1
Fue releyendo un poema de Philip Larkin. Pensé, he aquí el escritor soltero.
Nadie puede negar, no,
que Arnold es menos egoísta que yo.
Se casó con una mujer para que no se le fuera
y ahora la tiene allí hasta que se muera.1
Al final, concluye en el poema que el tal Arnold, compañero de trabajo de Larkin, no es menos egoísta que él, y que si se ha casado es por interés propio y quizá desconocimiento de lo que se le avecinaba. El propio Larkin, en cambio, más sabio (Only I’m better hand), conoce sus límites y los del matrimonio y este no entra en sus planes.
Sabemos que el poeta inglés tenía aversión a la vida conyugal. Se mantuvo soltero toda la vida. Imagino a Larkin llegando a su casa, después de una jornada aburrida cumpliendo con su trabajo de bibliotecario en la Universidad de Hull, cenando algo y fregando los platos para sentarse, por fin, a escuchar sus viejos discos de jazz. Esa vida de soltero, al que en un caso así, y atendiendo al lugar común, se suele aplicar el calificativo de empedernido, me lleva a pensar en otros autores que al contrario que Larkin padecieron un matrimonio o una soltería desgraciada. Autores absolutamente insatisfechos con su estado civil, casados y solteros empedernidamente infelices. Muy al contrario que Larkin, que tenía muy claro que lo suyo era la soledad física y espiritual. Creo que uno de los mayores atractivos de su poesía es que representa esa soledad dichosa, aunque sin aspavientos. No hablo de felicidad; la felicidad deja de existir en cuanto se la nombra, y lo de Larkin es la lucidez del hombre que permanece absorto en sí mismo, y al mismo tiempo escéptico ante cualquier misticismo de solitario. Quizá de ahí derive esa ácida ironía que lo aleja de estupideces más o menos aceptadas y aplaudidas.
No hay conflicto, por tanto, en esa elección de la soledad. Añoranzas de un mundo extinguido aparte (sobre todo en arte, poesía y música), tengo a Larkin por un tipo poco dado a torturarse por su estado civil o su soledad.
2
Como buscaba un soltero destacado de la literatura, o la soltería misma hecha literatura, para iniciar una serie de taxonomías literarias al margen de las más ortodoxas (y no menos disparatadas que las que se me puedan ocurrir), podría haber sacado de la chistera docenas de escritores solteros que lo fueron descaradamente. Ejemplos hay de sobra. Pero no se trataba de eso; buscaba el ejemplo paradigmático, el modelo supremo. Siempre dentro de unos referentes propios. Alguien para quien la posibilidad del matrimonio fuese un asunto central en su vida y obra.
¿Existe una literatura de solteros, y a su vez, otra de casados? Es el tipo de preguntas que no tienen respuesta, y también da igual que no la tengan. Las mejores preguntas nunca tienen respuesta. Siempre me han parecido un poco ridículas las clasificaciones literarias. Incluso las de género, qué se le va a hacer. Eugenio D’Ors en una de sus glosas pasaba por encima de todas las clasificaciones literarias para quedarse con la que divide a los escritores en dos grupos; responsables e irresponsables. Cosa moral, por supuesto. Y, mudando la terminología a su gusto, habla de «edificantes y corrosivos». Como ejemplo de lo primero, aunque «avieso», señala a Nietzsche; de lo segundo, a Leon Bloy. Entiendo, arremeter contra Bloy justifica cualquier invención taxonómica. Según D’Ors, «los escritores que no sirven para nuestra edificación no son verdaderos autores»2.
Supongo que ese intento por clasificar y jerarquizar en zonas tan inabordables como el arte o la literatura es un anhelo legítimo, sobre todo si tenemos en cuenta esa absurda pretensión por adoptar de la ciencia ambiciones y tics que no dejan de ser eso. Pese a todo es inevitable querer ir de lo concreto a lo abstracto y de lo individual a lo colectivo, incluso en literatura.
Siguiendo ese hilo podríamos llegar a argumentar que habría una literatura de casados y una de solteros, como hay partidos en los pueblos de casados contra solteros. Nunca supe por qué casados contra solteros.
3
Kafka, sin duda, es uno de los grandes casos de soltería problemática en la literatura. Y pienso también en Cesare Pavese, otro caso, más desdichado si cabe. En el final voluntario siempre queda la impresión del que sale dando un portazo. Otro, Pessoa, contemporáneo de Kafka, y tan cercano al checo en esa disonancia entre genio y reconocimiento mientras estaban vivos. Pero me centro en Kafka: el gran caso, el escritor soltero por antonomasia. Torturado por esa necesidad/repulsión ante una vida en común con otro ser humano. Su gran tema, o su único tema, ramificado en una gran variedad de alucinaciones maestras, flaubertianas de forma. Más allá de los laberintos burocráticos y esa descripción de la vida familiar con bicho que define al autor para los lectores de brocha gorda está su imposibilidad casi biológica para casarse y también para renunciar a ello. Quizá no sea exagerado decir que gran parte de su obra, o toda su obra, deriva de esa galopante indecisión en torno al matrimonio y la emancipación. Brod, amigo íntimo y primer biógrafo de Kafka, no tiene duda sobre el origen de su novela El proceso, pues según él parte del sentimiento de culpa padecido por Kafka tras la ruptura del compromiso matrimonial con Felice Bauer. Aparte de otros relatos que hacen alusión al tema es significativo que su primer intento de escribir una novela, y uno de sus primeros escritos, lleve por título Preparativos de boda en el campo. Según Brod, «en el primer capítulo Raban abandona su empleo para visitar a su novia, que vive en el campo».
Toda su tragedia parte de esa duda; ¿cómo vivir sin casarse? Esa pregunta le perseguirá de por vida, incluso cuando en 1922 se mudó a Berlín a vivir con Dora Diamant.
Duda exacerbada por la creencia de que en el otro lado de la balanza estaba la escritura. La soledad y la literatura o el matrimonio y la condena.
[…] no he demostrado clarividencia alguna en lo referente a la importancia y a la posibilidad de contraer matrimonio. Este asunto, hasta ahora el más terrible de mi existencia, se abalanzó sobre mí casi sin darme cuenta.3
Su padre le reprochó, al parecer, que la elección de las chicas a las que les pidió matrimonio fuese casi al azar, y él lo admite.
Me dijiste algo así: «Seguro que se ha puesto una blusa bien bonita, como saben hacer las judías de Praga», y a ti, claro, te ha faltado tiempo para pedirle que se casara contigo. Y además lo antes posible, dentro de una semana, mañana, hoy mismo. No te entiendo. Eres una persona adulta, estás en una ciudad, y no se te ocurre otra salida que casarte con la primera que pasa. ¿Es que no hay otras posibilidades?4
No, no había otras posibilidades. Kafka nunca renuncia definitivamente a la idea de contraer matrimonio, porque a fin de cuentas no ha visto más que un tipo de vida dichosa; el matrimonio de sus padres. Por otra parte se considera incapacitado para ser un padre de familia. ¿Qué tiene que ver él con todo eso que hace de su padre un cabeza de familia convincente? Él no puede ser ese padre. Le faltan las cualidades que aborrece en el suyo.
El tema, en Kafka, se convierte en un misterio irresoluble y ni siquiera sus razonamientos meridianos lo desechan. Al contrario, es tan claro que resulta incomprensible. Solo en Kafka se da esto; su claridad desconcierta. El ejemplo extremo son sus aforismos; están tan pulidos que en algunos es imposible saber de qué habla.
Por otra parte, al intentar escribir sobre la idea del matrimonio nunca logrado en Kafka uno sucumbe ante el montón de comentarios y referencias en su obra. Pero, ¿no tenía otra cosa en qué pensar el escritor que mejor representa el siglo XX? Por no decir el sinfín de teorías y estudios biográficos que han tratado todos los aspectos de la vida y obra de Kafka. La «maquinaria Kafka». Una de las más interesantes piezas literarias que ha dado el siglo es Carta al padre. El antifreudismo, la consciencia luminosa, o la consciencia, a secas, que ya es mucho. Después de la carga de pecados inevitables y oscuros que se le han ido adhiriendo a la familia, Kafka inventa una simbología más directa y adulta.
El matrimonio es sin duda el salvoconducto que da paso al mayor grado posible de emancipación e independencia. Casándome, tendría una familia, la meta más alta que tú has alcanzado; así que por fin estaría a tu altura, y todas las humillaciones y abusos antiguos y eternamente renovados pasarían inmediatamente a la historia.5
Es evidente que Kafka detesta la vida familiar. Mutismo y encierro, su anhelo.
Escribe en el verano de 1913 una lista con los pros y contras del matrimonio. En resumen, su gran temor a no poder estar solo el tiempo que necesita y al mismo tiempo su «incapacidad para soportar la vida solo, pero no incapacidad de vivir, todo lo contrario»6. Kafka llevaba en familia una vida de solitario. El sacerdocio de la literatura, por llamarlo de una manera ridícula, le impide casarse, y además considera que si se casara estaría condenado a no dejar nunca su trabajo.
4
La primera y gran candidata al matrimonio en la vida de Kafka es Felice Bauer, una mecanógrafa berlinesa. La conoce en casa de Max Brod, el 13 de agosto de 1912. Ninguno de los ilustres expertos que han estudiado el caso Kafka se explica por qué el futuro gran autor se enreda durante tanto tiempo (entre compromisos y rupturas hasta diciembre de 1917) con una mujer de tan escaso vuelo intelectual. A los biógrafos y analistas de Kafka la Bauer les parece poca cosa. Que hubiese sido berlinesa me parece una gran suerte; de haber sido una vecina de Praga apenas sabríamos nada de la relación, o solo lo que Kafka tuviera a bien contar en su diario. Aunque más que unos diarios lo de Kafka son unos cuadernos de trabajo, muchas entradas incomprensibles, o principios de relatos, bocetos.
Queda Felice para la posteridad como una mujer confundida, siempre desconcertada. Es gracioso imaginar la cara que se le debía quedar a esta berlinesa después de leer las cartas que le mandaba el doctor Kafka. Al menos al principio, cuando el efecto sorpresa sería más fuerte. No le debían hacer mucha gracia las neurosis y alegatos de ese escritor sin obra. En una de ellas, antes de invitar a Kafka a Berlín a que conociera a sus padres, y casi como una pregunta ensayo que probablemente le harían sus padres, Felice le pregunta por sus planes y expectativas:
Me ha dejado asombrado la pregunta […] Desde luego no tengo planes, no tengo expectativas, no puedo ir hacia el futuro, puedo precipitarme en el futuro, revolcarme en el futuro, tropezar con el futuro, y lo mejor que puedo hacer es quedarme tumbado. Pero en verdad no tengo planes ni expectativas, cuando me va bien estoy completamente lleno por el presente, cuando me va mal maldigo el presente, ¡no digamos el futuro!7
No era seguramente la clase de respuesta que esperaba Felice. Pese a esas discrepancias vitales Kafka elige a esa mujer como destinataria de un gran número de cartas y y centro neurálgico de su conflicto ante el matrimonio. Y por supuesto, como posible solución. Se ha culpado incluso al llamado tío madrileño de Kafka, Alfred Löwy, de propiciar, por aquellas fechas, en una visita a Praga, una visión demasiado pesimista del soltero. No habla con mucho entusiasmo de su vida solitaria en Madrid, y puede que a Kafka le cale el relato. Nos hacemos una idea, pero a pesar de su tío madrileño soltero y compungido y de la jaula que representaba para él su trabajo y la vida familiar lo primero que encuentra Kafka en Felice Bauer es una lectora. Ni siquiera la buena lectora que desearía Kafka (a su gusto, o con su gusto), y mucho menos de su obra, sobre todo porque él es reacio a cedérsela (y cuando sucede ella no sabe qué decir), pero sí alguien físico al que poder dirigirse por escrito. Una presencia real e idealizada al mismo tiempo. Es curioso que sea ahora cuando escribe La condena, el primer relato del que está realmente orgulloso.
El caso es que esa presencia, que en una primera impresión le pareció «una chica de servicio», como escribe en su diario, «rostro huesudo y vacío, que luce abiertamente su vacuidad», se convierte en el centro de sus pensamientos y la espera de sus cartas en una tortura. Bueno, ahí tenemos a Kafka agarrándose a la berlinesa como a una boya. Se prometen un viaje a Palestina. La excusa para iniciar una relación epistolar que se convierte en noviazgo.
Alternan las cartas con alguna visita. En el año 1913 se ven un par de veces. En junio de 1914 Kafka toma la decisión. No puede esperar más; el tiempo pasa y se espera de él algo más que palabras. Presión desde varios flancos. Hay una familia en Berlín impaciente por conocer las verdaderas intenciones de Kafka. Y las verdaderas intenciones de Kafka no las conoce ni el propio Kafka. De su carta de compromiso se ha dicho que cuesta imaginar una más disuasoria.
Imaginemos lo que supondría para el escritor decidirse. En su Carta al padre, años después, escribirá:
[…] por lo visto soy mentalmente incapaz de casarme. En la práctica, lo que sucede es que, desde el momento en que decido casarme, no puedo dormir más, tengo terribles dolores de cabeza día y noche, mi vida se convierte en un infierno, y voy por ahí dando tumbos presa de la desesperación.8
Por desgracia, Kafka encuentra pocos obstáculos a su matrimonio. Está perdido. Los padres de Felice dan el visto bueno al casamiento. A una carta más formal al padre de Felice le sigue otra escandalosamente honesta, sobre todo teniendo en cuenta que ese hombre al que se dirige va a dejar en sus manos a su hija. Más allá de cualquier sentimiento el matrimonio también es un asunto pecuniario, práctico. Así lo verá Carl Bauer, y entonces se encuentra con la carta del futuro marido de Felice, su hija:
Todo mi ser está orientado hacia la literatura, es una dirección que he establecido con precisión antes de cumplir los 30 años; si algún día la abandono, dejaré de vivir. Todo lo que soy y lo que no soy se desprende de ello. Soy silencioso, insociable, malhumorado, egoísta, hipocondríaco y, de hecho, enfermizo. En el fondo no me quejo de todo esto, es el reflejo terreno de una necesidad superior. […] Vivo más extraño que un extraño en el seno de mi familia, entre las mejores y más cariñosas de las personas. En los últimos años no habré cambiado por término medio más de veinte palabras diarias con mi madre, y con mi padre no intercambio más que saludos. Con mis hermanas casadas y con mis cuñados no hablo en absoluto si no estoy enfadado con ellos. Carezco de todo sentido de la convivencia familiar.
¿Podría vivir junto a un hombre así su hija, cuya naturaleza, la de una chica sana, la predestina a una verdadera felicidad conyugal? ¿Soportaría llevar una vida monacal junto a un hombre que sin duda la quiere como nunca podrá querer a nadie, pero que, debido a su inalterable destino, pasa la mayoría del tiempo en su habitación o incluso caminando solo por ahí? […] Entre su hija y yo no había solución posible, la quiero demasiado para eso y ella es demasiado poco calculadora, y quizá solo por compasión quiere lo imposible, por más que lo niegue. Ahora somos tres. ¡Juzgue usted!9
Finalmente, ni un padre estupefacto se interpuso. Kafka tuvo que apelar a sus temores y dudas para liberarse del compromiso. Sería la primera vez. Pero no interrumpen totalmente la relación; esta pasa por altibajos y varios reencuentros antes de un segundo compromiso y una segunda ruptura, esta vez definitiva. La enfermedad serviría ahora como excusa. Es el año 1917 y ya le han diagnosticado tuberculosis. Esta segunda ruptura es uno de esos episodios mojón en la vida de Kafka, como la noche en la que escribe La condena o precisamente el día que conoce a Felice. Lo narra Brod en su biografía de Kafka, y se produce justo después de dejar en la estación a Felice y de renunciar a ella para siempre. Kafka acude a la oficina de Brod y sentado ante su mesa de trabajo, «en el pequeño sillón destinado a postulantes, pensionistas y procesados», rompe a llorar. Imagino a Brod un poco avergonzado; no estaba solo, dice, había otros compañeros en la oficina. A Kafka no le importa perder la compostura ante esos otros oficinistas. Es una escena muy cinematográfica. Me imagino a Jeremy Irons llorando como lloran los actores, o al menos los buenos actores, es decir, cubriéndose el rostro con las manos, o al menos con una mano. No esa mueca que no sabemos si es risa o llanto y que siempre despista e irrita un poco. No he visto la película de Soderbergh titulada Kafka, la verdad oculta e interpretada por el bueno de Jeremy Irons.
Brod zanja la escena así:
Y lloraba y decía entre sollozos: «¿No es terrible que tenga que suceder esto?». Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Fue la única vez que lo vi desconsolado y sin compostura.10
No sería otra cosa que el sentimiento de culpa de esos años de vacilación ante un compromiso así, con una dócil víctima que nunca llegó a saber qué quería de ella Kafka. Felice Bauer se casaría quince meses después. Tendría dos niños. En sus recuerdos de Kafka11 escribe Dora Diamant, su última novia:
[…] con qué tranquilidad y objetividad me habló Kafka de su anterior novia. Era un muchacha excelente, pero perfectamente burguesa. Kafka tenía la impresión de que el matrimonio con ella habría significado al mismo tiempo un matrimonio con toda la mendacidad de Europa. Y además tuvo miedo de no tener tiempo para escribir. Por otra parte, aquel compromiso era un intento de aclimatarse a la vida de la clase media, y a la vez expresión de cierta curiosidad. Quería conocerlo todo, husmearlo todo por sí mismo.
Al pensar en Felice Bauer me viene a la cabeza el llamado quinto Beatle. Un Peter Best, por ejemplo, sustituido por Ringo Starr, antes del éxito. Felice Bauer sería testigo años más tarde del descubrimiento mundial de la figura de Kafka, y vendería las cartas de Kafka al editor Salman Schocken en 1955. El más lúcido desmenuzador de estas quinientas cartas es Elias Canetti en su El otro proceso de Kafka. Sobre las cartas a Felice (1969).
En realidad el quinto Beatle era Kafka, pero de sí mismo o de su literatura. Y sus instrucciones para quemar sus escritos un vano intento de evitarlo.
5
Otra mujer se cruza en su vida. Pero hay poco que decir de ella. Es la menos conocida de las mujeres casaderas de Kafka. 1919; compromiso con Julie Wohryzek. La conoció en el sanatorio de Schelesen. Hija de portero, ni siquiera burguesa. El padre de Kafka se opone terminantemente a la boda. Finalmente, un tiempo después sucede; el compromiso se rompe. Kafka ya había conocido a Milena Jesenská, mujer casada con la que inicia su otra gran relación epistolar de tipo amoroso. Milena gusta más a los estudiosos de Kafka; intelectualmente está a otro nivel. Da más juego.
Nuestro escritor soltero, el hombre torturado por su estado civil (y que casualmente representa una parte muy destacada de lo que consideramos gran literatura en el siglo pasado), se confiesa en esas cartas a Milena como un hombre ligado «por un matrimonio semejante [al de ella] a… no sé exactamente a qué, pero la mirada de esa terrible esposa a menudo cae sobre mí». ¿La literatura? No puede ser eso, además es una cursilada. Kafka, según él, era la literatura, y no puede casarse consigo mismo. Quizá esa esposa misteriosa sea la enfermedad, que le aparta del mundo y también de sí mismo, o de la literatura.
Finalmente, su ambición de emanciparse se cumple. El 13 de julio de 1923 Kafka conoce a Dora Diamant, de diecinueve años e hija de un judío hasídico polaco. Deja Praga a finales de julio de ese año y se va a vivir con Diamant a un suburbio berlinés. Según Brod, que visitó a la pareja varias veces, nunca había visto a Kafka tan feliz. Incluso duerme, y trabaja con gusto en sus escritos. Sus cartas rezuman buen humor. De fondo, «el terrible invierno de inflación del año 1923». Su pequeña pensión no da para mucho. Planea con Dora, que cocina bien, montar un restaurante y trabajar de camarero. Según ella, «de ese modo podría observarlo todo sin ser visto»12. También habla ella de su odio al padre, y de su sentimiento de culpa por ello. Y se precipita el final; la irrupción de la enfermedad, la breve vuelta a Praga, el ingreso en el sanatorio de Kierling, asistido por Robert Klopstock y Diamant, con los que se comunica por escrito, ya que no podía hablar a causa de su tuberculosis de la laringe. Allí pasa las últimas semanas. Brod cuenta la historia de su última petición de mano.
Quería casarse con Dora; le había enviado al padre de ella, que era muy devoto, una carta en la que le manifestaba que él (Franz) no era un judío creyente como el padre, pero sí un arrepentido, un pródigo, y que por eso podía abrigar la gran esperanza de ser aceptado por una familia tan devota. El padre de Dora fue a ver al hombre a quien más reverenciaba y cuya autoridad para él era lo máximo: el Gerer Rebbe13. El rabino leyó la carta, la puso al lado y no pronunció más que un cortante no. Sin otra explicación. Nunca daba explicaciones. Este no del Gran Rabino se confirmó por la pronta muerte de Franz; Franz tomó la carta del padre, que había llegado un momento antes de mi visita y constituyó en cierto sentido el tema de la conversación diaria de la pequeña familia, como un mal presagio. Sonrió, pero parecía impresionado; nos esforzamos en hacerle pensar en otra cosa.14
Por todas las versiones que conozco de los últimos momentos de Kafka se entiende que tenía más ganas de vivir que nunca. Quizá sea lo habitual cuando una enfermedad mortal sitúa a alguien ante lo inevitable. Se cita su lucha por la morfina ya cuando no hay remedio y esa célebre frase que Kafka escribe al doctor Klopstock: «Máteme, si no es usted un asesino».15
La teoría de Brod es que si hubiese conocido antes a Dora Diamant «su voluntad de vivir hubiese sido más fuerte y, sin duda, habría llegado a tiempo». Son esas cosas que se dicen, condicionales inútiles.
Kafka murió el tres de junio de 1924.
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1 Larkin, Philip (2007). Las bodas de Pentecostes. Lumen.
2 D’Ors, Eugenio. Último glosario. De la Ermita al Finisterre. La Veleta, Granada (1998), pág. 265.
3 Carta al padre. Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, pág. 842.
4 Ibídem, pág. 847.
5 Ibídem, pág. 850.
6 Diarios. Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, pág. 436.
7 Carta a Felice Bauer, 28 de febrero – 1 de marzo de 1913.
8 Carta al padre. Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, pág. 849.
9 Carta a Carl Bauer, 28 de agosto de 1913.
10 Brod, Max. Kafka. Alianza/Emecé (1982), pág. 159.
11 Diamant, Dora. Mi vida con Franz Kafka, del libro Cuando Kafka vino hacia mí… Acantilado (2009), pág. 233.
12 Ibídem, pág. 231.
13 Gran Rabino.
14 Ibídem nota 10, pág. 200.
15 Ibídem, pág. 204.
Interesante artículo.
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«Más allá de los laberintos burocráticos y esa descripción de la vida familiar con bicho que define al autor para los lectores de brocha gorda […]»
¿Hacía falta restregar la altura intelectual, o el simple conocimiento superior sobre la vida de Kafka, de esta forma tan pueril?
Por lo demás, interesante retrato sentimental de este tipo tan peculiar, tan alejado y al mismo tiempo tan cercano a lo que fue el siglo XX.
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Aparte de los motivos particulares de Kafka (que él mismo no sabía descifrar), está la gran sospecha de que una especie de misión sagrada (el arte, la filosofía, la profecía) es incompatible con el estado matrimonial. He llegado a pensar que el secreto de la extraordinaria longevidad de la Iglesia católica está en el celibato de sus miembros.
Pues yo sí he visto la peli de Soderbergh y no sabría hacer un comentario al respecto. Jeremy Irons es un actorazo (independientemente de esta película) pero sin duda Anthony Perkins se ha convertido en el mejor Kafka cinematográfico. Ulrich Mühe cumplió en El Castillo de Haneke, la cual fue rodada con escrupulosa literalidad, y de Kyle MacLachlan no puedo opinar ya que no he querido ni ver la «segunda versión» de El Proceso.
Según se desvela de sus cartas casi ni se hablaba con su familia pero otros recogen datos de una estrecha y especial relación con su hermana menor Ottla, lo cual hubiera condicionado sus relaciones sentimentales con otras mujeres sobre todo por la parcela comunicativa (más bien de sus pretensiones del nivel de la comunicación).
Son frecuentes y variopintos los personajes femeninos en sus obras, especialmente en El Castillo, que dan muestra de la perspectiva con la cual veía él a las mujeres y a cómo las podía clasificar.
También a mí me ha llamado la atención lo de la «brocha gorda», que está de más en cualquier caso, pero que además es especialmente arriesgado cuando uno no tiene demasiados motivos para estar seguro de esa superioridad que proclama.
Dice el autor por ejemplo, refiriéndose al Kafka emparejado con Felice Bauer, «ese escritor sin obra». Y se cita una carta de 1913. Ahora bien, dicho «escritor sin obra» publica, justamente en ese año, «Contemplación», «La condena» o «El fogonero» (que le valdría poco después el premio Fontane; como ya señalara Gabriel Ferrater, «contrariamente a la impresión que ahora se tiene generalmente, su obra fue enseguida apreciada por la crítica»).
También se afirma que «Quizá no sea exagerado decir que gran parte de su obra, o toda su obra, deriva de esa galopante indecisión en torno al matrimonio y la emancipación». Ésa es una afirmación vacía, a la que puede contestarse cualquier cosa. Borges señalaba que «Dos ideas –mejor dicho, dos obsesiones- rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda. En casi todas sus ficciones hay jerarquías y esas jerarquías son infinitas». Aparte del hecho incidental de que una opinión de Borges tiene un peso algo mayor que la del articulista, puede verse que 1) las ideas matrices que uno y otro proponen son del todo distintas 2) la propuesta de Borges puede de hecho comprobarse en no pocos lugares de la obra de Kafka; la relación entre sus indecisiones matrimoniales y «El proceso» (o «El castillo», o «La metamorfosis», o etcétera), no. Imaginarse, se puede imaginar lo que cada uno quiera; pero eso es cosa diferente.
En resumen, siempre es inconveniente pedantería descalificar a quienes no leen como uno, sólo por ese hecho; pero es que además la lectura del articulista no parece menos apresurada y discutible que ésas que critica. Un poco de modestia, y alguna bienhumorada capacidad para ver, o fingir al menos que se ve, la propia pequeñez, son cualidades extraordinariamente recomendables.
¡Wow!, no podría haber colocado otra palabra para poder definir como quede después de leer este ensayo.
Porque a pesar de lo que se pudiera interpretar de verdad o mentira en él, se ve a Kafka como un hombre en sí mismo, lleno de sentimientos contradictorios como buen escritor atormentado y como simple ser humano, ¿Quién realmente sabe que es lo que quiere de la vida?, ¿Quién sabe si uno puede ser más feliz casado o soltero?.
No sólo él, se ha calificado a los grandes pensadores, artistas y literatos con temperamentos flemáticos, melancólicos y es que hasta en la actualidad, ¿porqué uno no puede decidir si quiere vivir en soltería?, ¿porqué una persona tiene que pensar que vivir en familia es la verdadera felicidad?. Como mujer mi opinión es que la sociedad no madura, no avanza con la ideología, aún no podemos decidir una soltería feliz, un amor propio a dedicarse a sí mismo, tanto pensar en lo que no se alcanza que cuando menos se espera se obtiene y se pierde tan rápido, tan fugaz. Más que dato histórico de biografía yo lo comento desde mi punto de vista humano y tal vez con un poco de empatía, vivamos el momento como un hoy presente y si se nos aparece una «Diamant» en el camino agradezcamos su llegada a nuestra vida, y como personas cambiemos la mentalidad de que ser solteros es un castigo, veámoslo como una condición de decisión y aceptación, Kafka y Philip Larkin son un ejemplo de que escribir sobre la condición humana es una muestra de amor sin necesidad de pareja.
Espero disculpen mi falta de conocimiento cronológico de acontecimientos y mi falta de critica, pero yo comento lo que mi razonamiento no quiso leer y el corazón quiso opinar. Saludos respetuosos.
Es habitual que se publiquen estas imágenes de Kafka en las que le acompaña su hermana Ottla con el comentario de que ella es Milena Jesenská. No sé en que momento surgió esta confusión pero se repite una y otra vez, esto le resta credibilidad al artículo. Además ¿acaso no veis el parecido entre ellos?