[Terminamos lo que comenzamos aquí]
26. Es judío.
Seguimos hablando de religión, y la verdad es que da igual las confesiones que haya abrazado, las decenas de declaraciones contradictorias con las que nos ha mareado a través de los años, o las infinitas referencias religiosas de sus canciones, tanto a Dios himself como a la Biblia. Al final, su judaísmo original se ha ido filtrando en su magna obra, desde que lo educaron en la fe de Moisés sus padres en Duluth —antes de Dylan se llamó Zimmermann— hasta la multitud de declaraciones apoyando a Chabad Lubavitch en los últimos tiempos, o las famosas fotografías de las filacterias. El hombre ha pasado por todo, pero la raíz permanece.
27. Es un gran contador de historias.
Cuando uno decide meterse a fondo en el asunto de los cantautores, pronto encuentra una dicotomía casi inconciliable: las canciones de imágenes y las que cuentan historias. Por mucho que en el medio haya un mar de grises, argumentos etéreos y metáforas cruelmente concretas. El cancionero de Dylan es tan abrumador que ofrece centenares de ejemplos de todos los colores, y si de lo que se trata es de imaginar a Bobby como un trovador, se puede decir que el bestiario de narraciones que ha lanzado al viento es casi infinito: desde la ya mencionada Hurricane al western que late en cada verso de Lily Rosemary, pasando por el simple giro del destino, tan casual como arrollador, o un romance en Durango al que es imposible no transportarse. Si ha sido hasta guionista…
28. Canta mejor que nunca.
Aquí Bono le echa un cable al amiguete, porque la voz de Dylan en los 90 ya se movía en las turbias aguas que separan el susurro con clase del chirrido disonante; o dicho de otro modo, las abejas de su voz iban poco a poco cogiendo frío. Nunca fue Johnny Cash ni Roy Orbison, pero en la primera mitad de su carrera un deje peculiar le permitía defender sus canciones con una cierta dignidad; además de que más de un artista ha confesado que fue esa voz de andar por casa la que le animó a probar con la suya propia. Nada que ver, sin embargo, con el farfullo posterior, que se hace notar incluso por encima de las cuidadas producciones y de una banda de primer nivel. Otra cosa es que no podamos imaginar Things have changed cantada de otro modo.
29. Lleva zapatos con chispa.
Continúa el irlandés ejerciendo de fashion victim, lanzando énfasis más o menos intencionados sobre las vestimentas más (o menos) icónicas de Bob. Ahora la mirada gira hacia abajo, a ese calzado dylaniano que tantas veces ha sido deudor del estilo western, a la botas frecuentes que ni que tenían que ser de cuero español ni estar necesariamente preparadas para andar. Y con una nota marginal, el divo nunca negó su punto de vanidad, y no ha sido raro verlo lucir taconazos en el límite de lo indecente. Los vestía con clase, dentro de lo posible.
30. El rock puede ser inteligente.
Probablemente esto era lo último que pensaban los endemoniados folkies que abucheaban al genio desafiante en el famoso festival de Newport, cuando Dylan se electrificó entre una lluvia de improperios. Sin embargo, esta fusión enriqueció la música popular a un nivel comparable al que el sonido cambió para siempre el arte cinematográfico, dotándola de una dimensión completamente nueva. El ritmo enloquecido, diferente y poderoso que habían alumbrado Bill Haley y otros pioneros merecía algo más que «one, two, three, four, four o’clock, rock» como sustrato conceptual, y allí entraron Dylan y otros iluminados para fabricarlo. Un salto enorme.
31. No murió estúpidamente.
Ya lo hablamos mucho más arriba, en la razón alusiva a la crucifixión. La fecha clave, la de la cara y la cruz, fue el 29 de julio de 1966. Era un momento especialmente enloquecido en la vida de Bob, con Highway 61 tronando en todas las radios del país, convertido el bardo en icono de masas, requerido en todas partes y en plena generación del Blonde on Blonde. Dylan cabalgaba en su Triumph cuando el suelo mojado lo descabalgó —otra versión habla de un deslumbramiento— y por poco lo deja allí para siempre. Fueron ocho años sin salir de gira, la explosión de creatividad en la convalecencia —de ahí salieron The Basement Tapes— y la leyenda urbana de que en realidad no hubo accidente y todo fue un truco de la estrella para retirarse un tiempo. Fuera lo que fuese, sobrevivió y todos hemos disfrutado de ese azar.
32. Sonríe siempre como si acabase de componer una gran canción (y suele ocurrir así).
La primera conclusión que podemos sacar de la frase es que Bobby no debe haber compuesto muchos hitos históricos antes de los conciertos, porque su seriedad y hieratismo en ellos se ha vuelto proverbial; aunque últimamente se haya relajado un poco, como en el último FIB. Sin embargo, y a pesar de que Dylanesque hable más de una mueca irónica que de Mr. Sonrisas, sí es verdad que entre las toneladas de fotos que se conservan del genio hay tiempo para momentos felices: desde la jovialidad del trovador con toda la vida por delante, hasta la mueca simpática, medio desdentada, del que lo ha hecho todo, lo ha vivido todo y lo sabe todo. Una sonrisa que a veces habla de un hombre que ha conocido la felicidad.
33. Escribió Every Grain Of Sand.
Ya hablábamos más arriba de que la producción de Dylan durante su cristianismo galopante osciló en general entre lo discutible y la vergüenza ajena. Paradójicamente es en Shot of love, quizá uno de los peores discos de su vida, donde aparece esta joya que mira cara a cara a lo mejor que jamás haya escrito nuestro hombre. Es una canción que parte el corazón desde la primera escucha, un grito de socorro desde el abismo existencial que todos los humanos hemos vivido en algún momento; y también, una promesa de redención, en una espiral de metáforas que al principio te desnudan pero terminan abrigándote. «En la violencia del sueño de verano, en el temblor de la luz invernal, en la danza amarga de la soledad que se desvanece en el espacio, en el espejo roto de la inocencia».
34. Le dio la vuelta a los Beatles.
Uno hubiera dado dinero por presenciar el encuentro. Esperan impacientes los Fab Four en el hotel Delmonico en Nueva York, locos por conocer a un Dylan al que idolatran. Aparece la leyenda por allí con su gesto displicente de siempre, saluda, manda a por vino y sugiere unos joints para empezar a animarse. Los de Liverpool no levantan la vista, se miran las manos con gran interés y acaban confesando que nunca han probado la maría. Bobby no da crédito, y a partir de ese momento no para de suministrar material hasta que están todos por los suelos, fuera de sí y muertos de risa, colocados sin piedad. Si es verdad la historia y fue el primer contacto serio de Lennon y compañía con las drogas, podemos afirmar que la influencia de Dylan en ellos fue incluso mayor de la que suelen reconocer los libros. Y que los mitos vulgares superan a veces a los heroicos.
35. El Country Rock es un poco mejor que el Jazz Rock.
Aquí tenemos una opinión comprensible viniendo de donde viene, pero muy difícil de defender en una discusión seria; como tantas veces, no hay parámetros objetivos para comparar, más allá de que la primera sea en general más simple. Lo que no puede dudarse es que gracias al amigo Bob, —en cuya música casi siempre está presente la raíz country— a los Byrds y a alguno más, la semilla que habían plantado mucho tiempo antes gente como Fiddlin’ Carson o Vernon Dalhart adquirió el impulso suficiente para sobrevivir y atravesar tiempos tumultuosos de rock, psicodelia, hard o funk. Y para seguir compitiendo con el Jazz Rock, mundo aparte.
36. Roy Orbison fue su amigo.
Acabaron llevándose muy bien, pero lo que definió la primera relación de Bob con Roy no fue el colegueo, sino la admiración. Solo desde ese prisma pueden entenderse frases del primero como «Barrió todos los estilos y algunos que estaban por inventar», «con él no sabías si ibas a escuchar mariachi u ópera», «sonaba como si estuviera cantando desde el Olimpo» y lindezas por el estilo. Luego ya llegarían los Travelin’ Wilburys, las sesiones en Malibú, los coros con los compadres Harrison y Petty y una relación que solo se truncaría por la muerte del gran hombre en 1988, pero en el fondo Dylan siembre tributó al crooner una admiración que reservó para muy pocos. Hacia el hombre mortalmente serio, como lo definió en una ocasión.
37. Es divertido.
No puede ser de otra manera el autor de temas abiertamente cómicos como If you gotta go, go now, Motorpsycho nitemare o el celebérrimo Bob Dylan’s 115th dream, que empieza con carcajadas desaforadas del propio Dylan —escúchenlo, por favor, pierde los papeles— cuando se da cuenta de que su banda lo ha dejado solo. Un tipo que afirma que la paz es el momento en el que recargas tu rifle, el que evoca a un granjero tirando un Reader’s Digest a la cabeza de un médico, o el que diligentemente se quita sus icónicas gafas de sol para permitir a un fan que se las chupe con fruición. Alguien divertido, por mucho que la pose le haya obligado tantas veces a fingir lo contrario. Y si no se lo creen, escuchen su programa de radio.
38. Piensa que Liam Clancy fue el mejor cantante de baladas de siempre.
No es tanta la gente que los conoce ahora, pero hubo un tiempo en que se decía que los Clancy Brothers eran los irlandeses más famosos del mundo. Mitos incontestables del folk a través de los 60 y los 70, el juicio lapidario de Dylan hacia su cantante puede tener algo de hiperbólico, como tantas otras declaraciones de Bobby, pero bien empleada queda si consigue que las nuevas generaciones se acerquen a clásicos —Mountain Dew, Beer Beer Beer— quizá injustamente sepultados por otras épocas que demandaban otra música. Pero hubo un día en que paralizaron América desde el show de Ed Sullivan, y un jersey, el Aran Jumper, que solo podía asociarse a ellos. Fueron enormes, y la voz de Liam los elevó a leyenda.
39. No nos reprochó nuestra versiòn de All along the watchtower.
Resulta difícil creer seriamente que alguien pudiera reprochar una versión tan potente y respetuosa como la que brinda U2 de uno de los himnos más significativos no ya de Dylan, sino de toda la historia de la música popular. Sin embargo, sí que podría pensarse en cierto hastío, porque esta alegoría tan sugerente como interpretable ha conocido decenas de interpretaciones y centenas de covers, una especie de vara de medir para los estilos de quienes se han atrevido con ella. En el imaginario se mantiene siempre joven en la afilada guitarra de Jimi, el caos ordenado de Neil Young, las voces de Ferry o Eddie Vedder o la obsesión que llegaron a mostrar Grateful Dead por ella, pero nadie ha sido capaz de desentrañar el misterio de lo que ocurre entre la tercera y la cuarta estrofa; quizá quien más se acercó, Alan Moore en Watchmen.
40. Tiene bastante más que tres acordes y la verdad.
Es una verdad universalmente aceptada que cuando uno se enfrenta a una lista como esta, cercana a lo interminable, llega un momento en que la inspiración se ve reemplazada por la asociación. Así, la referencia anterior a la atalaya más famosa del rock traería a la mente de Bono el recuerdo de su propia voz rota bramando la descripción más estándar del bardo de Hibbing. La imagen es tan vívida, la sentencia tan precisa y el dibujo tan acertado, que mucha gente piensa que pertenece al propio Dylan, e incluso a la letra original de la canción. No se engañen, acudan al Rattle and Hum, que es donde está, y si no lo conocen descubran un ramillete de clásicos —Angel of Harlem, When love comes to town, Hawkmoon— donde se agitan muchos más fantasmas aparte del de Dylan.
41. Sabe que algunas palabras pueden ser peligrosas.
Nadie como el hito de masas por definición del siglo XX para conocer el poderío y también el peligro que puede encerrar una frase o una canción. Bob Dylan siempre ha seguido su propio camino, ha hablado cuando pensaba que tenía que hacerlo, y a su paso estallaron las tempestades. Se puso en el punto de mira con temas como Masters of war, rabiosamente reivindicativos, sus canciones de denuncia racial le provocaron la animadversión de importantes sectores de la sociedad americana —incluso le obligaron a rescribir Hurricane— y actitudes como su apoyo al Papa o sus conciertos en China lo han mantenido con frecuencia, valga la expresión, en el ojo del huracán. Siempre le dio igual, y así se irá a la tumba. Quizá por esto, entre otras cosas, es tan grande.
42. Las capuchas le quedan bien.
No es la imagen más famosa ni habitual del trovador, pero suponemos que Bono habrá compartido más de una noche con fría él, y habrá disfrutado por dentro —de lo contrario no se entiende la inclusión de esta razón— con esos raros momentos en que el viejo Bobby ciñe una caperuza que le proporciona un aspecto más frágil de lo habitual. Sí que ha sido una indumentaria que ha sacado de vez en cuando en concierto —especialmente en los ochenta— y que por extraña no pasa desapercibida, pero hace tiempo que abandonó ese look en favor del caballero sureño, o del caballero a secas. Muchos lo preferimos.
43. Escribió Visions Of Johanna.
Quizá su sonido de letanía no es lo primero que atraiga del Blonde on Blonde, pero pocas canciones, incluso entre el infinito catálogo de Dylan, pueden aguantar tantas escuchas. Cuando entras al juego, ese momento en que el delicadísimo órgano de Kooper está ya dentro de tu cabeza y no fuera, y te asomas al mundo de visiones que contiene este delirio controlado, ya no hay vuelta atrás. No se sabe si Bob te está hablando de un triángulo amoroso, de una mujer ideal o de la oscuridad que le rodeaba cuando la compuso —apagón archifamoso de 1965, Chelsea Hotel—. Una letra donde cada verso parece independiente del siguiente, pero al final se integran en una totalidad en la que, de un modo imposible de comprender, nada es prescindible. Y al final, nuestra conciencia explota a la vez que la del protagonista, acabamos perdidamente enamorados de Johanna y no nos queda más que volver al principio, al verso más críptico que anuncia lo que viene: «No hay como la noche para hacer trucos cuando estás intentando calmarte».
44. Escribió Idiot Wind.
Otra perla de ese metro patrón de los discos de rupturas que responde al nombre de Blood on the Tracks. Si en el caleidoscopio de la podredumbre sentimental la baza de la tristeza la jugaba Tangled up in blue, se puede afirmar que Idiot wind constituye uno de los mayores vómitos de rencor que jamás hayan punteado acordes de guitarras. Desde el primer violento golpe de batería, Bob se lanza sin salvavidas a un torrente de reproches y reprobaciones, frecuentemente rayano en el insulto, que parecerá excesivo a todo aquel que no haya sufrido una herida de esas que no se cierran jamás. Los improperios llueven sobre su ex Sarah Lowndes, con perlas del tipo “eres idiota”, “tu corrupción te ha vuelto ciega” o “es un milagro que aún recuerdes cómo respirar”, que le acabaron costando una demanda. Sin embargo, la canción no es un mero desahogo, y las líneas más hirientes se mezclan con visiones de extraño poder y esquirlas de autoflagelación, nostalgia y dolor que dejan congelado al oyente. Una joya áspera, demasiado poco conocida.
45. Escribió Brownsville Girl con Sam Shepard.
Una joya perdida en un disco olvidable, como tantas veces encontramos en el Dylan más moderno. Bob y Shepard anduvieron codo con codo en el asunto de Reinaldo y Clara, y juntos urdieron una canción que ronda los terrenos de la epopeya western. De hecho, comienza con una referencia a The Gunfighter, un clásico de Gregory Peck, para luego cambiar suavemente el punto de vista e introducir a la auténtica protagonista, la chica de Brownsville cuyos dientes eran perlas que brillaban como la luna. No aparece en cuerpo real, pero sí como espíritu que minimiza a la nueva chica del protagonista, se levanta por encima del tiroteo y de los campos quemados que rodean ciudades de nombre hispano: esos Amarillo, Álamos o San Antón siempre tan queridos a Dylan. Cuando todo termina, no es posible saber si era una película, una chica o la muerte. Solo que había pasado mucho tiempo desde que rajaron en dos las estrellas.
46.Sus hijos crecieron y maduraron y se llevan bien con él.
Apenas alguna referencia a la familia de Bob, se ve que Bono no ha sido nunca un hombre muy familiar. Solo cerca del final se acuerda de la progenie de la estrella, esos siete hijos —una adoptada, otra oculta durante años— que aseguran la pervivencia del sello Zimmermann en el mundo. Al menos dos de ellos sintieron la llamada del arte: la carrera de Jakob con los Wallflowers es bastante conocida —quizá no tanto sus pinitos en solitario, o sus escarceos con Neko Case— y algo menos la de su hermano Jesse, director ocasional, productor y responsable del famoso vídeo del Yes we can. El gossip apunta que, en efecto, las relaciones con el mito son correctas, al menos en el caso de estos dos. Los demás rechazaron la fama.
47. No es Elvis.
Ya estamos terminando, y las últimas razones pretenden marcar distancia con tres dioses-símbolo del Olimpo de la música: el del rock, el de la guitarra y el del exceso. Respecto al Rey, Dylan siempre manifestó la mayor adoración posible, y lo probó de mil maneras. TV Talkin’ song va sobre él —y algo tiene que ver con ella el 57 Channels de Springsteen—, cantó Heartbreak Hotel en el aniversario de la muerte de Elvis, hay una versión del A Fool such as I sumergida en los archivos, e incluso se cuenta —no garantizamos la certeza de la historia, ojo— que en algún momento en el que ingresaron a Dylan con un problema cardíaco más o menos considerable, el amigo soltó un sentido: «Voy a encontrarme con Elvis». No fue una relación completamente unidireccional, por cuanto Elvis le hizo algún cover a Dylan, pero casi. Y no fueron la misma persona, aunque seguramente Bob hubiera cambiado papeles tranquilamente.
48. No es Jimi Hendrix.
Cualquier recuerdo de la relación entre Jimi y Bob debería comenzar por All along the watchtower, pero como ya hemos hablado de eso antes, mejor soltar que los dos astros solamente coincidieron en una ocasión, y que según palabras del propio Hendrix, Bob estaba tan borracho que seguramente al día siguiente ni se acordaría de que se habían visto. Sin embargo, ambos se admiraron sin rubor durante décadas, hasta que el LSD acabó su sucio trabajo con el quizá más grande guitarrista de rock que haya empuñado un mástil. En particular, Bob saludó en Jimi al hombre que mejor versionó sus canciones, y hubo momentos en que, palabra de uno y guitarra de otro, la música los fundía en una unidad. Ahí estuvieron cerca de ser la misma persona.
49. No es Jim Morrison.
Quizá porque se movían en escenas diferentes, tocaban en lugares distintos (los Doors en recintos cerrados, Dylan en festivales y al aire libre) y sus intereses eran dispares, la realidad es que no está documentado ningún encuentro de Jim y Bob. Lo que sí sabemos es de una admiración sin límites de Jim por Bob, hasta el punto de que se cuenta que cuando sonaban ciertas canciones de Dylan en la radio, Morrison mandaba callar al personal presente y rendir honores. No se parecieron —aunque bien hubiera deseado Jim reconocimiento como poeta— y afortunadamente Bob logró regatear al destino autodestructivo de su colega para llegar hasta nuestros días. Qué inmensa pena que desde hace cuarenta años lo único que nos quede de Morrison sean flores en Père Lachaise.
50. No está muerto.
Hemos recorrido un largo camino hasta llegar aquí, y no es extraño que Bono nos haga volver al principio, la primera, primordial y principal razón por la que hay que celebrar a Bob Dylan. Porque uno puede todavía, como el arriba firmante este verano, ver un sombrero, un piano y un traje blanco, escuchar una voz tan cascada como familiar, tratar de fichar una canción vuelta irreconocible por la distancia, los arreglos y el tiempo, y saber que sigue siendo él quien está detrás de todo eso. Sigamos celebrándole mientras podamos, al viejo Bobby, que aún no ha dicho adiós. Algunos pensamos que no lo dirá nunca.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Cincuenta razones por las que nos sigue gustando Bob Dylan (I)
50 razones por las que Bob Dylan es un viejuno que no le importa a nadie…
A mí me importa. Para mí es el músico más importante de la historia, con mucha diferencia. Ni Cohen (que desde luego no es el número 2) ni leches. Todos los músicos que cuentan darían media vida por ser Dylan.
De eso nada @Unoqueva, lo que sucede es que Bob Dylan ni es catalán ni lo contrario.
Otra cosa buena de Dylan es que se puede conjugar en presente de indicativo (imposible de hacer con Springsteen):
Yo bobdylo, tú bobdylas, él bobdyla, nosotros bobdylamos, vosotros bobdyláis, ellos Bob Dylan.
Decir que a Hendrix lo mató el LSD es una imprecisión más digna de la revista tiempo, que de jotdown.
Pensé que era el único..
http://boskovita.blogspot.com.es/2011/06/off-topic-50-razones-por-las-que-no-me.html
Dylan no está muerto. Y menos mal. Con esa voz suya que tantas veces me ha calentado las manos.
Eso de que dylan y hendrix se admiraron durante décadas es un poco exagerar ya que hendrix duró lo que duró. No dudo que dylan admirara la obra de Hendrix durante décadas. Pero en el momento de la muerte de Hendrix (1970) Dylan apenas llevaba siete años de estrellato (desde su segundo disco).
Yes que tu no sabeh lo ques una lizencia liretaria?
Dylan es un gitano sociópata que vive de las rentas de lo que hizo en los 60 (muy buena musica)y parte de los 70.. Para musicos sociopatas y que no tengan voz me paso al otro lado del espejo musical y me quedo con Mark E.Smith (The Fall), que por desgracia y a diferencia del pesado de Dylan está muerto. He visto a ambos musicos en vivo varias veces en epoca reciente y no hay comparacion, el riesgo y la frescura que desprendía el ingles en el escenario con el conservadurismo y aburrimiento del americano. Eso si para ligar con las chicas mola mas decir que eres fan de Dylan, como hacian mucho amigos mios. Nunca aprenderé…