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Tres veces Hovik

diarios y desvaríosEl trilero mueve tres vasos y dentro de los vasos no hay una bolita que se comparte, sino que hay tres: una para cada vaso, para cada mano. Levantes el que levantes, elijas el que elijas y por más rápido que se vaya la mano que los mueve y por más que el trilero intente engañarte, vamos a ganar. El que nos intenta despistar hablándonos mientras mueve los brazos rápido, señores, es Hovik Keuchkerian, que es trilero y es vaso y es la mano y es lo que esconde la mano. Cuando acaba de desorientarnos, se detiene, señores, y pide que alguien descubra dónde se encuentra la bola, dónde la perdimos de vista la última vez. Pero hay tres, no podemos equivocarnos. Todos señalan su vaso, y bajo los tres hay una bolita o mejor, una persona. O infinitamente mejor, tres veces Hovik: repartido.

Descubriendo el primer vaso, encontramos una de las tres versiones de Hovik y el trilero nos da un humorista, un monologuista. Un comediante que sobre el escenario, como dice Javier Cansado en su prólogo a Diarios y desvaríos, no bromea con la gente, sino que la intimida. La primera vez que vi a Hovik actuando tuve la sensación de que uno de los dos se había equivocado: el público o él. Tenía muy presente en todo momento que era boxeador y pensé que nos estaba retando, que disparaba las palabras con una violencia inusual, con una cercanía que incomodaba. Pero después comprendí: nadie se había equivocado. Hovik hablaba de los niños con hambre, de sus madres, de la muerte, todo a una gran velocidad, a tanta velocidad que casi cuesta seguirlo, para después dar paso al monólogo de verdad, en el que ya nos podemos relajar: bajar la guardia. El público se rió y Hovik siguió con su número, pero siguió haciéndolo del mismo modo. Con una rudeza y una rapidez poco usual, casi agresivamente. Yo me iba diciendo que, claro, que era boxeador, y que trataba a las palabras como al adversario, y que también lo hacía con el mismo respeto por el rival aunque sin dejarle tiempo para recuperarse y levantarse de un KO seguro. El público no se ha equivocado: está dispuesto a recibir los embates y a reírse con ellos.

Descubriendo el segundo vaso, encontramos otra de las tres versiones de Hovik y el trilero nos da un boxeador sobre un ring. Recuerdo entonces la historia de Arthur Cravan, el sobrino de Oscar Wilde. Cravan era boxeador y poeta. Hablaba de cómo un guante de boxeo podía estar lleno de rizos de mujer. Mezclaba la cultura del ring con las palabras y el resultado era una persona excepcional que sorprendía tanto a los que le admiraban por una cosa como por la otra. Cravan era extravagante y llamaba la atención por esa dualidad que también tiene Hovik, una dualidad a la que no estamos acostumbrados porque tendemos a separar estas dos formas de entender la vida. Cansado dice de Hovik que el monologuista y el boxeador son, curiosamente, la misma persona, aunque al principio hubiera creído dos distintos. Es cierto, lo primero que uno piensa a golpe de búsqueda (permitan a esta trilera según qué juegos de palabras), es que los resultados no coinciden, que ya es casualidad que dos personas tan opuestas tengan el mismo nombre. Pero no, ahí está Hovik, y esa dualidad que está a punto de ampliarse en tres. Incansable como con las palabras, Cravan y Hovik juegan al despiste, a moverse deprisa para que acabemos mareados y suplicantes: son la misma persona y juegan contigo como si fueran un espejo.

Descubriendo el tercer vaso, encontramos la última de las tres versiones de Hovik y el trilero nos da un poeta, un desvariante. En sus libros da paso a uno de los que no aparece bajo los otros dos vasos y, a un tiempo, a un Hovik que reúne los tres vasos, complicándonos:

Hay que mirar

para no ver

las cosas que

no hay que ver.

Hovik llama a las cosas por su nombre en sus poemas porque ni se baja del ring cuando es monologuista, ni se baja del escenario cuando está escribiendo. Es obsceno, incorrecto y violento. Como ocurría con Arthur Cravan, es difícil encajarlo en el molde de uno de estos tres personajes que han surgido de debajo de los vasos, y es complicado saber cuál es el de verdad, el más real. Como una muñeca rusa, Hovik se va escondiendo en todos, y en sus Diarios y desvaríos van a parar todos, donde se dan cita unos a otros y se mezclan, despistando, ahora sí señores, a los que estamos atentos para averiguar dónde nos están engañando en el trile.

Que no, que no hay engaño, que todos son el mismo, que todos son el señor Keuchkerian.

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2 Comments

  1. Julián Artín Mármol

    Hovik es un grande de España y su libro es delicioso. No puedo añadir más a la crítica.

  2. Pingback: Bitacoras.com

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