(Viene de la segunda parte)
La metamorfosis que siempre había esperado Gainsbourg por fin se completaba: el estatus de estrella que tanto había perseguido ya era una realidad, y su reciente enfrentamiento con los paracaidistas le habían conferido un estatus de héroe frente a una opinión pública que lo observaba con un mezcla de admiración y asombro. Ahora era él quien comandaba las listas de éxitos, quien era invitado a todos los platós de televisión, el que había conseguido domesticar a un público que absorbía todo lo que les lanzaba, ya fuesen canciones reggae, canciones punk, canciones deudoras de inspiración jazz.
Gainsbourg paseaba triunfante su máscara de provocación, y poco a poco las excentricidades fueron convirtiéndose en cosa habitual en un compositor incapaz de refrenar sus accesos de infantilismo. Aparecía entonces por fin su alter ego que imaginábamos desde los tiempos de aquella autobiográfica Dr. Jekill y Mr Hyde: ahora Gainsbourg tendrá que compartir protagonismo con el perverso Gainsbarre: un hombre mordaz, violento y permanente ebrio, capaz de reventar emisiones en directo con una pasmosa facilidad.«Gainsbourg se barre quand Gainsbarre se bourre”, solía repetir ufano el cantante (literalmente, “Gainsbourg se pira cuando Gainsbarre se emborracha”).
Esa espiral de autodestrucción duró hasta su muerte, y en el camino fue perdiendo poco a poco todo lo que había conseguido hasta entonces, empezando por una Jane Birkin que lo abandonó en 1981, disolviendo la que por entonces era la pareja más mediática de Francia.
La primera respuesta de Gainsbourg será volver a patearse los clubes de París con nocturnidad y alevosía, agravándose su alcoholismo y su deriva vital, en la búsqueda de una mujer que pudiese reemplazar a Jane.
Un pequeño libro autobiográfico, Evguénie Sokolov, verá la luz en 1980, y es la trágica historia de un pintor que pasa del anonimato a la celebridad a pesar de sus grandes taras físicas. Y fisiológicas, pues el principal problema del protagonista son sus monstruosas e incontrolables ventosidades. Haciendo gala de un preciso conocimiento médico —estudió a conciencia el problema sanitario que suponía, incluyendo detalladas descripciones de anatomía anal— , la singular historia de este pintor de nombre ruso atormentado por sí mismo no es sino una parábola de su propia historia personal, “un autorretrato pasado por un filtro a lo Francis Bacon”.
En una de las salidas nocturnas de este quincuagenario hiperactivo conocerá a la que fue la última de sus famosas parejas, madre de su último hijo, y en ese momento 30 años menor que él: de nombre Bambou, “de rasgos asiáticos y estética junkie”, será la encargada de acompañar a Gainsbourg en su largo ocaso.
Dos años después de su primer disco de reggae, Gainsbourg se embarcará en la grabación del segundo de este género: Mauvaises nouvelles des étoiles [Malas noticias de las estrellas], que acometerá en Nassau en un tiempo récord, fiel a su método de trabajo basado en frenéticas noches en blanco. El resultado de toda esta inspiración acelerada será un disco notable con un puñado de buenas canciones por el que desfilan temas como su propia condición religiosa, Le Juif et Dieu [El judío y Dios] —canción en la que una vez más ajusta cuentas con los paracaidistas— ; sus propios recuerdos de familia —Slush slush Charlotte— y el tema del alter ego —Ecce Homo—.
Completarán el disco algunas canciones sin letra, apenas largos dubs de reggae, como en Evguénie Sokolov: 2.48 minutos de pedorretas sobre fondo musical que los músicos jamaicanos no quisieron grabar, debido al carácter místico que para ellos reviste la música reggae. Fue una excentricidad más de un Gainsbourg siempre dispuesto a reafirmar su irregular genio creativo.
Los últimos diez años de su vida transcurrieron en un paulatino proceso de autodestrucción, en los que alternaba la grabación de sus dos últimos discos con la vuelta a la composición de canciones para otros artistas y la creación de anuncios publicitarios que sostuvieran su tren de vida.
La provocación exacerbada como medio de conducirse en público se agravará por momentos, llegando al paroxismo con la visita a Francia de Whitney Houston.
A mediados de la década, Gainsbourg partió a Gabón para rodar su segunda película, Equateur [Ecuador], un film que será presentado en Cannes como “la degradación progresiva de un ser profundamente idealista […] en el que su lucidez entrará en conflicto con sus pulsiones humanas…”. Constituye, pues, una reflexión más sobre la autodestrucción y la pérdida de la dignidad humana, en este caso escenificada en la tormentosa relación entre un colono francés y su amante africana acusada del asesinato de su marido. Fue un rodaje muy duro, con todo el plantel de la película enfermo de fiebres tifoideas —Gainsbourg sufrió una infección parasitaria que afectó a su hígado, ya muy maltratado por el alcohol— y agotados por la canícula impenitente del Ecuador africano. Presentada en Cannes fuera de concurso, el público la recibió entre abucheos. Durante la proyección, las escasas críticas positivas señalaban la “lúcida combinación entre situaciones cómicas y trágicas”.
Un fracaso en taquilla que pronto quedará atrás, pues Gainsbourg se implicó todavía más en la escritura de canciones para otras artistas, una actividad que había interrumpido durante su “matrimonio” con Jane Birkin. La primera de sus intérpretes será precisamente Jane, que por entonces tenía ya una carrera cinematográfica relativamente sólida, y con la que la relación de normalidad que se instauró entre ellos tras la ruptura devino en una amistad que tuvo buenos frutos para ambos en el plano profesional
1984. Gainsbourg forma ya parte casi del patrimonio francés, tan querido el personaje como ignoradas sus veleidades cinematográficas. E invitado de honor en un sinfín de platos de televisión. Él es consciente de su ascendente sobre el público, y juega el juego de la ambigüedad con su feroz personaje Gainsbarre. Llega borracho a los directos, y protagoniza, siempre que puede, polémicas sonadas.
La primera de ellas fue, directamente, un delito, que solo una figura como él podía permitirse en televisión: quema en directo de un billete de 500 francos como forma de protesta contra un Estado que le quitaba el 74% de sus ingresos. Será una expresión tan valiente como innecesaria de sus convicciones, que supuso un escándalo mayúsculo en un país en el que el dinero es un asunto sagrado. Del dinero no se habla, no se presume… y desde luego no se quema en público. Se sucederán las cartas de televidentes furiosos a la redacción de la televisión pública y a los principales periódicos manifestando su profundo malestar con un Gainsbourg que, una vez más, disfruta de una situación que tenía perfectamente calculada a priori.
Y la segunda, no menos sonada, fue el célebre I wanna fuck you que le espetó a una jovencísima Whitney Houston, que no daba crédito a sus oídos. Una trastada más de un Gainsbarre desatado, del adulto infantil que se divierte en medio de estas situaciones. “No le prestes atención, en realidad ha querido decirte que le encantaría regalarte flores…” intenta mediar el presentador, a lo que Gainsbarre responde con un sonoro “Claro que no, he dicho que me la quiero follar” que hace las delicias de un público que asiste atónito al desarrollo de la escena. Un momento más del lado oscuro y desatado de este provocador nato, que no es más que un niño salvaje con una curiosidad malsana por hacer travesuras. Un “no está borracho, es su estado normal” evidencia la imagen decadente que se encargaba de proyectar cada vez que tenía un directo.
Para la grabación de su siguiente disco, Lerichomme (su productor) volvió a convencerlo de que había que perseguir el sonido que se quería investigar allí de donde viniese. Por ello, ambos se embarcan hacia Nueva York, en donde pasarán algunos meses empapándose de ritmos funk y rock en la ciudad que nunca duerme. Su penúltimo disco, Love on the Beat (1984), vio la luz tres meses después y fue, de largo, el álbum más bizarro del ínclito compositor, en el que se profundiza sobre temas como la prostitución, el incesto y la homosexualidad. Con su habitual estilo talk-over, los versos que antes flotaban sobre fondos musicales reggae entonces lo hacían sobre una coreografía instrumental de sintetizadores e instrumentos de viento. Los coros, antes femeninos, serán ahora voces masculinas, más acordes con el tema del amor entre hombres que se abordaba en el disco. La portada del disco será un Gainsbourg maquilladísimo, a la manera de un transexual. Disco personalísimo, en él abundan las referencias tanto históricas como musicales: el título de la canción Kiss me Hardy retomará las últimas palabras que el almirante Nelson soltó antes de morir en Trafalgar, dirigidas a su fiel contramaestre y amante Hardy; y su polémica Lemon Incest, cantada a dúo con su hija Charlotte, tomará como base musical el Estudio Nº3 de Chopin. Esta última canción, y el vídeo que la acompañaba, crearán un terremoto entre su público, que a pesar de estar acostumbrado a los escándalos de Gainsbourg creía que el tema del incesto excedía los límites morales tolerables.
Inceste de citrón
Lemon Incest
Je t’aime je t’aime plus que tout
Papapa
L’amour que nous ferons jamais ensemble
Est le plus rare le plus troublant
Le plus rare, le plus enivrant
Exquisse esquisse
Délicieuse enfant
Ma chair et mon sang
Oh mon bebé mon âme
Incesto de limón
Lemon Incest
Te quiero te quiero más que a nada
Papapa
El amor que nunca haremos juntos
Es el más raro, el más turbador
El menos frecuente, el más embriagador
Exquisito boceto
Niña deliciosa
Mi carne y mi sangre
Oh mi bebé, mi alma
La promoción del disco fue relativamente fácil para Gainsbourg, que sufría de una sobrexposición mediática evidente gracias a los trabajos que había firmado para Birkin y Adjani, un año antes. Disfrutaba de su merecida fama y del estatus que su larga carrera le permitía. En un permanente estado de ambigüedad entre su ser normal y su ser salvaje, es el momento para su penúltima gira de conciertos, una serie de veladas en el Casino de París.
Preguntado al respecto de su impronta en la música francesa, y la amenaza que entrañaba el lado oscuro de su personaje —Gainsbarre— para su legado musical, respondió así:
Incluso si paro ahora, esto [el olvido] no puede ocurrirme. Ya soy un mito. Lo digo sin vergüenza. Solo mi muerte pondrá fin a Gainsbourg. Y ni siquiera. Durante algunos años pasaré a la posteridad. Lo que más deseo es que cuando se analicen mis textos, se den cuenta de que he sido muy riguroso a la hora de componer, y entiendan que he utilizado la lengua francesa de la manera más pura posible.
Acaban los años 80, la guerra fría llega a su fin y la estrella de Gainsbourg se va apagando lentamente, sin remedio. Sus apariciones en los medios son cada vez más imprevisibles: a veces divertido, a veces patético, casi siempre borracho. Serán unos últimos años en los que arreciará la batalla en los medios entre partidarios y detractores de un compositor que consume sus días entre humo de cigarrillo, peleas familiares y cócteles imposibles.
Y sin embargo, su genio creativo todavía es capaz de improvisar canciones geniales y alumbrar álbumes rompedores. Su última bala será You’re under arrest (1987), concebido como el broche final a su carrera, en el que encontramos una vez más las señas de identidad de un Gainsbourg que ha entendido que este disco no puede ser una mera continuación del disco anterior, sino un nuevo tour de force que cierre su trayectoria.
Así, ideará un concept-album alrededor de otra heroína prepúber, al estilo de Melody Nelson o Marilou; en este caso una joven negra de apenas 13 años, de nombre Samantha y profesión junkie —un guiño a su propia compañera, una Bambou “de rasgos asiáticos y estética junkie”—. En las canciones del disco aparece por primera vez un Gainsbourg moralista, completamente opuesto al consumo de drogas al tiempo aborda temas sexuales como la impotencia y la frigidez. La atmósfera del disco será profundamente decadente, los rimas entre los versos bastante banales y en general la composición alejada de la genialidad de otros álbumes anteriores. Si Five Easy Pisseuses introduce el personaje de Samantha, Suck baby suck no deja lugar a dudas acerca de su sentido y Aux enfants de la chance será una llamada a la juventud drogadicta.
Sin embargo, es Gloomy Sunday la composición más clarividente del disco, una balada en tono suicida en la que se percibe cómo Gainsbourg ya va asumiendo que el final está cerca.
Je creverais un Sunday où j’aurais trop souffert
Alors tu reviendras mais je serai parti
Des cierges brûleront comme un ardent espoir
Et pour toi sans efforts mes yeux seront ouverts
N’aie pas peur mon amour s’ils ne peuvent te voir
Ils te diront que je t’aimais plus de ma vie
Me moriré un domingo cuando haya sufrido demasiado
Entonces volverás pero yo ya me habré ido
Unos cirios arderán como un anhelo ardiente
Y para ti sin esfuerzo mis ojos seguirán abiertos
No temas mi amor si ellos no pueden verte
Te dirán que fuiste lo que más amé de mi vida
La promoción del disco será en tono de despedida, con un Gainsbourg paseando su evidente alcoholismo por los platós de televisión. La conmemoración de sus 30 años de carrera (1958-1988) le sorprendieron en el hospital, luchando por sobrevivir a una operación que le extirpó dos terceras partes de su hígado carcomido por la cirrosis. Serán tiempos duros, él en una espiral de autodestrucción imparable en el hospital, y Bambou en la comisaría por tráfico de drogas. Sus tradicionales balbuceos de timidez son ya puras incoherencias, y su actitud de dandi no reviste sino el patetismo inevitable del dèjá-vu.
Una última ronda de conciertos en toda Francia le servirá como adiós, ya consciente de que su salud no le va a permitir aguantar mucho más. Con la misma actitud de siempre —cigarrillo permanente encendido entre los dedos incluido—, Gainsbourg pasó revista a todo su repertorio frente a un público mucho más joven que el que había abarrotado el Casino de París tres años antes. Por entonces, su figura ya era transgeneracional y su ascendente entre el público, inaudito. Había por fin conseguido aquello que había perseguido durante tres décadas: domar a un público que le era hostil.
La actuación más memorable de esa gira fue en el Zénith parisino, en donde le acompañó su banda de siempre, incluidos sus músicos americanos, y al que acudieron muchas de sus amistades para despedirse. El éxito fue total, las entradas se agotaron —hecho no muy frecuente para Gainsbourg— y los críticos se rindieron a la evidencia de que estaban delante del músico más importante que había dado Francia en el último medio siglo.
Y después del Zénith, el ocaso.
Se sucedieron tres años entre hospitales, alguna aparición en la tele y pequeñas colaboraciones con otras artistas: conforme la furia de Gainsbarre se iba apagando, un Gainsbourg plácido y sereno emergía para despedirse.
El dos de Marzo de 1991 se apagaba la vida del compositor que quiso “no tener que esperar a estar muerto para ser inmortal”. La vida que el pequeño Lucien empezó a fumarse frenéticamente desde su etílica adolescencia se acabó de consumir una fría tarde de invierno en la que olvidó tomarse la pastilla para su galopante cardiopatía, tal y como ya le había sucedido a su mentor y amigo Boris Vian 33 años antes.
El músico que había revolucionado la canción francesa con sus personalísima forma de componer, trufada de referencias y giros poéticos; el artista que supo modernizar la chanson con influencias de otros géneros sin nunca perder su propia voz; en definitiva, el genio que había hecho de la provocación un arte y de su vida una obra imperecedera, desaparecía a los 62 años, dejando tras de sí un ejemplo indeleble en una generación de franceses a la que había enseñado a apreciarlo.
Serge Gainsbourg experimentó durante toda su vida un sentimiento de frustración por no haber tenido la valentía de dedicarse a la pintura, arte que él consideraba de mucho más valor que la canción popular.
Solo en una ocasión reconoció que había sabido elevar el mero oficio de escribir canciones a la categoría de arte. Esa canción es Variations sur Marilou (de su disco L’homme à la tête de chou, 1976) y es probablemente la canción más hermosa que se haya grabado nunca en francés. Una sucesión de aliteraciones, repeticiones y anglicismos que desgranan, verso a verso, el viaje sin final de una Marilou irremisiblemente entregada y perdida en una nube de placer onanista en la soledad de su habitación. “Dans un fond de rock’n’roll s’égare mon Alice” [«Sobre un fondo de rock and roll se pierde mi Alicia…»] canta un Gainsbourg consciente de que este tema, nunca cantado en directo, era lo más cerca que jamás iba a estar de su admirado Baudelaire.
Siete minutos de poesía pura que constituyen la mejor oda a la masturbación que hayan ustedes escuchado nunca. Variations sur Marilou es, sin duda, la mejor de cuantas Flores del Mal Gainsbourg fue capaz de alumbrar
Disfruten, si han llegado hasta aquí se lo han ganado.
“Serge Gainsbourg supo elevar la canción al rango de obra de arte; su obra es el testigo de la sensibilidad de toda una generación francesa”.
François Miterrand
Nuestra lista en Spotify de Fumarse la vida: Serge Gainsbourg
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Bibliografía
Gainsbourg, Gilles Verlant.
Evguénie Sokolov, Serge Gainsbourg.
Pensées, provocs et autres volutes, Serge Gainsbourg.
Gainsbourg: une vie héroique, Joann Sfar.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Fumarse la vida (II): Héroe
Muy buena la saga. No conocia al artista.
genial..!! he seguido fielmente el articulo, para nada conocia al personaje pero cada narracion me asercaba un poco mas y me ha encantado.
Ciertamente es una pena que aquí se conozca poco y mal al genio musical irrepetible al que dedicáis este monográfico. Soy de origen sudamericano, viví en Francia y escucho a Gainsbourg a menudo. Felicitaciones al autor.
Durante un tiempo me gustó Gainsbourg, pero para mi le falta algo para ser uno de los grandes. Por supuesto, a años luz de Brassens. Para mi sus mejores canciones son las primeras. Después, tal vez demasiado alcohol y drogas… Ya sé que eso y su «malditismo» le hace atractivo para muchos pero creo que no debería influir en la valoración de su obra. Por cierto, Gainsbourg dijo: «He triunfado en todo, excepto en mi vida».
Pues fíjese que no estoy de acuerdo con usted: a Gainsbourg se le ha considerado siempre el más excelso representante de la Chanson Française en cuanto a composición se refiere. Es cierto que nunca tuvo la presencia sobre los escenarios que tuvo Brel, o la voz y el lirismo que impregnan cada canción de Brassens; sin embargo la capacidad para componer que demostró en cualesquiera de los géneros que abordó le es exclusiva a Gainsbourg.
Sus inicios son el ejemplo más puro de canción «a lo Brassens/Piaf», pero su evolución musical, desde el jazz hasta el rock, pasando por el reaggae y sus escarceos con la primera música electrónica le confieren un estatus de primera vedette en este mundillo. Y así él lo sentía, cuándo afirmó que «él ya era eterno». El malditismo que bebió de Vian sin duda le ayudó, pero es su talento el que le convirtió en el artista más importante de su época.
Cuando murió Brassens Gainsbourg afirmó «genios, ahora, sólo queda uno: yo»
Dudo que tenga la retribución económica que merecen sus trabajos, por lo que considero una obligación reconcerle el gran mérito de las tres entregas. Tanto el personaje como el planteamiento y el estilo literario son magníficos y los he disfrutado enormemente. Enhorabuena y muchas gracias por un trabajo tan excepcional.
Estoy muy de acuerdo con usted. La calidad literaria de este trabajo es excepcional y contribuye a hacer de Jot Down una referencia de auténtica categoría cultural. Mis felicitaciones al autor. Un saludo.
No le descubriré nada si le digo que comentarios como el suyo, alguien que se ha leído enteras las 12000 palabras de este artículo sobre un artista poco conocido en España, diciendo que le parece magnífico… es ya de por sí una gran recompensa. Un saludo y gracias
Magnífico.
Gracias por descubrírmelo.
A partir de hoy Gainsbourg me acompañará.
Gracias por este magnífico trabajo.
Un saludo.
Muchas felicidades por la triple entrega, amigo Horacio. En Psycho Beat!, donde somos auténticos devotos de Gainsbourg, hemos seguido el novelón por entregas con gran interés, y fíjese si a estas alturas nos daba pereza arrancar una nueva lectura (¡otra más!) sobre el susodicho. Gran artículo donde la devoción por Gainsbourg no solapa, ni mucho menos, el análisis enciclopédico. ¡Renovamos nuestras felicitaciones!
Brillante artículo, me han encantado las tres partes, aparte el gusto de descubrir tremendo personaje es enorme. ¡Gracias!