La imaginación poética es la última oportunidad de autodeterminación que le queda al escritor en el universo secular de la modernidad, lejos de la protección divina de la que ha buscado escapar para enfrentar las consecuencias de una crisis espiritual.
Echemos la vista atrás: la batalla entre razón y creencia librada por los filósofos y poetas del siglo XIX terminó por fundar la duda, el recelo y la sospecha como fundamentos de la nueva verdad. Todas las miradas se volvieron entonces hacia el estatuto de la palabra: su trono también se tambaleaba.
El desalojo de Dios por la razón lo fue también del lenguaje, como antes ocurriera en el mito bíblico con la caída lingüística del hombre expulsado del paraíso terrenal y condenado a la soledad por la incomprensión comunicativa de las lenguas. Con la razón crítica el poeta moderno empezó a vivir la contingencia del verbo y la historia de su recorrido hasta el presente. Creyó entonces ser el nuevo mesías por un camino agreste. Seguía solo, pero tenía una misión: devolver a la palabra su poder sobrenatural.
Tal continúa hoy la hazaña de estos hombres, superhéroes anacrónicos de la humanidad.
“Los poetas y novelistas son nuestros grandes aliados y su testimonio debe ser tenido en gran estima porque ellos conocen, entre el cielo y la tierra, cosas que nuestra sabiduría no sabría ni siquiera soñar. Ellos son, en el conocimiento del alma, maestros de maestros, de nosotros hombres vulgares porque ellos abrevan en las fuentes que no son accesibles para la ciencia”.
Sigmud Freud, El análisis del delirio y los sueños de Gradiva
En la práctica los poetas son aquellos seres capaces de sobreponer la verdad de la imaginación a la realidad. Tachados de melancólicos, incomprensibles, ñoños y cursis, poco ayudados por un romanticismo intrínseco que, en cambio, consolidó el lenguaje como su mayor conciencia estética, estuvieron siempre algo faltos de rock n’ roll.
“Una cosa bella es un goce eterno”, decía John Keats. Ah, John Keats. Háganme esta concesión: lean esta poesía, acompañen cada verso rozando por igual el infinito y el fin del mundo. Si los mayas están en lo cierto, el joven poeta inglés fue también un visionario: su vida y su obra son el mismo Apocalipsis.
Oda a un ruiseñor (Traducción de Alejandro Valero)
Me duele el corazón, y un sopor doloroso
Aturde mis sentidos, cual si hubiera bebido
Cicuta o apurado un pesado narcótico
Hace poco y me hubiera hundido en el Leteo:
No es por sentir envidia de tu feliz estado,
Sino por el exceso de dicha que me infundes
Cuando, dríada de alas ligeras de los árboles,
En algún escondite melodioso
De frondosos hayedos y sombras incontables,
Le cantas al estío con voz resuelta y plena.
¡Ah, si bebiera un sorbo del vino que se enfría
mucho tiempo en el seno de la tierra y que guarda
el sabor de praderas y de Flora, y de cantos
y bailes provenzales, y del gozo soleado!
¡Si tuviera una copa con vino del Sur tibio,
llena del sonrojado y auténtico Hipocrene,
borboteando al borde de las burbujas ligadas,
con la boca de púrpura teñida,
y que al beber me aleje del mundo sin ser visto
y me pierda contigo por la espesura umbría!
Perderme en lo lejano, disiparme, olvidar
Lo que no has conocido jamás entre las ramas:
El hastío, la fiebre, la angustia que se siente
Aquí donde los hombres se escuchan sus gemidos,
Donde el temblor sacude las tristes canas últimas,
Donde la juventud muere exangüe y escuálida,
Donde el solo pensar nos llena de zozobra
Y desesperación con ojos decaídos,
Y la belleza pierde su mirada esplendente
Que un nuevo amor no ama más allá de mañana.
¡Lejos, lejos! Pues voy a volar hacia ti,
no montado en el carro de Baco y sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque la mente torpe se retarde, perpleja,
¡Ya estoy aquí contigo! Suave es la noche,
y quizás en su trono está la Reina Luna
con sus hadas estrellas que alrededor se apiñan;
pero en este lugar la luz no existe,
salvo la que las brisas impulsan desde el cielo
por sendas serpenteantes de musgo y fronda oscura.
No puedo ver las flores que están bajo mis pies,
Ni el delicado incienso que pende de las ramas,
Pero entre las fragantes tinieblas adivino
Los encantos que ofrece esta estación propicia
A la hierba y al soto, al frutal de los bosques,
Al brezo pastoril y a los espinos blancos,
A violetas marchitas cubiertas de hojarasca,
Y a la hija primogénita del mayo ya mediado:
Rosa almizcleña en ciernes, cubierta de rocío,
De un zumbido de insectos en tardes estivales.
Escucho entre las sombras; y he estado muchas veces
Un poco enamorado de la muerte apacible;
Le he dado dulces nombres en versos abstraídos
Para que fuera hacia el aire mi aliento sosegado;
Y ahora más que nunca morir parece hermoso,
Sin dolor extinguirse en medio de la noche,
Mientras tú derramas tu alma hacia lo lejos,
¡absorto en este éxtasis!
Seguirías cantando para mi oído en vano,
Pues yo sería tierra para tu intenso réquiem.
¡Oh, Pájaro inmortal, no es para ti la muerte!
Ni las generaciones hambrientas te han pisado.
La voz que oigo esta noche fugaz ya la escucharon
Antaño el soberano igual que el campesino:
Quizás el mismo canto que encontró una vereda
Por el corazón triste de Ruth que, con nostalgia
Del hogar, lloró en medio del maizal extranjero;
El mismo que hechizara algunas veces
Las mágicas ventanas, que se abrían a mares
Peligrosos, en tierras de encanto ya olvidadas
“¡Olvidadas!” Palabra que tañe cualquier campana
que de ti separa hacia mis soledades.
¡Adiós! LA fantasía, geniecillo embustero,
no es tan buena engañando como su fama indica.
¡Adiós! ¡Adiós! Tu himno lastimero se pierde
más allá de estos prados, sobre el arroyo quieto,
ladera arriba, y luego penetra hondo en la tierra
de los claros del valle colindante.
¿Fue aquello una visión o un sueño de vigilia?
Ya se esfumó la música. ¿Duermo o estoy despierto?
John Keats vivió 25 años. Su carrera como escritor duró poco más de cinco, y tres de sus grandes odas (Oda a un ruiseñor, Oda a una urna griega y Oda a la melancolía) fueron escritas en tan solo un mes.
En ese tiempo conoció a la mujer de su vida, con la que viviría un amor sencillo y puro. La correspondencia que él le enviaba a diario sería considerada por T. S. Eliot como la más notable del panorama literario inglés. Una evidencia de amor convertida en joya, valorada en 110.000 libras años después en una subasta.
No conocerán jamás un amor como el que Keats profesaba por Fanny Brawne. Acaso puedan intuirlo —imaginarlo, imitarlo— leyendo su obra, pero nunca llegarán a comprender lo que el frágil poeta consideraba que era amor, pues, según decía, ni su amada podía llegar a sentirlo. De él decían que tenía un modo de ser impresionable y delicado, pues a menudo los seres extraordinarios ven resquebrajar su muro ante los hechos insólitos.
La tuberculosis, enfermedad que padecería como su madre y su hermano, le separó de su amada y le llevó a morir a Roma. Allí, en su último aliento, pidió esculpir en su tumba: “Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua”. El hombre que pasó por la vida de puntillas fue, además, ignorado y vilipendiado por sus contemporáneos, pero tuvo, al menos, dos buenos amigos: su médico, y el pintor Joseph Severn, quien lo acompañó en su último suspiro, grabó un arpa con la mitad de las cuerdas en su sepultura junto a la su epitafio y la cubrió con margaritas.
Podría enumerarles las razones por las que no deberían acostarse sin oír el sonido de los árboles en las poesías de Keats, pero me llamarían cursi. Sus pájaros no saben de otros silbidos que no sean los de una naturaleza exuberante y despiadada. También la exageración la escribió en forma de versos, pero no fue tan romántico de caer en el desequilibrio: clásicos vestigios griegos habitaron en sus sonidos. Sería sencillo decir: el poeta sobre poetas, el olvidado amigo de Shelley, el más cool de su generación, un british cuando aquello aún significaba ser un hombre galante. El autor de un verso delicioso, “suave es la noche”, que inspiraría a Fiztgerald para su obra. Sería fácil decirlo y todo sería poco, sin duda.
Alguien que una vez también escribió en inglés y le admiró tanto como lo hacemos nosotros, supo ver una filosofía en su poética:
“Todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos. Los últimos sienten que las clases, los órdenes y los géneros son realidades; los primeros que son generalizaciones; para estos, el lenguaje no es otra cosa que un aproximativo juego de símbolos; para aquellos, es el mapa del universo”
J. L Borges
Harold Bloom, Cortázar, Cernuda o Borges fueron algunos de los estudiosos y fanáticos de la poesía de Keats. Y no estamos hablando de cualquiera. Caer en las manos de Borges podía significar dos cosas: pasar a formar parte de los escritores inútiles incapaces de juntar unas cuantas letras para formar palabras, o ser elevado a la excelsa cumbre de las letras universales. Tal era el maniqueísmo del erudito escritor, y por ello nos gusta. Siempre fue un hombre de principios.
Quizá por eso escribió un ensayo de Oda a un ruiseñor. Fue tras leer a Keats que aquel pensamiento que ya le rondaba la cabeza a Borges tomó forma: su modo de entender la realidad también dividía el mundo en dos extremos.
De la disyunción entre estas dos formas de relacionarse con lo real, Borges afirma que la mente inglesa nació aristotélica, y explica a partir de ahí su incapacidad de los anglosajones para percibir el arquetipo del ruiseñor. En el fondo, Borges se miraba en un espejo: exactamente lo mismo le ocurría con la figura del tigre en su propio imaginario.
El poeta experimenta el cerco de la escritura. Sabe que en lo bello se halla la unidad de sentido, la perfección sagrada, pero antes esta debe ser capturada con el lenguaje esquivo, ineficaz e imperfecto.
El ideal de salvación por la palabra es un remanente antiguo. La ambigüedad romántica de hallar la muerte en la libertad (principio de pensamiento analógico y de visión irónica moderna) se traduce también en el hecho de ver el lenguaje como vía de un horizonte que encuentra su frontera en la palabra misma.
El estado de letargo con el que comienza el poema Oda a un ruiseñor es el que siempre en Keats precede al rapto poético, el mismo estado de ebriedad que se consigue con la bebida o la droga. Si estuviéramos en una pista de baile, nos moveríamos como flotando por la sala escuchando nada más que la melodía de fondo. Las odas de Keats fueron los singles platónicos de su último EP. Hubo otros temas, pero ninguno tan redondo como las composiciones que hicieron de su poesía pura magia.
Más allá del sentido inflexible de que estamos en un mundo físico y de aquello a lo que podemos llegar a saber, hay una tercera cualidad de Keats —seguro que ya lo habían observado— más claramente presente que en cualquier otro poeta desde Shakespeare: la aceptación trágica de la realidad. Ya nos gustaría a nosotros sobrevolar bosques atravesando el viento, rozando la belleza universal. La realidad aristotélica nos rodea y nos devuelve los pies a la tierra, dejándonos, eso sí, espacio para el sueño.
Hyperion de Dan Simmons, está fuertemente inspirada en la figura de este poeta del siglo XIX. Lectura recomendada.
Sentido homenaje se le hace en la Tetralogía de ciencia ficción «Los Cantos de Hyperion».
Más que dos tipos de hombres yo diría que hay dos tipos de realidades, la del fenómeno y la de la palabra, es la vieja discusión filosófica ¿Se puede conocer la segunda?
No seré yo el que conteste a eso, solo sé que el hombre poderoso es el que domina, y por lo tanto crea, la primera.
Una vez más gracias al autor y a Jot Down.
Sensacional, echaría en falta sin embargo, un homenaje a algun poeta de nuestro barroco, un autor conceptista, es solo una predilección personal, pero puestos en alabanzas a la literatura, me he econtrantrado con que ninguna me evoca tantas emociones como la nuestra propia.
Porque siempre tiene ese añadido romántico de pertenencia a esta misma comunidad histórica, azotada y sin rumbo, en un balanzeo constante, como nación de espíritu negativo… y es que permitanme decir, que para país romántico, se erije el nuestro en rotundo ejemplo.
Sería encantador leer un verso calderoniano o una cita de la prosa de «El Criticón». ¡Adorado barroco!
Saludos y gracias por el aporte.
Exquisito Keats.
Y para disfrutar de la oda en versión original: http://youtu.be/TdphtMWjies
oh por Dios, esa interpretación me pone la piel de gallina, La Voz, la música, las palabras, la entonación…
Qué sería de un poema sin un frondoso hayedo… Hay algo en la poesía que la hace francamente desagradable. Pero basta, quizá por ello mismo merece que se la respete.
Keats, si alguien, poeta puro… el principio de la belleza (¿o era la verdad?) en todas las cosas…
El gran y torturado Keats, desgarrador… Me alegra la semana encontrar un artículo así.
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Sensacional artículo! Da respuestas a intuiciones sobre el valor de la palabra.Descubriendo a Keats,» el poeta experimenta el cerco de la escritura.Sabe que en lo bello se halla la unidad de sentido, la perfección sagrada, el sentido…..» » lenguaje como vía de un horizonte que encuentra su frontera en la palabra misma».
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Es muy difícil expulsar a dios del amor? ¿Quedaría algo de Fanny Browne sin él?
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Jorge Luis Borges: A John Keats (1795-1821)
Desde el principio hasta la joven muerte
la terrible belleza te acechaba
como a los otros la propicia suerte
o la adversa. En las albas te esperaba
de Londres, en las páginas casuales
de un diccionario de mitología,
en las comunes dádivas del día,
en un rostro, una voz, y en los mortales
labios de Fanny Brawne. Oh sucesivo
y arrebatado Keats, que el tiempo ciega,
el alto ruiseñor y la urna griega
serán tu eternidad, oh fugitivo.
Fuiste el fuego. En la pánica memoria
no eres hoy la ceniza. Eres la gloria.
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muy bueno me inspiro a suicidarme
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