Hace unas semanas Hristo Stoichkov resoplaba antes de abordar la historia de Plovdiv, su ciudad, y Bulgaria, su país, en estas páginas. Son muchas guerras. Tantos accidentes históricos que no se pueden ni explicar en una conversación normal. Cómo hacer entender que un país fue aliado de los nazis y de la URSS, pero también estuvo en guerra con los dos, y a la vez. O que los comunistas solo llegaron a ser la fuerza hegemónica de la nación cuando cayó el comunismo. O que sin que nadie les obligase pidieron la anexión a la Unión Soviética en los 60, para luego apoyar ciegamente a Estados Unidos en la guerra de Irak del nuevo siglo. Los historiadores profesionales dicen que su trayectoria diplomática fue un “camaleonismo controlado”, en este espacio vamos a calificarla de breakdance de altos vuelos.
Este breve recorrido por los hitos más importantes de su siglo pasado lo haremos a partir de la Historia de Bulgaria de R.J. Crampton, profesor de la Universidad de Oxford, que se puede encontrar en cualquier librería. Y rescataremos de la «basura» dos maravillas: la famosa Trampa Balcánica, de Francisco Veiga, de la Universidad de Barcelona, y la Historia de las democracias populares de François Fejtö, que solo se pueden hallar en el mercado de segunda mano.
El trabajo de Veiga es imprescindible y de una lectura deliciosa. El de Fejtö son palabras mayores. No solo por su densidad, que te absorbe, sino porque sus dos tomos narran una serie de sucesos tan apasionantes como generalmente desconocidos u olvidados. Podría parecer la presentación de un reality show: ¡Ocho repúblicas populares! ¡la madre rusa! ¡la influencia china! Como aquel que en South Park hacían con la Tierra desde el espacio: Alianzas, autocríticas, créditos del Comecon… ¡tanques en la frontera! ¡uoh! ¡Parece que alguien se ha cabreado…!
Pero antes de empezar a ver uniformes, pasemos a la Bulgaria de finales del XIX y principios del XX.
“Alejado del misticismo característico de los otros eslavos, de la ‘cultura del héroe’ serbia, y de la ‘mercantil’ de los griegos, los búlgaros son retratados a menudo como ‘diligentes, frugales, sobrios, ordenados, sistemáticos y correctos, así como los prácticos y despiertos’ de la península balcánica”. (Francisco Veiga)
En España, si le preguntas a la gente por los males del país, te van a dar una respuesta según su ideología. “Es por los banqueros”, “es por los poderosos”, “es por ETA”, “es por los socialistas”, “es por los maricones”, “es por el estado opresor”, “es por Guardiola”, etcétera. En Bulgaria eso no ocurre. Todas las conversaciones políticas derivan o se inician en el mismo punto: “El problema de Bulgaria es la corrupción”. Siempre. Pero tal estado de la opinión pública no responde al arquetipo de país exsocialista mangoneado por excomunistas. Es de toda la vida.
Uno de los primeros movimientos, genuinos de Bulgaria, que se alzó contra esto fue el Agrario. Originado en protestas que venían de los campesinos, el movimiento agrario tenía mucho de nuestro carlismo, en lo antiurbano, pero luego tenía un punto regeneracionista, en su afán por educar a las masas, y matices socialistas por promover un reparto equitativo de las tierras, aunque no, nunca, marxistas.
Muy bien ¿y a mí qué me importa? Dirán. Pues la gracia de todo este asunto, a mi modo de ver, está en cómo se forjó el movimiento, que fue gracias a una institución muy popular hoy en día en Europa, nada menos que ¡los bancos alemanes!
La compañía que controlaba los ferrocarriles del sur de Bulgaria era del Deutsche Bank. Tras una caída de los precios de los productos agrícolas de todo el mundo, los alemanes se negaron a bajar el precio de sus tarifas, tal y como requería el gobierno búlgaro con una serie de leyes. Como la posición germana era de granito, Bulgaria se vio obligada a intentar trazar líneas de ferrocarril paralelas a las que ya existían. Y no solo no lo logró, sino que se endeudó hasta arriba. Para devolver los préstamos, tuvo que crear unos impuestos en especie para los campesinos. Y para que los alemanes bajaran los precios de las líneas de ferrocarril, darles los derechos de otras que cruzaban el país. El sentimiento que recorrió el país fue de humillación nacional. Encima, los campesinos, ahogados, tuvieron que recurrir a usureros para sobrevivir. Un cuadro del que surgió el partido agrario. Su líder más emblemático, e ideólogo, fue Alejandro Stanbolynski.
“El estilo histriónico de los líderes búlgaros, comenzando por el mismo Stamboliyski, contribuía mucho a esa imagen. Alardeaba de haberse curado él solo una tuberculosis, practicando la medicina natural de los campesinos, retirado en plena montaña. No faltaban en su lenguaje denuncias de parasitismo dirigidas a los habitantes de las ciudades, o el apelativo de ‘Sodoma y Gomorra’ dedicado a la capital, Sofía” (Veiga)
Odiaban la ciudad. A los abogados, los funcionarios, los oficiales del ejército, la jerarquía eclesiástica. Eran antiliberales y anticapitalistas, de la manera en la que lo es quien está acostumbrado a trabajar la tierra con sus manos, con su sudor, el frío que le hiela las redonditas en invierno y el calor que le hierve el cogote en verano, hasta que le llega un caballero perfumado a explicarle con subordinadas que por la disposición tal, de la ley cual, acorde a un crédito solicitado en tal institución cuyo plazo vencía de equis manera, se iba a quedar con su casa y con sus tierras y que su consejo es que mandase a sus hijos al ejército antes de que los detuvieran por indigentes. Además, en un gesto de buena voluntad, le permitía llevarse consigo el arado si le dejaba tirarse a su mujer, en plan de amigos. El carlismo español, aparte de comunión diaria y fundamentalismo católico escalofriante, también tenía mucho de este fenómeno. Pero en Bulgaria los agrarios llegaron a gobernar. ¿Y saben una cosa? Fue una etapa corrupta como todas, pero quizá la que más desarrolló al país.
Para que Stamboliyski llegase al poder, de nuevo los alemanes tuvieron que hacer sus conjuros y hechizos por los cuales la población de otros países pierde la fe en los partidos tradicionales. Bulgaria pidió créditos a los bancos alemanes para poder gestionar el nuevo territorio adquirido tras las guerras balcánicas. Para devolverlos, tuvieron que darle a compañías alemanas todavía más ferrocarril, concesiones de minas e importantes recursos del estado. Y luego, en 1915, se metieron en la Primera Guerra Mundial del lado de sus prestamistas, las potencias centrales, en 1915, cuando parecía que iban a ganar.
Parecer, parecía que iban a ganar, pero no ganaban. La guerra se alargó y la situación dio un vuelco. La guerra multiplicó por ocho el coste de la vida en Bulgaria. Encima, las tropas alemanas y austriacas que estaban en el país compraban alimentos para enviarlos a sus familias muy por encima de los límites permitidos, aumentando la carestía de los búlgaros. Las ciudades llegaron a estar “al borde de la hambruna”, dice Crampton, los soldados búlgaros empezaron a organizar soviets como sus colegas rusos, y cuando Francia e Inglaterra llevaron a cabo una ofensiva sobre el país, ni siquiera encontraron resistencia.
La crisis de posguerra dio el poder a Stanbolynski, que inició la construcción de obra pública e impuso una curiosa «mili laboral». Todos los hombres entre 20 y 40 años tenían que trabajar para el estado durante ocho meses, y las mujeres entre 16 y 30, cuatro. Intentó repartir la tierra y, lo más destacado, construyó más de 1000 nuevos centros escolares e impuso la educación obligatoria.
Da la impresión, sobre el papel, de que fue precioso, pero esta etapa generó un gran descontento popular, especialmente, como es lógico, en las ciudades. Los médicos no querían ejercer en aldeas remotas. Los académicos de la universidad no aceptaban las imposiciones del gobierno agrario. La Iglesia se molestó porque se habían reducido las horas de religión en la escuela (tal cual). Y de remate, los militares también estaban de uñas por las reducciones de oficiales que se llevaron a cabo por las sanciones de guerra. Como la población también estaba «contenta» por los elevados índices de corrupción de esta etapa, Stanbolynski intentó afianzarse en el poder. Y no lo hizo a la manera ruda de un campesino, sino con los mejores modales: tocó el sistema electoral para cepillarse la representación proporcional en la cámara. Así arrasó en las urnas y, como era de esperar, inmediatamente le dieron un golpe de estado y acabaron con él.
“Stambolinski fue dejado en manos de los guerrilleros macedonios, que en buena tradición balcánica, lo torturaron a fondo antes de decapitarlo, en pago por su política de acercamiento a Yugoslavia” (Veiga)
El siguiente gobierno estuvo formado por militares, macedonios (en aquel entonces, griegos, yugoslavos y búlgaros se disputaban esta región) y los partidos tradicionales. Desplazados los agrarios, su obsesión fueron los comunistas. Prohibieron el marxismo y los sindicatos. Después de un atentado en la catedral de Sofía durante un funeral de Estado en el que murieron 120 personas —“Sorprendentemente”, puntualiza Crampton, no falleció ninguna personalidad importante— dieron un paso más y declararon la ley marcial para meterlos en la cárcel y ejecutar a los izquierdistas en público.
“Muchos de los detenidos desaparecieron y corrían rumores de que algunos de ellos habían sido arrojados a las calderas de la central de la policía en Sofía” (Crampton)
En el periodo de entreguerras siguió habiendo golpes de estado. Surgieron dos movimientos genuinos en el seno del ejército, Zveno, de carácter elitista, que defendía un estado poderoso y racional, y el Movimiento Social Nacional, una tendencia claramente fascista. Los ecos de la crisis del 29 redujeron los ingresos de los campesinos a la mitad y el nivel de vida cayó un tercio en general. Las cuarteladas diversas al final concluyeron con el inicio de una etapa de régimen personalista del rey Boris III, que si bien tenía a un lado el peligro de los movimientos militares, también le preocupaba el crecimiento de los comunistas.
“Los comunistas estaban envalentonados tras sus éxitos en electorales de 1931 y 1932, y después de que su líder en el exilio, Georgi Dimitrov, hubiese ridiculizado a Goreing en el juicio por el incendio del Reichstag celebrado en Leipzig en 1935. (…) El entusiasmo en la celebración del primero de mayo en 1936 fue enorme, y los comunistas afirmaron orgullosamente poseer células en todas las guarniciones del país. Esta inquietante afirmación fue corroborada por el apoyo que la huelga de los trabajadores del tabaco, de tradicional filiación comunista, recibió de un grupo de oficiales del ejército destacados en Plovdiv” (Crampton)
Otra vez hubo que diseñar una manera para que, sin derramamiento de sangre o encarcelamientos, se quedase en el poder quien quería la gente que mandaba en el país, previo paso por unas elecciones. Su sistema fue ya más tosco que el de Stanbolynski. Se volvieron a cepillar toda representación proporcional, se sacaron de la manga unas circunscripciones unipersonales, en los pueblos solo se podía votar si se tenían estudios primarios y encima obligó a los votantes a firmar una declaración asegurando que no eran comunistas.
El rey Boris afianzó su poder, pero le vino el papelón de lidiar con la que iba a caer en Europa. Buena parte de la población búlgara simpatizaba con Hitler. Eran los únicos, de todos los países derrotados en 1918, a los que no les habían devuelto sus territorios perdidos. O parte de ellos. En la otra cara de la moneda, estaban las simpatías que provocaban los rusos especialmente entre los campesinos. No olvidaban que les habían ayudado a echar a los turcos muchos años atrás, sentían eso de la hermandad eslava que aún hoy se trata de reivindicar en oposición a la Unión Europea y la OTAN. El caso es que en 1939, el rey describió así la situación:
“Mi ejército es proalemán, mi esposa es italiana y mi pueblo es prorruso, solo yo soy probúlgaro” (Crampton)
Solo el pacto Ribbentrop-Mólotov vino en su auxilio. Cuando de pronto resultó que los nazis y los soviéticos eran amigos, pudo tomar decisiones diplomáticas sin miedo a poner de uñas a alguno de los dos bandos en los que se dividían los búlgaros y meter el país en una crisis interna.
“A principios de 1940, Bulgaria alcanzó un acuerdo comercial con Moscú que permitía la importación de libros, periódicos y películas soviéticas, y en el mes de agosto del mismo año, la primera visita en muchos años de un equipo de fútbol soviético produjo una gran satisfacción popular”. (Crampton)
Así, incluso, recuperaron territorio a costa de Rumanía. Luego Stalin les hizo una oferta, Tracia a cambio de bases navales en el Mar Negro. Sin embargo, se enteraron de que en Berlín los enviados de Stalin no hablaban de «ofertas a los búlgaros», sino de “zona de seguridad soviética”. Exactamente la misma descripción que la diplomacia de la URSS habían dado antes de los países bálticos, que se acababan de anexionar a las bravas. Stalin les estaba mirando con ojos golosones. Como Hitler necesitaba el apoyo búlgaro en los Balcanes, el rey Boris se empezó a inclinar del lado de los nazis.
“El 8 de diciembre de 1940 unos cuarenta oficiales del Estado mayor alemán llegaron a Sofía para mantener unas negociaciones secretas. A partir de ese momento, un número cada vez mayor de turistas alemanes entraron en Bulgaria; todos eran hombres, todos tenían el pelo corto y brillantes botas y, además, no era temporada turística”. (Crampton)
Los búlgaros se aliaron con las fuerzas del Eje. La Wehrmacht atravesó su territorio en dirección a Grecia. De pronto, los japoneses bombardearon Pearl Harbor y Bulgaria tuvo que cumplir, tuvo que declararle la guerra a Estados Unidos e Inglaterra. Lo hizo de forma enternecedora. En la declaración que salió del parlamento ponía que era una “guerra simbólica”. Ay, qué majos.
“Justo después de que la Subranie ratificara esta declaración el rey desapareció. Fue encontrado horas después en un oscuro rincón de la catedral Alejandro Nevski de Sofía, entregado a profundas oraciones” (Crampton)
Lo que no fue simbólico fue la ocupación de Tracia que hicieron las tropas búlgaras. Se comportaron con la población griega con el salvajismo propio de sus amigos nazis. En Macedonia, en cambio, en el territorio que recuperaron fueron bien recibidos porque por allí estaban hartos del centralismo de la Yugoslavia dominada por Serbia. No obstante, el rey Boris con esto ya tenía más que suficiente y peleó con Hitler para que los soldados búlgaros no salieran de los Balcanes. Dijo que eran tropas mal pertrechadas, que los campesinos en cuanto se alejaban de casa les entraba morriña, y logró que su ejército solo colaborase en la ocupación de Yugoslavia, donde había montado un jaleo que merece otro texto aparte.
Resuelta la cuestión militar con relativa facilidad, vino el tema de los judíos, que no fue tan sencillo. Los búlgaros y su Iglesia odiaban las políticas antisemitas. El rey cedió con los nazis hasta donde pudo. Confiscó sus negocios, les obligó a vender sus tierras y les impuso la estrella de David en el pecho. Pero todo tuvo que hacerlo progresivamente y midiendo cada palabra que aparecía en la prensa. Si bien, cuando en el lago de Wannsee se decretó la «Solución Final», Boris III se negó a deportar a los judíos búlgaros a los campos de exterminio nazis. Sobrevivieron 50.000. Un suceso histórico muy aplaudido, pero los que se salvaron eran los que tenían nacionalidad búlgara de acuerdo al perímetro del país antes de la guerra. De los que estaban en los territorios anexionados por Bulgaria en el conflicto, no quedó prácticamente ni uno. Por lo visto, estas negociaciones extenuaron al rey, que cayó en una depresión.
“Cualquiera que fuese la causa de su decepción, el rey Boris pretendió combatirla escalando el pico más alto de Bulgaria, el Musala. Volvió todavía en peores condiciones y su deterioro se aceleró. Moriría el 29 de agosto a los 49 años de edad”. (Crampton)
Justo tras la muerte del rey, llegaron también los bombardeos aliados. Bombardeos pesados y con bombas incendiarias. A los búlgaros les entraron ganas de romper con los alemanes, pero los húngaros, que lo habían intentado, en cuanto cortaron fueron ocupados militarmente. ¿Cómo bajarse del tren en marcha que se dirige hacia un barranco, no lleva frenos y no paran de echarle carbón a la caldera de la máquina? Pues con un milagro. Lo mismo que con el pacto Ribbentrop-Mólotov. Con la cera que les estaban dando los partisanos a Hitler en Grecia y Yugoslavia, lo último que necesitaba el Führer en ese momento era otro frente en los Balcanes. Llegaron pronto a un acuerdo y se retiraron amigablemente. Es ahí donde sucedió la gran anécdota histórica.
“Aproximadamente a las 15:00 horas del 7 de septiembre los últimos vehículos alemanes abandonaban Bulgaria y tres horas más tarde Bulgaria le declaraba la guerra a Alemania, con efecto desde las 18:00 horas del 8 de septiembre. Para ese momento, la Unión Soviética ya le había declarado la guerra a Bulgaria, que durante unas confusas horas estuvo en guerra con todas las grandes potencias de la Segunda Guerra Mundial menos Japón” (Crampton)
Inmediatamente después, un golpe de Estado situó al Frente Patriótico en el poder. Un ejército búlgaro se unió al mariscal Tobulkhin en Ucrania y persiguió a los nazis hasta Austria. Igual que el vecino rumano, habían cambiado de bando sin despeinarse. No sin pagar un alto precio. Murieron 32.000 búlgaros combatiendo a los ejércitos alemanes. Por esas fechas, también se estaban empezando a conocer en Europa los horrores del nazismo. Sumado ello a la tradicional simpatía prorrusa de los búlgaros, el Partido Comunista pasó de 15.000 a 250.000 afiliados en menos de un año. Miel sobre hojuelas.
El problema a partir de entonces fue el proceso que iniciaron los comunistas con el poder absoluto. El primer obstáculo que se encontraron fue que la sociedad civil de antes de la guerra estaba intacta. En el resto de países de Europa Central los nazis la habían encarcelado y masacrado. De hecho, el Ejército Rojo, si los nazis estaban exterminando una revuelta nacionalista, esperaba pacientemente a que terminasen para encontrarse un panorama mejor ajustado a sus objetivos cuando conquistaran el territorio. Como esto no sucedió en Bulgaria, fueron los propios comunistas los que se remangaron para acabar con esa sociedad civil.
“Bulgaria tiene la proporción más alta de personas acusadas de colaboracionistas y crímenes de guerra de todas las naciones de Europa del Este (…) la intelligentsia búlgara y la clase política estaban pagando ahora el precio de haber disfrutado de una guerra relativamente cómoda”. (Crampton)
Lo siguiente fue la celebración de unas elecciones plagadas de irregularidades que ganó el Frente Patriótico por 364 escaños, 277 de comunistas, contra 101. Así llegó la «Constitución Dimitrov» y la dictadura del proletariado. El socialismo real con todas las letras. El estalinismo. Eso sí, siempre de la mano de los agrarios, que simbólicamente formaron siempre parte del gobierno en coalición con el PCB hasta la caída del régimen por el prestigio que este movimiento tenía entre los campesinos.
A causa de la destrucción de edificios por culpa de los bombardeos, se limitó el tamaño de las viviendas. También se bloquearon las cuentas bancarias a partir de cierta cantidad, se colectivizó el campo y se impulsó la industria pesada. Lo mimo que estaba ocurriendo en toda Europa central.
“los agricultores cometieron actos de desobediencia por todo el país, como por ejemplo, la quema de las cosechas o la ejecución del ganado para evitar su traslado a la granja colectiva”. (Crampton)
Para entender estos años, no hay mejor lección que la obra de François Fejtö aludida al principio del texto. Lo que viene a contar en su primer tomo es que Stalin, tras conquistar el poder en todos los países satélites de Europa, impuso a líderes moldeados a su imagen y semejanza. Las políticas fueron todas las mismas, la industrialización forzosa y la colectivización del a agricultura.
Con los años. la dudosa eficacia inicial de este proceso y la traumática manera de llevarlo a cabo, con una violencia implacable, generaron gran descontento entre la población. Sobre todo porque le nivel de vida y las condiciones sociales mermaron considerablemente con respecto a los niveles anteriores a la guerra. Es entonces cuando llegaron las purgas.
Habrá muchas teorías que expliquen el porqué de estas políticas represivas. En las obras consultadas para este texto lo que se deduce es que se llevaron a cabo para meter en cintura a la población cuanto más aumentaba la desmoralización general y los comunistas iban perdiendo apoyos. La particularidad que tuvieron, por contra, es que se ejecutaron muy especialmente sobre otros militantes comunistas. Dice Fejtö que nunca en toda la historia, jamás, han muerto más comunistas que en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial en los propios países comunistas. Muchas veces, los ajusticiados en procesos legales de risa (ver, por ejemplo, la película La Confesión (1970) de Costa-Gavras, con guión de Jorge Semprún) eran también los más brillantes, los que con mayor heroísmo habían luchado contra los nazis. Según Fejtö, el encargado del terror en Checoslovaquia, Kement Gottwald, murió alcoholizado tras haber enviado a morir, con mano de hierro, eso sí, siempre fiel a las órdenes de Stalin, a sus compañeros del Partido en los primeros días de militancia. En Bulgaria, concretamente, 100.000 militantes del PCB fueron expulsados y enviados a campos de trabajo.
Sin embargo, lo más gracioso de todo esto no tardó en llegar. Y es ahí donde el riguroso trabajo de Fejtö, con toda su seriedad, se convierte en una hilarante comedia. Cuando murió Stalin, todos los países tenían aseaditos sus regimenes de terror y, a excepción de Yugoslavia, seguían, prietas las filas, los dictados de Moscú. Pero de repente, sin comerlo ni beberlo, sin que nadie lo esperara, llegó Kruschev y dijo que no. Que lo hecho hasta el momento había sido aberrante. Esta escandalosa manifestación dejó en fuera de juego a todos los líderes de los países satélites. Ahora eran ellos los que recelaban de los soviéticos porque se había ablandado ¡cómo podían dejar de ser estalinistas los estalinistas que nos habían obligado a ser estalinistas!
Este giro generó grandes tensiones en el seno de estos países. La «desestalinización», además, supuso el inicio de los «socialismos nacionales», como el de Rumanía o Albania, que no querían aceptar la regeneración que proponía Kruschev. Los chinos también se cogieron un mosqueo de mucho cuidado con eso de abandonar la senda del Padrecito y sus métodos de terror. Mao malmetió todo lo que pudo. Los delfines kruchevistas desestabilizaron los gobiernos estalinistas. En algunos casos, las brechas abiertas hubo que cerrarlas enviando tanques, como en Hungría. En el caso búlgaro, el estalinista Chervenkov intentó tan solo dar un lavado de cara a su mandato. Algo que, en términos comunistas, consistía en «hacer una autocrítica».
“En enero de 1954, Chervenkov (presidente de Bulgaria) hizo ante el Comité Central una piadosa autocrítica: ‘El culto a la personalidad –dijo en términos no exentos de humor– es nocivo, aun cuando se trate de personas de fuerza y grandeza excepcionales’. Censuró a sus subordinados por haberle adulado excesivamente y dio orden de que se suprimiesen todos los reatos y bustos a él consagrados” (Fejtö)
Pero mediante una audaz conspiración Zhivkov, el hombre de Kruschev en Sofía, se hizo con el poder. Sus primeras medidas fueron reducir la actividad policial, liberar a los prisioneros de los campos de trabajo, rehabilitar a camaradas vilipendiados, enviar de vuelta a los asesores soviéticos y sus injerencias. El socialismo real búlgaro empezó a ser más habitable.
En cualquier caso, Yugoslavia, por el Este, seguía siendo un régimen heterodoxo, divergente con la línea moscovita. Y Rumanía, por el norte, ya había iniciado su propia vía hacia el socialismo opuesta como era a la imposición del Comecon, el mercado común de la Europa comunista que, según Ceaucescu y los suyos, solo buscaba un imperialismo económico ruso y la hegemonía de la industria alemana. Casi un juego de espejos con el lío en el que estamos metidos nosotros ahora. La historia es que los búlgaros se vieron aislados entre tanto régimen díscolo y optaron por darle al botón de Windows «sí a todo».
“Olvidados los proyectos de federación con Yugoslavia, tras la caída en desgracia de ese Estado a partir de 1948, Bulgaria se alineó decididamente con la URSS (…) En realidad, ocurría que la economía búlgara, que terminó centrándose en la industria ligera y agrícola, la electrónica y el turismo, se complementaba bien con la rusa (…) Moscú mimaba a Bulgaria como su hija obediente y con ello castigaba a la descarriada y levantisca Yugoslavia (…) La cúpula política búlgara siguió una línea marcadamente pragmática: estalinista con los estalinistas, kruchevista con los kruchevistas y brezneviana con los breznevianos” (Veiga)
Los premios no tardaron en llegar. Los soviéticos invirtieron todo lo que estuvo en su mano en la economía búlgara. En un momento, nueve de cada diez tractores eran soviéticos. Al mismo tiempo, los productos manufacturados de Bulgaria, cuya calidad dejaba mucho que desear para llevarlos a otros mercados, se colocaron en su totalidad en el mercado soviético, que encima les devolvía petróleo barato. Aquello fue jauja, entendido en los términos marxistaleninistas del momento, claro. Pero Zhivkov estaba tan contento que llegó a proponer convertirse en la decimosexta república de la Unión Soviética, anexión que no permitía el derecho internacional.
“En 1973, Zhivkov afirmaba que Bulgaria y la Unión Soviética actúan como un solo cuerpo, respirando con los mismos pulmones y animados por el mismo torrente sanguíneo”. (Crampton)
La vía búlgara hacia el socialismo, si bien se reducía a obedecer a Moscú cuando ordenaba una cosa como si decía la contraria, también tuvo sus originalidades. Por ejemplo, Zhivkov obligó a los funcionarios a trabajar en las fábricas y las granjas un número determinado de días al año para que no perdieran contacto con el proletariado. También tendió lazos al tercer mundo y miles de licenciados búlgaros salieron al extranjero a trabajar como médicos, ingenieros o profesores. Solo en Libia había 2000 médicos búlgaros. Asimismo, las calles de Sofía se alegraron con locales de fiestuqui para esta diáspora que regresaba periódicamente con los bolsillos cargados de dólares. Durante un par de décadas, la vida en Bulgaria no era buena, pero tampoco era mala. El nivel adquisitivo iba subiendo muy poco a poco, pero subiendo.
“Los búlgaros fueron el mejor contraste a esos delirios [socialismo nacionalista de sus vecinos]: nunca perdieron de vista quiénes eran y dónde estaban. Tito y Ceaucescu, actuando como estadistas de talla internacional, moviéndose por el Tercer Mundo y asumiendo el liderazgo de los no alineados, desarrollando enormes industrias crónicamente deficitarias para buscar remotos mercados comerciales, proyectaron a Yugoslavia y a Rumanía más allá de la pobreza de las montañas balcánicas, pero el precio fue elevadísimo. Los búlgaros no hicieron grandes cosas, pero pudieron contemplarse a sí mismos con cierta satisfacción. Durante cuarenta años cumplieron con la misión geoestratégica que se les había encomendado manteniendo a raya a sus enemigos de siempre. El hecho de que el PCB agrupara a un millón de militantes –uno de cada seis adultos del total de la población– es prueba de ello. (…) En cuanto al nivel de desarrollo económico, no tuvieron que compararse con los alemanes del oeste y los occidentales, como debían hacerlo cada día los ciudadanos de la RDA o los húngaros con los vecinos austriacos. La realidad que circundaba a los búlgaros no les era tan desfavorable. En Rumanía, que siempre los habían considerado con el desprecio dedicado a los vecinos pobres, ahora orientaban las antenas de sus televisores para captar los programas búlgaros, aunque muy pocos los entendían. Cualquier cosa antes que la miseria de la programación de Ceaucescu reducida a unas pocas horas al día, dedicadas en su mayor parte a la exaltación política. Pero no dejaba de ser humillante para cualquier rumano, el tener que pasar por la embajada búlgara en Bucarest para consultar la programación televisiva expuesta al público” (Veiga)
A partir de 1972, se diseñaron políticas para proveer de más cantidad y variedad de bienes de consumo a la población, mejorar la Educación y sobre todo la vivienda. Después de haber pasado dos infernales décadas, los 40 y los 50, los búlgaros celebraron esta estabilidad sin dar una voz más alta que otra.
“los búlgaros tendrían a responder con apatía más que con rebeldía y oposición (…) Zhivkov no pronunció la palabra disidencia en público hasta 1977 y cuando, unos cuantos años más tarde se publicó en una revista literaria un acróstico en el que podía leerse ‘Abajo Todor Zhivkov’ se limitaría a burlarse afirmando que el régimen no sería derribado por un par de poetas”. (Crampton)
En estos años dorados del comunismo en Europa, en cada país surgió una beautiful people, casi siempre vinculada al poder con lazos dinásticos. Si en la URSS tenían a la Galina Brezhneva, la hija del presidente, y sus cotilleos —cito a Robert Service de su Historia de Rusia en el Siglo XX “Galina, una alcohólica promiscua, entró en relaciones con un director de circo que lideraba una banda que se dedicaba a robar lingotes de oro”—; en Bulgaria estaba Liudmila Zhikova, también hija de presidente, pero sin leyenda negra detrás. Luidmila se dedicó a favorecer las artes y las ciencias, siempre atenta a todo aquello que destacase la singularidad de la nacionalidad búlgara, o sea, lo que la distinguía de la rusa. Por eso, cuando los 39 años le dio un derrame cerebral, corrió el rumor de que la habían asesinado los rusos.
Y no porque fueran paranoicos. Lo extraño sería que no hubiera habido hipótesis sobre las verdaderas causas de su muerte. En 1977, Georgi Markov, un escritor, había revelado informaciones sobre los privilegios de la elite política búlgara. Un día, mientras paseaba por Londres, le dispararon un perdigón envenenado desde un paraguas y murió. La misma suerte que corrió, con el mismo método del paraguas (imaginen a Bush Jr, cómo hubiera disfrutado si esto sucede en su mandato alertando a los estadounidenses sobre paraguas de destrucción masiva) Vladimir Kostov en París por hablar más de la cuenta sobre la policía secreta búlgara.
Aunque la palma se la llevó el intento de asesinato del Papa. Es el único incidente de esta época que no reconoce el estado de Bulgaria, pero una investigación del Parlamento italiano terminada en 2005 les acusaba directamente a ellos. El caso y la famosa «pista búlgara» del intento de asesinato del Papa Juan Pablo II —le metieron cuatro tiros al Pontífice, dos balas en las tripas, una en un brazo y otra en una mano— hubieran hecho las delicias del Pedro J. Ramírez más conspiranoico. El que disparó era de extrema derecha, pero el caso implicó a traficantes de armas, de drogas, los servicios secretos búlgaros, un sindicalista italiano, la mafia y la logia masónica P-2. Toma tomate.
Es posible que todo estuviera orquestado por Andropov desde Moscú, porque el Papa les estaba tocando mucho las narices en Polonia, pero los búlgaros lo que lograron con esto y sus paraguas fue una imagen internacional que daba auténtico y verdadero asco. Por eso estaban cargadas de sentido las palabras de Stoichkov cuando dijo en esta página que no le dejaron ser Bota de Oro para que no pareciera que en Bulgaria estaba amañado el campeonato. El nivel de paranoia del régimen con la imagen exterior fue considerable y no tuvieron a mano un Fraga que sacarse de la manga para que les montase una campaña publicitaria como la de Spain is different. Tuvieron que amañar un partido para que pareciera que no amañaban partidos. ¡Así es la vida!
Pese a todo, lo que realmente preocupó a Zhivkov no fueron el prestigio perdido por ir por la vida ametrallando papas, sino la subida del precio del petróleo. Reagan, de paso, puso restricciones al comercio con los países del Este, lo que supuso una traba importante a su desarrollo tecnológico. Y así, de repente, a Bulgaria se le puso crudo importar.
“En 1983, Zhivkov dio una conferencia, que se emitió en directo por la radio y la televisión, en la que hizo una denuncia salvaje contra la calidad de los productos búlgaros, argumentando que incluso los productos extranjeros montados en Bulgaria con licencia habían sido ‘bulgarizados’ por la deficiente calidad de la mano de obra y la escasa disciplina laboral” (Crampton)
La medida que se tomó fue implantar una nueva política económica, escudándose en la famosa NEP de Lenin, pero fijándose en lo que estaban haciendo los húngaros por aquel entonces, ir orientando su economía al mercado capitalista poco a poco. Las importaciones de maquinaria para este propósito generaron deuda. Para devolverla, hubo que echar mano de lo mejor de la producción nacional para exportarla.
“Los búlgaros no sufrieron las privaciones experimentadas en Rumanía por la maniática obsesión de Ceaucescu por acabar con su deuda externa, pero el comprador búlgaro no podía disfrutar de los mejores productos de su país, sobre todo el vino” (Crampton)
Paulatinamente, la URSS, donde el estancamiento empezaba a ser alarmante, fue subiendo el precio del crudo, hasta que a mediados de los 80 se lo pasaba a precio de mercado. La nueva política económica de Zhivkov había fracasado y como el viejo truco de ponerse a hacer purgas estalinistas en los 80 ya no iba a funcionar, se fue a por lo que tenía más a mano, la minoría turca. De un día para otro se volvió nacionalista.
“En 1985 se dio a los turcos la opción de escoger entre una lista de nombres eslavos y si se negaban o se retrasaban en la elección se les asignaría uno. En muchos casos hubo resistencia y hubo que recurrir al ejército, incluidos carros de combate y la unidad de elite de paracaidistas de los boinas rojas. Ésta fue la mayor operación del ejército búlgaro desde la Segunda Guerra Mundial (…) incluso se declaró ilegal hablar turco en público” (Crapton)
Casi 300.000 de estos turcoparlantes abandonaron el país, trayendo con ello otro cataclismo económico. Difícilmente la cosa podía ir a peor, hasta que Gorbachov puso en marcha la Perestroika. Otra vez un viraje soviético cogía en fuera de juego a los obedientes líderes de las repúblicas populares. Los búlgaros, que sintonizaban cadenas de televisión de la URSS, vieron cómo por la Glasnost (apertura en la libertad de expresión) se ponía a parir los fundamentos del régimen en el que vivían. El diez de noviembre, un día después de la caída del muro de Berlín, Zhivkov dimitió. Y no se enteró nadie, porque todo el planeta estaba pendiente del concierto de David Hasselhof en Berlín.
En agosto de 1990, un montón de tíos con pantalones cortos, bermudas de flores y bañadores fosforitos, prendieron fuego a la sede del Partido Comunista. Un suceso simbólico que marcaba el final de una época, sí. Pero en las elecciones de 1994 los comunistas vencieron en las elecciones con mayoría absoluta. Esta vez sin la ayuda de los agrarios con los que formaron coalición de gobierno hasta 1990, por fin, cuando el comunismo se había hundido el todo el mundo ¡ellos lograban gobernaban en solitario!
Lo cierto es que lo que hay detrás de esta penúltima paradoja de su historia es bastante prosaico. Mientras pudo gobernar la oposición, se tuvo que tragar la terrible crisis económica de la transición económica al capitalismo. Lo más grave fue que redujeron sus relaciones comerciales con países como Iraq y Libia para caer simpáticos en Occidente y recibir ayudas de la UE y el Banco Mundial. Además, fueron partícipes de las sanciones a Serbia y Montenegro durante los 90, lo que cerró una de sus principales arterias comerciales. El coste de lo que se dejaron al finiquitar sus relaciones con libios e iraquíes, así como con el país vecino, dice Crampton que equivalía a toda la deuda externa de Bulgaria.
Pero lo peor fue que el gobierno de Videnov salido de las urnas en 1994, cuando fue a negociar con Yeltsin para comprar gas ruso, le obligó a asegurar que no iba a entrar nunca en la OTAN. Algo que no entraba en sus planes, ni mucho menos, pero consideró una humillación el encuentro. El mandatario ruso, aficionado como era a apagar los fuegos con gasolina, sugirió que Bulgaria y Bielorrusia podían integrarse en Rusia. El pueblo búlgaro se enfureció.
“No resulta por tanto sorprendente que el gobierno ofreciera un apoyo diplomático pleno a la operación de la OTAN en Kosovo, permitiendo a los aviones de la OTAN el uso del espacio aéreo búlgaro, un privilegio que le había sido negado a los aviones rusos cuando estos necesitaban hacer llegar suministros a las tropas que habían desplazado desde Bosnia hasta el aeropuerto de Pristina en junio de 1999”.
Después del 11S, Bulgaria cedió tropas e instalaciones para la invasión de Afganistán e Iraq. En este país, murieron 13 soldados y seis civiles. En 2004, estaban dentro de la OTAN. En 2007, en la UE. Dada la «estable» situación en la que se encuentra el continente, a ver si los hermanos búlgaros no tienen que sorprendernos todavía con más breakdance diplomático. Por lo pronto, en este espacio tan solo diremos que si vives en Sofía, tienes a una hora las playas griegas, dos de las ciudades más divertidas del Este de Europa, Bucarest y Belgrado, a la distancia que hay entre Madrid y Valencia. Y si te gusta el rollo Benidorm, tienes la costa del Mar Negro tomada por ingleses y rusos. Con una tradición política que sabe bailar break tan bien, que nadie desdeñe este lugar como refugio cuando Mad Max llegue a nuestra zona de Europa. Ah, y los tomates saben a tomates.
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Habéis perdido un búlgaro.
Vuelvete a El Mundo Today :D
ehhhhhhh… sí, lo de los tomates es cierto.
Enorme artículo, muy didáctico. Enhorabuena.
Enhorabuena por el buen resumen de la historia de mi país en el siglo pasado y gracias por cambiar mi opinión de que aquí no se conoce nada la historia(y muchas veces la geografía) de los países del este de Europa ;)
Pues ahórrese el trabajo: en España la percepción general es que «pasao Alemania son tó rusos».
Cuando en España es todo toros, flamenco y castellano tampoco va a haber mejor percepción de lo que se cuence fuera.
Exacto. Aunque peor sería que nos tomaran por «Espéxico», que es lo que pasa últimamente.
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1989/11/11/pagina-1/33092157/pdf.html
Hombre, la caída de Zhivkov tuvo su espacio. Nada brutal, pero sí más que el concierto.
Por cierto, me falta alguna referencia a Simeón, no creo que haya tantos tipos que hayan sido Rey y, muchos años después de su caída, primer ministro surgido de unas elecciones.
Interesante y ameno, no pensé en decir esto de un artículo de «historia de Bulgaria en el siglo XX», ja ja.
En serio, me ha gustado el artículo, y lo de la política búlgara es de traca, añado.
Gracias a todos por los comentarios. Cossack, llevas razón, pero meterme con Simeon ya me parecía extenuante. Además, dada la magnitud folclórica del personaje, creo que merece una entrada para él solo en un futuro. Por lo demás, sólo hay una cosa que sí me gustaría poner de manifiesto. La Historia en estas latitudes habrá podido ser azarosa, pero la línea de la UE, que ahora planea suprimir Schengen en todos los Balcanes… ni un mono borracho con una pistola.
Grande articulo, vive dios.
Felicidades. Ameno y didáctico.
Dentro de unos años valdrá la pena estudiar como la petró-pasta iraniobolivariana ha resucitado toda suerte de plataformas neocomunistas y sutilmente antisemitas. Otra vuelta de tuerka…la Sexta vuelta.
Tremendo artículo, enhorabuena
Todo se ha cumplido…
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Me ha gustado mucho el articulo.Debo añadir que el rey Boris III era el unico diplomata con exito.
http://content.time.com/time/covers/0,16641,19410120,00.html
Hay gran parte de verdad,pero también yNOverdad..i nada bueno???:). sobrevivir y resucitar después de 500a.te parece poco?No voy a contar desde cuando BG.es país,pero te voy a contar para Tervel,quien batió la invasión árabe, después de lo cual 600años ni se lo pensaron invadir Evropa
..pero la siguiente vez ya no lo había,ni él,ni rusos…hasta Viena llegaron.En Bulgaria no viven serbios,no viven griegos,no viven rumanos,perol la viceversa si:*
Curioso pero vivo en Bulgaria, mi familia política es búlgara y la cantidad de mentiras sobre la época socialista y las purgas hacen reír mucho a mi suegro, también gracioso no decir ni mu de los rumores del envenenamiento del Rey de Bulgaria por los nazis. BULGARIA ESTA EN LA MISERIA EN EL CAPITALISMO, no a en la época de Dimitrov o T Zhiskov por cierto como se explicar la victoria comunista en el 94?
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