Reportaje realizado con el apoyo de Intermón Oxfam
Cinco siglos después de la Conquista, una nueva colonización asalta los recursos naturales y destruye las poblaciones locales. No hay carabelas, ni armaduras, ni hombres a caballo, ni conversiones, sino tractores, pesticidas, paraísos fiscales, mercados financieros, inversores que, como Leopoldo II o los Reyes Católicos, no sabrían decir las creencias, costumbres o la lengua que hablan los hombres que habitan sus dominios. En Paraguay, la agroindustria se ha convertido en el gran negocio que fumiga y expulsa al campesino y produce enormes beneficios para el disfrute de unos cuantos; de nacionalidad, inversores.
Paraguay: una nueva colonización
Curuguaty, julio 2012
Unos días antes de que corriera la sangre, el comisario Arnaldo Sanabria llamó por teléfono al líder campesino Rubén Villalba y le dijo que solo tenían dos posibilidades. O se largaban por las buenas o les mandaban un grupo armado.
«Un grupo armado acompañado de varias ambulancias», añadió el policía para reforzar la gravedad de sus intenciones. «Traigan también cajones de madera», respondió desafiante el campesino.
Todavía hubo una última advertencia.
Fue la visita de un emisario del Ministerio del Interior, Elvio Cousirat, quien se desplazó hasta el campamento y mantuvo un tenso diálogo con las familias que ocupaban la finca Marina Cué, unas tierras del Estado que el empresario y político del Partido Colorado, Blas Riquelme, reclamaba como propias.
«Si traen los papeles que acrediten que la propiedad es de Riquelme, saldremos», dijo Avelino, uno de los ocupantes. «Muestren el documento», insistió otro campesino alzando su voz entre el coro de protestas.
Antes de abandonar el campamento que presidía la bandera nacional como si los colores patrios fueran un talismán que debería defenderles de la balacera que se anunciaba, el funcionario público hizo todavía un comentario a modo de despedida.
Fue un comentario irónico que a los campesinos les sentó como un escupitajo.
«Mejor váyanse a la capital a vender galletitas y caramelos en los semáforos», dijo utilizando una frase que ya se ha convertido en una broma recurrente por parte de todos aquellos que consideran al campesino como una antigualla; una especie en extinción cuya forma de vida humilde y autosuficiente, construida sobre el cultivo de unas pocas hectáreas, unos cuantos animales —cerdos, vacas, un par de caballos, gallinas—, y la venta de sus productos en los mercados locales, son un estorbo y una rémora para que pueda fluir libremente el progreso.
El progreso: solo durante el año pasado, Paraguay creció el 13%, una cifra espectacular que se debe casi exclusivamente a la industria agrícola, los monocultivos a gran escala, especialmente la soja.
Esta riqueza colosal apenas necesita mano de obra, se exporta en casi su totalidad, cotiza en bolsa y paga escasos impuestos en el país, de manera que se ha convertido en la panacea de las grandes fortunas y de los inversores extranjeros, entre los cuales dominan las empresas multinacionales norteamericanas y europeas.
El problema es que tamaña riqueza no revierte en la mayoría de la población, el pequeño productor es incapaz de competir con los precios, los campesinos se ven forzados a vender sus tierras, se utilizan semillas transgénicas y se fumiga a gran escala con pesticidas que enferman y matan a la población, además de destruir el ecosistema —dicen los campesinos que ya no se ve ni una abeja allá donde crecen los sojales.
Según un estudio realizado por Oxfam-Intermón, solo el 1,6% de los propietarios se reparten el 80% de la tierra agrícola y ganadera paraguaya. El resto de la tierra se la reparten entre el 84% de los agricultores. El resultado es que más de 180.000 familias campesinas no disponen ni siquiera de las diez hectáreas que se consideran el mínimo imprescindible para sostener la economía de una sola familia en un país donde todavía más de la mitad de la población vive del campo.
Mientras los campesinos luchan por acceder y aferrarse a la tierra al tiempo que se empobrecen cada día más, los grandes propietarios y los inversores extranjeros compiten para acumular todavía más territorio y avanzan como una marea verde, aplanando el horizonte, talando los bosques, aislando las poblaciones, exportando millones de toneladas anuales —Paraguay ya es el cuarto exportador de soja del mundo—fumigando con tractores y avionetas, echando al campesino que se resiste a abandonar su modo de vida tradicional y observa atónito como aquellos de los suyos que han malvendido las tierras y han decidido ir a buscarse la vida a la gran ciudad, se hunden en la miseria urbana de las periferias sociales.
«Tenemos un sistema financiero —dice Susan George a propósito del nuevo capitalismo— que está completamente fuera de control; existe una carrera entre las compañías multinacionales para hacerse con los recursos que quedan, ya sea energía, comida, tierra, agua, metales, oro… y por encima de todo ello está la crisis de la democracia: autoridades ilegítimas que no han sido elegidas por los ciudadanos son las que crean las reglas del juego».
Paraguay responde a la perfección a este nuevo modelo. Es uno de los paraísos sobre la tierra de los nuevos conquistadores del siglo XXI: dinero a mansalva que escapa al control social, se multiplica en los mercados especulativos, se vuelve invisible en los paraísos fiscales y se desborda de los bolsillos de ciudadanos sin compromisos con la sociedad en la que viven. Los nuevos dueños del mundo —cuya última panacea consiste en que ya no necesitan gobiernos militares para controlar las instituciones públicas y el Estado— ahora lo controlan desde los negocios.
Yo aquí moriré, dijo Delfín antes de morir
Curuguaty, 15 de junio 2012
Una semana después de la visita del funcionario público a la finca ocupada Marina Cué, el ruido ensordecedor de las palas de un helicóptero alertaron a los acampados a primera hora de la mañana. Los campesinos, que disponían de algunas escopetas de perdigones, cuchillos y palos se prepararon para resistir al desalojo y forzar la negociación como ya habían hecho en otras siete ocasiones en el mismo lugar, arropados por la presencia de mujeres y niños. Lo que no podían imaginar esta vez es que el choque sería tan devastador.
Poco antes de que le descerrajaran un balazo en la mandíbula, Néstor Castro tuvo todavía el coraje —o la ingenuidad— de comentar a sus hermanos menores:
—No se preocupen. Esta tierra es nuestra. No pueden sacarnos de acá sin documentos.
—Son demasiados —contestó Adolfo en uno de los últimos comentarios que habría de pronunciar antes de dejar este mundo.
M. P., que no quiere dar su nombre, recuerda lo que vio desde la copa de un árbol donde se refugió cuando empezaron los tiros: «El compañero Fermín Paredes yacía en el suelo malherido. Lloraba. Entonces se acercaron unos policías del grupo táctico, que se protegían con máscaras antigás. “Venga, dale, métele bala”, dijo un oficial. Y allí lo remataron. Yo lo vi todo desde el árbol. Por la noche abandoné el lugar».
Las tierras que reclaman los campesinos en Marina Cué suman unas 2000 hectáreas que fueron donadas al Estado en el año 1967 por la empresa Industrial Paraguaya. El Estado las cedió entonces al Ejército para que las utilizara un destacamento de suboficiales de la marina, y de ahí el nombre de Marina Cué, pues en guaraní, la voz kué significa «que fue de…».
Los militares estuvieron en la finca hasta el año 1999 y luego la dejaron abandonada, hasta que un grupo de campesinos organizados en el Movimiento para la Recuperación Campesina de Canindeyú hizo gestiones para que el Instituto Nacional de Desarrollo Rural de la Tierra (Indert), entregara estas 2000 hectáreas a los campesinos en el marco de la reforma agraria. Mientras tanto, el empresario Blas Riquelme empezó el cultivo industrial de las tierras y cuando en el año 2005 el Indert decidió mesurarlas con la intención de repartirlas entre los campesinos, Riquelme, a través de la empresa Campos Morombí, inició un juicio de usucapión, que ganó.
La usucapión es una figura legal según la cual el cultivo continuado de una tierra permite acceder a la propiedad. Pero en el caso de Riquelme no se daba esta circunstancia, pues simplemente se había apoderado de la finca y el juicio de usucapión estaba lleno de irregularidades, de oscuras intervenciones judiciales e influencias políticas que había denunciado el propio Indert.
Los campesinos, pues, creían que la tierra pertenecía al Estado y que no se trataba de una finca privada como pretendía Riquelme. Por lo tanto, la ocupación no era, en ningún caso, «un ataque a la propiedad privada» sino que formaba parte del derecho que les otorga la ley a acceder a ella, repoblarla y cultivarla.
De manera que aquella mañana del 15 de junio los campesinos reunidos en Marina Cué (unos 50) no podían imaginar que la jornada terminaría con 17 muertos, entre ellos seis policías, además de un número indeterminado de heridos. Como ha denunciado la coordinadora paraguaya de derechos humanos, siete de los campesinos muertos fueron ejecutados a bocajarro cuando ya se habían entregado o habían sido reducidos por los atacantes.
«Los esperaremos acá. Deben conversar con nosotros», dijo todavía Avelino cuando vio asomar entre los yerbales a los uniformados minutos antes de que empezara la balacera. Eran más de 600, todos ellos pertrechados con chalecos antibalas y cascos de combate. Atacaron por los flancos en dos columnas mientras un helicóptero dirigía las operaciones desde el aire.
«Yo aquí moriré», fueron las últimas palabras que pronunció Delfín Duarte antes de morir.
La primera bala le perforó el estómago. Malherido, Delfín se arrastró buscando refugio en el pastizal. Los policías que le localizaron decidieron terminar la faena con dos tiros que le destrozaron la cara y le abrieron un boquete del tamaño de un puño en la espalda.
Amortajado como un caramelo
Curuguaty, junio 2013
El campesino Mariano Castro tenía a tres de sus ocho hijos entre los ocupantes de la finca, Néstor, Adalberto y Adolfo.
Un año después conversamos en el escenario de la tragedia que ha pasado a conocerse como la Matanza de Curuguaty, pues es en este distrito situado a unos 300 kilómetros de la capital, Asunción, donde se encuentra la finca Marina Cué.
«Adolfo, me lo mataron», dice Mariano. Tenía 28 años. «A Néstor le desfiguraron la mandíbula de un balazo y lo tienen preso en la cárcel. Adalberto, el menor, de 24 años, cayó herido en un primer disparo y luego le encañonaron un fusil en la oreja y le gritaron que corriera. Adalberto no podía moverse. Entonces le dieron una paliza descomunal y lo dejaron tendido en el maizal dándole por muerto».
Mariano Castro explica que él y sus hijos explotan unas diez hectáreas de tierra, pero a medida que los chicos se han hecho mayores la propiedad no alcanza para más. «Quieren su propia casa y su propia tierra. Por esto estaban en la ocupación».
El día antes de morir, Adolfo pasó a ver a su padre. «Dijo que quizás vendría la policía pero que podrían negociar y que su abogado les había comentado que la cosa parecía ganada. Incluso habían parcelado las tierras. Cada campesino con su propio lote».
Tierras malhabidas. En Paraguay la propiedad de la tierra es un asunto sin resolver, pues incluso muchos de los pequeños campesinos «propietarios», solo disponen de la «derechera», es decir una propiedad reconocida, sin la existencia de papeles o documentos. Cada vez más necesitado de terreno, el campesino reclama el acceso a las tierras del Estado, cientos de miles de hectáreas de las cuales son conocidas como «tierras malhabidas» porque pertenecen a los lotes que el dictador Stroessner repartió a militares, policías y amigos —entre ellos el dictador nicaragüense Somoza— como si el país fuera su finca particular.
Muchas de estas tierras han vuelto a la propiedad del Estado, y la agroindustria pugna con los campesinos para explotarlas, en un contexto político-legal donde todavía está por hacer una reforma agraria y el campesino permanece desprotegido frente a los grandes terratenientes que dominan el Estado.
—La prensa —dice Mariano Castro— nos acusa de ser terroristas, nos relaciona con el EPP (un reducido grupúsculo armado que actúa en la zona de San Pedro). Y esto es una gran mentira. Los que estaban en la ocupación, nacieron acá. Se criaron acá. Viven acá. Y solo piden un pedazo de tierra. En Paraguay hay mucha tierra y está muy mal repartida. Mis hijos no tienen antecedentes de ningún tipo. Ni robaron, ni violaron. Adolfo murió luchando por un pedazo de tierra y yo me siento orgulloso de él y de sus hermanos.
Doña Lucía Agüero vio cómo mataron a Adolfo, y tal como lo vio se lo ha contado a Mariano, que relata así aquella muerte trágica:
—Cuando empezaron los disparos, Adolfo sostenía en brazos a su hijo de tres años y se lo dio a Lucía para que le protegiera. Entonces, levantó los brazos y se entregó a los policías, que lo golpearon con las culatas y uno le disparó en la pierna. Ya en el suelo, le acribillaron a quemarropa destrozándole la cabeza. Lucía, todavía con el niño en brazos, se desplomó herida de bala en un muslo. Los policías le arrebataron el niño y después de taparle la boca con una venda para que se callara, lo tuvieron en el grupo de combate hasta que terminó la balacera. Cuando nos lo devolvieron, el niño estaba mudo. Tardó semanas en salir de su mudez. A mi hijo me lo entregaron al cabo de los días. Llegó envuelto tres veces en una lona atada por los lados, amortajado como si fuera un caramelo, irreconocible, completamente podrido. Lo hemos enterrado aquí cerquita.
—¿Por qué le parece que decidieron asaltar Marina Cué con un despliegue tan desproporcionado de 600 efectivos militares contra apenas 50 campesinos? —pregunto a Mariano Castro.
—Fue un aviso para que no sigan las ocupaciones. No quieren una reforma agraria. Y les daba miedo que el Gobierno de Lugo avanzara en la justicia social —contesta medio en guaraní, medio en español.
La masacre, sostiene Castro, fue el primer paso del golpe de Estado que derrocó al presidente Fernando Lugo.
Golpe de Estado parlamentario. La Matanza de Curuguaty ocurrió el día 15 de junio del 2012. El día 21 del mismo mes, los partidos políticos conservadores, el Partido Colorado y el Partido Liberal, que dominaban completamente la cámara, decidieron utilizar estos hechos para ultimar el «juicio político» contra el presidente Fernando Lugo. Querían arrebatarle la presidencia a este antiguo obispo de la teología de la liberación que había llegado al poder en las elecciones del año 2008, rompiendo seis décadas de monopolio del Partido Colorado, una formación que gobernaba ininterrumpidamente desde la dictadura fascista y declaradamente nazi del general Stroessner, al cual había apoyado.
Lugo ganó las elecciones como presidente, pero el Congreso estaba dominado en el 93% de los diputados por los partidos conservadores, el Liberal y el Colorado. El presidente ni siquiera controlaba el Ejecutivo, pues gobernaba en coalición con los liberales cuyo dirigente, Federico Franco, ostentaba la vicepresidencia y habría de ser el hombre que liderara el golpe parlamentario.
La Constitución paraguaya regula en su artículo 225 la posibilidad de destituir al presidente de la República a través de un juicio político «por mal desempeño de sus funciones, por delitos cometidos en el ejercicio de sus cargos o por delitos comunes».
El día 21, pues, a las 6 de la tarde, la mayoría de los diputados notifican la acusación contra Lugo. El juicio público deberá celebrarse en la cámara el día siguiente a las 12 del mediodía. La defensa de Lugo disponía de menos de un día para prepararse y su intervención quedaba limitada a una exposición de 30 minutos. La destitución estaba decidida y la Matanza de Curuguaty era la acusación más relevante de las que se presentaban en contra del presidente.
Lo que es de pública notoriedad no necesita ser probado
Mencionemos solo algunos detalles para ver cuál fue la seriedad de este juicio político, que terminó en golpe de Estado parlamentario, una nueva figura del manejo de la política que permite a los poderes fácticos apoderarse de las estructuras del Estado sin necesidad de imponer una dictadura.
El guion: El juicio se anunció, como decíamos, el día 21. Un jueves. En su edición del viernes los diarios explicaban cómo iba a desarrollarse el programa que les había facilitado la Cámara: a las 14 horas, acusación por parte del Parlamento. A continuación, el abogado de Lugo dispondrá de 30 minutos para la defensa y seguidamente los parlamentarios analizarán los hechos expuestos. Finalmente —¡he aquí el milagro!—, a las a las 18 horas «se procederá a la lectura de la sentencia de destitución». ¡Antes del juicio el propio programa oficial de la Cámara ya anunciaba la sentencia!
Las pruebas: la prueba principal fue el recorte de un artículo publicado en el diario ABC, el diario del Partido Colorado, donde se acusaba a Lugo de la masacre. «Las pruebas que sustentan la acusación son de pública notoriedad, motivo por el cual no necesitan ser probadas», dijo uno de los diputados levantando el recorte del diario ABC.
Nadie se preguntó durante el juicio cómo podía ser Lugo responsable de la masacre desde la presidencia y al mismo tiempo desde la posición de los campesinos. O si, como es el caso, si el ministerio fiscal había decidido juzgar a los campesinos pero no a los atacantes, ¿acaso no pertenecía Lugo, en su condición de presidente, a los atacantes, exentos, al parecer, de responsabilidad?
Destituido Fernando Lugo, Federico Franco asumió aquel mismo día la presidencia interina, a la espera de las elecciones que habían de celebrarse el pasado mes de abril.
Como reacción al golpe parlamentario, Paraguay fue suspendido del Mercosur y se le vetó su presencia en la Cumbre Iberoamericana que se celebró en Cádiz el noviembre del 2012.
Pero el enfado quedó pronto en una paternal regañina y el propio Franco, que hizo una pequeña gira europea, sería entrevistado en la televisión española para afirmar, con desparpajo y una gran seguridad, que habían conseguido frenar el chavismo en Paraguay y que los empresarios españoles no encontrarían un mejor lugar para invertir su dinero.
Los periodistas que le entrevistaban —a los que Franco se dirigía por su nombre de pila después de consultar el papelito que tenía encima de la mesa a modo de chuleta—, le escuchaban henchidos de orgullo sin hacerle ninguna pregunta que pudiera incomodarle.
Interludio con sermón parroquial
Existe una anécdota que ilustra la osadía y el desparpajo de Federico Franco, quien gobernó el país durante 12 meses, antes de que el nuevo presidente electo, Horacio Cartes, tomara posesión de su cargo el pasado día 15 de agosto.
Se celebraba en la iglesia de Villa Florida el 132 aniversario de la fundación del templo. Federico Franco ocupaba el banco de las autoridades. Oficiaba la misa el obispo Melino Medina. Llegó el momento de la homilía y el obispo quiso hablar del peligro que significa para la salud el uso de las semillas transgénicas y la fumigación a gran escala.
Franco, contrariado, se precipitó hacia el púlpito para interrumpir al obispo y aleccionar a los parroquianos: «¿Usted cree, monseñor, que si los transgénicos fueran a perjudicar la salud y el ambiente yo los permitiría?», dijo en su nueva función apostólica.
«Mediante los transgénicos —añadió— los agricultores van a usar menos insecticidas y habrá mejor producción», concluyó antes de pedirle al prelado que le presentase los documentos que demostraban dicha peligrosidad.
El obispo dijo que así lo haría si le brindaba la ocasión de recibirle en el Palacio del Gobierno acompañado de algunos expertos.
Y continúo la misa: alabado sea el Señor.
Criminalizar al campesino
Curuguaty, julio 2013
Jorge Galeano es uno de los principales dirigentes del Movimiento Agrario Popular y uno de los políticos que participó en la campaña electoral que llevó al obispo Fernando Lugo hasta la presidencia de la nación.
Le entrevistamos en Curuguaty durante el pasado mes de junio. Galeano coincide con Mariano Castro en que la Matanza de Curuguaty forma parte del acoso a los campesinos en su lucha por la tierra.
—Fue un golpe que le dieron a Lugo desde dentro —sostiene—, en el que sus propios ministros del Partido Liberal se pusieron de acuerdo con los colorados. El golpe tenía tres objetivos: instalar, repito, una campaña de criminalización contra los campesinos para tratar de frenar la reforma agraria; echar al presidente con un juicio político de ropaje legal; y retornar a un Gobierno que pueda ser instrumentalizado por las multinacionales del agrocultivo, la minería, las grandes ganaderías y las inmobiliarias.
—¿También las inmobiliarias?
—¿Sabe usted quién es uno de los hombres más ricos del país gracias a la venta de tierras y a la construcción de viviendas? Aldo Zuccolillo, el propietario del diario ABC. La venta de tierras y la construcción de viviendas se han convertido en un inmenso negocio. Zuccolillo compra tierras a los campesinos. Y luego les ofrece un terrenillo cerca de la ciudad, además de especular con la venta de grandes extensiones para las multinacionales y los inversores extranjeros.
—El nuevo presidente interino declaró que las inversiones extranjeras en la agroindustria y los biocombustibles son de interés nacional.
—Para nosotros se trata de una desgracia. Ustedes mismos, en el puerto de Barcelona, tienen los silos de una multinacional, Bunge, que produce e importa la soja transgénica. Así funciona la economía en el mundo de hoy: ustedes disfrutan de unos productos de un comercio sin identificar. Solo su precio lo hace apetecible. Pero este precio arruina y condena a morir a otros que, en este caso, son nuestros campesinos.
—Casi tuvieron la oportunidad de hacer una reforma agraria legislando desde el Gobierno de la nación.
—Pero no lo conseguimos. Ahora la rueda vuelve a girar en contra nuestra. Pero si no queremos perecer, llegará un día en que habrá que reconstruir este desierto donde antes había árboles, animales, pequeños cultivos, pozas de agua cristalina. Nos tocará cambiar el nuevo ciclo infernal e inhumano que se impone fuera del control de los propios paraguayos y que, aunque ustedes no lo quieran escuchar, también les concierne como consumidores e inversores.
Una chocolatina para el Día del Niño
Colonia Santani, julio 2013
Viajo por caminos de tierra hacia el asentamiento campesino Santani donde vive una comunidad de 60 familias que hace 15 años consiguieron ocho hectáreas y media para cada una de ellas, de la inmensa finca que el militar Ruiz Díaz donó al Estado, después de haberla recibido como regalo del general Stroessner.
Pedro López nos recibe en su pequeña granja, compuesta de varias cabañas, una cocina de leña separada, una letrina, el depósito comunitario de agua y los corrales. Pedro cultiva moringa para uso medicinal, además de mandioca y otros productos para el propio consumo.
Mientras hablamos, su esposa desgrana unas mazorcas.
El asentamiento donde vive la familia está aislado entre extensas plantaciones de soja, y lo que antes era el paisaje habitual en estos parajes, ahora parece un oasis, una pequeña protuberancia en medio del horizonte ondulado, completamente plano, que se extiende como una alfombra más allá de donde alcanza la vista.
Explica Pedro López que ya son 26 las familias del asentamiento que aceptaron vender su propiedad a la multinacional que presiona para echarlos de la tierra. Pero que de todos ellos solo les llegan malas noticias. «Por esto nos negamos a marchar». Y repite como argumento el maldito latiguillo: «yo no quiero ir a vender caramelos en un semáforo».
Pedro y su esposa tienen 13 hijos. Las últimas son dos gemelas de 11 años, Anabel Rocío y Rocío Anabel.
Dice Pedro que la fumigación en los sojales les ha cambiado la vida. Han desaparecido las abejas, se les secan las plantas y su hija, Adela, de 18 años, murió de no se sabe qué pero piensan que fue por culpa de los pesticidas, pues también ha habido algunas enfermedades desconocidas entre los moradores. Unas cuantas mujeres han perdido al bebé, y su otro hijo, Nelson, de 28 años, sufre terribles dolores de cabeza, no puede conciliar el sueño y parece como si hubiera envejecido prematuramente. También el río donde se bañaban ha enfermado y cuando se sumergen en el agua que antaño era cristalina les salen ronchas en la piel.
—¿Qué dicen los médicos? —les pregunto.
—El médico viene una vez al año —responde.
Las inmensas plantaciones que les rodean suelen rotar tres cosechas, la soja, el maíz y la avena. La empresa fumiga sin avisar, de noche y de día, incluso cuando el viento sopla en dirección a las pequeñas granjas.
Pedro ha ido en varias ocasiones a protestar sin obtener ningún resultado. Solo una vez al año, el 30 de agosto, el Día del Niño, los de la multinacional mandan a un empleado suyo hasta el asentamiento campesino y reparte chocolatinas entre los niños.
—Nos dan una chocolatina para cada niño —dice Pedro señalando a las gemelas Anabel Rocío y Rocío Anabel..
La tierra, el precio y la venganza
Asunción, julio 2013
«Para los guaraníes, la tierra no fue nunca un simple medio de producción económica», dice el jesuita Bartomeu Melià..
Melià, mallorquín —nada que ver con la familia de los hoteles Melià—, galardonado con el prestigioso premio Bartolomé de las Casas, es un sabio de 81 años. Estudioso del guaraní y de los indígenas de Paraguay y Brasil, vive rodado de una biblioteca de más de 14.000 volúmenes dedicados a su especialidad aunque él, puntualiza con una sonrisa pícara, no solo se ha dedicado al estudio, sino que también se ha pateado el terreno, el trabajo de campo.
—Estuve viviendo durante tres años con un grupo indígena que acababa de ser conectado y que nunca antes había visto al hombre blanco. Cada mañana nos pintábamos y yo, como ellos, iba completamente desnudo… exceptuando las gafas.
—¿Cómo se llamaban estos indios?
—Eran los enawene nowe, que debe traducirse como «hombres he aquí auténticos». Yo llegué al Brasil porqué el dictador Stroessner me echó de Paraguay. El general estaba harto de «este jesuita que se preocupa de los indios». Y me hizo un gran favor. Fue una bendición de Dios que me permitió esta enriquecedora convivencia con los enawene nowe. Luego, cuando cayó Stroessner, regresé a Paraguay y el hermano Vicente Cañas se quedó con ellos. A Vicente lo acabaron asesinando unos sicarios de los terratenientes locales, que querían echar a los indios para quitarles las tierras.
—Decía usted que para los guaraníes la tierra es algo más que un modo de vida.
—La tierra es la tekoha. Teko quiere decir manera de ser, de estar, costumbre; la tierra, por lo tanto no es solo un sistema de producción. Es el lugar donde los guaraníes viven según su modo de ser, sus costumbres. Sin tierra no hay teko. De ahí la idea de la «tierra sin mal» que tanto impresionó a los jesuitas: la tierra buena donde se puede vivir de la abundancia de los productos que sustentan nuestra vida. Pero también la tierra que asegura el convite, la fiesta. De manera que la tierra tiene esta dimensión económica, ecológica y también mítica. Y de esta cosmovisión nace precisamente el sistema económico de reciprocidad, que es el concepto que tienen del trabajo; el jopoi. Jopoi quiere decir manos abiertas. El trabajo, pues, es un concepto de intercambio, de compartir. El precio, que es el concepto central de la economía de mercado, es algo que ellos desconocían. Cuando todavía hoy dicen «esto es muy caro», dicen hepy eterei. ¿Sabe lo que significa literalmente?
—No tengo la menor idea.
—¡La venganza es muy cara! El precio, pues, es la venganza. Observará que se trata de un concepto completamente distinto a nuestra manera de entender la economía. Aunque nos pueda parecer inaudito tal y como funciona hoy el mundo, también existen otras maneras de entender la economía, como es, en este caso, la economía de reciprocidad, de intercambio.
—Nada que ver, pues, con nuestra idea del «progreso».
—Paraguay surge de un proceso colonial que empezó en el siglo XV y XVI, pero que todavía no ha terminado. Hoy asistimos a la continuación de aquel genocidio. Occidente difícilmente ha tenido a lo largo de su historia una visión crítica de los resultados destructivos de sus actividades en el mundo, porque todo proyecto colonizador se hace siempre con la idea «civilizadora». Este convencimiento, permite justificar lo que ahora se llaman «daños colaterales». El colonizador hace una «historia» según su propio sistema. Pero nadie quiere escuchar la voz del colonizado. Los guaraníes de las misiones jesuíticas escribieron una extraordinaria y extensa crónica de la guerra y la destrucción que sufrieron. Los textos originales en guaraní se pueden leer en Madrid. Pero no figuran en la historia oficial. Y entre estos textos y la crónica «oficial» hay, evidentemente, una gran diferencia. Es como si la historia de Cataluña la escribe uno de Girona o la escribe uno de Madrid. No sería la misma historia, sin duda. Recientemente publiqué un artículo que titulé «Una historia de genocidios y otros (oc)cidios». Lo hice para explicar cómo, además del genocidio, asistimos al intento de acabar con su cultura —etnocidio— y la destrucción del territorio y del medio ambiente —ecocidio—.
—¿Los mercados y las multinacionales son los nuevos colonizadores?
—Utilicemos el sentido común: ¿le parece acertado que existan finqueros que disponen de miles de hectáreas (hay uno, Favero, que tiene más de un millón) mientras existen miles de personas que no tienen nada? Para que alguien pueda acaparar tamaña cantidad de tierra, otros la habrán de perder, ¿no? Y todo ello sin que los finqueros dejen ninguna riqueza en el país ni proporcionen trabajo alguno.
—¿De qué vive el Estado?
—¡Del IVA! El mayor empleador de país es el Estado… pero yo solo soy un estudioso del guaraní.
—Hábleme de Lugo…
—¡Lugo! ¡Ay, señor! ¡La Iglesia, Dios mío! Dicen que no hay que meterse en política, pero luego el propio nuncio apostólico presionó para echar al presidente Lugo. De todos modos, Lugo gobernó como si fuera un obispo…
—¿Cómo gobiernan los obispos?
—¿Usted ha despachado con algún obispo? El obispo te recibe. Bien, muy bien, dice. Saca una libreta. Escucha. Parece que garabatea algunas notas. Mmmm, reflexiona. Y luego, nada. Lugo llegó como una esperanza. Pero gobernó como un obispo. Y asustó a todo el mundo. Fíjese lo que ocurre en Brasil, Bolivia, Ecuador, Perú. Los norteamericanos solo tienen bien atada a Colombia. Y Paraguay era esencial. No podían aceptar la visión de Lugo. Supongo que habrá averiguado cómo se desarrolló el famoso juicio político… ¡son unos brutos y unos sinvergüenza! Y le diré que aquí tenemos una buena Constitución, unas buenas leyes. Pero las interpretan como quieren. ¿Le cuento una anécdota privada?
—Le escucho.
—Este año me querían dar un premio importante. Les dije que por motivos políticos no lo quería. Pero me ponen igualmente en la lista. Hacen las fotos del acto de entrega al cual yo no asisto. Buscan una persona para que lo recoja. ¡Una persona que nunca me lo ha dado! Publican que lo he recibido. Y se quedan tan frescos. Suerte que la historia trascendió y yo mismo pude explicar públicamente que no quería un premio de este Gobierno y los motivos por que no lo quería.
Yo, el supremo
Elecciones. Después de la destitución de Fernando Lugo, las elecciones para escoger a un nuevo presidente se celebraron el pasado mes de abril. El candidato colorado, el hombre de negocios multimillonario, Horacio Cartes, ganó ampliamente. La oposición, desmembrada, solo sacó algunos diputados.
Cartes de 54 años, tomó posesión de su cargo el 15 de agosto, en una ceremonia a la que no asistió ningún mandatario de relevancia europeo, aparte del príncipe de España, Felipe de Borbón, si bien entre los invitados destacados figuraban el presidente del F. C. Barcelona, Sandro Rosell, y el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez.
Cartes, como buen representante de las nuevas generaciones de millonarios que llegan a la política, también tuvo su club de fútbol, el Libertad de Asunción.
Curiosamente, la primera vez que Cartes votó fue en las elecciones del 2008, y en solo tres años —se afilió al partido Colorado en el 2009— pasó de un desinterés patente por la política a una pulsión irrefrenable por ocupar la máxima representación del Estado.
Antiguo piloto de avión, dueño de una fábrica de cigarrillos, exportador de madera —«narcorrollo» lo llaman sus detractores— propietario de un banco, de numerosos cultivos de tabaco y de soja, Cartes ha sido señalado por la DEA como uno de los principales narcotraficantes de la región, en uno de los países con mayor producción de droga y tráficos ilícitos de todo el continente. Los papeles de Wikileaks lo relacionan asimismo con el blanqueo de capitales, pero su pasado pesa hoy menos como una mancha que como una esperanza para los amigos del norte, que temen sobre todo al chavismo.
«Dios me dio habilidades en la vida empresarial y creo tener condiciones para volcarlas ahora en la política», dice este nuevo mesías que tiene como su prioridad «la lucha contra la pobreza», ha renunciado a su sueldo de presidente y está dispuesto, afirma, a poner de su bolsillo el dinero que necesita el país para pagar, si es necesario, a los funcionarios. En la nueva política, es notable, al parecer, una nueva ética según la cual ya no te ocupas del bien público, sino solo de lo que te pertenece. Y el Estado adquiere forma mercantil; pasa a convertirse en una propiedad privada de uso público, cuya buena o mala administración queda a criterio de los propietarios.
Curuguaty, julio 2013
En la plaza de la Amistad de Curuguaty converso con un campesino que votó al exobispo Fernando Lugo en el 2008 y esta vez ha votado por Horacio Cartes.
Explica el campesino que unos días antes de la jornada electoral, el Partido Colorado organizó en la plaza una espectacular parada propagandística y repartió a los campesinos más de 10.000 kilos de carne.
—Un kilo de carne bien envuelto para cada uno. ¡Como regalo! —dice el campesino.
Cada kilo se entregaba con un sobre cerrado con la papeleta de voto dentro.
—¿Por qué no cogió la carne y cambió el voto? —le pregunto.
El hombre me mira fijamente, sorprendido por la pregunta. Demora una eternidad en responder y cuando lo hace, lo hace bajando la mirada, desconcertado.
—Pero esto no se puede —dice—. Ellos lo sabrían.
Es evidente que el campesino no concibe la posibilidad de que no se sepa lo que ha votado. Para él, el político, siempre en su pedestal, sigue teniendo el aura del mesías. El demiurgo del castigo, la culpa, la recompensa. «Yo, el Supremo», como ha descrito magníficamente Augusto Roa Bastos esta presencia del Dictador Perpetuo encarnado en el papel del padre designado desde lo desconocido para reinar sobre los hombres.
Fotografía: Pablo Tosco (Galería completa del reportaje aquí)
Traducción al inglés: Carolina Camarmo
En Intermón Oxfam trabajamos en Paraguay desde 1991 fortaleciendo a las organizaciones campesinas en su lucha por defender el derecho a su tierra y apoyando en la agricultura familiar. Si quieres más info, pincha aquí.
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Felicidades por el reportaje, muy pero que muy interesante!!!!
«Cinco siglos después de la Conquista, una nueva colonización asalta los recursos naturales…
Escrito por un ingles sobre nuestro imperio o el belga en Congo, pero sin ninguna casualidad, no sobre el suyo.
Bien claro, si bien el colonialismo es un crimen contra la humanidad, el publicar estas descripciones sobre nuestro país, con absoluta candidez, solo lo hacemos (algunos de) nosotros.
‘Es evidente que el campesino no concibe la posibilidad de que no se sepa lo que ha votado. Para él, el político, siempre en su pedestal, sigue teniendo el aura del mesías. El demiurgo del castigo, la culpa, la recompensa. «Yo, el Supremo», como ha descrito magníficamente Augusto Roa Bastos esta presencia del Dictador Perpetuo encarnado en el papel del padre designado desde lo desconocido para reinar sobre los hombres.’
Como en España, vamos: Rajoy nos lo da y Rajoy nos lo quita. Rajoy nuestro que estás en los cielos, bienaventurado sea tu nombre, así en la Tierra como en el cielo, y líbranos de la troika. Amén.
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Leo el magnífico artículo de Bru Rovira con sentimientos encontrados. Por un lado con la impresión que gran parte de América latina no levanta cabeza. ¿Qué diferencia encontramos entre la Centroamérica bajo United Fruits de la que nos hablaba Kapucscinski y la actual Paraguay? ¡Desolador! Por otro, con el placer de descubrir periodistas que viajan, conviven, investigan y analizan como hizo Kapuscinski en su momento. Incluso mejor: dando voz a los actores de la historia. ¿Nuevo o viejo periodismo? Sin duda necesario. Espero más páginas de Rovira.
magnífica lección de historia real.
Real, sin aliento. Las multinacioanales dijo un extensionista (extensión agraria) son empresas sin alma.
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Enhorabuena por el reportaje. Explicáis de forma clara que es lo que está ocurriendo con la tierra y la especulación en Paraguay y de qué manera el gobiernos y las multinaciones se están enriqueciendo a costa del expolio de sus ciudadanos. Creo que es importante que como ciudadanos occidentales conozcamos la realidad de los macrocultivos y el expolio de tierras en estos países. Es un primer paso para romper el silencio con el que tienen que vivir tantas víctimas y campesinos que están luchando por sus tierras y sus derechos.