Yoshitaka Kawamoto tenía trece años. Estaba en el colegio, como todos los demás niños de la ciudad, cuando todo sucedió. Eran las ocho y cuarto de la mañana, su escuela estaba aproximadamente a un kilómetro del epicentro de la explosión. Fue el único chaval de su clase que sobrevivió. Mientras estaba tranquilamente sentado en su pupitre, uno de sus compañeros le llamó la atención a susurros sobre algo que estaba sucediendo en el exterior. Había visto a través de la ventana un bombardero estadounidense que se acercaba volando —extrañamente— en solitario:
«Mi compañero de clase murmuró algo. Señalando hacia la ventana, me dijo: “¡Viene un B-29!”. Apuntó con el dedo. Así que empecé a incorporarme en mi silla para conseguir verlo. Le pregunté “¿dónde está?”. Miré hacia la dirección en que él señalaba, intentando ponerme de pie. Todavía no me había erguido cuando sucedió. Todo lo que recuerdo es un pálido resplandor que duró dos o tres segundos. En ese mismo momento me desmayé. No sé cuánto tiempo pasó hasta que recuperé el conocimiento. Era horrible. Horrible. El humo entraba por algún resquicio entre los escombros y un polvo arenoso flotaba por toda la estancia. Yo estaba atrapado bajo los escombros y sentía mucho dolor, que fue probablemente el motivo por la que recuperé la consciencia. No podía moverme, ni siquiera un centímetro. Entonces escuché a unos diez de mis compañeros, que habían sobrevivido y empezaron a cantar el himno de la escuela. Lo recuerdo bien. Podía oír sollozos, alguien estaba llamando a su madre. Los que todavía estaban vivos cantaron el himno de la escuela durante tanto tiempo como pudieron… y creo que yo también me uní al coro. Pensábamos que alguien vendría a ayudarnos, por eso cantábamos tan alto. Pero nadie vino. Empezamos a dejar de cantar uno tras otro. Al final me quedé cantando yo solo»
Sus compañeros, atrapados como él en la penumbra del aula derruida, fueron muriendo uno a uno y sus voces se fueron apagando.
Todos los japoneses estaban familiarizados con el B-29, modelo de bombardero estadounidense acerca del que tanto les habían prevenido. Si veían aparecer un escuadrón de aquellos aviones, podían esperar una lluvia de bombas sobre la ciudad. De hecho, aquella misma mañana las autoridades militares habían decretado una alerta aérea al detectar aviones en el radar, pero cuando se dieron cuenta de que únicamente un par de bombarderos estaban sobrevolando el territorio, revocaron la alarma. Con solo dos aviones no puede efectuarse un bombardeo importante sobre una ciudad. Al ser retirada la alerta aérea, los habitantes de Hiroshima continuaron con su rutina habitual. Los adultos acudieron a sus trabajos y los niños fueron a clase. Los militares japoneses, muy escasos ya de combustible para sus cazas, no se molestaron en lanzar una misión de intercepción para detener a aquellos B-29 aislados. Se limitaron a disparar algunas salvas de fuego antiaéreo. Los bombarderos estadounidenses, pues, se acercaron a la ciudad sin mayores problemas.
Algunos ciudadanos locales que casualmente miraban al cielo en aquel momento, vieron el primer B-29 acercándose por el horizonte. Era una escena peculiar. No despertó una gran alarma entre quienes pudieron verlo, sino más bien un sentimiento de perplejidad, porque un bombardero volando en solitario se salía de las costumbres de la guerra y no parecía tener demasiado sentido. ¿Qué hacía allí aquel avión sin el acompañamiento de su consabido escuadrón? ¿Acaso se había perdido?
Toshiko Saeki era una mujer de veintiséis años y madre de dos hijos que aquel día, casualmente, no estaba en el propio centro de Hiroshima sino en las afueras, de visita en casa de sus padres. Ella fue una de las primeras personas de la región que vio acercarse al primer avión:
«Recuerdo un que un avión apareció desde detrás de unas montañas que estaban a mi izquierda. Lo miré, era un B-29. Pensé que resultaba bastante extraño ver un bombardero volando en solitario, especialmente teniendo en cuenta que había artillería antiaérea abriendo fuego contra él. Tan pronto ese avión desapareció por el otro lado, vino otro desde la misma dirección. Aquello me pareció algo muy, muy extraño. Me pregunté qué era lo que iba a pasar»
Cuando el Enola Gay —que así se llamaba el primer bombardero— llegó a la altura del centro de Hiroshima, dejó caer algo. Un objeto se desprendió del avión e inmediatamente después se abrió un paracaídas. En silencio, sin más sonido que el viento, ni otras señales amenazantes que pudieran sugerir algún tipo de peligro, la misteriosa “entrega” fue descendiendo lentamente en una gentil caída. ¿Qué podrá ser?, se preguntaban los que contemplaban la sorprendente secuencia. ¿Qué es lo que los americanos nos están enviando con un paracaídas? Obviamente, pensaban, no puede tratarse de una bomba. De entre todas las cosas de la guerra las bombas serían las últimas en llevar un paracaídas incorporado. Los testigos, pues, observaron el descenso arrastrados por una confusa curiosidad. No tuvieron mucho más tiempo para interrogarse sobre la naturaleza del sorprendente envío. Cuando el misterioso paracaídas estaba a unos seiscientos metros de altura sobre la ciudad, estalló en pleno cielo. Un súbito resplandor, cegador, al que no se podía mirar directamente, lo llenó todo. Para quienes estaban en el exterior fue como si el mundo entero se hubiese llenado de luz blanca.
Aquel objeto silencioso que descendía grácilmente ayudado de un paracaídas era una bomba atómica. Aquella fue la segunda explosión atómica artificial ocurrida en el planeta Tierra. La primera vez en la historia de la Humanidad en que un arma nuclear era utilizada por seres humanos sobre otros seres humanos indefensos.
Decíamos que la escuela de Yoshitaka Kawamoto y sus infortunados compañeros estaba a algo menos de un kilómetro del epicentro de la explosión, por lo que fue completamente arrasada. Pero los efectos directos de la explosión llegaron mucho más lejos. A casi cuatro kilómetros de distancia, el joven meteorólogo Isao Kita estaba ya en su oficina a las ocho y cuarto, recibiendo un mensaje en la radio. Sentado cerca de una ventana, con el rabillo del ojo detectó un repentino fulgor. No le pareció un resplandor de particular intensidad, era más bien como si alguien hubiese disparado el flash de una cámara cerca de la ventana. Se giró, movido por un acto reflejo. Entonces sus ojos vieron un extraño y silencioso espectáculo que él mismo calificaría después de “asombroso”, especialmente para alguien que se dedicaba al estudio del clima, y que lo dejó por completo atónito: las nubes estaban expandiéndose a toda velocidad por el cielo azul, “como si una flor hubiese florecido de repente en el firmamento”. Él no lo sabía, pero aquel era el efecto de la tremenda onda expansiva de la explosión atómica, que estaba arrastrando las nubes.
Semejante fenómeno atmosférico lo hipnotizó. Fascinado por la bella e inesperada visión, Isao Kita ni siquiera sintió la necesidad de ponerse a cubierto. Durante aquellos breves instantes no cayó en la cuenta de qué era lo que de verdad estaba sucediendo. Sin embargo, justo a continuación notó otra cosa, mucho más desagradable: una repentina onda de calor. Un calor insoportable, torturante, asfixiante. Pese a que su ventana estaba cerrada, el calor traspasó el cristal y el joven meteorólogo se sintió instantáneamente sofocado, como “si hubiese puesto la cara justo frente a la puerta de un horno”. La confusión se apoderó de él mientras se debatía para intentar hacer frente a la infernal subida de temperatura: “de haber durado un poco más, no lo hubiera podido soportar”. Aquel era el segundo efecto que un observador lejano nota en una detonación atómica: primero la luz, que viaja más rápido y llega instantáneamente. Casi al momento se presenta también ese intensísimo calor, la radiación térmica emanada por el proceso nuclear.
Fue entonces cuando Isao Kita supo que algo muy grave estaba pasando. Metidos en una larga guerra y expuestos a la aviación estadounidense, los japoneses habían sido frecuentemente sometidos a ejercicios militares y simulacros de alerta frente a la posibilidad de bombardeos. El meteorólogo recordó los ejercicios y se lanzó al suelo cubriendo sus ojos y oídos con las manos, tal y como se le había instruido. Empezó a contar: uno, dos, tres… para medir el tiempo ante la llegada de un previsible estallido sonoro. Aquella cuenta puede parecer una muestra de frialdad, aunque en realidad estaba petrificado por el pánico. Pero fue una reacción automática: es lo que acostumbran a hacer en su profesión cuando ven un relámpago y esperan el consiguiente trueno; así calculan la distancia desde el lugar donde ha caído el rayo. Para un meteorólogo como él, incluso en mitad de aquella confusión y de la desesperación causada por el intolerable calor, la cuenta era un mecanismo involuntario. Uno, dos, tres, cuatro… cuando llegó a cinco empezó a oír un sonido “gimiente”. Después, llegó el tercer efecto de la explosión: la onda expansiva. Los cristales de la ventana saltaron hechos pedazos. El edificio entero fue sacudido.
Mientras, en las afueras, Toshiko Saeki continuaba de pie ante la casa de sus padres. Había observado pasar los dos aviones con mirada interrogativa cuando vio el resplandor en la distancia. A continuación, le llegó también la radiación térmica. Incluso estando a bastante más distancia del epicentro que el meteorólogo, aquella invisible pero ardiente oleada le resultó no menos aterradora. Sintiéndose repentinamente asfixiada, se lanzó al suelo, tratando desesperadamente de huir del insoportable calor. Reducida durante unos segundos a un amasijo de órganos que intentan sobrevivir al horroroso aumento de temperatura, confiesa que en aquellos confusos instantes “llegué a olvidarme de mis hijos”. Mientras se debatía en el suelo para intentar respirar, llegó el estampido. La casa de sus padres fue golpeada por una onda expansiva que, aunque venía de muy lejos, causó considerables destrozos. Toshiko se giró para mirar hacia la casa: la mitad del techo se había hundido y la otra mitad había saltado por los aires. Las puertas y ventanas habían volado. En cuanto pudo recuperarse un poco, se dijo que si aquello había sucedido allí, lejos del centro de Hiroshima, qué no habría pasado en la propia ciudad.
El médico militar Hiroshi Sawachika tenía su puesto de trabajo a unos cuatro kilómetros del epicentro, más o menos la misma distancia desde la que vivió la explosión el meteorólogo Isa Kita. A las ocho y cuarto de la mañana Hiroshi acababa de entrar en su oficina. Atravesó la puerta, dio los buenos días a sus subordinados y comenzó a caminar hacia su escritorio. Todavía no se había sentado cuando a través de las ventanas vio producirse un extraño fenómeno. El exterior apareció repentinamente bañado en un resplandor de color “rojo brillante”. Mientras miraba asombrado, un súbito e intenso calor asaltó sus mejillas. Sin entender del todo lo que estaba ocurriendo— pero actuando de manera refleja debido a su formación militar— ordenó a todos los presentes que evacuasen instantáneamente la oficina. Sin embargo, no tuvieron tiempo. Apenas las palabras hubieron emanado de boca del médico, todos salieron despedidos por los aires, empujados por la onda expansiva:
«Tan pronto di el grito, me sentí ingrávido, como si fuese un astronauta. Estuve inconsciente unos veinte o treinta segundos. Cuando recuperé el sentido me di cuenta de que todos los presentes, incluido yo mismo, estábamos tendidos en un mismo lado de la habitación. No quedaba nadie en pie. Los escritorios y sillas también habían volado y estaban amontonado en el mismo lado. Ya no había cristales en las ventanas, incluso los marcos habían desaparecido. Me acerqué a las ventanas para averiguar dónde había tenido lugar el bombardeo. Entonces vi la nube en forma de hongo»
Más cerca del epicentro, a algo menos de tres kilómetros, estaba la casa del fotógrafo Yoshito Matsushige, que trabajaba como reportero gráfico para un diario local. Acababa de desayunar y todavía sin vestir se sentó ante una mesa, dispuesto a leer tranquilamente el periódico. Fue entonces cuando a través de las rejas de su ventana brilló un silencioso fogonazo. De repente, Yoshito se vio deslumbrado: “fue, de qué manera decirlo, como si el mundo a mi alrededor se hubiese vuelto de un blanco brillante”. Quedó inmediatamente cegado, era como “si hubiesen disparado un flash de magnesio justo ante mis ojos”. Cuando llegó la onda expansiva, que lo sorprendió con el torso desnudo, sintió lo mismo que si “centenares de agujas se me estuviesen clavando a la vez”. Fragmentos de las paredes y el techo volaron por los aires.
Aún más cerca de la explosión, a solamente un kilómetro del epicentro, se encontraba la vivienda de Akira Onogi, un adolescente de dieciséis años. Había estudiado en el instituto hasta que, debido a las desesperadas necesidades del gobierno militarista del Japón, fue movilizado para trabajar en una factoría naval de Mitsubishi. Aquel lunes, sin embargo, era su día libre. Aquella mañana, aunque se había levantado temprano, se había quedado en casa y estaba mirando cómics con un amigo. Ambos estaban tendidos en el suelo, leyendo, cuando un intenso “resplandor azul” llegó desde el exterior. Más tarde describió aquel brillo repentino como parecido al que se produce en la chispa eléctrica de un tren o en un cortocircuito (resulta curiosa la manera en que cada testigo, según la distancia, ubicación y el momento, recordase el destello de un color distinto). Akira apenas tuvo tiempo de preguntarse qué era aquello, porque justo después la onda expansiva arrasó la vivienda, levantó a los dos chavales por el aire y los arrojó hacia la habitación vecina.
Todavía más próxima —sobrecogedoramente próxima— fue la experiencia de Akiko Takakura, una jovencita de veinte años que trabajaba como chica de la limpieza en el Banco de Hiroshima. Aunque al levantarse aquella mañana había descartado salir de casa por causa de la anuncida alerta de ataque aéreo, cuando esa alarma fue retirada, se vistió y se dirigió a su puesto de trabajo. Estaba ya en el interior del banco y apenas había empezado sus tareas —estaba limpiando el polvo de los escritorios— cuando tuvo lugar la explosión. El local estaba a solamente trescientos metros del epicentro.
Todo lo que Akiko pudo ver fue un intenso “flash de magnesio” que lo convirtió todo en un mar de luz. Perdió el conocimiento casi de inmediato. Fue una de las pocas personas en el banco que sobrevivió, aunque quedando malherida, gracias a las gruesas paredes reforzadas del establecimiento. Muchos otros de los presentes murieron al instante o poco después. En el exterior del edificio, lógicamente, no había esperanza alguna estando tan cerca del «ojo del huracán». Por ejemplo, un hombre aguardaba sentado en los escalones de la entrada del banco, en plena calle. Estaba a descubierto a trescientos metros del epicentro, a seiscientos metros bajo la bomba que descendía en paracaídas. Cabe pensar que lo último que vio en su vida fue un resplandor blanco. Décimas de segundo después ya estaba muerto. Tras la explosión nada quedó de él excepto su “sombra” proyectada en aquellos escalones, que permaneció impresa en el cemento como tétrica huella de su muerte. Es una de las imágenes más célebres y más sobrecogedoras del primer bombardeo atómico de la historia.
Cuatro kilómetros más allá, el médico Hiroshi Sawachika seguía contemplando con fascinado espanto el enorme hongo que se alzaba en la distancia, y que seguiría alzándose durante algún tiempo más. Entonces se dio cuenta de que su camisa, antes blanca, aparecía de un color rojo brillante. “Me pareció extraño porque sabía que yo no estaba herido”. Pero mirando hacia atrás vio a la chica que había quedado tendida junto a él, completamente acribillada por los pedazos de cristal que habían volado de las ventanas, desangrándose. Los estallidos de las ventanas fueron una de las muchas causas de heridas leves, graves e incluso mortales en el mismo momento del estallido. Fue así hasta en edificios que estaban muy alejados del epicentro.
Mientras tanto, el adolescente Akira Onogi, el mismo que momentos antes leía tebeos, recuperaba la consciencia para encontrar su casa casi completamente a oscuras por culpa del polvo que llenaba el ambiente. Estaba tendido entre escombros, cuubierto de tierra y pedazos del tejado. Viendo el estado de la vivienda, quedó completamente convencido de que una bomba había caído directamente sobre su casa, porque solamente así podía explicarse el nivel de destrozos. Poco podía imaginar el pobre chaval que la explosión había tenido lugar a más de un kilómetro de distancia y a seiscientos metros de altitud. Akira miró hacia arriba y descubrió un agujero a través del cual se veía el cielo: aquello pareció confirmar su creencia de que la bomba había explotado justo en su techo. Salió a la calle, buscando a su familia. Pero lo que vio lo dejó helado. No era solamente su casa la que estaba destrozada. Todas las casas, hasta donde alcanzaba su vista, habían sido derruidas. Todas. Todas a la vez. Ni siquiera supo qué pensar, porque aquello parecía irreal.
Caminando sobre los escombros de su propia casa, escuchó una voz que pedía ayuda. La voz venía de abajo, de entre los restos. Allí debían de estar su madre y sus tres hermanas. Empezó a quitar escombros con sus propias manos para intentar liberarlas. Poco después vio al vecino de al lado, que también buscaba a su familia. El hombre estaba casi completamente desnudo. A poco más de mil metros del epicentro, sin la protección de las paredes, la onda térmica le había destrozado la ropa, pero también la piel de todo el cuerpo, que se le estaba empezando a desprender. Jirones de piel suelta colgaban de las puntas de sus dedos. Akira se acercó a él y se interesó por su estado. El hombre ni siquiera pudo responder.
Después, un grupo de vecinos escucharon los gritos de una niña que pedía ayuda por su madre. Acudieron en su auxilio y encontraron a la mujer atrapada por una viga qued había caído sobre la parte inferior de su cuerpo. Un grupo de vecinos —entre ellos el propio Akira— intentaba mover la viga sin éxito cuando se desató uno de los muchos incendios repentinos que empezaban a propagarse por la ciudad. La oleada de calor había recalentado materiales y sustancias, los incendios crecían por minutos. El fuego empezó a rodear a los que intentaban ayudar a la mujer, hasta que tuvieron que desistir y echarse hacia atrás, dejándola a su suerte, todavía aprisionada. Ella estaba aún consciente, mirándolos. Ellos entrelazaron las manos, inclinándose, suplicando perdón por verse obligados a abandonarla en mitad de las llamas.
El fotógrafo Yoshito Matsushige también despertó en mitad de una oscuridad provocada por la intensa nube de polvo que había llenado su vivienda. Vio las paredes a medio derruir, con grandes agujeros que daban al exterior. Calculaba que debían haber pasado unos cuarenta minutos desde la explosión. Entre los escombros consiguió localizar algo de ropa para vestirse e incluso encontró su cámara, que todavía funcionaba. Se la llevó consigo y salió a la calle dispuesto a dirigirse al periódico para el que trabajaba, también convencido de que la bomba había caído en su casa o a escasos metros. Pero al salir se encontró el mismo panorama desolador que imperaba en toda la ciudad. Viviensas arrasadas, fuego, cadáveres, calor, un ambiente opresivo y una atmósfera llena de humo; heridos que iban y venían en procesión o que suplicaban ayuda tendidos en plena calle. Vio una aglomeración de gente junto a una comisaría. Entre ellos había un nutrido grupo de colegialas de secundaria que habían sido movilizadas para un ejercicio de evacuación. La explosión las había sorprendido en plena calle y habían sido alcanzadas de pleno por la radiación térmica, que les había provocado ampollas de enorme tamaño en rostro, brazos, piernas, espalda… en todas partes. Parecía difícil que pudieran sobrevivir a semejantes heridas.
Yoshito empezó a alzar su cámara para fotografiar lo que estaba viendo, pero no lo tuvo fácil:
«Cuando vi todo esto, pensé que debía hacer una fotografía, así que levanté mi cámara. Pero no pude apretar el botón. Porque aquella escena era tan patética… y aunque yo también era una víctima de la misma bomba, solamente había sufrido heridas menores por fragmentos de cristal, mientras que aquellas personas estaban muriendo. Era una visión tan cruel que no podía forzarme a apretar el botón. Estuve allí de pie, debatiéndome durante unos veinte minutos… hasta que finalmente reuní el valor suficiente para sacar la fotografía. Después, caminé unos cuatro o cinco metros para intentar tomar una segunda. Incluso hoy recuerdo claramente cómo el visor de la cámara estaba borroso a causa de mis propias lágrimas. Sentía que todos me miraban y pensaban con rabia: “ahí está, sacándonos fotografías, sin prestarnos ninguna ayuda”. Aun así, tenía que apretar el pulsador, así que endurecí mi espíritu y finalmente hice la segunda foto. Aquella gente debió pensar que yo era verdaderamente un individuo sin corazón»
Atrapado entre los escombros de lo que hasta unos minutos antes había sido su aula, habíamos dejado a Yoshitaka Kawamoto en la penumbra, escuchando cómo las voces de sus compañeros, que cantaban el humno de la escuela, se iban a apagando una tras otra. Al final se dio cuenta de que quizá era el único que quedaba con vida, porque era el único que seguía cantando:
«Empecé a sentir pánico. Intenté liberarme, empujando los escombros poco a poco, empleando todas mis fuerzas. Finalmente pude abrir un hueco y con mi cabeza asomando por entre los escombros me di cuenta de la magnitud de los daños. El cielo sobre Hiroshima estaba oscuro. Algo parecido a un tornado o una gran bola de fuego estaba arrasando la ciudad. Yo únicamente tenía una herida en la boca y algunas en los brazos. Perdí bastante sangre por la boca, pero más allá de eso estaba bien. Pensé que conseguiría salir. Sin embargo, me asustó la idea de escapar solo. Habíamos efectuado simulacros militares cada día y nos habían dicho que huir en solitario era un acto de cobardía, así que pensé que debería llevarme a algún compañero conmigo. Me arrastré por los escombros buscando a alguno que aún estuviese con vida. Entonces encontré a uno de mis compañeros de clase , todavía vivo, tendido en el suelo. Le sostuve en mis brazos. Esto es muy duro de recordar… su cráneo estaba abierto, la carne estaba colgando de su cabeza. Solamente le quedaba un ojo, que me estaba mirando fijamente. Se puso a murmurar algo, pero yo no conseguía entenderle. Empezó a morderse la uña de un dedo. Le quité el dedo de la boca y después sostuve su mano en la mía. Entonces empezó a intentar alcanzar el bloc de notas que llevaba en el bolsillo de su chaqueta, así que le pregunté: “¿quieres que me lleve esto y se lo dé a tu madre?”. Asintió con la cabeza, aunque estaba a punto de perder el conocimiento. Pero aun así puede escucharle llorar, diciendo: “mamá, mamá”»
Los incendios que se habían declarado por todas partes se incrementaban en intensidad. La ciudad aparecía bajo una luz amarillenta (“el amarillo de un desierto”), a causa del humo y la ceniza que se elevaban en la atmósfera y que cubrían una buena parte de Hiroshima. Para el adolescente Akira Onogi la vida había sufrido una tremebunda metamorfosis: de leer cómics tendido en su cuarto a verse en mitad de un infierno que era peor que una pesadilla. Caminó por las apocalípticas calles hasta llegar al río. Las aguas venían cubiertas de restos flotantes de las viviendas que habían volado en pedazos, y peor aún, de cadáveres arrastrados por la corriente. Ni siquiera podía verse el agua. El jovencísimo Akira recuerda cómo los presentes apenas podían volver la mirada hacia el siniestro panorama del río, así que se miraban unos a otros. Contemplando a quienes estaban a su alrededor, vio mucha gente con la piel desollada que pedía auxilio entre lamentos. Se le quedó grabada la imagen de un niño de unos seis años, al que le faltaba una pierna y saltaba sobre la que todavía le quedaba, intentando atravesar el puente.
También Isao Kita, el meteorólogo, veía pasar gente sin ropas, sangrando, y a muchos que llevaban a otros heridos sobre los hombros. Contemplando el interminable desfile de gente maltrecha, empezó a entender la magnitud de lo que acababa de suceder. Muchos de los que estaban relativamente ilesos se sintieron avergonzados “por no haber sufrido peores heridas”. Es la culpa traumática de haber quedado físicamente indemne en mitad de semejante desastre. Más cuando pudo ver Hiroshima desde lo alto de una colina cercana y comprobó que “la ciudad entera había desaparecido”.
Yoshitaka Kawamoto había abandonado por fin las ruinas de su escuela y, muy asustado, caminaba entre multitudes de heridos que le suplicaban que les llevase con él. “Yo corría y todas esas manos intentaban agarrarme de los tobillos. Yo era un niño. Estaba aterrorizado y dolorido. Así que hice lo que pude para librarme de ellos y —esto resulta terrible de contar— llegué a darles patadas a aquellas manos para quitármelas de encima”. En su huída a ninguna parte fue asaltado por una sed repentina, intensísima, desesperante; la misma sed que empezaron a sentir todos los demás supervivientes. Por ningún lado había agua potable. Al final no pudo evitar acercarse a la orilla del río y beber “aquel agua embarrada”. Para poder beber, tuvo que apartar los cadáveres flotantes con sus propias manos: “ni siquiera puedo encontrar las palabras para describirlo, todo aquello era horrible”. Bebió de entre los muertos, pero había algo incluso peor: naturalmente, no sabía una palabra sobre radioactividad. No enfermaría hasta dos semanas después. De todos modos, en aquel mismo momento se sentía ya exhausto. Mientras trepaba para regresar de la cuenca del río se dio cuenta de que su cuerpo no proyectaba sombra. Agotado, se dejó caer y se giró para ver qué era lo que estaba ocultando el sol. Solo entonces lo vio:
«No podía moverme. No podía encontrar mi sombra. Miré hacia arriba. Vi la nube, aquella nube en forma de hongo, haciéndose más grande en el cielo. Era muy brillante. Había fuego dentro de ella. Capturaba la luz y mostraba todos los colores del arco iris. Rememorando el pasado, la verdad es que resulta extraño, pero podría decirse que era algo hermoso. Mirando aquella nube pensé que nunca podría volver a ver a mi madre, que nunca podría volver a ver a mi hermano pequeño. Y entonces perdí el conocimiento»
Empezó a llover. Era la “lluvia negra”, el modo en que la maltrecha atmósfera inferior devuelve a tierra muchos de los isótopos radioactivos que flotaban en ella, los ponzoñoso despojos de la explosión. Por toda la ciudad, miles de personas abrieron sus bocas para intentar recoger la lluvia, tanta era la sed que tenían. Pero ni con la lluvia podían saciarla y desde luego desconocían los peligros que conllevaba tragarse aquel agua contaminada. Pero incluso de haberlo sabido, era tal la sensación de sed que quizá muchos de ellos hubiesen intentando beber de todos modos. Pero la “lluvia negra” no sirvió para aplacar la sed, y tampoco hizo mucho por extinguir los incendios.
Akihiro Takahashi tenía catorce años: él y sus compañeros de clase habían visto cómo se acercaba el B-29 cuando hacían gimnasia en el patio de la escuela. Mientras señalaban el avión movidos por su excitada curiosidad adolescente, los profesores salieron corriendo del edificio y les ordenaron echarse al suelo. Akihiro se tiró y, estando cabeza abajo, no llegó a ver nada. La tremenda explosión que los sorprendió al aire libre le hizo saltar una distancia de diez metros. El calor redujo sus ropas a jirones y quemó extensas partes de su piel. Pero sobrevivió. Fue uno de los pocos alumnos de toda la clase que salieron vivos de la deflagración. Se levantó, dolorido por las quemaduras, y vio el desolador panorama que había a su alrededor. Ruinas, cadáveres. Junto a un compañero apellidado Yamamoto, dejó la escuela intentando volver a casa. Iba caminando absorbido por su propio dolor y por los horrores que contemplaba, así que cuando quiso darse cuenta, estaba caminando a solas. Yamamoto había desparecido. Probablemente se había desplomado en algún punto del camino, incapaz de seguir.
Llegó al río y, sintiendo que su cuerpo entero ardía, se remojó varias veces en él, sin importarle el estado del agua repleta de deshechos y cadáveres. Aquella agua le pareció una bendición, “un tesoro”. Más adelante, la casualidad quiso que se encontrase a otro compañero, Tokujiro Hatta. Hubo un detalle en su amigo que le llamó la atención: tenía las plantas de los pies quemadas. Se preguntó qué clase de explosión había sido aquella, que podría producir quemaduras incluso en el interior de los zapatos. Le ayudó a incorporarse, y alternando ratos de gatear con otros de caminar apoyándose únicamente en los talones, consiguió acompañarlo hasta encontrar a algunos familiares; después, la lotería de la muerte hizo su trabajo. Akihiro Takahashi, tras dos años de intenso tratamiento, sobrevivió a sus heridas y a los efectos de la radioactividad. Eso sí, durante el resto de su vida tuvo que lidiar con problemas físicos, acudiendo a médicos de toda índole y preocupándose por el momento en que la enfermedad definitiva terminase manifestándose para acabar con él. Sus dos amigos, Yamamoto y Hatta, tuvieron menos suerte: ambos fallecieron poco después de la explosión a causa del síndrome de intoxicación radioactiva aguda. De sus sesenta compañeros de clase, que estaban haciendo gimnasia al aire libre a kilómetro y medio de la explosión atómica, únicamente diez pudieron contarlo.
Mientras Akihiro vagaba por las calles con el cuerpo quemado, el médico militar Hiroshi Sawachika ya estaba ayudando a atender la pléyade de afectados, que aparecían en riadas humanas luciendo un aspecto espectral: “eran como fantasmas”. Entró en una habitación repleta de heridos y experimentó una sensación indescriptible:
«Cuando entré, encontré la habitación llena de un olor muy parecido al del calamar seco cuando lo fríen a la plancha. Era un olor muy fuerte. Es una triste realidad que el olor que los seres humanos desprenden cuando se queman sea el mismo que el del calamar seco a la plancha. El calamar, eso que nos gusta tanto comer. Era un sentimiento extraño. Un sentimiento que nunca había experimentado antes. Aún puedo recordar aquel olor con toda claridad»
Hiroshi, a pesar de haber sido también una víctima y encontrarse agotado, atendió a entre dos y tres mil personas aquel mismo día. Sintió que la jornada no iba a terminar jamás. Y de entre todas las víctimas algunas se le quedaron especialmente marcadas, sobre todo una que le agarró la pierna en la sala donde esperaban los heridos:
«Sentí que alguien me tocaba la pierna, era una mujer embarazada. Dijo que estaba segura de que iba a morir en unas pocas horas. Dijo: “sé que voy a morir. Pero puedo sentir que mi bebé se está moviendo. Quiere salir. No me importa si yo muero, pero si sacan ahora al bebé no tiene por qué morir conmigo. Por favor, ayude a mi bebé a vivir”. No había obstetras allí, no había sala de partos. No había tiempo para encargarse de su bebé. Todo lo que pude hacer fue decirle que volvería más tarde cuando todo estuviese listo para ella y su niño. Eso la alegró… pareció tan feliz. Pero tuve que volver a mi trabajo, ocupándome de los heridos uno por uno. Había tantos pacientes que sentí que estaba luchando contra el tiempo. Se estaba haciendo de noche. Y la imagen de la mujer embarazada nunca abandonó mi mente. Más tarde fui hacia el lugar donde me la había encontrado; ella seguía tendida en el mismo sitio. Le di un golpecito en el hombro… pero no dijo nada. La persona que estaba tendida junto a ella me contó que se había quedado en silencio hacía apenas un rato. Todavía hoy recuerdo este incidente porque no pude cumplir el último deseo de aquella mujer tan joven»
La ciudad de Hiroshima tenía 255.000 habitantes a las ocho y cuarto de la mañana del lunes 6 de agosto. Aunque resulta difícil estimar las cifras con total precisión, entre 50.000 y 70.000 murieron ese mismo día, como consecuencia directa de la explosión. Durante las semanas y meses siguientes fallecieron varias decenas de miles más. Cinco años después, se estima que entre un 60% y un 75% de los habitantes que Hiroshima tenía antes del bombardeo habían muerto. Todo ello provocado por un artefacto de apenas tres metros de longitud. Un artefacto que ahora, en pleno 2013, es casi literalmente un juguete en comparación con las armas nucleares de las que todavía disponen unas cuantas naciones.
No fueron solamente los efectos fisiológicos, sino también la escasez y el hambre, los que prolongaron la agonía de muchas personas. Además, el trauma psicológico fue tremendo. Incluso aquellos que sobrevivieron con relativa buena salud tuvieron problemas para volver a la realidad. Muchos de ellos desarrollaron numerosas fobias. Algunos fueron incapaces de permanecer junto a una ventana durante años o incluso décadas, recordando aquellas lluvias de cristal que los habían herido a ellos y que se habían llevado por delante la vida de personas que los rodeaban. Otros no podían evitar sobresaltarse al ver el flash de una cámara o una chispa eléctrica, lo que volvía a despertar el antiguo pánico, la sensación de que la bomba iba a volver a explotar. Toshiko Saeki, la mujer que vio la explosión desde las afueras, ilustra esta otra forma de destrucción posterior asociada a aquella funesta jornada:
«Sí, después de ver la cabeza medio quemada de nuestra madre, mi hermano empezó a decir cosas extrañas. Nos pedía que lo vendásemos bien para cubrir los poros de su piel con tela blanca. Le pregunté para qué, y me dijo que iba a intentar un experimento para extraer la radioactividad acumulada en su cuerpo. Nos pidió que le vendásemos por completo, salvo su boca y sus ojos. Incluso su nariz estaba cubierta. Antes del experimento, bebió un montón de agua. Bebía más de la que podía tragar, así que el agua le caía por la nariz y por la boca. Después dijo que estaba preparado. Nos pidió que le dejásemos solo y que no entrásemos en su habitación, salvo que nos pidiera ayuda. Nos dijo que nos fuésemos, que nos mantuviésemos alejados. Después de un rato, eché un vistazo a su habitación a través de la puerta. Se había quitado todos los vendajes. Estaba tendido en una esquina. No supe qué le estaba pasando. Pensé que había muerto. Golpeé la puerta y grité “¡Hermano! ¡Hermano! ¡No te mueras!“ Se despertó y se sentó en el suelo. Dijo que el experimento había fallado. Se puso a llorar, diciendo “qué lástima”. Tenía buen aspecto, pero se estaba volviendo loco. Dijo: “Estoy aumentando de tamaño. Hay que hacer una abertura en el techo, esta habitación es demasiado pequeña y ni siquiera puedo ponerme en pie”. Tras el horrible bombardeo de Hiroshima, la mente de mi hermano quedó hecha pedazos. La guerra no solamente destruye cosas y mata personas, sino que destroza también los corazones de la gente. Eso es la guerra. Y durante el transcurso de mi vida he aprendido esto en diversas ocasiones. Ahora lo sé»
El meteorólogo que había visto “florecer” el cielo de Hiroshima resume así el significado de aquella experiencia, poniéndola más allá del contexto de una guerra:
«La bomba atómica no distingue. Desde luego, aquellos que están combatiendo sufren. Pero la bomba atómica mata a todo el mundo por igual, desde bebés hasta ancianos. Y no es una muerte fácil. Es una manera muy cruel y muy dolorosa de morir. Creo que no se puede permitir que esto vuelva a suceder en el mundo. No digo esto únicamente porque soy un japonés que sobrevivió a la bomba. Siento que gente de todo el planeta debe decirlo también.»
Yoshitaka Kawamoto, el que escuchó morir a sus compañeros uno a uno mientras cantaban el himno de la escuela entre las ruinas esperando un auxilio que nunca llegó, también vivió para contarlo. En el río, después de beber aquella agua plagada de cadáveres, perdió la consciencia mientras contemplaba la siniestra belleza del hongo atómico. El tiempo desapareció para él. Horas después despertó en el suelo de un almacén. Alguien lo había recogido y lo había llevado hacia alguna de las estructuras todavía en pie, que eran usadas para recibir a los refugiados. Junto a él estaba un soldado, que cuando lo vio despertar se le acercó y le dio una palmadita cariñosa en la mejilla, diciendo “eres un chico con suerte”. Le contó que lo habían confundido con un cadáver y lo habían apilado en la parte trasera de un camión destinado a limpiar las calles de muertos. La fortuna quiso que su cuerpo inerte se deslizase y que, cuando estaba a punto de caer del montón, el soldado lo agarrase de un brazo. Fue entonces cuando notó que el pulso del chaval seguía latiendo. Abrumado por aquel error, el militar cargó con él hasta otro camión, el que se llevaba a los vivos. Yoshitaka, por milagrosa casualidad, se había librado de despertar —o con mucha suerte, de morir sin recuperar el sentido— en una fosa común. En 1986, el propio Yoshitaka lo recordaba así:
«Fui realmente afortunado. Pero durante un año no pude tenerme en pie. Unas dos semanas después se me cayó el cabello, incluso los pelos del interior de la nariz desaparecieron. Me quedé completamente calvo. Perdí la visión, probablemente no por causa de la radioactividad sino por mi propia debilidad. No puede ver nada durante tres meses. Pero sólo tenía trece años, todavía era joven y estaba creciendo cuando me golpeó la bomba atómica, así que un año después recuperé la salud. Todavía sigo trabajando, como puedes ver»
La de Yoshitaka fue una de tantas experiencias conmovedoras, pero en su caso adquirió un significado especial porque él mismo, al hacerse adulto, se convirtió en el director del Museo Memorial para la Paz de Hiroshima:
«Hoy, como director del museo, estoy transmitiendo mi mensaje a los niños que lo visitan. Quiero que aprendan sobre Hiroshima. Y cuando crezcan, quiero que pasen ese mensaje a la nueva generación, y que lo hagan con información exacta. Me gustaría verles transmitir el sentido correcto de la justicia que permita que no llevemos a la humanidad hacia la aniquilación. Esa es nuestra responsabilidad»
Tres días después, similares escenas se reprodujeron en la ciudad de Nagasaki. Como estos testimonios hay muchos otros. Las historias humanas detrás de este tipo de desastres son incontables. En las guerras se cometen muchas barbaridades por parte de todos los bandos, y especialmente en conflictos como la Segunda Guerra Mundial. Pero el lanzamiento de las dos bombas atómicas difícilmente resulta justificable, por más que algunos las quieran encuadrar dentro de necesidades estratégicas. El argumento de que “acortaron la guerra y ayudaron a salvar más vidas de las que destruyeron” jamás puede servir para excusar un asesinato indiscriminado de inocentes.
Estos y otros testimonios de supervivientes pueden encontrarse en el programa Hiroshima Witness, producido por el Centro Cultural de Hiroshima para la Paz y la cadena nipona NHK. En cuanto a las imágenes, he tratado de elegir las menos truculentas en atención a los lectores más sensibles. Una búsqueda le proporcionará fotografías infinitamente más duras, algunas de las cuales, ya se lo advierto, pueden hundirle el día. Sirva para recordar que siguen existiendo armas nucleares en el planeta y que si algún día cayese una de ellas sobre tu ciudad, amigo lector, no debes esperar una explosión como la de Hiroshima. Ahora sería mucho peor. De hecho, parece de una solemne estupidez que en pleno siglo XXI todavía no hayan sido erradicadas por completo y de manera definitiva. Se continúan fabricando. No es como para sentirnos orgullosos como especie. Mientras haya una posibilidad, por pequeña y remota que sea, de que se vuelva a detonar una de esas armas, no podremos decir que el ser humano ha dado un paso adelante en su evolución.
Enhorabuena por sus artículos. Nunca había disfrutado tanto leyendo.
Por cierto, seguro que sabría desentrañar los misterios del Mossad mejor que Gordon Thomas. Lo dejo caer!!
El artículo está muy bien escrito, documentado, sin barroquismos, pura crónica, pero abre el eterno debate sobre el «imperativo estratégico» de la bomba. Si uno se para en ese día (y el de Nagasaki) nadie puede estar de acuerdo, pero si se estudia con detenimiento el encarnizamiento de las campañas de Iwo Jima y Okinawa, las muertes que se podían prever en una invasión de Japón superarían claramente el número de las dos bombas; sin duda los efectos de lo nuclear son terribles pero muchas personas siguieron viviendo, en un bando y otro, al no ser necesario el desembarco. No creo que hubiera otros métodos para doblegar el régimen de terror nipón, nacionalista hasta el suicidio literal de sus súbditos.
Según leía el articulo pensé exactamente lo mismo que tu has escrito, así que , para no repetirme,simplemente me adhiero a tu comentario.
Tal como estaban las cosas, se calcula que la guerra ya estaba tocando a su fin. Japón se habría rendido en pocos meses.
Se dice que los militares estadounidenses se apuraron a lanzar la bomba porque querían una prueba en un escenario real.
Pero, claro, seguramente nunca sabremos cuál fue el motivo real.
Se supone también que fue para finalizar cuanto antes la guerra, ya que tenían miedo de que si se alargaba la URSS aprovechara y siguiera avanzando por Europa hasta Francia e incluso Inglaterra
Le doy la razón. Acabo de consultar en Wikipedia las pérdidas de la batalla de Berlín: unos 180.000 muertos y 500.000 heridos. Todo indica que batallar en el archipiélago japonés hubiera costado muchas más pérdidas humanas que Hiroshima y Nagasaki juntas.
De verdad que nadie entiende la diferencia entre soldados y civiles?
Cuando a un civil le das un arma y te puede meter un balazo, para mi deja de serlo.
Mira el ejemplo de Berlin, hasta el del carrito del helado tenía un arma.
Oye Satrapa la única diferencia que se entiende es entre amigo y enemigo.
Sobre esto pienso dos cosas:
La segunda bomba, sobre Nagasaki, sobró. Japón se iba a rendir sí o sí tras la primera.
La primera bomba… podrían haberla lanzado en un lugar mucho más deshabitado. El hongo atómico y la destrucción causada hubiese servido igualmente para adrementar a Japón, pienso yo. Y si no… para eso tenían la segunda bomba, para demostrar que era algo repetible.
Quizá habría sido demasiado optimista, pero incluso con la mentalidad de la época los japoneses debían ser conscientes de que la guerra estaba más que perdida.
No estoy de acuerdo en lo de «ahorrar vidas». La guerra ya estaba ganada, Japón no tenía recursos, gasolina ni municiones, sólo había que esperar y negociar una rendición. Pero para qué pactar si se puede obligar. Si la bomba se tiró fue para obligar a la rendición incondicional de Japón y dominar el país a posteriori, no nos olvidemos que Japón estuvo dirigida por los americanos varios años, el gran general MacArthur. Además era una brutal demostración de fuerza ante los soviéticos, que hacía ya más un año se adivinaban como el principal enemigo del futuro.
Por otro lado el empleo de armas de destrucción masiva contra una población civil es inexcusable, no tiene perdón, ni sentido y mucho menos justificación. Y que no se olvide, tiraron dos.
Este es el pretexto habitual de los historiadores occidentales, ese y el de que la industria japonesa estaba mezclada con las viviendas hasta el punto de ser indistinguible. Esta última excusa es la más válida de las dos, y eso de por sí ya dice bastante.
Japón era un país completamente industrial que traía todas sus materias primas del exterior, las hambrunas antes de la potenciación del comercio marítimo solo se pueden calificar de endémicas.
Para el momento del lanzamiento de las bombas, hacía ya mucho tiempo que la flota mercante japonesa había desaparecido, lo que dejaba a los japoneses derrotados, con una industria inútil y encerrados en un islote en el que según el propio MacArthur solo se podía sembrar arroz y té. Para que os hagais a la idea, arrancaban las raices de los arboles para destilar un aceite que sirviera como sustitutivo del petroleo para los aviones. Un catastrofe.
Japón no se había rendido pero estaba rendido. No había ninguna necesidad real de una ocupación de las islas, lo que nos lleva a que no tendría que haber muerto nadie más.
Por otro lado de los bombardeos incendiarios de LeMay poca gente habla y causaron muchas más víctimas civiles que las bombas atómicas.
Si quereis más información de la situación geo-política de los ultimos años de la guerra, recomiendo Némesis de Max Hastings. En el se expone claramente que no había remedio, shikata ga nai, todas las circunstancias se alinearon para que la bomba fuera lanzada. Esta es para mi la verdad. Fue una barbarie, una barbarie injustificable, pero una barbarie inevitable.
Mira Juanjo, no hay justificación posible. El imperativo estratégico debió ser irrelevante.
Siempre hay dos opciones. La segunda opción era no doblegar a Japón. La solucìón era negociar una paz, no una rendición. Si lo que quieres es la rendición entonces consíguetela.
Que la única justificación para aniquilar a inocentes sea que los japoneses defendieron su patria con uñas y dientes y que no se dejarían conquistar sin luchar hasta el último hombre es un razonamiento extremadamente pobre.
Si no quieres pagar el precio que corresponde ganar militarmente me parece genial. Negocia una paz no pongas a Japón contra la espada y la pared.
EEUU actuó genocidamente. Es un hecho y nada lo justifica. Absolutamente nada.
¿ era necesario masacrar dos ciudades ? De verdad ¿ no se podía hacer explotar en un lugar no habitado ? ¿ Por ejemplo en el mar frente a Tokio ?
no abre debate alguno, lo deja bien claro
«Pero la salvajada de las dos bombas atómicas difícilmente resulta justificable, por más que algunos las quieran encuadrar dentro de necesidades estratégicas. El argumento de que “acortaron la guerra y ayudaron a salvar más vidas de las que destruyeron” jamás puede servir para excusar un asesinato indiscriminado de inocentes.»
Como dice el artículo, pretender justificar una matanza de civiles como «imperativo estratégico» tiene tela. Para empezar.
Por otro lado, justificarlo con la batalla de iwo jima, sólo porque por una vez los americanos tuvieron tantas bajas como los japoneses, no dice mucho.
Para seguir, es muy razonable creer que hizo mucho más por terminar la guerra la operación «tormenta de verano» soviética, que al contrario que la bomba, privó a los japoneses de su principal bolsa de fuerzas de reserva, y de los recursos naturales de manchuria. Efectivamente lo más posible, como comenta anv, es que la bomba de hiroshima se lanzara con la única intención de mostrar al mundo la potencia de la nueva arma, y la de nagasaki para demostrar que podían hacerlo más de una vez (y probar otro sistema de funcionamiento).
La cuestión a plantearse, más bien, es si este horror no estaría merecido dado el trato nipón a la población y los prisioneros militares en todos los frentes (china, indochina, filipinas…), que fue incluso peor, pero personalmente me cuesta mucho aceptar que se puede hacer eso con, precisamente, los que no están en el frente abusando de nadie, «porque se lo merecen».
Sin animo de ofender, tu comentario demuestra un gran desconocimiento de lo sucedido.
Esa que tu explicas es la justificacion oficial. Documentate acerca de lo que allí se hizo, como se hizó y porque se hizo. Enterate de las secuelas que la bomba dejo y veras como no se puede comparar en cifras totales de muertos. Puedes seguir leyendo de como se experimento con seres humanos como cobayas, de como se enviaron medicos con ningun interes sanitario sino cientifico, de como yse eligie porque se eigieron los objetivos, como se bombardeo con dos bombas diferentes para comparar los efectos, de la información que se tenia previa al ataque que se desestimo porque habia que utilizar su juguetito…
Japon estaba ya destrozada, los Nazis rendidos y sabían que Japon iba a rendirse, pero sabes que? Que tuvieron que darse prisa en usarla porque había que justificar el coste del Proyecto Manhatan y porque la guerra fría estaba a la vuelta de la esquina.
Fue un acto cruel sin limites, totalmente aberrante, injustificable e inhumano, especialmente el sufrimiento(prolongado durante decadas) que se causo a la población civil.
Una vez conozcas la historia, cambiarás de opinión
Sé que con estas cosas soy un poco plomo, pero diré que la palabra deflagración no está bien utilizada. Si hay explosión no hay deflagración.
Hola Oxímoron,
¡Tienes toda la razón! Malas costumbres que adquiere uno… sé que no es excusa, pero es que ¡la palabra es muy sonora!
Un cordial saludo.
También debo decir que es uno de los mejores artículos que he leído en Jotdown, y no es esa mala vara de medir.
Tiene razón, echar bombas atómicas para asesinar de golpe a cientos de miles de inocentes, es injustificable. Sí es justificable, en cambio, echar bombas de fósforo para matar a decenas de miles a lo largo de varias horas. Y sin radiactividad, oiga.
Es un artículo desgarrador que me llevó de la mano a sentir el dolor de esas personas, a vivir en carne viva su tragedia. Gracias por llamar a la conciencia.
Hace unos años estuve en Hirosima,para mí lo mas impactante fue al acercarnos a la zona cero ,a unos 2 km,y ver unas fotos de las vias del tren totalmente retorcidas y fundidas,como espirales,todo ello producido por el aumento de temperatura del aire….escalofriante¡¡¡
Está muy bien pero deberíais comenzar a diferenciar entre lo que es un reportaje y una novela. Gracias.
Existe el reportaje literario de investigación y este es un excelente ejemplo.
Escalofriante.
Buff, que duro. Te quedas sin palabras pensando que un día te levantas pensando que va a ser un día «normal» donde como mucho caerán bombas sobre tu ciudad, y de repente te barren de la Tierra.
…y aun así, EEUU no fue, ni ha sido condenada nunca por crímenes contra la humanidad.
Es cierto, una verdad absoluta, nunca han sido llevados al banquillo de los acusados de genocidio, sin embargo cuestionan a todos los demás paises y hasta tienen su «famosa lista de facilitadores de terroristas»
El articulo me gustó mucho me sentí abrumada en algunos pasajes.
Fantástico artículo, bien escrito, bien estructurado. Todavía queda gente que sabe escribir. Lástima que cada vez se valore menos.
Es un ya clásico decir que se lanzaron las bombas para finalizar la guerra y evitar las perdida de vidas humanas.
La guerra estaba terminada y Japón ya estaba buscando rendirse.
La única causa tras las 2 bombas residia en demostrar su poder ante el verdadero enemigo. Y este enemigo no era Japon sino la Union Sovietica.
Es un mensaje para esa Union Sovietica con varios millones de efectivos en Europa tras la caida de Alemania. !Quedate en tu area de influencia y no avances a Europa occidental!
Mas triste si cabe , de hecho.
La conclusión de todo esto es que los estadounidenses son unos hijos de la gran p., y el serñor Truman el mayor asesino de la historia.
Ojalá algún día reciban la misma medicina que ellos aplican.
Chapeau. Este artículo merece un premio. La redacción es buenísima, la forma de narrar la historia, la perspectiva de los protagonistas… Ha conseguido ponernos en el escenario sin recrearse en escenas escabrosas ni sentimentalismos. Mi más sincera enhorabuena y admiración al autor.
Una de las cosas menos conocidas pero a la vez mas deprimentes es que los hibakushas (termino que usan los japoneses para referirse a los afectados por las bombas de H y N) fueron tratados como apestados durante muchos anhos ya que nadie conocia con precision los efectos de la radiacion y si era contagiosa o no. El mejor documental que he visto sobre el tema es «White light, black rain» producido por la HBO y que entrevista a supervivientes. Es muy muy triste cuando les oyes decir que el haber sobrevivido a las bombas fue el principio de su calvario.
Por cierto, como han dicho arriba el museo de Hiroshima y una visita a la zona cero son muy recomendables, casi necesarios si estas en Japon. Me resultaron mas pedagogicos que truculentos.
En este manga autobiográfico también hablan del rechazo hacia los enfermos de la radiación, es increíble.
http://www.guiadelcomic.com/comics/manga/hiroshima.htm
Por lo que tengo entendido usan ese manga en clases de historia de la universidad. El autor falleció hace poco.
http://blogs.antena3.com/niponadas/fallece-autor-manga-hiroshima_2012122700115.html
Muy buen artículo, terrible historia que estamos condenados a repetir…
Se puede entender por un lado el argumento de limperativo estratégico, ya que efectivamente el saldo de vidas salvadas por esta salvajada fue con toda seguridad positivo respecto al de muertes. Japón no se habría rendido nunca, el grado de fanatismo de su ejército y su gobierno eran extremos y habría costado muchos cientos de miles de muertos invadir el país.
Ahora bien, una vez dicho esto, nunca he entendido por qué Estados Unidos tuvo que borrar de la faz de la tierra dos ciudades enteras llenas de civiles. ¿No había bases militares japonesas donde demostrar el alcance del poder de la bomba? ¿Atolones poco poblados con unas instalaciones navales? ¿No había un solo sitio vacío en Japón donde tirar la bomba y decirle al gobierno japonés «echa un vistazo a cómo ha quedado el bosque de x y calcula si te conviene rendirte»? ¿De verdad?
Desde este punto de vista me parece bastante clara la nula justificación de aquella locura.
Enlazo un artículo, del que comparto su tesis, de un habitual de esta revista, Tsevan Rabtan, que da a este artículo en su necesario contexto político-militar.
http://tsevanrabtan.blogspot.com.es/2009/09/trenos-por-sesenta-millones-de-victimas.html
El artículo es estupendo, gracias por el enlace, pero su explicación de por qué se arrojó la bomba sobre una ciudad poblada es bastante pobre. «Los que dicen eso se olvidan de qué es una guerra. Y sobre todo de qué fue la 2ª Guerra Mundial.»… bueno, bien, como frase impactante está muy bien, pero en una guerra, sea cual sea, hay excesos mayores o menores, y ese argumento bien podría justificar el asesinato sistemático de prisioneros, el bombardeo de Dresde, el comportamiento de las SS en Ucrania o cualquier cosa.
Luego alude a la falta de material y a que a lo mejor se tardaría un tiempo en fabricar más bombas, puede ser cierto pero tampoco me parece suficiente para explicar por qué has borrado del mapa a 250.000 personas de un plumazo.
Estados Unidos perdió en la Guerra menos vidas de las que quito con las dos bombas, así que por favor que nadie siga insistiendo en la estupidez y la mentira de que se ahorraron vidas. Inglaterra no llegó al medio millón de muertes entre civiles y militares, tampoco lo hizo Italia, Francia sí, pero por poco.
No se trataba de ganar esa guerra, sino de sembrar el terror, olbigar, no ya a la rendición, sino al sometimiento incondicional y sobre todo de mandar un mensaje al mundo: Aquí mando yo, tengo el poder y no tengo ningún problema en utilizarlo.Pd: ¿Habeis oído comunistas?
Es que verá, en una guerra se trata de que no mueran los tuyos innecesariamente. ¿Al enemigo? Que le den por do amargan los pepinos.
Los civiles nunca son el enemigo, los niños no son el enemigo, los ancianos no son el enemigo, los perros, los gatos, las casas, las calles, la ciudad no es el enemigo. Considerar como enemigo a toda una sociedad, a una cultura, a una etnia, es exactamente lo mismo que hicieron los nazis con los judíos. Piénselo. Es muy fácil desde la fantasía del sillón imaginarse que las guerras son como las del Señor de los Anillos. Que el enemigo es malo en esencia, que son sólo monstruos que hay que exterminar hasta el último de ellos, sin excepciones.
La realidad es muy diferente, si no la ve, mírese en el espejo, lo mismo es usted ese enemigo que tanto teme.
Lea a Clausewitz. Se trata de que el enemigo deje de tener capacidad de combate. Si para eso hay un atajo, como es el de destrozar en un instante a una ciudad llena de sus familiares, pues militarmente es factible hacerlo. ¿O acaso lo humano es que se pongan millones de tropas, frente a frente, y se repartan cebollazos durante años en las trincheras como la I Guerra Mundial?
La guerra es muy jodida, y se trata de acabarla lo antes posible.
Creo que eso se lo deberías contar a los de la Convención de Ginebra. Hasta en la guerra existen límites que el ser humano considera que no se pueden traspasar. Eso sí, luego los traspasa, y entonces se considera un bárbaro ignominioso.
Para Jaunzuria e IRENE:
Hola a ambos. Lo primero que hay que hacer a la hora de analizar la necesidad de aquellos bombardeos es analizar las otras opciones posibles. Por un lado, efectivamente, estaba la posibilidad de tirar la primera bomba atómica (¡al menos la primera!) sobre un objetivo que no fuese una ciudad y comprobar si así se rendían los japoneses. Y lógicamente, darles algo más de tres días para asimilar el hecho y considerar su rendición.
Por otro lado, está la opción de analizar hasta qué punto era necesaria o justificable la invasión de Japón y la búsqueda de la capitulación incondicional. ¿No existían otras vías para intentar su rendición o un acuerdo de paz satisfactorio?
Por otro lado, todavía más importante, está la opción de que los EEUU no hubiesen invadido de inmediato y se hubiesen limitado a bloquear y mermar las fuentes de recursos del Japón y comprobar cómo la resistencia nipona se venía abajo por sí misma. Un país insular sin ayuda externa no hubiese resistido eternamente frente a la inmensa producción industrial y militar estadounidense. Los EEUU probablemente no hubiesen necesitado invadir. Por muy fanatizado que esté un país, no puede librar una guerra a gran escala cuando se queda sin recursos. Es de «primero de estrategia»: sin combustible, ni municiones ni pertrechos, no tienes soldados, por más gente que tengas dispuesta a ir al frente.
En resumen: los bombardeos no solamente fueron indefendibles desde el punto de vista moral, sino que tampoco eran un último recurso estratégico. Equiparar las muertes de la bomba A con las hipotéticas muertes de una hipotética invasión es un cálculo grosero que se ha empleado como justificación histórica por parte de los vencedores, pero que a mi modo de entender es un análisis de muy cortas miras.
Japón tenía la guerra perdida, aunque no la diesen por terminada. Esto es un hecho. Por ejemplo, el Enola Gay no fue interceptado porque ¡estaban ahorrando el combustible de sus aviones! Tampoco los pilotos experimentados pueden sacarse de una chistera. Y así, todo lo demás.
Hoy en día, en idéntica situación, cualquier gobierno enemigo de Japón y con el poderío militar de los EEUU optaría, por ejemplo, por amputar su petróleo, su entrada de materias primas, etc. Ahogar la capacidad militar del país. Lanzar un ataque nuclear sobre población civil hoy sería considerado un crimen masivo, cualquier persona con dos dedos de frente se preguntaría «¿de verdad no había más opciones a intentar?». Pues ese mismo razonamiento es el que podemos aplicar a aquella situación, porque sí: había otras opciones a intentar.
Japón era un país fanatizado y sus tropas cometieron auténticas barbaridades, de acuerdo, pero desgraciadamente el gobierno estadounidense se puso a la altura con aquellos bombardeos.
Además, queda la posibilidad que ya ha comentado alguien: que los EEUU quisieran probarse y probar lo que la nueva arma podía hacer, en una demostración de fuerza ante quien ya sabían que sería su adversario (aunque en ese momento era aliado), la URSS. Pero claro, considerar esta posibilidad resulta muy incómodo. Siquiera considerarla y discutirla, no digo ya darla directamente por cierta.
Digo ya todo esto como acotaciones aparte del artículo en sí, en el que puede deducirse mi opinión porque la he dejado entrever, pero donde de todos modos no he querido entrar abiertamente en esa discusión. Creo que cada lector tiene su propia postura moral desde la que juzgar el hecho, coincida o no con la mía.
Un cordial saludo.
Básicamente lanzaron las bombas… porque eran un arma!
Y las armas las inventan para usarlas. Se gastaron una pasta en desarrollarlas, el Proyecto Manhatan, y luego no las iban a tener de decoración.
Además, se les hacía tarde, si Japón se rinde antes voluntariamente o no, ya NO habrían tenido un sitio donde probar los chismes tranquilamente.
Y lanzaron dos porque una era de uranio y la otra de plutonio, a ver cual era mejor.
Lo peor viene despues, cuando aun a sabiendas de los efectos que tiene un arma nuclear, las hayan seguido desarrollando para hacerlas aún mas letales.
Si de verdad las armas se fabrican para usarlas, estamos jodidos, pues a día de hoy hay armas para destruir varias veces la tierra. También se les podría haber dado un uso intimidatorio y no tan destructivo.
Y también podríamos dedicarnos a cantar Kumbayá en lugar de a darnos de tortas, pero «el mundo y yo somos así, señora».
Grandísimo artículo. Enhorabuena…. pero no doy un duro por la estupidez humana….
La volveremos a ‘cagar’ en cuanto el primer loco de turno le de al botón equivocado.
Es cuestión de tiempo, por desgracia……
Me ha encantado el artículo. No he podido parar de leer hasta que lo he terminado. Enhorabuena por tu manera de escribir.
los pobres no sabian que las neveras eran refugios nucleares
Los pobres es que NO sabían que era un ataque nuclear. Por muchas neveras que hubieren, de que te sirve meterte en alguna de ellas, si luego, por la honda expansiva, te hubieras quedado bloqueado dentro? La cuestión en estos casos no es que en pocos segundos saber que tienes que hacer (solo que tirarse al suelo como les habían enseñado) , sino, que tras sobrevivir al primer impacto, salvarte del segundo o los efectos siguientes.
El artículo , magnifico, generalmente me aburro si leo mucho (problemas de concentración) y en cambio aquí lo he leido todo y he disfrutado, aunque no sea por el tema del artículo, reviviendo con mucha realidad, las escenas que sufrieron estas personas.
Jamás se pueden poner a la misma altura bajas civiles y bajas militares. Las bajas militares vienen con el oficio y con la paga, nadie ha dicho que la vida de soldado sea fácil y menos es tiempos de guerra.
Sin embargo, matar civiles, ninnos en las escuelas, hospitales, ancianos, trabajadores buenos o malos, todos de forma indiscriminada, es grotesco e injustificable.
Le recuerdo que el Ejército japones era mayoritariamente de conscriptos. Y que para la paga que recibían (0,11 yenes, o como se decía entonces, «senrin») me temo que su diferencia con los civiles no es muy grande. Vale, sí, que llevaban un Arisaka y algunos hasta granadas.
Muy mal cuerpo, mucho, mucho, mucho.
Supongo que le tengo que dar la enhorabuena.
Leyendo esto me acordé del Making of de Battle Royale donde el director comenta su experiencia al final de la guerra
http://www.youtube.com/watch?v=eEG4NNKpV0I#t=00m12s
Ha sido un verdadero placer leer tanto el artículo como los comentarios, que son de un nivel de crítica, un respeto, en definitiva, de un nivel muy superior al habitual en otras páginas en español. Posiblemente solo aquellos con una cierta sensibilidad hemos leído el artículo completo.
Personalmente creo que los ejércitos de EE.UU. han estado inmersos en infinidad de campañas en los últimos 100 años, en los que han cometido y cometen crímenes contra la humanidad hasta un punto que apenas tiene parangón en la historia. Como ejemplos «fáciles» tenemos Hiroshima y Nagasaki y Vietnam.
Excelente artículo, podría alargarme más, pero tras leer los comentarios anteriores confirmo que ya se ha dicho todo. Enhorabuena.
De acuerdo contigo.
Felicidades al escritor.
Comencé a leer el artículo esta mañana y tuve que para en el primer párrafo de la congoja que me entró. Y ya he leído y visto muchas cosas sobre estos hechos, pero no puedo con ellos. Rehecho en mi entereza unas horas más tarde me dispuse a leerlo por completo con ánimo renovado, y he de decirle que ha estado fantásticamente narrado. El material es único e impacta por sí solo, pero no lo ha estropeado con redundancias ni lirismo.
No sé la verdad del porqué, pero comparto con muchos de los anteriores comentarios la idea de que se trató de una bravuconada estadounidense dirigida a todos sus enemigos y en especial al que todos sabemos.
Si el lanzamiento de esta bomba ya es de por sí condenable, el de la de Nagasaki es inexplicable.
Enhorabuena por un artículo que nunca se debería haber escrito, salvo en literatura de ficción.
Excelente artículo. Poco más que decir.
He disfrutado incluso más con el análisis final del autor, ya dentro de los comentarios. En la biografía del que fue Prepósito General de la Compañía de Jesús por aquel entonces, Pedro Arrupe, viene una descripción perfecta del acontecimiento, ya que el lo vivió en persona. Gracias.
No hace falta buscar fotos truculentas para echarse a llorar. El texto es mas que suficiente.
Gracias por destrozarme el dia.
Las bombas de Hiroshima y Nagasaki fueron solo dos episodios más de una campaña de aniquilación sistemática de ciudades alemanas y japonesas por parte de los Aliados. Y su finalidad, como se ha dicho aquí, no era ganar la guerra, que ya estaba ganada, si no impresionar a los soviéticos.
Recomiendo: http://www.signandsight.com/features/93.html
¿Soy el único al que la forma del artículo le horroriza? Tratar un tema como este desde el ángulo de «imagínate tú ahí debajo» o «un infierno peor que una pesadilla» no le da un corte precisamente solemne, amén de que profundiza más bien poco -conste que no hablo sólo de truculencias varias-. Se salvan las citas de los supervivientes; recuerda a otras crónicas y documentales sobre el tema, pero blando, tenue y pobre.
A mí los comentarios que me sobraron fueron los pies de foto porque me parecieron ajenos al tono general del artículo, que sí me gustó.
«Inmenso» artículo. Gracias.
Si la crisis y la vida me lo permiten, en dos o tres años me gustaría ser profesor de Historia. Este artículo se aproxima a mi idea de cómo dar clases. Detrás de todos los hechos históricos hay personas con su vida cotidiana, y conocer sus alegrías y desgracias es la mejor forma de aprender. Historia magistra vitae, testis temporum.
A mi modo de ver, la decisión de tirar las bombas se tomó en términos militares, no de moralidad: su primera motivación era la de terminar con la guerra, como de hecho sucedió. Una secundaria y subyacente pero no menos importante era mostrar la fuerza de su armamento y su voluntad de utilizarlo frente al totalitarismo soviético, tan agresivo y expansionista como el japonés. Además, creo que pesó el hecho de haber sido Estados Unidos un país agredido.
Respecto a anteriores comentarios, aunque es cierto que Japón estaba virtualmente vencido, mi opinión es que la estrategia de aislar el archipiélago tampoco resulta más aceptable que lanzar la bomba, ni moralmente ni en términos militares. Primero porque la guerra habría continuado, con su sangría de muerte y destrucción, y segundo porque conllevaría carencias y privaciones a los habitantes de Japón. Pongo como ejemplo la situación del imperio alemán tras el armisticio de 1918, que continuó sufriendo el bloqueo hasta la paz de Versalles y que ello costó la vida a miles de alemanes a pesar de haber finalizado la guerra. En cualquier caso, fue una decisión terrible.
Felicidades al autor, es un artículo sobrecogedor. Mi apacible día ha quedado perturbado. Gracias
Los cálculos del alto mado estadounidense eran de 1.000.000 de bajas propias en caso de haber asaltado las playas japonesas. Como ya han repetido arriba, Iwo Jima y Okinawa habían sido piedras de toque de lo que les esperaba a los marines en las islas japonesas.
La alternativa es, feu, horrorosa, espantosa, inadmisible. Eso es indiscutible. Pero yo entiendo la decisión que tomaron. Y también entiendo que los remordimientos no les hubieran dejado dormir nunca más.
Y pensar que ahora son los que dicen quienes pueden y quienes no pueden tener armas nucleares en su arsenal, dan asco los yanquis imperialistas, no se puede tenerles menos que odio, a ellos y a la cantidad incalculable de idiotas que los ponen de ejemplo para todo. Ojala experimenten en carne propia todas las atrocidades que han cometido.
los japoneses se merecían eso y mas. solo recuerden lo que hacían con los prisioneros de guerra, como torturaban por placer a niños chinos por que los consideraban inferiores y no olviden como obligaron a las mujeres de corea a prostituirse. también recuerden que no declararon la guerra, simplemente la empezaron. los japoneses pregonan el honor pero es la raza mas cobarde de la tierra.
siempre fui defensor de que no habia otra alternativa, japon no se iba a rendir; incluso despues de las 2 bombas hubo un intento de golpe de estado para evitar la rendicion. La respuesta esta en el bushido
«En el corazón del bushido está la aceptación del Samurai a la muerte»
y en el hecho de que la gran mayoria estaba dispuesto a morir por el emperador; porque para ellos es un Dios.
Otra historia interesante, es de aquellos que sobrevivieron a las 2 bombas atomicas, porque hubo sobrevivientes que se fueron de hiroshima a nagasaki
«Los japoneses son…». Podríamos decir también «los españoles son…», y así de cualquier nacionalidad, etnia o grupo clasificado bajo cualquier concepto.
Los protagonistas de esta tragedia tenían entre 0 y 100 años, ¿de verdad que creemos que todos ellos eran firmes defensores del bushido y samuráis?, ¿siquiera el 10%?.
Esa es la forma cómoda de que nos gobiernen nacionalistas, integristas, nosequeistas…; todos etiquetados y con el precio puesto, y sin mayores molestias que una generalización ad hoc.
Es que «los españoles somos…»
Respecto al llamado «imperativo estratégico» y sin perjuicio de la deleznable consideración ética y moral que merece tal estrategia, está documentado que el Ministro de Asuntos Exteriores japonés ofreció la rendición al Gobierno de los Estados Unidos días antes del lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, con una única condición: el respeto de la persona del emperador japonés.
Para entender esa exigencia, es preciso considerar que en una sociedad tan estamental como la japonesa, su emperador era casi una deidad para la mayoría de sus conciudadanos, llegando incluso a recibir culto personal. Al fin y al cabo, la familia imperial japonesa puede remontar su ascendencía hasta casi el año 1.000 de nuestra era.
Pues bien, la contestación del Gobierno Norteamericano fue exigir la rendición total del Imperio Japonés incluida la humillación de su Emperador, sabiendo, que la nación del Sol Naciente jamás aceptaría esa condición, pues atacaba su orgullo como pueblo.
Posteriormente, como es sabido, se produjo el ataque atómico primero Hiroshima y luego Nagasaki, lo que provocó la rendición total del Imperio Japonés, aceptando la totalidad de las condiciones impuestas por Estados Unidos.
Lo irónico, es que tras la rendición, el Gobierno Norteamericano, el emperador japonés no sufrió humillación de ninguna clase, sino que recibió constantes muestras de respeto por parte de los vencederos….Lo que demuestra, que la finalidad del lanzamiento de los proyectiles atómicos era otro.
«Casi una deidad» no, era literalmente un dios viviente, descendiente de Amaterasu. De hecho uno de los principales traumas de la rendición fue el discurso en el que Hirohito negaba su divinidad (aun con un lenguaje bastante ambiguo, para suavizar el golpe). Algunos como Yukio Mishima jamás lo superaron.
Estoy llorando, es muy desgarrador leer esas historias, demasiado :'(
La guerra es ese tiempo en el que las personas normales se comportan como asesinos.
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es espeluznante el horror de la humanidad
El hongo de la bomba que aparece en la foto de «Destacados» referente a este artículo tiene la cara de un payaso riéndose, uno de esos payasos clásicos. Es espeluznante.
Espeluznante es cierto, creí que era mi afán de ver cosas en las nubes, en este caso en el hongo.
La lectura me ha dejado sobrecogido por el terror, y con los ojos a punto de desbordar. Un horror universal, sin duda.
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Tal vez suele ingenuo, pero creo que los comentarios justificando (o explicando, o como quieran llamarle) una u otra postura me resultaron tan -o más- impactantes como el artículo en sí. No puedo pensar la guerra como algo normal, no tengo la capacidad de simplemente asumirla. Damos tantas cosas por sentado sin cuestionar quiénes nos las imponen que un día lo correcto nos va a parecer tirarnos por un acantilado.
hay una frase que creo ningun ser humano deberia olvidarse jamas y es la pronuncia por el general Sun Tzu:
«La guerra es un medio para un fin y ese fin es el objetivo estratégico político»
las victimas de hiroshima y nagasaki fueron innecesarias, la bomba fue lanzada con la escusa de evitar mas perdidas humanas noreamericanas cuando en realidad el fin politico era intimidar a la urss para que no avanzara sobre europa ni se hicieran los locos contra el capitalismo,
el fanatismo de su ejército por su gobierno fue otra escusa mas. ¿se podria haber mandado un equipo de operaciones especiales para haber matado a hito hito u bombardear u bombardear su recidencia/lugar de trabajo? y yo creo que si.
la los atentados terroristas y los locos matando con armas en usa los veo simplemente como karma
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Justo have unos dias estuve visitando Hiroshima y su estupendo museo. Me ha encantado el articulo.
Para los que se preguntan acerca del imperativo estrategico y de por qué se escogieron dos ciudades tan pobladas, la respuesta es increíblemente dura para nuestra sensibilidad occidental.
EEUU necesitaba probar la bomba en real. Japón se hubiera rendido igual sin bomba atómica, es un hecho, solo que probablemente a Stalin, quien estaba preparando la invasión terrestre, desde más cerca que Okinawa. Japón hubiera acabado en el bando comunista.
Además, después de haberse gastado millones en desarrollar una bomba como ésta, el votante americano habría considerado un derroche de sus impuestos el que no se utilizara. Unas elecciones perdidas son mucho más inportantes que las bajas de un país enemigo.
La táctica de despliegue habla por sí sola. EEUU elegió cinco ciudades candidatas para probar en real los efectos de una bomba atómica sobre la población.
Se eligieron las ciudades menos dañadas por bombardeos, para comprobar de verdad la destrucción causada por la bomba atómica. De hecho, Hiroshima no fue bombardeada «convencionalmente» durante meses para preparar el «experimento».
Según los documentos del museo, en realidad volaton tres aviones sobre Hiroshima:
– el primero lanzó el paracaídas del artículo, que no era la bomba, sino instrumentos de medida para recoger el efecto de la explosión
– el segundo era el Enola Gay. Todos lo conocen
– el tercer avión iba para hacer fotos de la explosión
Así es. Evidentemente, hay que verlo desde la perspectiva de un país en guerra contra un enemigo cruel como era Japón. Pero la bomba atómica se lanzó para probarla y para ganar a Stalin. Una cascada de acontecimientos imparable, una vez que los EEUU poseían el arma.
Cabe destacar también que uno de los objetivos planteados inicialmente era Kyoto, cuna del poder imperial y que hubiera mandado un mensaje psicológico brutal a Japón. El ministro de defensa americano, sin embargo, había visitado Kyoto en su luna de miel y había quedado prendado de la belleza y refinamiento de la ciudad, asi que decidió tacharla de la lista y eligió Hiroshima por sus instalaciones militares y óptima localización.
Una historia fascinante y terrible, y que plantea muchas dudas en esta era de proliferación nuclear. Curiosamente desde la guerra fría no se habla mucho del tema, sólo en conexión con Irán o Corea del Norte. Hoy cualquier organización (no sólo estados) puede hacerse con y disparar un arma nuclear. Conociendo al ser humano, es cuestión de tiempo.
una historia triste–desgarradora–sin duda todos esos inocentes les fue lavado el cerebro–sin duda todos odiaban a los gringos–sin duda todos apoyaron la guerra de japon–sin duda todos apoyaron la masacre a Pearl harbor –sin duda ninguno hubiera dudado en hundir una daga en un corazón gringo—era un mal necesario—era la única manera de acabar con una guerra sin sentido–una guerra que los japoneses no hubieran abandonado jamas—
Yo también tuve la suerte de visitar Hiroshima en Febrero de 2013. Fué una experiència muy gratificante y educativa . Lo que más me admira es la reacción del pueblo japonés y la total falta de odio hacia los que lanzaron la bomba – A, asumiendo su parte de culpa por la Guerra… Impensable en cualquier sociedad occidental.
A los pocos días se improvisaron escuelas en la calle para dar clase a los niños y el servicio de tranvia se restableció en parte 48 horas despues según nos contaron.
También me gustaría añadir al excelente artículo que la ciudad de Hiroshima jamás fué bombardeada durante la Guerra, porque los EEUU querían probar la Bomba-A sobre una ciudad que no hubiera sido bombardeada para poder observar mejor los efectos de la Bomba.
Otro dato curioso es que también murió en Hiroshima la tripulación de un avión de combate Estadounidense que pocos días fué derribado y sus tripulantes trasladados a una prisión en Hiroshima.
Si observais, en una de las fotos del articulo en que se ve la panóramica de la ciudad destruida, se orserva perfectamente la «T» que forma el río. Esa T era la referencia del bombardero para soltar la bomba.
Te felicito por el artículo.
A diferencia de otros miembros de su tripulación, el coronel Paul Tibbets, piloto del B-29 «Enola Gay» que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, expresó siempre y en numerosas ocasiones que no sentía ningún tipo de remordimientos, y que volvería a hacer lo mismo bajo las mismas circunstancias. No sólo eso, si no que -según sus propias palabras- no le quitó ni una noche de sueño y no lo hizo en contra de sus convicciones.
Tampoco necesitó ningún tipo de tratamiento psiquiátrico, a pesar de haber matado a más de 100.000 personas. En fin, toda una «joya» de personaje.
Murió plácidamente en 2007, a los 92 años.
uno de los grandes crímenes de guerra de la historia, otro más de los EEUU, TOTALMENTE INNECESARIO y sobre vidas inocentes….
http://www.globalresearch.ca/the-hiroshima-myth-unaccountable-war-crimes-and-the-lies-of-us-military-history/5344436
Me conmueve de sobremanera los relatos entregados, es una pena lo sucedido y aunque ya han pasado 69 años es imposible no sentir pena y dolor por quienes sufrieron injustamente. Creo aún mas doloroso saber que este tipo de tragedias no sirvió de mucho y actualmente sigue sucediendo (a menor escala). Vemos nuevamente el dolor humano plasmado por la guerra de poderes…debemos aprender no solo superar. Las potencias mundiales solo tienen puestos sus ojos en objetivos no en las personas y no quieren ver el tremendo daño que le hacen a la humanidad.
Leyendo este artículo recordé la vez que soñé mi muerte bajo el hongo atómico, el resplandor cegador y el dolor ardiente envolviendo mi cuerpo hasta volverse todo negro y despertar de la pesadilla; puedo decir que sé lo que se siente morir en una explosión causada por la bomba atómica a pesar de que sólo lo experimente en un sueño. Quizás en mi vida anterior fui uno de los muertos de Hiroshima.
No se si alguien lo ha mencionado, pero si tenéis ocasión recomiendo que os leáis el manga ‘Hiroshima’ de Keiji Nakazawa.
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No quiero morir así. No quiero que nadie más muera así.
Excelente crónica, que manera tan increíble de contar los diferentes puntos de vista de acuerdo a a distancia a la detonación.
Quisiera saber si el autor me permitiera usar su relato para realizar una ejercicio académico de diseño gráfico, el cual consiste en crear un libro y me gustaría usar esta narración, espero atentamente la respuesta.
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se lo podia leer tsevan rabtan si le deja tiempo su trabajo en la sombra para C,s. genial articulo, casi nunca nadie supo ponerse en la piel de los que recibieron la bomba
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Grandísimo escrito
Lo de una cosa de 3 metros capaz de tal destrucción me explica todo
Gracias
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Un hecho histórico vergonzoso. Por suerte, los japoneses supieron rehacerse después de esta tragedia y convertirse en la tercera potencia económica mundial.
Os recomiendo este libro titulado «El quinteto de Nagasaki»: https://deresumen.com/libros-de-literatura-y-ficcion/libro-el-quinteto-de-nagasaki/
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¿De verdad no había una manera menos horrible de acabar con la guerra? Las bombas no se deberían haber lanzado. Y mucho menos aún lanzar la segunda después de ver el horror que causó la primera. Aunque en esto también tiene culpa el Emperador japonés por no rendirse.