No es lo mismo querer morir que querer matarse. Y hasta que los desahucios y el acoso escolar no se han cobrado sus víctimas en un sacrificio ritual que la sociedad posmoderna ofrece a sus dioses —como el minotauro se cobraba puntualmente sus jóvenes de entre lo más selecto de la sociedad cretense—, hemos mirado poco el suicidio de frente. Poco o nada. “Cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades”, escribió ese poeta eléctrico que fue Gabriel Celaya, a propósito de algo que no era el suicidio, pero que lo absorbía como el cosmos fagocita la vida y la muerte: la habitual capacidad del ser humano para bajar los párpados cuando descubre incertidumbre en lugar de pálpito caliente de carne. Ya lo sentenció Faulkner —y lo remarcó Laforet con marchamo patrio—, cuando imprimió que el sexo y la muerte eran “la puerta de delante y la puerta de atrás del mundo”.
Hoy los suicidios son noticia, igual que los asesinados han sido noticia desde que la Biblia se convirtiera en la publicación más extensa de sucesos de la humanidad. La muerte a mano propia la habíamos expulsado de los medios de comunicación por temor a un efecto contagio. Ahora se ha dado la vuelta al asunto para intentar evitar que el sufrimiento de los jóvenes que son acosados —por Internet o en vivo y en directo— les empuje a la puerta de atrás del mundo sin haber transitado apenas por él, al menos en tiempo, aunque ya explicó Ernesto Sabato a quien quisiera entenderlo que el tiempo no era mesurable por cronología sino por intensidad de vida y, en eso, nadie puede saber cuánto vivió un suicida. Lo que sí está claro es que el tema tabú por excelencia en cualquier religión monoteísta y, por tanto, en la mayoría de las sociedades por número de habitantes, se ha convertido de la noche a la mañana en trending topic.
Echemos la vista atrás para recorrer cómo estuvimos tanto tiempo de espaldas a un asunto al que ahora no sabemos cómo darle la mano.
Séneca, que tanto prestigio consiguió allá por los años cero de esta era cristiana que tan cainita está resultando, terminó con su propia vida. La enorme reputación conseguida por el patricio pensador era síntoma de la consagración de su nobleza de espíritu y —envidia mediante— soliviantó a tantos y tan tremendos enemigos, que el encarnizamiento con que tuvo que batirse le hizo paladear la tierra seca que es una vida vivida en serio. A partir de esos años y con el afianzamiento cristiano como lo que hoy sería una política de Estado y entonces se llamó religión, lo de hacerse cargo uno de mismo de su propio final estuvo proscrito.
La grandeza de elegir matarse pasó a convertirse en pecado, sobre todo a partir de un pensador con cierto tufo hipócrita como fue San Agustín. Hipócrita, ¿por? Por convivir catorce años con una mujer, tener un hijo con ella y después renunciar al amor humano por la sed de poder en la institución más descollante de la época. Hay quien puede pensar, incluso, que la disfrazó —su ambición—, como tantos otros, de ansia de virtud: opinable, pero no descabellado porque extraña al pensamiento racional la virtud rara que pueda existir en despreciar el amor palpable en la vida para convertirse a la misoginia. En cualquier caso, el hecho objetivo y objetivable pasa por que San Agustín pintó el suicidio como pecado más que mortal porque violaba el sexto mandamiento y atentaba contra la voluntad de Dios, que ordenaba sufrir por encima de todas las cosas —diversos concilios han ido versionando el asunto con tintes más dulzones—. Así que uno de los cuatro grandes padres de la Iglesia Católica le echó dos testículos para amenazar a las mentes lúcidas con el infierno si tomaban sus propias decisiones.
Se podría contar de otra manera, pero el resumen del pensamiento occidental filosófico entre la época helenística y la Edad Media transitó entre estos dos puntos como una recta. Y ya explicó Euclides en sus Elementos que “dos puntos determinan una recta, y solo una, a pesar de que ella contenga infinitos puntos”.
En este tiempo también la cultura ha acumulado sabios y necios que han clamado que la vida no está para entenderla, sino para vivirla. Pero parece que la vida de cada cual es eso: de cada cual, y cada uno debe hacer con ella lo que desee y pueda. El hecho de que el suicidio fuera considerado un pecado mortal o un delito resulta realmente extraño cuando al estudiar la historia de la humanidad, cualquiera da de bruces con un mundo en el que el afán es dominar al otro, sin ulteriores consideraciones, tal y como se puede leer ya en Tucídides y La guerra del Peloponeso. Por no hablar de Hobbes y otros ejemplos ilustres que enseñaron que quizá la condición humana no fuera la mejor posible ni éste el mejor de los mundos, con permiso de Leibniz y Voltaire.
Así que ahora podemos echar un vistazo a mentes preclaras, personajes amantes de la vida, incondicionales de la pasión, tremendos jugadores con las cartas del destino que, en un momento dado, supieron que la nobleza suprema, el homenaje máximo a la creación o a la misma condición humana era abandonarla por la puerta grande. Veamos.
Sócrates y Cleopatra desfilaron por la historia sin todavía monasterios y conventos que pudieran condenarlos a los fuegos eternos. A su casi coetáneo Periandro le ha dado menos publicidad la filosofía y el cine, pero ahí estuvo uno de los siete sabios de Grecia, con ganas de matarse.
Y trayendo el tema al presente del que somos hijos filosóficos, literarios y sociales, aunque no inmediatos, podemos afirmar que hace poco —poco en cuanto a formas de pensamiento, como aleccionados nietos de la Ilustración y del Romanticismo—, han desfilado por la muerte escogida mentes más o menos atormentadas, pero, paradójicamente, amantes de la vida todas.
El laberíntico Joseph Conrad, que lo intentó y nunca se supo que volviera a hacerlo; la caústica Dorothy Parker, que como poco reincidió dos veces; el adicto Ernest Hemingway, cuyos tragos son recordados folclóricamente a lo largo y ancho del mundo; el intrépido Emilio Salgari, que hizo de la imaginación su bandera; el atormentado Yukio Mishima, con ese celo asiático que a cualquier europeo hijo de la Ilustración asombra y repugna; la inabarcable Virginia Woolf, como la Antígona que fue, mucho antes de que Benjamín Prado las glosara en sus “Nombres de”; el intelectual Sandor Marai, genio y figura; el lúcido Mariano Larra, que pagó con su ira la imbecilidad ajena; el abrasivo Reinaldo Arenas, cuya carne Julian Schnabel convirtió en cine; o Cesare Pavese, Stephan Zweig, Sylvia Plath y cuantos más crea cada uno, que de ellos hay páginas y páginas… En Internet, sin ir más lejos ni venir más cerca.
De Jesucristo, primer suicida obligado, los observantes consideran sacrílego anotar que Dios exigió a su único hijo inmolarse de una manera que bien podría entroncar con los sacrificios rituales al estilo minoico o maya. Y a los no observantes la cuestión del suicidio les parece algo más científico que un rifirrafe teológico sobre la naturaleza inductiva del “Hágase tu voluntad y no la mía”. En términos religiosos, Jesucristo podía haber elegido la mentira y la vida —o esa tremenda mentira que es la vida— en lugar de la verdad y la muerte —o esa única verdad que es la muerte—, igual que las víctimas de acoso y desahucio podrían elegir seguir viviendo, pero eligen suicidarse y la actualidad ya no puede obviarlo más.
A James Cameron —que lo mismo dirige Titanic que busca la tumba de María Magdalena, Jesús y el hijo de ambos—, también le parece más riguroso con la historia que el profeta tuviera una vida después de la cruz, sin suicidio inducido de por medio. Tal y como también atestigua uno de los pergaminos hallados en Qumrán, ese lugar a orillas del Mar Muerto en el que los esenios escondieron una parte de la historia que permaneció siglos oculta, pero no silenciada.
Volviendo al hecho que la religión condene el suicidio como pecado mortal mientras cuenta que Dios lo exigió de su propio hijo, los medios tratan de alertar sobre la tasa creciente en medio de la crisis, también creciente. Es una elección hecha por muchas personas: algunas lo ejecutan acicateadas por sus propios demonios o luminarias —luciferinos todos— y otras empujadas por la turba cainita y la jauría sedienta de sangre, por esos hijosdalgos —de meretrices— que se dedican al bullying o a la especulación y usura que conllevan los desahucios.
En cualquier caso, Shakespeare y su ser o no ser, Camus y lo de la única cuestión filosófica seria, y Calderón con el hacer nacer y querer morir, laten ahí, sempiternos todos, con la cuestión imperecedera, que inquieta, palpita, atormenta y aletea entre las sábanas cada noche y cada despertar de quien duerme entre la preocupación y la congoja, entre los problemas y la indecisión, en las camas de esos miles de sonámbulos que pueblan el mundo con el terror que produce escuchar sin pausa ni tregua ni alivio ni refugio la conciencia a todas las horas del día.
Ese Nietzsche, que tanto magnetiza a millones de suicidas y adolescentes que lo conocen como materia de estudio antes de llegar a la universidad, viene a ser a la filosofía algo así como Tarantino a la historia del cine. Pero es alimento nutritivo y disculpa de mucho atormentado, como Rousseau lo es de mucha mente despejada. Cuando el alemán anunció que el suicidio era “el nuevo orgullo del hombre, que fija su fin e inventa una fiesta: el morir” llevaba unas poderosas razones vitales que los medios empiezan a considerar porque la realidad suicida ya es más real que fantasmagórica.
Y confunde que tantos años no se haya hablado de la muerte a voluntad propia mientras la violencia copa informativos y ficción. Por ejemplo, la selectiva, cruel pero jugosa, terrible pero infantil, casi pederástica, de los Juegos del Hambre, refocilados en la muerte si va precedida de combate, como si matar contuviera tanta nobleza como cobardía el suicidio. Y ahí hemos estado como sociedad, dando cobertura a la rivalidad de la caverna, a la dominación del otro, a la subyugación hasta anularlo; mientras hemos obviado la posibilidad serena de terminar con lo que otros empezaron por nosotros. No soportamos “morir de un modo altivo, cuando no es ya posible vivir dignamente. La muerte elegida voluntariamente, la muerte en tiempo oportuno, con claridad y serenidad”, aunque sea elegida por otros, nos amenaza como sociedad porque nos aterra que un día tengamos que ejecutarnos. Aceptamos los homicidios, los asesinatos, los holocaustos, las guerras, el terrorismo, la tortura, los toros, las peleas de perros, el boxeo, los pirómanos, los descuartizamientos, las violaciones, el manga, el bullying, el mobbing y cualquier forma de violencia institucionalizada —ese mierding—, pero el suicidio es un tabú omnímodo.
“En tiempos de su formación, el cristianismo se sirvió del enorme deseo del suicidio para hacer de él una palanca de su poderío: no conservó más que dos formas de suicidio, las revistió de las más altas dignidades y de las más altas esperanzas y prohibió todas las demás con amenazas terribles. Pero el martirio y la muerte lenta del ascetismo fueron lícitos”, explicaba el aclamado y odiado Nietzsche en El eterno retorno, y con semejante realidad y poquísimas explicaciones hemos vivido más de veinte siglos.
Cierto es que, en términos cuantitativos y demográficos, la mayoría de la gente no suele suicidarse, pero hay quienes ejecutan su muerte sumarísima a conciencia. Quizá comprender el sentido de la existencia puede asemejarse a encender una bombilla dentro de un submarino con el objetivo de iluminar el fondo marino: inútil. Y para quien vive no ya en el dolor, que tiene fin y amortiguadores, sino en el sufrimiento, infinito en su calamidad y depredador máximo de la moral humana, la vida puede ser insoportable. También están los santos y los mártires, los héroes y los supervivientes, los que todo lo soportaron con o sin fe y salieron vivos, o al menos con vida en el cuerpo, de los fuegos locos que arrasaron con devoro su existencia. Los medios, como reflejo y cimiento social, abogan para que todos los que sufren pertenezcan a estos, pero demonizar o ningunear a los otros acaba de terminar. Vivimos en el siglo XXI.
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Una maravilla de artículo.
Iván, muchas gracias por tu opinión positiva. Pretende ser un artículo que abra el debate sobre la necesidad de tratar informativamente un tema muy peliagudo.
Rebeca, ahondas en un tema muy interesante y complejo que también suscita en mí largas reflexiones. De hecho, uno de lo mayores cabreos que tuve con un amigo fue cuando dijo que «todo el que se suicida es un cobarde».
Tu lista es amplia y rica en detalles, pero déjame decirte una cosa: lo que afirmas de San Agustín es una auténtica gilipollez. No soy cristiano. Ni siquiera creyente, que conste, pero tu análisis es de una pobreza directamente proporcional a la ignorancia que esconden dichas líneas. Y lo digo porque me he pasado 4 años estudiando la figura de San Agustín y su filosofía. ¿Qué coño tendrá que ver la hipocresía con el hecho de que se convirtiera?
Gracias por el comentario y por haber leído el artículo. Si has estado estudiando tantos años a San Agustín no voy a ser yo quien te enseñe nada sobre él. Cada uno sacamos ciertas conclusiones sobre las cosas que aprendemos y las figuras que estudiamos… y yo he sacado las mías. Entiendo que no las compartas o que incluso te parezcan una gilipollez. No voy a entrar aquí en debates pero sí quería agradecer el tiempo que has dedicado a leer el artículo y tu opinión sincera. Saludos. Rebeca.
Gracias a ti por la tolerancia en tu respuesta. Hablaría largamente de este tema contigo cara a cara. Y bien a gusto, creo. Saludos.
Se trata de encajar bien otros puntos de vista, independientemente de si nos gustan más o menos, o de si creemos que hemos sido mejor o peor entendidos. Creo que el debate es necesario, aunque nos suela gustar más la polémica. Intento centrarme en el primero. Y agradezco mucho que hayas contribuido a ello con tu punto de vista.
Saludos, Rebeca.
Supongo que el mismo rigor que ‘suicidar’ a Jesucristo y hacerle esenio después de la crucifixión, cuando no hay ni un solo documento de Qumrán que lo mencione.
Eso de que ahonda es muy generoso por tu parte, aunque, de todas formas, es bastante complicado hacerlo en este tema, y menos en palabras contadas.
Si la sociedad (posmoderna (dudoso)) ofrece un sacrificio que es ritual (costumbre) a sus dioses (:suicidio), es complicado que los que forman tal sociedad no hayan mirado (a)el suicidio de frente. Cabe pensar que sea así, en tanto que usted lo ha hecho, por ejemplo: el minotauro quizá esté totalmente enajenado.
Lo que quiero decir es que dedicándose usted a tratar con el lenguaje quizá se le debiera exigir cierto rigor respecto al mismo; parece que ha escrito usted este texto deprisa y corriendo. Sus razones tendrá.
*
Leo en una entrevista que le hicieron a usted:
«Nos ha inundado una idea de personas muy sofisticadas en su apariencia física, con poca capacidad analítica y con menos registros emocionales: son capaces de transitar por la tragedia con el mismo espíritu que asisten a un desfile de alta costura.»
Tal es el desfile de ilustres fracasados sociales enormes (véase índice onomástico) y el trato que le da usted al tema, superficial, como no podría ser de otro modo en un texto de este tipo, y ni siquiera empático, pues rapiña usted sucesos tristes y actuales como son las olas de desahucios usándolos como punto de partida para unas reflexiones que no conducen a ningún lado y están plagadas en su desarrollo de lugares comunes y comparaciones dudosas, por no hablar de los (en mi opinión, pues no se puede demostrar) pretendidos lucimientos de estilo endomingado que hace.
Un saludo.
Me ha gustado mucho el artículo, pero sea como sea es una triste pena que alguien decida suicidarse, independientemente del honor, el orgullo o las ideas.
A Mariela:
Esa es la cuestión: que el suicidio es un fracaso social enorme. Y sería conveniente no taparlo más, para ver si es posible reducirlo desde la transparencia y el debate sereno -y en la serenidad radica lo peliagudo de la cuestión, me temo (y esto sí es opinión propia)-. Gracias por tu comentario y saludos. Rebeca
¿Jesús *suicidado*?¿Esenio después de resucitado tras la muerte, que es la única creencia básica que ha de tener un cristiano?? Vaya cacao teológico e histórico, mon dieu.
Muchas gracias por ti opinión. Puedes estar de acuerdo o no con lo que se dice pero poco «cacao» hay: preciasmente está todo claro; quizá por eso te moleste; ya lo siento. Un saludo.
Hola Rebeca, no es una cuestión de molestia sino de rigor. Pero esta es tu capacidad de argumentación y yo también la respeto. Un saludo.
Qué artículo más desaprovechado. Un tema interesante, pero tocado con esa tan de moda en estos «años cero» (para citar a la autora) mezcla de displicencia, culturetismo y opiniones «porque yo lo valgo»; es decir, tan gratuitas como la de Nietzsche o la de San Agustín.
Jot Down me suele aportar cosas interesantes, este refrito en forma de texto, no.
¿Carl Salgari? ¿Y ese quién es?
Tienes toda la razón. Emilio.
El famoso autor de «El Corsario Cósmico».
:-P
A Carlos. Muchas gracias por haber leído el artículo y comentarlo. Se trata de un texto periodístico y no filosófico o metafilosófico -si me permites el término-. En cuanto al comentario «si yo lo valgo»… Prefiero pensar que también lo hubieras escrito
si el artículo viniera firmado por un hombre. Muchas gracias por dar tu punto de vista.
Buen artículo porque cuestiona el tratamiento que se da al suicidio social e mediáticamente. Ilustrado con referencias culturales y filosóficas que entiendo que no pretenden ser la clave del artículo y que están adaptadas al público. Me ha gustado mucho.
EL SUICIDIO SIEMPRE HA ESTADO AQUÍ
Excepcional texto y sólo me atrevo a corregir un pequeño detalle: la CRISIS no ha aumentado la tasa de suicidio, de 4000 personas al año aprox, (en aumento proporcional desde antes de la crisis)
El suicidio se ha colocado, casualmente desde la crisis, como la primera causa de muerte en el país, pero por la bajada al segundo puesto del ranking de los accidentes de tráfico que han disminuido de manera importante.
Pocas veces el suicidio gana la medalla de oro pero siempre ha estado en el podio.
Artículo simplón y trufado de lugares comunes. Eso sí, con generoso barniz de citas y nombres ilustres. ¿Cual es el mensaje?¿Cual el punto de vista?
Gracias J.B. y Alex.
Alex, imagino que manejas los últimos datos del INE, referidos a 2010. Y te agradezco mucho la puntualización. Gracias mil.
Mito, el mensaje es que conviene reflexionar sobre el tema en lugar de silenciarlo -como se viene haciendo en los medios para evitar el “efecto contagio”-. Si tu crítica se refiere a que no hay mensaje que pontifique al respecto, sí, es cierto, no lo hay para no caer en el dogmatismo. El artículo es expositivo y no pretende adoctrinar; hay muchas instituciones que ya se dedican a ello. Gracias por el resto del comentario, que independientemente de cómo podría valorarlo, es muy respetable. Saludos y gracias de nuevo.
Gracias a usted, le reconozco el esfuerzo -y en lo que a mí respecta, el valor torero, dicho sea en el mejor sentido-, de dialogar con sus lectores. Un saludo cordial
El que se suicidó fue Eugène Marais, no Sandor Marais. Además no hay ningún escritor que se llama «Carl Salgari». No sé quién es Rebeca Viguri, pero le recomiendo que trate de investigar un poco antes de endilgarle al lector un artículo sin pies ni cabeza y mal investigado.
Y qué pena ver esto en Jot Down, que es una publicación de nivel.
Antonio, Rebeca tiene más razón que un santo en este punto: tantos Eugène Marais como Sándor Márai se suicidaron. Este último fue un escritor como la copa de un pino. Y si tienes más dudas al respecto, prueba a leer sus «Diarios», recientemente reeditados en España.
Antonio, cuando cito a Sandor Marai lo cito a él y no Eugène Marais. Son dos escritores diferentes; imagino que no has oído hablar nunca del primero y eso te ha llevado a la confusión (que, lo siento, es tuya, no mía). A la cuestión de Salgari respondí anteriormente. Muchísimas gracias por el comentario, todos nos definimos en lo que escribimos. Un saludo.
Está bueno el artículo, pero en mi opinión lo de San Agustín desentona un poco. Como que en vez de centrarte en su pensamiento (me imagino que es tarea ardua teniendo en cuenta el nivel de sus escritos) hiciste todo un análisis en base a lo que vos opinás de cómo era él. Por cierto que lo del suicidio y San Agustín como punto de inflexión a la hora de tomarlo desde el cristianismo es, si se me permite, sumamente arriesgado. De hecho, no sé de dónde lo sacaste.
Mito, creo que no vale lanzar algo al público y luego desentenderse (ya sé que esconder la mano es una forma bastante habitual de funcionar, pero no es nada constructiva). De todas formas, gracias por lo del valor torero: me ha hecho reír bastante! :D Aunque me he sonreído con todo.
A quien busca la polémica, lo siento, no voy a entrar. En cuanto a las interpretaciones, los autores citados darían para varias vidas: podríamos debatir durante horas y, aún así, nadie quedaría satisfecho (aparte: el espacio de comentarios tampoco creo que sea el «lugar»). El artículo tiene su objetivo y su marco, y cada uno/a también tiene sus más o menos ganas de comprender lo expuesto o interpretarlo/deformarlo hasta que le sirva para su propósito.
En cuanto a las descalificaciones directas, la mayoría tienen su punto divertido, así que ¡gracias también por ésas!
Si se produce algún nuevo comentario que no se pueda englobar en los grupos anteriores, estaré al tanto. De lo contrario, ha sido muy instructivo leer estas opiniones –si pongo “placer”, lo mismo suena endomingado (once again, wow)– y sobre todo, sacar conclusiones sobre ellas–. ¡Saludos!
Rebeca, sigue explicándonos lo que quisiste decir en tu artículo, a ver si algún día lo entendemos.
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«Y si el hombre es el artífice, el gobernante de su vida, también el suicidio habrá de ser un acto de gobierno, no el resultado de una pasión enfermiza. Ha de haber una prudencia, una sabiduría en el suicidio, que nos evite al mismo tiempo la precipitación y la cobardía. El varón fuerte y sabio, de la vida no debe huir, sino salir (non fugere debet e vita, sed exire). Digno y bello programa.»
De «Del suicidio considerado como una de las bellas artes», de Antonio Priante, editorial Minobitia, donde, entre otras cosas, se distingue entre suicidios y suicidios.
Augustbecker, gracias por el comentario. Excelente blog, por cierto; lo he leído estos días con gusto. Saludos.
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(Y aunque el articulo sea del 2013, todavía es debatible)
Es que primero indexas la lista de suicidas celebres, todos culturosos por supuesto, con el pretexto de “mira, si hubiésemos tratado el tema desde el año cero, hoy sabríamos como manejar el asunto (¿wtf?)”, luego el reproche a la religión por su censura/condena de todos estos años…el religioso que lee Jotdown, seguramente tendrá (hoy, siglo XXI, a la perspectiva de la inquisición y demás) sus argumentos para condenar el suicidio o no pero, ¿a quién le molesta que una institución moralmente tachable como la iglesia condene el suicidio?, ¿no es ya algo trivial la critica al cristianismo?, al resto de nosotros que creo somos la mayoría por estos lares (ateos, agnósticos, etc.), realmente lo que opine hoy la iglesia nos importa bastante poco, y sobre los perjuicios que provocó a la humanidad, nos parecen aberrantes pero ya superados (ya no inciden sobre los suicidios de nuestros días)…justamente, estamos en el 2016.
Te confunde “que tantos años no se haya hablado de la muerte a voluntad propia mientras la violencia copa informativos y ficción”, por supuesto hay que tratar de contener al suicida y de que no sea tabú el asunto pero desde su entorno, no desde un medio masivo y el debate popular, porque ya sabemos que eso es contraproducente (como bien decís, el efecto contagio), es un motivo valedero y no hay mas vueltas que darle a esto.
PD: Otra cosa con la que no estoy de acuerdo (que es parte de otro tema pero igualmente) es cuando hago un mix entre eso de “Aceptamos los homicidios, los asesinatos, los holocaustos (¿?)…el boxeo”, y “dando cobertura a la rivalidad de la caverna”, en algún momento de nuestra existencia, caes en la cuenta de que la violencia es parte de la vida, ¿es legal, no es legal, es ético, no es ético?, es parte de la vida factica, esta ahí aunque no lo quieras aceptar, y cuando a mi me vengan a robar la bicicleta, yo puedo invocar medio código civil, apelar a la moral divina, a los derechos humanos, cualquier superestructura social…o puedo defender mis pertenencias y meterle una trompada, todo aquel que practica boxeo entiende este costado de la vida y se resigna ante el hecho. Ahora, no por eso vamos a avalar el holocausto (tal vez un poco exagerada tu elección de palabras) pero si reconocer que los conflictos humanos son inherentes a ciertas situaciones, e inevitables muchas veces, y que una reacción violenta medida y en el momento justo, puede evitar desenlaces mucho peores.