Deportes

Sasa Curcic (I): el George Best serbio

Sasa CurcicPoco se recuerda a día de hoy de Sasa Curcic, uno de los jugadores más prometedores de la Yugoslavia de los años noventa. Su carrera fue breve. Debutó como internacional con los Plavi en 1991, contra Brasil, cuando solo tenía 19 años. Pronto dejó el Partizan de Belgrado para dar el salto a la Premier League y recalar en el Bolton, donde triunfó, pero no pudo evitar el descenso. El Aston Villa le rescató para la máxima categoría pagando cuatro millones de libras y el fichaje, al final, resultó un rotundo fiasco. Firmó después por el Crystal Palace, club en el cual tampoco brilló, y en sus últimos días en activo tuvo un discreto paso por los MetroStars de Nueva York, un equipo escocés, el Motherwell, y el Obilić de Belgrado, hasta que decidió retirarse del fútbol prematuramente a los 29 años.

El anuncio de que abandonaba este deporte, en cambio, sí fue sonado. Compareció ante los medios por todo lo alto. Dijo que dejaba el fútbol sin haber cumplido la treintena para, literalmente, dedicarse “a follar”. Y que si alguien quería que volviese a ponerse las botas, que no le ofreciera diez millones de libras, sino 15 mujeres procedentes de todos los rincones del mundo para que pudiera “hacerlas felices” y “satisfacerlas como nunca antes las han satisfecho”. “No puedo alcanzar un orgasmo mirando a un compañero de equipo”, siguió, “pero la cosa cambia completamente con Cindy Crawford”. Aunque la procesión iba por dentro: “Ahora mismo, si pienso en el fútbol, solo me trae malos recuerdos”, concluyó.

Por este tipo de declaraciones y toda suerte de excentricidades es recordado entre los ingleses como «El George Best serbio». Demasiado premio, este apelativo, para un futbolista que perdió la forma física cuando estaba en la edad de apogeo y que solo rindió dignamente en Inglaterra durante un año. Consciente de su declive, cuando estaba el Crystal Palace, él le echó la culpa de su fracaso a la UEFA. Acusó a este organismo de hundir su carrera cuando prohibió que Yugoslavia disputase la Eurocopa de Suecia en 1992 días antes del comienzo del torneo. “Tenía 18 años cuando la UEFA destruyó mi futuro futbolístico impidiendo que Yugoslavia jugase la Eurocopa del 92. Quién sabe, después de ese torneo podría haber sido fichado por el Barcelona o el Real Madrid. Ellos me negaron ese sueño”.

Podría ser. Es preciso recordar que la eliminación federativa de la selección yugoslava de aquella Eurocopa como sanción por la guerra de Bosnia, justa o injustamente, lo que fue es muy triste. A nadie se le escapa que los Plavi tenían una generación de futbolistas como para haber sido el rival a batir en el fútbol internacional de los años 90. Veámoslo.

En el Mundial Juvenil de Chile en 1987 Yugoslavia se llevó el campeonato con unos Prosinecki, Boban, Suker, Mijatovic, Stimac —que tuvo un apasionado romance con Miss Chile— y Jarni meteóricos en un torneo donde destacaron Matthias Sammer, por la RDA, Andreas Möller, por la RFA, o el búlgaro Emil Konstadinov. A Italia 90 llegaron eliminado a Francia en la fase clasificatoria. Y aunque el seleccionador Ivica Osim no se atrevió a confiar todavía en las nuevas estrellas, se cepilló a España en octavos y alcanzó los cuartos de final donde se topó con Maradona y uno de los mayores para-penaltis de la historia, el argentino Goicoechea. Los jóvenes, mientras, jugaron la Eurocopa sub 21 ese mismo año también en Italia y llegaron hasta la final donde cayeron contra la URSS de Kanchelskis, Mostovoi y Kolyvanov.

yugoslavia87El siguiente torneo fue la clasificación para la aludida Eurocopa, ya con lo mejor de ambas generaciones, y Yugoslavia quedó primera de su grupo. Fue una fase de clasificación muy dura. Se quedaron fuera equipos del nivel de España, Italia o Rumanía. La plantilla que tenía Ivica Osim era de las que solo se dan cada cincuenta años, pero antes de saber si alguien podía derrotar a semejante plantel de jugadores, las guerras se cargaron el equipo.

Durante el año 91 los croatas fueron abandonando la selección. En verano el parlamento croata declaró la independencia. En septiembre comenzó la Batalla de Vukovar y en octubre Radovan Karazdic pronunció su tristemente célebre discurso en el que advertía de que todos los musulmanes de Bosnia podían ser aniquilados. El seleccionador, Ivica Osim, quien hizo debutar ese mismo mes a Sasa Curcic frente a Brasil, era sarajevita, croata y su mujer, musulmana. En el 92, vivía en Belgrado colgado del teléfono, escuchando las noticias que llegaban de una cada vez más violenta Sarajevo, donde estaba su familia. Como también empezó a recibir amenazas, tuvo que renunciar a su cargo y escapar a Grecia. Se fue diciendo que su expaís no merecía disputar la Eurocopa. Los musulmanes Meho Kodro, Faruk («Pepe», en el Betis) Hadzibegic y Mehmed Bazdarevic también abandonaron.

Las federaciones eslovena y macedonia, países ya independientes, permitieron a sus jugadores acudir a jugar con Yugoslavia. Pero Katanec, esloveno, se negó. Y Pancev, macedonio, dijo que estaba demasiado cansado. A mediados de mayo hubo una última esperanza, la prensa publicó que los croatas podían ceder a sus jugadores si se les hacía partícipes de los ingresos por disputar el torneo. Algo que no tenía mucho sentido pues, esos días, la selección de Croacia de baloncesto estaba disputando contra Cataluña en Barcelona un amistoso de preparación para la Olimpiada, en la que esperaban medirse a la Yugoslavia de sus excompatriotas Divac, Danilovic y Djordjevic, que finalmente fue también vetada. El caso es que a la convocatoria de la Eurocopa de fútbol terminaron yendo solo serbios, montenegrinos, un par de voluntarios eslovenos, un bosnio musulmán —el portero Fahrudin Omerovic— y un macedonio —Najdoski, que fue ese mismo año al Valladolid—.

Las imágenes de la guerra ya estaban escandalizando a Occidente en cada informativo de televisión. A la selección, en un encuentro preparativo contra la Fiorentina, la abuchearon. La llegada a Suecia, además, estuvo rodeada de medidas de seguridad por temor a atentados de la diáspora de origen yugoslavo que residía en el país escandinavo. John Major, por su parte, amenazó con retirar a Inglaterra si no se echaba a Yugoslavia. La expedición Plavi, desde Estocolmo, desbordada por los acontecimientos, proclamó “No somos asesinos”. Y Stojkovic dijo que las satisfacciones deportivas ayudarían a todo el país, pero finalmente fueron expulsados de la fase final cuando ya estaban entrenando para preparar el primer partido.

Un suceso lamentable. Unos meses de infarto. Deprimentes. Un drama que podría marcar la carrera de cualquier jugador, pero que tenía un pequeño problema. Un detalle sutil. Sasa Curcic nunca estuvo allí. No estaba entre los 18 convocados inicialmente (que sin los croatas también metían miedo con Mijhailovic, Stojkovic, Jugovic, Mijatovic y Savicevic) ni era ninguno de los dos que fueron llamados a última hora para completar la lista: el muy grato de pronunciar, Slobodan Krcmarevic, y Dejan «Rambo» Petkovic.

En ningún documento aparece Curcic en aquel grupo de seleccionados. Ni en los cromos de Panini, que editó el álbum de la Eurocopa sin la sustituta, Dinamarca, a la postre el equipo ganador del torneo. Y Curcic, si no estuvo allí ¿por qué le echó la culpa a la UEFA de destruir su carrera echando a una selección de la que aún no formaba parte? Todo indica que Sasa fue, durante sus años más locos, que coincidieron con los que ejerció la profesión de futbolista, un genuino cantamañanas. De hecho, en Birmingham se le recuerda, más que por su fútbol, por haberse comprado un autobús de dos plantas que llenaba de nenas para recorrer las calles de la ciudad dándole un toque más ameno a su vida nocturna. Pero lo mejor será, ya fuera caretas, que relatemos su vida desde el principio.

Durante los años 80, los ciudadanos de Yugoslavia sufrieron una pérdida de poder adquisitivo de más del 50%. Aunque los 70 se recuerdan como The good old times, tampoco fueron fáciles, había paro, emigración, pero nada en comparación con lo que después fueron los 80. Tras la muerte de Tito, con la decadencia de los regimenes socialistas de Europa del Este, Yugoslavia tenía una de las mayores deudas externas del continente y la vida se fue endureciendo hasta niveles insoportables. La familia de Curcic, por ejemplo, nunca tuvo casa propia. Vivían realquilados, compartiendo viviendas con sus propietarios. En sus memorias, Gola Istina (La pura verdad) el futbolista recuerda su infancia como “en un agujero”. Empezó a pelotear cuando residían en la barriada de Borča Greda, a las afueras de Belgrado. Compartía armario y habitación con su hermana en una casa propiedad de otra familia. Por eso su madre estaba obsesionada con que no hiciera ruido para no importunar a los dueños. Seguramente tocada un poco del ala, no dejaba a Sasa moverse de la baldosa. Es uno de sus recuerdos más amargos: que de niño, cuando quería jugar a algo, le increpaban.

Entretanto, su padre le encerraba en la habitación para que estudiase. Pero Sasa, que solo pensaba en jugar al fútbol con sus amigos del barrio, saltaba por la ventana y se escapaba en búsqueda de sus colegas. Su padre, cuando dejaba de oírle hacer ruidos, ya sabía que había huido e iba a por él. “Crecí sin derecho a jugar”, recuerda Sasa. Aunque, pese a lo freaks-control que eran sus padres, el fútbol no se le dio mal incluso aprendiendo a jugar de furtivamente. Pronto fichó por el Besni Fok, un pequeño equipo de Belgrado. Y destacó, al mismo tiempo que empezaron a pasarle cosas extrañas.

YUG_ACDCCon una especie de beca, fue enviado a Francia a formarse. Sus padres creían que era una gran oportunidad para él, que terminaría fichando por un buen equipo extranjero y enviando divisas a la maltrecha economía familiar. Pero el viaje fue un timo. Deambuló de un club a otro, nunca le pagaron. Jugó en siete equipos, entre ellos, el Cannes, donde coincidió con otro chico de catorce años que acababa de dejar atrás a su familia, un medio argelino, Zinedine Yazid Zidane. Los entrenadores decían que Curcic y el ex jugador del Real Madrid eran lo mejor que tenían. Es otro de los recuerdos más duros de Sasa, como cuenta en sus memorias. Cuando ve que empezaron juntos, que marcaron la diferencia a la vez, pero la realidad es que, al final, comparando, cuando Zidane hacía su gol de volea en la final de la Champions League contra el Bayern Leverkusen, Curcic estaba en la indigencia. Pero no adelantemos acontecimientos. La experiencia francesa no funcionó y Sasa volvió a su ciudad, a jugar al OFK de Belgrado.

Se cambió de barrio, se fue a Karabuma, y su fútbol explotó. Lo suficiente como para llamar la atención del seleccionador nacional, Ivica Osim, que se lo llevó a jugar un amistoso contra Brasil el 30 de octubre del 91. La camiseta yugoslava, como con dos rayos en plan AC/DC (o eso queríamos ver de críos), la que llevaron en Italia 90, era impagable. Los protagonistas, también. Bebeto, Raí, que metió un golazo por la escuadra desde fuera del área, Mauro Silva… Curcic sustituyó a Sinisa Mijhalovic en el descanso, pero no pudo evitar la derrota por tres a uno. Los croatas ya se habían ido. Los Plavi iban cuesta abajo. El país encadenaba ya tres guerras justo una detrás de otra. Pero Sasa estaba más contento que unas castañuelas. Para él, aquel partido fue la mejor experiencia en toda su vida. Ser internacional con 19 años, frente a Brasil…

Todo iba tan bien que empezó a salir de noche a diario y a beber. Iba a la kafana de Blek Pantersima, un bar-restaurante en un barco amarrado en el río Sava, un lugar que no es precisamente de lujo. Famoso por sus orquestas de gitanos, porque en las peleas que se organizaban alguno ha cogido Hepatitis C, y por quemarse enterito en una ocasión. Sasa se enganchó a la noche belgradense, que es bastante interesante, y no perdonaba una. Cuando sufrió su primera lesión de alcance, fue enviado al Hotel Metropol para recuperarse. El club le pagaba los gastos, solo quería que estuviese tranquilo. Pero Sasa se escapaba al bar del vestíbulo a emborracharse con tan mala fortuna que se enamoró. En el Metropol había una sala de striptease donde actuaba una bailarina rumana haciendo la danza del vientre. Empezó a acudir todas las noches a verla e invitaba a todo a todos los presentes para sorprender a la chavalita. Cuando se recuperó de la lesión, a las dos semanas, se había dejado en la barra 160.000 marcos alemanes. El empleado del OFK de Belgrado que cogió el teléfono cuando llamaron del hotel, cuenta Curcic en sus memorias que se cayó de la silla. Pero a él le daba igual. Cuando se enamoraba el fútbol dejaba de interesarle. Le presentó la señorita rumana a su madre y esta correspondió con un lacónico pero elocuente: “Es guapa”. Estaba escandalizada por las compañías que frecuentaba su hijo. “Para mí el dinero nunca fue importante, pero para todo el mundo que me rodeaba sí, como en esa época empecé a tener mucho dinero, eso significó que de repente cambiaron mis compañías”, se disculpa el futbolista en su libro.

Cuando fichó por el Partizan, pudo devolver a su club todo el pufo que había dejado en el bar del hotel. Ivica Osim, que además de seleccionador era el entrenador del rival eterno del Estrella Roja, lo pidió antes de irse como sustituto de Pedja Mijatovic, que había fichado por el Valencia. En total se habían marchado diez jugadores. Había empezado el embargo internacional a Serbia, o lo que quedaba de Yugoslavia, y el club necesitaba vender como fuera. Slavisa Jokanovic, por ejemplo, se marchó al Oviedo. Y el esloveno Zlatko Zahovic, a Portugal, para temporadas después también terminar en el Valencia. Aunque con el sustituto de Osim en el banquillo, Ljubisa Tumbakovic, entrenador del filial, y la llegada de Curcic, la desbandada no es que no se notara, es que el equipo mejoró.

Tumbakovic le ha contado a Jot Down en un telefonazo cómo diseñó esta plantilla:

“Nuestra estrategia fue la de seleccionar lo mejor de nuestra escuela en aquel momento, Ciric, Milosevic, Nadj… y tratar de fichar un jugador de calidad para cada línea. Así trajimos a Zoran «Bata» Mirkovic del FK Rad, que luego fue internacional y acabó en la Juventus, a Dejan Curovic, que luego se fue a Holanda, al Vitesse, y para el centro del campo cogimos al jugador con más personalidad del momento, también el que más nos habían recomendado, ese era Sasa Curcic”.

Curcic tenía un talento increíble, tanto técnica como creativamente. Tenía algo raro de encontrar en el fútbol, que es explosión y rapidez, pero también resistencia. Además, era muy carismático como persona. Eso también nos interesaba. Queríamos a alguien por el cual la gente va al estadio. Era un genio. Como jugador fue alguien enviado por el propio Dios… pero nadie es perfecto y él tampoco, claro”.

En cualquier caso, Sasa encajó como un guante en la plantilla. Pronto se convirtió en el jugador más generoso sobre el campo y el más querido en el vestuario. En su primera temporada, voló con los crno-beli (blanquinegros) hacia el título metiendo siete goles en treinta partidos. En ese primer año, coincidió con el que luego sería uno de los mejores amigos de toda su vida, el citado Savo Milosevic, también viejo conocido por la afición española. Aunque, en realidad, más de media plantilla del Partizan de esa temporada 93-94 terminó en España en plena fiebre compradora de yugoslavos: Ranko Popovic (Almería), Petar Vasiljevic (Osasuna y Albacete), Albert Nadj (Betis, Oviedo y Elche), Djordje Tomic (Atlético de Madrid y Oviedo), Dragan Ciric (Barcelona y Valladolid), Ivan Tomic (Alavés y Rayo), Milan Djurdjevic (Mallorca) y Ljubomir Vorkapić (Hércules y Almería). Un ejército de trotamundos, unos con mejor suerte que otros.

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Pero es que no quedaba otra que vender jugadores año tras año. No solo los clubes tenían problemas, en la época de las sanciones y el embargo a los ciudadanos empezó a faltarles prácticamente todo. Encima, el presidente del país, Slobodan Milosevic, tuvo a bien ponerse a imprimir billetes y la inflación alcanzó cotas nunca vistas en la historia de la economía mundial, un índice del 5.000.000.000.000.000%. Los precios subían por horas. Todavía mucha gente guarda «cariñosamente» sus fajos de billetes de diez mil millones de dinares que no llegaban ni para comprarse una tableta de chocolate.

En un principio, los jugadores del Partizan vivieron en su pequeña burbuja. Ellos se manejaban en marcos alemanes. Por eso atraían a todos los contrabandistas de la ciudad, que solían presentarse en el estadio en cada entrenamiento con su material. Dice Curcic que esos días empezó a interesarse por la moda. A comprar trajes caros básicamente. Y se hizo fiel a la marca de Gianni Versace. Como en el equipo había otro Sasa, el portero macedonio Sasa Ilic, y cuando llamaban a alguno de ellos los dos se daban la vuelta, desde ese momento sus compañeros decidieron llamar a Curcic «Gianni», como el diseñador, y de ahí surgió el mote que le acompañaría toda la vida: Djani. Sobre todo cuando entró en Gran Hermano, pero hemos dicho que no adelantaremos un solo acontecimiento.

Con el país en descomposición, castigado por las guerras y Serbia por las sanciones, la crisis alcanzó a todos. El Partizan, pese a ser campeón de Liga y Copa; pese a haber colocado a tantos cracks en el mercado, tuvo que dejar de pagar a los jugadores. Curcic chocó en seguida con Zarko «Zeka» Zecevic, el presidente del equipo. Cuando le exigió que le abonase la nómina, Zeka le contestó que debería ser feliz solo con jugar en el Partizan. Esto hirió el orgullo del jugador, que, como en él era costumbre, volvió a liarla. En esos tiempos de caos y locura colectiva en los restos humeantes de Yugoslavia, los jugadores del Partizan vivían alquilados en los pisos de los embajadores de la ex Federación en el extranjero, que tampoco debían andar muy boyantes. Curcic estaba viviendo en la parte alta de Dorcol, el barrio más viejo de Belgrado, en el piso del embajador en Suecia, Aleksandr Prlji, que también era el director del prestigioso diario Politika. Pues bien, como Curcic no cobraba, lo que hizo fue vender todos los muebles del piso. A Zecevic casi le dio un síncope. Citó al futbolista y le pidió que le explicara cómo iba a poder volver a mirarle a los ojos al embajador. Curcic dijo que no había solución posible, los muebles ya estarían en algún punto de la frontera con Bulgaria. El presidente solo pudo tirarse de los pelos. Actualmente, Zeka, recordando este esperpento, dice que lo que más le sorprendió de todo aquello es que no vendiera también los interruptores de la luz.

Tumbakovic nos sigue contando:

“En esa época era muy joven y empezó a tener un nombre en el mundo del fútbol y en el mundo paralelo de los medios. Con sus 20 o 21 años era muy bueno. Para mí era un ejemplo de deportista. Muy profesional, pero con sus bromas, sabía hacer reír a los demás, era encantador, con mucho charme. Entrenando era fantástico y muy trabajador, y luego también era muy disciplinado y responsable en los partidos”.

Una visión, la del que fuera su entrenador durante tres años, que contrasta con las anécdotas que Curcic deslizó en sus memorias. Como en una concentración en Guca, un pueblecito tranquilo, pero con alma de jarana. No en vano, es donde se celebra el festival internacional de la trompeta, un encuentro de amigos de este instrumento y la botella que deja las escenas más locas de las películas de Kusturica a la altura de una gala de Operación Triunfo. El Partizan estaba allí concentrado y a Curcic, cuando salían a tomar algo, nunca le apetecía volver al hotel. Entonces ideó una táctica, salir vestido de la habitación para irse de marcha con la misma ropa con la que tenía que entrenar por la mañana, así podía empalmar sin problemas. Pero la cosa fue a mayores. Una noche estaba tan borracho que se fue a dormir a la casa de un campesino del pueblo. Luego se despertó tarde y le tuvo que pedir por favor que le llevara al partido que el equipo iba a disputar en una ciudad cercana. Salieron a toda velocidad en el coche de ese buen hombre, llegaron a Uzice, Sasa preguntó a un tío que había en la calle y se dio cuenta de su error: el partido era en Lucani, se habían confundido de ciudad.

SasaCurcic_SavoMilosevic_DarkoKovacevic
Sasa Curcic, Savo Milosevic y Darko Kovacevic

Todas estas cosas no sucedían porque Tumbakovic fuese una hermanita de la caridad. Según rememora con Jot Down, en una de estas le echó de la concentración:

“Estábamos entrenando en un stage en Lepenski Vir, trabajando duro, muchas horas. Yo tenía el control de todo lo que se hacía cada día, un programa que se preparaba cuidadosamente hasta el más mínimo detalle. Los jugadores de noche solían estar cansados y solo querían dormir. Momento que aprovechábamos los entrenadores para relajarnos y echar una partida de cartas. Y en estas estábamos cuando de pronto levanté la vista y al fondo me encontré a Sasa apoyado en la barra con una jarra de cerveza enorme fumándose un cigarrito. Yo era muy estricto y no podía permitir que nadie después de las once no estuviera durmiendo, peor aún si estaba bebiendo. Para mí era una falta imperdonable. Mis asistentes me dijeron que tenía problemas familiares, que estaba deprimido, pero para mí eso no le justificaba y decidí echarle. Al día siguiente los compañeros alucinaron, Sasa se puso a suplicar, estaba casi llorando. Sus amigos vinieron a mi habitación a pedirme que por favor no le enviara de vuelta a Belgrado. Les hice caso. Los días siguientes los ejercicios subieron de intensidad y Sasa se puso a entrenar a tope. Se esforzó tanto que los compañeros que me pidieron que no le echara le dijeron que se relajase un poco ¡Al final se arrepintieron ellos de que se quedara!”.

Ocurre que Curcic era una de esas personas incapaces de tomarse en serio a sí mismas, de administrar sus esfuerzos. O lo máximo o lo mínimo. No tenía punto medio ni cabeza que pusiera orden y concierto en esa serie de impulsos. Tumbakovic sigue recordando dislates:

“Hubo un partido muy importante, el Derbi número 100 ante el Estrella Roja. Lo teníamos todo bajo control. Ganábamos 1 a 0 a la media hora. Todo iba sobre ruedas hasta que Sasa me pidió el cambio. Le dije ‘por dios, quédate más’. Algo me duele, contestó él. ‘Quédate más para que otro caliente’, insistí. No le dolía nada. En la segunda parte volvió a pedirme que le cambiara. Y a mí no me daba la gana sacarle porque por la derecha estaba Mirko Stojkovic, pero Sasa dijo que ya no podía más. Entonces le sustituí y a los pocos minutos el Estrella nos hizo dos goles por su lado derecho. Lo peor es que la culpa fue mía por dejar que Sasa me engañara. Es de los peores errores en toda mi carrera. Nunca se lo he perdonado, cada vez que lo veo se lo sigo recordando”.

Milos Saranovic, actual director de deportes de la cadena de televisión serbia B92, también ha recordado para Jot Down la impresión que le dejó el jugador aquellos días:

“Mientras jugó en el Partizan estaba claro que estaba naciendo una nueva estrella, pero no dejamos nunca de escuchar historias sobre su vida nocturna, que si chicas y que si fiestas, rumores que luego indirectamente nos confirmaron las noticias que llegaban de Inglaterra. Pero era uno de los jugadores con más talento que yo jamás haya visto en Serbia. Mis mejores recuerdos son de cuando aún estaba en el OFK de Belgrado. Era un regateador brillante, sus balones tenían ojos y era completamente impredecible. Un gran futbolista, pero al que le se le hacía durísimo aceptar las reglas del profesionalismo”.

Ni tampoco las del más mínimo decoro. Con la selección, en un partido contra Japón, cuando el seleccionador Slobodan Santrac le pidió que saliera en sustitución de Savo Milosevic, comprobó que se había olvidado las espinilleras. Yugoslavia perdió 1 a 0 y la prensa tituló en honor a Curcic “Un Ferrari sin espinilleras”. En el vestuario, el seleccionador dio un discurso que sonaba a dimisión. Les dijo “no puede ser que llame a un jugador y me diga que no ha traído su equipo mínimo para jugar al fúbol”. Pero Curcic, en lugar de darse por aludido, lo que estaba haciendo era rodar con su Sony a escondidas un vídeo casero de la escena, que le debía hacer mucha gracia. Parece que Stojkovic, irritado, filtró el incidente a la prensa, pero Curcic ya estaba disparado hacia ninguna parte. En esa concentración le cogieron con dos japonesas en la cama del hotel. Dijo que lo había hecho “para divertirse un poco” y que el problema era que el seleccionador “estaba celoso”. Nadie le metía en cintura.

De todas formas, había sido gracias a uno de estos viajes con la selección con lo que consiguió que le fichara el Bolton. Los ojeadores del club inglés acudieron a Salónica en septiembre del 95 a ver a Dejan Govedarica, que se lesionó en el último momento. Curcic ocupó su lugar y metió el primer gol. Los enviados del Bolton pudieron quedarse con la cara de uno de los centrocampistas a los que se enfrentaba, Vassilis Tsartas, la que pudo ser la mejor zurda de Europa, pero le eligieron a él.

Antes de que el equipo inglés pusiera los millones sobre la mesa, Curcic había firmado por el Atlético de Madrid, pero la operación no llegó a realizarse, o sea, que los Gil no pagaron. Sasa dice que cree que fue Radomir Antic quien finalmente echó abajo el fichaje porque no le encajaba en su esquema. Y no le quita la razón, Sasa también considera ahora que no se hubiera integrado en su Atlético de Pantic y el doblete. De hecho, en su momento se alegró de no venir a España. Creía que ya había demasiados serbios en la piel de toro y prefería abrirse paso en Inglaterra, con menos competencia.

Sasa_boltonAsí que en el 96 llegó al Bolton como sustituto de Jason McAteer, que se fue al Liverpool por cuatro millones de libras. Al principio alucinó con las costumbres, como que cada jugador calentase por su cuenta, algo que en Serbia hacían todos juntos en equipo siempre. Y si bien en un inicio no brilló, pronto llegó al corazoncito de una afición que no tardó en considerarle diez veces mejor jugador que McAteer y la mitad de caro. El director técnico del Bolton, Roy McFarland, le dio instrucciones claras nada más llegar: “No quiero verte defendiendo, solo tira para delante hacia la portería ¡no defiendas!”. Y Curcic se adaptó perfectamente. De octubre del 95 a mayo del 96 fue el man of the match dieciocho veces.

Sky Sports rodó un documental de una hora sobre su vida. Norman Blount, presidente del club escocés Queen of the South, pudo haberlo fichado. Por medio de un serbio que tenía una pizzería en su ciudad contactaron con Ivan Golac, el mítico jugador del Partizan, que logró traer a su antiguo club a jugar un amistoso. Los crno-beli les metieron cuatro. Sasa se salió y Blount creyó haber visto al “nuevo Gheorge Hagi”.

En Bolton le bautizaron como «El serbio mágico». La afición le adoraba, hasta le llamaron la atención por celebrar un gol entre los hooligans. Él devolvía los cumplidos: «Cada partido que juego para Bolton es especial y creo que los fans de Bolton son también especiales. Me siento como si estuviera en el mejor equipo de Inglaterra», declaró. Pero hubo otro pequeño problemilla: bajaron a segunda. Estuvieron a punto de salvarse, pero no lo lograron. En cualquier caso, Curcic aseguró que cumpliría los cuatro años de contrato igualmente, lo que cayó maravillosamente bien entre los aficionados. Así que se fue muy tranquilo de vacaciones a Barbados con Savo Milosevic y su mujer, de recién casados, y Dragan Ciric y su novia. Sasa, por su parte, se llevó a una chavala que no paró de pedirle dinero cada día para comprar ropa. El protagonista de esta historia terminó tan harto de ella que, en el avión de vuelta, abrió el equipaje de la chica y le regaló a los pasajeros toda la ropa que había comprado. Ella se puso a llorar. La pobre pensaba que, como Sasa solo la iba a utilizar para ser un rollo de verano, no le quedaba otra que aprovechar la situación.

Cuando volvió a Bolton recibió una llamada. Era del club donde estaba su amigo Milosevic, el Aston Villa. Le hacían oferta millonaria. Aunque estaba encantado, no lo dudó. Se dijo “es momento de hacer caja” y tomó una decisión de la que se arrepentiría toda la vida.

(Continúa)

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12 Comentarios

  1. Pingback: Anunció que dejaba el fútbol sin haber cumplido la treintena para, literalmente, dedicarse “a follar”

  2. Alejandro

    vale tanto la pena esta publicación……gloria bendita en estos tiempos que corren!

  3. Estupenda crónica de la vida de este hombre, fantástica la «ambientación» de la historia. Enhorabuena.

  4. Tendríamos que formar el Club amigos de Yugoslavia desde Jot Down ¡qué historias más maravillosas!

  5. Hay Serbio… hay artículo. Balkania!!

  6. Como la vida misma…gran articulo

  7. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Sasa Curcic (y II): el Dennis Rodman serbio

  8. Grandes historias desde los balcanes … Enhorabuena por el artículo

  9. Como siempre, Alvin un exclente artículo.
    He sentido curiosidad por el turbo folk.

    http://www.20minutos.tv/video/gjnxJO16-turbo-folk-la-musica-de-la-mafia-serbia/0/

  10. Guakamayo

    Qué gran artículo! Felicidades al tridente de autores. Me reservo la segunda parte como los chiquillos el chocolate de la merienda.
    Quería hacer una aportación tardía. En la foto de la plantilla del Partizán 93/94 reconozco otro rostro: Nebojsa Gudelj, buen zurdo que jugó en el desaparecido CD Logroñéz y, creo, en el Leganés. Primo, por cierto, de aquel histórico cañonero del Celta con el que compartía apellido.

  11. wallander

    estupendo articulo de un jugador del que tenia vagos recuerdos pero con tanto yugoslavo bueno y exportable que habia en aquella época se han difuminado.
    aun asi aguantó en una yugoslavia bélica hasta el 95

    solo añadir al igual que guakamayo que en esa foto de la plantilla del partizán también hay otro jugador que aterrizó en España: Branko Brnovic (sentado el 3º por la izquierda), gran mediocentro del Espanyol de Camacho, Lardín, Raducioiu, Arteaga

  12. Pingback: ¿Quién ha sido el deportista más original y carismático?

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