Volvió a la ciudad donde ya había fracasado una vez. Habían sido unos años de juergas improductivas. En la primera incursión en Río de Janeiro había hecho pequeñas apariciones en radio y había trabajado como cantante para algunos conjuntos vocales. De todos le despidieron. O se marchó. Pocos, por no decir nadie, sabían mucho más de él, de ese joven bahiano un tanto excéntrico que deambulaba por las calles de Copacabana con la mirada perdida, el gesto melancólico y hablando solo. Tampoco tenía un hogar estable: iba de casa en casa, aprovechando la buena voluntad de sus escasos amigos, abusando al máximo de su confianza. No pagaba alquiler, no colaboraba en las tareas domésticas. Su frase de presentación siempre era la misma: «¿Tienes una guitarra por ahí? Podríamos tocar algo…». Y a eso es a lo que se dedicaba, a tocar la guitarra día y noche. Era metódico, estaba tan absorto en su instrumento que no le preocupaba nada más. Podía levantarse de madrugada y dormir durante el día. Esos horarios caóticos hicieron que descuidara su aspecto personal. En algunos momentos llegó a parecer un indigente: largas barbas, pelo hasta los hombros —en una sociedad donde esa imagen se veía como algo estrafalario— y ropas viejas y arrugadas como si durmiera con ellas. Además pecaba de tozudo. Se negaba a tocar en las boîtes, ni siquiera se planteaba entrar. Había mucho ruido, la gente hablaba alto y nadie hacía demasiado caso a los músicos. Sin embargo en las boîtes es donde se cocía todo. Una serie de pianistas de «familias bien» de la ciudad estaban investigando nuevas sonoridades, intentando superar el samba, atrapados por los ritmos del jazz, en especial el cool.
El Copacabana de los años cincuenta nunca fue ese lugar idílico que podría desprenderse de escuchar las canciones. Un periodista de la época describió sus noches como «un desfile de mujeres sin dueño, pederastas, lesbianas, traficantes de marihuana, cocainómanos y delincuentes de la peor especie». Para las «familias bien» actividades como cantar y tocar la guitarra estaban asociadas a la bohemia más decadente, a baretos inmundos, peleas a navajazos, pobreza y prostitución. Pero por otro lado existían una serie de locales donde esos bohemios de Río también se reunían para beber whisky, recitar poesía y filosofar de la vida. En uno de ellos, el Casa Villarino, se conocerían Antonio y Vinicius, un encuentro que cambiaría el rumbo de la música brasileña. Pero esa es otra (apasionante) historia que nos desvía de nuestro objetivo. Estamos en 1957, año en el que un errante bahiano sin nombre vuelve a Río…
Herido en su orgullo y repudiado por sus padres, se sentía desamparado. De vez en cuando se acordaba de sus años en su Juazeiro natal, en el estado de Bahía, cuando cantaba canciones bajo el tamarindode la plaza central para enamorar a las muchachas. Pero esos tiempos eran ahora muy lejanos. Aun así su personalidad taciturna a veces causaba fascinación en las personas con las que se topaba. Uno de sus altruistas arrendadores lo definió como «una araña en su tela, tejiendo seducciones alrededor de las moscas». Así era él, a medio camino entre un vendedor de humos sonoros y un funámbulo de ilusiones vacuas. Durante dos años había estado vagando por diversas ciudades: Porto Alegre, Minas Gerais, Diamantina, Juazeiro o Salvador. Puntos tan diferentes y distantes entre sí como para realizar su propio descenso a los infiernos. Fue en el momento en el que asumió su fracaso cuando comenzó su éxito.
La batida
En la ciudad de Diamantina donde vivía su hermana, que le acogió durante unos meses, ocurrió algo maravilloso. Los habitantes comentaban que había un tipo raro que estaba todo el día tocando la guitarra en pijama y nunca salía de casa. En efecto, se pasaba horas y horas repitiendo el mismo acorde sobre el mástil de la guitarra como si estuviera poseído. En el cuarto de baño descubrió una acústica que le permitía tocar y cantar a la vez escuchando todos los matices de su voz. Los viejos azulejos infiltrados de humedad y vapor creaban una especie de cámara de resonancia donde las cuerdas reverberaban y él podía medir la intensidad de su voz: si cantaba bajito, sin apenas vibrato, era capaz de adelantarse o retrasarse creando su propio tempo. Para ello, debía usar una voz más nasal. El objetivo final consistía en valerse de esa voz para alterar la armonía de la guitarra.
Pero sus avances llegaron mucho más lejos. En su memoria musical, que emulaba un dial radiofónico, estaban los sonidos asimilados a lo largo de su vida. Uno de ellos era el piano de Johnny Alf, un compositor y pianista de Río, o el acordeón de algunas orquestas. Él se propuso adaptar esos registros a la sonoridad de la guitarra. Las síncopas del piano tocadas en las seis cuerdas producían un efecto sorprendente. Esa manera de acariciar los acordes produciendo ritmo y armonía simultáneamente sería la base de su estilo: la batida. Siguió profundizando en ello. Durante una breve estancia en Juazeiro compuso «Bim-bom», una canción que nadie entendería ya que simplemente pretendía reproducir el ritmo de caderas de las lavanderas que pasaban camino del río con el cesto de ropas sobre su cabeza.
El apartamento de Ipanema
Y con esas credenciales, se presentó de nuevo en Río de Jainero, cual hijo pródigo, haciéndose el firme propósito de triunfar esta vez. Se pasó el año 1957 intentando grabar, moviéndose por toda la ciudad, tirando de unos contactos y otros. Fue conociendo a cantantes, a compositores y a algún promotor. Todos le decían lo mismo: debía actuar en las boîtes. Pero él, erre que erre, seguía empecinado en no dejarse ver por esos lugares inmundos donde los músicos servían como un mero hilo musical. Solo hizo una pequeña incursión acompañando a la que fuera su novieta, la exitosa cantante Sylvinha Telles. Duró lo mismo que un suspiro. El murmullo de la gente, la falta de modales de los camareros y el agitar de las cocteleras fueron demasiado para él. Encadenaba un trabajo tras otro demostrando una asombrosa incapacidad para ganarse el sustento.
Mientras tanto, en los apartamentos efímeros donde lograba dormir bajo techo, seguía ensayando su «único acorde», perfeccionando su batida de guitarra. Uno de los pisos en los que recaló fue el de Chico Pereira, fotógrafo de la compañía de discos Odeon al que ya conocía de su primera aventura en Río. Cuando sonó la guitarra, Chico cogió rápidamente su grabadora Grundig, le acercó el micro y pulsó la tecla Rec. La grabación casera había quedado estupenda, pero Chico enseguida supo que era insuficiente para la grandeza de lo que acababa de escuchar. Había que grabar un disco y nada mejor que ir directamente ante uno de los directores de la Odeon, un tal Antonio Carlos Jobim. Para un indolente bahiano como él no fue fácil dar el paso, pero animado por su nuevo amigo, Chico Pereira, acudió a la calle Nascimento Silva, en Ipanema, donde vivía Antonio Carlos Jobim. Él pensaba que Tom Jobim era un buen pianista de la noche pero prefería a Newton Mendonça. Tom había dejado el mundo de las boîtes y ahora se dedicaba a componer y hacer arreglos para la compañía. Era un hombre influyente, sin duda.
Chega de saudade
Aunque ya habían coincidido antes en alguna reunión de músicos, Tom le vio bastante mejorado. La última vez, hace tres años, llevaba el pelo largo y parecía un lunático. Enseguida cogió la guitarra y tocó «Bim Bom» y «Hô-ba-la-la». Cantaba bajito al estilo Chet Baker, sin vibrato. Lo que más impresionó a Jobim fue la destreza en la guitarra. No asociaba al bahiano loco con ningún instrumento. Esa batida de guitarra era algo totalmente nuevo, rompía la dictadura del samba antiguo y dejaba espacio para nuevas y modernas armonías. Jobim estaba entusiasmado. Había que probar esa batida en otros temas. Instintivamente abrió el cajón donde guardaba las partituras y sacó una que llevaba más de un año durmiendo entre el montón de papeles: «Chega de Saudade». La había compuesto por capricho junto al poeta Vinícius de Moraes.
El tema se había quedado fuera de la obra teatral Orfeo da Conceiçao, que supuso el debut de la pareja creativa Jobim/Moraes. A Vinícius, la letra de «Chega de Saudade», le había dado más de un quebradero de cabeza porque le costaba encajar las palabras en los acordes. La tocaron juntos, Jobim y el bahiano. La canción adquirió otra dimensión. La magia debió sobrevolar todo Ipanema. Pocos meses después, en julio de 1958 la Odeon lanzó un single con «Chega de Saudade» en la cara A y «Bim Bom» en la cara B que lo revolucionó todo. Brasil aportó su gran legado a la historia de la música. Para el creador de esa batida, los años de nostalgias y búsquedas, de repente, habían terminado. El desconocido bahiano del que nadie había oído hablar empezó a tener un nombre, el que siempre había tenido, João Gilberto, uno de los padres de la criatura. Acababa de nacer la bossanova.
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Fuente:
Bossa Nova: la historia y las historias. Ruy Castro. Editorial Turner. 1990.
Me alegra este artículo! Me permito añadir que la traducción del libro que figura abajo como fuente (Bossa Nova. La historia y las historias) es también jotdownita: la hice yo, jajaja. Aunque ese año de 1990 es el de la edición original brasileña, la española de la ed. Turner fue de 2007: http://www.turnerlibros.com/media/Ou1/ClipsPrensa/9788475068497_clip.pdf
Pongo también lo que escribí en mi blog después de la presentación del libro en Barcelona: «Bossa nova: felicidad sin fin»: http://joseantoniomontano.blogspot.com.es/2008/07/bossa-nova-felicidad-sin-fin.html
Sr. Montano, ¿ sabe usted si puedo encontrar ahora mismo este libro en cualquier librería importante, o está quizá descatalogado?
Con la venia, es posible adquirirlo en grandes superficies (Fnac, La Central, Casa del Libro…) y en librerías especializadas. Yo sin ir más lejos vi un ejemplar hace unos días en La Central de Callao en Madrid (también tiene venta online)
Muy recomendable relato.
Gracias y saludos al traductor, una joya!
Muchísimas gracias, Sr. Recio. ¡No sabe la alegría que me da! Mañana mismo me acerco a comprar un ejemplar para mí y otro para mi hermano. Aún regalaría otro a una amiga, pero el hecho es que no conozco a ninguna dama a la que le importe un bledo la música brasileña, ya sea samba o bossa nova. Conocí hace mucho tiempo a unas gemelas que gozaban con Roberto Carlos, pero creo que no es lo mismo, dicho esto con el mayor respeto el «amigo del alma». ¿Creen ustedes que este tipo de música conlleva una mitología que solo atrae a los machos de la especie?
Pudiera ser, Maestro, ya que al mencionar usted el tema, también he pensado con regocijo y estupor en que a ninguna de mis novias les alteraba lo más mínimo el ritmo de la bossa nova. Es decir, sí en algún caso, en el que directamente me decían que quitara «esa mierda» que les estaba poniendo de los nervios. Yo creo que la posible explicación era que cuando esa música entraba por mis oídos, se debían notar en mi cara las ganas de estar tumbado sobre un velero anclado cerca del Pan de Azúcar acompañado de una garota. ¡Las mujeres intuyen estas cosas al vuelo!
¿»Sus novias»? ¿Con ese careto…? ¡Suerte que no fue nunca a la playa de Ipanema a ligar, porque no se hubiera llevado más que una insolación, pollo! ¡Ja, ja, ja!
También existe un cd doble «A onda que se ergueu no mar» de hace unos años recopilado por el autor del libro (Ruy Castro) y dedicado a la siguiente generación. No es lo mío pero lo comento por si a alguien le puede interesar la evolución posterior del género.
Saludos,
Iago López
Maestro Ciruela: ya verá en el libro de Ruy Castro los intentos del jovencito Roberto Carlos por *ser* João Gilberto :-) Y muchas otras historietas!
¡Ya lo he comprado esta tarde! Me iré pasando por aquí para dar mis impresiones sobre el tema. ¡Gracias!
Ha hecho ud. una gran inversión, Maestro Ciruela! :-)
Bueno, ¿qué? ¿No decía usted que iba a contar cosas sobre el libro?
¡Estoy en ello, estoy en ello! Lo que ha pasado es que aunque tengo el libro desde hace semanas, no había tenido oportunidad de comenzarlo. Pero el lunes pasado le pegué un arreón andando casi por la mitad y la verdad es que me estoy divirtiendo mucho. Creo que la semana próxima lo acabaré o en eso confío…
Ayer mismo terminé el libro, comprado después de la lectura de este artículo. He de decir que hacía mucho que no disfrutaba tanto con uno entre las manos. Lo he pasado como gorrino en lodazal. ¡¡Qué maravilla!!
Me alegro mucho que te haya gustado el libro y que lo hayas comprado a raíz del artículo. Si hemos contribuido modestamente a difundir el legado de la bossa, ya ha merecido la pena…
«Melhor do que isso só mesmo o silêncio
Melhor do que o silêncio só João»
e ponto.
El libro es exelente. Lo compré el miércoles santo pasado y ya voy por la mitad. Justo voy donde termina el relato de Manuel Recio. Acá en Bogotá, Colombia, lo encontré, de casualidad, en la buena librería Lerner. Tengo deuda con mis amigos para prestárselo pero no sé … es un buen material que daría pena que no volviera a mis manos.
Hola!!
Alguien conoce más libros editados en español o en portugués sobre música brasileña y su evolución desde los años 40, 50… en adelante, indicando los artistas de mayor relevancia, sellos, discos clave y demás??
Yo conozco éste y el «Bossa Nova» de Souljazz records.
Gracias de antemano. :)
He oído en Rio la siguiente fantasia: la bossa nova surgió en Punta del Este (Uruguay) donde la cantante:Maisa Mattarazzo tenía a Joao Gilberto con su guitarra.
Si tuviera que elegir mi canción preferida de entre los millones que he escuchado, esa sería «Chega de saudade». Maravilloso artículo. Muchas gracias.
¡Bueno, pues después de mucho tiempo, decir que pude acabar por fin el libro hace unas semanas! Divertidísimo, me he carcajeado en muchas ocasiones, además del interés que para personas como uno, tiene el tema que se está tratando. No lo retomé en su momento porque me afanaron el ejemplar medio en broma medio en serio y me llevó casi cinco años el recuperarlo a costa de amenazas y chantajes varios. Pero al final, volvió este tesoro que pasa a formar parte de mi biblioteca con todos los honores. ¡Gracias por el consejo!