James Meredith era un hombre nacido en 1933 que, tras un largo servicio en las Fuerzas Aéreas, regresó a Misisipi a finales de los 50 para estudiar en la universidad. Una pretensión aparentemente sencilla para alguien que no fuera negro y que provocó amenazas de secesión, la intervención del presidente Kennedy, el despliegue de más de 30.000 militares y desató disturbios que causaron dos muertos y más de 200 heridos. Pero, sobre todo, causó un terremoto político y social que alteró para siempre la sociedad norteamericana. Para comprenderlo será preciso retroceder muchos años atrás.
En el comienzo fue la sopa primordial… bueno, bien pensado creo que bastará con remontarse al siglo XIX. Para aquel entonces, la captura de indígenas de tribus subsaharianas y su posterior venta como esclavos llevaba tiempo siendo un formidable negocio debido a la demanda de las colonias americanas, algo que alteró irremediablemente la demografía y la estructura social de los países del centro y sur de África y cuyas consecuencias han perdurado hasta la actualidad. Era un comercio contra el que cada vez más voces iban levantándose y en una fecha tan temprana como 1808 los recién creados Estados Unidos prohibieron oficialmente el tráfico de esclavos.
Pero en la práctica siguieron llegando para sostener la producción de las plantaciones de algodón del Sur del país hasta la Guerra de Secesión, desatada en 1861 cuando la distancia entre los sistemas políticos y económicos del Norte y el Sur se hizo tan grande que la fractura resultó inevitable. Concluyó, como sabemos, con la victoria del Norte industrial cuatro años después pero, una vez más, el discurso oficial no iba seguido de su aplicación efectiva. En una variante americana del «haga usted las leyes y déjeme a mí los reglamentos», la esclavitud quedó abolida, sí, pero las instituciones políticas de los estados sureños lograron conservar o elaborar las normas necesarias para lograr que la población negra continuara siendo explotada en condiciones similares. En el muy recomendable ensayo Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James A. Robinson explican cómo. El sistema económico de las plantaciones, que tanto beneficiaba a la elite blanca, requería una gran cantidad de mano de obra muy barata. Para ello era necesario evitar su ingreso en otras profesiones, a las que podían llegar a acceder en caso de que lograran un mejor nivel educativo. Aunque no conseguirían dicho nivel si se separaba a los niños negros de los blancos en escuelas diferentes (y peores, claro). ¿Pero cómo podía un sistema político democrático, como el resultante tras la guerra civil, llevar a cabo ese proceso sin la oposición de aquellos votantes que resultaban perjudicados? Aquí llegamos a la clave de bóveda del sistema: de acuerdo a las leyes federales, los negros podían votar dado que teóricamente habían pasado a ser ciudadanos de pleno derecho, pero las leyes de cada estado encontraron formas de impedirlo. Puesto que eran el sector más empobrecido de la sociedad, estableciendo un impuesto por sufragio se los dejaba fuera de juego. También se exigía un nivel de alfabetización para poder votar que los excluía. Y que las escuelas segregadas se encargaron de perpetuar. De esa manera se logró mantener a la población negra cautiva, sin más opciones que continuar trabajando en las plantaciones a cambio de sueldos míseros. Y así fueron pasando los años, sin apenas cambios, hasta que en los 50, casi un siglo después, el sistema comenzó a resquebrajarse…
En 1954, el «Caso Brown contra el Consejo de Educación de Topeka» llevó al Tribunal Supremo a dictar que la educación segregada era inconstitucional. Una decisión que cayó como una bomba en los estados del Sur, donde aprovecharon la paranoia anticomunista existente debido al contexto internacional de la Guerra Fría: «La mezcla racial es comunismo», clamaban. En 1957, nueve estudiantes negros ingresaron por primera vez en una escuela secundaria de Little Rock, en Arkansas. Pero los lugareños no se lo pusieron fácil y el entonces presidente Eisenhower ordenó intervenir a la Guardia Nacional para escoltarlos. Cambiar unas costumbres y prejuicios tan arraigados no era cosa fácil, como se vería cinco años después. Cuando entra en escena James Meredith.
Nacido en una familia de nueve hermanos, apenas terminó los estudios de secundaria ingresó en el ejército. Se trata de un aspecto fundamental en su biografía pues allí sería, según dijo posteriormente, donde tomaría conciencia de su sentido del patriotismo y de sus derechos como ciudadano. Tras nueve años de servicio regresó a a su localidad natal, Jackson, donde ingresó en una universidad para negros. Pero en 1961 tomó la decisión de solicitar el ingreso en la Universidad de Misisipi. Solo para blancos. Estaba al tanto del mencionado «Caso Brown» y la controversia de Little Rock y no tenía miedo de darle una patada a semejante avispero. Allí inicialmente admitieron su inscripción hasta que al acudir descubrieron que era negro. Tras ser rechazado fulminantemente demandó al centro y su caso llegó hasta el Tribunal Supremo, que de nuevo se posicionó en contra de la segregación racial. El día de comienzo de las clases cada vez estaba más cerca y parecía que ya nada podría impedir que acudiera.
Entonces intervino el gobernador de Misisipi, Ross Barnett, oponiéndose frontalmente por todos los medios a su alcance. Intentó obstruir la utilización de tropas por el Gobierno Federal que escoltasen a James si fuera necesario. En un escandaloso recurso a la arbitrariedad de los poderes públicos —que todo Estado de Derecho prohíbe— intentó elaborar una ley específica contra Meredith. Esta ley impediría el acceso a la universidad de alguien con antecedentes penales y el gobernador sabía que él los tenía ¿Su delito? haberse registrado como votante, pese a no tener derecho a ello de acuerdo a las leyes de Misisipi. Además Barnett intentó movilizar a la opinión pública e incluso amenazó al pesidente Kennedy con la secesión. Otra vez, un siglo después. Un senador sureño, por su parte, recurrió a lo que los americanos llaman «filibusterismo», que consiste en hablar sin parar durante horas en la Cámara para atrasar la aprobación de una ley, dado que de acuerdo a las normas no pueden ser interrumpidos. 24 horas seguidas aguantó rajando, pero no le sirvió de nada. El presidente Kennedy se dirigió a la nación en un discurso televisado en el que recordó que el país había sido fundado bajo el principio de que «todos los hombres son creados iguales» y que la libertad debe ser para todos:
Predicamos la libertad en todo el mundo, y lo decimos en serio, y nosotros valoramos nuestra libertad aquí en casa, ¿pero diremos al mundo que se trata de una tierra de la libertad excepto para los negros, que no tenemos ciudadanos de segunda clase, excepto los negros, que no tenemos ninguna clase o sistema de reparto, sin guetos, sin raza superior, excepto con respecto a los negros?
Esa misma noche estallaron graves disturbios en Misisipi, que se agravaron el día anterior a la llegada de James Meredth a la universidad. Los manifestantes usaron piedras, cócteles molotov e incluso armas de fuego. Hubo dos muertos y más de 200 heridos. Tuvieron que acudir en total 11.000 miembros de la Guardia Nacional y 20.000 soldados para mantener el control ante los ciudadanos blancos descontentos y ante la amenaza de que el gobernador recurriera a la policía estatal contra las tropas federales. Pero finalmente James acudió a clase. Un día tras otro y sin caer en el desánimo, pese a percibir una actitud de hostilidad generalizada por parte de sus compañeros. Finalmente en agosto de 1963 se convirtió en el primer graduado negro de esa universidad. Lo hizo en Ciencias Políticas. Su formación continuó, así como su activismo político contra el orden racista existente. Tres años después, el seis de junio de 1966 encabezó una «Marcha contra el miedo» en la que fue tiroteado. El fotógrafo Jack R. Thornell captaría el momento en el que resultó herido en una imagen que sería ganadora del premio Pulitzer.
Pero no consiguieron matarlo, y tampoco amedrentarlo. Al recuperarse de sus heridas se reunió de nuevo con la marcha, tras la cual 4.000 negros se inscribieron para votar. Para 1970 se había multiplicado por diez el número de ciudadanos negros con derecho a voto con respecto al de hace solo una década. Y una vez que tuvieron la capacidad de influir en el resultado electoral las instituciones públicas ya no pudieron seguir diseñadas para discriminarlos. El sistema segregacionista, en gran parte, se había desmoronado.
Desde entonces fue simpatizante del Partido Republicano e incluso se presentó como candidato por él. Cosa sorprendente si tenemos en cuenta que el partido de Obama y de aquel Kennedy que mandó las tropas para proteger sus derechos en principio parece más afín a su lucha contra la discriminación… Si no se diera el hecho de que fue precisamente el Partido Demócrata el que sostuvo el régimen segregacionista en el Sur durante tantas décadas. No en vano el mismísimo Abraham Lincoln, que lideró la guerra contra los sudistas, era republicano (al menos durante los ratos libres en los que no andaba cazando vampiros).
Posteriormente James se dedicó a la bolsa, aunque nunca ha dejado de estar involucrado en la actividad política, dando conferencias en torno a la cuestión racial. Se metió en un jardín considerable porque quería que el discurso oficial de grandes palabras fuera también el de la práctica diaria. A la manera de otra persona de otra parte del mundo con la que en principio no tenía nada que ver, Anneliese Groscurth, quería que la Constitución no fuera papel mojado y que la sociedad realmente se fundamentase en los valores que recogía. Y al igual que ella y que todos los pioneros, tuvo que soportar odio, incomprensión e ingratitud. Curiosamente muchos años después, en 2002, su hijo John se graduaría en esa misma universidad siendo el número uno de su promoción. Algo que llenó de una inmensa alegría a su padre, partidario de una igualdad que consista en suprimir las barreras de entrada, no en nivelar los méritos y capacidades. Es decir, sin cuotas: «siempre he pensado que la «acción afirmativa» es un insulto directo a cualquiera con inteligencia», asegura.
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Ese pensamiento de «Una igualdad que consista en suprimir las barreras de entrada, no en nivelar los méritos y capacidades» es una de las afirmaciones más acertadas que jamás he leído o escuchado.
Gran (y necesario) artículo.
Una igualdad de oportunidades que no garantice una igualdad final, redistributiva, no es igualdad. Habrá héroes como este hombre que sean capaces de hacer frente a todas las dificultades si se le dan las mismas oportunidades (te puedes matricular en la universidad igual que los blancos) pero la mayor parte de la gente no lo logrará. No solo hay que generar las mismas oportunidades, hay que redistribuir para equilibrar. Si no esa supuesta igualdad de oportunidades, al final, solo sirve para legitimar la desigualdad. Tuviste las mismas oportunidades? Mala suerte. Pero, claro, que casualidad que siempre tengan mala suerte los mismos…
Igualdad de oportunidades e igualdad redistributiva no son compatibles. En el primer concepto se contiene la aceptación de que no todos los hombres son iguales en sus capacidades, en el segundo se rechaza esa idea. A cada uno le corresponde decidir qué opción le parece más razonable.
«Abraham Lincoln,…(al menos durante los ratos libres en los que no andaba cazando vampiros). »
Gracias, lentamente se va sabiendo la verdad de este gran presidente, su labor en contra de los chupa-sangres.
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¿Los vampiros son demócratas?
Según los republicanos anti impuestos: Sí.
Me encantan estos artículos vuestros sobre la historia y las historias del siglo XX.
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Hay una foto genial a la par que ciertamente cruel. Es una señora que protesta con un golpe directo a la mandíbula a un manifestante pro-integración de negros en la universidad.
Para la lógica de la época, fue el golpeado el que acabó en la cárcel, claro. Semanas después moría Luther King y Washington era tomada.
Para cualquier interesado en el tema , hay un gran documental GHOSTS OF OLE MISS, donde se explica esta historia entrelazada con la del coetaneo equipo de futbol americano de la misma universidad, uno de los grandes
El imposible examen de alfabetización que Louisiana usaba con los votantes negros en 1960:
El movimiento de Derechos Civiles tiene muestras de los examenes de alfabetización utilizados en Alabama, Louisiana y Mississippi durante los años 1950 y 1960. Este examen de «alfabetización» es singular por no preguntar nada sobre la ciudadanía. Está diseñado para provocar contorsiones mentales al solicitante a través de preguntas confusamente redactadas. Algunas parecen incontestables intencionadamente. El examinador, blanco, tenia siempre la ultima palabra. El examen debía hacerse en diez minutos sin fallar ninguna respuesta.
http://www.meneame.net/story/imposible-examen-alfabetizacion-louisiana-usaba-votantes-negros
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