Ciencias

Viviendo entre simios (II): Dian Fossey

Foto: Cordon Press.
Foto: Cordon Press.

De las tres primatólogas conocidas como «Los ángeles de Leakey», Jane Goodall, Biruté Galdikas y Dian Fossey, sin duda es la última la más conocida. Ser protagonista de un biopic de Hollywood —y encarnada nada menos que por Sigourney Weaver es lo más parecido que tenemos hoy en día a la gloria inmortal. Su asesinato además pasó a convertirla en mártir de la causa a la que se dedicó con total entrega durante buena parte de su vida: el estudio y protección de los gorilas de montaña.

Nacida en San Francisco en 1932, Dian Fossey habría llevado una vida anónima con su rutinario trabajo en un hospital de no haber sentido una singular fijación por África, que acabaría desatando todos los acontecimientos posteriores. Quería realizar un safari a toda costa y para ello pidió un préstamo que tardaría varios años en pagar. Así que finalmente aterrizó en Nairobi en 1963 y desde allí viajó a Tanzania, donde conoció al paleontólogo Louis Leakey. Hijo de un misionero, parece que heredó de él cierto carisma y capacidad de proselitismo, así como una fe más sólida que el adamantium en torno a los objetivos que se marcaba. Estuvo siempre convencido de que encontraría en sus excavaciones el eslabón perdido, la prueba que explicase los orígenes del ser humano y finalmente la encontró… tras veinticinco años de búsqueda. Eso es tenacidad. Así mismo, creía que el estudio de los grandes simios aportaría también mucha luz en torno a la naturaleza humana y adoptó como pupila a Jane Goodall para estudiar los chimpancés. Pero ahora necesitaba a otra persona para estudiar a los gorilas de montaña. Durante su viaje por África Dian también pudo ver gorilas, que le provocaron un gran interés. Así que ahí estaban las piezas deseando ser encajadas.

A su regreso a Estados Unidos nuestra protagonista volvió a su trabajo cuidando niños autistas, mientras iba dándole vueltas a una idea que parecía haberse apoderado de su mente. Tres años después, Leakey dio una conferencia en su localidad, Louisville, y ahí le propuso que se convirtiera en «La chica de los gorilas». Era la oportunidad que había estado esperando. La determinación de Dian parecía comparable a la de su tutor, dado que desde entonces se dedicó a aprender swahili, estudió todo lo que cayó en sus manos sobre los gorilas de montaña y se extirpó el apéndice. Una exigencia de Leakey que, según le explicó él mismo en una carta posterior, no era por salud: «en realidad, la extracción del apéndice no es una necesidad imperiosa. Es solo la forma que tengo de probar la resolución de los aspirantes». Finalmente Dian regresó a África en diciembre de 1966 pero esta vez para quedarse.

Nada más llegar fue invitada por Jane Goodall a su centro de investigación del río Gombe. Allí le enseñó desde la mejor manera de organizar un campamento en medio de la selva a cómo recoger los datos durante su estudio, pasando por un aspecto fundamental: la habituación de los sujetos de estudio a la incómoda presencia de su observadora. Uno de los aspectos de toda investigación científica qué más debates y elucubraciones ha despertado siempre es la manera en que una medición altera el resultado. Todo científico sueña con llegar a ser un observador completamente neutral, alguien que pueda adentrarse hasta la cocina pero sin romper nada por el camino. Los gorilas además son tímidos y susceptibles, algunos por ejemplo dejan de jugar al sentirse observados cuando no adoptan actitudes defensivas hacia quien consideren una amenaza. Así que cuando Dian se instaló a continuación en las Montañas Virunga —en el sector correspondiente de lo que hoy es la República del Congo lo primero que intentó fue imitar el comportamiento de los gorilas para que la aceptasen cerca. Caminaba a cuatro patas, bostezaba, se rascaba la cabeza, fingía comer hojas, vocalizaba eructos de satisfacción e incluso, creyendo que eso ayudaba, se golpeaba el pecho a la manera de los gorilas… hasta que descubrió que en realidad ese gesto era una señal de alarma y lo que conseguía era precisamente lo opuesto a lo que pretendía.

Dian Fossey. Foto: Mary Lynn (CC)
Dian Fossey. Foto: Mary Lynn (CC)

Pocos meses después de haber comenzado su estudio, el 9 de julio de 1967, estalló una rebelión en la provincia con consecuencias dramáticas para ella. Un grupo de soldados acudió a su campamento ofreciéndose a escoltarla lejos del lugar, dejándole portar sus efectos personales y una gallina a la que había bautizado como Lucy. Durante varios días permaneció enjaulada y exhibida públicamente como un trofeo junto a otros prisioneros que fueron asesinados. También fue violada en ese periodo, según confesó a su amiga y compañera Biruté Galdikas. Aunque nada de esto aparece en su libro de memorias Gorilas en la niebla, quizá era un recuerdo demasiado traumático para hablar de ello públicamente. Cabe decir al respecto que la política colonial del rey belga Leopoldo II en el Congo a finales del siglo XIX provocó uno de los mayores genocidios de la historia, con aproximadamente unos ocho millones de muertos. De manera que la condición occidental de Dian no jugaba a su favor y es probable que tuviera que ver con ese trato que recibió. Afortunadamente ideó una forma de escapar haciendo creer a sus captores que en Uganda guardaba su dinero y que si la acompañaban allí en su todoterreno lograrían hacerse con él. Pero una vez en la frontera entre ambos países los guardias de la aduana ugandesa se negaron a dejarle pasar. La discusión entre los soldados amenazaba con eternizarse y en ese momento Lucy puso un huevo. En un golpe de audacia Dian se puso a aplaudir a la gallina y a comportarse como una loca, lo que llevó a los guardias a considerarla una pobre bumbavu (idiota) y finalmente la dejaron pasar. Poco después de atravesar la frontera acudió al hotel de un amigo que hizo durante su primer viaje a África y allí pudo esconderse, mientras los soldados que la habían acompañado esperando quedarse con su dinero fueron detenidos. A continuación voló a Nairobi para reunirse con Leakey y decidieron que la investigación debía continuar, pero al otro lado de la frontera, en Ruanda.

El 24 de septiembre de 1967 fundó en un segundo comienzo el centro de investigación de Karisoke. Este sí pudo ser el definitivo, allí finalmente logró realizar un minucioso seguimiento de todos los grupos, de las jerarquías y parentesco dentro de cada uno de ellos y del comportamiento individual y hábitos de alimentación, sueño y apareamiento de cada gorila. Su trabajo con el paso del tiempo fue ganando reconocimiento no solo entre la comunidad científica, logrando ser la portada del National Geographic en en su número de enero de 1970. Precisamente con el fotógrafo de este medio, Bob Campbell, llegaría a tener una relación sentimental durante el largo periodo en que convivieron juntos en el campamento de Karisoke. Su relación con otros residentes temporales del lugar —ya fueran periodistas, investigadores o estudiantes a menudo resultó bastante más agria, lo que le daría fama de autoritaria. A ese respecto, Biruté la justifica: «Dian se mostraba dictatorial, de eso no hay duda; sin embargo, como mujer extranjera y sola en una tierra donde a menudo impera la razón de la fuerza, estaba obligada a actuar así (…) tuvo que aprender a jugar según las reglas africanas». Y aquí llegamos al meollo del asunto, a la actividad que centró cada vez más los esfuerzos de Dian y que, probablemente, acabó costándole la vida: su enfrentamiento con los cazadores furtivos.

Mencionábamos anteriormente la importancia de la neutralidad del observador, de que un científico debe saber mantenerse al margen… pero cuando apenas quedan trescientos ejemplares del animal a observar tal cosa sencillamente ya no es posible. Cuando llegó Dian Fossey a las Montañas Virunga los gorilas estaban a punto de extinguirse. Toda esa zona pertenecía a los parques nacionales de los respectivos países por los que se extendía y supuestamente debían estar protegidos, pero la extrema pobreza de la población y el desinterés generalizado por la conservación de los gorilas de montaña parecían abocarlos sin remedio a su extinción. En 1969 un zoo de la ciudad alemana de Colonia quiso tener un ejemplar joven, sin ser conscientes de que para capturar a una cría era necesario matar a varios adultos que intentarían defenderla. Así llegarían a manos de Dian las hembras huérfanas Coco y Pucker, que logró retener durante un tiempo hasta que finalmente no tuvo más remedio que entregárselas.

Decidida a evitar nuevas capturas, utilizó todos los medios a su alcance. Si veía que algún grupo de gorilas estaba en una zona peligrosa, organizaba arreos usando cencerros, guiándolo hasta zonas más seguras. Dedicó un tiempo cada vez mayor tanto de ella como de sus ayudantes y estudiantes (que preferían dedicarse a otras cosas) a desmontar las trampas que tendían los cazadores. Organizó patrullas contra los furtivos e inicialmente pagaba por cada uno de ellos que fuera capturado, pero pronto se dio cuenta de que los furtivos acababan siendo familiares de los guardianes que casualmente siempre lograban escaparse una vez obtenida la recompensa. Incluso llegó a vagar sola por los bosques con disfraces de Halloween para asustar a los supersticiosos furtivos, que contraatacaban recogiendo pelos a escondidas de su peine para hacer muñecos vudú de ella. En cierta ocasión secuestraron a su perra, y en un osado contragolpe ella capturó a varias vacas de un pastor cercano (que ni siquiera estaba vinculado con los furtivos) amenazando con matar a una cada día hasta que se realizase un intercambio de rehenes. El pastor afortunadamente se lo tomó bien e incluso ejerció de mediador. Todas estas actividades le granjearon mucha fama en la zona, aunque desde luego pocas simpatías, por lo que pasaría a ser llamada nyiramachabelli: «la vieja que vive sola en la montaña sin marido». Un apodo que se tomaba con humor y que incluso pidió que lo inscribieran en su tumba. Un deseo que fue cumplido, como podemos ver en la imagen que abre este artículo.

La muerte de Digit a manos de los cazadores, uno de sus gorilas más queridos, impulsó a Dian a abrir un nuevo frente: el activismo internacional en los medios de comunicación. Si lograba situar el problema en la agenda mundial entonces las autoridades ruandesas superarían la desidia en la que estaban inmersas, aún a riesgo de que llegasen a tomarla como una molestia de la que fuera preciso deshacerse. Tras una estancia en Nueva York en 1983 afirmó que nunca más volvería a apartarse de los gorilas en Ruanda, y así fue. El 27 de diciembre de 1985 fue encontrada muerta en su cabaña; alguien entró por la noche y le había asestado un machetazo en la cabeza. Ninguna de sus pertenencias ni el dinero habían desaparecido, lo que ha dado pie desde entonces a especulaciones sobre una venganza por parte de los cazadores furtivos, incluso con una posible connivencia de las autoridades del país. En cualquier caso su asesinato tuvo una enorme repercusión, su libro alcanzaría ventas millonarias y tres años después se estrenaría una película que terminaría de extender su nombre y su causa por todos los rincones del mundo. Tampoco han faltado testimonios desde entonces que buscan explotar el lado más oscuro de su figura, como ocurre inevitablemente en estos casos. Incluso, muy recientemente, Google la homenajeó en uno de sus doodles.

Pero lo verdaderamente relevante al final es que sin la intervención de Dian Fossey posiblemente los gorilas de montaña hubieran quedado extintos. Lo que habría supuesto una incalculable pérdida en muchos aspectos y uno de ellos, como decíamos al comienzo, es el de lo mucho que puede aportar el estudio de los grandes simios para la comprensión del propio ser humano. Todos ellos pueden arrojar luz sobre la pregunta fundamental, aunque si hay uno que se nos parece tanto, tantísimo, hasta el punto de haber sido utilizado innumerables veces en tono humorístico como si fuera una caricatura nuestra, ese es el chimpancé. Pero de su estudio por Jane Goodall hablaremos en la próxima ocasión.

Foto: TKnoxB (CC).
Foto: TKnoxB (CC).

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6 Comentarios

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  4. Uno que pasaba

    ¿Cero comentarios? Me sorprende muchísimo…

  5. Me sorprende también la ausencia de comentarios. Leí en su momento Gorilas en la niebla ,muy centrada en aspectos científicos y de comportamiento de los gorilas, al contrario que la película, quizás más centrada en la vida personal de Fossey y su gesta conservacionista. Excelente artículo, me ha aportado datos que desconocía.

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