Casi siempre tendemos a recordar a los músicos con un somero resumen. Prueba a preguntar en un bar con la música a tope por una canción que te ha gustado y no sabes de quién es. Te darán una referencia breve, normalmente atenta a los aspectos macabros. Casi como una reacción automática. Así Bon Scott es el primer cantante de AC/DC, el que murió borracho ahogado en su propio vómito. Cass Elliot, la voz de The Mamas & The Papas, la que pesaba 100 kilos y falleció atragantándose con un bocadillo —un falso rumor pero que nunca está de más recordarlo—. Y Skip Spence, por citar otro ejemplo, el tío de Moby Grape, sí, el que en un mal viaje de ácido intentó asesinar a sus compañeros entrando con un hacha de bombero en el estudio de grabación y acto seguido le ingresaron en el psiquiátrico. Así hasta la saciedad.
Roky Erickson, por su parte, entraría en esta última categoría lisérgica. Te dirán: es el autor del histórico hit You’re gonna miss me, y el buen hombre que, tras detenerle la policía con un porro de marihuana, fue ingresado en un manicomio donde le dieron electroshock hasta destrozarle el cerebro para terminar firmando, diez años después, una especie de declaración jurada dirigida al Gobierno de Texas en la que aseguraba ser un alienígena del espacio exterior. Cosas que pasan.
Humano o extraterrestre, lo cierto es que la obra de Roky, que nos visitó a finales del año pasado, es una de las trayectorias más brillantes de la historia de la música popular. Y hay que subrayar que sus trabajos más notables vinieron cuando ya tenía el cerebro frito y deshecho por el electroshock e incluso estaba frisando la indigencia. ¿Es esto posible? Sí, señora.
Hay un documental de 2005 que lleva el título de su canción más famosa: You’re gonna miss me. Dirigido por Keven McAlester, el reportaje relata la pelea por la custodia legal de Roky a principios de la década pasada entre su madre y su hermano, que es como si litigaran por cuidarte Sasa Curcic y Paul Gascoigne. La muy religiosa madre es partidaria de no medicarle y dejarlo a su aire. El hermano, que se gana la vida tocando la tuba en una orquesta, es un new age que quiere que haga la misma y extravagante psicoterapia que él.
En las primeras escenas vemos cómo era un día normal en la vida de Roky mientras le cuidaba su madre. Enciende todos los aparatos eléctricos que hay en su casa, pone a tope la radio, la televisión y un organillo que tiene en el salita. Se sienta, se acomoda bien en el sillón, se pone unas gafas de sol y entonces se relaja por fin. Es lo único que puede hacer para no escuchar las voces que hay en su cabeza gritándole.
Dice la sabiduría popular que todo el mundo puede tener una patología mental grave en estado latente y que, determinadas circunstancias, ya sea la droga o el estrés, te la pueden activar. Si esto que se dice en los bares para justificar determinados arrebatos o idas de pinzón es cierto, está claro que Roky tenía un dado vital en el que en sus seis caras salía dibujado un embudo y una trompeta. Veámoslo.
Su padre era alcohólico. Y por lo que dicen las diferentes versiones, un borracho peculiar. No hablaba. Su exmujer confiesa que se sentía como si se hubiera casado con una piedra. Solo había silencio y mal rollo en esa casa y a Roky, el mayor de los cinco hermanos, le tocó hacer de pararrayos. No es extraño que como todos los niños raros de la época pronto pasara del cristianismo y los musicales de Broadway de su madre a volcarse en su mejor amiga, la radio. Abrazado al aparato conoció y empezó a amar el rock and roll, especialmente el de otro tejano que marcaría su música de por vida: Buddy Holly. Pero también a Bo Diddley, Little Richard y James Brown. En una entrevista con el periodista Allan Vorda, Roky describió así al padrino del soul: “Actuó una vez en Austin, empezó a tocar su órgano y, lo digo como un cumplido, aquello me horrorizó. Escucharle me aterrorizaba, porque estaba como totalmente entregado a su órgano ¡Y cómo gritaba! ¡No podía creerlo!”. También le influyó un poquito más tarde lo que llegaba de Inglaterra, Keith Richards, John Mayall y las dos formaciones legendarias de los Yardbirds, la de Eric Clapton y luego la de Jeff Beck.
Con este credo y expulsado del instituto por no querer cortarse el pelo un mes antes de la graduación, Roky se centró en su grupo, The Spades. Con ellos sacó un single y dio a conocer en directo su gran composición, You’re gonna miss me, que había escrito con 15 años. Tras unos movimientos por la escena local, terminó en los 13 Floor Elevators. Un proyecto tutelado por un poeta beatnik, Tommy Hall, y su mujer, Clementine. La pareja, de mayor edad que el resto de músicos, les introdujo en los alucinógenos y les dio de leer a Nietzsche, a Crowley y demás elementos. También dicen los papeles que el nombre del grupo se debía a que en la mayoría de edificios altos de Estados Unidos nunca hay piso número 13, se pasa del 12 al 14, y que la eme de marihuana es la letra decimotercera del alfabeto. Puede parecer rebuscado, pero para ellos, que se estaban metiendo a tope en una droga que les llegaba fácil del país vecino, el peyote, y la que se estaba poniendo de moda, el LSD, era toda una declaración de intenciones.
Son varios los aspectos musicales por los que pronto lograron marcar la diferencia pero, esencialmente, el que ha pasado a la historia es el jug. Se trata de un instrumento que empleaban los grupos de country y bluegrass de la época que no es otra cosa que una simple botella, aunque por ahí la llamen jarrón eléctrico y cosas parecidas. Tommy Hall acercaba el micrófono al cuello de la misma, soplaba y pronunciaba incongruencias que, amplificadas con el invento, se convirtieron en sello distintivo del grupo. Y lo sigue siendo, aunque, personalmente, confieso que la primera vez que escuché entero un recopilatorio de los 13 Floor Elevators casi tiro el disco como un frisbee hasta las narices de la botellica.
En realidad, la voz a veces desquiciada, a veces inquietante, y también dulce de Roky y la forma de tocar la guitarra de Stacy Sutherland eran mucho más vanguardistas y bastante menos onerosas que el jug. Billy Gibbons, el de ZZ Top, que por aquel entonces andaba en un grupo no tan rústico, The Moving Sidewalks, dice en el citado documental que toda la escena estaba mamoneando con el folk hasta que escucharon a los Elevators y en muy poco tiempo cambiaron su sonido. Fue una revolución bien conocida. La primera vez que se ponía a unos pelanas la etiqueta de rock psicodélico.
Con mezcalina para desayunar, LSD para cenar y el resto del día solucionado a base de marihuana, fueron descubiertos por Lelan Rogers, hermano del ínclito Kenny. Su primer LP, con You’re gonna miss me, Fire Engine y sus sirenas, o Roller Coaster, es un disco que está en todas las listas de la década, de pioneros, de álbumes históricos, de lo que quieras. Dice una biografía que cuando su estilo musical ya estaba despegando hacia la otra dimensión, Grateful Dead todavía hacían versiones de Motown y gracias. También Gimme shelter de los Stones, afirman los entendidos, tiene unos cuántos préstamos de Reverberations, otro diamante de ese primer disco.
Por aquel entonces, una titi que estaba empezando, Janis Joplin, fue su telonera un par de veces. Lo suficiente como para absorber de Roky como una esponja. De hecho, estuvo a punto de entrar en el grupo, pero finalmente se fue con sus Big Brother and the Holding Company. La crítica especializada también insiste en que sus gritos son made in Roky.
Pero siguiendo el arquetípico guión biográfico de tantos grupos de los 60, llegó el mal viaje que puso un punto de inflexión. El batería John Ike Watson lo cuenta en el documental. Hall se pasó con la dosis de ácido para ensayar. Las paredes se empezaron a derretir, la batería se le comía, se cayó, casi se rompe el cuello, tuvo que salir del local, estaba muerto de miedo y se percató de un detalle que marcaría el futuro de la formación: los demás estaban encantados. Se negaban a reconocer que era un mal viaje, estaban a gusto así. Él abandonó el grupo. El bajista Ronnie Leatherman tampoco pudo con ese ritmo y le siguió.
El otro punto de inflexión lo puso la policía. Al principio las autoridades no le prestaron demasiada atención al auge de la droga entre la juventud, pero cuando la cosa pasó a mayores decidieron meter mano dura. Eso de al derecho por el hecho tan propio de nuestros sistemas democráticos garantistas. El grupo se convirtió en un objetivo prioritario y les marcaron de cerca hasta que, finalmente, un día fueron detenidos todos cuando estaban fumando hachís en el apartamento de Hall. Tuvieron suerte y les dejaron en libertad vigilada, pero era el primer aviso.
Antes de la desbandada de los miembros del grupo que no querían morir jóvenes y convertirse en la obsesión de la brigada antinarcóticos, su segundo disco, Easter Everywhere, había sido otra gema. Incluso mejor que el debut. En la biografía del grupo de Paul Drummond viene que se rumorea que Bob Dylan piensa que la versión de su It’s all over now, baby blue es su favorita de todas las que le han hecho. Pero lo que es una certeza es que muestra todo lo que puede transmitir Roky en una canción. Pone la piel de gallina a poco que no estés muy sordo. Podía haberse convertido en un cantante de referencia, pero a partir del verano del amor nada volvió a ser lo mismo.
Clementine Hall recuerda que a partir de julio del 68 Erickson empezó a escuchar voces dentro de su cabeza. Le decían cosas horribles. Y él estaba harto, lloraba pidiendo que pararan, gritando lo feliz que sería si dejase de oírlas por un instante. En San Francisco, le tuvieron que meter en el mar a ver si con el impacto de las olas en su cara recuperaba la consciencia. Efectivamente, el diagnóstico fue esquizofrenia. Y parece ser que la mejor medicina que encontró fue meterse en el caballo. Ese salto es al menos el que da el documental, que tras narrar este problema pasa a un testimonio de su primera mujer, Dana Gaines, que parece sacado de El Pico 2: “Roky me dio 13 dólares para que le comprara heroína. No es dinero suficiente. Una chica me llevó a la casa del camello y dijo: esta chica viene a comprar heroína para su novio con 13 dólares. Todos se rieron. Me metieron en una habitación, cerraron la puerta detrás de mí, me cogieron el brazo y me pusieron una dosis. Tuve un subidón increíble, empecé a decirles a los dos tíos que tenía enfrente que les amaba, que les quería, hasta que me puse a vomitar, fatal, muerta de miedo. Uno de ellos dijo: tiene una sobredosis. Entonces me tuvieron andando en círculos durante horas. Me salvaron la vida. Y luego me llevaron a casa y me dieron la dosis de heroína que había ido a buscar para Roky. Cuando se la pasé, me dijo: ¡pero cómo has tardado tanto!”.
Las idas de olla pasaron a ser una dinámica continua. La propia de una persona que toma LSD habitualmente y DMT, una variante con efectos mucho más potentes. La discográfica intentó que bajara un poco el pistón. Sobre todo en una ocasión en la que desapareció varios días con su coche. Pero al final el toque se lo dio la policía. Le cogieron con un porro de marihuana y el fiscal pidió diez años de cárcel. Su abogado preparó una defensa un tanto extraña. Alegó que su cliente en los últimos años había tomado 300 dosis entre LSD y todo tipo de drogas y no regía, que era mejor mandarlo a un sanatorio mental. Allá fue, a uno de máxima seguridad.
El Ruck State Hospital era famoso porque en una revuelta reciente los internos, en venganza, le habían aplicado al médico el electroshock al grito, literal, de: “¡Vamos a darle electroshock hasta que se cague!”. Siendo un recluso más, Roky trató de aislarse de ese ambiente. Sentado en un rincón, se dedicaba a componer música. Pero su psiquiatra en el centro revela en el documental que al final terminó formando un grupo de rock con otros internos: “El bajista había matado a dos niños, violó a la madre, la acuchilló con un bolígrafo y le sacó un ojo, el guitarrista había matado a sus padres y otro había violado a un niño y lo había asesinado después”, recuerda el doctor.
Estuvo ahí metido cerca de tres años. Recibió electroshock y un tratamiento a base de thorazina, un antipsicótico. Al cabo de tres años, la presión de su familia, la de un abogado que le dio por investigar qué hacía un tío condenado por llevar un porro en el bolsillo entre los asesinos más peligrosos del país, y que Roky empezó a mostrar interés en Jesucristo, todo eso, sirvió para que saliera. Pero ya no era el mismo. Decía que era un alienígena.
En la historia del pop hay otro músico que también se las vio con el electroshock y salió vivo para contarlo, Lou Reed. En las primeras páginas del imprescindible Por favor mátame de Legs McNeil y Gillian McCain, lo cuenta John Cale y el propio protagonista lo confirma: “Te meten esa cosa por la garganta para que no te muerdas la lengua, y te ponen electrodos en la cabeza. Es lo que recomendaban por aquel entonces en el condado de Rockland para reprimir los sentimientos homosexuales. En realidad, pierdes la memoria y te conviertes en un vegetal. No puedes leer un libro, porque cuando llegas a la página 17 tienes que volver a la página uno”.
Roky, ya en libertad y presumiblemente con estas secuelas que describe el guitarrista y cantante de la Velvet, cambió todas las referencias a la Biblia en sus canciones por menciones al diablo, las llenó de blasfemias. El nombre de su nuevo grupo no podía ser más elocuente con lo que él creía que era, un extraterrestre blasfemo: Blieb Alien. En una entrevista televisada dijo que en su vida había pasado por tres fases: “Primero, un cristiano; después, un demonio, le vendí mi alma al diablo y, por último, por fin supe quién era: un monstruo, un gremlin, un goblin, un vampiro, un fantasma y un alienígena con el cerebro gigante”. —Sí, todo a la vez.
Ocurrieron dos sucesos determinantes en los 70 tras su salida del manicomio hecho un cuadro: una, que intentó rehacer su vida gracias a una medicación que le iba bien. La que fue su pareja, Holly, lo relata como que todo era ideal, una maravilla de relación durante una temporada muy larga, hasta que un día se encontró las pastillas debajo de la almohada y que Roky se había escapado por ahí a ponerse de speed. Le dejó en el acto y él fue cuesta abajo desde entonces; la otra, para nosotros más importante, es que en esta deriva mental siguió componiendo canciones de una calidad exquisita.
Dejemos definir la magnitud de esas composiciones a los que saben. El crítico Byron Coley opina: “es asombroso que un tío pudiera hacer discos increíbles en los 60, en los 70 y en los 80, casi nadie logró eso”. Thurson Moore, de Sonic Youth, le da la razón y explica que lo más curioso de todo es que nada en la evolución musical de Roky parecía calculado. Si bien siempre estaba recurriendo a los mismos temas y obsesiones en las canciones, “sencillamente, todo parecía realmente libre”.
Digamos que no son pocos los músicos de los 60 que tuvieron que reinventarse forzosamente con el paso de las décadas, las modas, la evolución de los estilos y la aparición de otros nuevos. En bastantes casos, con resultados ridículos, otras veces pobres y en algunos resultones y hasta dignos. Pero Rocky es distinto. Pionero del rock de los 60, cuando aparece en los 70 y principios de los 80 todas las vueltas de tuerca que habían dado Led Zeppelin, por ejemplo, él las introduce en su música de forma completamente natural, sin artificios. Sigue siendo lo mismo de antes, pero es completamente nuevo. Fresco, actual. Podría ser un adolescente que surge rompedor a mediados de los 70.
De hecho, en esas fechas vivió cierto auge gracias a explosión del punk y la Nueva Ola. Pero en las canciones que grabó durante todo este tiempo no hay corsés de época, hay rock and roll clásico, hay hard rock, hay psicodelia, hay pop, actitud punk (inherente en este caso). Es espectacular lo que apunta el tío de Sonic Youth, lo estudiados que suenan esos discos, cuando en realidad Roky andaba por ahí despendolado, con unas barbas enormes, preocupado de afirmar ante notario que él era alienígena. No en vano, la carta donde lo hizo no puede ser más clara y estar mejor estructurada. Si fuese un comentario de texto tendría un 9,5.
Claramente, tenía las neuronas como coches de choque de feria ambulante. En su disco Live at the Ritz 1987 de New Rose hay una entrevista que le hicieron a principios de los 80 en San Francisco —que transcribió el Ruta 66 nº 105 de marzo de 1995— que muestra de forma bastante poco discutible cómo andaba de la azotea al comenzar los años 80. Aquí va un pequeño resumen:
“Rocky: Hace unos años les brindamos You are gonna miss me y, ahora, todos los fans de Roky Erickson deben ponerse a dar botes y anunciar que los marcianos han aterrizado una vez y otra vez (…) Soy el amigo del Llanero Solitario, el Hombre Lobo de Woodstock, aaaauuu! En Austin me llaman el bromista, aquí se me conoce por Apestoso. En verdad os digo, con toda mis sangre fría, que mataré a todos los del pueblo, una y otra vez, porque allí no hay nada. ¡Matadles, otra vez y otra vez! Yo los mataré en orden alfabético, para que no escape ni uno. Nada frenará el terror en el estudio esta noche.
Locutor: Estabas en los 13 Floor Elevators ¿no?
Roky: Sí, creo que dos cabezas deberían rodar escaleras abajo. Si pudieras tener un montón de cabezas, rodando escaleras abajo con mucha rapidez, a la gente le gustaría mogollón verlo. Si haces una fiesta, debes divertirte (…) Me han dicho que Lou Reed está en la ciudad, busquemos a unos tipos duros y vamos a darle un curro.
Locutor: ¿Te gusta Lou Reed, Roky?
Rocky: Soy el único que puede tener a Lou Reed en la palma de la mano. Si te gusta Frankestein, y a mí me gustó mucho, no hay problema. Hace un rato hemos estado tirándonos cerebros aquí en el estudio. Uno se cayó al suelo y rebotó.
(Dan paso a las preguntas de los oyentes)
Roky: ¡Pero si yo ni siquiera tengo un teléfono en casa, no podrán llamarme! Uh, una vez me llamó Bette Davis y me dijo que me iba a cortar la cabeza. Esto… no sé si contestaría al teléfono si fuera Jack el Destripador quien llamara.
Oyente: ¿Qué has estado haciendo desde tu último concierto en San Francisco?
Roky: ¡El mundo se acabará antes incluso de empezar! Yo he tenido un montón de encuentros con marcianos. Me gustaron mogollón Encuentros en la tercera fase y La guerra de las galaxias, una película sobre marcianos que se dan de hostias unos a otros. Yo era un marciano, ya no lo soy, pero también dije que si tuviera una pistola no la utilizaría contra nadie.
Oyente: ¿Qué opinas de la new wave?
Roky: ¿Qué si me gustaría matar a un negro? ¡Oh, sí, adelante! Yo digo: ¡mata a ese negro, mata a ese hijo de puta, una y otra vez! Es una película de La noche de los muertos vivientes, aunque no estoy seguro. (…) Hey tíos, si llamáis no me peguéis un tiro por teléfono! Me gustan los Sex Pistols, me gusta mogollón su canción Hot cars.
Oyente: ¿Cómo se llama tu grupo de ahora?
Roky: Les hago ir por ahí disfrazados de cobra. Los Aliens. Puedo cazarte si no me cazas tú antes. ¡Tíos, mi micrófono no funciona! ¿Hey, en qué emisora estamos?
Locutor: Roky ¿quieres cantarnos algo?
Roky: I walked with a zombie, i walked with a zombie, bam-bom-bi, bam-bom-bi, ¡Zombie, zombie!…”
Pues de esa cabecita que ven ahí, que muy bien pudo haber enviado a Karanka a la entrevista, salieron canciones de toma pan y moja; canciones a ritmo de guitarrazos que imponen verdades irrefutables… aunque luego en las letras se nos hable de que si él nunca tuvo un martillo ensangrentado, que si el perro con dos cabezas, que si la criatura del cerebro atómico…
En el Ruta 66 nº93 de noviembre de 1987, Dr. Rawk describía así esta trayectoria en solitario: “es un desvarío continuo hecho de pesadillas y cambios de humor, que va de lo acústico a la más furibunda electricidad, y de la lucidez a la demencia con incesante vitalidad de poseso ¡Y Ozzy Osbourne se cree loco! Nadie interesado en el aspecto patológico del rock debería perdérsela”.
Hay bastantes discos editados tras los Elevators. Quien quiera acercarse a su magna obra con lo que tiene que hacerse es, concretamente, con I think of demons (1980), Don’t slander me (1986) y True love cast out at evil (2010). Ahí está todo lo imprescindible. Y una vez digeridos estos tres álbumes, ya puede uno sumergirse en el océano de directos y acústicos. Pero es solo una humilde sugerencia. Hay quien con lo que más jondamente se emociona es con la vertiente no eléctrica.
Después de firmar el acta notarial en la que afirmaba provenir de otro planeta, Roky se alejó de la música. Pertenecen a ese exilio las imágenes del documental en las que le han arrestado por robar el correo constantemente a todos sus vecinos, donde juega con Mr. Potato con su madre. Demencia y demencia hasta que es rescatado y vuelto a medicar por su hermano en 2005. Aunque, al fin y al cabo, oye, no tuvo tan mala suerte. A Stacy Sutherland, tras encadenar adicciones de toda clase durante años, le mató su mujer ‘accidentalmente’ de un disparo durante una trifulca doméstica. Danny Galindo, el bajista de Easter Everywhere, murió de hepatitis C. Y Benny Thurman, también bajo pero en el primer LP, quien dijera que nadie quería entrar en los 13 Floor Elevators porque aquello era «muy raro, una casa de locos haciendo un estilo de música como ‘el armageddon en tu mente'», nos dejó en 2008.
Concluiremos volviendo a otro Ruta 66. Número 241 de noviembre de 2007. Iván López Navarro reflexiona sobre la condición mental del protagonista: “Siempre ha parecido poseer una especie de humor negro que parecía alejarlo de sus demonios interiores (…) sus entrevistas siempre parecen alejarlo de esa imagen de artista pusilánime y sufridor que tanto mola en la comunidad indie. Aunque resulta extraño que Erickson no haya entrado en esa mitificación del artista torturado que tanto gusta en ciertos sectores. Sectores que ponen de manifiesto esa concepción tan cristiana y ridícula de sufrir por el arte, como si eso fuera un marchamo de calidad para una obra”.
A mí, personalmente, los Elevators me parecen un grupo muy bueno, de un valor histórico que no admite discusión, pero las canciones que no dejo de pinchar cada pocos meses son las de Roky en solitario. Pasan los años y nunca me canso de él. Siempre me marco mi semanita Erickson de cuando en cuando. Hasta su último disco, cuestionado por parte de la crítica a causa del grupo que le acompaña, Okkervil River, me hace tiritar los parpadillos.
Con ese mismo grupo de acompañamiento vino a finales del año pasado al Festival Purple Weekend de León. Desgraciadamente no pude ir. Investigando qué tal había estado, me hizo mucha gracia leer en ipunkrock que, según un forero, hubo gente entre el público quejándose de que Roky estaba gordo, a lo que otro usuario le contestó preguntándose si es que ahora a los conciertos va la gente a hacerse pajas. Particularmente, un vimeo me ha despejado las dudas sobre la actuación de marras: tuvo que estar como el mismísimo Dios que es.
Algunos tuvimos la suerte de verle en León y la sensación suponemos que es muy parecida a la que tuvieron esos niños en Fátima (nosotros íbamos menos drogados,eso seguro). Fue algo místico.
Creo que es uno de los mejores relatos que jamás he leído. He reído a carcajadas en la parte de la entrevista, pero no se puede evitar sentir pena por la suerte que le tocó vivir a este hombre. Modelo a imitar, en lo que a la música concierne claro.
Gracias por descubrirme a este genial músico. Llevo un buen rato escuchándolo y no me canso.
¡Qué grande Roky! Coincido totalmente en lo de que prefiero su carrera en solitario.
Otro ejemplo más de que en la música (o al menos en la que a mí me gusta) lo importante no es si eres más o menos bueno. Lo importante es que seas único y que moles. Y R. Erickson mola mazo (que diría Camilo Sixth).
Mi preferida: White Faces y, por supuesto, I Walked With A Zombie.
me da miedo. sin embargo, hay un recopilatorio que no cansa nada, un disco de tributo llamado ‘the psychedelic sounds of the sonic cathedral’, en el que salen unos cancionorros de mucho cuidado. incluso sale el propio roky cantando con unos mozalbetes. un discazo.
enhorabuena por el artículo.
Desternillante, apasionante y sobre todo, enriquecedor. A escuchar a estos reyes de la psicodelia.
Pingback: Roky Erickson: padre de la psicodelia, superviviente al electroshock y… alienígena
Sus arrobas no, pero si me desasosiegan tanto su americana blanca como esa forma de colgarse la guitarra a media panza, por lo mucho que me recuerdan al palizas de BB King.
Y siendo mas partidario de su faceta eléctrica, pocas canciones me parecen mas hermosas que «You’re an unidentified flying object».
Por lo demás, chapó por el artículo, y desear por un lado que no se muera nunca Roky y por otro un doloroso prolapso anal al cretino que se dedica a subir videos del «The Evil One» rotulados en Comic Sans, aunque esto probablemente lo aprobaría de forma fervorosa el propio Roky.
Confieso que la americana blanca a mí me conquistó a primera vista.
En el rock y el pop la música es mucho menos importante y determinante que la personalidad del músico.
Entiendo -hasta cierto punto- la fama de los 13th floor elevators, no así la trayectoria en solitario de este señor, un músico menor elevado a los altares -ultimamente parece haberse puesto más de moda que nunca entre la intelligentsia roquista- sin que todavía haya podido entenderlo del todo, como no sea por la típica atracción por el malditismo, la aureola del perdedor y la locura. Ya que se cita en el artículo, ¿por qué no Skip Spence? o mejor aún, el más oscuro Twink, ex-batería de Pretty Things, Pink Fairies, Tomorrow, y otro pirao de cuidado. Tampoco es que me interese mucho más Twink, sólo hago notar cómo funcionan las modas, gustos e ideologías en esto de la «historiografía» del rock.
Ya me supongo que hablar por enésima vez de Syd Barrett tiene que ser cansino, pero para genio iluminado él -ya no digamos Brian Wilson- y dejémonos de bobadas
Gracias por el comentario. Lo cierto es que a mí me gusta bastante más Roky que los Ascensores. Y de hecho, le escuché antes a él que a ellos ¡así es la vida! En cualquier caso, en este espacio intentaré contar la historia de todo aquello que merezca la pena ser contada. Y si es músico, al margen de su lugar en las diferentes historiografías del rock, que me traen bastante sin cuidado. El único motivo por el que he elegido Roky es porque vino a tocar. Es más, quería hacer coincidir esto con el Purple, pero la vida es muy dura.
Claro, pero eso es debido a que de forma inconsciente recuperas de una de tus cirunvoluciones cerebrales la imagen de una americana blanca conteniendo dentro a Lee Brilleaux tocando la armónica en el escenario del Old Grey Whistle.
Le descubrí por casualidad en el festival de jazz de Denton, TX, este año, y me impactó mucho. No conocía su historia, aunque imaginaba que, por la letra de sus canciones, habría algo más que ‘solo’ droga.
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Que jartá a reír con el coñazo de la botellica,me he sentido completamente identificado.