Yo no me duchaba nunca. En el cine donde vivíamos había un lavabo. Podíamos lavarnos los dientes y afeitarnos, pero poco más. Recuerdo que un día fui a unos baños públicos, pero estaban muy lejos. Más adelante, creo que la tercera vez que visitamos Hamburgo, nos lavamos en casa de una amiga. No creo que nos bañáramos ni ducháramos la primera vez que fuimos a Alemania. Ni la segunda. (George Harrison).
Cara de vieja, ojos de huevo, son algunos de los apelativos más cariñosos que recibe Paul McCartney por parte de mucha gente que entiende de música. Su trayectoria en solitario es de todo menos arriesgada y la marca «Beatles», más que velar por el legado musical del grupo, a lo que parece más predispuesta es a lanzar una OPA hostil al Banco Santander. Personalmente, me encantan los Wings y su concierto en La Peineta de 2004 me pareció maravilloso, pero sí es cierto que el invento de los Fab Four ya se reduce a la administración de royalties generados por que te traicionen el amor que sientes por sus canciones martilleándote con ellas en momentos tan propicios para la emoción musical como cuando eliges entre guisantes congelados de oferta en el Carrefour.
En esta entrega de Busco en la basura algo mejor quería yo rebelarme contra ello reivindicando a los Beatles a partir de una de sus biografías más canallas y que yace muerta de risa en el cajón de los descatalogados, Una biografía confidencial de Peter Brown y Steven Gaines. Pero he encontrado que se contradice con bastantes testimonios reunidos en la maravillosa Antología que apareció en 2000, así que recorreremos la etapa más sucia y salvaje de los de Liverpool a partir de esos dos libros y alguno más citado al final de este texto. Un relato de cuando los Beatles eran sinónimo de anfetaminas y enfermedades venéreas y sonaban como el Capitán Entresijos. Parafraseando a Carlos Javier Rubio en su artículo del Ruta 66 número 80 de 1993: “Porque, Ladies & Gentlemen, los Beatles también surgieron de la mierda”.
En los años 50, Lennon era un chaval con pantalones de pitillo y tupé. Un teddy boy, lo más cercano a un delincuente juvenil por aquel entonces. Aunque la rebeldía no le venía por su origen de clase obrera, era un niño más o menos bien, sino por una situación familiar complicada. Le criaba la hermana mayor de su madre, quien no podía hacerse cargo de él porque era demasiado joven y se acababa de separar. Este pequeño desarraigo emocional le convirtió en alguien intratable. Insultaba a sus compañeros del colegio, decía fuck detrás de cada palabra, fumaba como un carretero, le encantaba la cerveza y en clase se dedicaba a dibujar “lisiados y bebés deformes”. Su día a día era, tal y como cuenta esta bio, perseguir a las chicas por la calle para bajarles las bragas hasta los tobillos, mearse en el despacho del subdirector de su escuela en plan gesta heroica, o pegar a un profesor delante de sus compañeros. También robaba a su tía-madre, que a su vez le devolvía el detalle con castigos y palizas. Precioso.
Por supuesto, suspendía todo impenitentemente, a excepción del dibujo, que parecía ser su única dote. Pero cateó el ingreso al Colegio Superior de Arte de Liverpool tras dibujar “un jorobado con verrugas sangrantes” como interpretación del enunciado de un ejercicio en el que le pedían que ilustrase un viaje. Y la cosa empeoró cuando murió su madre natural. Lleno de rabia, iba molestando a todo aquel con el que se cruzaba por la calle. Asustaba a los ancianos poniendo a prueba su salud cardiaca, se mofaba de los minusválidos…
Su conducta típica solía ser acercarse a un desventurado parapléjico con quien se encontraba en la calle y hacerle bromas crueles sobre sus miembros inútiles ¿Adónde se han ido tus piernas, compadre? ¿Se han escapado con tu esposa? (Peter Brown y Steven Gaines).
Era también un celoso patológico con su novia, Cynthia, a la que golpeaba o retorcía el brazo por la espalda, pero luego él, si podía, se ligaba a todo lo que se le ponía por delante. Por esta conducta hoy en día podría hasta haber ingresado en prisión, al menos en España, y cualquier mujer en su sano juicio se alejaría de él como si su nombre rimase con mierda, pero Cynthia, que luego fue su primera mujer, veía que la necesitaba, porque tras su “ira colérica” había un “muchachito desvalido, lastimado”.
Por otro lado, McCartney había sido un niño obeso. De modo que cuando se libró de esos kilos de más, se convirtió en un donjuán. La mañana siguiente de perder la virginidad con una compañera de clase se lo contó a todos los compañeros de la escuela y abrumó a la pobre chica. Y ojo a esta revelación: “Al enterarse de la muerte de su madre, lo primero que dijo Paul fue: ¿Qué vamos a hacer sin su dinero?”.
Como todo el mundo sabe, Paul y John se conocieron, congeniaron, bla, bla, bla, y empezaron a tocar juntos. A estos dos caballeretes luego se unió Stuart Sutcliffe. Era un colega de John de la Escuela de Arte, en la que Lennon al fin había logrado entrar. Stu lo tenía todo. Era artista, era pobre y era guapo. Que no es precisamente poco. Vivía en una buhardilla en la que, en invierno, tenía que quemar los muebles en la chimenea para no congelarse. Fascinado por su personalidad, John se mudó a vivir con él una temporada a disfrutar de las malas condiciones de vida como dos buenos artistas. Es decir, se pasaban las noches bebiendo y charlando.
John dormía en un ataúd forrado en seda que había robado en un vertedero de basura. (Peter Brown y Steven Gaines).
Luego llegó Harrison, un electricista. Tenía 15 años, la cara llena de granos. Era flaco, pálido. No hablaba. Solo parece que lo hizo para decirle a John que su novia Cynthia tenía “dientes de caballo” en una conversación amistosa. Por lo demás, terminó entrando en el grupo a base de seguirles todos los días fueran adonde fueran. Como un stalker. Al final, casi sin darse cuenta, tras algunas probaturas, después de mucho reírse de él, terminó siendo uno más de ellos.
Con el invento ya formado con un miembro más, el batería Tommy Moore, un operario de fábrica, les surgió una gira por Escocia. Les habían contratado sencillamente porque eran unos pringaos. Johnny Gentle, el cabeza de cartel, pensó en ellos solo porque eran los únicos a los que podía ofrecerles un contrato leonino. No obstante, los Silver Beatles, que así se llamaban al principio, firmaron con ilusión y se hicieron con su primer uniforme. Todos de negro con unos zapatos baratos con adornos de cuero blanco. Como nota folclórica, McCartney se puso de apellido Ramon, para parecer más francés, más artista, un tipo muy sofisticado.
Las condiciones de la gira no les permitían más que un tazón de sopa al día. Terminaron durmiendo en la furgoneta. Stu, al que le dieron el bajo sin tener ni pajolera de tocarlo, se metía en el hueco del guardabarros de la rueda trasera. Los conciertos eran en decrépitos salones de baile de pueblos recónditos. Estaban asqueados, pero menos que los promotores, que llamaban a Liverpool para quejarse de la porquería de grupo que les habían enviado. Encima, una noche tuvieron un accidente con la furgoneta, Tommy se golpeó con una maleta que salió despedida y perdió los dos dientes delanteros. Le llevaron al hospital para que le cosiesen media la cara. Y esa misma noche, durante la actuación, cuando John Lennon vio cómo tenía el rostro, se rió de él delante de la audiencia. En cuanto regresaron, Tommy dejó el grupo y acabó de conductor de una carretilla hidráulica.
Más adelante, en Liverpool, actuaron como banda de acompañamiento de strippers. En cada libro la chica con la que tocaban se llama de una manera. En unos Shirley, en otros Janice. Pero lo que sí parece cierto es que se marcaban Moondog mientras ella se despelotaba delante de no más de cinco personas con abrigos largos, pues el lugar mucho glamour no desprendía y, por tanto, los clientes, tampoco.
Otras actuaciones como grupo de acompañamiento fueron para los festivales de poesía de Royston Ellis en el club Jacaranda. Este hombre, un beatnik amante de Kerouak, les enseñó a desatornillar los inhaladores Vicks para extraer la bencedrina (una anfetamina) que llevaban dentro y poder así pillarse sus primeros ciegos tal y como eran entonces, esto es, pasarse la noche bebiendo y hablando sin parar. Luego fueron contratados en este club con un sueldo como los que pronto veremos en la España del siglo XXI: a cambio de “Coca-Cola y judías con tostadas”.
En las sucesivas actuaciones que les fueron surgiendo, aparte de las remuneraciones miserables, también sufrieron el problema de los teddy boys. Los de verdad. Ellos eran meros imitadores de la tendencia, pero en realidad en aquella Inglaterra había auténticos delincuentes juveniles que, vaya, eran el único público de sus primeros conciertos. Ellos y sus novias, las judies. Iban a verles, a disfrutar de su música jovial y el esparcimiento, armados con cadenas, cuchillos y botas de punta de acero. Lo normal es que al final de cada bolo hubiese una pelea escalofriante.
En Neston, por ejemplo, los Silver Beatles asistieron a la muerte por linchamiento de un chaval de 16 años. Aunque hay libros donde dice que no murió, que solo lo descalabraron a patadas en la cabeza. No obstante, en lo que sí que coinciden todos es en que, en una cita de tantas en las que tenían que terminar la actuación saliendo por patas, a Stu le cogieron y también le patearon la cabeza hasta que perdió el conocimiento. Cuenta la leyenda, porque no hay nada demostrado, que un coágulo de sangre consecuencia de aquellos golpes acabó con su vida dos años más tarde, cuando sufrió un colapso y un aneurisma. Pero también hay una versión que dice que se cayó por las escaleras del ático de la casa de su novia en Hamburgo. Nos quedamos con que sus agradecidos seguidores le patearon la cabeza sin motivo, que no es poco.
Esta trayectoria errática, tocar mal y ser maltratados físicamente, solo se vio interrumpida con su viaje a Hamburgo, la capital europea del vicio en ese momento. A esta ciudad alemana, como antes con su gira escocesa, los Beatles consiguieron llegar gracias al enorme mérito de ser unos pringaos. Había demanda de grupos de rock and roll en Hamburgo y los estadounidenses salían muy caros. El propietario del aludido Jaracanda, Allan Williams, les puso en contacto con Bruno Koschmider que iba a abrir un local en Hamburgo y necesitaba una formación de cinco miembros competente, pero barata. Los Beatles fueron los elegidos… por su precio. Iban a cobrar 15 libras semanales cada uno, más de lo que ganaba un maestro en cualquier caso. Detalle que llevó a Paul a escribirle una carta de despedida al director de su instituto para pasarle por la cara su nuevo sueldo. El padre de Macca, menos entusiasta, le advirtió de que en la calle de Hamburgo a la que iba, Reeperbahn, era normal que asesinasen cada dos por tres a marineros británicos. Que tuviera cuidado porque era un lugar peligroso. ¡Y que no se drogase, por los clavos de Cristo! Que se lo veía venir.
Antes de irse, como no tenían batería, tuvieron que contratar a Pete Best. Su mérito, básicamente, era que tenía batería. Se la acababan de regalar por su cumpleaños y, además, su madre les caía bien. Era la dueña del Casbah, su club de cabecera en Liverpool. Y era importante que les cayera bien. Según ellos mismos cuentan, las baterías eran tan caras que solo las podían tener niños bien que, por ende, eran gilipollas. Él era guay, así que Pete se subió a la furgo y partieron hacia Alemania.
Durante el viaje, en Holanda, donde la policía les registró para buscarles no droga, ni alcohol, ni tabaco, sino café —así andaba Europa de festiva—, pararon en Arnhem. En esta ciudad había tenido lugar la Operación Market Garden en la Segunda Guerra Mundial. Los ingleses intentaron penetrar en Europa con paracaidistas y una división acorazada de las SS les derrotó sin miramientos. Generalmente, la historia dice que fue consecuencia de la torpeza militar del alto mando británico. Los Beatles, que alucinaron con las infinitas hileras de tumbas que se encontraron, la denominaron en su día “otro truquito de Winston Churchill”. El caso es que lo relevante de esta visita es que allí, en una tienda, John Lennon robó una armónica que incorporó a las canciones del grupo, lo que a la postre daría alguna que otra alegría a sus fans.
Al llegar a su destino, el barrio de St. Pauli, se encontraron con que iban a ser alojados en un cine, el Bambi Kino. Tenían que dormir en un almacén con un par de literas y las paredes sin pintar que estaba detrás de la pantalla de la sala. Para calentarse, como mantas, les dieron, graciosamente, banderas de la Union Jack. No había calefacción y tenían que usar los lavabos de señoras del cine.
El libro Una biografía confidencial dice que el Bambi era un cine porno y que se despertaban con los jadeos cuando empezaba a proyectarse cada película. Parece una exageración. En Antología no hay ni mención a que fuera un cine equis. Además, se habla de que al baño no dejaban de entrar señoras alemanas gordas que se cruzaban con ellos en sus aposentos deluxe. Por eso, por muy «cosmopolitas» que pudieran ser los alemanes en ese momento, parece más creíble la versión del Antología cuando cita cómo John recordaba esa bucólica escena: “Por la mañana, al despertar, oíamos a una vieja Frau alemana meando en el baño”.
Luego, para comer, iban a un restaurante barato, lo único que se podían permitir ellos, y allí, los veteranos de guerra más arrastrados. Estaba lleno de mutilados sin piernas, sin brazos, ciegos, tuertos y todo lleno de gatos. Los Beatles dijeron que, contemplándoles, se les subía a la cabeza el nacionalismo británico. Ellos habían ganado la guerra. Toma ya.
Su jefe, Bruno Koschmider, era un individuo que no tenía ni idea de música. También le habían herido en la guerra, se había quedado cojo, y ahora regentaba un par de clubes nocturnos para ganarse la vida. Uno de ellos de striptease, que quería reconvertir en sala de rock and roll, el Indra. Allí estuvieron un mes actuando prácticamente sin público. Cuando pasaba alguien por delante de la puerta, se ponían a tocar lo mejor que tenían para ver si lograban que entrase. A veces lo daban todo toda la noche y solo tenían una pareja viéndoles sentada en una mesa. Duraron un mes. La vecina de arriba les denunció por el ruido y Koschmider tuvo que volver a convertir su garito en un silencioso y discreto puticlub.
Entonces pasaron al Kaiserkeller, el otro bar de Koschmider, donde empezó lo bueno. Tenían que estar tocando 12 horas diarias que se repartían con otro grupo. Seis horas por noche cada uno. Alternaron con Derry and the Seniors y con Rory Storm and The Hurricanes, el grupo de un batería profesional muy solvente, Ringo Star. Los sábados comenzaban a actuar a las cuatro de la tarde y acababan a las cinco de la mañana. En sesiones de esa duración, tocaban todo el repertorio de Gene Vincent, discos enteros de Chuck Berry, Little Richard, Everly Brothers, Buddy Holly o Fats Domino. Cuando al final estaban exhaustos, se inventaban las canciones sobre la marcha. A la postre, su talento innato les convirtió en estrellas, no cabe duda, pero ellos mismos reconocieron que sin ese entrenamiento-tortura cuasi militar, no hubieran llegado a ser verdaderos músicos. Porque en este negocio que parece tan frívolo no todo se basa en un buen look y cuatro ideas. Bueno, ahora tal vez sí. Pero no en la edad dorada de la música popular. What I´d said, de Ray Charles, por ejemplo, la hacían de hora y media. Imaginad a Coldplay convirtiendo eso en el planazo para un viernes.
El barrio en el que trabajaban era para ponerle un marco. Había locales que anunciaban sexo de burros con mujeres, peleas en el barro. Estaba lleno de prostitutas, criminales, marineros borrachos y travestis. De hecho, justo enfrente del Kaiserkeller estaba el Roxy, un local de transformistas que no paraban de tirarles los tejos porque eran jóvenes y guapos.
Nuestro amigo Bernie vino de Liverpool a visitarnos. Un día estábamos en un club y Bernie entró y dijo «¡Una tía buenísima acaba de hacerme una paja en el váter!». Nosotros contestamos: «No es una tía, Bernie”. (George Harrison).
Los camareros del local les enseñaron a saludar en alemán. O eso creyeron. Lo que les dijeron era que “hola” y “buenas noches” eran, en su idioma, “jódete” y “bésame el culo”. Iban por ahí repitiéndolo, con sus sonrisas adolescentes, metiéndose en líos y rogando luego que por favor no les pegasen, que eran ingleses y no sabían lo que decían. Con todo, ellos luego también se aprovechaban de que la incomprensión era recíproca y, cuando llevaban ocho horas tocando —Harrison confesó que se le dormían las manos—, ya presentaban las canciones diciendo “esta se llama knickers (bragas)”. Y a cascarla.
Las peleas eran habituales cada noche. Los marineros, cuando estaban borrachos, se liaban a golpes con los camareros porque no querían pagar o no estaban de acuerdo con la cuenta. Los camareros entonces sacaban porras, llaves inglesas y navajas y se montaba ahí la de san dios. Era habitual también que, cuando se montaba una trifulca, alguien disparase pistolas de gas lacrimógeno. Los Beatles lo recordaban como jornadas de «sangre y lágrimas»; sangre del público, lágrimas del grupo por los gases lacrimógenos.
Al principio, resultaban un poco sosos para lo que pedía la clientela que acudía a un barrio de ese tipo. Su jefe les pidió un poco más de gracia, de show y cuando estaban aburriendo, les gritaba “Mach Schau!” para que dieran un poco el cante, algo de espectáculo añadido. A raíz de esto, John empezó a imitar a Gene Vicent. Cojeaba por el escenario, se tiraba por el suelo, y como la cosa le fue bien y a los alemanes les hacía gracia, esta dinámica fue in crescendo.
Hay que tener en cuenta que para tocar 12 horas cada día hace falta algún tipo de combustible extra. En su caso, fueron anfetas. Se zampaban preludines, unas pastillas adelgazantes. Los propios camareros se las daban cuando veían que flaqueaban. Mientras tanto, el público les enviaba cajas de cerveza y les pedían que tocaran más alto. Ni mejor ni peor, solo más fuerte. Era alemanes. Y si eran gangsters, les enviaban botellas de champán. Así, borrachos y anfetamínicos perdidos —George recuerda que echaban espuma por la boca al cantar—, con carta blanca por parte del dueño del local para montarla y un público jaleándoles para que la liasen pero bien, sus actuaciones no tardaron en ser auténticamente demenciales. O rockeramente hablando, memorables.
Conforme empezaban a estar ciegos, iban tirándose comida unos a otros, luego los micrófonos y al final terminaban desnudándose. Lennon salió en una ocasión en ropa interior con el asiento del váter arrancado y colocado cual collar de perlas alrededor del cuello. Se pintaron cruces gamadas en la frente, se ponían viejas gorras del Afrika Korps y marcaban el paso de la oca en el escenario. Al público le encantaba esto, pero luego los Beatles, que ya se habían ido de madre, les insultaban en inglés, que el público no entendía y entonces les aplaudía. Al final, con todo fuera, les decían desde el escenario ¡Sieg hail! ¡Dad palmas, nazis de mierda! Que se fuesen a tomar por culo, putos nazis, y les lanzaban lo que tuvieran a mano. Y sí, el respetable se lo pasaba pipa y no paraba de enviarles más y más cajas de cerveza. En este plan, destrozaban todo cuanto había en el escenario. En el Antología, Lennon presume de que arrasaban con todo y dejaban las guitarras sonando tiradas por el suelo mucho antes de que lo hicieran los Who. También se peleaban entre ellos en escena. Una vez Paul insultó a Stu y se enzarzaron a golpes para delirio de los gangster allí reunidos, que se descojonaban porque no eran precisamente un par de buenos luchadores. Y más champán para el grupo.
A veces Lennon iba tan sumamente ciego que se caía a peso muerto y se quedaba dormido profundamente debajo del piano. El grupo, mientras, seguía tocando. Como si nada. Luego, al llegar a casa, el cine, comían techo con las mandíbulas disparadas. Y si llevaban varios días seguidos trabajando sin sobar con esa dieta de preludines y alcohol, terminaban teniendo alucinaciones. A John se le solía ir la cabeza y a altas horas se ponía muy violento. Los demás tenían que fingir que dormían para que no la tomase con ellos. Una vez, Paul se estaba tirando a una chica y Lennon, sin motivo alguno, cogió toda la ropa de ella y la destrozó con unas tijeras y después rompió el armario a patadas. Llegó un punto en que digamos que John se hizo uno más con el lumpen.
Un día nos enrollamos con un marinero británico. Le dije en inglés que no se preocupara, que le conseguiríamos chicas. Le emborrachamos y el tío no dejaba de preguntar. ¿Dónde están las chicas? Nosotros seguimos charlando con él, tratando de averiguar dónde guardaba el dinero. Pero no lo conseguimos. Al final le pagamos un par de puñetazos y lo dejamos estar. No queríamos hacerle daño. (John Lennon).
Pero todos se integraron en el barrio. Las prostitutas les lavaban la ropa. La que cuidaba los baños en el Kaiserkeller, una anciana llamada Rosa, les prestaba dinero cuando estaban arruinados. También les daba preludines cuando hacían eses. Con las chicas de striptease la relación, por supuesto, fue a más. Venían de un Liverpool donde las chavalas llevaban unas fajas infames y el ambiente era, en sus propias palabras, “medieval”. En Hamburgo, sin embargo, alternaban con chicas que iban semidesnudas y que, en sentido literal, les educaron sexualmente. Dijo Paul que como no tenían intimidad a veces entraba en la habitación que compartían para coger algo, se encontraba un culo desnudo subiendo y bajando y tenía que decir “huy, perdón” y dar media vuelta. Harrison, que reveló que en Liverpool cuando se besaba con una chica tenía unas erecciones de horas que le causaban dolores horrorosos sin posibilidad alguna de que le aliviaran, perdió la virginidad delante del resto del grupo en Hamburgo. Estuvieron todos callados aquella mañana, mientras follaba, pero cuando acabó, se pusieron a aplaudir como en un espectáculo deportivo. Así, sí.
Ejerciendo el sexo en todas sus formas, drogados a cualquier hora del día o de la noche, los muchachos se convirtieron en un laboratorio ambulante de enfermedades venéreas. Allan Williams llegó a convertirse en el Doctorcito Sífilis. «Yo buscaba hinchazones en la ingle, derrames en la punta, y les preguntaba si sentían dolor al orinar». (…) Tan pronto como recibían una inyección de penicilina, estaban otra vez bebiendo y putañeando. Cuando volvieron definitivamente a Liverpool, un venerólogo pudo limpiarlos. (Peter Brown y Steven Gaines; declaraciones en El hombre que regaló a los Beatles, de Allan Williams).
Aparte de las tablas que cogieron tocando tantas horas seguidas, el otro aspecto determinante que marcó a los Beatles fueron sus amistades alemanas. Un día entraron a una de sus actuaciones en el Kaiserkeller Astrid Jurgen, Klaus Voorman y Jurgen Vollmer, estudiantes de arte. Iban todos de negro, con el pelo alisado por los lados y alborotado por arriba. Se denominaban a sí mismos los «exis», de existencialistas —relato que suena un poco a cierta pandilla de El Gran Lebowski—. Estaban enamorados de Stu, pero no por la música, sino por su pose tipo James Dean. Eran modernos, no rockeros, y les interesaba más la imagen que otra cosa. De hecho, Astrid empezó a fotografiarles. Les sacaba instantáneas en descampados, ferias, siempre junto a mobiliario destartalado. Por la influencia de los «exis» se vistieron todos de cuero negro y se compraron botas de cowboy. En 1961, mucho antes que Jim Morrison y más aún que el heavy metal.
Llevábamos unas gorras rosas de cuero a las que llamábamos chochetes y que habíamos comprado en Liverpool. Ese se convirtió en el uniforme del grupo: botas camperas, chochetes y trajes de cuero negro. (George Harrison).
Fue Astrid, que se ennovió con Stu, quien les sugirió que dejaran de hacerse el tupé con vaselina y que se peinaran el flequillo hacia delante, como chicas. Una idea que estaba inspirada en el aspecto que llevaba el actor Jean Marais en Le Testament d´Orphee, una película de Jean Cocteau de 1959. Tiempo después, en una visita a su amigo Jurgen en París, se cortaron el pelo a lo tazón. No era un peinado tan extraño entre los jóvenes arties del continente, pero en Liverpool eso no se había visto jamás ni de casualidad. Cuando volvieron a casa, los ingleses alucinaban. Así nació el luego célebre «peinado beatle», que no habían inventado ellos.
El regreso a casa fue repentino. Primero, a Harrison le cogió la policía —ellos la llamaban la Gestapo— porque era menor de edad y lo deportaron. Los demás, como iban a conseguir un contrato en el mejor club de Hamburgo, el Top Ten, rompieron con Koschmider de mala manera. Al dejar el cine en el que vivían, en una travesura infantil, como diciendo «nos largamos de esta mierda», prendieron fuego a un condón clavado a la pared y dejaron todo el manchote del plástico quemado goteando. Koschmider les denunció por intentar incendiar el cine y la policía deportó también al resto porque además, entre otros delitos, no tenían permiso de trabajo.
Volvieron un par de veces más a Alemania. Durante una de ellas, un borracho que se quedaba en una esquina habitualmente al final de sus actuaciones resultó ser el batería de Rory and the Hurricanes, Ringo, que se quedaba a verlos para pedirles que tocasen blues. En un principio les daba miedo por un detalle muy curioso: en aquella época, los tíos a los que les gustaba la música lenta eran los macarras peligrosos. Pero la amistad fue a más y terminó siendo su batería. Stu, ya que la música no era lo suyo, prefirió quedarse en Alemania estudiando arte fascinado por su titi, la cachonda Astrid.
Lo gracioso de todo esto es que, al regresar a casa, Paul casi deja la música. Se preguntaba si eso de las deportaciones, las drogas, los travestis y los marineros borrachos era realmente la vida que quería llevar un artista como él más allá de la vivencia iniciática. Se puso a trabajar en una fábrica y, si no es por un concierto que les salió en The Cavern un mes más tarde, no hubiese vuelto al grupo, aunque le tuvieron que convencer.
Ese show fue un éxito. Los ingleses se pensaban que eran alemanes y por el equívoco, paradojas de la vida —ni que el público fuese madrileño—, les aplaudieron por primera vez en su ciudad. Sus fans se multiplicaron. Esta pequeña fama llegó a oídos de Brian Epstein, quien les dijo que podían triunfar si se quitaban ciertas manías adquiridas en Alemania, como comer con las manos en el escenario durante la actuación, entre otros detalles, y les presentó a las discográficas. Ya sabemos qué pasó después.
Testimonio sonoro de aquella época dorada alemana es un pirata en la sala Star de 1962. Hay ediciones con un sonido que deja a Burzum a la altura de Ella baila sola después de beberse ambas un bidón de Yop de fresa. Una de las presentaciones más bonitas se llama The Beatles vs Third Reich. El directo estaba grabado con un micrófono colocado en el puñetero suelo. La historia posterior de este álbum no es nada romántica, como lo vivido ese año, hay una cadena de demandas de Apple contra un sello independiente por los derechos que merecería otro artículo. Y encima fue litigar para nada, porque hoy en día se puede descargar fácilmente de Internet en todas sus modalidades, a cada cual con un sonido más aberrante.
Otra prueba de cómo sonaban los Beatles en aquella época es el disco que grabaron con el cantante Tony Sheridan en Alemania. Este buen hombre era el primer músico de Liverpool que había aterrizado en Hamburgo. Se conoce que, por su personalidad, se hizo rápido a la ciudad y a sus gentes. Dicen en Antología que era normal que cuando actuaba, si veía que alguien estaba hablando con su novia, se bajase del escenario, se pelease y luego volviera a subir a seguir como si nada, solo que envuelto en sangre. De hecho, en una de estas se cortó un tendón de la mano y tocó ya siempre la guitarra con el dedo hecho un guiñapo. Los Beatles en este disco no hicieron más que de grupo de acompañamiento, para su desgracia, pues esperaban más protagonismo. Y encima, como a Tony no le gustaba su nombre, les llamó por el artículo catorce The Beat Brothers. Años después, cuando se desató la beatlemanía, le cambiaron el título al disco raudos y veloces y pusieron bien clarito en la portada: “The Beatles”. Sheridan, en 1967, hizo una gira por Vietnam para alegrarle la vida a las tropas invasoras, con tan mala suerte que cayeron bajo el fuego del Vietcong y murió uno de los músicos que había contratado. Sin embargo, Reuters dijo que había fallecido él y le dieron por muerto durante años. En realidad, vivió en Suecia y estuvo dando conferencias en Hamburgo sobre sus años con los Beatles en esta ciudad hasta que falleció en febrero de este año. En Spotify hay algunos discos más suyos. Nada del otro jueves.
De todas formas, la grabación definitiva de esta época de los Fab Four son las cintas de Decca recogidas el uno de enero de 1962. También llamadas The Capricorn years solo dios sabe por qué. Se trata de una audición que hicieron para Decca de escaso éxito. Dick Rowe, el directivo de la discográfica, se quedó con los Tremeloes antes que con ellos. Les explicó, para mayor descojone posterior, que los grupos con guitarras estaban pasados de moda. Todo un visionario. Dice Juan Manuel Escrihuela en su biografía de McCartney que Rowe años después también rechazó a David Bowie y aún le quedó tiempo para decirle que no a Marc Bolan. Lo dicho, un genio. En Canciones ocultas de los Beatles, de Alejandro Irazo y Antonio Vizcarra, comentan por otro lado que este pobre hombre defendía sus errores diciendo que había rechazado a los Beatles, pero meses después fichó a los Rolling Stones. En realidad, lo hizo por consejo de George Harrison, revelan. Solo le faltó un sillón de consejero en Bankia.
De este disco “rechazado”, la canción Like dreamers do se la cedieron años más tarde a los Applejacks y fue número 20 en las listas. Hello little girl, se la dieron a los Fourmost y fue número nueve. Love of the loved, la interpretó Cilla Black y llegó al 35. Claro que todo esto con la beatlemanía desatada. Para mí, la más bonita es Take good care of my baby, temazo que popularizaron los semidioses Bobby Vee y Dion DiMucci. Arrodillarse aquí. Todo este material cayó luego en manos de George Martin que, interesado por el carisma que desprendía el grupo, llamó a Epstein y terminó fichándoles para EMI. El resto es historia. Tanto en los éxitos inmortales de acompañamiento en la compra de guisantes congelados, como en un genuino y glorioso ¡que nos quiten lo bailao! que explica en buena parte supuestas pasteladas posteriores.
Perfecto, pero el que trabajó en una fábrica tras volver de Alemania fue Paul; barriendo el patio de una fábrica de bobinas eléctricas. Creo que lo leí en el Antología.
PD: No me importa ser un puto friki de The Beatles.
es cierto, muchas gracias xD
Pingback: “¡Dad palmas, jodidos nazis!”; 1961, el año de los Beatles en Hamburgo
genial..!!! fue tan fluida que llegue super rapido al final. Amo a The Beatles.
Enhorabuena por el artículo, aunque tiene varias inexactitudes lo entiendo porque es cierto que de la época de Hamburgo hay bibliografía confusa. Al respecto te recomiendo Shout!. Lo único que si me parece importante corregir es el apellido de Astrid, que es Kirchherr, y que precisamente fue ella la que les peinó a lo tazón por primera vez. Aunque es cierto que en París Paul y John adquirieron el que sería el look beatle definitivo durante un curioso viaje que compartieron por Europa. Saludos.
Por lo leído aquí, ( e insisto en eso) viene a demostrarse que para llegar a la cumbre, en lo que sea, es imprescindible además de ingentes dosis de talento, ser un redomado hijo de puta. Los Beatles, vistos desde ese prisma, estaban a un paso de la delincuencia:
«Nosotros seguimos charlando con él, tratando de averiguar dónde guardaba el dinero. Pero no lo conseguimos. Al final le pegamos un par de puñetazos y lo dejamos estar. No queríamos hacerle daño. (John Lennon)»
¡Angelito! ¡Pues haber matado a ese marinero, John! ¡Con uno de tus calzoncillos usados! Además, eran unos guarros de aquí te espero, si es que lo de no ducharse nunca, llegara a ser cierto. Creo que Stuart Sutcliffe y los otros que se largaron, lo debieron hacer para no aguantarlos, como almas sensibles que debían ser.
¡Ah, pero su música…!
«Los grandes hombres son casi siempre malas personas», no recuerdo quién lo dijo pero iba bien encaminado.
Pues yo qué quiere que le diga, me he descojonado de lo lindo: «… Ese se convirtió en el uniforme del grupo: botas camperas, chochetes y trajes de cuero negro». Gorras de cuero rosas que llamaban chochetes. A estos salvajes Epstein si que les tuvo que dar un buen pulido, menudas fieras.
Hay que joderse, con razón y de la buena, decía Lemmy de Motörhead que los Beatles eran unos chungos y los Stones sólo burgueses de los suburbios de Londres jugando a ser niños malos.
Los artistas…siempre decepcionan cuando se hace el close up de sus biografías. Preferiría no haber leído tantas miserias.
Me encantan Wings y estoy harto de que se infravalore a Paul Maccartney desde que dejó The Beatles.
A ver, el primer disco del muchacho (McCartney) fue una maravilla, pero a partir de ahí, caída en barrena. Se notaba la falta de tensión que suponía la competencia con Lennon y el tío se fue dejando llevar por la blandengue de Linda, los hijos, y esas cosas que corroen la creatividad. El punto más humillante en su carrera, fue el dueto con Michael Jackson con en esa birria de canción, los dos haciendo el tonto. ¡Solo le hubiera faltado ya, grabar con Julio Iglesias!
El peor dueto fue el que hizo con Stevie Wonder, una soberana horterada. Las canciones con Jackson no están tan mal.
Y la carrera de McCartney está trufada de maravillas. Que sí, que hay mucha balada tontona pero hay grandísimas canciones, incontestables. Y buenos discos, por ejemplo “Chaos and Creation in the Backyard”del 2005, una debilidad personal.
Muy bueno. Una duda: no fue Paul a quien deportan por ser menor?
No, George seguro!
En el primer disco en solitario de Paul -excelente- llevaba la inercia creativa propia del grupo y eso se nota muchísimo. Hay piezas antológicas como»Maybe I’m Amazed» y una atmósfera general casi mágica que convierten este disco en una pieza de coleccionista, una rara avis, a tenor de lo que luego consiguió. Su segunda creación, RAM, supuso un descenso de muchos peldaños en su trabajo y lo cierto es que nunca más consiguió atraer mi atención, algo que no sucedió con Lennon al que seguí con interés hasta su muerte. Y que conste que no tengo la menor animadversión contra McCartney; le estaré eternamente agradecido por haber hecho más interesante mi vida con su genio y el de los restantes Fab Four.
Pues en mi opinión, «Flaming Pie», de Paul McCartney (1997), es uno de los mejores discos de la historia del pop-rock. Pero siempre ha molado desdeñar el trabajo de Paul y glorificar el de John. Para mí, musicalmente, no hay color. (Sí, ya sé, esta polémica suena a rancio, pero me apetecía quedarme a gusto).
Un reportaje muy entretenido. Solo comentar una chorrada: siempre he imaginado que The Capricorn Years se llama así por tratarse de la etapa anterior a la de Acuario, y por lo tanto para dejar claro que son grabaciones de los Beatles pre-buenrollo.
¿Jean MARAVAIS?
Ya será Jean MARAIS, ¿no?
Cosas como esta son las que me empujan al suicidio…
¡Ja, ja, ja..! ¡Es usted de lo que no hay, Funestini! ¡JA, JA, JA! Pensé lo mismo cuando leí el artículo ayer, aunque luego se me olvidó hacer constar la duda. Pero aquí está usted con su ponderado sentido de la realidad y su ánimo inquebrantable para poner los puntos sobre las íes…
¡No se suicide por eso, hombre…! Ja, ja, ja!
Decir que tras el primer album cayo en descenso es aparte de muy radical, demostrar no haber entendido nada de nada.
¿Ya no hizo ninguna cancion buena? ¿En Ram no hay buenas? ¿ Band on the run o Bluebird no son buenas? Back to the egg no es un buen album de powerpop? Esos prejuicios…
¡Nada, hombre! ¡Todo eso que mencionas es FULLARACA! Lo que pasa es que hay que tener el gusto muy entrenado para captarlo, algo que solo está al alcance de oídos sagaces.
Con todos los respetos para la genial obra de John Lennon, Beatle y post-Beatle, si en los Beatles no hubiera estado Paul McCartney este artículo no hubiera sido escrito jamás ni, por supuesto, estaría siendo debatido.
Los Beatles son lo que son por haber trascendido lo meramente musical, pero fundamentalmente desde la música, y la gran mayoría de canciones que la gente que no tiene especial interés en el pop-rock han sido compuestas por Paul McCartney. Los que nos gusta, y mucho, el pop-rock, deberíamos reconocer de una vez por todas que los Beatles sin Paul McCartney hubieran sido igualmente los mejores, pero los Kinks, los Stones, los Who y unos cuantos más también eran muy buenos, y exceptuando a los Stones, a todos estos grupos que cambiaron la música popular a partir de los 60 sólo los conocemos los enterados. Los Beatles no, y el hecho de que todo el mundo conozca a los Beatles lo da Hey Jude, Let it be, Yesterday, Get back… y no extraordinarias canciones como Nowhere man, Glass onion, Lucy in the sky with diamonds, Strawberry fields forever…
Y de acuerdo que el McCartney post-Beatle es muy irregular, pero de ahí a decir que no es arriesgado… ¿Ha escuchado el autor del artículo Chaos and creation in the backyard, del 2005, con 63 añitos de edad? Ahora todo el mundo alucina, y con razón, por cierto, con el The next day de Bowie. Pero Sir Paul se marcó uno de los mejores discos de la década con Chaos and creation in the backyard.
Todos los macarnianos consideramos a Lennon como la pieza necesaria para que todo funcionara como funcionó, en cambio los lennonianos tienden a considerar a McCartney como un mero compositor de cancioncillas cursis.
Totalmente de acuerdo contigo Jordi. El pop es alegre, no es pecado ser alegre.
No solo alegre, a bote pronto se me ocurren Leonard Cohen y Nick Cave, que han compuesto algunas de las mejores canciones del último cuarto del siglo XX y son bien tristes: First we take Manhattan, The mercy seat…
De acuerdo con casi todo, Jordi BCN, pero ahora dime con el corazón en la mano, si McCartney ha vuelto a crear cosas en solitario como las canciones que apuntas más arriba. Tampoco hay que olvidar la forma en que Los Beatles interpretaban el material; se tiende a mencionar solo la labor compositora del duo Lennon-McCartney con esporádicas intervenciones de Harrison, pero es que para mí, estos chicos eran unos intérpretes extraordinarios que hacían siempre la versión definitiva de cualquier pieza ajena a ellos. Esto también contribuye y mucho, a que una canción compuesta por Paul, sonara mucho mejor por Beatles que por Wings. Pero es que además, insisto en que la conjunción con los otros, hacía que McCartney fuera mucho más brillante, que lo era, de esto no tengo la menor duda, ya que cuando estos genios estaban juntos, lo cierto es que me encantaban tanto sus canciones como las de John. Pero insisto en que con la separación, Paul se fue diluyendo en comparación consigo mismo, con el que siempre había sido.
Y esta, naturalmente, es solo mi opinión, como todos sabemos.
Indudablemente el McCartney post-Beatle, en 43 años, ha compuesto muchas menos canciones memorables que el Beatle en 8. Pero bueno, hay unas cuantas: Another day, Uncle Albert/Admiral Helsey, Maybe I’m amazed, Band on the run, Let me roll it, Waterfalls, Hope of deliverance, Calico skies,Jenny Wren, English tea, This never happened before, y hasta Mull of Kintyre, aunque reconozco que es una debilidad mía.
Lamentablemente no he visto a los Beatles en directo, sólo el vídeo, pero el Paul post-Wings tiene un directo espectacular, con un Get back o un Live or let die apabullantes, y un I’ve just seen a face que no me extrañaría que mejorara la original.
Y a Lennon le ocurrió 3/4 de lo mismo, pero como su obra terminó trágicamente 10 años después de separarse, no hay tanto material para comparar. ¿O es que el Walls and bridges o el Mind games en conjunto eran mejores que el Band on the run?
Pero bueno, con matices, creo que coincidimos en más de lo que discrepamos.
Insisto, escuchad Flaming Pie sin prejuicios. En cuanto al directo, el que se marcó Paul en Madrid en su gira del Tripping the Live Fantastic (cuyo doble CD recoge la versión en Madrid de «Things we said today») es uno de los mejores que he visto y oído. Recuerdo que Paul empezó con la garganta medio rota, y acabó en plenas facultades. Los años en Hamburgo sirvieron para algo.
Solo Mozart mantuvo el máximo nivel a lo largo de su vida compositora adulta, y murió a los 35.
A partir de Bach, todo fue caer en picado…
Eso lo dices porque seguro que no has oído a Pitingo…
¡Yo creo que a partir de las trompas esas que tocaban en el circo romano, ya la cosa se fue p’abajo, p’abajo!
Muy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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Los Beatles fueron ellos 4, su talento y sus circunstancias históricas. Hablar que falte 1 o sustituirlo, es simplemente ridículo. Ya son historia. Decir que Harrison aportó pequeñeces es desconocimiento, es él quien los lleva a la influencia de la música hindú en la época sicodélica, todo un gran ciclo en su música. Para mi, su obra ya trascendió a patrimonio de la humanidad, muchas orquestas sinfónicas la incluyen en sus repertorios, por eso, no dudo en llamarlos los Mozart del siglo XX (¿ o es que Mozart no fue un músico popular y genio en las cortes de su época ?).
Y, sin embargo, el único que mantuvo una carrera digna en solitario fue George Harrison. Ahí lo dejo.
McCartney, el de mayor imaginación musical y currante nato; de no haber sido por su tenacidad, los Beatles tal vez se hubiesen separado tras las giras.
http://hypertrofiados.wordpress.com/2012/12/13/que-pasa-con-el-beatle-paul-i/
El puto mejor artículo que he leido en mi vida. Con erratas/inexactitudes o sin ellas. Enhorabuena.
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Esta frase es digna del premio Pullitzer:
Stu, ya que la música no era lo suyo, prefirió quedarse en Alemania estudiando arte fascinado por su titi, la cachonda Astrid
Banderas usadas como mantas para dormir, para comer un restaurante de mala muerte, pero en los conciertos ya destrozaban sus instrumentos antes que los Who.Maravilloso.
Yo, desde que leí a Geof Emmerick veo todo de otra manera.
Buen artículo de ficción, hay algunas cosas que no son inventadas.
wow re locos. Cuantas canciones anti colonialismo tiene lenon? Los nazis unas pijas. Pero el colonialismo no fue tan diferente.
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Todavía quedan Beatles vivos. Hoy Paul está tocando en Madrid, mañana si dios quiere también.
Ellos pueden hablar, porqué iban a mentir.
Todavía hay Beatles vivos, con voz.
Hoy está Paul tocando en Madrid y mañana también si dios quiere.
Cuántas dudas y cosas raras.
Gracias y saludos.