Escribo este artículo a raíz de un comentario mío en Twitter, en el que planteaba que no es necesario saber de tauromaquia para juzgar éticamente el maltrato del toro en la fiesta de su nombre. Un amable tuitero, en respuesta, se quejó de la incomprensión sobre la fiesta que afecta a tantos que la juzgan, y me enlazó una entrada de un blog de su propiedad , en la que transcribía una cita del Juan de Mairena de Antonio Machado.
La cita está muy bien. En gran medida muy cerca de lo que yo he conocido, aunque con un punto excesivo de trascendencia, así que pensé en contar algunas cosas y poner por escrito algunas reflexiones, sabiendo que presumiblemente habrá poca gente que las comparta tal cual.
Me vienen al pelo Machado y el huerto claro donde madura el limonero. Mi infancia y juventud están repletas de toros. Casi podría decir que algunos de mis mejores recuerdos lo son de tardes de corrida en Las Ventas, en Bilbao, en Pamplona, en Logroño —así eran nuestras vacaciones familiares, vacaciones feriadas. Entre ellos se encuentra —y han pasado 40 años— la primera vez que entré por el vomitorio de Las Ventas y me golpearon el ruido y el movimiento lleno de color de la plaza en primavera. Para mí, la mejor época del año coincidía con la Feria de San Isidro. Muchas tardes mi padre me llevaba a los toros. Llegábamos pronto, porque había que hablar, hablar mucho, con aficionados, con críticos, con gente del mundillo. No explicaré cómo mi padre aparcaba en la zona del desolladero por no manchar su memoria, pero sí les diré que otro recuerdo indeleble es el olor de las vísceras y de la sangre de los toros que corría formando riachuelos precisamente por el suelo del desolladero, empujada a manguerazos, tal como lo vi más de una vez, bien niño, cuando me escapaba si la corrida era muy aburrida. También recuerdo mis pies colgando en la delantera de la andanada del ocho, separado del vacío por una especie de balconada. Allí me sentaba, al lado de Miguel “el Chele”, una de las mayores autoridades que ha dado el mundo de los toros en Madrid, y desde allí veía a mi padre, en su tendido del nueve, peleándose con todo el mundo mientras la andanada en pleno le animaba a poner en su sitio a los ignorantes de “la flor”. Al terminar la corrida empezaba la polémica, que a veces continuaba en una tasca, o en Casa Domingo, o en las tertulias en la casa de Ávila o en alguna de esas discotecas de las que no recuerdo el nombre, que concluían casi siempre como el rosario de la aurora, a grito limpio o a hostia limpia. Imaginen lo que era para un adolescente poder salir hasta las tantas, a garitos oscuros, que apestaban a humo, poblados por todo tipo de personajes, desde críticos a ganaderos, toreros, aficionados de todo pelaje, miembros de cuadrillas, borrachos, sablistas, putas y gente incalificable, todos discutiendo alrededor de tal o cual suerte del día o de tal o cual muletazo. Allí, entre la aristocracia de los toristas, despreciadores de los toreristas, se hablaba del toro. El toro era el centro de todo y el torero un instrumento para verlo, su nobleza, su bravura. Sin toro, decían altivos, no hay fiesta de toros. Y toro, como ellos lo entendían, había pocas veces. Para ellos todas las reglas formales de la fiesta, escritas o no, sus patrones y suertes, iban dirigidos a la única finalidad de ver al toro. No transigían con no imponer las tres varas, y solo era toro válido el que las recibía, aunque luego rehuyese el castigo o se acostase en el peto. No admitían lidia que no se dirigiese a forzar al toro a someterse, mostrando su nobleza, a ir acortando su terreno, cargando la suerte de verdad, de forma que fuera obligado, siguiendo su instinto, a ir cediendo lentamente, sin ceder del todo, hasta morir. “No ha abierto la boca”, qué pocas veces escuché decir eso, pero siempre con admiración, como el que habla de un héroe. Un toro con trapío y movimiento —que el tamaño no importa— capaz de resistir hasta el final. Y por eso despreciaban la selección que había ido dejando de lado la bravura para escoger otras cualidades más fáciles para la lidia, en beneficio de los toreros. Y, por eso también, disfrutaban como gorrinos en una charca con una lidia artesana a uno de esos cabrones toros mansos con los que a veces los buenos se pelean en tablas.
Esas eran las bases para lo que podía darse, de pascuas a ramos. En esto eran incorruptibles, pero capaces de justificar una feria entera por un toro o por tres o cuatro detalles, sufriendo el resto del tiempo rodeados de gente contenta solo porque había pagado la entrada. Tenía 17 años cuando los toreros Ruiz Miguel, Esplá y Palomar, y el ganadero Victorino Martín, salieron por la puerta grande de Las Ventas. Un par de años antes, en un restaurante de carretera, tras un encuentro casual, habíamos compartido mesa con José Luis Palomar, al que mi padre apreciaba mucho y siempre defendía, a pesar de una carrera llena de altibajos. Por eso sé que por nadie se alegró tanto como por él, cuando logró el gran éxito de su vida de torero, y eso a pesar de que era amigo del ganadero y de los otros dos diestros. Yo, sobre todo, pensé en Esplá, al que había tenido al lado en una tienta en la finca de Alfonso Navalón, en el campo salmantino, sentado en una piedra, comiendo unas patatas con bacalao y hablando de muchas cosas.
Para esta gente de la que hablo, la fiesta de toros era una especie de religión. Vivían el año esperando la temporada. Sin embargo, no intelectualizaban la fiesta. En cierto sentido, incluso se reían de la manía de algunos por hacerlo. Recuerdo que en una ocasión hubo un debate en la única tele que podíamos ver los españoles, con el eterno asunto de la crueldad en los toros. Participaba un escritor muy famoso y muy aficionado y le pregunté a mi padre sobre él. Solo me dijo una cosa: “No tiene ni puta idea de toros”. Pero no eran elitistas. En realidad, era más fácil que se acusasen entre ellos de ignorancia, que de hacerlo con el nuevo aficionado. Tampoco es extraño, porque he visto cómo la jerarquía de la sabiduría funcionaba muchas veces, a lo Séneca, con una mirada o un pequeño comentario. Por eso siempre he recelado de las interpretaciones intelectuales, de las metáforas, de las idealizaciones sobre la fiesta de toros. No digo que no puedan tener su gracia e, incluso, su punto de razón, pero las más de las veces son superfluas y desvían la atención de lo que importa. Da igual; es comprensible que se produzcan, porque los toros son un espectáculo reglado, formalizado, que, sin embargo, tienen por objeto un pedazo muy serio de realidad. En una corrida por derecho hay poco de farsa.
Todo lo anterior, en cierto sentido, es una introducción. Hace muchos años que no voy a una corrida de toros. Más aún, soy partidario de su desaparición. Creo que el mundo mejoraría sin ellas. Y creo que la razón básica, que tiene que ver con el maltrato público innecesario a un animal, no exige saber acerca de las corridas más allá de lo que básicamente sucede en ellas. Los seres humanos deberíamos evitar, en la medida de lo posible, hacer daño a los animales —sobre todo a aquellos con un sistema nervioso más desarrollado— salvo que resulte inevitable para la satisfacción de nuestras necesidades y no exista un sustituto razonable. Y deberíamos intentar minimizar su sufrimiento en cualquier caso. Es simplemente falso que los aficionados a los toros disfruten con el sufrimiento del animal o sean personas crueles. El toro es para ellos sagrado; es el centro de un rito que nos enlaza con un mundo antiguo, más auténtico, en el que el riesgo es real y en el que se valora la nobleza y la lucha. Para ellos su satisfacción estética y emocional se produce con ocasión del sufrimiento del toro y no por el sufrimiento del toro. Por desgracia, para mí eso es insuficiente. Existen también las virtudes militares y, aunque mucha gente lo niegue, son enormemente atractivas, porque tienen que ver con el valor, el sacrificio y la camaradería. Sin embargo, lo racional es desear que no sean necesarias, porque el mundo en el que las vemos es un mundo más duro, por mucho que nuestros instintos añoren el barro y la adrenalina. Y así buscamos sucedáneos, como el deporte de riesgo, pero a la vez contratando un seguro y exigiendo al fabricante de la cuerda un sello de calidad antes de hacer puenting.
Sé que mucha gente piensa que hay un afán por prohibir lo que no se entiende que, en este caso, se relaciona además con lo políticamente correcto y con un mundo falso basado en la superioridad moral. Puede que tengan algo de razón. Los discursos prohibicionistas suelen aderezar sus razones con calificativos ignorantes sobre lo que es la fiesta de toros y sobre sus aficionados. Sin embargo, si quitamos todos los adornos respectivos de taurinos y antitaurinos, al final queda el elemento básico de la fiesta de toros: el dolor y la muerte de un animal como elemento de un espectáculo o rito, del que sus defensores no pueden excluir una visión emic que les lleva a pensar que todo el que se opone lo hace simplemente porque no les entiende.
Si los toros desaparecen desaparecerá uno de los pocos residuos auténticos de una forma de vida primitiva, conectada con la vida y la muerte y con el instinto animal —especialmente el instinto humano. Y desaparecerá además un producto cultural, paradójicamente refinado, como esos otros ritos de vida y muerte —el sacrificio humano, la guerra ritual o el rapto, entre otros— destilados desde la crudeza de la lucha por la existencia. Perderemos eso. Y con ello, el enorme placer vital derivado de la belleza de los movimientos acompasados de un animal que se ve forzado, por su instinto y por el dominio del matador, a formar parte de un baile esencial. Les aseguro que ese placer es auténtico, y aunque la condición imprescindible para su producción es la presencia del sí y el no, del ser y la nada, y el fin del animal a manos de quien le ha permitido ser como es realmente, ese placer no es fruto del dolor aunque sea imprescindible.
Yo, como tantos otros, a pesar de haberlo denunciado, estoy cayendo en la intelectualización del aspecto más primario de un artefacto artesano y exquisito. Supongo que, como decía Valmont, no puedo evitarlo.
Es hora de civilizarnos más. Ya sé que justo esta frase será la que más ataquen los partidarios de los toros, recordando Auschwitz o cualquier otra proeza del estado moderno.
Yo —si han sido capaces de llegar hasta aquí sabrán por qué— hace tiempo que decidí no refugiar mi razón en la lista de agravios.
Buenas,
Coincido totalmente con el fondo del artículo. Ha sido como ver puesto en palabras todos mis sentimientos, ideas y vivencias, que difieren poco de las suyas, en el mundo taurino.
Gran artículo, si señor
Saludos
Para empezar, el articulo es sublime. En los tiempos que corren es emocionante leer opiniones tan bien escritas y tan claras que se convierten en literatura de verdad.
Yo me postulo a favor de la fiesta y lo hago precisamente utilizando sus palabras:
Si los toros desaparecen desaparecerá uno de los pocos residuos auténticos de una forma de vida primitiva, conectada con la vida y la muerte y con el instinto animal —especialmente el instinto humano. Y desaparecerá además un producto cultural, paradójicamente refinado, como esos otros ritos de vida y muerte —el sacrificio humano, la guerra ritual o el rapto, entre otros— destilados desde la crudeza de la lucha por la existencia. Perderemos eso. Y con ello, el enorme placer vital derivado de la belleza de los movimientos acompasados de un animal que se ve forzado, por su instinto y por el dominio del matador, a formar parte de un baile esencial.
Porque no me gustaria perder nada de eso y porque creo que es mucho lo que se perdería.
Un saludo y gracias por un rato de buena lectura.
Podrías habernos ahorrado la ambigüedad y el rollo pedante si hubieses ido directamente al «Soy partidario de su desaparición. Creo que el mundo mejoraría sin ellas.»
Para eso el autor no se tomaria la molestia de intentar que el lector entienda el mundo de los toros desde dentro, y a pesar de ello dar motivos de por que las eliminaria. Para eso te metes en twitter y ya veras que ahi no encuentras parrafadas
La verdad es que no se si hay rollo pedante en el artículo, pero en tu comentario sí que hay mucha mala leche, aires de superioridad moral (no soportas que se diga nada bueno de la fiesta taurina) y una evidente falta de educación.
Soy muy aficionado a los toros, pero me ha gustado el artículo porque está bien argumentado y demuestra comprensión y respeto. No creo que pretenda que rebatamos sus motivos, ya que un mayor o menor grado de civilización es un baremo impreciso: se trata de una preferencia del autor, como si prefiere la carne al pescado. Simplemente añadir que a quien le interese un debate razonado, es recomendable el librito del filósofo Francis Wolff ’50 razones para defender la corrida’. El autor es profesor en la École normale supérieure y creo que su lectura es instructiva para partidarios y detractores.
Ahora dejo paso a las polémicas e insultos.
Discrepo. Tiene que ver con la civilización, sí, pero con la ÉTICA de la civilización, esto es, con el progreso moral (que existe, lea a Pinker) que nos ha traído hasta aquí. Y aquí no debería haber sitio para la crueldad pública e institucionalizada hacia seres sufrientes. Comparar eso con preferir carne o pescado es un recurso argumental y retórico sencillamente incomprensible.
Hace tiempo que pienso algo muy similar a lo que aquí, magistralmente se explica. Pero nunca fui capaz de enlazar en palabras todas esas sensaciones que tan bien se definen en el artículo. Gracias.
De acuerdo. Además, si quieren violencia está el boxeo. Allí los dos que se pegan y sangran lo han decidido. Sea por lo que sea. Y no hay otros que les estén dando con la pica, y no hay todo esa vestimenta de fanfarria amariconada.
Argumento falso, Roberto. No es que los toros no quieran luchar. Es que los toros no quieren, carecen de voluntad. No son libres, no deciden.
Tú tampoco, Juan.
Menudo argumento.
Cada uno, en su circunstancia, elige. Libertad condicional, si quieres. Condicionada por las circunstancias. Pero tú decides cómo afrontarlas.
Te vamos a meter en una furgoneta a la salida del trabajo y te soltamos en un callejón con cuatro pandilleros. Si te quedas quieto te darán una paliza y si te defiendes diremos «qué nobleza y qué bravura». Libertad condicionada por las circunstancias.
«Los toros carecen de voluntad». Hombre, uno que habla con los toros. Digo yo que un toro preferirá pastar en un campo que ser lanceado y banderilleado hasta la muerte. A mi estos psicologos de los toros me provocan ternura, son como los que dicen que el toro no sufre.
Pingback: Panegírico y despedida de la fiesta de toros
«Si quieren violencia…», otra vez el falso argumento del público tauromáquico -o como se diga- como masa sádica que disfruta con la violencia y el castigo. ¿Usted se ha leído el artículo? porque dice más bien lo contrario.
El artículo al fin y al cabo toma los argumentos de los taurinos e intenta volverlos en su contra -y en realidad esa es la única manera posible de proceder-, aunque yo creo que al final se equivoca. Me parece que el prurito que le entra al señor Rabtan porque muere el animal -y el torero a veces sufre también, y muere- es muy propio del mundo cursi y repipi que nos ha tocado vivir; un prurito que por sí solo no es válido tal y como yo lo veo para condenar la tauromaquia. Que, por cierto, yo no argumento aquí emic, porque la verdad es que esto de los toros me aburre sobre manera, argumento etic, si se quiere, como mero observador, y como ya digo, con la idea de que normalmente las críticas a los toros se hacen sin por lo menos haberse informado un poco de qué va el asunto… una cuestión esta que no tiene que ver ya con distinciones antropológicas etic/emic, sino con una mínima racionalidad dialéctica: para destruir una idea hay que conocerla.
Y precisamente, esa cuestión central de los toros, que es la de la muerte -casi nada al aparato- pues coño, ¿no les parece poco importante? me parece tan importante como para transigir con el castigo de la lidia, y con que un ser humano arriesgue su propia vida. No se trata de querer estar conectados con formas vitales primitivas a través de unos rituales, en plan secta de locuelos que añoran otro mundo, sino de representar simbólicamente una serie de valores, más que éticos, ontológicos, me atrevería a decir. Pero para que sea efectiva esa simbología, su representación ha de poner sobre el tapete la realidad, la verdad misma de lo que representa, esto es, la muerte
Argumento eterno, manido: la necesidad humana de la representación simbólica, que aquí este viejotrueno desea conectar de forma explícita con la realidad, esto es, para que la representación de la muerte sea válida, tiene que haber una muerte. Digo yo que ya puestos podríamos representarla con el sacrificio de un ministro o un fontanero (y que me perdonen tan altas instancias de nuestra realidad más cotidiana).
Si los estudios de Jordi Pi sobre primates han demostrado como un hecho natural que los animales contenidos en el grupo de los homínidos superiores no solo tienen rituales simbólicos de muerte, sino que además su nacimiento es idéntico al de la cultura, ¿qué tiene de malo el hecho taurino como para que ud lo desconozca simbólicamente? Viejotrueno habló de categorías ontológicas, o sea, del SER y por ende de la REALIDAD, no de representaciones simbólicas, aunque algunos moldes de la corrida de toros sean simbólicos. Cierra ud su incompetencia en el tema con un tu quoque sobre la muerte de un fontanero, que por formulado así no parece ironía sino deseo oculto, y me recuerda a los millones de antitaurinos que se regocijan cuando un torero es corneado.
Magnífico artículo, tanto en el fondo como en la forma.
Hace tiempo que llevo recorriendo un camino similar desde la afición al deseo de su desaparición.
La belleza de la lidia (y la conexión con esa realidad primitiva) se han ido tiñendo de tristeza ante el hecho de convertir en espectáculo el maltrato de un animal.
Gracias por explicarnos su experiencia y por hacerlo de una forma tan hermosa.
Otro artículo más que quiere vestir con la dignidad de la estética lo que en realidad es un espectáculo en el que el público disfruta de una confrontación violenta.
En este país nuestro tan peculiar si maltratas a un animal pueden castigarte con penas de prisión que van desde los tres meses hasta el año pero si encierras en un ruedo a un toro de lidia, aprovechas su pequeño cerebro para marearlo con una sábana de color colorado, te ayudas de unos personajes que le clavan en la espalda unos puñales a los que eufemísticamente les llaman banderillas, de otro que usando un caballo le clava una lanza y empuja fuerte para ahondar la incisión y, finalmente, cuando está cansado, sangrante y dolorido le clavas una espada y tienes la suerte de que no necesites utilizar una y otra vez el descabello para matarlo, tienes un enorme reconocimiento social. Todo porque es un “festejo”. Dicen que prohibir las corridas de toros es un acto contra la libertad, pero yo no lo veo diferente a prohibir cortar las orejas a los gatos, luego las patas y finalmente asistir a su muerte. En una sociedad avanzada la maldad debe estar vetada en todo lo posible.
Y es que a veces no llamamos a las cosas por su nombre: las corridas de toros son un espectáculo en el cual se provoca la agonía de un animal y muchas personas disfrutan con ello. Es lo mismo que el circo romano sólo que el hombre va voluntario y, al revés de lo que pasaba entonces, tiene todas las de ganar contra la bestia. Yo estoy a favor del sadismo en el sexo…siempre y cuando se utilice con alguien masoquista que esté de acuerdo. No obstante, la mayor parte de los psiquiatras lo considera una perversión y una enfermedad, ¿Cómo denominar entonces a los que disfrutan viendo la lenta y sufrida muerte del toro?
He oído toda clase de argumentos a favor del toreo: que tiene una gran belleza plástica (cuestión de gustos), que si no hubiera corridas desaparecería la especie (lo cual es falso, simplemente se reduciría su número como ha pasado con bueyes o burros), que es un reclamo turístico para los extranjeros (también lo era la baja delincuencia que había en la época franquista y no por eso vamos a resucitar sus métodos) y, el principal de todos, que cuando los aficionados ven una corrida no ven el sufrimiento ni la muerte del toro sino la valentía y el arte (sic) del torero… No hay peor ciego que el que no quiere ver pero lo que cualquiera puede objetivamente apreciar en una corrida de toros es, repito, una muerte lenta provocada y un disfrute en su agonía, y ese disfrute en el sufrimiento ajeno se llama sadismo.
Y para colmo se le llama la “fiesta nacional” y por ejemplo CanalSur -con el dinero de todos- emite corridas de toros en horario infantil (¿o acaso no es horario infantil un domingo a las 7 de la tarde?), ¿Pararemos ya esto? Si el estado no sólo no es capaz mediante la educación de convencer a los ciudadanos de que hacer mal a los animales y mucho más disfrutar con ello es malo sino que además lo promueve quizás haya llegado la hora de preguntarnos qué clase de estado nos merecemos. En Cataluña su parlamento ha decidido que no es sano que la población disfrute en directo de un espectáculo que a mi juicio denigra a todos los seres humanos. Me alegro, y poco me importa si sus motivos son espúreos o si son hipócritas respecto a otros festejos, es una buena decisión que aplaudo. Si consideramos un delito reunir a unos centenares de personas en un foso, encerrar en él a un león, perro o cocodrilo, pincharlo con unas banderillas, marearlo, clavarle una lanza y finalmente una espada en medio de una vorágine de aplausos y olés, un empresario taurino tampoco debe hacerlo. Es una cuestión de educación, es hipócrita penar el maltrato animal, considerarlo algo negativo y a su vez promover el espectáculo taurino.
Y no olvidemos que esto no es un discurso de izquierdas y derechas, nacionalistas catalanes o españoles, que nadie lo politice, es una cuestión de sensibilidad. Hasta los que practican la caza por deporte -a mi juicio, seres con un déficit de sensibilidad enorme- suelen dar “tiros de gracia” para evitar el sufrimiento de los animales y no se dedican a disfrutar viendo cómo se les escapa la vida. Se puede ignorar lo que siente el toro con la excusa de que es un animal pero si ya de por sí matar a un ser vivo por ocio es cruel, ¿podemos ignorar lo inhumano que resulta disfrutar asistiendo a su lenta y sangrienta agonía, es esta la sociedad que queremos para nuestros hijos?
‘En este país nuestro tan peculiar…’
¿Como Francia de peculiar?
En el 90 % del territorio francés estan prohibidas las corridas. La ley francesa permite celebrar estos espectáculos en aquellas localidades en las que haya una tradición ininterrumpida de corridas de toros, localizadas solo en el sur del país. Si, España es peculiar.
Con todos mis respetos, o no has terminado de leer el artículo o no lo has entendido bien. Leelo y explícanos por qué piensas que el disfrute del aficionado al toreo se da por la agonía del animal, en lugar de por las razones que expone el articulista.
Nadie paga 50 euros para ver sufrir al toro. Si los aficionados disfrutasen con el sufrimiento animal estarían los mataderos y las granjas industriales hasta la bandera.
Curioso, pero 800 millones de animales sacrificados en mataderos al cabo del año, no parecen movilizar el activismo animalista.
Pero es que en un matadero no tiene gracia, se mata al animal rapidamente y punto. No tiene ningún morbo. Si, como antaño, se hicieran ejecuciones públicas crees que mucha gente no iria a verlas ??, claro que iria gente !!.
Afortunamente la humanidad, en general, evoluciona y la «fiesta» de los toros desaparecerá, como desapareció la «fiesta» romana, con sus gladiadores y sus leones (seguramente, por 50 euros, también gozarían del espectaculo romano muchos espectadores «actuales»). Cualquier tradición inocua debe conservarse, pero la crueldad, y más como espectáculo público, debe abolirse.
Un poco fuerte poner al mismo nivel toros que homosexuales ejecutados públicamente en Irán.
Tanto elevar a los animales y, al final, se acaba degradando a los seres humanos.
No hace falta que te vayas a Irán. En EE.UU. el 67 % de personas querría ver ejecuciones televisadas a traves de canales de pago, según una encuesta de Trio. Los seres humanos se degradan solos, sin elevar a nadie.
Gran artículo. Pero le doy una enhorabuena con un poso amargo, tristón: el que imagino también le habrá dado al reconocerse más civilizado que esos que aún siguen yendo a disfrutar de tan «primitivo» espectáculo. Y no lo digo de guasa… creo sinceramente que usted ha crecido, vivido y comprendido el mundo taurino de asta a rabo.
Pero tan triste como envejecer es pensar más allá de la caverna y racionalizar al prójimo, al paisano que se emperra en ser hombre y no homo sapiens sapiens; creer a pies juntillas que la civilización es buena porque sí, que la salvación está en el racionalismo y que Heidi y su abuelo no se comían a sus lechones, de cuando en cuando.
Venga, ¡devolvamos al toro bravo a los corrales de la historia! Echemos el candado de lo políticamente correcto y confraternicemos con el prójimo que nos retuitee, o nos congratule con un LIKE en Facebook. ¡Eso sí que es una victoria, joder! Lo de salir a hombros de otro hombre por la puerta grande de un templo pagano… eso no. Huele demasiado a hombre sudoroso, con patillas peludas y un par de cojones.
«La guerra, los sacrificios humanos, el deporte de riesgo…» no, no es lo mismo. Un animal y un hombre no son iguales. Una vaca se come, un toro también. Un defensor de los derechos animales, ni con mayonesa. Lloremos entonces por los millones de vacas y becerros que viven vidas industriales miserables para que con un tirito las conviertan en filetes bajos en colesterol. Ojos que no ven, vaca a Mauthausen. Y Avispado revolviéndose en su tumba.
En definitiva, admiro su valentía en reconocer tantos sentimientos encontrados; pero deje que un puñado de viejos sigan abroncando desde el tendido 7, que los guapos sevillanos lleven a sus guapas sevillanas a lucir palmito desde la barrera, que las cuadrillas pamplonicas disfruten de sus tremendas meriendas a la sombra y que, todavía, algún niño con más cojones que todos sus amigos, sueñe con ser algún día quién toree a semejante toro. Usted a Boston y yo a la Maestranza. Y todos tan amigos.
Toma ya.
¿Alguien se ha enterao de algo?
Creo que dice que para hacer chuletones hacen falta cojones ¿no?
Maravilloso artículo. Nos queda el consuelo de que algún día, cada vez más cercano, las jóvenes generaciones mirarán atrás en el baúl de la historia y se avergonzarán al descubrir que había una vez un pueblo macabro que hacía de la agonía ocio y negocio. Ese día está próximo. Los clásicos taurinos de copa y puro ya se van muriendo y están siendo reemplazados por sus nietos, niños criados en la era digital con un campo de visión global en el que ya no caben las prácticas prehistóricas. Ni les importan ni las comprenden. ¿Cuántos quinceañeros quieren ser toreros? ¿Cuántos han visto una corrida o han mostrado algún interés por verla? El negocio ya no da más de sí y si no da dinero al ser humano no le interesa mantenerlo. Qué feliz paradoja ¿no? La tauromaquia está herida de muerte. Se desangra, lucha por su supervivencia pero por más que se debata está irremisiblemente condenada a un fatal desenlace. Sólo falta la estocada final para que muera. Ahora comprendo el arte de la lidia. Ahora sí que disfruto con su agonía.
Mi postura respecto a este tema siempre ha sido algo ambivalente. Pero despúes de leerle creo que me ha convencido: algo que inspira un artículo tan espléndido (merece la Puerta Grande) no puede, no debería, desaparecer nunca. Y si finalmente lo hace que sea por falta de afición o público, como le está pasando a algunas religiones, no porque a unos cantamañanas borrachos de nacionalismo y prejuicios se les ponga en la entrepierna de sus objetivos políticos.
Olé.
Borrachos de nacionalismo creo que lo estan todos, los del norte, sur, este, oeste o centro ¿que es nacionalismo?. La cuestión no debe ser política, sino sobre el sufrimiento de los animales. Otro tipo de debate es erróneo.
Este comentario es una celebración de la Razón, no?
felicidades, señor Tsavarán, porque nos ha recompuesto un puzzle que mas de uno teníamos pendiente ordenar… las corridas de toros son un nobilísimo residuo cultural que no va a sobrevivir mas allá de dos generaciones, lo que ocurrirá de muerte natural, en la cama, sin que los detractores de la fiesta se hayan enterado de la misa la mitad… falta paciencia… por favor, un rito milenario no se agosta en tres días!
No digo que sea el caso del autor, cuya confesión me parece sincera, bien estructurada y magníficamente escrita. Emocionante, incluso. Pero no puedo dejar de pensar que tras ese llamamiento ético a la prohibición de las corridas de toros hay las más de las veces hipocresía disfrazada de estética. El mostrador de cualquier carnicería cuenta historias infinitamente más truculentas que una corrida de toros; las estanterías de los supermercados están atestadas de productos obtenidos por procedimientos que nada tienen que envidiar en ética a la lidia, y sí, mucho, en estética.
Porque los toros de lidia que se consiguieran salvar de ser “brutalmente” lidiados tengan por seguro que morirían de una u otra manera. Los ganaderos crían el ganado para algo, no sólo para recrearse en su obra; si no son carne de plaza de toros lo serán de matadero. La diferencia estará en que no se enterará casi nadie de ello. No morirán en un acto público sino en el anonimato de cualquier matadero municipal a manos de cualquier anónimo empleado. Empleado que, por supuesto, ejecutará su labor de una manera completamente desapasionada, de modo que nadie podrá avergonzarse de haber disfrutado del espectáculo. Y cuando finalmente nuestro civilizado congénere se disponga a saborear su chuletón lo podrá hacer con la conciencia completamente tranquila. En el fondo, lo que hace de las corridas de toros un espectáculo odioso para muchos es, como dice el autor, su autenticidad. Es muy desagradable saber cómo llega la comida al plato.
Podría incluso etiquetarse al efecto: “El animal del que procede el chuletón que va a degustar ha sido sacrificado en medio de la más absoluta indiferencia”
Y a cambio, si desaparecen los toros se perderá no sólo el placer estético que proporciona la belleza del rito, del que no quedará más que el ingente rastro artístico que dejarán tras de sí, sino que con el rito ancestral perderemos la auténtica celebración de la vida que representa el triunfo del matador sobre el toro. En el intento de ocultar a la vista la muerte, cierta e inevitable, del toro, no haremos más que rebajar el valor de la vida.
No, no utilicemos argumentos faciles. En un matadero no se le clavan banderillas, la puya, el estoque y, si no cae el animal, se le zarandea para que el estoque vaya destruyendo sus entrañas…y si no muere, finalmente, se le corta la nuca a cuchillo. Además, aquí nadie habla de los caballos, que muchos mueren reventados. En Internet puedes cantidad de caballos con sus entrañas fuera.
En un matadero no se hace apología a la crueldad, ni se llevan a los crios a ver semejante espectáculo. El argumento del matadero es demasiado simple.
Bueno, el argumento del matadero puede parecerle más o menos simple, pero yo la única pega que le pongo a la entrada de Tse (admirable, por lo demás, como siempre) es que no lleve su argumento hasta las últimas consecuencias: si queremos ahorrarnos el sufrimiento animal, no nos queda más remedio que hacernos vegetarianos. Imagino que por eso ha añadido lo de que el sufrimiento le parece censurable «salvo que resulte inevitable para la satisfacción de nuestras necesidades» . Pero es indiscutible que las alternativas al consumo de carne existen, es más: incluso hay quien sostiene que la lucha contra el hambre pasa por renunciar a la carne, porque es un modo poco eficiente de obtener nutrientes.
Llevar hasta el fondo el razonamiento para mí tiene inconvenientes, porque me encanta zamparme de vez en cuando un chuletón (mucho más que ver una corrida de toros). Pero es lo que hay. Del mismo modo, me parece difícil desde un punto de vista lógico defender las corridas de toros (que a mí me parecen soportables) y oponerse a las peleas de perros (que a mí me resultan espeluznantes).Así de puñetera es la lógica, qué le vamos a hacer.
Lectura selectiva. Eso el artículo lo recoge al principio, no hace falta convertirse en vegetariano para pedir la abolición de los toros.
Sí lo es, significa que los detractores lo son por motivos estéticos, muy loable, pero no por auténticas razones. Sería como ser partidario de la pena de muerte pero añadiendo la coletilla «sí, pero que el reo sufra sólo lo necesario».
-menuda comparación. Todo eso tú solito.
Es que se trata de ética, y la ética es humana. Es decir, los toros son inaceptables no porque se mate al toro, sino porque en el estado de nuestra evolución moral ya no es aceptable la contemplación de un espectáculo cuyo objeto es el maltrato de un animal (o si lo prefiere, en cuyo desarrollo un animal sufre evidente maltrato). Por supuesto que es la mirada del espectador la que hoy hace la fiesta intolerable.
No sé si su comentario era en respuesta al mío pero me permito entrar al trapo. Creo que el argumento de que el sufrimiento del toro sea contemplado es irrelevante para Tsevan Raban, que parece centrarse sólo en el sufrimiento en sí. Pero su argumento es interesante porque nos permitiría consumir carne pero condenar simultáneamente cualquier espectáculo que conlleve el sufrimiento de un animal. Para mí, sin embargo, tiene el problema de que me me resulta algo hipócrita escandalizare por que haya un espectáculo en el que se contemple (pero, ojo, no se celebre) el sufrimiento de un número de animales que es muy inferior al número de animales que viven miserablemente a la espera de ser sacrificados en granjas de todo el mundo.
Al final, en el momento en que nos parece tolerable infligir algún grado de sufrimiento a los animales, fijar fronteras absolutas entre qué es aceptable o no resulta imposible y hay que analizar caso por caso. Quizá así sea posible defender el consumo de carne (intentando que sea carne obtenida de animales a los que se ha hecho sufrir lo menos posible), estar a favor de las corridas de toros (que ya sabemos el grado de sufrimiento que comportan pero que garantizan al animal una vida feliz y un placer estético a los aficionados) y deplorar las peleas entre animales (que probablemente implican un sufrimiento mayor que el del toro durante la lidia).
Desde 2007 existe una ley que prohíbe a los mataderos sacrificar los animales sin haberlos aturdido previamente para evitarles sufrimiento. ¿En qué momento de una corrida se evita el sufrimiento del animal?, al contrario, se le martiriza hasta el final. Repito, pobre argumento.
Ya, claro, porque antes de ser convenientemente aturdidos y sacrificados la vida de la mayoría de los animales que nos comemos es digna de una peli de Disney. Pues vale.
Charlie, ¿considerarías entonces aceptable «la fiesta» a puerta cerrada y sin público?.
Es decir, sin un tipo pudiente decide organizar una corrida sin público, ya sea para verla él en privado o para ser el propio protagonista, ¿es aceptable?; ¿ojos que no ven…, corazón que no siente?.
Yo creo que el asunto tiene muchas más aristas, y que en el fondo lo que importa es el trato que recibe el animal, no que se vea o no, y en tal caso, es asimilable a infinidad de prácticas humanas.
Repito: hablamos de ética. La ética es humana, y evoluciona, progresa. Quizá un día, los animalistas consigan imponer la suya y será inaceptable matar animales hasta para alimentarnos (aunque tenemos otro problema: ¿haremos vegetarianos también a nuestros perros? En fin). De momento no es así. Comemos generalmente carne. Lo que hoy es inadmisible es conseguir esa carne haciendo padecer a los animales un sufrimiento que podemos evitarles.
Nuestra mirada no puede ser la del toro, sino la del hombre. No sabemos si el toro preferiría (de poder escoger) una vida de varios años en la dehesa como toro de lidia (eso sí, sin sexo) con el final conocido a una vida en estabulación y una muerte rápida. Ahora bien sabemos que el toro sufre en la lidia, porque tiene un sistema nervioso no demasiado diferente del nuestro, y nuestra ética nos dice que es mejor no causar sufrimiento que causarlo. Pero la perspectiva es nuestra, siempre nuestra. Cuando yo hablo de la mirada del espectador, no me refiero al hecho concreto del tipo que mira desde la barrera, sino al hecho de que los toros son un espectáculo creado por y para el hombre, que el sufrimiento se inflinge al animal para que los hombres contemplen el rito. Es esa mirada, esa implicación la que hacen hoy, para mí, la fiesta inaceptable. Todo lo demás (incluidos el arte, la antropología y la religión) es retórica.
Para mí hay más ética en la caza que en la ganadería.
Si quieres ignorar la posición del toro ¿de que estamos hablando entonces?. ¿Pensarías lo mismo si lo que se torease fuese un robot?.
Repito para emularte: Si el problema es el espectáculo, ¿sería válida la practica del toreo sin espectadores?.
Sacar la visión del toro del debate deja a esta vacío y sin objeto.
Me parece muy bien la apelación a la ética, pero en ese caso «la fiesta» desaparecería por evolución de la propia ética, sin falta alguna de que nadie forzase dicha desaparición con actos de «concienciación».
El problema de la fiesta no es que sea un espectáculo, pues esto es en sí mismo el único factor que la hace distinta a cualquier otro abuso, y a fin de cuentas sería lo único que la justificase. Sigo repitiendo, no veo mayor bien para el animal en el matadero que en la plaza de toros, sino todo lo contrario.
Lo que no parece admisible en «lo taurino» es la burla (que no el engaño, que es la base) pues si dejas de mirarlo como un acto trascendente pierde todo el sentido. El día que Jesulín de Ubrique se subió a lomos de un toro debió de ser el último en entrar a una plaza, ni como espectador siquiera. Tampoco entiendo las corridas de San Fermines y el ambiente del tendido. El toreo ha de ser un acto solemne no circense (sin desmerecer los espectáculos circenses, que son simplemente otra cosa).
Y sigo repitiendo; no sé si quiero en realidad que desaparezcan, me gustan pero me parecen una salvajada. Pero como tú mismo dices: Que sea la ética la que la extinga no extraños intereses ni panegíricos, y la ética se la forman las personas, no nacen de los púlpitos.
Usted repite pero sigo sin verlo. Si lo que quiere decirme es que al final todo es una convención, de acuerdo, pero no me diga que es «inaceptable» el sufrimiento de la lidia cuando le parece tolerable el de las granjas. O dígame en qué carnicería se compra usted los chuletones.
Sámuel, no sé explicarlo mejor. Si usted no ve que en la finalidad de dar muerte (alimentación / mero rito cultural con los calificativos que cada cual quiera añadirle) y en la misma forma en que se realiza ese acto de dar muerte no hay una sideral diferencia ética igual es que hablamos de cosas diferentes. El objetivo de la granja es procurar alimentos, y eso puede hacerlo sin incrementar innecesariamente el sufrimiento del animal (aunque pueda hacerlo, desde luego); el de las corridas de toro es cumplir con un rito que lleva implícito necesariamente infligir un dolor innecesario y evitable para el fin de dar muerte. Si usted no ve ahí un asunto de fuerte contenido ético repito que igual el problema es de base, y para usted la ética es una cosa diferente que para mí.
Le agradezco el esfuerzo, Charlie, aunque haya sido en vano. Y no se lo voy a hacer repetir más. Pero permítame decir una última cosa: las granjas podrían evitar ese sufrimiento no existiendo. No es inevitable comer carne. Y un modo de contribuir a reducir el sufrimiento animal, si tan intolerable nos parece, es dejar de comer carne. Un saludo.
Charlie, en puridad, el objeto de la granja no es dar de comer al hombre; es surtir un mercado de la carne en el que gran porcentaje de lo surtido se va a desperdiciar. Al final, gran parte de la muerte del matadero es tan inútil como la de la plaza. En realidad más inútil aún.
Le comento a modo de dato curioso, que se calcula que solo el 30% de los que se pesca por los buques de altamar, se recoge, el resto se devuelve al mar ya muerto por tratarse de especies que no entran dentro del objetivo, tallas ilegales…. Y de ese 30% que pudiera llegar al mercado, ¿que porcentaje se aprovecha en realidad para la alimentación?. No hace mucho la UE aprobó una ley que obliga a no retornar las especies no perseguidas, pero a ver como se aplica.
Y si lo que defenestramos es la cualidad morbosa de observar un espectáculo sanguinario, independientemente del efecto sobre el toro, no deberíamos ni acercarnos a un cine donde echaran una de Tarantino. Léalo con el tono adecuado, no pretendo hacer un símil tramposo.
No Fulgencio, no es aceptable . Es más, lo que apuntas me lleva a pensar en todas esas vaquillas y becerros que son utilizadas como «mercancías» o «productos» sobre los que está permitido infligir todo tipo de torturas mientras se practica en las escuelas taurinas. Esos animales inocentes a los que se les somete a espantosas torturas para enseñar a los niños, igualmente inocentes, cómo introducir en sus cuerpos, las banderillas, las espadas o la puntilla..
Cuando pienso en eso, y como tú dices, en los entrenamientos de los toreros a puertas cerrada veo cómo se desploma el manido argumento de que » al toro se le otorga el privilegio de morir con «honor» y «dignidad» en la plaza después de una larga vida en la dehesa»…. Porque FulgenciO ¿lo has pensado?: ¿ dónde está la larga vida en la dehesa de una cría de toro?, esos animales pequeños, que como todas las crías de animal, sólo están interesados en jugar y en estar cerca de su madre .
… ¿ y esos otros toros que mueren tras largas lidias a puerta cerrada… sin música, sin público que pueda apreciar su «valor», sin olés, sin reglas… y sin tiempo.. ?.
No Fulgencio, ¿cómo va a ser aceptable?… y es que «el asunto tiene muchas más aristas» como bien dices.
Si me permites el símil Mª Luisa, te diré que has estado muy taurina. Lo digo por el cambio de tercio.
Como ya he dicho desde el principio, yo no sé muy bien si quiero que desaparezcan o no, y acepto, – como el autor-, el salvajismo de “La Fiesta”, sin paños calientes ni paliativos.
Lo que no acepto, -o mejor dicho no me gustan-, son los argumentos antitaurinos basados en una ética o moral que coloca a un ser humano normal (con esto me refiero a uno que no sea un Hare Krishna), por encima de un “taurino”.
A esas prácticas que me mencionas también soy totalmente contrario. Ves que fácil se desmonta el argumento. Eso no lo defiendo. En realidad yo no es que defienda las corridas de toros; es que únicamente no acabo de entender ese afán tan contrario a las mismas, que las ha convertido en el objetivo prioritario de los animalistas.
No tengo ningún problema en absoluto por el hecho de que odies los festejos taurinos; yo personalmente sólo salvaría (o no, tampoco lo tengo tan claro) estrictamente la celebración reglada en la plaza de toros y como acto solemne, y con muchas dudas, pero ese soy yo. Ya he dicho anteriormente que no admito que se introduzca lo burlesco ni lo circense, es una escenificación dramática, al que sonría a la calle. Creo que de los que hemos comentado aquí soy el que está más cerca de la postura del autor, sólo que él ha decidido dar un paso más allá.
En cuanto a los toros que mueren sin “espectáculo”, está claro que ya lo he expuesto yo anteriormente, para hacer ver que, en todo caso, el problema no sería que fuese un espectáculo, sino que más bien esto sería lo único que pudiese salvar su práctica.
Me dices que lo piense, y te puedo asegurar que lo he pensado muchíiiisimas veces, y le he dado mil vueltas, y cada vez que lo pienso, más me cuesta llegar a una conclusión tajante. Si tienen que desaparecer por que son una salvajada, que desaparezcan, pero personalmente pienso que debería de ser detrás de una lista casi interminable de actos abominables que cometemos contra los seres vivos, pero que como no nos manchan las manos….
Una cosa para Charlie: Puedes reivindicar las guerras nucleares, pero ya no vas a ser el primero, ni siquiera lo serías en practicarlas. Y todavía puedes encontrar por aquí muchas personas que también las defienden (basta leerte el artículo sobre Hiroshima).
El artículo me parece magnífico, pero no puedo evitar que me resulte chocante leer a Tsevan Rabtan tratando cualquier asunto desde una perspectiva emocional. Eso sí, comparto con él casi la totalidad de su pensamiento, pero le pegaría más un análisis de las consecuencias económicas de la eliminación de la tauromaquia, la legalidad de la prohibición de las mismas…, cualquier otra perspectiva más técnica para abordar el tema.
Yo no puedo evitar que me fascinen las corridas de toros, que me parezcan un espectáculo único y sobrecogedor y lleno de emoción, que capta la atención de todo el mundo. Y tampoco puedo evitar que me parezcan una salvajada, y nunca he entendido los argumentos que algunos pretenden oponer a los antitaurinos, negando el evidente sufrimiento del animal. Es la escenificación de una tragedia real.
Mi dilema me resulta del hecho de considerar la totalidad del trato del ser humano con la naturaleza abusivo e irrespetuoso, y de preguntarme de si ha de ser así…, si en nuestra naturaleza está marcado de esta forma. Hay personas que alegan la falta de voluntad por parte del toro para ser tratado así, pero es que no hay actividad humana con respecto a los restantes seres del planeta que no se realice de esa forma. Ojalá pudiéramos preguntarle a cualquier perro doméstico si de verdad quiere vivir como lo hace o si preferiría estar en libertad, meando y cagando donde quisiera, procreando a su antojo, mordiendo a quien pueda. Y es que además en estado natural ningún ser vivo le pregunta a otro que es lo que quiere. Es verdad que como humanos considerados racionales nos tratamos de elevar sobre esa naturaleza abusiva, pero lo cierto es que lo único que conseguimos con ello es vernos a nosotros mismos más por encima aún, aminorando el valor de lo que pretendemos “salvar”.
Y es que la simple práctica de la agricultura y la ganadería me parece ya de por sí una actitud arrogante e irrespetuosa con las demás especies. Las tenemos confinadas, manipuladas, sometidas…., y lo hacemos hasta tal punto que el hecho de señalar expresamente las corridas de toros me parece una tontería supina. Es como si hubiesen convertido el asunto en el “cabeza de turco” de turno.
La comparación de la vida de un toro de lidia con la de cualquier otro animal (salvo algunos de los denominados “de compañía”, y en casos concretos), me parece que hace palidecer a esta última.
Matamos corderos y terneros lechales, mantenemos hacinadas aves ponedoras, cebamos gansos hasta la cirrosis…, el listado se extiende hasta el infinito, y en cualquier lugar del planeta puedes encontrar alguna otra práctica de los humanos contra los animales que desconocías.
En contra de lo que algunos exponen y a favor de lo que expone el autor, el verdadero taurino no disfruta en absoluto del sufrimiento del animal. De lo que disfruta es de la emoción que provoca el enfrentamiento, el hecho de infringirle heridas (que no la herida en sí) a una bestia bellísima, poderosa, peligrosa… En comparación con la caza, creo que el verdadero cazador no disfruta con la muerte del animal, sino con el hecho en sí de cazarlo; yo personalmente sería cazador si no fuese porque el animal muere. Todo esto conlleva un sufrimiento colateral, que sería deseable no existiese, pero que es inevitable si se quiere que sea verdad.
Creo que “la fiesta” acabará desapareciendo, pero por falta de público, por que las nuevas generaciones ya no están preparadas emocionalmente para aceptar ese acto salvaje realizado abiertamente, y que la polémica ha hecho especialmente visible; pero yo no estoy en absoluto seguro de desear que sea así…, tampoco de lo contrario.
En fin, discrepo. Lo inaceptable éticamente es el espectáculo, no la muerte del toro. Y ante eso la retórica del misterio y la trascendencia es filfa. Una excusa.
Que discrepas es evidente y razonable.
Que lo inaceptable es el espectáculo y no la muerte del toro no lo acabo ver, ?el espectáculo de qué, entonces?.
Que la retórica del mistério y la trascendencia es mentira, ya será opinión personal.
Y que es un excusa, por supuesto; como el 90% del razonamiento humano. Del que defiende los mataderos, las diversas plantaciones, el fracking…. El problema está en dilucidar que excusas valen y cuales no.
Parece que no soy capaz de hacerme entender. A ver, el hombre mata animales para alimentarse. Matar animales no es pues en sí éticamente reprobable: la forma de hacerlo puede serlo. Y el caso de los toros resulta serlo: lo reprobable aquí no es que el animal acabe muerto, sino matarlo siguiendo un rito que le supone un sufrimiento evitable, un rito que existe en cuanto espectáculo. Es indiferente que el espectador vaya a regodearse con el dolor y la sangre o a participar en una liturgia trascendente o artística, es indiferente porque el principio ético (no causar sufrimiento innecesario a los que sufren) es superior, está por encima del eso (y si no, yo reivindico mañana mismo las guerras nucleares, que dan dan unos hongos la mar de hermosos y conectan a la Humanidad con el Big Bang). Yo no digo que esa supuesta trascendencia sea mentira para quien así la siente (en sentimientos no he entrado en ningún momento), sino que es filfa, que no vale como justificación racional, que es una excusa para lavar la propia conciencia.
Charlie, eres demasiado bondadoso cuando dices que el hombre mata animales para alimentarse. El hombre estabula animales, los ceba insanamente, los hacina, los transporta a su antojo…, y al final los sacrifica de forma industrial. Y eso es lo común; si investigas un poco puedes encontrar cientos de prácticas infames.
Al menos los toros se justifican como liturgia, aunque muchos no lo veáis así.
En otro orden de cosas, como puedes leer en el artículo, el verdadero taurino no se regodea.
Siempre he entendido que filfa significa mentira, y así lo interpreté; veo que erróneamente.
Repito: Yo no defiendo que los toros tengan que seguir, solo que no observo en ellos nada peor que en cientos de prácticas humanas que no van a desaparecer.
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Gran artículo.
De la misma manera que hoy día nos parece vergonzoso que hace 80 años los caballos de los picadores no llevaran protecciones y sus tripas se desparramaran en la plaza cuando el toro los corneaba (para coserlos malamente y volverlos a plantar en la arena), espero que dentro de unos años miremos hacia atrás y nos asombremos de que se siguieran realizando espectáculos con la tortura y muerte de un animal.
Yo no creo que haya que prohibir las corridas de toros, bastaría con que dejaran de estar subvencionadas. Las nuevas generaciones pasan del tema y los amantes del toreo irían desapareciendo por una simple cuestión de envejecimiento.
Miren ustedes: si quieren conectar con lo atávico, con el pathos y el mithos, con la tierra y el ritual de la guerra (coño, como el coreano y Obama), se lo hagan ustedes en su casa, con la familia, que bien les entenderá tanta palabrería antes de la estocada, ole.
Charlie, creo que lo has resumido muy bien
Para ver lo toros con propiedad habría que adoptar el mismo tono espiritual que Ignacio Echevarría cuando habla de libros. Como ello no se cumple en este mundo corrupto, no veo otra que la desaparición del sangriento espectáculo. La gente no está a la altura, risas.
Perdón, quería decir «rictus espiritual», gracias.
No te esfuerces Santi, no se te entiende nada.
S – V – P; y no he utilizado palabras difíciles, Correcaminos. Un esfuerzo por tu parte también, onvre, aunque vaya sin smilies.
Me alegra haber sido en parte responsable de este «panegírico y despedida», aunque permítame aclarar que en Twitter no quise plantear queja alguna, más bien defender lo obvio, que es que en este y cualquier debate saber del tema ayuda. Lo ha demostrado usted con su artículo, incluso cuando al final llegue a las mismas conclusiones que muchos otros que han opinado sin ningún tipo de información. Por otra parte, no sé si usted espera respuesta al mismo porque, saltándonos el panegírico y pasando a la despedida, lo que ofrece en él es una somera exposición de creencias en un posible mundo ideal, sin dolor (solo el necesario y justo) y la misión civilizadora del hombre que en bien del progreso debe sacrificar la tauromaquia en un altar. El motivo para ello, fuera adornos, su crueldad esencial. Por tanto habría que tomar medidas, extirpar el tumor. Todo perfectamente graduado según su razón: «El mundo mejoraría sin las corridas de toros». Acostumbrado a sus textos de rigurosa articulación jurídica sorprende esta intelectualización de la cual solo puede surgir un debate ético interminable e inútil. David Foster Wallace tras asistir al festival de la Langosta en Maine preguntó en un muy recomendable artículo: «¿Está bien hervir a una criatura viva y sensible solamente para nuestro placer gustativo?». Sr. Ravtan, áteme esas moscas con el rabo mientras un servidor se dedica a comer cigalas. Como cierre, aunque también sé que casi nadie las compartirá, yo también voy a compartir mis creencias: La tauromaquia tiene tanto que ver con el bien del mundo como una paella, la M-30, un campo de fútbol o el museo de arte contemporáneo de mi pueblo.
Obviamente, también tiene que ver con la ética la aspiración a hacer mejor este mundo. Y argumentaciones como la del señor Rafael Mateos las que me animan a firmar la próxima petición que me hagan para prohibir la fiesta.
Pues eso, a salvar el mundo. Mientras no se convierta en monje soldado…
No estoy de acuerdo con tu postura; ni con tu visión de limitar el dolor animal a lo «estrictamente necesario» (¿qué es lo necesario? ¿Comer ternera es necesario, cuando hay otras fuentes de proteínas?) ni en tu veto a la «intelectualización» de la tauromaquia, que es una de las dimensiones, precisamente, insustituibles de la tauromaquia; incluso, me atrevería a decir, la más valiosa. Hace tiempo publiqué un artículo sobre el tema, dejo el link por si a alguien le interesa: http://dameromaldito.blogspot.com.es/2012/09/de-purisima-y-oro.html?m=1
Hola Juan, he visto tu artículo en el link que has dejado… y he intentado enviar un comentario a tu blog pero no he podido, así que te lo voy a dejar aquí.
Es este:
Vamos a ver Juan; si lo que quieres son respuestas , yo te las daré, Si dices que ignoras los caminos por los que alguien «se hace» antitaurino, yo te los puedo contestar.
Verás, pienso que hay antitaurinos que «se hacen» y otros que «nacen», como es mi caso, porque personalmente te puedo decir que yo soy antitaurina desde que tengo uso de razón. De hecho mi aversión hacia la tauromaquia surge en mi infancia al presenciar a través de la TV las corridas de toros porque a mi padre, que era una persona extraordinaria y al que quería con locura,… le gustaban los toros y allí estaba yo, con él a su lado, como lo estuve siempre. ( Por eso, jamás he insultado a un taurino ni lo haré)
Pues bien; el dolor, la angustia y la desazón que sentía en esos momentos no se pueden explicar con palabras. ¿Cómo entender que unos hombrecillos maltrataran de una forma tan brutal a un animal ante los aplausos y vítores del público ?, ¿ Por qué nadie se compadecía del animal?… ¿y a mi padre ?, ¿ qué le ocurría ?… ¿ por qué le gustaba ver eso ?.. él que era una buena persona, ¿cómo no percibía el dolor que yo sentía ?. No; nadie me lo podía explicar, no había respuesta.. y ¿sabes?, llevo toda mi vida buscando una explicación lógica… pero no la he encontrado ni la encontraré.
Tú, como muchos otros, te enredas a ti mismo y pretendes enredar a los demás entre metáforas, comparaciones simbólicas, abstracciones y florituras literarias para enmarañar la cruel y brutal Realidad que conlleva la «fiesta»: la de la tortura inútil a un animal inocente. Inútil, sí, porque no es necesaria.
No, no nos líes Juan; no es lo mismo sacrificar a un animal para la alimentación que torturarlo para la diversión.
Porque, si bien, hoy en día en nuestra sociedad muchos podemos elegir no comer carne, en determinadas épocas de la historia el hombre no le quedaba más remedio que comer animales para sobrevivir: era necesario. Incluso hoy en día determinados pueblos nómadas, pastores, que viven en desiertos o montañas necesitan comer animales para sobrevivir. Sin embargo la tauromaquia jamás ha sido necesaria ni lo será.
Hay más Juan; no es cierto que haya en mi, como en muchos antitaurinos/as ningún tipo de «fobia política» como lo has llamado, porque, seamos honestos y digamos las cosas claras: la tauromaquia no es una cuestión política sino moral. Y todos sabemos que taurinos y antitaurinos militan en las filas de todos los partidos políticos.. así que no sigas liando la cuestión. De hecho, te voy a dejar aquí este vídeo de la manifestación antitaurina celebrada en Sevilla el año pasado donde podrás observar, ( si quieres puedes pasar directamente al minuto 1:53) banderas de España donde aparece la leyenda «Arriba España , Abajo la Fiesta Nacional” http://www.youtube.com/watch?v=ptChCvSfcfs
Y Juan, por favor ¿cómo puedes decir que los toros son arte… que reúnen ingredientes que lo acercan a las corrientes de vanguardia?. Bueno, si por corrientes de vanguardia te refieres a exposiciones de cadáveres y todas esas aberraciones a las que se dedican ahora los que no teniendo dotes artísticas pretenden engañar a la sociedad con sus falso «arte»,… tal vez cuele.
Pero Juan, el arte pienso que debe nacer de lo más profundo y noble del ser humano y debe llegar hasta lo más profundo y noble del espectador; debe elevar el espíritu, crear belleza y armonía, hacer a las personas más humanas. El problema Juan, es que pienso que cuando miráis al torero, sus pases, su «baile» como lo llamáis, abstraéis al animal, lo anuláis como tal y lo trasladáis «otra dimensión» en la que según vosotros… no sufre. Pero lo sabéis, ¿verdad?: se trata de autoengaño para apaciguar vuestra conciencia. El animal SI SUFRE, sólo tenéis que mirarlo como lo miramos los niños/as; sin retórica, ni florituras… Míralo con el corazón y dime ¿es justo?.
El hombre no mata ni para comer ni para sobrevivir (salvo honrosas excepciones); mata para comerciar con la carne. El fin de dicha carne le es indiferente al que mata, y no siempre es el plato, y muchas veces ni tan siquiera tiene fin alguno.
Las únicas excepciones se darían en las zonas rurales en épocas de matanza, que a día de hoy, la mayoría de la población, -en su carácter urbano-, no soportan contemplar.
Le aplaudo su sensibilidad para con los animales, sin reserva alguna, pero no es generalizable ni extensible a toda la raza humana, y como puede ver fácilmente, tampoco universal. ¿Soportaría Vd. ver la matanza de perros para consumo?.
Está bien defender lo que uno considere justo, decente, adecuado…, pero en la argumentación conviene ser serio y no engañarse a uno mismo y por ende a los demás.
Vd. no ve arte alguno en los toros, pero parece ser que hay una ámplia minoría que si la aprecia (entre ellos su padre, según nos cuenta).
Por favor, siga Vd. defendiendo su postura, sus gustos, sus fobias, desde el respeto a los demás, y a poder ser sin engaños, ni propios ni ajenos.
En realidad, otras de las bondades que ahora observo en la tauromaquia, es la de ponernos enfrente de lo que somos en realidad, porque de tanto mentirnos a nosotros mismos sobre nuestra ética y moral, acabamos siendo unos psicópatas que aceptamos cualquier asesinato, maltrato, abuso…., pero eso sí, siempre que no “manche”.
Quien quiera «fiesta», que se la pague. Con mis impuestos, no.
¿Tú pagas impuestos?
Quien quiere toros, se los paga. Y además todos los españoles, incluidos los antitaurinos, se benefician de los 40 millones de euros que recauda el gobierno gracias al IVA de las entradas a los toros.
¿Y cuánto dinero se lleva en subvenciones el mundo taurino? Digo.
¿Qué si pago impuestos? Ahora mismo estoy pagando impuestos a través del pago de la conexión ADSL que tengo contratada con una compañía de telecomunicaciones.
Perdona Juan, creo que estas equivocado. A traves de tu renta estas aportando dinero para las subvenciones a los festejos taurinos. Una parte de tus impuestos van ahí, no al reves, ya que es son «espectáculos» totalmente deficitarios.
Muy bien argumentado todo.
La clave es la siguiente.
¿Impondrías a los demás tu forma de pensar? Porque más que ver que el toreo es cruel o no, el dilema consiste en si es justo imponer a los que disfrutan del toreo su desaparición. Aunque uno lo considere cruel. ¿Es justo imponer la desaparición a quien lo disfruta?
Me permito felicitar al articulista por su escrito, que si bien no oculta su aversión actual por el toreo, tiene la honestidad intelectual de caracterizar ciertas verdades, a saber:
*Que contrario a lo dicho por el motor de propaganda animalista, el rito taurino no considera como un valor válido el sufrimiento del animal, esto es, no se sacia ninguna patología sádica que nunca ha sido ni será determinada por un parte clínico, al no existir. El aficionado a los toro ama la violencia transfigurada en danza ritual, no el dolor; por ello, el olé surge ante la realización de una verónica y un pase natural, no ante supuestas demostraciones de dolor del animal.
*Que el foco fundamental de la antitauromaquia parte de premisas de deducción falsa (sadismo colectivo, gozo con la muerte, necesidad del sufrimiento) y no de verdades.
Muy bien todo, y a pesar de que algunos animalistas no puedan con esas verdades, el autor falla en algunas cosas, como pretender que el sostenimiento del carácter cruento responde a un nexo hacia la antigüedad simbólica, o que existe una progresión moral, o peor aún, que tal progresión moral tenga que estar fundamentada, oh coincidencia, precisamente en el animalismo y no en otra cosa. Falla además en suponer que el hecho militarista justifica su posición, al ser una falacia tu quoque, que en lugar de caracterizar el problema, lo desvía (el toreo no es militarismo, el militarismo no es la caracterización de sus fallas, la caracterización de las fallas éticas del militarismo no es la tauromaquia). El ser humano solo tendría que abstenerse de matar (sin discriminar si está justificada en x o y necesidad, sea alimenticia o simbólica) si se impusiera un programa ético animalista, que entre otras cosas decrete derechos universales a todos los animales, por lo que sería tan inmoral ser taurino, como carnívoro o tener un animal de companía o mascota, pues según las tesis de Francione, en el futuro ningún animal debe estar bajo la mano humana, sea un perro o un gato, ya que el concepto de liberación animal es universal y total para ser válido. Mientras ese programa ni siquiera está formulado, creo que el debate taurino sí debe darse desde la aceptación de términos medios: el antitaurino debe reconocer que el taurino no es un sádico pues clínicamente no lo puede demostrar al no ser verdad, y el taurino debe re formular la significación de la muerte en ciertas lidias, por ejemplo. Agradeciendo la atención, anoto algo muy curioso: acá la agresividad y la violencia verbal es de los antitaurinos que han venido a atacar un escrito antitaurino. De estar plagado el escrito de insultos y montajes y acusaciones dolosas, seguramente sería aplaudido;surge una duda al hilo de ver propaganda antitaurina llena de sangre, ¿quiénes realmente tienen la violencia como una forma explícita de comportamiento?
Uno de los mejores artículos que he leído sobre toros. Mi opinión es que los toros se mantienen en España porque son una tradición española. Por tradición, porque si no existieran y alguien plantease ahora empezar a hacer corridas, le tacharíamos de loco y de sádico. Y por española, porque si fuera una tradición china o marroquí pensaríamos: qué salvajes y atrasados son estos chinos o marroquíes y por supuesto en España estaría absolutamente prohibida. Les dejo una cita de Schopenhauer: «La compasión por los animales es tan natural para nosotros que sólo podemos insensibilizarnos sobre sus sufrimientos y muerte mediante las tradiciones o la hipnosis. La compasión hacia los animales está tan íntimamente relacionada con la bondad, que se puede afirmar que una persona no es bondadosa si es cruel con los animales. La compasión hacia los animales procede de la misma fuente de la que surge la compasión hacia las personas.»
AMIGOS DE JOT DOWN: En las ciudades de la sierra sur del Perú, en mi niñez acompañado de familiares y de amigos más de una vez asistimos a la fiesta taurina desde el aviso a la municipalidad para iniciarla hasta el cierre de la temporada. Era una fiesta extraordinaria, con dominguillos(muñecos levantados sobre canastas conteniendo cuyes y gallinas)que embestidos hacía que gentes entraran en la arena con todo lo que eso traía a improvisados buscando coger los animalitos espantados.Un alcalde embriagado hizo una faena extraordinaria: casi frente al toro con miles de voltaretas, topetazos, revolcones, con una manto y sujetándose los pantalones. Lo premiaron y él reveló el secreto de su extraordinaria faena: al primer topetazo del toro se le salió la dentadura postiza y todo lo posterior que soportó era para ubicar y ponerse la dentadura recuperada. De adolescente lidiamos con toros escapados de corrales antes de su embarque en lanchas para su envío a la ciudad de Lima desde Mollendo(1940-50) De esa época viene mi afición que resumo así: Entre colores y música, vivas y delirios del público la fuerza del empuje horizontal del toro era distraida con la flexibilidad y arte de los giros del torero.Este debería estar vestido de mucho colorido y el toro enteramente negro. Todo consistía en una festividad de raigambres religioso-celebratorias donde se enfrentaba la instintividad de la bestia contra la gracia y adornos de la racionalidad del desafiante. Eran fiestas animadas donde la imagen de San Jorge enfrentaba al demonio con una pica y lo dominaba. Maneras de educar sobre el dominio espiritual luchando con lo bestial e instintivo. En otro caso: rezagos o vestigios de la cultura cinegética ancestral de la humanidad. Hoy la humanidad por tantas formas de vida y tanta sal y azúcar, más otros aditivos, se horrorizan ante un animal sangrante, martirizado, sangrante que es muerto con un puyazo final si el estoque falla. Ojalá hubiera igual espanto ante tanta sangre y muerte de humanos por nada, aborto, negocio de órganos. Sobre todo me gusta la fiesta de toros por el cultivo de la capacidad de enfrentamiento ante lo bestial o animalidad exaltada. No correr buscando a su mamá o un guardaespaldas o al cura para la salvación. Igual que el boxeo y lucha abierta thailandesa o esos juegos frente a sierpes venenosas. Lograr capacidad de resolver enfrentamientos sin mearse en los pantalones. Se debería conservar la fiesta taurina al estilo de los sanfermines y el conocido espectáculo cómico de enanos y payasos. Ese estilo de dibujos cretences saltando sobre el toro y similares acomodados en espectáculos cómico-malabaristas-saltarines acrobáticos. Se debe acomodar fiestas similares con toros de media tonelada enfrentados a políticos mañosos, maleantes, degenerados, seguidores, maridos pegalones, ñoños degenerados, mujeres escandalosas pega niños, policias coimeros,
jueces podridos y grupos de pandilleros tatuados, en fiesta continuda de tres días seguidos, estilo brutalidad de circos romanos antiguos, como manera de sanar cobardías y miserias de degenerados sociales de toda especie. Y una cosa más digo: en los camales donde se juntan animales para su beneficio, por el olor y el ambiente mismo los animales presienten que los van a matar. Aquí el animal se resiste blanqueando los ojos, en las corridas de toros su bestialidad los ahoga en su propia instintividad. Y otra cosa más: la carne beneficiada de toros muertos en la feria es ácida, espumosa y tarda en congelarse, aceptable para parrillas pero jamás para sopas. Cuando un toro o astado embiste, de los cuernos se emana/sale terribles descargas de energía animal inflamante. Estos animales en granjas sirven para ayudar a niños autistas. Final: que se mantengan fiestas taurinas cómicas, mucho mejor que esos bodrios de partidos de fútbol de borrachos y barristas degenerados.Agradecido. Cordiales saludos.EAAN. Chorrillos, PERÜ- 13042013-02243-OXIMORON-HALAKHAH.
Si el problema no es perpetuar la sagrada tauromaquia, fuente milenaria de cultura. El problema es perpetuar la incultura carpetovetónica bajo la cual se manifiesta por ahi abajo……
Mi enhorabuena al autor.
La tortura no es arte ni cultura.
Cada corrida, cada toro y cada torero al torearlo suponen una oportunidad para asomarse a algunos de los misterios más profundos de la vida (y de la muerte). Todas las facetas del comportamiento humano, tanto individual como colectivo, aparecen en la arena de la plaza. A veces uno se refleja en el torero, otras en el toro y arte, lo que se dice arte, desafortunadamente casi tan escaso como en la vida cotidiana. Todo ello en vivo y en directo y por menos de lo que cuesta una sesión de psicoterapia.
Me atrevería a decir que la inmensa sabiduría del autor emana en gran parte de la cantidad de corridas a las que ha asistido.
No entiendo con qué derecho se atreve a negar esa oportunidad, si a él le sirvió tanto en su camino a la iluminación espiritual y al nirvana desde el que nos escribe, al resto de la humanidad (turistas incluidos).
Quizás la autentica razón de su desapego a la fiesta sea que le cogió tirria a los toros porque en su charla dehesana con Esplá, este le dió un pequeño repaso cultural e intelectual. O quizás fue Boadella, ¿qui lo sa?
Que a ningún toro bravo – a los de cría para matadero, mejor casi que ni los consideramos bovinos sino simplemente una necesidad colateral – le gusta morir (a mi tampoco) pero es lo que hay.
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Está usted muy placeado y ha cogido sentido.
No tiene un pase.
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