—Los españoles sois asquerosos.
—¿Por qué?
—Porque folláis con mujeres que no se depilan los brazos.
—No sabía que las mujeres tenían brazos.
Esta conversación entre un aragonés y una serbia la escuché en un bar de Belgrado hace dos años. Me recordó a cuando Buddy Bradley, el personaje del cómic Odio de Peter Bagge, le pidió a su novia Lisa que se depilase. Ella le contestó que él también tenía pelos en el ombligo. A lo que Buddy replicó: “no quiero follar con alguien que se parezca a mí”. Aunque esa noche en Serbia, el hombre, el maño, resultó ser un desprejuiciado varón cosmopolita. No como Buddy en el Seattle de los 90.
Mi padre vivió en Bilbao durante la Transición. Aprovechó la efervescencia ideológica del momento para reunir una colección de pegatinas políticas. La que más me llamó la atención cuando ojeaba el álbum constantemente en mi adolescencia no era ninguna de ETA o de los jocosos carlistas, era una de una lengua que chupaba un pezón peludo y decía: “¡Libertad sexual!”. Digamos que siempre me han llamado la atención las autoridades que se creen con derecho a proclamar cómo, cuándo y con quién se debe follar y, por supuesto, los que se han rebelado contra eso.
Ahora ha caído en mis manos una edición argentina de un libro, La tragedia sexual norteamericana, que escribió el psicólogo Albert Ellis en 1962. Es un retrato riguroso y documentado de los tabúes y problemas sexuales de los estadounidenses justo antes de la revolución sexual. La época de la que trata Mad Men, al menos en sus primeras temporadas. Una serie cuya emisión produce cierto fenómeno paradójico. Por un lado resulta graciosa al mostrarnos el anacrónico rol de florero que tenía entonces la mujer, mientras que por otro ha puesto de moda sus vestidos vintage para aspirantes a It girls de iPhone e Instagram.
No es la intención de este espacio de libros corroídos, «Busco en la basura algo mejor», trazar paralelismos entre la cultura sexual de aquella época y la actual, lo que requeriría un estudio trabajado por expertos, o al menos alguien más atento a las tendencias que le rodean, pero sí reivindicar la lectura de una obra que se puede encontrar muerta de risa en los mercadillos de libros de segunda mano. Es que mola mucho, se puede leer como una novela de terror. Tanto por lo que cuenta de esos años como por las analogías que precisamente uno puede hacer con el presente. Pero insisto en que eso es algo que dejaremos al libre juicio del lector. Pasemos sin más a destriparla.
La beatificación de la belleza
En cada capítulo de este libro, Ellis describe las características esenciales de la sexualidad en el Estados Unidos de 1960 a partir de la literatura, el cine, la publicidad y otros aspectos de la cultura popular, además de los testimonios de los pacientes de su consulta. Habíamos dicho que era psicólogo. Y fue, además, uno de los más importantes de su tiempo. Algunos dicen que su trabajo fue más relevante que el de propio Freud.
La primera paciente que pasa por su diván es una mujer de un aspecto envidiable, muy atractiva, nos describe, pero que siente odio de sí misma a causa de su imagen. Decía que tenía la nariz muy larga y las mejillas muy altas. Un “aspecto terrible”, en sus propias palabras. Todo esto estando buenísima a juicio del autor.
A partir de ahí, tras citar un reguero de referencias sobre imperativos de belleza martilleados en los medios de comunicación y el cine, Ellis concluyó que en Estados Unidos se estaba enseñando a las mujeres a “sentirse físicamente inadecuadas”.
Porque teniendo en cuenta que solo uno entre cada 25 o cada 100 podía acercarse “a medias” a la mujer modélica, se preguntaba cómo iban a tener el resto respeto por sus cuerpos. Los ideales de belleza con los que se “machaca la cabeza de las lectoras”, decía, eran desproporcionadamente elevados y desencadenaban sentimientos de inferioridad, frustraciones o “turbaciones emotivas”. Si una mujer hiciera caso a todos los consejos de belleza que le proporcionan en los medios, a Ellis le salía el cálculo de que tendría que gastar 168 horas semanales para estar a punto.
De modo que, experimentando un poco más, hizo un cuestionario a 27 de sus pacientes sobre aspectos de su imagen mejorables en teoría y le salió la siguiente tabla.
Tocaban a cuatro aspectos negativos por paciente. En mi minisondeo, en el año 2013 en el que respiramos, me han salido más de diez por encuestada. Pero eso es lo de menos. Sigamos. Ellis lo que decía es que estaba extendido que quienes carecieran de “un rostro y una figura de suprema belleza” podían ir olvidándose de “las alegrías y los éxitos de la vida moderna”.
Nada de esto tampoco era ajeno a los hombres. Pensemos en Don Draper, de Mad Men, y un extracto de la obra de teatro La mujer de un viajante que cita el autor:
Pues en el mundo de los negocios el hombre de buena presencia, el hombre capaz de despertar interés personal, es el hombre que progresa.
Lo que no quita que ya en su momento hubiera voces críticas con este delirio de la imagen personal. El autor incluye un artículo del por lo visto incisivo Romain Gary en la revista Holliday:
He sabido que está en venta una nueva ayuda de belleza: cejas artificiales preparadas, como asegura el anuncio, con auténticos cabellos humanos. Supongo que todo esto nada tiene de malo, salvo que me recuerda un poco a las pantallas para lámparas de los campos de concentración nazis, fabricadas con piel humana (…) Y de este modo la mujer occidental cubre su rostro con un velo más espeso que su compañera de sexo musulmana (…) Espero que no se me entienda mal: no estoy protestando contra el arte del embalsamamiento. Solamente afirmo que empieza demasiado temprano.
Pero a Ellis lo que le preocupaba era que con el culto a la belleza física o las normas arbitrarias de la imagen, la mujer nunca, ni en sus mejores momentos, iba a dejar de sentir “graves sentimientos de inseguridad, de inquietud, y duda con respecto a sus propias propiedades físicas”. Eso solo, para empezar, mirándose desnuda al espejo. Luego había que vestirse.
La moda
Pánico al desnudo tenía otra de sus pacientes, acostumbrada a vestir siempre de punta en blanco. Estaba siempre tan perfecta según los dictados de la moda del momento que, cuando se desnudaba, “sin el guardarropa que apuntalaba su ego”, se sentía molesta, acostumbrada a que todos le dirigieran “cálidos elogios” por su estilo. Siendo como era “una mujer muy bien proporcionada”, recordaba el psicólogo, en realidad cada día estaba “más perturbada”.
El autor se había tomado la molestia de seguir los mecanismos de la moda. El corte de los vestidos ascendía y descendía en según que zonas “con monótona irregularidad”, dijo. Es decir, aleatoriamente. Pero “cualquier mujer que se atreviera a aparecer este año con la moda del anterior podría darse por muerta”.
Seguir los dictados de la moda era un bálsamo, una fantasía compensatoria para “legiones de mujeres norteamericanas enfermas emocionalmente” porque su cuerpo no estaba dentro de los cánones ideales imposibles de alcanzar para la mayoría. Todo esto a día de hoy pueden parecer topicazos, aunque los rudimentos del mercado de la moda se repiten inmisericordemente también ahora. El caso es que a Ellis le parecía absurdo despilfarrar ansiosamente materiales y energías en ropas que iban a ser descartadas rápidamente aunque estuvieran perfectamente utilizables. La “cambiante moda”, dijo, era “absolutamente antiindividualista” y con ella “provocamos un sentimiento de ansiedad en millones de mujeres”.
Todas las mujeres desean ser distintas de sus hermanas, pero nunca tan distintas para que se las considere raras (…) Vivimos en una sociedad que en general es conformista, antes que realmente individualista. Es raro que la mayoría de nosotros se sienta cómodo alimentando opiniones profundamente heterodoxas sobre religión, política, economía o casi cualquier otro tema. Más aún, si bien nos resulta fácil guardar en nuestro fuero interno determinadas ideas heterodoxas —especialmente cuando nos hallamos entre ciertos individuos o grupos que no están de acuerdo con ellas— difícilmente podemos guardar reserva sobre nuestro atuendo, sea cual fuere el tiempo y el lugar en el que lo usemos.
El caso práctico con el que remató estas diatribas no puede ser más sugerente. Era un matrimonio que pasó por su consulta. Antes de casarse ella no se acostó con él ni le dejó que le pusiera la mano encima, como mandaban los cánones. Y ella, por supuesto, no solo seguía los dictados de la moda, sino que tomaba buena nota de los consejos de belleza para mejorar su imagen. Vamos, que estaba bien tuneada. Sin embargo, en la noche de bodas, el marido, a la hora de la verdad, descubrió que su mujer no tenía casi pechos. Que estaba plana. Resulta que antes había usado corpiños acolchados. El pobre hombre sintió un enorme desprecio.
Recibí una impresión bastante fuerte. Me dije que en realidad no importaba. Pero estaba tan enojado que sentí deseos de golpearla.
La primera cita
Tienes que lucir atributos que no tienes. Debes comprar determinada ropa inmediatamente para despreciarla en pocos meses. Básicamente, lo que denunciaba Ellis eran contradicciones inherentes solo a la adecuación de la propia imagen. Pero luego en el galanteo la cosa iba a mayores. Las madres persuadían a sus hijas para que se arreglasen lo máximo posible, mostraran amplios escotes si tenían mucho pecho, todo con el fin de pescar un buen marido, pero sin llegar a nada más en principio. Seducir para no consumar. Es decir, simular pero no aceptar impulsos perfectamente lógicos y naturales hacia los hombres.
Había que esforzarse en ser sexualmente atractivas, pero en el momento de actuar lógicamente, con sentimientos reales hacia la práctica sexual, debían reprimirse. Una contradicción que era fuente de severos sentimientos de culpa.
Antes de la fiesta de fin de curso, a la que debía asistir con un amigo, su madre le había comprado un vestido nuevo. Eligieron uno desmesuradamente escotado que dejaba escasa tarea a la imaginación por lo que se refiere a los bien desarrollados hombros y pechos de la joven. Con cierta petulancia, la madre había resuelto la compra diciendo lo siguiente: Si tienes lo que otras muchachas no tienen todavía, será mejor que te aproveches mientras aún les llevas ventaja. Después de todo, eso es lo que quieren los hombres y bien puedes utilizarlo.
Y poco antes de que mi paciente saliera para la fiesta, la madre le dirigió una última y aprobadora mirada: “Parece que te di lo que necesitabas. Tienes muchos atractivos, querida, no temas usarlos”. Pero luego cuando iba al encuentro de su amigo, sus palabras finales fueron: “Ten cuidado con lo que haces, querida. Nunca te apresures a conceder mucho a los hombres.
Cuando mi paciente regresó de la fiesta, el rostro enrojecido y el cuerpo fatigado por la excitación de una velada muy satisfactoria, se sentía confundida y casi histérica; y con su amigo se dedicó una serie de besos y abrazos un poco violentos (…) Luego, a medida que los besos del joven descendían más y más, la muchacha se sintió acometida de pánico y trató de apartarse, diciendo ‘no, no, no’. Como intuyó que esa negativa carecía de convicción, el muchacho insistió, y puso la mano debajo del vestido y el corpiño. Y entonces, en lugar de apartarse, mi paciente se encontró fuertemente abrazada a su amigo, unida en un beso ardiente. En eso estaban cuando entró la madre de la joven en el cuarto (…) No hizo el menor comentario (…) cuando se retiró dirigió a su hija una mirada prolongada y acusadora. Entretanto el deseo sexual había desaparecido completamente del cuerpo de mi paciente y ahora tenía conciencia de un sentimiento de vacío. Rápidamente, se despidió de su amigo, se dirigió al cuarto de baño para vomitar y tomó una dosis de píldoras somníferas.
Y fuera de la familia, las normas que emanaban de los medios de comunicación para las chicas, eran igualmente delirantes. Una joven no podía nunca pedir una cita a un hombre, no debía mostrarse demasiado inteligente delante de un varón; si un hombre iba vestido de uniforme una mujer tenía que permitir que se le acercase, incluso debía bailar con los soldados… Digámoslo a las claras: la sociedad promovía para la adolescente un rol de putilla pasiva deleznable.
La cama, el infierno
Peor eran las cosas para los matrimonios, en teoría los únicos que podían tener relaciones sexuales. El autor describía la madurez sexual como una “aceptación realista de los hechos de la sexualidad humana”. Algo que en los 50 y primeros 60 brillaba por su ausencia. Para la mujer, el sexo era “algo en el fondo repugnante” inventado por el varón para satisfacer su propio placer egoísta. Muchas desarrollarían frigidez en este contexto. Y para el hombre, un auténtico martirio en el que deseos y realidad eran divergentes:
[los hombres] se ven obligados a apelar a fantasías masturbatorias con bellezas de pródiga sexualidad, con cuyos encantos y atractivos ninguna mujer real podría competir jamás (…) se sienten obsesionados por la imagen de las mujeres como compañeras sexuales y no como personalidades humanas (…) a menudo se refugian en la homosexualidad y desarrollan una general supersexualidad o se debilitan, de modo que la eventual realización del tipo medio de relaciones sexuales tiene pocas probabilidades de satisfacer sus deseos poco realistas.
La estadística era que por cada diez parejas, solo dos o tres tenían relaciones sexuales satisfactorias. Un problema agravado porque muchas veces los matrimonios se unían de pura casualidad. Dice Ellis que las adolescentes tenían tal presión con el hecho de tener que casarse, que solían hacerlo a las primeras de cambio. Eran incapaces de quedarse un sábado por la noche o un domingo por la tarde en casa sin su cita de rigor. La mujer de entonces sufría una gran inseguridad que la llevaba a buscar citas desesperadamente y ansiar casarse antes de que sus amigas lo lograran. Y todo con el objetivo de pescar un buen partido que les alegrase la vida a sus dementes padres.
En nuestra cultura el amor y el dinero tienden a ser por lo menos doblemente antagónicos. Si, por ejemplo, una joven se casa por amor e ignora las consideraciones de carácter económico, tenderá a sentirse culpable ante sus padres, ante la sociedad, ante sus hijos y aun frente a sí misma porque a través del matrimonio no ha conseguido lo que le correspondía. Si abandona la idea con el muchacho que ama porque él no tenía dinero, quizá tienda a odiarse a sí misma porque no ha seguido los románticos dictados de su corazón.
Estos matrimonios precoces eran como eran. Pero encima tenían el problema añadido de los tabúes sexuales. En Estados Unidos había leyes que regulaban el sexo. Era punible por la ley quien “conozca a una mujer o a un hombre por el ano, o con la boca o la lengua”. En el estado de Vermont, por ejemplo, había penas de cinco años de prisión por “copular la boca de una persona con el órgano sexual”. Arkansas, de 5 a 21 años; Connecticut, 30 años; Florida, Massachusetts, Minnesota, Nebraska y Utah, 20 años; Y la legislación más criminal era la de Georgia. Ahí las condenas por “relación carnal contra el orden de la naturaleza” suponían cadena perpetua a trabajos forzados.
En realidad, según las encuestas que manejaba Albert Ellis, la mitad de los matrimonios americanos tenían relaciones oral-genital, calificadas de antinatura por no pocas leyes, pero la otra mitad nada menos se abstenía culpablemente de cualquier cosa que se saliese del guión del polvo ortodoxo. Es decir, follar uno encima de otro sin variantes. Sin ni haberse tocado antes.
En los Estados Unidos, oficial y oficiosamente se concibe a las relaciones sexuales como relaciones sexuales por medio del coito; y todo cuanto se haga más allá, más acá o alrededor de esta limitada técnica sexual, simplemente no cuenta… o cuenta en la medida necesaria para enviar a la cárcel a los cónyuges.
A ese mito, el del polvo «católico y de derechas», había que sumarle el del «orgasmo vaginal». Según la cultura popular de la época, existían dos orgasmos en las mujeres, uno clitoridiano y otro vaginal. Aquí se presenta un caso muy divertido. El de una mujer que, de forma poco común entonces, había tenido varios compañeros sexuales antes del matrimonio. Luego, con su marido, también llevaba una vida sexual bastante generosa. Pero su problema era que ella creía que no tenía «orgasmos vaginales» y pensaba que algo no iba bien.
—Me pareció —le dije— que usted me dijo que anteriormente jamás había llegado al orgasmo por medio del coito, y que solamente lo conseguía mediante la manipulación o a través de otros estímulos.
—Oh no —replicó—. Creo que me entiende mal. Yo siempre llego al orgasmo durante el coito.
—Entonces, ¿por qué me dijo al principio que nunca había experimentado el orgasmo vaginal?
—Porque, efectivamente, jamás lo conseguí.
—No comprendo qué quiere decir.
—Bueno, la cosa es así… Siempre llego al orgasmo durante el coito. Pero sé, puedo sentirlo, que es exactamente el mismo tipo de orgasmo que experimento durante la manipulación del clítoris.
15 años, 15, se había pasado esta mujer preocupada cuando tenía una vida sexual estupenda —antes dice que se corría solo con que se la metieran— porque creía que no experimentaba «orgasmos vaginales». Un cuento chino que venía en todos los manuales de sexualidad de la época, que por supuesto ella había consultado muy preocupada, y que no servían para otra cosa que no fuera perpetuar el orgasmo «católico y de derechas» minusvalorando lo que podía hacerse con los dedos, que era indecente.
Heterosexuales enfermos
Por otro lado, una de las teorías más simpáticas de Ellis, vista con los ojos de hoy, es la de la homosexualidad. Su opinión sobre este asunto llega en un momento en el que se detiene en el caso de un paciente que había comenzado a frecuentar compañías homosexuales porque la presión social derivada de la dictadura del polvo «católico y de derechas» le tenía amargado.
El paciente n.º 4 ha derivado a la homosexualidad porque después de 12 años de matrimonio todavía se siente culpable por las actividades sexuales fuera del coito que desarrolla con la esposa (quien no tiene ningún inconveniente en realizarlas), y en cambio no experimenta el mismo sentimiento de culpabilidad cuando cumple esas mismas actividades con otros varones.
En aquella época el psicólogo consideraba que la homosexualidad era una desviación que podía curarse. Obviamente, pronto cambió de opinión, pero en este libro señaló también que le heterosexualidad era algo que se aprendía, no con lo que se nacía.
Para él, los heterosexuales straight, los que, como él dijo, manifiestan que no harían nada con otro hombre ni en una isla desierta, son los desviados. Lo normal era, a su juicio, tener todas las sexualidades, la monosexual —que usted internauta conoce bien—, la hetero y la homo. Y luego, optar más por una de todas ellas como el que “prefiere las morenas a las rubias”. Por eso a los superheteros los calificó de neuróticos, fetichistas y que se abstenían de una sexualidad normal —darle a todo— por temor y sentimientos de culpa. En fin, ya lo dijo el sabio Álvarez Rabo. La vagina es algo delicado, que huele bien, que hay que acariciarlo. Una cosa ajena al gusto propio de los machotes, que toman bebidas de fuerte graduación y fuman habanos malolientes, a los que en buena lógica les correspondería desear penes enormes, peludos y violentos. El mundo al revés.
Por cierto, dicho sea de paso, Ellis tampoco veía muy mal el sexo con animales. Encontraba natural que alguien, en algún momento de su vida, se hubiese tirado una gallina o una oveja —ya saben, introducir siempre sus patitas traseras en las botas de plástico para asirla bien y no hacerse daño en las cervicales—, lo problemático solo era dedicarse exclusivamente a los bichos. Ahí sí que te pasaba algo. Si no, pues oye, no todo va a ser darle a Scarlett Johansson hasta que le sangren los oídos. En resumen, para Ellis la normalidad estaba, como el gusto, en la variedad.
Porque la conducta hetero irreductible a lo que llevaba era a situaciones menos deseables. Por ejemplo, decía que las parejas frustradas por el sexo «católico y de derechas» también terminaban, indirecta o involuntariamente, coqueteando con sus propios hijos. Dos casos cita Ellis, el de una paciente que dormía con su hijo de 14 años cuando su marido no estaba, de modo que el chaval estaba sintiendo más que palabras por su propia madre, además de un sentimiento de culpabilidad como un portaaviones de la guerra del Pacífico. O un caballero que se ponía a hacer gimnasia en camiseta interior delante de su hija. Y lo mejor llegaba cuando tenía que explicarle a estos pacientes que estaban tratando de ligar con sus hijos de forma compensatoria. Algo que, por cierto, aparece en Mad Men cuando Betty le regala un mechón de pelo al hijo de la vecina.
Asco de amor romántico
Otro punto de profundas contradicciones era el del amor romántico. El único válido. Una idea bombardeada a la sociedad por tierra, mar y aire, o sea, radio, televisión y prensa escrita. Al igual que en la actualidad, Ellis analizó que el cine y las canciones, con esos te amaré para siempre, del amor a primera vista, el amor más fuerte que lo que sea, etcétera, eran otra forma de introducir conceptos equívocos en el coco de la gente.
Para él, amar a la misma persona durante toda la vida era harto complicado. Al menos de la forma con la que pretende el «amor romántico» que debe hacerse. El happy ever after o «felices para siempre». Especialmente, si tenemos en cuenta, como se ha aludido antes, que muchas parejas estaban casadas para siempre casi por una lotería en el fenómeno tan habitual entonces del matrimonio precoz. De modo que las parejas que constataban en el día a día que no estaban disfrutando el amor romántico —como esa recién casada que ve por primera vez a su marido gritar un gol del Atleti con la yugular hinchada y grasa de patatas fritas en la barbilla— lo que sufrían era de nuevo sentimientos de culpa. Era (y es) un sistema de relaciones basado en que alguien quiere que le traten como un príncipe o una princesa y que podía llevar a terminar sometiéndose al otro de modo masoquista. Opinión que no era de Ellis sino ya anterior, de Freud.
El amante romántico y monógamo casi inevitablemente debe desarrollar sentimientos de ansiedad y de inseguridad porque se le enseña que para él solamente existe un compañero ideal. Es natural que, como consecuencia de lo anterior, tema perder esa única alma hermana.
No obstante, para Ellis el amor romántico era el primer ausente de esta sociedad, paradójicamente, basada en el amor romántico. Para él se trataba todo de concepciones “absolutamente pueriles”. Al final el romance radicaba en una mezcla de orgullo, sentido de jerarquía social y autovaloración. “El hecho de que atribuyamos gran importancia a la selección de nuestra pareja amorosa establece una relación entre nuestros asuntos amorosos y nuestro ego”, sentenció. Vamos, que lo que se perdía si tu pareja dejaba de amarte, lo que quedaba lesionado irreparablemente, era el orgullo, no el romanticismo.
En nuestra cultura existe el definido concepto de que la infidelidad constituye una pérdida de prestigio. Entre nosotros, los cornudos solo merecen burla y desprecio; se compadece implacablemente a las esposas abandonadas (…) Una mujer vino a consultarnos porque había hallado algunos anticonceptivos en el bolsillo de su esposo (…) pasaba horas en un estado de absoluta depresión (…) sabía que él era egoísta y estaba segura que si se divorciaban la pensión alimenticia sería reducida (…) le hubiera avergonzado terriblemente reconocer ante sus padres que el marido ya no tenía interés en ella (…) lo que ella había sospechado siempre: que ella misma no era adecuada desde el punto de vista sexual. El único elemento que no pudo ser observado en este caso fue un real sentimiento de amor por el marido.
El patetismo de las bodas
Y ya como coronación, a los bodorrios les metió una caña impresionante. Los consideraba, tal y como se celebraban y se celebran actualmente en muchos casos, propios de una civilización obsesionada con el espectáculo. Los shows eran el único recurso para llenar las horas de ocio. Se consumían “obsesivamente” películas, encuentros deportivos, obras de teatro, etcétera y la oportunidad de “ser princesa por un día”, lo que para Ellis era una boda — imagino que seguiría siendo—, no se iba a desaprovechar.
Los medios de comunicación y la tradición más o menos trasnochada establecían una serie de normas para este culto al romance y la presión social se encargaba de que se cumplieran a rajatabla.
… quien se atreva a contraer matrimonio sin cumplir hasta el más mínimo detalle es sin la menor duda un tonto, un arribista y un patán carente de sensibilidad (…) el deseo consciente o inconsciente de vivir por lo menos un momento la gloria de Hollywood en medio de una vida generalmente monótona (…) y así sienten menos ingrata la vida sin horizontes, ni acción y sin aventura que llevan.
Claro que cuando se pasaba de esta fiesta mística a los ronquidos y a esa bola inerte que se traga todo el deporte por televisión, llegaban las desilusiones. El problema antropológico o sociológico de todo esto era la indefinición del rol que debía tomar la mujer. Se supone que había regalado su virginidad sacrosanta a un príncipe y que le esperaba la felicidad, el amor romántico, hasta la muerte. Pero la realidad era bien distinta. El amor se volatilizaba en la mayor parte de los casos como un hecho puramente biológico y el sueño dorado se traducía en hacer la faena de la casa y ver pasar las horas. Eso en el caso de tener la suerte de ser pobres, las mujeres adineradas que disponían de sirvientas entraban en una búsqueda del ocio, en un vacío, cuenta Ellis, todavía más doloroso. Y el problema en sí no era tener que dedicar tu vida a ser la asistenta de alguien peludo que gruñe, sino el hecho de que ese rol no estuviera definido. En resumen, tenían que ser sensuales para no follar, esclavas de un hombre con el que no podían disfrutar y perseguir un sueño imposible de conseguir. La culpabilidad y el desasosiego brotaba en la mujer americana de forma sistemática. En otras culturas, al estar los roles, por lamentables que fueran, definidos desde el principio, explica Ellis, no existía tanta frustración. En EE. UU. te prometían el cielo y te daban una fosa séptica. La mujer solía terminar más perdida en la vida que una rana en el mar.
… toda clase de sectarismos fanáticos, falsas religiosidades y expresiones del más puro charlatanismo. La astrología, la adivinación de la suerte, el espiritismo, la religión Bahai, la ciencia cristiana, el catolicismo sectario y medio centenar de otras formas definidas de escapismo son la tabla a la que se aferran literalmente millones de mujeres ancianas y de edad madura que se sienten absolutamente inútiles en esa existencia terrenal y necesitan correr hacia cierto paraíso o Nirvana hipotético con el fin de poder hacer algo mientras continúan «viviendo» (…) Hitler definió las esferas de actividad de las mujeres nazis con un solo lema: Kinder, Küche, Kirche —los niños, la cocina y la iglesia— (…) en este sentido, todavía estamos más cerca de Hitler que de las plataformas de las más ardientes feministas.
La solución, por supuesto, eran los hijos. Ellis también dijo que en muchos casos no eran deseados, sino solamente fruto de la presión social. Del miedo a la culpabilidad por no haberlos tenido. De ahí que en tantas ocasiones estuvieran desatendidos afectivamente, cuando no eran solo una vía más para transmitir y perpetuar el engendro que era toda esta filosofía de vida.
Padres neuróticos que sustitutivamente procuran volver a vivir su vida por medio de las realizaciones de los hijos (…) los progenitores inhibidos sexualmente y desgraciados en su propio matrimonio muy a menudo se vuelcan con excesivo rigor y excesiva rigidez sobre sus hijos, destruyen la mayor parte de la espontaneidad y de la agilidad de los jóvenes y de ese modo los educan para que se conviertan en adultos frustrados, atemorizados, temerosos del placer, que a su vez dispensan a sus propios hijos el mismo tratamiento que se les infligió.
Maravilloso ¿verdad? Una existencia basada en la mentira y la apariencia hasta límites hilarantes; una fabulosa fuente de sufrimiento sin necesidad. Afortunadamente, la revolución sexual de los 60 y tal vez también el impacto del sesentayochismo se cepilló en parte esta forma de vida. No obstante, paralelamente, todavía existía un infierno mayor para las relaciones afectivas. Sí, la Unión Soviética. Incluso un lugar aún más terrorífico: ¡España! Lo veremos en próximas entregas.
Fantástico.
Pingback: Bitacoras.com
Aparte de que sea legal o no, ¿no creéis que lo menos que debéis hacer al usar fotos que no son vuestras es citar el autor o la fuente?
Pingback: El sexo en los tiempos de Mad Men
Grande. Sería interesante en mi opinión analizar cúales de esos patrones psicológicos en cuanto al sexo se mantienen hoy en día, sobre todo la confrontación entre realidad y expectativas, con todo ese porno que nos rodea.
He leído manosexual en lugar de monosexual y por eso me he atragantado de la risa con el comentario de «que usted internauta conoce bien»
Juan Luis, que risa me ha dado al leer manosexual e imaginarme ese momento. Gracias
El artículo muy bueno, aunque coincido con lo de que se debería poner la autoría de las fotos.
Para quien dice haberse quedado con ganas de leer el libro, creo que el autor ya nos lo ha resumido
Cuando salga lo de la Unión Soviética, que me avisen.
A mi ahora me queda una duda. El comportamiento femenino era desquiciado sin duda, pero lo cierto es que aunque no sabían lo que les esperaba después de ello, conseguían lo que buscaban, esto es: siendo sexualmente atractivas pero inaccesibles, se casaban con el que se les enseñaba que era el «hombre ideal». Lo que no me queda claro es qué pasaba por la cabeza del hombre: ¿estaba enamorado al casarse? ¿era tan básico como para casarse para «mojar»? ¿la presión social también era tan fuerte sobre él? No creo que sea ninguna de ellas, pero me he quedado con las ganas de qué veía Ellis en ellos, hay un vacío en el artículo que igual debería llamarse «Las mujeres y el sexo en los tiempos de Mad Men»
A mí me ha quedado la misma duda. Espero que sea porque el tema es demasiado extenso para un solo artículo y vaya a contarlo más adelante.
– Sin ser experto sobre esto diría que era tan básico como casarse para mojar. La presión social en el hombre era igual o mayor, debías llevar el pan a tu casa, ganar mucho dinero, ser todo un machote, irte a Vietnam a pegar tiros,…
– También tenía muy idealizado el matrimonio, pero como en las mujeres fue una fuente de frustración, pues se optaría básicamente por 2 caminos, engañar a la mujer, y/o irse de putas, darse al alcohol y pegar a la mujer para dejar claro su papel de machote.
– No han cambiado tanto las cosas. La propaganda a la que vivimos sometidos cada segundo del día crea una presión igual o mayor sobre hombres y mujeres.
– La presión por ser bella ahora es incluso mayor y no solo eso, también se le ha inculcado al hombre. Sólo hay que ver el culto al cuerpo actual, donde es imprescindible pasar el poco tiempo libre de depilación, gimnasio y quirófano.
– Con el consumismo además la presión sobre el hombre por llevar dinero a casa también ha aumentado y además también se ha extendido un poco a la mujer. Cuanto más dinero, más tendrás para operarte y ponerte guapa.
– Y las frustraciones son iguales o mayores. La sociedad es igual o más psicótica. Una especie de histeria colectiva.
Muy interesante el artículo. Cuando el psiquiatra este dice que «En nuestra cultura el amor y el dinero tienden a ser por lo menos doblemente antagónicos» creo que no tiene en cuenta que para muchas no existe tal antagonismo, dado que los hombres con dinero son siempre considerados más atractivos que los que no tenemos donde caernos muertos. Ya he respondido suficiente número de veces a preguntas como ¿En qué trabajas? ¿Vives solo o en piso compartido? ¿Tienes coche, cuál? para saber que la respuesta que se dé modula apreciablemente el interés de la otra parte.
Tampoco creo que suponga un problema lo de que no estuviera bien visto que una chica pidiera citas. Que te las pidan a ti es mucho más cómodo. Debe ser algo fantástico, sospecho, dado que nunca me ha pasado. Será porque soy pobre.
Lo curioso de esto es que sólo puede hablarse de esa ahora extraña y monstruosa moral sexual desde nuestra perspectiva. Sin embargo, en aquella época era la opinión dominante, tenida por buena y por cierta.
A día de hoy, la opinión dominante sobre el sexo -sea ésta como sea- es también buena y cierta.
¿Qué se dirá de ella dentro de 100 años?
Lo que equivale a decir: ¿Cómo puede uno juzgar y sopesar los valores sexuales que la sociedad le inculca, desde un punto de vista exterior a esa propia sociedad en la cual está inserto? Siempre me mosquea que cada época crea estar siempre más adelantada, más mejor, más en la cresta de la ola que la anterior. Y que rara vez se lea a sí misma como mala o absurda (hablo de la opinión mayoritaria).
Me parece una pregunta verdaderamente complicada.
Gracias. Ha sido un placer leer el artículo.
Diste en la diana, Javier C.
No estoy del todo de acuerdo. En todas las épocas hay sectores críticos. Mira el movimiento feminista de aquellos años, que peleó contra la «mística de la feminidad». Lo que ocurre es que pocas veces a esos sectores se les da voz o voto. Ahora es igual. Basta leer el artículo para darse cuenta de que la cultura no ha cambiado todo lo que cabría esperar. Está la corriente mainstream que continúa fomentando el sexismo, el machismo, el culto al cuerpo, la gerontofobia, la banalización y automatización del sexo, la ignorancia supina en general, y están los sectores críticos a los que siguen sin dársele voz o voto y a los que tienes que buscar para saber que existen.
Artículo muy interesante de una obra que desconocía. Encuentro abundantes coincidencias entre las relaciones descritas con las de hoy en día. Muchos aspectos se mantienen en nuestra sociedad, no tanto en el tema de entender la propia sexualidad -que también- si no en las convenciones sociales en lo que respecta a matrimonio y procreación.
En mi opinión, son tradiciones cuyo significado y características se han mantenido casi inalterables por encima de revoluciones sexuales y feminismos de distinta generación.
Fantástico artículo. Llevo desde por la mañana leyéndolo a cachos en la oficina y acabo de terminarlo. Jaja.
Después de leer el artículo me entran ganas de leer el libro. No había escuchado nunca el título, pero sí al autor. Veré si lo encuentro en algún lado.
Coincido con todas las alabanzas. Me lo he pasado pipa leyéndolo y espero futuras entregas: Unión Soviética y España. Al igual que Dora, me quedo con ganas de encontrar el libro y conocer mejor la obra de Albert Ellis.
Y hablando de Mad Men, la mujer retratada por Ellis es exactamente Betty, la primera mujer de Don.
Un interesante documental acerca de esa época pre-revolución, en el contexto USA
http://www.imdb.com/title/tt0095289/
Excelente artículo pero por favor…SI existen dos tipos de orgasmos, así que la mujer entrevistada por Ellis estaba en lo cierto. Por favor, toda mujer y hombre debería saberlo y experimentarlo. De nuevo: el orgasmo vaginal existe y es muy diferente al producido por el clítoris.
Pingback: El sexo en los tiempos de Mad Men | UMMA
Si me gustó «Mad Men» fué precisamente por la lectura fría y acertada (a veces dolorosa) de la represión sexual de la época. Ya que el próximo artículo versará sobre la URSS propongo la visión de otra serie, bastante escondida, pero muy buena: «The Amerikans». Trata de falsos matrimonios rusos infiltrados en USA al servicio de la revolución pero viviendo vidas perfectamente americanizadas. Transcurre en otra época, creo que durante la administración Reagan, y en ella se ven los dos estilos de vida (sociales y sexuales). Y aunque ninguno de los dos sale bien parado, coincido con un comentario escrito aquí: tampoco podemos echar las campanas al vuelo con respecto a la actualidad.
Buenísimo el artículo, qué ganas tengo de leer los siguientes artículos. Muy interesante, realmente, pero como comentan arriba, ¿qué hay de la presión en los hombres? Eso también sería interesante comentarlo.
Me incomoda mucho ver Mad Men precisamente porque todavía reconozco en mi entorno laboral muchos de los comportamientos que en ella se describen y que se supone deberían estar ya superados. Por un lado es un ejercicio estimulante la comparación del retraso histórico de España con el superdesarrollo de la sociedad estadounidense de los cincuenta; la inevitable comparación entre puritanismo protestante y catolicismo; o el papel de las revoluciones civiles y sexuales de los sesenta. Pero también es turbador ver cómo el guionista de la serie disfruta retratando lo que ve como anacrónico, cuando ciertas dinámicas por aquí simplemente o siguen funcionando o han cerrado en falso.
Aprovecho tu artículo, sensible, riguroso y honesto, para comentaros que soy lectora habitual de Jot Down y echo de menos la presencia de firmas de mujeres, así como más artículos como el tuyo, en el que las mujeres somos sujetos y no objetos.
Me temo que habéis montado una web excelente, con contenidos buenísimos, pero que no deja de recordarme a una peña gastronómica vasca solo para hombres, en la que cocináis unos platos muy sofisticados pero cuya cocina las mujeres no podemos ni pisar.
Estoy totalmente de acuerdo con tu comentario. Echo de menos artículos no ya firmados por mujeres sino que traten temas de la realidad dura de las mismas, como este artículo. Es cierto que quizá la sociedad desde los años 50 sólo ha avanzado tiñendo de apariencia de progresia la realidad social de las mujeres cuando en realidad el problema sigue existiendo y empeorando, precisamente porque se mandan mensajes de que está superado. En as sociedades gastronómicas vascas sólo hay hombres y en casas de estos hombres siguen cocinando sus mujeres lo que es el menú diario.
Hablas de las mujeres como si fueran una minoría dentro de la sociedad con necesidades muy concretas, en lugar de la mitad de la sociedad, y por tanto afectadas por los mismos problemas que la sociedad en su conjunto (paro, corrupción, vivienda, contaminación, terrorismo…etc). No sé si te das cuenta de la imagen tan reduccionista que pides respecto a una mitad del mundo.
«cocináis unos platos muy sofisticados pero cuya cocina las mujeres no podemos ni pisar.»
¿Y si hubiera relación entre ambas cosas? Porque no hay más que ver de qué tratan las revistas de y para mujeres: trucos para adelgazar, cómo conquistar a tu chico, horóscopos, cotilleos… ¿En eso quieres que se convierta?
No todas las mujeres consumen ese tipo de producto igual que no todos los hombres leen revistas sobre coches o bricolaje. Para superar estereotipos así, creo que podrían publicarse más artículos de fondo escritos por mujeres, hay académicas, escritoras y periodistas de sobra.
Lo que llamas «estereotipos» son en realidad los gustos de la mayoría en cada género, y no veo por qué hay que superarlos, es decir, negar su existencia. Si a mí me gusta el fútbol y a mi hermana la moda no creo que debamos disculparnos ninguno de los dos.
Y si para «superar» estereotipos hay que poner a Sara Carbonero a hablar de fútbol… no gracias, prefiero a Maldini. El día que salga una Maldini entonces sí, la leeré. Pero no parecen salir muchas, desde luego no en paridad. Forzar las cosas y negar la evidencia por corrección política al final acaba llevando a situaciones ridículas.
Las feministas entonces recurren, cómo no, al victimismo: no es que no las haya, sino que no las dejan ser así. La brecha entre su mundo ideal andrógino y paritario y el mundo real la explican como pura ideología. No hay en la sociedad más que «estereotipos», «prejuicios», «heteropatriarcados» y estructuras opresoras. No existen en el año 2013 en los países desarrollados individuos que escojan libremente en función de sus intereses y su biología, no, solo colectivos alienados por superestructuras. En fin, marxismo apolillado y mucha paranoia.
La realidad es que cuando dejas a personas libres y adultas, en países con alto nivel educativo y cultural, que escojan lo que les gusta, curiosamente eso que les gusta suele coincidir bastante con lo que tu llamas «estereotipos». En Noruega hace poco emitieron un documental muy interesante sobre todo esto y que ha tenido una gran repercusión. Su aire desenfadado tipo «Salvados» lo hace muy ameno, te lo recomiendo:
http://www.youtube.com/watch?v=2sblNk2aPzE
Menos mal que posturas como la tuya son minoría, o se cuestionaría de nuevo si las mujeres tienen derecho a votar. El victimismo no es el discurso, estoy muy de acuerdo, pero el determinismo biológico que destila tu discurso es tan anacrónico como peligroso.
Es surrealista tener que defender algo tan obvio como que hay muchas mujeres con intereses que encajan con esta publicación, tanto lectoras como potenciales escritoras.
«Menos mal que posturas como la tuya son minoría, o se cuestionaría de nuevo si las mujeres tienen derecho a votar. El victimismo no es el discurso»
Pues menos mal que no es el discurso. Yo en ningún momento he defendido nada remotamente parecido a quitar el derecho de voto a las mujeres. Pero bueno, que tengas que responder con una acusación tan grotesca indica que no cuentas con mejores argumentos.
Y no, lo único peligroso es la ignorancia, en este caso de nociones básicas compartidas por científicos de todo el mundo, como las que explican en el vídeo que he enlazado.
Personalmente, en esta o cualquier otra revista o empresa, yo de lo que soy partidario es de que se escoja a los mejores, independientemente de que tengan colita o totó. Llámame excéntrico, pero prefiero fijarme en sus cerebros.
– No difiero mucho del punto de tu punto de vista, pero hay una parte que no comparto para nada.
– Parece como si los estereotipos fuesen algo natural, una fuerza de la naturaleza, que viene en la genética,…
– No se tiene en cuenta el factor propaganda 24h al que nos vemos sujetos desde que nacemos. Los estereotipos son inculcados. Se desprecia mucho el condicionamiento al que nos somete la propaganda, un condicionamiento brutal. Nuestra sociedad está peor aún que la de entonces, más neurótica y obsesiva. Y todo eso viene creado por la propaganda. La vigorexia, la anorexia, la adicción al botox, a la cirugía,…. son enfermedades nuevas creadas por la publicidad. ¿En qué sociedad en la historia de la humanidad se han dado personas que han decidido morirse por no querer comer? Coincido con un comentario anterior que dice que cuando se analiza una sociedad anterior se tiende a juzgarla desde un punto de vista de superioridad, cuando creo que en muchos casos nuestras sociedad ha ido a mucho peor en muchos casos.
– No hay que negar la existencia de estereotipos pero sí que hay que superarlos. Casi toda la sociedad es esclava de los estereotipos, con las correspondientes obsesiones, ansiedades, frustraciones, depresiones y enfermedades creadas por esos estereotipos.
– Un estereotipo que dice que la mujer tiene que estar en los huesos, eternamente joven,… Por ejemplo, debe ser combatido.
Albert Ellis fue un importante psicólogo y terapeuta. Que fuera mejor que Freud, a parte de ser absurdo como concepto (La ciencia no es un partido de fútbol) es algo que se inventaron los estadounidenses, muy hábiles en barrer siempre para casa, para hacer frente al apabullante dominio intelectual centroeuropeo de la época. De hecho, Ellis fue un discípulo aventajado de Fromm y Korbinszky, y básicamente le puso nombres distintos y con gancho a teorías más que comprobadas por sus antecesores, además de desarrollarlas con gran mérito, por supuesto.
No olvidemos que Freud y Jung, por ejemplo, empezaron a escribir directamente en inglés porque la APA no permetía que se tradujeran sus obras, intensas y profundas, mientras en USA la idea de la psicología era experimentar con ratas (y niños) para sacar páginas y páginas de registros conductuales de forma compulsiva.
En psicología, USA siempre ha estado por detrás de centroeuropa por su menor base filosófica y un simplismo y candidez que nos sorprende a los continentales.
Parece que nos hemos olvidado de esto y ahora en nuestras universidades nos enseñan a maltratar ratas y despedazar cerebros, y la filosofía, pues se la estudia usted en su casa, que es algo que no sirve para nada.
Filosofía, dice usted. Mire mad men, que se aprende mucho más.
Buen artículo, felicidades.
Ser mejor psicólogo que Freud es fácil. Para apuntalar esta afirmación os invito a leer «Más allá del principio del placer» del ínclito austriaco (os evitáis así la relectura de las 641 páginas en apretada letra de la edición de bolsillo de «La interpretación de los sueños» del mismo autor). Si después de hacerlo aún pensáis que no tengo razón en afirmar (con Navokov y muchos otros) que Freud es un Fraude, discutamos.
«Ser mejor psicólogo que Freud es fácil» Bueno, como dije antes, en psicología mejor o peor no tiene mucho sentido, pero esta frase me parece una bravuconada como mucho. Relajémonos. Freud cambió para siempre la cultura occidental, junto con muchos otros, siendo atrevido, original y certero. Hay que tener en cuenta la sociedad hiperreprimida en que vivía para valorar la valentía y brillantez de sus apreciaciones.
Evidentemente tuvo errores de calibre y está superado a estas alturas, como Darwin, Newton o Nietzsche, pero eso no les quita su valor intrínseco. Sin Freud, es impensable el devenir del pensamiento y de la psicología clínica occidental, incluso la magnífica literatura que se ha escrito para criticar a Freud no habría nacido sin él (Pienso en Focault, por ejemplo). No conozco a Navokov… ¿Será Nabokov?
Sí, Nabokov; pido excusas. Sin ánimo de ofender, bravuconada es decir que Darwin está superado. Me reafirmo en lo dicho y aumento mi apuesta: Freud se equivocó en la mitad de lo que dijo; la otra mitad la robó. Basta leer lo que publicó.
Oh, Ripley, qué viril…
¿Qué tal si aportases algún argumento para apoyar tu enérgica opinón?
Benvolio, machote…
¿Qué tal si aportas tú algo que no sea ironía simplista?
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | La vida sexual en la Unión Soviética
de acuerdo con Verhaeren. Me sigue sorprendiendo la enorme beligerancia que hay entre los detractores de Freud.
Me ha encantado el artículo.
Pingback: Mentir! Estilo Don Draper vs House MD | Way of Blog!
Me hay encantado lo que acabo de leer y por supuesto coincido en muchas cosas que se dan en la serie sin embargo no deja de ser maravillosa. Por otra parte estamos a semanas del estreno de Mad Men última temporada y estoy muy triste, pero en esta página http://www.hbomax.tv/mad-men-7 encontré los horarios en los que será transmitida, les servirá mucho a aquello amantes de la serie.
Esta serie ha sido de las mejores que he visto en los últimos tiempos. Creo que el éxito que logró obtener esta serie HBO se debe a las actuaciones que tuvo y a la historia que fue desarrollando. Es una pena que tenga que llegar a su fin.
Pingback: La vida sexual en la Unión Soviética | PsicoSapiens
no se a mi hace ,rato que hacen el orto,,,,y me gusta soy gay!gracias cristina y nestor kischner.igualdad y democracia!gracias a ellos noe reconocen como matrimonio………
soy feliz estoy casado con un angoleño.le puse baston!ya sabran x que…..
y soy una mujer feliz
Pingback: Sexo en el franquismo (I): las secuelas - Jot Down Cultural Magazine
También hay un lugar más grotesco para estas relaciones : Colombia¡¡¡
sorprendentes conceptos los vertidos por mr. ellis, y encima en aquellos tiempos. no sabía que la chifladura había llegado a tanto. tal vez de aquellos vientos tenemos hoy ciertas tempestades…
Pingback: 'Roger Ramjet': Yankee Doodle Yankee - Jot Down Cultural Magazine