“Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores”
(San Mateo, 24:7)
Como veíamos en el artículo anterior, el ángel más altivo del Cielo se rebeló contra Dios en nombre de la libertad, para ser finalmente expulsado al infierno junto a todos sus seguidores. Allí permaneció 20.000 años “sin otra ocupación que la de rascarse la tripa y estar continuamente angustiado”, según Daniel Defoe. Mientras tanto, Dios observaba bastantes espacios vacíos en el Cielo después de esa purga de proporciones estalinistas, pero consideró que en lugar de crear más ángeles, probaría algo nuevo. Poniendo esta vez más énfasis en la obediencia de sus criaturas:
“(…) Yo sabré
Reparar esta pérdida, si tal
Puede considerarse al perder
A los que se perdieron a sí mismos,
Y en un momento crearé otro Mundo,
Y de un hombre una raza innumerable
De hombres para que vivan allí,
No aquí, hasta que elevados gradualmente
Según sus propios méritos se abran
Hasta aquí con el tiempo su camino
Probados por una larga obediencia
Y la Tierra sea convertida en Cielo”
Es decir, en última instancia, tanto los seres humanos como el mundo que habitamos existimos debido a esa rebelión celestial. Gracias a Satanás, en suma. No está de más recordarlo cada vez que usemos expresiones malsonantes tan habituales entre los castellanoparlantes como «Maldita sea Jack, ¿qué diablos estás haciendo?”. Así que el Creador hizo el mundo en siete días, con su sol, sus estrellas, sus mares, sus peces y animales. Una obra grandiosa que causó tal envidia en el Diablo que él también intentó crear sus propias estrellas, pero con tan poco tino que no fue capaz de fijarlas en la bóveda celeste y adoptaron órbitas irregulares que escaparon a su control: eso es lo que son los cometas.
Una vez Dios hubo creado el mundo, puso sobre él como más sublimes criaturas a Adán y Eva. En ellos vio nuestro protagonista su gran oportunidad para vengarse. Este nuevo mundo le permitió escapar del cautiverio en el Abismo del Tártaro donde tanto tiempo había pasado, aunque para ello debía ocultarse en alguna criatura, no encontrando otra más idónea que la astuta serpiente. “La más sutil de todos los animales terrenos”, aquella cuyo turbio comportamiento más se aproxima al del Diablo y que por tanto menos sospechas provocaría. Tras esta apariencia recorrió la Creación de un extremo a otro, descubriendo con pesar que en este entorno carecía de poder para perturbar su orden. Lo cual nos acerca a un concepto clave, no solo del cristianismo sino de todo el pensamiento occidental: el libre albedrío. El Demonio no tiene poder real sobre el ser humano, solo puede seducirlo mediante la tentación y el engaño, dependiendo entonces de nuestra libre voluntad escoger entre el Bien y el Mal. Una idea de una enorme repercusión filosófica, que ha dado mucho que hablar y ha acabado teniendo consecuencias inesperadas. Pero fue un reto que el Gran Dragón Rojo aceptó gustoso cuando arenga a sus seguidores en el infierno:
“Desde entonces conocemos su poder,
Y el nuestro, para no provocar una
Nueva guerra, ni temerla una vez
Provocada; nuestra ventaja está
En idear un proyecto tan perfecto
Que por el fraude o por la astucia obtenga
Lo que la fuerza no pueda conseguir;
Para que también él, al fin, aprenda
De nosotros que quien vence a la fuerza
A su enemigo sólo a medias vence”
Cómo no recordar aquí aquello de Unamuno de “venceréis pero no convenceréis”. Y eso es lo que hizo al convencer a Eva de que tomase la manzana del Árbol de la Ciencia, según el episodio ya conocido por todos. Desde entonces el Pecado y la Muerte ya no permanecieron más tiempo sentados en el infierno, sino que se trasladaron a nuestro mundo. Tras esta audaz victoria, Azazel se encontraba eufórico. Había logrado sabotear la Creación de Dios, nada más y nada menos. De vuelta a la capital de su Imperio del Mal —conocida como Pandemonium— habló a sus seguidores:
“Tronos, dominaciones, principados,
Virtudes, potestades, pues estáis
En posesión, y no solo de derecho,
De estas dignidades con que os llamo
Y ahora os proclamo, al regresar triunfante
De una acción que rebasa la esperanza,
Para sacaros victoriosamente
De este abominable hoyo infernal,
De esta mansión maldita de dolor,
El calabozo de nuestro tirano,
Ahora poseéis como señores
Un espacioso Mundo, inferior
En poco al Cielo en que nacimos,
Que con mi ardua aventura y gran peligro
Conseguí. (…)
¿Qué os queda ahora, dioses, sino alzaros
Y celebrar la dicha más completa?”
Así concluyó su discurso a las masas, esperando que fuera seguido de un atronador ruido de aplausos y vítores. Sin embargo, con gran asombro escuchó en su lugar el odioso silbido de miles de lenguas de serpiente, pues en eso se convirtieron repentinamente sus legiones. Y él, antes de poder exclamar nada, cayó al suelo convertido en un dragón. Reptando tuvo que moverse entre “el escorpión, el áspid, la horrible anfisbena, la cornuda cerata, la hidra, el horrendo elope, la dipsa y las asquerosas serpientes”. Había más bichos allí que en una película de Indiana Jones. Ese fue el castigo de Dios, quien no contento con someterles a tal humillación, hizo que estuvieran “abrasados de una sed ardiente y de un hambre feroz” y plantó instantáneamente junto a ellos una gran arboleda, de cuyas ramas pendían en vivos colores grandes cantidades de la misma fruta prohibida con la que pecaron Eva y Adán. A por ellas se lanzaron con avidez las legiones de demonios convertidas en infames reptiles. Pero, al morderlas, lo que mascaron fueron amargas cenizas una y otra vez, espoleados por un ansia que no lograban colmar, hasta que un tiempo después pudieron regresar a su forma originaria. El caso es que al Creador le debió parecer un espectáculo tan divertido que lo convirtió en una tradición anual —como si de alguno de nuestros pueblos españoles se tratase— en la que durante unos días todos los demonios volvían a sufrir ese tormento. O al menos así nos lo narró Milton en El paraíso perdido.
Breve fue, pues, la victoria del demonio. Pero si algo le sobra es tiempo y tenacidad en su misión. Según nos cuenta el Génesis, durante los siguientes 1500 años nuestro protagonista fue ganando para su causa a más y más hombres, pese a que Noé estuvo predicando en su contra durante 500 años sin lograr convencer a nadie (el pobre no debía tener mucha elocuencia) así que Jehová finalmente le dijo que construyera una gran arca para que se salvase él, sus tres hijos y sus respectivas mujeres. A continuación vino el Diluvio Universal, que arrasó con la obra de Dios de nuevo corrompida por su antiguo ángel, constatación de que estaba resultando un enemigo realmente complicado. Más tarde, en el año 1879 de la Creación, por sugerencia de Lucifer Nimrod, biznieto de Noé, edificó la ciudad de Babilonia, a la que sus vecinos sospecho que con cierto retintín denominaban “La madre de las rameras y de las abominaciones de la Tierra”. No debía ser un lugar aburrido. Allí El Acusador de Hermanos se sentiría como en su propia casa, ya que no faltan profecías bíblicas sobre su completa destrucción: “Babilonia, la perla de los reinos, la gloria y el orgullo de los caldeos, quedará como Sodoma y Gomorra cuando Dios la destruyó. Nunca más volverá a ser habitada” (Isaías 13:19).
Pero además de instigar la lujuria y la embriaguez como en esta urbe de condenación, otra estratagema muy socorrida del Robador de Buenos Deseos fue la de promover la idolatría. De tal manera, dice Defoe, que se comenzaba adorando al Sol, la Luna y las estrellas, luego se pasaba a imágenes y figuras, de ahí a los troncos y piedras hasta llegar a venerar finalmente a los monstruos. Y de ellos a Satán había apenas un paso. Sobran ejemplos, como el del becerro de oro que tanto indignó a Moisés. Pero tras el Pecado Original, tras el Diluvio Universal, tras el exterminio de Sodoma y Gomorra y la destrucción de Babilonia… poco valía el castigo, que nuestros antepasados parecían no aprender y pecaban una y otra vez. Ya decía Kant que el hombre es de una madera tan torcida que nunca llega a enderezarse. Es importante insistir en lo que decíamos anteriormente sobre la ausencia de poder real del demonio sobre los seres humanos. Puesto que si los obligase o los matase, entonces crearía mártires, santos que irían a reforzar las huestes del Cielo y no las suyas, debilitando así su posición. Era necesario, pues, que el Anticristo no venciera con la fuerza, sino que convenciera, que su victoria se alcanzase respetando la libre voluntad de su víctima. Corrompiéndola, no sometiéndola. Estas eran las reglas del juego, y una vez más lo estaba ganando…
Por ese motivo, en la partida de ajedrez cósmica que estaban manteniendo la Luz y las Tinieblas, Dios decidió realizar un movimiento de jaque enviando nada menos que a su Hijo a la Tierra. Había que echar mano de la artillería pesada. La llegada de Cristo tuvo como consecuencia, según el erudito inglés, que “fue desde entonces cuando empezó a parecer un Diablo débil, estúpido e ignorante en comparación con lo que antes había sido”. Con el comienzo de la era cristiana estaba en campo rival, así que tuvo que contraatacar recurriendo más a menudo a la brujería y la posesión diabólica.
Aquelarres, pactos con el diablo y posesiones
Las víctimas más propicias de ambas artimañas fueron las mujeres, el eslabón más débil que golpear. Pues según advertía severamente uno de los padres de la Iglesia, Tertuliano: “mujer, tú eres la puerta del diablo. Eres tú quien ha tocado el árbol de Satanás, y la primera que ha violado la ley divina (…) mujer, deberías ir siempre de luto, estar cubierta de harapos y entregada a la penitencia, a fin de pagar la falta de haber perdido al género humano”. Posteriormente Fray Martín de Castañeda, escribiría en su influyente Tratado muy sotil y bien fundado de las supersticiones y hechizerías y vanos conjuros y abusiones, y otras cosas al caso toc¯ates, y de la possibilidad y remedio dellas que las mujeres eran más propensas a ser poseídas, debido a que “son pusilánimes y de corazón más flaco, y de celebro más húmido”.
Ellas acaparaban el 90% de las condenas por brujería, que consistía en una asociación con el diablo que incluía trato carnal y dotaba de poderes sobrenaturales a sus practicantes, tal como pudieron advertir los autores del mayor best-seller de su tiempo, El martillo de brujas. Una parte consustancial a la brujería fueron los aquelarres, su rito fundamental.
De acuerdo al Compendium Maleficarum, de Fra Francesco María Guazzo, antes de acudir a ellos las brujas se untaban de un ungüento hecho con niños asesinados y acudían volando en una escoba u otro objeto de madera a la celebración, que daba comienzo en torno a las 10 u 11 de la noche. El evento estaba presidido por el Gran Cabrón, sentado en un trono e iluminado a su alrededor por velas negras, que previamente había encendido soplando sobre ellas con su trasero. Como también era negro el espárrago con el que un oficiante salpicaba a los presentes con orina diabólica. Al comienzo se realizaban las ofrendas (a menudo cordones umbilicales) y se servía algo para picar, aunque eran alimentos “asquerosos de apariencia o hedor, y que fácilmente darían náuseas al estómago más vorazmente hambriento”. El vino era negro como la sangre coagulada y no había pan ni sal. Tras la comida —que nunca lograba saciar— venían los bailes, en círculo y hacia la izquierda y que resultaban extremadamente agotadores. A continuación se cantaban canciones obscenas al son de una flauta y un tamboril y, finalmente, llegaba la cópula. Pero tampoco resultaba placentera y el semen de Belial, estéril y frío como el hielo, resultaba muy doloroso para las receptoras. Tras el rito solía quedar una marca de garra en el hombro de la bruja, que generalmente servía luego para identificarla como tal y poder quemarla debidamente en una hoguera. Pero el Diablo podía encontrar otras formas con las que ganarse la confianza de sus víctimas. Una de sus favoritas era aparecerse en sueños. Hay antiguas narraciones al respecto, como esta:
“Quasi este mismo quento oya yo alias referir de otro que poniendo unas candelillas a los Doze Apóstoles puso otra que le sobraba al diablo a quien tenía atado a sus pies San Bartolomé. Y esa noche le apareçió y le dixo que por aquella honra que le avía fecho le quería mostrar dónde hallaría un tesoro. Y en sueños le avía llevado a un campo donde dixo que hallaría el tesoro y que por señal porque açertase a donde estaba se ensuziase allí ençima y durmiendo se avía ensuziado en la cama y avía recordado y halládose suzio. En fin, el demonio es tal que a quien sirve no puede dar buen pago”.
Otro cuento hablaba de cómo se le aparece en sueños a un marido celoso para ofrecerle un anillo con el que evitar los cuernos, él sin dudarlo introduce el dedo y entonces se despierta, comprobando que el tal anillo era en realidad, ejem, “el pozo sin centro de su querida mujer”. Al Dios Negro ciertamente nunca le ha faltado sentido del humor…
En otras ocasiones se aparecía a gente despierta, aunque a menudo engañando a sus sentidos. Como por ejemplo aparentando ser una atractiva mujer desnuda, tal cual se le apareció a San Antonio para tentarle, pero él —que por algo era un santo— se concentró fuerte en “las amenazas del fuego y el tormento del gusano”. Por su parte, a Sor Leonor María de Cristo también se le aparecía, aunque ella nunca se dejó engañar. Se despertaba por las noches y salía del convento, donde quedaba con el Demonio en lugares apartados para pelear a hostia limpia con él en tremendo duelo: “callen los Anfiteatros de Roma, donde los hombres solían luchar con las fieras y hable el convento de los Ángeles donde la Madre peleava”.
La característica esencial de Satanás es su poder de transmutación, es lo que le permite acercarse a los humanos y tentarlos mediante engaños. Si bien a menudo ha sido representado como un animal o como mezcla de hombre y animal (excepto paloma u oveja), también podía ser “un señor muy aseñorado”. Incluso llegó a tomar la apariencia de un Papa, Gregorio VII. Pero más allá de su aspecto hay rasgos inmutables en su carácter: aborrece el agua bendita y el tañer de las campanas y le encantan las armas de fuego (se decía que los arcabuces eran forjados en el infierno), es noctámbulo, le gusta bailar, fumar y usa como transporte un caballo, trineo volador o sus propias alas. Sus profesiones pueden ser muy variadas: profesor, segador, tahúr… y tiene la peculiar habilidad de atrapar con el culo el pie de quien intenta darle una patada. Respecto a su hábitat, las legiones del Demonio podían ser fogosas, aéreas, terrestres, acuáticas, subterráneas o lucífugas.
En ocasiones, podía llegar a sincerarse y proponer un pacto ofreciendo determinados favores (como aprobar exámenes, en el caso de algunos alumnos de Salamanca) a cambio de ciertos servicios o incluso del alma, realizando si era necesario la firma de un contrato. A los que pactan con el Diablo debían decir “Reniego al Creador del Cielo y de la Tierra. Reniego de mi bautismo. Reniego de la adoración que antes porte a Dios. Rompo con ellos, y en esto creo”. Belcebú entonces coloca su garra en la frente, borrando así el Santo Crisma y destruyendo la marca del Bautismo.
Por ultimo, nos queda por mencionar las posesiones diabólicas. Si todo lo que hemos visto hasta ahora requería la connivencia de la víctima, aquí Lucifer directamente se adueñaba del sujeto, que era entonces denominado “energúmeno”. Aunque había aún posibilidad de salvación, mediante la realización de un exorcismo. El procedimiento que el exorcista debía seguir consistía en situarse delante del cuerpo y preguntar si son muchos o pocos los que entraron en el energúmeno, sus nombres y el motivo por el que lo hicieron. Si se avenían a decir sus nombres el proceso resultaba más sencillo, ya que a partir de ellos se podía saber las propiedades del demonio que allí estuviera. En tal caso el exorcista le gritaba los “improperios y maldiciones” que más le podían herir, cosa que así descrita resulta bastante menos solemne y aterradora que lo que veíamos en la película El exorcista. De entre los abundantes testimonios que han pervivido hasta hoy de tales obras demoníacas, merece la pena rescatar el del escritor y periodista Jerónimo de Barrionuevo, que dio noticia el 18 de diciembre de 1655 de la espantosa posesión de un alcalde… y ya de paso aprovechó para insultar todo lo que pudo a quienes ostentaban tal cargo:
«A don Francisco Guillén del Águila, alcalde de Corte, que está endemoniado, como todos lo están de este pelaje, le han sacado del cuerpo 990.850 legiones de demonios, echando por la boca extraordinarias señales. Llamábase el general de todos Asroel. Cada legión tenía su capitán y se componía de 6.666 soldados. Mire Vuestra Merced cuál sería el bagaje, artillería y tren, y lo que cabe en el cuerpo de un alcalde. Y aún dicen que estaban holgados y muy a su placer. Todo esto que digo es cierto».
Ah, bueno, si dice que es cierto no necesitamos más pruebas. En El Jardín de flores curiosas, de Antonio de Torquemada, narra algo parecido a una posesión debido a un disfraz que en cierta forma se apodera de su portador, con fatales consecuencias:
“Un hombre del pueblo representó un demonio, yendo vestido con unos aderezos e insignias feas y espantables, y acabada de hacer la representación, se volvió a su casa, tomándole codicia de tener acceso con su mujer sin mudar el hábito ni quitarse los vestidos, y dejándola preñada de este ayuntamiento, teniendo ella en la imaginación lo que representaba la figura y hábito en que su marido estaba vestido, vino a parir una criatura que representaba la misma imagen de demonio, tan espantable y con tanta fealdad, que ningún diablo del infierno se podía pintar más feo ni abominable”.
Si bien en la Edad Media el Demonio inspiraba una mezcla de terror y risa, en el Barroco se representó cada vez más como algo cómico. Según los estudiosos del tema era una manera de soportar la ola de terror desatada en esa época por la inquisición y la caza de brujas. La literatura del Siglo de Oro está rebosante de representaciones burlonas de él, desde El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara hasta El alguacil alguacilado, donde Quevedo retrata una conversación entre un exorcista y el diablo del que intenta liberar a un alguacil. Pero no todo han sido burlas desde entonces y también ha gozado de notables homenajes, quizá uno de los más destacados sea la escultura que se le dedicó a finales del siglo XIX en Madrid. Concretamente en el Parque del Retiro, a 666 metros de altura sobre el nivel del mar.
Y finalmente qué decir de la época contemporánea. Durante las últimas décadas es tal la cantidad de referencias en el cine, el rock, los videojuegos, la televisión, el arte, las novelas… que podríamos decir de nuestro biografiado —y sin temor a exagerar— que es la mayor musa de la cultura pop. Mencionar todas las representaciones que se han hecho de él en nuestro tiempo sería una tarea que merecería otro artículo, y ya es hora de ir acabando este. Quizá me quedaría con El corazón del ángel (Alan Parker, 1987) por esa estética sureña que tan bien retrata, y con Buffy Cazavampiros, sobre una escuela de secundaria situada encima de la boca del infierno por la que pasan toda clase de criaturas. Una serie de la que inexplicablemente aún no hemos hablado en Jot Down, aunque merezca estar ahí junto a The Wire y Los Soprano. La gran partida del Diablo contra aquel del que se negó a ser siervo sigue abierta y no parece dispuesto a rendirse. Aún hoy, su presencia nos inspira, atrapa nuestra atención, a veces nos aterroriza, pero también nos hace reír (cosa que jamás ha logrado un santo, por cierto, siempre tan serios). En conclusión, Satanás, el mundo sería sin duda un lugar mucho más aburrido sin ti… ¡Gracias!
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Bibliografía:
– Historia del Diablo, Daniel Defoe (Capitán Swing Libros)
– El paraíso perdido, John Milton (Ed. Espasa Calpe)
– Compendium Maleficarum, Fra Francesco Maria Guazzo (Ed. Club Universitario)
– El Diablo en la Edad Moderna, varios autores (Ed, Marcial Pons)
– Portentos y prodigios del Siglo de Oro, Luciano López Gutierrez (Ed. Nowtilus)
– Animales fabulosos y demonios, Heinz Mode (Fondo de Cultura Económica)
– Historia del diablo: Siglos XII-XX, Robert Muchembled (Historia Serie Menor)
– Demonios, Magos y Brujas en la España Moderna, Arturo Morgado García (Ed. UCA)
– El anticristo, la encarnación del mal entre los hombres, Jorge Ariel Madrazo (Ed. Círculo Latino)
– Y por último una visita a las Cuevas de Zugarramurdi donde percibí presencias demoníacas, o quizá solo eran franceses.
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La cara de San Antonio en el cuadro no es pecisamente la de un hombre recto, sino más bien de «¡¡Vaya noche me voy a meteeeeer!!»
él esta sufriendo, hay muy pocos que pueden soportar la tentación..
Y yo esperando que en el siglo XIX te explayaras con el Crowley, Lavey y la cultura del Heavy Metal, ay! infeliz de mi!
Me voy a orarle un rato al Gran Cabrón (nunca había leido ese nombre y ha sido lo mejor del artículo xD)
Con todos mis respetos, me ha parecido un artículo patético. Eso si, patético solo hasta donde he conseguido leer.
Como dijo alguien por ahí, «Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego»
Saludos
Buenas noches, Sr. Bilbao sólo entré para decirle que leo con verdadero deleite sus artículos desde que encontré por casualidad, a través de un enlace en «menéame», su artículo sobre el libro «Mallefus Maleficarum» El Martillo de las Brujas. Muchas veces lo habré releido desde entonces. Nada más que me encantan sus artículos y que disfruto cada vez que puedo leer lo que usted escribe. Siga así y mucho éxito tenga que genialidad ya la evidencia.
Muchas gracias Alberto, muy amable.
Geniales los dos artículos.
Madre mía. Cuantos siglos de represión sexual. Porque el Diablo es justamente eso.
Una serie que triunfa últimamente sobre el tema, ya que se menciona Buffy cazavampiros, es sobrenatural, que tiende a ser de estética roquera, y con dos hermanos que parecen destinados a ser caín y abel, o algo parecido, y donde lo bueno es que los ángeles son retratados como manipuladores y bastante cabrones. Además, hablan de la muerte de Dios, pues ni ellos saben donde están. La verdad es que la prefiero con diferencia a la de Buffy.
Me gustaría saber si tienen referencias de los textos o es solo un cuento .
julio de argentina
desde ya muchas gracias