Yo soy Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!
(Ozymandias, Percy Bysshe Shelley, 1818)
Dentro de ocho capítulos comprobaremos si Breaking Bad cristaliza como una de las tres mejores series de la historia de la televisión. Clausurar con brillantez esta salvaje huida hacia adelante no se antoja fácil, pero Gilligan y cía han dado sobradas muestras de que saben cómo manejar la nitroglicerina narrativa que tienen entre manos.
Sin embargo, ahora que se acerca el final de la metamorfosis de Walter White, tan relevante como el cierre narrativo es la «clausura moral» del relato. Ambas están entrelazadas, como es lógico. Porque desde aquel encontronazo con Jesse y aquella primera «cocinada» de cristal —medio en pelotas, ahumando el desierto de Nuevo México—, Breaking Bad se ha caracterizado por levantar una serie gravemente moral. De esas que estampa al espectador contra el muro de su conciencia una y otra vez. Pocas teleficciones nos han obligado a asomarnos al abismo de la naturaleza humana con tanta intensidad… y hacernos disfrutar con las vistas.
El hombre, el mal y unos antihéroes a los que adoras. Empatía, lo llaman. Quizá el primer Dexter, el inefable Tony Soprano o la impresionante cabalgada de The Shield podrían emparentar con el grado de gris ético que dibuja Breaking Bad. Pero existe una diferencia crucial: al inicio de la historia Walter White es un tipo normal. No un serial-killer domesticado, ni un mafioso con corazoncito patoso, ni un poli tan cabrón como efectivo para contener el crimen en la jungla de asfalto. No. Es un profesorucho que vive con miedo y anda abonado a la derrota:
Doctor, mi esposa está embarazada de siete meses, con un bebé que ni siquiera planeamos. Mi hijo de 15 años tiene parálisis cerebral. Yo soy un profesor de Química extremadamente superdotado. Cuando puedo trabajar hago 43.700 dólares al año y, sin embargo, he visto como mis colegas y amigos me han superado en todo lo imaginable. ¡Y en 18 meses estaré muerto! ¿Y me pregunta por qué huir? (Bit by a Dead Bee, 2.3.).
Esa confesión de Walter ante el psiquiatra —formaba parte del pretexto para acreditar su ausencia tras ser secuestrado por Tuco Salamanca— marca bien la primera clave empática del relato: el espectador se pone del lado de Walter White porque es una víctima. Revisar el capítulo piloto —una experiencia muy enriquecedora con la perspectiva que otorga ahora toda la serie— sirve para recordar por qué el personaje interpretado por Bryan Cranston genera tanta identificación.
Cinco temporadas y un capazo de cadáveres después, ¿seguimos los espectadores queriendo que Walter White triunfe? Es más: a estas alturas de la guerra, ¿qué entenderíamos por «triunfar»? El propósito de este artículo es intentar explicar cómo los relatos televisivos nos hacen adorar a personajes que detestaríamos en la vida real. Puesto de otro modo: cómo la ambigüedad moral ejerce de motor narrativo y qué respuestas (emocionales y morales) demanda del espectador.
Atención: a partir de aquí, ESPOILERS de las cinco temporadas de Breaking Bad.
La posmodernidad es antiheroica, el cable también
En primer lugar, hay un asunto ideológico: la posmodernidad cultiva el antiheroísmo. Hay un humus intelectual —certezas blandas, relativismo rampante— que provoca que las nociones de Bien y Mal estén proscritas, de modo que al heroísmo le ha pateado el culo el cinismo. Se ha convertido en mainstream un ambiente intelectual pesimista, derrotista y autoflagelante que también ha salpicado a las ficciones audiovisuales de calidad. Con un añadido empresarial: la televisión por cable siempre ha querido diferenciarse de las networks tradicionales.
Esto, como ya se ha explicado hasta la saciedad, ha generado un círculo virtuoso donde la competencia ha espoleado la vitalidad artística y la fecundidad estética. Si la HBO dinamitó la «escala tradicional de valores» con Los Soprano y Deadwood, Showtime siguió su grupa explorando ese modelo del antihéroe simpático con un Dexter Morgan, una Nancy Botwin o un Hank Moody. Si FX demostró que un policía corrupto y criminal o un bombero alcohólico y depresivo podían ganarse el aplauso de la audiencia, AMC surfeó la misma ola con Drapers, Whites y demás vecinos de enfrente. Es decir, se han entremezclado elementos ideológicos y empresariales para generar una determinada constante temática en la narrativa serial.
Esto es inédito. Hace 20 años había (no tantas como ahora, cierto) series excelentes; sin embargo, el antiheroísmo constituía la excepción, no la regla, en los shows más influyentes. Esto no quiere decir que solo la ambigüedad provoque drama de calidad. Simplemente, la brillantez provenía de otros costados. Recordemos un emblema: Expediente X. Sus protagonistas, cortados por el patrón heroico clásico, amasaban multitud de conflictos internos y externos, pero nunca dejaban de ser personajes positivos; el villano estaba identificado y la corrupción anidaba en las instituciones, no en las almas de Mulder y Scully. En la televisión en abierto ocurre igual: The West Wing, Lost o The Good Wife exhiben personajes repletos de aristas, penetrantes, sí, pero carentes del retruécano moral presente de forma estructural en el cable. Porque ahí, desde Oz y Los Soprano, el antiheroísmo ha sido uno de los rasgos dramáticos más esponjosos y la contradicción interna de los protagonistas una semilla de la que nacen los conflictos del relato. Breaking Bad es, simplemente, la última estación del viaje.
Identificación con el personaje: alineamiento y complicidad
Carl Plantinga, siguiendo a Murray Smith, establece una distinción (Midwest Studies in Philosophy, 2010) que ayuda a entender el juicio moral y las actitudes del espectador hacia personajes como Walter White. Este teórico del cine resalta dos niveles: el alineamiento (alignment) y la complicidad/lealtad (allegiance). Lo primero es «una característica de la película»; lo segundo es una respuesta de la audiencia, provocada por la obra audiovisual.
En primer lugar, explica, nos alineamos con un personaje mediante una «relación espacio temporal» (esto es: el relato nos muestra qué hace el personaje en su entorno) y un «acceso subjetivo» (la narrativa también nos revela qué siente, desea, quiere el personaje). Por expresarlo llanamente: pasamos tiempo con Walter, conociéndole, tratándole, asistiendo a sus dudas y confidencias, convirtiéndolo en «amigo». Breaking Bad está fuertemente focalizada por Mr. White, por lo que seguimos al protagonista en el dolor y la enfermedad, el amor y la amistad, la esfera doméstica y el ámbito criminal.
Sin embargo, la allegiance implica subir un peldaño: el personaje se gana la aprobación del espectador. Es decir, esta complicidad se enraíza en la evaluación que el espectador hace de los rasgos morales de un personaje; como explicaremos en seguida, no conviene caer en el simplismo binario de acciones buenas o malas, puesto que el asunto resulta, por suerte, más engorroso.
Víctimas y empatía
Un personaje dramáticamente rico hará cosas buenas, discutibles, malas, ocres o aguachirladas; la clave de la alianza espectador-protagonistaradica en que en todo momento juzgamos al personaje con cierta benevolencia. Creamos un sistema de valores propio para acercarnos a una historia de ficción. Establecemos, en definitiva, un «pacto moral» diferente. ¿Por qué? Porque la simpatía hacia un personaje no pasa necesariamente por que exhiba un comportamiento éticamente cabal. No.
«Simpatizamos con personajes que están en peligro o deben ser protegidos —escribe Plantinga—, con personajes que sufren o están afligidos o con personajes que sentimos que son tratados de manera injusta». Recordemos que Walter White inicia el relato como un perdedor XXL, un tipo del que hasta sus alumnos se mofan en el lavadero de coches. Un don Nadie. Un mierda. Al que, para más inri, le diagnostican un cáncer atroz. Jesse no le va a la zaga: a pesar de su estampa de pícaro, pronto descubrimos su adicción, la imposible relación con sus padres, su tristeza vital y, por si no fuera bastante, su imán para atraer todas las palizas.
Además, una de las habilidades de los creadores de Breaking Bad es la de hurtarnos, en la primera temporada especialmente, las consecuencias potencialmente brutales de los actos delictivos de Walter y Jesse. Los efectos perniciosos de la metanfetamina apenas asoman la patita; la repercusión del viaje de Walter en su círculo íntimo es nula. Estos actos sin consecuencias facilitan la afinidad inicial del espectador hacia los «nuevos emprendedores», obligándonos a establecer una enrevesada relación con esos protagonistas, un vínculo que germina desde una ética borrosa, con anteojos y sin paracaídas. Porque, claro, la gracia de la serie es convertir a «Mr. Chips en Scarface», según la feliz premisa voceada por el propio Vince Gilligan.
Bajar la guardia
El poder emocional de la imagen en movimiento es gigantesco. La identificación/juicio moral sobre el que estamos reflexionando aquí no se produce solo en el ámbito de la trama, sino que también opera en la forma audiovisual: música contrapuntística, diálogos reveladores, voz en off intimista, ralentizaciones épicas, primeros planos, iluminación simbólica, angulaciones exultantes, interpretaciones magnéticas, etc. El relato audiovisual puede desplegar multitud de recursos formales que nos cogen con la guardia baja y, así, logran nuestra adhesión a tal o cual personaje. Y, como bien ha explicado Noël Carroll (Movies, the Moral Emotions, and Sympathy, 2010), el juicio moral que trazamos en las ficciones audiovisuales está muy condicionado por respuestas emocionales… fácilmente manipulables, por tanto. ¡Si hasta un caníbal como el sofisticado Dr. Lecter es capaz de hacernos tilín!
En Breaking Bad hay un caso paradigmático al respecto. Sentimos mucha más identificación con Walter White que con su esposa Skyler. Por un lado, hay una jerarquía evidente que lo facilita: el primero es el protagonista absoluto, mientras que la segunda es un personaje sabroso, sí, pero secundario. Sin embargo, al escarbar algo más encontramos un reflejo interesante de la inevitable manipulación de la empatía. La segunda —a pesar de estar embarazada y soportar mentiras del tamaño de la catedral de Burgos— ha sido odiada por buena parte del público. ¿Su pecado? Básicamente, pedirle a su marido que le dijera la verdad durante las dos primeras temporadas. Aquí es donde entran en combustión tanto el alineamiento como la complicidad. El giro por fin ha llegado en la quinta temporada, cuando el alma de Walter ya se ha ennegrecido tanto que ha pisado directamente el terreno del maltrato doméstico, en una memorable escena de terror psicológico que acaba con Skyler, desesperada, intentando ahogarse en su propia piscina (Fifty-One, 5.4.). Por fin la percibimos como víctima; incluso nos sorprendemos de habernos puesto tímidamente a apoyar a su equipo.
En el descenso a los infiernos que supone toda la peripecia de Walter White, solo durante esta última temporada se ha empezado a oler a azufre. El diablo ha dejado asomar su rabo en el citado amedrentamiento doméstico, pero también, con mayor hipocresía aún, tras la muerte de aquel niño que pasaba por allí (Dead Freight, 5.5.). Nunca unos silbidos atronaron tanto. Jesse Pinkman descubrió ahí, por fin, que es la careta de hombre la que esconde al monstruo.
Mas, si miramos atrás, descubrimos que Walter White lleva tiempo cabalgando el crimen. Desde el primer relincho. No olvidemos que en el piloto fosfatiza a Emilio y, poco después, ahoga a Krazy-8 con un candado, en una escena de dureza maccarthyana. Más adelante llegará la guadaña para el lunático Tuco (Grilled, 2.2.), la chutada Jane (Phoenix, 2.12.), los dos matones atropellados en Half Measures (3.12.), el pobre Gale (Full Measures, 3.13.) o, ay, la voladura controlada del impoluto Gus Fring y sus dobermans (Face Off, 4.13.). ¡Ahí es nada!
Aun así, con tanta sangre de por medio, siempre hemos apoyado al equipo de Walter. ¿Por qué? Porque el tipo interpretado por Bryan Cranston se nos ha presentado, desde aquel cold open donde grababa una despedida en calzoncillos, como una víctima, logrando que nos solidarizáramos vigorosamente con él. Su transformación es sutil, atestada de salidas de emergencia y, sobre todo, contiene altibajos, dudas, caídas y vueltas a la casilla de salida. Casi duele —y produce melancolía cinco temporadas después— contemplar su agobio, en el baño, mientras se aporta razones a favor y en contra de «liquidar» a Krazy-8 (… And the Bag’s in the River, 1.3.). Escribe en la columna a favor de dejarle con vida: «Es lo que manda la moral», «puede que escuche a razones», «estrés post-traumático», «no serás capaz de vivir contigo mismo», «principios judeocristianos», «tú NO eres un asesino», «lo sagrado de la vida», «¡El asesinato está mal!». En la de la derecha hay una sola razón, muerta de frío: «Matará a toda tu familia si le dejas marchar»… y los añicos de un plato roto. Hábilmente, los guionistas siembran constantemente el relato de minas morales, donde solo cabe elegir entre guatemala y guatepeor. Logran así que Mr. White transmita una y otra vez la sensación de que sus decisiones violentas han sido un último e inevitable recurso, absolviéndolo en cierta manera de todas y cada una de ellas. Emmm, ¿de todas?
La coartada familiar
Siempre hay una excusa: la familia. Ocurre en un buen puñado de estas irresistibles propuestas borderline: Game of Thrones, Sons of Anarchy, The Sopranos, The Shield… Aunque la búsqueda del dinero por el bien familiar constituye un objetivo genuino en los primeros capítulos de la epopeya de Walter White, pronto se convertirá en una mera coartada exculpatoria. En una mentira más.
La precipitación hacia el mundo de la droga y las reprobables acciones que conlleva se justifican por una situación sobrevenida —la cercanía de la muerte a causa del cáncer— y un fin que se presenta como superior —la necesidad de abastecer a su familia—. Ambas pierden sentido conforme avanza el relato y Walter White se emancipa de sus justificaciones: el cáncer remite y Heisenberg amontona tantos billetes en su «negocio» como para «aparecer listado en el índice Nasdaq» (Cornered, 4.6.).
Durante parte de la serie, Walter White exhibe una conciencia que admite la maldad de sus acciones y, en consecuencia, llega a manifiestar un fuerte sentimiento de culpa. Por eso es tan rabiosa su respuesta ante una buena noticia objetiva: la remisión de su enfermedad (4 Days Out, 2.9.). Walter responde dañándose a sí mismo (se golpea furiosamente los nudillos en el baño), puesto que en ese momento intuye que no podrá soportar el peso de todo el dolor que ha estado causando; ya no puede esgrimir el atenuante de que lo hacía por un bien mayor «disculpado» por la inminencia de su muerte. Es un sentimiento que hace explícito en esa delicia minimalista que regala The Fly (3.10.):
Skyler y Holly estaban en otra habitación. Podía oírlas por el monitor cuida-bebés. Ella estaba cantando una nana. ¡Si hubiera vivido justo hasta ese momento y ni un segundo más…! Habría sido perfecto (…) Solo digo que he vivido demasiado.
En el ámbito económico, Walter, ya de suyo maestro del autoengaño, encontrará puntualmente el apoyo de Skyler (Kafkaesque, 3.9.). Ella también escuda su incursión en el mundo criminal bajo la misma coartada que su marido: defender la integridad física de su familia. Sin embargo, la sensación de culpabilidad de una y otro resultan radicalmente opuestas. Skyler se sume en la depresión y el terror al calibrar las consecuencias de sus actos mientras que Walter sigue ascendiendo en la cadena alimenticia. Gud Fring ya le había advertido, en plan patriarcal, que uno haría cualquier cosa por los hijos (Más, 3.5.):
Walter White: He tomado una serie de muy malas decisiones, y no puedo tomar otra más.
Gus Fring: ¿Por qué tomaste esas decisiones?
Walter White: Por el bien de mi familia.
Gus Fring: Entonces no fueron malas decisiones. ¿Qué debe hacer un hombre, Walter? Un hombre abastece a su familia.
Walter White: Esto me costó mi familia.
Gus Fring: Cuando tienes niños, siempre tienes una familia. Siempre serán tu prioridad, tu responsabilidad. Y un hombre… un hombre provee. Y lo hace incluso cuando no es apreciado o respetado o, incluso, querido. Simplemente lo sobrelleva y lo hace… Porque es un hombre.
El relato expandido y la cara B
El hecho de que para Walter White la familia sea una excusa con la que justificar su nuevo yo criminal no impide que para nosotros, espectadores, la visualización del entorno familiar ejerza de bálsamo moral y actúe como un potente mecanismo de complicidad. Una breve escena del final de la tercera temporada ejemplifica esta idea a la perfección. Vemos a Walter White en su salón, dando la leche a la pequeña Holly. Un primer plano nos muestra cómo la niña le arrebata las gafas, en un instante de una ternura paternal subyugante (Full Measures, 3.13.). Con mucha astucia, los guionistas rehumanizan así a un personaje que viene de ajusticiar a dos matones y minutos después ordenará el asesinato de su compañero de laboratorio. Todo un salto adelante en la mutación de Walter White que, sin embargo, se nos presenta tamizada por un puñado de atenuantes: los niños, la familia, la cotidianidad. La defensa propia, as usual, opera como eximente en esas muertes, por supuesto, pero también el biberón de Holly y la devoción de un padre de familia entran en la ecuación moral que constantemente despeja Breaking Bad.
Esta estrategia de «dulcificar» el mal al presentar la esfera íntima y doméstica del personaje no es privativa de la ficción televisiva, ni mucho menos. Recordemos, por ejemplo, cómo El hundimiento —la película alemana que revive los últimos días de Adolf Hitler—, ofrece una de las más arriesgadas volteretas en este sentido. Sin embargo, hay algo en el relato serial —no en el autoconclusivo, sino en el que despliega una potente trama de fondo— que privilegia la ambigüedad vital de sus protagonistas.
Al disponer de 60 horas en lugar de dos para desarrollar los conflictos, la propia forma del relato permite adentrarse en los tiempos muertos, en la cara B de los protagonistas, en su faceta familiar, en su otro yo, en sus dudas. Tenemos más tiempo para ver como Tony Soprano, tras aplastar el cráneo de Ralph Cifaretto, puede dar un beso de buenas noches a sus hijos y olvidarse de la ansiedad de su profesión mientras come macarrones y se emociona con una película de Gary Cooper. O cómo Jamie Lannister, aquel malnacido que clavaba sus primeras garras en Juego de tronos merodeando conceptos tan repulsivos como «incesto» e «infanticidio con risitas», se humanizaba a base de palique, humillaciones, miembros amputados y una larga, dolorosa, confidencia con su captora. O cómo el matrimonio Jennings, los espías de la KGB que protagonizan la excepcional The Americans, pueden preparar los cornflakes de sus hijos tras una noche cazando agentes de la CIA en el Washington reaganiano. Así, el relato serial permite que los conflictos internos y externos se multipliquen, afilando salientes y excavando en la complejidad de estos antihéroes. Como con Walter White.
Equilibrios y antagonismos
Incluso cuando su alma se va oscureciendo, secundamos a Walter. En la cuarta temporada, por ejemplo, ya cuesta seguir comprando la parana del Walter White víctima. Este famoso monólogo del 4.6.: «No estoy en peligro, Skyler. ¡¡Yo soy el peligro!! Un tipo abre la puerta y le disparan. ¿Piensas que soy yo? ¡NO! ¡Yo soy el que llama a la puerta!». Tamaña arrogancia va de la mano de un mentiroso compulsivo capaz de seguir mirando a Hank a la cara, de un manipulador que no duda en poner en peligro la vida del pequeño Brock y de un desalmado que manda a su vecina en labor de zapa para saber si los matones andan cerca.
Y, aun así, el tour de force de los guionistas durante la cuarta temporada es lograr que todavía sintamos afecto por un tipejo así y deseemos su victoria. ¿Cómo? A babor siempre nada el flotador de los niños, ya citado. Verle despedirse amorosamente de su pequeña hija y haber asistido a su patética confesión a Walter Jr. nos obliga a recalibrar su fiereza: quedan trazas del maestro de química, del paterfamilias, del ultrajado por el cáncer. Pero a estribor también hay un jaque-mate emboscado: esa fascinación que cualquier espectador siente por la inteligencia superior, por el personaje avispado, por el timo a largo plazo. El ingenio te gana para la causa sí o sí. Derrocar a Gus Fring en un artero y letal juego de ajedrez, defendiendo sin peones ni torres un tablero amañado, oh amigo, eso derrite cualquier resistencia moral. Genera empatía porque todos anhelamos secretamente ser un poquito Walter White y partir la madre, que dirían en México, a los gángsters de cuello blanco.
Este último punto también resulta esencial para persistir en la identificación con un Heisenberg que sube el envite de perversidad en cada temporada. En los relatos, conectamos con personajes censurables mediante una estrategia de guión que se enmascara bajo la etiqueta de «equilibrio dramático». Blanco y en botella: el protagonista necesita un antagonista. Esto es: nos ponemos del lado de Nucky Thompson, Omar Little, Dexter Morgan, Patty Hewes o Nick Brody porque siempre hay alguien peor que ellos, mucho peor, de modo que establecemos una inconsciente comparación con otros personajes… y concluimos que nuestros protagonistas, a pesar de sus métodos violentos y sus crímenes, son «de los buenos». Gris moral. Walter White, incluso Heisenberg, siempre sería preferible a Gustavo Fring y demás ralea.
¿Hasta cuándo Walter White?
Como muchas de las series citadas evidencian, el partido que tomamos por estos antihéroes también tiene un límite. Breaking Bad es una serie que explora esa frontera de forma explícita desde su origen. Crimen y castigo. Por eso, no es casualidad que el gran cambio que exhibió la primera mitad de la quinta temporada fuera el de la ausencia de un villano reconocible enfrente. Ya no hay balanza. Heisenberg se ha aupado a la cima del negocio: «Me preguntabas Jesse si estaba en el negocio de la metanfetamina o del dinero. Ninguno de los dos. Estoy en el negocio de un imperio» (5.6.).
El protagonista es ya también su peor antagonista.
Skyler hace tiempo que lo sabe; Mike lo anticipó; Jesse lo sospecha; y Hank —un islote de integridad en el relato— no la va a cagar de nuevo. La ausencia de villano en la quinta entrega ha hecho emerger más, si cabe, la verdadera maldad de Walter: manipulador, abusón, insaciable, violento y más altanero que nunca. Su progresiva deshumanización está alentada por un orgullo desmedido que, conforme avanza el relato, pierde todas las resistencias morales que impone una emoción tan común como el sentimiento de culpa. Desprovisto de este, Walter White se convierte en un hombre sin piedad.
Y ahí aguarda es la gran pregunta que resta por responder en esta recta final: ¿hasta cuándo apoyaremos y justificaremos los actos de alguien sin compasión? Una respuesta que, durante los ocho capítulos que restan, se encaramará sobre una desconcertante paradoja: la de que para odiar a Walter White lo hayamos tenido que amar tanto.
No queda nada a su lado. Alrededor de las ruinas
de ese colosal naufragio, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas.
(Ozymandias, Percy Bysshe Shelley, 1818)
Pingback: Amar a Walter White, odiar a Walter White (Jot Down Cultural Magazine) | Diamantes en serie
Excelente análisis. Deseando ver el desenlace de esta obra maestra.
Me pareció un excelente análisis sobre Walter White.
Es cierto que la serie nos hizo amar tanto a Walter pero sinceramente para el final de la cuarta temporada yo ya lo quería matar. Por ahí he leído algunos comentarios que Walter White nunca existió y sólo era un alter ego de Heisenberg, pero supongo todos tenemos nuestro lado oscuro, sólo se necesita una chispa que detone esa personalidad, así como todo lo que vivió Mr. White.
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Genial. ¿Para cuándo uno sobre Jesse? Me parece otro de los personajes mayúsculos de la serie y también se ve sometido a una evolución bastante notable.
Muchas ganas de que llegue el próximo lunes.
¡Yo también opino lo mismo! La progresion del personaje de Jessie es espectacular y muy interesante.
¡Gracias por este análisis!
Montse
Totalmente de acuerdo. Los guionistas tenían previsto «matar» a Jesse al final de la primera temporada, pero afortunadamente vieron su potencial y cambiaron de opinión.
Creo que (EMO) hay un problema de punto de vista: en realidad Walter White nunca ha sido real. Sólo era el alter ego de Heisenberg y este se termina quitando la careta. Incluso en los primeros capítulos se puede ver en algunos momentos al tipo despiadado que se supone aún no existe.
Esto es básicamente un «Bruce Wayne es la verdadera máscara».
una frase que resume esta serie»fear is the real enemy» y cuando pierdes el miedo te acercas a heisenberg.
Ésta no la sigo. Estoy viendo ahora la del arquero que está muy bonita.
Crack!
¡Ja, ja, ja! ¡Se me ha adelantado por poco, Carlos!
Ahora echan una preciosa, preciosa, que se llama el Secreto de puente viejo.
Imposible leer página desde iPhone :(
¡Ja! Tanto móvil tanto móvil y luego no puede ni navegar por internet.
Estoy absolutamente expectante ante los finales de
«Breaking Bad» y «Dexter». Deseo fervientemente que la cosa vaya por la línea de la excepcional «The Shield», la serie que para mí ha tenido el mejor cierre de la historia hasta el momento.
Comparto esa idea:
http://gentedigital.es/comunidad/series/2011/02/07/el-mejor-final-de-una-serie-the-shield/
Por muchas razones, el gran referente para cerrar «Breaking Bad» es la historia de Vic Mackey.
Alberto, un placer reencontrarle en estos pagos alejados del reino de Hyde, que últimamente pareciera haberse tomado un trimestre sabático. Tengo que levantarme y aplaudir hasta que se me caigan las manos por su maravilloso comentario sobre «The Shield» con el que no puedo estar más de acuerdo. Soy incapaz de ponerle peros a esta serie, pero la secuencia final entre Claudette y Mackey separados por esa mesa, es de las que no olvidaré nunca. La he visto ya tres veces (la serie completa) y me están entrando ganas de empezar de nuevo…
Ahora tenemos entre manos otra maravilla que es «Breaking Bad» y le concedo todo el crédito del mundo y más, a su creador Vince Gilligan para cerrarla con broche de oro; hasta ahora, no ha hecho más que asombrarnos con su talento y creo que no hay motivo para temer un fiasco…
¡Saludos!
¡Demonios, iba a felicitar al responsable de este artículo sobre «Breaking Bad» y me doy cuenta de que también es usted! ¡JA,JA,JA! No sé que pasa últimamente, pero me pongo a leer algunos textos sin ver previamente el nombre del autor y al releer los comentarios y ver su nombre, he creído que intervenía en el debate como un lector más. Pues bien, le felicito otra vez porque plasma maravillosamente las sensaciones que experimento al ver la serie; vamos, que escribe usted muy bien. ¡Saludos de nuevo!
Sí te pareció bueno el final de «The Shield» te recomiendo ver «A dos metros bajo tierra» puede que sea algo predecible pero es poesía pura. No conozco a nadie que no se haya emocionado con el final de la serie.
Enhorabuena por el artículo. El final de la serie puede ser uno de los momentos más impactantes de la historia de la televisión, y el vacío que nos va a quedar a los fans, de órdago.
Yo sí que creo que existió un Walter White real, aunque escondiera dentro un Heisenberg que sólo aflora por un cúmulo de circunstancias. Casi todos tenemos un Heisenberg bajo nuestra piel que puede salir si se dan las condiciones oportunas.
Aunque es cierto que el Heisenberg de Walter es especialmente superdotado, eso sí.
Genial análisis. Por añadir algo, el hecho de dejar la empresa que el fundó y que, con sus descubrimientos, llegó a valer en bolsa 30.000 millones de dólares (creo recordar) y el hecho de que lo hiciera por una cuestión sentimental, ayudan al hecho de conseguir y perpetuar durante más tiempo la empatía hacía Walter. Esta baza, la de la empresa, se hace más evidente hacía el final, cuándo la «excusa» de la familia va perdiendo fuelle.
Excelente artículo.
Cuidado a los que no han visto la serie y quieren verla… mejor no leerlo si quieren saborear los grandes momentos que tiene esta serie sin conocer las sorpresas que aguarda.
Artículo verdaderamente brillante, de manual como se suele decir. Me quedo principalmente con esa idea, ya no hay un villano tipo Gus, está W
Algo que hay que destacar es que al final del ultimo capitulo que salio al aire un walter sin rival ni frenos y con un dinero que no puede ni contar decide abandonar a heisenberg, se retira del negocio e incluso, en esos ultimos minutos, podemos ver una especie de final feliz donde la familia esta reunida de nuevo, con sonrisitas incluidas entre skyler y el.
Walter rechaza el papel de villano absoluto luego de asumir el rol y darse cuenta que es mucho mas aburrido de lo que cuentan y eso no lo haria un villano de verdad, asi como no lo hizo gus.
Como esa patada que le dio al bully en la tienda de jeans en el primer capitulo, para walter no se trata sobre si esta bien o mal, el solo hace lo que tiene que hacer y todos quisieramos poder hacer lo mismo.
Estoy de acuerdo contigo, apenas se tiene en cuenta que walter se retira. Pero lo deja.
Me ha gustado el artículo.
Aunque siendo sincero, lo que pasa en la primera mitad de la quinta temporada no es más que un subrayado de lo que lleva ocurriendo hace tiempo. No me hace falta. De hecho me sobra.
Y Jesse está bien en las dos últimas temporadas, pero en las del centro era inexplicable que no lo hubieran matado. No hablo del actor, sino de qué hace un yonki en un imperio. Y esta vez no es el sobrino de un italoamericano.
Gran análisis, quizá algo arriesgado en algún momento pero ha sido una lectura excelente. ¡Enhorabuena!
Buena pieza, trabajada; mi opinión: el hijo es el único que puede acabar con él, precisamente el motivo de fondo original de su viaje del «bien» al «mal»…
gran artículo! enhorabuena! la evolución tanto de walter como de jesse a través de las temporadas esta impresionantemente bien conseguida, así como los giros de la trama y hasta la banda sonora! estoy deseando que llegue el final de la serie, espero que este a la altura de lo hasta ahora ofrecido
Grande Alberto, me ha encantado.
Es cierto que el artículo es sobre WW, pero no has hecho ni una referencia a Saul Goodman… Ese si que hace equilibrios.
Gran serie!
Cuando creíamos que el artículo no podía ser más redondo, encontramos un comentario de jmoliver5. #Doblez
La genialidad de esta serie y el porqué de su éxito para mi radica en que es una transformación que cualquiera podría sufrir. Lo ves pasar lentamente, sus primeras dudas, conflictos éticos, remordimientos, para caer en las peores cualidades, la avaricia (más dinero), la envidia (a sus amigos ricos), ira (asesinato de Mike) y soberbia (crear un imperio). Walter White no es más que un humano que se deja llevar por la ética de esta sociedad (americana), triunfar o morir).
Que Walter se convierta en el «malo» de la serie sería el final más épico de los posibles. Y me huelo mucho que los tiros andarán por ahí.
No olvidemos cual es realmente el causante de todo esto :
el sistema capitalista ultra liberal que en momentos de necesidad y cuando sus individuos ya no son útiles, prescinde de ellos sin más.
El cáncer, enfermedad fortuita ( que sea además un cáncer de pulmón lo que acontece a WW señala aún más lo injusto de culpar de los padecimientos a los individuos, que es lo que hace siempre el sistema) como causalidad de todo.
¿ en otro sistema donde la enfermedad y la curación no estuvieran tan íntimamente ligado al poder adquisitivo, donde la muerte de un familiar no representase la ruina económica de la familia… veríamos los que presenciamos en WW?
Si la moral individual esta íntimamente ligada a las afecciones, no menos cierto que esta ( en muchos individuos, ¿ en la mayoría ? ) representa no más que una fiel imagen de la moral que esta instaurada en el epicentro de la sociedad.
Si esto es así, ¿ es realmente malo WW?
Sesudo y currado artículo, felicidades. O te sabes la serie de memoria o la has ido revisando a medida que escribias, brillante.
Yo tuve una crisis en la tercera temporada, creo, porque me resultaba demasiado brutal y desagradable, deje de tener empatía por cualquier personaje. por suerte recuperé después el estómago. Pero la repulsión hacia la mujer de Walter se mantiene, la mataría!!!
Hay un aspecto fundamental de Walter White que hace que para mí sea (casi) imposible odiarlo. Walter White es una persona a la que la vida no le ha dado lo que él de verdad merece. Es el empollón, el niño brillante, el talento natural, al que no se le ha permitido triunfar como debe por circunstancias de la vida, aunque lo rozase con los dedos con la empresa que acabó siendo millonaria. Es el tipo al que la naturaleza le ha dado una mente para ser lo que quisiera y que en cambio tiene que soportar cómo personas infinitamente más mediocres que él ganan más dinero, lo putean, lo humillan. Cuando le diagnostican el cáncer y empieza a cocinar meta, una barrera se rompe. El miedo. La barrera que le impedía desplegar sus alas y triunfar, tener ese extra que le faltaba para ser arriesgado y tener éxito en una sociedad por naturaleza competitiva y salvaje, en lo legal y en lo ilegal. Pero para eso debe iniciar un proceso que supone despojarse de todo lastre moral. Para remate se encuentra en un ambiente, el de la droga, dominado precisamente por gente mediocre en lo técnico, chapucera, ignorante. Ahí es donde vemos posiblemente su gran talón de Aquiles: su orgullo, que es su gran pecado. WW es extremadamente inteligente, pero orgulloso y perfeccionista hasta la extenuación. Heisenberg y WW no son dos personas para mí distintas: Heisenberg es simplemente un WW sin miedo. Ambos son la cara de la misma moneda, la de quien valora la inteligencia por encima de todo, la de quien venera la ciencia, el trabajo bien hecho, la profesionalidad en definitiva. De hecho, en toda la serie no vemos a un WW actuar de manera más profesional que cuando cocina meta. Por todo eso, a pesar de su orgullo desmedido, me es imposible odiarlo hasta el día de hoy (veremos tras la traca final)
Estupendo comentario con el que estoy muy de acuerdo. ¡Pero es que además, me es absolutamente imposible odiar al «papá de Malcolm»! ¡Ja, ja, ja!
Iba a comentar algo similar a tu comentario que no entiendo cómo se le escapa al articulista: lo que diferencia a Walter de Heisenberg es el miedo. El segundo ya no lo tiene. De hecho hay partes de la primera temporada en las que se puede ver cómo alcanza el éxtasis tras romper esa barrera que le limitaba. Walter era un tipo asustadizo, cobarde, vivía con miedo a levantar la voz, a elevarse sobre el resto, a rebelarse, una vez superado este nace Heisenberg. Buen comentario.
Y muy buen post, aparte de alguna que otra omisión relevante.
pues a mi no me gusta breaking bad,pero la palabra odiar es demasiado fuerte,yo ni odio ni amo,no le doy importancia ni me he parado a pensar que sentimientos me provoca walter white jaja es que me la sopla,no me ha provocado odio,simplemente no me gusta y no la veo,el articulo o mas bien dicho el titulo del articulo es un poco pretencioso no? al que se la sopla breaking bad es porque lo odia?
Creo que donde dice «Yo soy un profesor de Química extremadamente superdotado». En realidad es «sobrecualificado» o «demasiado cualificado para el puesto».
Walter no es superdotado ni alardea de ello, simplemente sabe mucho más de química como para estar dando clases en un instituto.
Genial artículo, Alberto. Lo único que no veo tan claro es eso de que «una de las habilidades … de Breaking Bad es la de hurtarnos … las consecuencias potencialmente brutales de los actos delictivos de Walter y Jesse». ¿No es esa una de las «debilidades» de la serie?
¿Serían posibles historias como las de WW en sociedades con un Estado de Bienestar (sanidad gratuita universal) fuerte y solvente? El ultracapitalismo mafioso y corrupto resulta perversamente inspirador… Yo también quiero ser guionista yanqui jajaja!
Pero, ¿qué coño os pasa?
Llevo muchos años asombrándome de esa especie de síndrome de adicción a las series —la medicina actual no lo recoge, pero el imparable proceso de medicalización que vive Occidente dará cuenta de esta psicopatología dentro de pocos años— y no termino de compartir… no termina de gustarme… no sé por qué cojones hay que diluir tanto una historia, como si de un chicle insípido y repugnante se tratase, cuando la alternativa, la ‘peli’, es un formato mucho más válido.
¿Por qué una serie y no una película?
No lo entiendo, joder.
Me he saltado los spoilers por si algún día decido verla. Improbable. Vi el primer episodio y no sentí el irrefrenable impulso de ver el siguiente. Vale, lleva una vida anodina. Se va a morir. En un momento determinado es consciente de estos dos hechos; experimenta lo que algunos llaman «segundo nacimiento».
¡Ya está!
¡Cuéntenme un par de eventos que refrenden ese ‘despertar’ y díganme cómo acaba, cómo muere! Es como comer un plato de arroz… ¡grano a grano!
Las series, las pelis, las historias, los libros, las vidas de las gentes, las partidas de ajedrez, los polvos con tu novia los sábados en el sofá… tienen una estructura básica, primitiva, cíclica. Las series deforman la realidad de las historias que acontecen; de las historias que se cuentan. Te presentan al protagonista y su contexto, lo persigues durante un (¿infinito?) desarrollo —eso, sin pararnos a analizar los múltiples «tiras y aflojas», contradicciones al gusto, que durante él se producen— y por último (por fin) ves en qué acaba.
¡ES COMO COMER PIPAS, OSTIA!
¡PREFIERO UN PICO DE HEROÍNA!
Sí, ya lo sospechábamos… lo del pico, digo.
cada uno tiene sus aficiones, no hay que justificarlas, solo disfrutarlas.
Más problemas tiene la persona a la que se le va la vida-y la bilis- criticando lo que no le gusta, que el que simplemente disfruta de lo que le sale de los huevos.
Salud
Vale, Narcobinn…
El formato de las películas se corresponde con el de los cuentos, las series con las novelas, por su extensión los cuentos exigen una mayor perfección que las novelas, que son más flexibles. son diferentes formatos con diferentes reglas y tan distintos entre sí como lo son cuentos y novelas. Saludos.
Pues muy bien no?
¡¡¡Cohonudo!!!
Hola Tip,
Mi comentario fue cojonudo, lo sé. Yo soy un tío cojonudo. Está mal que lo diga yo, pero es la verdad. Y además de un comentario cojonudo, sus líneas eran ciertas excepto en una cuestión: las contradicciones al gusto no son tales. Se sostienen todas. Los guionistas dan mucho giros, sí, pero todos, absolutamente todos, por descabellados que a priori parezcan, se sostienen. No incurren en ninguna burda contradicción.
Me gustan las series, o mejor dicho, me gustan las historias, independientemente del formato en el que vengan envueltas. Sin embargo, en las series ha de emplearse mucho tiempo hasta ver el final (he visto Breaking Bad en 10 días). Me jode mucho perseguir el desenlace tanto tiempo. Sigo prefiriendo el chute de heroína a la bolsa de pipas, sin duda alguna.
Pero…
Y, ¿para qué una peli? Mejor un corto, o aún mejor: nada; al final todo acaba igual, muerto… Así que… ¿para qué molestarse en contarlo? ¿Para qué leerlo/visionarlo?
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Excelente análisis.
Imprescindible lectura para cualquier fan de la serie que esté contando los minutos para empezar a ver la segunda mitad de la temporada.
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Me encanta el artículo!!
Yo soy fan de Breaking Bad porque me apasiona el cambio que va experimentando el personaje, es un renacer pero hacia lo a-moral que, en mi caso, me deja entre asombrada y fascinada.
Además, este cambio no tendría sentido sin los secundarios que le sirven de contrapunto. Jesse desprende toda la ternura que le falta a WW y Skyler está magnífica, es la única persona que impone ciertos límites a Walter.
Estoy deseando ver el desenlace!
Pues nosotras seguimos de parte de Walter. Da igual todo lo que haya hecho y lo que haga: queremos que salga indemne de todo.
A mí no me ha gustado el artículo, mejor dicho, no me ha gustado que me revele tanto de las temporadas que aún no he visto, pero coincido con el autor del mismo en sus apreciaciones. O sea, que como siempre el fin no justifica estos medios. Aún así seguiré viéndola.
Te felicito por el análisis. Es muy sagaz y está bien documentado. Te recomiendo que busques Complex TV. The Poetics of Contemporary Television Storytelling, de Jason Mittell. Allí desarrolla algunas de las ideas que apuntas tú sobre Walter White. El libro lo ha publicado online en una primera versión y saldrá impreso en NYU Press.
http://mediacommons.futureofthebook.org/mcpress/complextelevision/character/
Gracias por la pista, David. Ya la conocía. Leo todo lo que publica Mittel. Hasta entré en el juego de hacerle comentarios a los capítulos de ese libro conforme los publicaba (permite hacerlo párrafo a párrafo; es una idea buenísima para académicos, francamente).
Mittel es un tipo muy bueno.
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Gran análisis del personaje y de la serie, una de las mejores que jamás se han hecho. Quien está saliendo a relucir de forma espectacular es Hank, enorme en estos primeros capítulos de esta última temporada. Opino que una película nunca podrá estudiar y hacer evolucionar a sus personajes como lo hace una serie, y en este caso Breaking Bad se sale. Genial. De lo mejor que he visto nunca en televisión.
A mi es que el piloto me dejo completamente descrestada. Y desde hace ya unos meses la sigo fervientemente. Es exquisita en todos los sentidos aunque ha tenido patinazos que no se le pueden negar. Ese final tendra que estar a la altura de las circunstancias
pues a mí realmente la serie no me está pareciendo una cosa tan grandiosa como algunos parecen hacernos querer ver.
dicho esto, que conste que estoy pendiente de estos últimos episodios, pero ni se me ocurriría ponerla en la misma estantería que «los soprano», «deadwood» o «the wire» (para mí, la santísima trinidad).
¿qué sucede con los personajes? ¿realmente os parecen tan «grises» y a-morales? Jesse no es más que una marioneta sin vida que «resucita» según le de al guionista de turno -se puede tirar unos cuantos episodios tirado en el sofá drogado y, de repente, se convierte en un tipo vengativo, brillante y hasta inteligente como para llevar a cabo un plan?
en esta misma línea, las escenas en las que a Walter White le da por mentir a su familia me parecen dignas de Verano Azul o Farmacia de Guardia. curiosamente, tampoco me lo trago cuando va de ‘jefe de jefes’ -Heisenberg-, seguramente por culpa de las escenas en las que actua de Walter. es muy probable que sea culpa de mi mala percepción en la actuación (he hablado con gente sobre este tema para mirármelo :) pero no consigo discernir ese «matiz» en el personaje que nos trata vender el señor Gilligan sobre un tipo completamente neutral, escurridizo, engañoso e inteligente y, sobre todo, malvado.
a Skyler ya la aguanté en «deadwood», en mi opinión uno de los lastres de la serie, debiera haber seguido doblando a Ariel en el «Legacy of Kain» (=D)
en cuanto a Hank, he de decir que si últimamente la serie ha vuelto a despertar en mí empatía, ha sido gracias a él. ardo en deseos de que atrape y desenmascare de una vez al señor White (y a poder ser a su mujer también).
gracias si has leído hasta aquí, y perdón por haberme extendido innecesariamente.
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Fantástico el artículo, me ha encantado el análisis, que encuentro muy acertado y preciso. Ese gris moral -como dice-, esa ambigüedad en la que nos coloca como espectadores, es uno de los enormes hallazgos de la serie. En cierta manera sigue y desarrolla las ideas de «El Padrino» y «Los Soprano» de colocarte a favor de un psicópata y desear que triunfe contra el bien; sin embargo, otro de los grandes aciertos es cómo ha conseguido aguantar a Walter como personaje no repugnante para el espectador, cuando lo es casi desde el principio, tal como demuestras en el artículo. De nuevo felicidades.
Algún día alguien debería profundizar en los puntos en común existentes entre Walter y Jesse, y Don Quijote y Sancho (como sus reflejos oscuros, quiero decir).
No me puedo creer que un artículo tan elaborado que habla sobre series que tratan la eterna gama de grises del alma humana no cite ni una sola vez a The Wire.
SIn ella el artículo es irrelevante. No lo lean.
Versión Española.
Las chapuzas en la privatización “amigotista” de la sanidad Valenciana y los retrasos en los diagnósticos convierten a Juan Blanco, profe de humanidades en el instituto Tirante el Blanco (je) cincuentón inteligente pero amargado por la falta de expectativas, en un enfermo terminal de cancer que podría haberse curado sin problemas si el tumor se hubiera encontrado a tiempo.
Su cuñado, agente de la UDYCO, le enseña un dia la casa de un concejal de urbanismo y alto cargo del Partido Medicres Unidos (PMU) en el hay-untamiento de Olifante, un palece con 35 cuartos de baños, dos piscinas olimpicas, helipuerto y circo de tres pistas.
Blanco decide entrar en el partido politico cuya sede le queda más a mano y utilizando sus conocimientos de historia, geografía, latín y algo de griego y aplicando las enseñanzas de Alejandro el macedonio comienza a escalar puestos en la política local, provincial y autonómica hasta pasar al Senado y de allí a Europa (Mejico lindo).
Por el camino pone en peligro su matrimonio y las vidas de jubilados, agentes de la judicial, niños en colegio/barracón y viandantes despitados que se meten en circuitos urbanos de Formula Juan sin señalizar.
Su nom de guerre es Heineken.
Remember my name
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¿Pero qué…? ¿Por qué me interpelas a mí si yo interpelaba a «sac»? Pero bueno, en fin, si necesitas atención, aquí te extiendo mi mano abierta…