Días después de leer la última página de 2666 soñé que entraba furtivamente en un almacén gigantesco, parecido al de las últimas escenas de En busca del arca perdida. En él se guardaban miles y miles de cajas que sabía repletas de textos inéditos de Roberto Bolaño… Pero mi indecisión a la hora de elegir qué cofre del tesoro abrir primero hizo que me despertara antes de leer una sola línea. Aún no me lo perdono: he tenido que esperar muchísimos años antes de poder echar un vistazo al contenido de esas cajas.
1. Las gafas de Carolina
“Todos queremos a Bolaño”
Jorge Volpi
En la rueda de prensa previa a la inauguración de Archivo Bolaño, la imprescindible muestra que podrá verse hasta el 30 de junio en el CCCB, escucho a Carolina López, la viuda de Roberto, confesar cómo hasta 2006 no reunió presencia de ánimo suficiente para clasificar las cajas que su marido dejó apiladas.
Carolina es precavida. Habla con una soltura distante pero simultáneamente cálida y cortés, combinación inesperada que me hace lamentar que casi nunca conceda entrevistas. Me veo hipnotizado por los diamantitos de sus gafas de bibliotecaria mientras desgrana las características del archivo: más de 14.000 páginas, 84 libretas, 167 entrevistas, 1000 cartas recibidas y copia de algunas enviadas, 26 cuentos y cuatro novelas inéditas, recortes de prensa, pilas de papeles… Y una servilleta arrugada de un bar de México DF, donde Bolaño garabateó un poema en algún momento de los 70.
Ordenar ese caos de cajas (no tantas como en mi sueño pero casi), por no hablar de los discos duros que escudriñó Ignacio Echevarría, se adivina una tarea titánica aunque fascinante: fechar, deducir, numerar, escanear y sobre todo leer, leer, leer, leer. Una visita de Marçal Sintes, director del CCCB, convenció a Carolina de que parte de ese archivo tenía que ser exhibido. Y esa muestra, comisariada por Juan Insúa y Valerie Miles, es apenas la quinta parte del total, la punta de un iceberg exquisito del que quedan por explorar cintas de música, poemas, fotografías…
Carolina es rotunda sobre los inéditos: aún están “pendientes de valoración” y no se publicarán a corto plazo. Chasqueo la lengua, frustrado (entendedme: si mañana me dijeran que me quedan dos meses de vida, uno lo querría pasar leyendo los inéditos de Bolaño). De la mayoría de textos sin publicar se muestra al menos una parte, junto al número de páginas y un resumen del argumento como reclamo para editores. Es inevitable intuir la mano del agente contratado por los herederos de Bolaño, Andrew Wylie “El Chacal”, al que no se cita por el nombre pero cuya astucia editorial planea sobre el auditorio.
Terminada la charla, me dispongo a entrar en el Archivo con la actitud de quien explora una pirámide.
2. Godzilla en México
“Miles de muchachos como yo, lampiños / o barbudos, pero latinoamericanos todos, / juntando sus mejillas con la muerte”
Roberto Bolaño, Autorretrato a los veinte años
Imágenes confusas del auge del nazismo, la caída de Allende y la matanza de Tlateloco de 1968 (el mismo año en que la familia de Roberto llegó a México) reciben dando un sobresalto al visitante del Archivo, y específicamente a su prólogo mexicano. Casi prefiero encomendarme al hermoso poema Musa que también preside la entrada (“Era más hermosa que el sol / y yo aún no tenía 16 años”)…
Paso un buen rato pegado a la primerísima vitrina, releyendo embobado el Primer Manifiesto Infrarrealista (el movimiento poético que prefiguraría el realvisceralismo de Los detectives salvajes). “Déjenlo todo nuevamente, láncense a los caminos”, leo en voz alta, y me pregunto algo cínicamente cuántos españoles en crisis estarán haciendo eso ahora mismo. (Nota lateral: veo traducida la segunda parte de este lema como “Hit the road”, lo que me lleva a pensar en los contrastes entre rutas de huida; la norteamericana autoestopista contra los retorcidos senderos latinoamericanos). Sonrío ante un ejemplar inencontrable de la antología de colorido título Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego, en que Bolaño recogió poemas de Bruno Montané – Felipe Müller o Mario Santiago – Ulises Lima, entre otros. Aparece expuesto el carnet de Roberto en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), y visualizo a Bolaño asomándose al lavabo de mujeres en que encerraría mucho más tarde a Auxilio Lacouture, narradora de Amuleto.
Me fascina particularmente un ejemplar de la revista Punto de Partida que incluye Overol blanco y otros poemas. El seudónimo empleado por Bolaño fue Galvarino, un guerrero mapuche que combatió en las filas de Lautaro (!) y al que le cortaron las manos los conquistadores españoles. Dice la leyenda que se hizo poner lanzas en los muñones para seguir combatiendo, sin esperanza y sin miedo, y me viene a la cabeza una bolañiana sentencia lapidaria: “Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura”.
3. La Universidad Desconocida: Barcelona 77-80
“Era en los días en que estaba obsesionado con construir un ciborg capaz de soportar cualquier intensidad de desamor”
Las rodillas de un autor de S.F. atrás, cuento inédito de Roberto Bolaño
Lo primero que me llama la atención es el ambiente monacal de la muestra, como de claustro o aula de universidad antigua. La tenue iluminación convierte la sala en un lugar de oración o estudio: pueden imaginarse monjes amanuenses transcribiendo en pergamino las palabras de Bolaño. A priori no parece casar mucho con los años más bien lumpen de Bolaño como inmigrante en el Raval, pero tal vez el ambiente de aula sea adecuado para esa Universidad Desconocida que fue Barcelona para Roberto. Una Universidad con desconcertantes solapamientos con La Dimensión Desconocida: los últimos versos de este magnífico poema bien podrían ser el final de un parlamento de Rod Serling. Quién sabe si Rodrigo Fresán tenía este paralelismo en mente cuando introdujo un cameo de Serling y un borrachísimo Bolaño en un capítulo de Mantra.
En una pared se muestran, sin demasiadas explicaciones, imágenes de los lugares fetiche de Roberto durante sus años barceloneses: el Bar Céntrico de Ramelleres, el estudio de Tallers 45, la granja Parisienne, donde era habitual verle enfrascado en la lectura. Al lado, unas pocas fotografías, de entre las que me quedo con una de 1978 en que Bolaño luce un fantástico bigotón.
Previsiblemente, no tardo en abalanzarme sobre los inéditos. Salto de un texto a otro, indeciso y hambriento como Obélix en un buffet libre. El primero que atrae mi atención es Las alamedas luminosas, cuento inédito basado en dos recortes de periódico. Por un lado, Julio Arriagada Auger, poeta y exministro de educación chileno, vive literalmente secuestrado por su mujer en su casa de Santiago. Simultáneamente, un grupo de niños huérfanos huidos se adentra en el desierto de Atacama. En la hoja expuesta del cuaderno se leen variaciones sobre un mismo párrafo: una oportunidad única de ver a Bolaño afinando la puntería.
Leo intrigado las primeras líneas de El náufrago: “Se comportaba de tal manera desfasado que uno no podía sino pensar que detrás de esos gestos se ocultaban semanas y tal vez meses de cuidado mimetismo con la figura de Robert Gordon”. Me detengo meditabundo ante el cuaderno que contiene Tres minutos antes de la aparición del gato… ¿El de Schrödinger? ¿El de Cortázar? Me intriga Lento palacio de invierno: 13 hojas de apretada escritura conteniendo una sola frase, un día en la vida de un inmigrante indocumentado en Barcelona. Cazo en Acerca de mi (sagrada) familia una frase que me suena: “He aprendido que aunque el desamor sea torrencial uno debe amar. Amar de frente y de perfil, como un platillo volador”. Esa misma noche, dándole vueltas, recuerdo la advertencia previa de Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego: “Este libro debe leerse de frente y de perfil / que los lectores parezcan platillos voladores”. Y aterrizo en un poema de Nicanor Parra en Versos de salón: “Los menores de edad, por no ser menos, / se ponían de frente y de perfil: / ¡Parecían platillos voladores!”. No puedo evitar sonreír al pensar que Bolaño nos convierte a todos, tarde o temprano, en detectives.
Observo de frente y de perfil las libretas de La virgen de Barcelona, en que se narra la experiencia estética activada por la contemplación de una caja de cerillas. Un letrero avisa al espectador-detective de que el verso “El asesino duerme mientras la víctima le toma fotografías” aparecerá de nuevo, mucho más tarde, en La pista de hielo (Bolaño enviándose mensajes a sí mismo a través de los años).
Superada la atracción magnética de los inéditos, me encanta ver un ejemplar de Algunos poetas de Barcelona, el librito de poemas publicado por La Cloaca (para leerlo tuve que gorrearle un ejemplar a mi hermano Juan Nicho, como expliqué en esta misma revista). Fue en La Cloaca, creada por el aún activo Xavier Sabater, donde Bolaño conoció a A.G.Porta, buen amigo que aparecía con “yogures y cigarrillos, regalos razonables y prácticos”. El archivo incluye documentos y borradores de los Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce y Diario de Bar, escritos a medias con Porta. Resulta particularmente tierno un recorte del Diario de Barcelona en que aparecen Porta y un abstraído Bolaño. Sobre esa fotografía el mismo Roberto dibujó un bocadillo de cómic con el que se hizo decir: “La nariz de Carolina, sus senos, su estómago, sus piernas, sus nalgas, me hacen perder el aire…”.
4. Dentro del caleidoscopio. Gerona 80-84
“La pasión es geometría. Rombos, cilindros, ángulos latidores. La pasión es geometría que cae al abismo, observada desde el fondo del abismo”
Roberto Bolaño, Prosa del otoño en Gerona
La literatura de Bolaño es poliédrica, fractal, formada por patrones que se suceden hasta el infinito o hasta el punto de fuga de 2666. Es la literatura caleidoscópica de los preciosos poemas de Prosa de otoño en Gerona, homenajeados aquí con un audiovisual breve, hipnótico y ruidoso. Contemplándolo, imagino al Bolaño pobre y preocupado pero extrañamente feliz de esos años, escribiendo cuentos para ganarse la vida (como explica en Sensini)… Y, sin más ceremonia, me abalanzo sobre los inéditos.
El «CORREGIR» enorme escrito sobre El espectro de Rudolph Armand Philippi no me desanima, y curioseando este texto veo una lista descriptiva de flores y algas, que el visitante detective relacionará con la pasión por las algas de Reiter en La parte de Archimboldi de 2666. Me intrigan las notas garabateadas sobre el cuento D.F., La Paloma, Tobruk (“niño poeta con mano artificial”, “prostitución infantil en los futbolines de Rambla Santa Mónica”). Una lupa agranda una misteriosa frase que acabaría apareciendo en Amberes: “¿A ti también te persigue Colan Yar?”.
Pero si una vitrina me fascina por encima del resto es la que acoge algunos libros de ciencia ficción de la biblioteca de Bolaño (¡varios de mi queridísima y añeja colección de la editorial Luis de Caralt!). Sonrío al comprobar que Bolaño leía a Fritz Leiber (no en vano aparece en Los perros románticos), Ursula K. LeGuin, Joe Haldeman. Y casi me saltan las lágrimas al ver los cuadernos meticulosamente manuscritos que contienen el borrador de El espíritu de la ciencia ficción, novela inédita formada en parte por cartas ficticias dirigidas a escritores de ci-fi (“Querido Robert Silverberg”, leo en uno de los papeles expuestos). Daría un brazo por tenerla ya en mis manos, pero tengo que conformarme con una frase luminosa que me apunto, como aficionado a los microcuentos: “Los miniaturistas siempre me parecieron vasallos del demonio. Toda mi vida he creído que la Maldad antes de estrenarse ensaya sus piruetas en pequeñito”.
El verano de 1980 Bolaño trabajó de vigilante nocturno en el camping Estrella de Mar, un momento clave de la mitología bolañiana. Allí escribió Roberto Amberes, ese texto de prosa poética deudor de William Burroughs que ha desconcertado a miles de personas por su dificultad (“es la única novela de la que no me avergüenzo, tal vez porque sigue siendo ininteligible”, dijo Bolaño). El manuscrito muestra una pieza del caleidoscopio que reaparecería en Los detectives salvajes: el poema visual de las olas y el barquito que actúa como sismógrafo del alma. “La línea recta me producía calma. La línea curva me inquietaba, presentía el peligro pero me gustaba la suavidad: subir y bajar. La última línea era la crispación. Me dolía el pene, el vientre, etc“. Allí aparece también una de mis citas preferidas de Bolaño, junto a un dibujo garabateado: “De lo perdido, de lo dulce irremediablemente perdido, solo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de cogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no quiera aguantar más”.
5. El visitante del futuro: Blanes 85-03
“Resistid, queridos libritos / atravesad los días como caballeros medievales / Y cuidad de mi hijo / En los años venideros”
Roberto Bolaño, Dos poemas para Lautaro Bolaño
Roberto y Carolina se conocieron en 1981, y cuatro años más tarde se casaron y fueron a Blanes. Carolina cuenta que nunca le vio hacer otro trabajo que ayudar en la tienda de bisutería de su madre y escribir… En esos años, los más fértiles en todos los sentidos, por fin pudo dedicarse de lleno a la literatura con una excepción: los tres días que, según Carolina, Roberto trabajó de mayordomo hasta largarse indignado y cabreadísimo (con menos que eso, Fresán monta una novela).
En la tercera zona de la exposición, la correspondiente a estos años de Blanes, el visitante entra en un túnel largo y en penumbra. Según los comisarios, esta sección se centra en lo que Bolaño aporta al futuro de la literatura, y abunda más en borradores de textos ya publicados. Paseo pues entre las vitrinas como un arqueólogo (¡detective!) de un futuro lejano, contemplando los textos expuestos como si acabara de desenterrarlos de entre las ruinas. Observo con humildad los trabajosos borradores y listas de personajes de Los sinsabores del verdadero policía y El Tercer Reich, tragándome mentalmente las dudas conspiranoicas que había albergado sobre estos textos. Veo expuesto el salto devónico de Bolaño de la máquina de escribir al teclado de ordenador: lo que Juan Insúa llamó alambicadamente “evolución de sus soportes de lectoescritura” y que sirvió a Carolina López para fechar algunos textos difíciles, como puede leerse en su nota final a La Universidad Desconocida.
Me hipnotiza el audiovisual que reproduce un momento icónico de Estrella Distante: la poesía aérea del piloto asesino Carlos Wieder. En una vitrina cercana se expone una divertida carta de Bolaño a Jorge Herralde en que le asegura que no hay mala fe en la repetición de un buen número de párrafos entre el último capítulo de La literatura nazi en América y Estrella Distante. Le creo. Y viendo la calidez con que Roberto le escribe, comprendo la infinita tristeza, el respeto y la admiración que desprende cada página de Para Roberto Bolaño, el librito que Herralde escribió en su memoria.
Me enternece la calidez espontánea de unos retratos de fotomatón en que aparecen Roberto y Carolina con sus hijos Lautaro y Alexandra… Y pienso que esta exposición es antes que nada un melancólico homenaje a Bolaño tras diez años de ausencia, preparado con un amor destilado en el mimo con que se presenta cada detalle. Estas fotos sonrientes y relajadas me hacen pensar en la alegría de Bolaño, siempre presente incluso en el fondo de sus páginas más oscuras o asomadas al abismo. El humor se hace explícito en textos tan luminosos como el Discurso de Caracas o El antepasado (artículo incluido en Entre Paréntesis que me hace sonreír en cada relectura); y en su poesía aparecen de vez en cuando, emboscados entre otros terribles, versos como “a veces soy inmensamente feliz”. Caricias en el campo de batalla.
Cerca ya del final del túnel que desemboca (como todos los túneles) en la muerte, encuentro pequeñas claves del trabajo y documentación para Los detectives salvajes. Resulta gracioso ver expuesto el diario del que Bolaño sacó los chistes visuales de mexicanos que cuenta García Madero en el desierto de Sonora, o la revista infantil en cuyos juegos se basaron los poemas de Cesárea Tinajero con que se cierra la novela (“¿Qué hay detrás de la ventana?”). Del proceso frenético y contrarreloj de la documentación de 2666 han quedado impresiones de páginas web (chistes machistas, listas de fobias), menciones a Sergio González Rodríguez, laboriosas listas de personajes y capítulos, un diagrama misterioso en que se mencionan el centro físico y el centro oculto de la novela. Dos documentos serán especialmente apreciados por fans y estudiosos. El primero, un mapa a escala de Santa Teresa (“esa parcela arrendada al Infierno”) formado solo por nombres de colonias, basureros, arrabales: el espacio mental en que transcurre la novela. El segundo, una página que no se incluyó en la versión definitiva, casi un microcuento en que la voz que oye Amalfitano habla de libros perdidos y viajes en el tiempo.
El epílogo de la muestra es breve y extrañamente conmovedor. En un anaquel, protegidas tras un vidrio, se muestran tres pares de gafas de Roberto, como una reliquia o un vestigio arqueológico. No puedo evitar imaginarlas postapocalípticamente con los cristales rotos, como en el episodio más famoso de La Dimensión Desconocida. También veo en este fin de túnel unas pocas estanterías con muestras desordenadas de los libros de Bolaño en varios idiomas… Uno de los estantes, vacío (¿símbolo de textos inéditos, o de los que nunca podrá ya escribir?). Dejo vagar la mente. Me visualizo visitando las infinitas salas hexagonales de la Biblioteca de Babel imaginada por Borges. En una de esas salas tienen que estar todos los libros que Roberto Bolaño hubiera escrito si no hubiera muerto antes de tiempo (Nicanor Parra: “le debemos un hígado a Bolaño”). Imagino la emoción de tener en mis manos una sexta parte de 2666 o un cuento en que Arturo Belano opine sobre el primer papa argentino… Pero ay, es imposible. Tarde o temprano leeremos sus inéditos antiguos, pero Roberto está ahora descansando en Venecia… Como dejó dicho en su última entrevista: “El paraíso es como Venecia, espero, un lugar lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y se desgasta y que sabe que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al fin y al cabo no importa”.
6. La buena letra de Roberto Bolaño
“Leer es aprender a morir, pero también es aprender a ser feliz, a ser valiente”
Roberto Bolaño, Mi vida en los tubos de supervivencia
En una famosa escena de la históricamente improbable Amadeus de Milos Forman, el envidioso Salieri contempla unas partituras de Mozart incrédulo y fascinado. Frente a sus propios pentagramas llenos de correcciones y tachaduras, los de Amadeus rebosan de notas escritas directamente en limpio, como dictadas por Dios… Viendo la pulcritud, la altísima legibilidad caligráfica y la limpieza de los papeles de Bolaño me siento como un Salieri cualquiera. En su guía del archivo Bolaño para el lector sentimental, un J.S. de Montfort más prosaico sospecha que lo expuesto en las dos primeras secciones son más los apuntes pasados a limpio que las primeras versiones en crudo del material… Lo que no disminuiría ni un ápice de su encanto.
Carolina López comenta que la literatura de Bolaño es tan fresca y de ritmo tan natural que es difícil imaginar la cantidad de esfuerzo y trabajo que había detrás, la muy trabajada “cocina literaria” de la que habló Roberto en Entre Paréntesis. Intentando conciliar ambas visiones (dictado divino vs. trabajo) pienso que en todo lo que escribió Bolaño, sea una carta trivial a su amigo Porta o el borrador de su obra magna, se trasluce una naturalidad pasmosa, una habilidad innata para enhebrar palabras que las correcciones posteriores no hacen más que enriquecer. Como ver a Bruce Lee preparando un bocadillo y admirar la fluidez y economía de sus movimientos.
Salgo lentamente de la muestra, intentando comprender, no por primera vez, de dónde viene mi fascinación por Bolaño. Y recuerdo mi lectura reciente de Just Kids, la autobiografía de los años de juventud de Patti Smith y Robert Mapplethorpe, cuando eran apenas unos críos que sobrevivían en Nueva York sin trabajo, sin dinero, “sin timón y en el delirio”, sin tener ni idea de que sus canciones, poemas y fotografías iban a emocionar a millones de personas. Se entregaban en cuerpo y alma a lo que creían, a vida o muerte. Eran detectives salvajes. Y la mejor manera de entender al detective salvaje que todos llevamos dentro es hacer caso al propio Roberto, que terminó Derivas de la pesada sentenciando: “Hay que releer a Borges otra vez”. A lo que añado: “Hay que releer a Bolaño otra vez”. Así sea.
El hijo de Roberto se llama Lautaro, no Lauraro.
De las tres veces en que se menciona su nombre en el artículo, en una se ha colado un error tipográfico. Gracias por el aviso. :)
Extraordinario. Creo que tendré que subir a Barcelona a verlo. La muestra no viajará a Madrid, verdad?
Nostalgia de Bolaño…
Sí que viajará la muestra a Madrid, sí… Aunque se tomarán su tiempo: el tour madrileño por la Casa del Lector está previsto para el otoño/invierno de 2014-2015. :) Antes que a Madrid irá a Nueva York, en otoño de 2013.
Vamos, que yo recomiendo una excursión a Barcelona antes del 30 de junio. :)
Bolaño, uno de los escritores más sobrevalorados de los últimos tiempos.
La verdad es que pese a la distancia, me dan muchas ganas de coger un tren nocturno y plantarme una mañana a ver la exposición. He oído que en el 2014 llegará a Madrid. Sin embargo, tiene más razón de ser (por razones obvias) en Barcelona.
Buen artículo.
¿En serio pasaría los dos últimos meses de su vida leyendo a Bolaño? He oído de trastornos mentales terribles, pero nunca había leído de ninguno que supusiera un desprecio tal por el Arte. Existiendo un Flaubert, un Shakespeare, un Vallejo…, desperdiciar tus últimos días de esta forma.
Siendo precisos, lo que he escrito es que si me quedaran dos meses de vida, uno de ellos lo pasaría leyendo los INÉDITOS de Bolaño… A Shakespeare, Flaubert y Vallejo ya los he leído, y no creo que Andrew Wylie vaya a sacar de repente nuevos inéditos suyos. :-P
Coñas aparte, uno nunca sabe cómo reaccionará ante la cercanía de la muerte… Y tal vez antes que por Bolaño o Flaubert me diera por releer El señor de los Anillos o El Péndulo de Foucault. Tampoco es como si me pudiera llevar ninguna lectura a la tumba, qué caray, y en esos momentos decisivos creo que ponerle o no la «A» mayúscula al Arte sería la menor de mis preocupaciones.
Eduardo es uno de esos seres humanos que no puede ver a otro ser humano feliz porque ahí mismo se inventa algo para hacerlo infeliz. A mí también me pareció exagerado escoger a Bolaños como lecturas prepóstumas pero me encanta ver gente encantada y feliz con algo… ;)
Como dijo John Waters: «La vida no vale nada si no tienes una obsesión». Yo tengo varias, y a una de ellas le han dedicado una muestra en el CCCB. :)
Pero la lección más importante de Bolaño parece Vd. no haberla aprendido: hay que releer a Borges otra vez.
Puede que alguien , incluso, quiera leer mangas japoneses los últimos días de su vida. En el gusto no hay que meterse
De lo leído de Bolaño hasta la fecha me quedo, sin duda, con «Los detectives salvajes», aunque también me gustó mucho una novelita primeriza del autor titulada «El Tercer Reich», todavía me quedan algunas antes de abordar esa a la que le tengo tantas ganas: «2666», que será la última… a la espera de los trabajos inéditos.
El Arxiu Bolaño es una estupenda muestra del arte generado por este gran escritor, se pagan a gusto los 6 euritos de la entrada. Aprovecho para felicitar desde aquí a la gente de CCCB por el pedazo trabajo que hacen por la cultura en Barcelona.
Interesante y completísima reseña, Sr. Lapidario.-
Probablemente usted no haya leído las Cartas de Flaubert, a la Colet y a Sand. Siempre escribía la palabra Arte con mayúscula, y no por capricho. Lamento profundamente que le atraigan más los inéditos de Bolaño que el placer de releer a los grandes autores.
Yo es que siempre he sido muy de negar a Baudelaire: no se puede ser sublime sin interrupción. Si voy a morir, que sea de la mano de un autor que me haya resultado íntimamente cercano, afín a mi experiencia cotidiana y no al canon de la literatura. El que se muere soy yo y mis circunstancias, no Harold Bloom.
Por otra parte, todo esto es una hipérbole y un hablar por hablar, ¿eh? Otra gran frase de Bolaño: «los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz». Así que quién sabe: igual los últimos meses de mi vida no los pasaría precisamente leyendo.
«Yo es que siempre he sido muy de negar a Baudelaire: no se puede ser sublime sin interrupción. Si voy a morir, que sea de la mano de un autor que me haya resultado íntimamente cercano, afín a mi experiencia cotidiana y no al canon de la literatura. El que se muere soy yo y mis circunstancias, no Harold Bloom»
Se está usted ganando el Parnaso, sr Lapidario.
Magnífica respuesta, y magnífico artículo, felicidades
Veo que por aquí tienen una idea del Parnaso distinta a la mía. Una idea que niega a Baudelaire y elige a Bolaño por delante de Flaubert. Está claro que soy yo el que se equivocó de revista.
Bueno, por precisar, diría que más bien se equivocó de vida… En el sentido de que la frase en cuestión hablaba de mi muerte y mis últimas lecturas, no las suyas. Siéntase usted libre, por supuesto, de morir releyendo a Flaubert si lo prefiere, lejos de mi intención criticárselo.
El titular de este artículo me recuerda y mucho a uno que yo me sé de Tipos Infames en Soitu, sobre Rayuela. Bueno que haya servido de inspiración pero se puede ser más creativo! Ánimo!
Reconozco que no es un título muy original el del artículo (a la dichosa servilleta bolañiana con el poema mexicano hace referencia casi todo el mundo que estuvo en esa rueda de prensa), pero palabrita de niño Jesús que no tengo ni la más remota idea de a qué artículo de Soitu se refiere.
Josep Lapidario o como te llames: has plagiado el artículo (original aquí: http://tiposinfames.blogspot.com.es/2009/02/manuscritos-hallados-en-los-bolsillos-y.html) y ni siquiera lo has plagiado bien. Una verguenza para Jot Down y para sus lectores.
Dejando de lado las malas maneras de su comentario, acabo de leer (por primera vez) el artículo que enlaza y, francamente, el plagio no lo veo por ningún lado.
Lo gracioso es que ni siquiera me gusta demasiado Cortázar, aunque ahora vengan a crucificarme los de los cronopios y las famas.
Josep, llevo leyendo Jot Down desde casi su inicio y firmando mis comentarios con el pseudónimo «Brancaleone» (la famosa marca de fernet italiano que sirve de bebida nacional en Argentina). Siempre he sido educado con los articulistas y comentaristas.
Desde hace un tiempo vengo detectando que alguien se dedica a publicar comentarios ofensivos utilizando mi pseudónimo, probablemente la misma persona que firma el estúpido comentario anterior. No sé si intenta manchar mi «imagen virtual» o simplemente molestar por molestar.
Mi pregunta es si existe alguna forma de que nos identifiquemos los lectores para evitar este tipo de confusiones. Tengo amigos que también leen Jot Down y conocen mi pseudónimo y este Brancaleone «fake» puede dar lugar a maletendidos con ellos.
Por si alguien quiere comprobar esto que estoy diciendo, algunos de mis comentarios en Jot Down en estos enlaces (los administradores pueden comprobar que todos los comentarios tienen la misma dirección de email):
http://www.jotdown.es/2012/09/el-mundial-de-maradona-i/
http://www.jotdown.es/2013/01/l-a-blues-que-les-pasa-a-los-lakers/
http://www.jotdown.es/2013/04/tsevan-rabtan-panegirico-y-despedida-de-la-fiesta-de-toros/
http://www.jotdown.es/2013/02/manuel-de-lorenzo-manual-del-buen-gafapasta-guia-practica-para-la-conversion-o-el-camuflaje/
Dejando a un lado este desgraciado affaire, te felicito por el artículo. El Bolaño de «Los detectives salvajes» es una de mis debilidades (no así el de «2666»).
Un saludo cordial.
Muchas gracias por la aclaración y saludos cordiales.
Trolls internautas, esa plaga…
Pingback: 05/04/13 – 14000 páginas y una servilleta : explorando el Archivo Bolaño | La revista digital de las Bibliotecas de Vila-real
Bolaño, fue un gran escritor que le falto tiempo para llegar a ser un gigante de la novela. Como casi siempre sucede, el no fue reconocido en su país (Chile) como debió haber sido. Ahora con sin plagio, esta muy bien este articulo; a quien le importa?…
Bueno, a mí sí me importa, porque basta un vistazo somero al link enlazado arriba para ver que es una trolleada de manual: los artículos no se parecen ni en nombre, ni en temática, ni en ninguna frase ni en absolutamente nada.
Que uno de los países en que menos se reconoce a Bolaño sea Chile es fascinante: en parte tiene que ver con la visita de Roberto a Chile en 1999, en la que pisó todos los callos literarios que pudo y más.
Y en efecto, le faltó tiempo. Para empezar, con unos años más hubiera podido repasar 2666, que es una obra torrencial, magnífica, pero le hubiera venido bien una corrección y relectura final para la que sencillamente no tuvo tiempo.
Soy lectora de Bolaño desde poco después de su muerte y tengo claro que iré a ver esta exposición que nos acercará un poco más al escritor. He pasado por todos sus libros. Me inicié con los Detectives y seguí con todo lo demás… relatos, poesia… Creo que es un escritor excepcional, que llevaba literatura en las venas y eso no se puede decir de muchos escritores. Enhorabuena por el reportaje… Creo que a los lectores de Bolaño nos señala un lugar para peregrinar antes de junio ;-)
Pues sí, esta muestra es de visita obligada no sólo para todo bolañista que se precie, sino para cualquiera que tenga curiosidad por asomarse a la «cocina» de un buen escritor.
Aún queda tiempo hasta junio para planear el peregrinaje. :)
Bolaño inmortal.
Sin duda. Aunque haya críticos que ahora no lo reconozcan llevados por el clásico impulso de denostar lo que se vuelve popular…
Este «comentario» al que respondo ahora ha sido enviado desde la misma dirección que el troll que suplantaba al pobre lector habitual Brancaleone varios comentarios más arriba. Ignoro qué tiene en contra mía (aunque me lo imagino), pero en cualquier caso resulta tan sutil y sibilino como un martillo pilón.
Lo de «Lauraro» es evidentemente un error tipográfico de la transcripción del que ya he dado aviso, ya que de las tres veces en que se lo menciona por el nombre en el artículo sólo aparece ese error en una. Llamar de vez en cuando «Roberto» a alguien llamado «Roberto Bolaño» difícilmente puede considerarse una informalidad, sólo un modo de no estar todo el rato repitiendo «Bolaño» o tirando de anafóricos. Por otra parte, creo que muestro más respeto a su memoria escribiendo sobre él que trolleando los comentarios… Vivo desde hace años en el Raval y a diez metros de la calle Tallers, así que me atrevo a decir que conozco bien la zona. Por otro lado, Bolaño no hablaba de «Raval», sino de «Distrito V» o «Barrio Chino», pero ninguno de esos nombres se utiliza con el mismo sentido.
Y sí, Bolaño murió antes de tiempo. Ojalá hubiera vivido muchos, muchos años más, terminado 2666 y escrito centenares de cuentos, artículos, ensayos, poemas y novelas…
No sé qué tiene Bolaño. Todavía no termino de precisar con exactitud qué es lo que hace que su huella sea tan profunda. Lo leo, lo releo, lo vuelvo a leer. Recorro sus desiertos una vez más. Se le lee de manera muy distinta a otros autores. Tiene sus códigos, sus pautas, su ritmo.
Todo en él fluye como si hubiese sacado sus textos de su cabeza casi de manera automática. Como si ya lo llevase escrito todo en su ADN. Tejía y tejía y tejía. Dejándose llevar desde aquella garita del camping.
Sin embargo, casi se le puede sentir rasgar el papel con cada letra, cada trazo, cada palabra. Se le puede escuchar cabalgando sobre las páginas, persiguiendo su historia. Escribía sin poder parar.
Roberto Bolaño es la enfermedad de la literatura en su máxima virulencia.
Qué hueco sin él. Qué hueco más grande.
Me quito el sombrero ante Bolaño, me quito la pelambrera ante el autor de este artículo tan enamorado, y me quito el cerebelo ante este comentario de manual.
Josep, te han caído unos cuantos trolls imbéciles por aquí, así que espero que palabras inteligentes como las de Reik ayuden a compensar la balanza. No sé qué pasa en Jot Down, que tiene algunos de los mejores artículos de la red y algunos de los peores comentarios.
Por mi parte, sólo decirte que hacía mucho que no disfrutaba tanto una crónica. Te felicito especialmente por los enlaces, un detalle que la gente no suele cuidar como se merece.
Muy buen reportaje. De las primeras cosas que haré en Barcelona en el mes de junio será visitar la exposición. Enhorabuena y felicitaciones por la paciencia y cortesía de contestar a los comentarios.
La verdad es que sólo me he leído 2666. Me pareció una experiencia literaria sublime y un coñazo sublime, que leí hasta la última palabra como lector aplicado que soy. Bolaño escribe tan bien que se puede permitir contar cosas sin interés ni sentido alguno.
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Estimado, para seguir la posta literaria histórica que plantea Bolaño, se debe criticar y si es necesario destruir todo lo que sea necesario (en torno a las letras, el devenir social, el filosófico, lo que sea), si dedicas tu tiempo a esto, no eres más que un fan, un eterno seguidor, ósea no te alcanza ni para Salieri (la verdad estas muy lejos de Salieri), que podrá tener sus partituras llenas de tachaduras pero a diferencia tuya creo!!!
Si consiguiera superar su aire egotista, el artículo podría estar incluso bien
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Las mujeres de los escritores muertos, que heredan los derechos de sus obras, siempre terminan siendo nefastas, puesto que miran esa obra solo de manera utilitaria…. cuánto me pagará, por esto ??? , parece ser su única preocupación .
Es lo que sucede con la mujer de Bolaño, las pocas veces que la he visto en alguna entrevista,, he visto claramente el signo $$$$$ en sus ojos y nada más.
Quizás qué cosas ha dejado este gran escritor.. pero seguramente están regateando su precio. Nefastas. saludos desde Chile.
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Magnífico artículo. Lástima que no lo haya encontrado antes. Gracias.