos. Son los operarios que construyen el nuevo sarcófago y los técnicos que desmantelan los otros tres reactores, que aún funcionaron unos años después de la catástrofe, para seguir dando energía a Ucrania, hasta que apagaron el último en el año 2000. Los desenchufaron pero es necesario vigilarlos durante medio siglo más, hasta que se termine la extracción del combustible, el almacenamiento seguro de los restos, la descontaminación y el desmontaje de las plantas. En Chernóbil viven también obreros de la fábrica de hormigón, científicos de los laboratorios, operarios que mantienen las carreteras y las infraestructuras, mecánicos, bomberos, guardabosques. Ocupan antiguos bloques de viviendas, adaptados como alojamientos, comedores, tiendas, cantinas, clubes. Es un pueblo tranquilo, aburrido, de apariencia normal, salvo por un modesto parque de la memoria con los nombres de los pueblos abandonados, salvo por las estatuas, los murales, el monumento construido por los bomberos en honor de sus colegas, los mártires de Chernóbil. El nivel de radiación es un poco más alto de lo normal. Uno de los pocos sitios en los que el contador Geiger acelera sus crepitaciones es en una pequeña exposición al aire libre de máquinas y robots: se utilizaron en los días posteriores a la catástrofe y aún acumulan bastante radiación.

El yodo 131, el que se aloja en la tiroides, se desintegra en cuestión de días —explica Markov—. El estroncio 90 y el cesio 137 tardan unas décadas en desaparecer, pronto dejarán de ser un problema grave en esta zona. Lo peor es el plutonio 239: necesita veinticuatro mil años para semidesintegrarse (para que se desintegren la mitad de sus átomos).

En función de los vientos que soplaron aquellos días, dentro de la zona de exclusión hay territorios bastante limpios y territorios que serán inhabitables durante milenios.

—Los habitantes de Prípiat tuvieron suerte con los vientos —dice Márkov.

Prípiat es la famosa ciudad fantasma, la ciudad inaugurada en 1970 para acoger a los trabajadores de la central de Chernóbil, ciudad moderna, ciudad modelo, ciudad orgullo. Los urbanistas soviéticos diseñaron una trama de avenidas abiertas y vistas despejadas, con bloques de viviendas espaciados entre parques, plazas, paseos fluviales. La ciudad contaba con los centros comerciales mejor surtidos, con polideportivos bien equipados, con teatros y salas de conciertos. La avenida de Lenin, la avenida de los Entusiastas, la avenida de los Constructores, la avenida de la Amistad entre los Pueblos, la avenida de Kurchátov, el gran físico nuclear soviético. Prípiat encarnaba el esplendor del átomo pacífico. Acogió a los trabajadores de la poderosa central nuclear de Chernóbil, con sus cuatro reactores en marcha y otros dos en construcción. Sus habitantes eran parejas jóvenes. Nacían muchos niños. La ciudad pronto alcanzó cuarenta y nueve mil habitantes, con una media de veintiséis años. Y a los dieciséis años de su fundación, quedó abandonada para siempre.

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Restos del palacio de cultura de Prípiat. Fotografía: Timm Suess (CC).

El reactor explotó y los habitantes de Prípiat, a tres kilómetros, no recibieron ningún aviso durante todo el 26 de abril. Una nube radiactiva se extendía por la zona, los niveles de contaminación se disparaban, y durante aquel sábado las familias pasearon por la ciudad, los niños jugaron en los parques, los pescadores capturaron piezas en el río. Muchos vecinos hablaron de un extraño sabor metálico en el paladar. Algunos sintieron dolores de cabeza fuertes, ataques de tos, vómitos, diarreas. Al acabar el día, había cincuenta y dos personas ingresadas en los hospitales con niveles altos de radiación. Por la noche, las familias se asomaron a los balcones para ver el espectáculo.

Vivíamos en un noveno piso, con unas vistas magníficas. La central nuclear estaba a unos tres kilómetros en línea recta y emitía unos fulgores de color frambuesa brillante —le explicó Nadezhda Vigóvskaya a la periodista Alexiévich—. El reactor parecía iluminarse desde dentro. Una luz extraordinaria. No era un incendio cualquiera, sino una luz fulgurante, un resplandor muy hermoso. La gente sacaba a los niños, los levantaba en brazos, les decían «mira, recuerda esto». Y eran personas que trabajaban en el reactor: ingenieros, obreros, físicos, envueltos en aquel polvo, charlando, respirando, disfrutando del espectáculo. No sabíamos que la muerte podía ser tan bella.

Los habitantes de Prípiat tuvieron suerte con los vientos —dice Markov, mientras el coche entra a la ciudad por la avenida de Lenin, ahora un desfiladero entre bloques de viviendas abandonados, cubierto por chopos y arbustos, en el que mantienen despejado un estrecho carril de asfalto para circular entre la vegetación—. En las horas posteriores a la explosión soplaron dos corrientes principales, dos chorros de viento mortal, y Prípiat quedó justo en medio de ambos.

La orden de evacuación se emitió el mediodía del 27 de abril por la radio y los altavoces de la ciudad. Una voz de mujer, muy pausada y muy firme, una voz que parecía robótica, leyó un texto: «Atención, atención. Atención, atención. Atención, atención. Queridos camaradas». Había ocurrido un accidente en la central de Chernóbil, los dirigentes del Partido Comunista estaban ya tomando medidas para solucionarlo, pero por seguridad todos los habitantes debían abandonar Prípiat a partir de las dos de la tarde. Un autobús recogería a los vecinos de cada bloque de viviendas y los trasladaría a otros pueblos de la zona. Debían llevarse la documentación, el dinero y algo de comida. Nada más. Regresarían al cabo de tres días, cuando el accidente estuviera ya solucionado.

Evacuaron a cincuenta mil personas en tres horas. A las cinco de la tarde ya no quedaba nadie en Prípiat. Y nadie regresó jamás.

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Una barbería en Prípiat. Fotografía: Timm Suess (CC).

Veintiocho años después, entre los edificios abandonados crece un bosque de abedules, pinos, chopos, avellanos y manzanos; los zarzales cubren las plazas; los zorros, los jabalíes y las liebres pasean de vez en cuando por las avenidas. Se puede caminar por las calles desiertas sin escuchar nada más que la brisa, el chirrido de una puerta, algún eco metálico. En los bloques de doce o quince pisos, coronados por enormes escudos soviéticos, las ventanas ya no tienen cristales y se abren al cielo como muecas de espanto. Allá dentro deben de quedar los pocos electrodomésticos que los saqueadores no se llevaron en los años siguientes, deben de quedar muebles, zapatos, cepillos de dientes, libros, fotografías de sus antiguos habitantes, incluso los huesos de los gatos, los pájaros, los perros que dejaron dentro con un poco de agua y comida, porque se suponía que todos iban a volver al cabo de tres días.

Los portales están cubiertos de zarzas y hace poco prohibieron entrar a los edificios porque algunos empiezan a derrumbarse. En el supermercado de la plaza central se ven los carros de la compra, desperdigados entre estanterías podridas y carteles que anuncian los pasillos de verduras, quesos o productos de limpieza. En los bastidores del teatro quedan cartelones de las juventudes comunistas, planos del patio de butacas y grandes retratos de líderes soviéticos. La famosa noria oxidada y los autos de choque siguen esperando a su inauguración, que estaba prevista para el 1 de mayo de 1986, cinco días después de la catástrofe.

Eso es lo que hace única a Prípiat: no se trata de una ciudad en ruinas, destruida por un terremoto, una guerra o una erupción, sino de una ciudad entera, intacta, en la que cincuenta mil personas se movían con normalidad durante una mañana y que quedó vacía esa misma tarde. Como pasa con los arrecifes de coral, Prípiat es la estructura mineral segregada por unos organismos que ya desaparecieron. Es la única ciudad comunista que permanece petrificada. En la fachada de una casa aún se lee una frase del himno soviético: «Partido de Lenin, poder del pueblo, condúcenos al triunfo del comunismo». Prípiat es el fósil de una sociedad repentinamente extinguida.

*

Yo no soporto Prípiat —dice Svieta Volochái, treinta y nueve años, profesora en la escuela de Orane, el pueblo más cercano a la zona de exclusión de Chernóbil, el primero que las autoridades decidieron no destruir—. Visité la zona en 2001 y me puse muy triste, la impresión me dolió mucho tiempo. Yo no había vuelto desde la catástrofe. Y no pienso volver jamás. Si ponen alguna noticia sobre Chernóbil en la tele, cambio de canal. No puedo aguantarlo.

Volochái es una mujer jovial, enérgica, bromista. Pero al hablar de Prípiat y Chernóbil se emociona y se tapa la cara con las manos. Es una de las monitoras que acompaña a los grupos de niños y niñas que viajan todos los veranos al País Vasco, para descansar unos meses, reforzar las defensas y someterse a revisiones y tratamientos. Ella misma fue una niña evacuada en los primeros meses tras la catástrofe. Ella misma, como el liquidador Koválchuk, estaba sembrando patatas con su familia aquella mañana del 26 de abril de 1986, con trece años.

Recuerdo que de pronto vimos mucho tráfico, muchos coches yendo y viniendo, y que los niños cogimos las bicis y nos acercamos a la carretera para verlos pasar. Íbamos en traje de baño porque hacía mucho calor. Más tarde aparecieron columnas de vehículos militares. Pasaban camiones de caja abierta, llevaban soldados vestidos con buzos, con respiradores, con guantes, parecían extraterrestres, y nosotros les mirábamos pasar, desde nuestras bicis, en traje de baño. No recibimos ningún aviso.

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Un hotel en Prípiat. Fotografía: Timm Suess (CC).

Fuera de Prípiat, las autoridades soviéticas ocultaron el desastre. La primera alarma saltó dos días más tarde en Suecia, a mil cien kilómetros de Chernóbil, cuando los técnicos de una central nuclear detectaron niveles altos de radiación. Descartaron que se tratara de un problema propio y dedujeron que una nube radiactiva venía del oeste de la Unión Soviética. Se estaba extendiendo por toda Europa. El 29 de abril, tres días después de la explosión, la prensa internacional empezó a dar noticias y los medios soviéticos se vieron obligados a publicar algo. Ese día, en la portada del diario Ucrania Soviética, apareció la foto de una carrera ciclista y justo encima una nota minúscula con las siguientes explicaciones: ha ocurrido un accidente en la central nuclear de Chernóbil, un reactor está afectado, ya se toman medidas para eliminar las consecuencias, las víctimas reciben asistencia, se ha organizado un comité gubernamental. Eso fue todo. Ninguna alerta a los ciudadanos sobre los peligros de la radiación, ningún consejo para protegerse, ninguna medida sanitaria como el reparto de pastillas de yodo.

El Primero de Mayo era la gran fiesta de la Unión Soviética, en Kiev se celebraba un desfile masivo, solo faltaban unos días y las autoridades no querían pánico, no querían estropearlo —dice Volochái—. Al tercer o cuarto día los profesores del colegio empezaron a decirnos que lleváramos ropa larga, que no jugáramos en la calle, que nos quedáramos en casa con las puertas y las ventanas cerradas. Solo nos llegaban rumores, era todo muy confuso y muy inquietante.

La falta de información hizo que miles de personas se expusieran a la radiactividad. La prensa del régimen solo publicaba reportajes épicos. «Chernóbil, tierra de héroes». «El reactor ha sido derrotado». «Y sin embargo, la vida sigue». A los cuatro días de la explosión, los liquidadores recibieron la orden de colocar una bandera soviética en el techo del reactor número 4, al estilo de la que plantaron en el Reichstag de Berlín en 1945. La radiación la deshacía al cabo de unas jornadas y volvían a colocar otra. También recibieron órdenes para limpiar un edifico público de Chernóbil en el que al día siguiente iban a celebrar una boda, con docenas de invitados, para que los periodistas la retrataran y la publicaran como signo de normalidad.

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Una piscina abandonada en Prípiat. Fotografía: Timm Suess (CC).

Fue la historia de un crimen —le dijo años después Vasili Nesterenko, antiguo director del Instituto de Energía Nuclear de Bielorrusia, a la periodista Alexiévich—. Sobre nuestra tierra caían toneladas de cesio, plutonio, yodo, cadmio, todo tipo de radionúclidos. Se debía hablar de física y en cambio hablaban de enemigos, de manipulaciones occidentales, de traiciones a la patria. Gorbachov llamó a las autoridades bielorrusas para que nadie sembrara el pánico. Los científicos proponíamos medidas, verter yodo en los embalses, repartir dosímetros, trazar mapas de las tierras contaminadas, organizar evacuaciones. Pero las autoridades locales tenían más miedo a la ira de sus superiores que a la radiación. Todo el mundo esperaba una llamada de teléfono, una orden, pero nadie hacía nada por su cuenta, en el régimen soviético se temía la responsabilidad personal. Fue una combinación letal de ignorancia y corporativismo. Yo hacía llamadas a todas las instancias, enviaba cartas, documentos, mapas. Entonces me amenazaron. Me telefonearon para decirme que dejara de crear histeria. Vinieron al instituto y nos confiscaron los aparatos de control radiactivo. Nos acusaron de hacer propaganda antisoviética, nos amedrentaron. Podían colgarnos por traidores. Las autoridades sí que tomaban yodo, venían a hacerse revisiones y todos tenían la tiroides limpia. Y disponían de trajes de protección y mascarillas, precisamente el material que se negaban a repartir entre la población para no sembrar el pánico. Lo mantuvieron todo tranquilo, así que les llegó una felicitación de Moscú: «¡Buena gente, los hermanos bielorrusos!». ¿Cuántas vidas costó esa alabanza? El cáncer de tiroides se multiplicó entre los niños bielorrusos, ahora tienen problemas de desarrollo, lesiones congénitas de corazón, de riñón, diabetes infantil. ¿Sabe lo que es ver a siete niñas calvas en la misma habitación del hospital, todas con una mirada tristísima? Nadie ha respondido por aquello. Estuve en la estación de Kiev, durante la evacuación, viendo los trenes que se llevaban a miles de niños espantados, a sus padres y sus madres llorando.

Svieta Volochái viajó en uno de esos trenes.

De repente, un mes después de la catástrofe, nos mandaron a todos los niños de Orane a varios hospitales de Kiev. Los padres no sabían ni dónde estábamos y recorrían los centros para buscarnos. Unos días más tarde, ya en junio, nos metieron en trenes y nos mandaron a Odesa, a la orilla del mar Negro, a pasar una temporada fuera de peligro.

Aquellos convoyes de niños de Chernóbil inquietaban a los ucranianos. En las estaciones donde descansaban, en los comedores donde los alimentaban, los niños veían la aprensión de la gente y escuchaban comentarios: después de su paso, tendrían que hervir todos los utensilios y desinfectar los suelos, decían los camareros, los limpiadores, los operarios del ferrocarril. Algunos vecinos de Odesa lanzaron piedras a los campamentos playeros en los que instalaron a los niños de Chernóbil y protestaron para que se los llevaran a otro sitio.

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El patio de un colegio en Prípiat. Fotografía: Tim Suess (CC).

—Entre los niños también circulaban rumores —recuerda Volochái, que en el viaje se encargó de cuidar a su hermana pequeña Elena, de cuatro años—. Nadie sabía bien lo que nos pasaba. Pero se decía que solo íbamos a vivir dos años más. Entonces yo pensaba en los ahorros de mi madre: se había pasado la vida trabajando en el campo, siempre fue muy austera, lo guardaba todo, nunca nos dio ni una moneda de más. Después de pasar tres meses en Odesa, volvimos a Orane y le dije a mi madre que íbamos a morir antes de dos años, y que por tanto debíamos gastarnos todo el dinero en comprar buena comida, buena ropa, en viajar, en vivir a todo lujo. Mi madre se negó. Y mira, no hubiera sido mala idea —sonríe—, porque unos años después, cuando se disolvió la Unión Soviética, hubo una quiebra y los ahorros de mi madre desaparecieron.

Ahora Volochái es profesora en Orane, en el límite de la zona de exclusión. Adoptó a una niña de la comarca y se hace cargo de otros muchos jóvenes con problemas. Los niños de Chernóbil sufren trastornos de salud, los ecos de la radiación, pero también sufren las heridas de una sociedad arrasada. Unas doscientas mil personas fueron obligatoriamente desplazadas. Cientos de familias abandonaron sus pueblos, enterraron su vida anterior y tuvieron que buscarse una nueva.

—Ya no tenemos tanto cáncer —dice Svieta—. Pero hay cosas peores que la radiación: toda una comarca muerta, el éxodo, la pobreza, la falta de perspectivas. La gente sufre depresión, tristeza, estrés, nervios. Cómo se mide eso. Cómo mides la desesperanza: los jóvenes quieren emigrar de aquí, es una tierra triste y sin futuro. Empiezan a beber muy pronto. Los padres beben, las madres beben, muchos niños están medio abandonados, muy descuidados, lo veo en el colegio. Y hay mucha violencia entre cuatro paredes.

Svieta suspira.

Tenemos un pequeño Chernóbil en cada casa.

*

Éramos soviéticos —dice el liquidador Koválchuk—. No éramos individualistas, lo importante era trabajar para la comunidad y por eso obedecíamos las órdenes del partido. Así se hacían las cosas. Si teníamos que ir a apagar Chernóbil, íbamos a apagar Chernóbil. Lo importante era cumplir con el deber, incluso arriesgando la vida. En la Unión Soviética yo sabía cuál era mi trabajo, todo estaba organizado, yo sabía qué debía hacer, cuáles eran las normas y las recompensas. Ahora las normas cambian cada mes. Y cada uno se busca la vida por su cuenta. Es un desastre.

10
Carteles y objetos propagandísticos en el palacio de cultura de Prípiat. Fotografía: Timm Suess (CC).

«Chernóbil fue la catástrofe de la mentalidad soviética», escribió el historiador Alexander Revalski. La mentalidad en la que «preocuparse por uno mismo era egoísta: siempre decíamos «nosotros», nunca «yo»». Lo importante era la causa común, sacrificarse por el colectivo, obedeciendo a las autoridades que lo organizaban todo. La mentalidad de la hazaña, del asalto a pecho descubierto, del desprecio al peligro. En una fábrica ucraniana se reían de los ingenieros alemanes que después de la catástrofe medían la radiación de la sopa, no salían a la calle y exigían dosímetros y médicos. Se reían de esos escrúpulos occidentales. Los soviéticos eran hombres de verdad, que subían al techo del reactor sin miedo, a luchar contra el átomo con unos guantes y una pala. «Nos educaron para ser… soldados. Todos soldados. Nos educaron en aquella peculiar religión soviética, que pretendía reformar al ser humano y transformar el mundo». Conduciremos a la humanidad con mano de hierro hasta la felicidad, decía un cartel en la entrada del campo de concentración de Solovkí, primera semilla del Gulag.

Teníamos una visión infantil del mundo —le dijo Guenadi Grushevói, presidente de la Fundación para los Niños de Chernóbil, a la periodista Alexiévich—. El socialismo soviético era una mezcla de prisión y jardín de infancia. Entregábamos el alma al Estado, le entregábamos la conciencia, el corazón, la responsabilidad, la iniciativa y a cambio recibíamos una ración. Así vivíamos. Hasta que recibimos la ración de Chernóbil. Nos dejaron expuestos, intentaron ocultarlo todo para que no dudáramos de su autoridad, y entonces tuvimos que preocuparnos por nosotros mismos, por nuestra familia, tuvimos que tomar decisiones por nuestra cuenta. Ya no nos fiábamos. Por eso la catástrofe fue una gran transformación para nuestro espíritu, para nuestra cultura, para nuestra mentalidad. Ahora la gente cuestiona las cosas. Yo creo que Chernóbil nos enseñó a ser libres. Pero todavía no sabemos bien quiénes somos.

El liquidador Vasili Koválchuk regresó a Prípiat en agosto de 1986, de manera clandestina, caminando por los senderos del bosque. Recuperó su coche y se lo llevó a Brovary, la ciudad en la que reubicaron a los militares de la zona de exclusión. Limpió el coche lo mejor que pudo pero, cuando le arrimaba un contador Geiger, seguía pitando.

Lo utilicé para trabajar de taxista. Era un taxi radiactivo, sí. Pero lo necesitaba para vivir.

Luego hizo el último intento para asomarse, al menos un instante, a su vida anterior.

Durante una temporada llevé a grupos de turistas a visitar Chernóbil. Una vez, mientras el grupo comía, me acerqué a Korogod. Quería ver mi pueblo natal. Caminé por el bosque pero no pude llegar. Estaba todo devorado por la maleza.

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El emblema soviético en el edificio Voskhod de Prípiat. Fotografía: Timm Suess (CC).

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82 Comments

  1. Brillopad

    Hay belleza en Pripiat, pero seguro que no está en esas terripilantes fotos en HDR pésimamente entendido y aún peor ejecutado que agreden a las retinas y ofenden todo lo que es justo y bueno. Da Jórror, da Jórror!

  2. Pingback: «No sabíamos que la muerte pudiera ser tan bella»

  3. Tras la foto de los reactores 3 y 4: «casi todos menores de 3treinta años»

    • Que triste y lamentable historia, me quedé muy perplejo tratando de entender todo este este horror colectivo.
      Y a todas estas personas quien les devolverá sus viddas, sus sueños, sus esperanzas ?
      Los responsables de está ecatombe dónde están ?

  4. Sergio Zimnik

    Sin palabras.

  5. Vigasito

    Wow. Vaya pedazo de Historia bien contada.

  6. Javier

    Y a mi que me mola el HDR mal entendido y peor ejecutado… debo de ser injusto y malo…

  7. Antonio Martínez

    Qué placer da leer a este autor. Plas, plas, plas.

  8. Antes, cuando el HDR era jodido de hacer a todos les encantaba. Ahora que cualquiera lo puede hacer en 30 segundos con el plugin del photoshopo ya no es nada cool y ta no mola.

    MALDITOS GAFApASTAS!!

    • Brillopad

      No nos engañemos, amigo xuco: el HDR bien hecho es tan jodido de hacer ahora como en 1902, porque no es una cuestión de tecnología, si no de criterio.

      http://2.bp.blogspot.com/_cPmDV-rf78w/S_VYuUbRt1I/AAAAAAAAB6E/yjNlwTcm8vk/s1600/N4.jpg

      Eso es buen HDR: Varias imágenes cuyos rangos dinámicos se suman y que dan como producto otra imagen que se acerca más a lo que el ojo humano percibe de los que sensores de las cámaras son capaces de reproducir en una sola toma (por el momento).

      Lo otro es Dumbo de tripi.

      • Alex Bolea

        Completamente de acuerdo contigo. La foto que muestras es un «auténtico» HDR y como dices sigue siendo igual de difícil hacerlo ahora que antes. Con varias fotos de distintas exposiciones.

        Lo que está de moda ahora «y hace unos años» se podría llamar de muchas formas, la que más me gusta es microcontraste «que creo que es la una de definirlo más apropiadas», pero desde luego no es HDR.

        La foto del Hotel con el cielo al fondo es horroroso. Yo al menos, desde mi punto de vista personal, hubiera trabajado por zonas para no crear unas fotos tan surrealistas.

        Pero bueno…

  9. Silvia

    Javier, debemos hacer penitencia para que Brillopad en su infinita gracia nos perdone por osar considerar valioso lo que él desprecia.

    Alabado sea Brillopad, único cuyo juicio es válido.

    PD: personalmente, tampoco me gustan mucho, pero me gusta aún menos la gente que cree que tiene el poder de decidir que está bien y qué no.

    • Puede que sólo tenga el poder de opinar.

    • Roberto

      ¿La gente como usted, que decide basada en nada que tras una opinión se esconde un juicio?

    • Alex Bolea

      No es su único juicio. Es el de los «Fotógrafos», que de esto sabrán algo del tema, ¿no?

      Otra cosa es que te guste a ti personalmente, en cuyo caso es completamente respetable. Pero lo que apunta Brillopad es correcto.

      Por un lado es «HDR pésimamente entendido», ya que no es un HDR (High Dinamic Range) (Alto Rango Dinámico) y lo expresa perfectamente Brillopad al decir que es la fusión de distintas fotos para capturar un mayor rango tonal que las cámaras no pueden obtener.

      Simplificando. Si tu ojo tiene un rango dinámico (la diferencia del negro al blanco con toda la gama de colores) de 15 pasos (tampoco voy a profundizar en términos de fotografía) y tu cámara sólo tiene 5 pasos, el HDR consistiría en hacer tres fotografías, una poco expuesta -5 a 0 pasos (para capturar bien las sombras), una bien expuesta 0 a 5 pasos (para capturar bien los tonos medios) y una sobreexpuesta +5 pasos(para capturar bien las luces altas) y luego fusionarla en una. En ese proceso tienes que aprovechar lo mejor de las tres (o más) fotos para que se parezca lo máximo posible a los 15 pasos que ve tu ojo.

      Y yo también hice hace años alguna foto con esta técnica:
      http://www.flickr.com/photos/sisor/1545511935/sizes/o/in/photolist-3mz9Rv/

      Y en segundo lugar esta «mal ejecutado» porque hay casos como el del hospital que es aberrante.

      Pero no es una opinión sacada de su bolsillo, creo que ha argumentado su opinión.

      • Alex Bolea

        La foto que he puesto antes me refería a un pseudoHDR «como lo llamo yo». Quizá no se entendía bien.

        Un HDR auténtico bajo mi punto de vista sería la foto que ha puesto brillopad.

  10. Pingback: Bitacoras.com

  11. Brillopad

    Una creería que en compañía de gente medianamente leída, preceder cada cosa que una dice con adminículos como «en mi opinión», «según mi criterio», «pos a mi me paice que lo cualo», sería una cortesía innecesaria, pero este (por otra parte gran) artículo debe ser el colon irritable del corpus de JotDown.

  12. Marcos

    Gran historia, muchisimas gracias :d

  13. Jesús Couto Fandiño

    La verdad que lo del taxi radioactivo le deja a uno un poco descolocado, en plan si abuelo usted fue un héroe pero QUE COJONES ESTABA PENSANDO ANIMAL…

    Pero claro, la necesidad es muy mala consejera.

    Lo que si que tiene que doler mentalmente es eso que se describe ahi. Ese despertar, que supongo que no sería total porque ya tenian que saber que aquello cojeaba, pero eso, el darse cuenta que tu has vivido bajo unos principios que has internalizado, que se esperan de ti, que piensas que son los que forman tu sociedad… y resulta que todo era una patraña. Que si, que a ti se te exigia que lo dieses todo y tu lo dabas todo, pero realmente nadie contaba contigo ni con nadie. Que no era el tuyo un sacrificio mas dentro de los necesarios para salvar a la nación – lo que eras es un panoli al que usaron cuatro listos. Que mientras tu lo dabas todo por la URSS incluyendo morirte de una muerte terrible, ninguno de los jefes estaba dispuesto a sacrificar nada por salvar a sus conciudadanos.

  14. Pingback: Una visita a Chernóbil y a los supervivientes | Texto casi Diario

  15. Y lo más aterrador de todo es que todavía hay docenas de centrales nucleares obsoletas funcionando por toda Rusia y los países de la antigua esfera de influencia soviética. Bombas de relojería esperando estallar. Por no hablar de las nuevas centrales que se están construyendo en los países emergentes para reducir su dependencia del petróleo, con medidas de seguridad ineficientes y materiales de poca calidad. Preocupante.

  16. Valhue

    «Nadie sabe cuántos murieron o cuántos van a morir.»

    A no ser que la radioactividad le haya conferido a alguien la inmortalidad, yo diría que todos. Unos antes y otros después, pero todos.

    Ese es el problema con la radioactividad; alguien se muere de cáncer cuarenta años después de un accidente nuclear a doscientos kilómetros de distancia. ¿Culpa del accidente o no?

  17. Pingback: Anónimo

  18. Sr. Indignado

    No me ha gustado el artículo, es un poco lamentable que se siga vendiendo una película de buenos y malos cuando ha vuelto a pasar lo mismo hace nada en Japón. Sólo que esta vez aquí no hay nadie a quien linchar así que circulen. La central ni era obsoleta ni los argumentos que se siguen vendiendo, en gran parte del lobby nuclear (que no olvidemos es militar), son ciertos. La tecnología soviética, tan denostada, es la que está hoy mandando astronautas al espacio de EEUU, porque Rusia vive de rentas. Tampoco son exactas muchas cosas de las que se cuentan sobre el descontrol de la catástrofe -a ver qué país del mundo hace frente a algo así, como si no hubiera historias similares en cualquier parte-, y lo peor es que se crea una imagen falsa de que esto pasó principalmente porque la URSS era un cebadero de cerdos y eran unos chapuceros. Y el problema ni tiene nada que ver con la URSS, ni de haber pasado en otro lugar (de hecho: ya ha pasado) se hubiera solventado mejor. Al contrario, en Japón lo han solventado peor. Pero como es de los nuestros, circulen.

    • Diga que sí, todo esto no es más que propaganda del Club Bildelberg, la Conferencia Episcopal y el Partido Popular para desprestigiar a los comunistas…

      • Sr. Indignado

        No, hombre, es que la colonización y el genocidio de América no fue por una forma de ver y de hacer las cosas, fue porque los españoles eran unos fanáticos religiosos, chorizos de oro y sedientos de sangre, que hacían sacrificios humanos quemando a la gente en hogueras. Mire, aquí pasó lo que pasó. Usted si quiere recrearse en algo accesorio, recréese, pero eso es lo accesorio, no el problema. El club Bildeberg y su puta madre, no necesitan pagar nada, siempre han tenido imbéciles que trabajan gratis.

        • La diferencia es que lo que paso en Japon fue la consecuencia de una catastrofe natural y no de un sainete de proporciones epicas. Por otra parte los Japoneses actuaron desde el dia uno con transparencia y intentando salvaguardar a la poblacion, cosa que ni por asomo hicieron los sovieticos.

          Respecto al comentario de la conquista de America creo que voy a correr un tupido velo. Es tan estupido que me asombra que sepa escribir.

  19. El artículo es realmente bueno.

  20. El artículo es realmente bueno. Informativo, interesante y de amena lectura.

  21. Esperanto

    Se ceban mucho con la opacidad y las mentiras de la Unión Soviética, pero no olvidemos lo que ha pasado en 2011 en Fukushima, una situación que sigue fuera de control, y que ya ha vertido una cantidad similar de sustancias radiactivas, no al aire, sino al mar, que las que se liberaron en Chernobil. Esta radiactividad ya ha llegado a EEUU y la situación no va a mejorar, porque sigue saliendo.

    Y en Japón no son soviéticos que yo sepa.

    • Valhue

      Pero, de momento, no ha matado a un número similar de gente – básicamente porque el tsunami llegó antes. En Chernobyl murieron 31 personas. A partir de ahí todo es especulación, pero el artículo dice que más de cuarenta mil casos de cáncer podrían ser causa del accidente, por no evacuar a tiempo (y por cosas como conducir un taxi radiactivo para poder comer). No creo que en Japón vayan a tener esos problemas.

      • Sr. Indignado

        Los van a tener peores. Y son los datos que ellos manejan. Aplicando el método científico (que es lo único que funciona, lo demás es todo prejuicio cultural), es muy difícil, por no decir imposible, discernir los casos de cáncer inducidos por la radiación de los causados por otros factores, por no decir que la radiación es en realidad un factor más. Puede ser posible en algún caso concreto, pero en general no es así. Siempre se podrá argumentar en contrario porque la estadística no permite afinar al no tener modelos de causalidad. Además, esto se reparte, si yo le digo a usted que habrá 50.000 muertos más en Europa, repartidos entre 20 y tantos estados es que ni se nota. Ya veremos en Japón, que para su «suerte» son un archipiélago. Cuando se silencia algo, por algo es.

        • Valhue

          O sea que aplicando el método científico es imposible saber saber cuántos muertos puede causar, pero aún así afirma categóricamente que los problemas de Japón serán peores que los de Chernobyl. Me he perdido en su argumentación, me temo.

  22. Qué tremenda tristeza desprende todo el artículo, ese pueblo ruso tan luchador, solidario y sufridor, durante siglos abandonado y/o traicionado por sus presuntos líderes.
    Y ahí sigue, peleando la vida bajo unos y otros, dioses y liberadores, otra vez, y otra vez…

    • Sí, se parecen mucho a los españoles… Menos en la parte de luchar contra sus opresores, claro.

      • Sr. Indignado

        Al sarcasmo se le pide, como poco, inteligencia, sino se queda en eructo. Yo diría que los rusos (y resto de pueblos que fueron parte de la URSS) lucharon contra los nazis de una forma que desde luego los españoles nunca (y gracias que no se vieron obligados a ello). Lo de luchar contra los opresores no es ni por gusto ni por síntoma de inteligencia. Las personas no controlamos ni nuestras vidas ni nuestras circunstancias, aunque algunos crean que eso sí es posible (y no, esto no es ser determinista ni fatalista, es precisamente todo lo contrario). Pero bueno, si usted al final la acaba palmando de una enfermedad infecciosa, seguro que es porque ha querido, claro.

        • Valhue

          Yo diría que en España se luchó con una ferocidad perfectamente comparable a la rusa. La diferencia es de escala – y no soy el único que lo dice, mire usted a Anthony Beevor.

          • Sr. Indignado

            No, aunque obviamente puedo estar equivocado. En España se combatía por un modelo social, no por la supervivencia (no me refiero a la individual, claro). La URSS tuvo que combatir por ambas cosas. A título individual, ejemplo por ejemplo, por supuesto que eso ya depende de la persona y las circunstancias. Pero analizando la «presión», en mi opinión no es lo mismo. Y si la resistencia soviética continúa hoy infravalorada y no pocas veces ridiculizada, la china en el teatro Pacífico no tiene ni el reconocimiento a desgana. Igual que en Europa, fueron los chinos los que «mantuvieron ocupados» al 80% de las tropas japonesas, exactamente igual que la URSS con las del Eje. Ningún conflicto español supuso tanto a las fuerzas invasoras (porque está claro que las fuerzas del Eje son las que ganaron la guerra civil, no Franco y sus inútiles).

        • «Yo diría que los rusos (y resto de pueblos que fueron parte de la URSS) lucharon contra los nazis de una forma que desde luego los españoles nunca (y gracias que no se vieron obligados a ello)»

          Con todo respeto a usted y a los millones de rusos que combatieron contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, debería preguntarse, por ejemplo, por qué algunos de los primeros vehículos que entraron en París el 24 de agosto de 1944 llevaban pintados nombres como «Guadalajara» o «Ebro», qué era «La Nueve», y cuál fue su trayectoria dentro de la Segunda División Blindada del general Leclerc. Quizás entonces cambiaría la afirmación de su comentario.

          Para saber más:
          MESQUIDA, Evelyn. «La nueve, los españoles que liberaron París». Barcelona: Ediciones B, 2008.

          Saludos.

          • Sr. Indignado

            No, no la cambiaría porque estoy perfectamente informado de eso, y más que como usted no cita le supongo desconocedor. Por ejemplo, la inteligencia francesa (que colaboraba secretamente con los aliados) tuvo la inestimable ayuda de criptógrafos españoles (republicanos), cuando digo inestimable digo imprescindible, es más, el mejor de ellos al acabar la guerra (y no poder volver a España) se quedó en Francia rechazando una oferta para trabajar en los servicios de inteligencia de EEUU.

            Lo que estoy diciendo es lo que digo. En la lucha contra el nazismo unos pusieron más cuantitativamente (porque eran más, lo que dice el otro forero como problema de escala), pero también cualitativamente, no porque fueran mejores clases de personas o más valientes o arrojados, sino porque las circunstancias les obligaron a ello. No dudo ni por un momento que si esas circunstancias hubieran sido las mismas en España habría cientos de miles de personas que habrían tenido idéntico comportamiento. Es como si le digo que la resistencia noruega (muy infravalorada) o yugoslava se pueden poner al mismo nivel que la belga. Pues no, sin ningún desdoro para nadie.

            • Sr Indignado, gracias por la respuesta.

              Sobre españoles en la Segunda Guerra Mundial, al igual que usted conozco más ejemplos pero tampoco era cuestión de alargarme teniendo en cuenta además que no es el tema del artículo. Por eso mencioné uno que consideré representativo y de gran relavancia.
              Pero por su respuesta, que encuentro muy interesante y razonada, todavia me extraña más eso de «…desde luego los españoles nunca…». Quizás es una frase poco afortunada o que yo no he sabido entender. No creo que sean cosas comparables o que vengan a cuento. Pero tampoco vamos a darle más vueltas. Me quedo con el resto de su comentario.

              Saludos.

              • Sr. Indignado

                Habrá sido una frase poco afortunada, lo más probable. Lo único que he pretendido decir es que las cosas, obviamente, son diferentes, y hay cosas que se pueden comparar y cosas que no tiene sentido ninguno compararlas, por más que siempre se tienda a ello. Desde luego en ningún momento he querido hacer de menos a nadie, pero entiendo eso, que comparar cosas que aunque estén relacionadas no son comparables no arroja luz sobre los hechos.

                Las personas solemos ser iguales, siempre, cambia el barniz cultural y la experiencia vital, pero por dentro es lo mismo. Las circunstancias nunca se pueden controlar. Se reacciona a ellas, eso es todo.

                Gracias a usted por la puntualización :). De hecho, aunque España perdió la guerra (porque es el hecho así), y tuvo que pagar con tres generaciones de hambre y miseria a beneficio de gentuza, y los lodos que tenemos aún hoy, el papel de toda la gente que combatió por la justicia y la democracia no fue en vano, desde luego que no. La verdad es que es injusto por principio decir que esto fue más importante o esto menos, porque todo fue igual de importante, pero es muy difícil expresar la idea, no sé, digamos de escala, como sugerían arriba.

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  25. bebeto

    Totalmente de acuerdo con Sr.Indignado.

    Hasta los mismísimos huevos de la saña contra todo lo que se relacione con la antigua URSS pintándolos como los malvados del mundo como siempre vociferáis los liberales, neocons y demás púrria fascistoide principales participes (sobre todo desde los USA) de guerras y genocidios bajo sus mandos ejecutadas, y los que siguen a esta corriente en lo que se refiere a españa entre el PP, un puñado de los que integran al Psoe , UPyD etc, etc….

    Y me parece bastante lamentable que se use esta tragedia ocurrida en Chernóbil como si el aparato soviético lo haya provocado en contra de su gente como se puede leer en algunos párrafos del artículo.

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  27. isaacbarragan

    HDR nooooooooooooooooooooooooo !

  28. David Fdez

    A los indignados, comunistas y demás trolls, yo les pediría que refutasen, p. ej., el siguiente párrafo con argumentos basados en hechos (y a ser posible, con un lenguaje un poco mas limpio y menos… tóxico que el que usan en sus comentarios):

    «Fuera de Prípiat, las autoridades soviéticas ocultaron el desastre. La primera alarma saltó dos días más tarde en Suecia, a mil cien kilómetros de Chernóbil, cuando los técnicos de una central nuclear detectaron niveles altos de radiación. Descartaron que se tratara de un problema propio y dedujeron que una nube radiactiva venía del oeste de la Unión Soviética. Se estaba extendiendo por toda Europa. El 29 de abril, tres días después de la explosión, la prensa internacional empezó a dar noticias y los medios soviéticos se vieron obligados a publicar algo. Ese día, en la portada del diario Ucrania Soviética, apareció la foto de una carrera ciclista y justo encima una nota minúscula con las siguientes explicaciones: ha ocurrido un accidente en la central nuclear de Chernóbil, un reactor está afectado, ya se toman medidas para eliminar las consecuencias, las víctimas reciben asistencia, se ha organizado un comité gubernamental».

    • Sr. Indignado

      No es lenguaje tóxico, es alergia a la injusticia. De entrada le voy a decir que no tengo ninguna simpatía por el régimen soviético, pero para que me entienda mejor, vamos a suponer que esto le hubiera pasado a la Alemania nazi, por poner un escenario que difícilmente nadie podrá decir de «usted es que defiende a los nazis». Pues bien, hay actitudes y comportamientos que vienen a raiz de la ideología y los propósitos de los nazis, escoja usted el ejemplo que prefiera, y hay otras actitudes y comportamientos que pueden ser tan de los nazis como de la Congregación de Santos Benditos que No Han Roto un Puto Plato. Si hablamos de mentir, algo tan universal como mentir cuando uno se ve pillado en un marrón de cojones, créame que da igual que sea nazi, talibán, hermano de Cristo o consejero de Estado. Los seres humanos no somos de acero inoxidable.

      Me centro más: todo ese párrafo se puede aplicar, IDENTICO, a lo que pasó en Fukushima, unas mentiras tan escandalosas y unos encubrimientos irresponsables y criminales tan demenciales que recordará usted cómo, representantes oficiales de la República Francesa, haciendo algo que es muy inusual en el ámbito internacional, pusieron a caldo a las autoridades japonesas y las llamaron MENTIROSAS (disculpe las mayúsculas, no sé poner cursivas). Lo cual para mí viene a decir que ante este tipo de problemas, es irrelevante que se hable de comunistas, Hare Krishnas, trajeteados o encorbatados. Usted podrá verlo como un problema de corrupción, algo de eso hay, pero no es la que se ve popularmente como sobres y maletines. Es una más complicada, que se llama ser juez y parte, e incluso llega a ser involuntaria (es decir, no existe voluntad consciente de que eso sea así). En la medida que el artículo introduce ruido, porque habla de DOS problemas diferentes, uno, la disfuncionalidad social del régimen soviético, y otro, la catástrofe en sí, en mi opinión (que naturalmente puede estar equivocada) crea confusión.

      Es como si me dice que ante el naufragio del Titanic personas de otra cultura lo podrían haber hecho mejor. Puede ser. Pero el problema principal no es cómo reaccionaron ante la catástrofe, que al final no lo hicieron demasiado mal, pese a todo, sino la catástrofe en sí. No estaban preparados para eso, y no lo estaban ni ellos ni nadie.

      Es más, NADIE ESTA PREPARADO HOY AUN, y ya ha pasado tres veces. Y la Agencia Internacional de la Energía Atómica, con dos cojones y un palito, se limita a decir que claro, esto puede pasar cada 20-25 años, que qué se le va a hacer. Pues entonces si ese es el problema, centrémonos en el problema y no en los accesorios del problema, porque son sólo relevantes para los que lo sufrieron, y serán diferentes en cada caso, porque creo que lo fundamental es concienciar a la gente del problema en sí, que si usted va en un barco, el barco, naturalmente, se puede hundir, que para eso es de metal. De hecho, se siguen hundiendo, como piedras, naturalmente.

      No sé si esto explica la duda que tenía.

  29. Alex Bolea

    Mi mas sincera enhorabuena a Ander Izagirre por este excelente artículo. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un artículo como lo he hecho hoy.

    Es un relato desgarrador que te hace comprender la situación del momento y como funcionaba la Unión Soviética. Impresionante.

    De verdad, enhorabuena.

  30. Pingback: Cinco artículos de Relaciones Internacionales para el fin de semana | Miradas de Internacional

  31. Jose Manuel

    Como no estoy ya muy versado en photoshop, empece con el 2.0 y un 486 y lo deje en el 6 y me gane bien la vida retocando, las fotografias me parecen espectaculares. Ahora mismo todos mis companeros son ucranianos y es como si esa epoca no hubiera existido.
    Me ha gustado mucho el post. Da gusto leer esta revista desde fuera de Espana. Felicidades.
    (disculpas por la ortografia, ya sabeis, teclado)

  32. Pingback: «No sabíamos que la muerte pudiera ser tan bella» « Jot Down Cultural Magazine | Jorge Miguel Sandoval

  33. Tatlez

    El artículo es buenísimo. A mí las fotografías me han gustado. Creo que transmiten lo que el autor quería transmitir.

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  35. Pingback: La puerta de Alvarhillo » Ander Izagirre · Blog y web personal

  36. Pingback: Articulando la semana | Cuerdos De Atar

  37. Sabino Mercader

    A toda la purria contrarrevolucionaria y fascistoide que intenta denigrar a la gloriosa Unión Soviética:

    Os tenemos fichados. Ya os enteraréis, ya.

  38. Viterbo

    El artículo me parece extraordinario, precisamente por que las pequeñas historias explican muy bien las diferentes escalas de la vivencia. Me admira la descripción del asombro de la gente en las terrazas mirando la preciosa luz frambuesa del reactor, la posterior comprensión de su magnitud; el relato del accidente y los momentos siguientes. No he leído nunca un texto tan completo y tan relacionado con la vida como este, referido a Chernobil. Mi enhorabuena mas sincera por haber sabido entrevistar a los protagonistas y, posteriormente plasmar con sensibilidad lo que le transmitieron. Los errores y las mentiras forman parte de cualquier catástrofe, también en España sabemos de eso, estos días conmemoramos diez años de dolor y falsedades por parte de un gobierno, se suponía, democrático. Pero ahora quiero reiterar mi agradecimiento a A. Izaguirre por un reportaje embebido de buena literatura, de saber contar.

  39. albertox

    Felicidades, desde México, por ese articulo tan bien redactado, tan «real», y tan «crudo», muy informativo, y diferente a lo ya escrito hasta la saciedad de la mayoría de sitios.

    Saludos.

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  43. Miguel

    Plas plas plas plas y mas plas! Qué pasada de articulo bien escrito. A los que se la cogen con pinzas con el tema HDR o la crítica procomunista os diré que disfrutéis de la vida y su belleza y dejéis de quejaros por tonterías coñe!

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  45. sentido como un

    Este lugar es la zona de Stalker ¿Tarkovski profético? No, el urbanismo soviético, la energía nuclear, la guerra fría y un estado omnipresente llevaron al homo sapiens a cumplir sus pesadillas.
    Muchos habían imaginado las torres gemelas antes del 11-S. ¿Me equivoco al sentir eso?

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  47. Julián Nobsa

    Muy buen artículo, se disfruta de la calidad, se entristece y asombra por el contenido, decepcionan muchos comentarios.

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  51. No solo es una lluvia radiactiva, si no una lluvia de dolor angustia desesperación injusticia que baga en el corazón de aquellas personas que estuvieron en el final de sus vidas y ahora solo se encuentran en un limbo de inseguridad y pensamientos vagos de todo aquello sucedido ……

    Dolor en el alma cuando sangran mis ojos por todo esto

    Que gran articulo

  52. Jesús

    Gran reportaje. Pero si quieren algo definitivamente demoledor, recomiendo leer «Voces de Chernóbil», de Svetlana Aleksiévich (premio Nobel de Literatura en 2015). Es un libro descomunal, magníficamente escrito, escrito desde un estilo documental, que produce verdaderos escalofríos.

  53. natalia sotero

    1986 Yo tenia 2 años,y cuantos niños en aquella epoca mi edad,que lamentable, un suceso muy terrible muy cruel pero tambien una prueba de vida para los sobrevivientes,imposible contener lagrimas en los ojos frio en el pecho y un profundo suspiro ante tan desgarrador hecho.

  54. Aldo Antonio Tinoco Mujica

    Una masterpiece de principio a fin… Magistral.

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