Si hay algo que no le gusta nada a Jon Sistiaga (Irún, 1967), casi tan poco como un simposio entre señores de la guerra somalíes y ultras del Club Atlético Independiente centrado únicamente en cómo poner fin a su fulgurante carrera periodística de la manera más dolorosa posible, es que se le defina como corresponsal de guerra. Más aún cuando él es uno de los pocos que puede afirmar que empezó en el mundo del periodismo literalmente llevando cafés, y desde allí fue escalando posiciones hasta llegar a poder trabajar en lo que más le gusta. Si, como él dice, realmente es importante narrar las vicisitudes que el reportero pasa hasta llegar a la noticia, no deberíamos dejar pasar esta oportunidad sin mencionar que esta entrevista se vio lastrada por la proverbial torpeza de su autor, que hizo buena esa máxima que tacha de inútiles para la tecnología a quienes han sido formados en carreras humanísticas, y que solamente la paciencia, amabilidad y buena disposición del entrevistado han hecho posible que ahora sean capaces de leerla y saber un poco más de cómo entiende la profesión este periodista. A secas.
¿Qué fue lo que te impulsó a estudiar periodismo?
Siempre he sido un tipo muy curioso, muy preguntón, insolente en ocasiones. Y cuando se me dio la ocasión de decidir qué coño quería ser de mayor, pensé que todas esas pulsiones que tenía se podían canalizar a través del periodismo. Al fin y al cabo, no paraba de leer en mi casa los periódicos que llegaban: El Diario Vasco, también el Egin en su momento, luego pasó a entrar El País, que me lo compraba yo todos los días… y recuerdo que en mi casa se compraba todas las semanas el Interviú. Por tanto siempre he tenido mucha cultura periodística. Y luego tuve la suerte de que empecé a trabajar con dieciséis años, algo que ahora es muy complicado hacer en este oficio y en cualquier oficio, y fue debido a una pequeña carambola. Resulta que mi tío montó un restaurante justo enfrente de donde luego se colocó la efímera redacción de un periódico local que se llamaba La Voz de Guipúzcoa. Y como mi madre trabajaba de cocinera en el restaurante, yo iba a menudo a comer y a servir cafés. Empecé a servir cafés a los que serían los redactores de ese periódico, y empecé a ver un poco el mundillo periodístico desde dentro; por lo menos desde el punto de vista del que sirve los menús del día a los periodistas. Les llevaba el café a la redacción y entonces empezaba a alucinar con que aquello era como el mundo de Lou Grant. Tengo grabado el momento en el que decidí que yo quería hacer eso, que quería ser eso, y fue un momento dramático. Sería mediodía, y estaban varios reporteros o varios periodistas comiendo en el restaurante de mi tío. Vino alguien y dijo “han asesinado a Casas”, o “han matado a Casas”, o “se han picado a Casas”, no lo sé, porque había gente de todo tipo en aquella redacción. Habían asesinado al senador socialista Enrique Casas, era el año 84. Vi que en ese momento todos se levantaron, dejaron los platos con fabada que había encima de la mesa y salieron corriendo, y yo me fui detrás de ellos a ver qué ocurría. Y presencié cómo se organizaba una redacción en ese momento de máxima tensión y máxima crisis: quién tenía que hacer la información de terrorismo, quién tenía fuentes policiales o fuentes en la izquierda abertzale, quién tenía que ir a casa del asesinado, quién tenía que ir a la morgue, quién tenía que ir al hospital, quién tenía que pedir las reacciones políticas, quien tenía que hablar con Madrid, etc. En ese momento me quedé con la boca abierta mirando esa redacción y dije “yo quiero estar aquí, quiero ser parte de esto”. ¡Y lo hice enseguida! Porque gracias a esas relaciones, gracias a la amistad del periódico con mi tío, entré con dieciséis años; estaba en tercero de BUP, pero empecé a trabajar allí. Mi primer trabajo fue hacer los horóscopos del periódico, fíjate… O sea que con dieciséis años vi lo mejor del periodismo, lo más caliente, lo más efervescente, y a su vez probablemente vi lo peor, porque me dedicaba a escribir la página de horóscopos, y lo único que hacía era preguntar a doce tipos en qué mes habían nacido, qué signo del zodíaco eran y cómo les iba ese día o qué pensaban que iban a hacer el día siguiente.
¿Ya entonces querías especializarte en cubrir conflictos? ¿Tenías ya como objetivo dedicarte a lo que haces ahora dentro del periodismo?
Esta es una pregunta que siempre nos hacemos y que siempre me hacen en las facultades de periodismo. Creo que todo chaval (o toda chavala) que entra a hacer periodismo siempre tiene el secreto o público anhelo de acabar siendo un gran reportero, viajando por el mundo, haciendo los reportajes de mundos diferentes y conociendo a grandes personajes. Eso es lo que todos queremos hacer, y creo que es difícil ocultarlo. Todos hemos leído en su día a los grandes. Todo el mundo, saliendo o entrando en una facultad, ha leído al en su momento aclamado y ahora denostado Kapuscinski. Yo era un poco más de andar por casa y leía a Leguineche. Pero en seguida pensé que me gustaría hacer este tipo de periodismo en el que creo, que es el que hago y que además pienso hago bien. Para eso desde un principio supe que tenía que fomentar mi curiosidad, que tenía que leer mucho, que debía leer todos los días al menos un par de periódicos, y que tenía que aprender algún idioma. Me importaba menos si me aprobaban la asignatura de Derecho, la de Semiótica de la Comunicación, si hablábamos de McLuhan… Todo eso me importaba bastante menos; sabía que tenía que fomentar una serie de habilidades que no siempre las enseñaban en las facultades de Periodismo. De hecho creo que mi mayor mérito en los cinco años de periodismo fue aprender a jugar al mus y desarrollar mis habilidades en la cafetería de la Universidad del País Vasco. Cuando acabé la carrera me di cuenta de que apenas sabía de periodismo más allá de lo que yo mismo me había podido informar, y decidí hacer un máster. El periodismo, quizá igual que cualquier otro tipo de trabajo, es una unión de varios factores cuya colusión, cuya unión, al final es la que te puede diferenciar. Los factores son: que necesitas experiencia, que necesitas formación, que necesitas ambición, y digo la palabra ambición con todas las letras y bien entendida como ganas de hacer cosas, no como que los demás te miren y te digan “trepa” y te metan puñaladas por la espalda, y finalmente necesitas suerte. Suerte, porque puedes estar muy preparado, pero como no tengas ese puntillo de suerte al final no vas a conseguirlo. Serás el tipo más preparado, serás el más simpático, y tendrás muchas ganas de hacer cosas, pero no estás en el momento adecuado.
¿Cuándo se produjo tu momento afortunado?
Surgió en los informativos de Telecinco, después de una pequeña travesía por el desierto en la que aprendí mucho haciendo programas de sucesos. Había estallado una crisis humanitaria en Ruanda, con centenares de miles de asesinados, un genocidio, y decidieron enviar un equipo a la zona de los Grandes Lagos. Y no había ningún redactor internacional disponible en ese momento. Uno estaba enfermo, el otro no quería ir, el otro se queda mirando hacia el techo… y entonces estás tú ahí y te presentas como voluntario. El jefe de la redacción decide confiar en mí porque conocía mis ganas de hacerlo, conocía mi ambición y mi hambre de informar, porque sabía que hablaba algo de inglés, y sobre todo porque sabía que yo sabía dónde estaba Kigali y quiénes eran los Hutus y los Tutsis. Y ya está, estaba preparado para ello. Luego al volver seguí haciendo lo que hacía siempre, era redactor en la sección de Nacional, hacía Justicia e Interior e información de terrorismo. Pero era capaz de combinar grandes salidas a eventos de este tipo, a conflictos, a grandes tragedias humanitarias, etc. con el estar haciendo guardia en la Audiencia Nacional.
¿Qué opinas de las críticas a quienes ejercen sin tener el título de periodismo?
Periodista es alguien que decidió formarse en las habilidades necesarias para contar las cosas de manera honesta, sincera, honrada y contrastada. Es decir, puedes estudiar cinco años de periodismo y lo mismo no te vale para nada. Lo hemos visto en muchas ocasiones. Yo hice un máster en periodismo en el diario El País con 40 personas, y solo cinco habíamos hecho Periodismo. Y de los 35 que no habían estudiado la carrera uno es el director de El País, otro es el subdirector de los informativos de la SER… Es decir, gente que no necesitaba haber hecho esa carrera para demostrar que sabían hacer las cosas en este oficio. El periodismo hay que aprenderlo; yo soy partidario de que se estudie otra carrera y luego que uno se recicle en un buen máster, no se necesita más. Que alguien llegue a ser presentador de noticias o a ser periodista sin haber hecho periodismo no me quita el sueño, siempre que lo haga bien. Hay un mayor debate todavía con esto de las redes sociales, y es que parece que cualquiera puede ser periodista. Y cuando digo “cualquiera” no digo “cualquier nombre conocido”, sino que cualquiera en la calle puede hacer periodismo, porque con un SMS, con un tuit, puedes lanzar una noticia, una información. Lo que en este momento necesitamos los periodistas para diferenciarnos del “ciudadano-periodista” es ser conscientes de que nosotros tenemos una serie de herramientas y de facultades y de habilidades que nos diferencian del titular rápido, de la información no contrastada. Nosotros sabemos, o deberíamos saber, contextualizar, dar la información de manera ordenada, comprobar las fuentes, contrastar los datos que se nos dan, y con todo eso hacer un pequeño cuadro descriptivo de lo que está ocurriendo. Y todo esto solo lo sabe hacer bien un periodista que ha estudiado cómo hacerlo.
¿Cómo ves el estado del periodismo actual? ¿Consideras que cumple todas las condiciones que acabas de citar?
En España no se cumple apenas una sola de esas condiciones. Y no se cumple porque las empresas periodísticas, debido a la crisis económica, o debido a una serie de intereses políticos o editoriales, han hecho vejación de la mayor parte de esos principios. Estamos viviendo una época en la que se prescinde de los periodistas de mayor prestigio y experiencia porque son salarios elevados que van en contra de los costes de mantenimiento de la empresa. Se contrata a supuestos periodistas por ochocientos euros; gente muy joven a la que se le llama “polivalente” porque puede trabajar en diferentes dispositivos y hacer diferentes cosas a la vez, y a esta gente se le pide que lo haga todo, todo a la vez, muy rápido y por muy poco dinero, con lo cual se está produciendo una depauperación del periodismo que es alarmante. No podemos quejarnos luego del estado de nuestra sociedad cuando este cuarto, quinto o sexto poder que es el periodismo, que debería ser el vigilante de la política, que debería ser la “policía social” contra los políticos corruptos y los que no toman las decisiones adecuadas, no está cumpliendo su función. Y es verdad que seguramente ha habido una sobrevaloración del periodismo durante muchos años en este país; se nos han echado demasiadas cargas en la mochila que llevamos sobre la espalda: que si debemos ser objetivos, que si debemos ser realistas, que si debemos cumplir unas condiciones y formar a la sociedad… Es verdad que durante muchos años mucha gente se lo ha creído, y muchos jóvenes han entrado en unas facultades que se inflaban y se produjo una masa de periodistas que no están formados, que no van a tener la posibilidad de formarse y que además van a hablar mal de este buen oficio porque no se han cumplido sus expectativas y se les trata a patadas. Eso hablando del periodismo a nivel general. Porque si ya hablamos del periodismo “de trinchera” que se hace en determinados medios de comunicación, impresos o radiofónicos, si hablamos del periodismo basura, orgánica o inorgánica, que se está haciendo en algunas televisiones, entonces el panorama es absolutamente desolador.
¿Qué me dices del periodismo de trinchera, literalmente hablando? Arturo Pérez Reverte nos decía que lo acabó dejando asqueado de la farsa que había en torno al corresponsal de guerra. Periodistas que no salen del hotel, que esperan que les lleguen las noticias mientras juegan al billar…
A ver… es que yo no me considero un reportero de guerra, no me gusta que me llamen reportero de guerra. Me gustaría insistir en ello. Yo soy un periodista a secas, o si quieres un reportero que puede estar especializado, o tiene cierta habilidad, para cubrir conflictos, guerras, o grandes desastres naturales. Pero que también te hace un reportaje sobre la industria del porno en el Valle de San Fernando, en Los Angeles, o sobre las barras bravas del fútbol argentino, por ejemplo.
Que también tiene su riesgo…
Puede llegar a ser peligroso, sí. El del porno no te creas, fue bastante divertido (ríe). Pero vamos, no me gusta esta calificación de reportero de guerra que sin embargo siguen usando muchos conferenciantes, muchos periodistas y, sobre todo, muchos compañeros que se autodenominan, firman y ponen en su currículum lo de periodista de guerra. Si dices que eres periodista de guerra es porque te gusta la guerra, porque eres un yonki de la adrenalina, porque necesitas irte rápidamente a Siria aunque acabes de venir de Libia y seguramente te querrás ir después a Palestina o volverte a Somalia. O quizá darte una vuelta por Afganistán. Necesitas esa adrenalina. No creo que esos sean periodistas, y no deberían enmascararse en que van por ahí contando cosas y dando voz a los que no la tienen, porque solamente se dan voz a sus propias pulsiones. ¡Es mentira! Dicho esto, y volviendo a la pregunta, una guerra, un conflicto, es el mayor acontecimento periodístico que puede cubrir un reportero. En una guerra te pones a prueba a ti mismo, personal y profesionalmente. Te das cuenta de si eres un miserable o si eres un tío bondadoso, de si eres un tipo comprometido o eres un tipo que prefiere no meterse en nada. Te das cuenta profesionalmente de si vales para hacer esto o no, de si puedes repetir un conflicto o no. Te pones a prueba profesionalmente porque en una guerra haces todo tipo de géneros periodísticos: haces crónica, haces entrevista, haces reportaje, haces color, haces cultura, haces deporte, haces internacional, haces economía. Y sí es verdad, y yo lo he visto, que hay numerosos periodistas que acuden a las guerras y que apenas abandonan el hotel, periodistas sobre todo de medios escritos. Porque, al fin y al cabo, los de medios televisivos o audiovisuales vivimos y necesitamos de la imagen y hay que salir a buscarla. A la pregunta ¿hay periodistas que no salen del hotel en las guerras? Sí, hay periodistas que no salen del hotel en las guerras, y te preguntan en la recepción qué ha pasado, qué has visto, cuéntame, y lo escriben luego muy bien, mucho mejor que tú. Pero aún así, ante estos periodistas yo me quito el sombrero y les presento mis respetos, porque todo periodista que entra en una zona en conflicto, en un territorio en guerra, en un teatro de operaciones, en el momento que cruza la frontera de un país que está hundiéndose, cualquier cosa le puede pasar. Le pueden matar en una curva de una carretera, como a Julio Fuentes en Afganistán; le pueden matar en una emboscada, como a Gil en Sierra Leona; puede morir por un bombazo, como le pasó a Julio Anguita Parrado. O le pueden matar en el hotel, aunque no salga, como le pasó a mi compañero José Couso. Aquel día habíamos decidido que no salíamos porque era muy peligroso.
Javier Espinosa decía que él no era consciente del riesgo que había corrido hasta que volvía a casa. ¿Cómo vives tú el riesgo?
Bueno, este es un discurso que no me creo, con todo el cariño para Javier. Además es un discurso contra el que combato. Todo el mundo es consciente del riesgo que corre. Todos lo asumimos, aunque sea en el momento de firmar la póliza de seguros que te hace tu propio medio, aunque sea en el momento de decirle a tu mujer o a tus hijos que te vas, en estos momentos, a Siria, o que te vas a Afganistán. Todo el mundo te pone cara de “no jodas”, todo el mundo te dice “joder ¿tienes que ir tú? ¿No hay otro?” Claro que eres consciente del riesgo. Es más, yo reivindico el miedo como herramienta de trabajo. En las guerras me cago de miedo, así de claro, me cago vivo. Pero por eso estoy vivo, porque creo que el miedo es una herramienta de trabajo que todos los periodistas debemos tener. En las guerras los primeros que caen son los locos que creen que no tienen miedo, o que quieren demostrar que no tienen miedo. Otra cosa es que tengamos, además, mucha suerte. Pero no se puede acudir a un conflicto diciendo que no tienes miedo, porque el miedo es el que te da la clave para regresar vivo. Aunque luego te entre la depresión o el estrés post-conflicto, o te entre el síndrome de decir “hostias, ahora me ha entrado el bajón”. Pero el miedo es el que te dice: “no, hoy no salgo del hotel”; el miedo es el que te dice “no atravieso esta carretera porque hay francotiradores”; el miedo es el que te dice: “por ahí no, porque nos han dicho que hay minas”; el miedo es el que te dice: “deja de mirarle a los ojos a ese tipo, porque acaba de quitar el seguro del kalashnikov y va de farla hasta arriba”. El miedo es el que te hace volver. Ahora, el miedo hay que saberlo gestionar, porque si el miedo te bloquea, como he visto en numerosas ocasiones, incluso a soldados, entonces no haces tu trabajo, y además te hundes como persona porque decides que no puedes hacerlo, porque te entra la paranoia de que no eres un buen profesional, porque te entra la locura de que además eres un cobarde. El miedo no debe paralizarte, pero no debe sugerirte lo que tienes que hacer. El vértigo del miedo es muy bueno y muy necesario en las guerras. Decir que no se tiene miedo es de cobardes.
¿Qué situación reconoces como la más peligrosa en la que has estado?
El miedo tiene como fases, tiene una especie de niveles. Hay un miedo intangible que yo he sufrido en Somalia. Es percibir, oler un peligro evanescente, un peligro no tangible. Sabes que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento, pero no sabes qué. Vas con un montón de tipos, escoltado por unas calles a toda hostia, y no sabes si va a ser una bomba, si va a ser una granada, si te van a disparar, si te van a meter una hostia en el coche o si te van a secuestrar los que te están escoltando. Este es el que más de los nervios me pone. Luego tienes el miedo que podemos llamar el miedo de “joder, la he cagado”. Hace unos meses me metí en la boca del lobo en Argentina, en un partido de fútbol, haciendo un reportaje sobre las barras bravas, en un lugar donde caí sin querer en el peor momento, y me dieron de hostias. Me dieron de hostias y logré salir corriendo porque gracias al miedo tienes un microsegundo en el que te dices “como me enfrente a ellos no salgo vivo”. Pero te das cuenta de que solamente basta un tropezón; con una patada en la pierna que te haga caer, una turba de veinte tipos te puede patear. Y luego hay un miedo muy tangible y muy evidente cuando estás en primera línea, en un lugar de combate, donde están cayendo bombazos o están disparando morteros, o están volando tiros. Es un miedo muy obvio de “aquí va a ser”; esto lo he percibido en Afganistán, lo he percibido en Irak y lo he percibido en algunos otros sitios. Cuando matan a mi compañero es el momento de más peligro que he vivido, obviamente. Nos metieron un misil por la ventana. Objetivamente, mataron a un compañero que estaba a diez metros, y murió él y no yo. Pero en cuanto pasó, de alguna manera, desactivé todas las respuestas emocionales para hacer lo que tenía que hacer en aquel momento, que era lograr sacarle de ahí y salvarle la vida. ¿En ese momento era consciente del miedo, del riesgo? Claro que era consciente; sabía que después de ese venía un segundo misil, o sea que tenía diez segundos para lograr entrar y evacuarle de ahí antes que viniera otro bombazo, pero había que hacerlo y arriesgarse.
El mismo Espinosa nos decía que África no interesa, que cien mil muertos en África no son lo mismo que un soldado israelita secuestrado o que un embajador americano muerto. ¿Es verdad?
Eso es cierto, pero también responde un poco a nuestra propia historia. Es verdad que África no interesa al espectador o lector español. Pero sí le interesa al francés y le interesa al británico, porque han tenido colonias allí hasta hace treinta años, y tienen una enorme masa de población expatriada viviendo en esas zonas. Y porque tienen mucha inmigración en sus propios territorios. No es lo mismo mil muertos en Zaire para un periódico español que para un periódico de Bélgica, que ha sido la metrópolis de ese país, que lo ha esquilmado, y además muchos belgas aún tienen sus casas o sus segundas casas en el lago Kivu. No es lo mismo algo que ocurre en Togo, en Guinea Bissau, en todos los países que funcionan con la moneda que se llama CFA, es decir el franco CFA, para Francia que para España. No es lo mismo lo que está pasando ahora mismo en Mali para Francia que para España. En España nos damos cuenta cuando nos secuestran a dos cooperantes. Es más un problema de ese tipo, pero es cierto que hay conflictos que tienen poco glamour. También es verdad que en el caso de los medios españoles, que todavía seguimos teniendo un cierto complejo de inferioridad, seguimos mucho la agenda que marcan los medios anglosajones: la CNN, la BBC, o lo que en estos momentos comienza a marcar Al Jazeera. Recuerdo haber tenido muchas discusiones con mis jefes: yo les pedía ir a alguna parte y les decía “podemos pillar alguna exclusiva de tal. ¿Es que tenemos que esperar a que lo cuente Reuters para ir nosotros hacia allí?” Por fin estamos saliendo un poco de esa dinámica. El conflicto de Irak marcó la diferencia, sobre todo porque en Bagdad no había más que periodistas árabes o latinos. No había norteamericanos ni británicos, por razones obvias. Irak marcó un antes y un después: una nueva generación de poder hacer, de poder saber las cosas. Éramos gente joven que no estábamos allí para meternos navajazos y decir quién tenía las pelotas más grandes. Salíamos todos juntos en la misma furgoneta para no arriesgar; o en dos coches, para ver las mismas cosas, para contar lo mismo, aunque para diferentes medios, diferentes audiencias y de diferentes maneras. Así es como entiendo yo el periodismo en estos momento. Ahora ya no se hace un periodismo de exclusivas; la diferencia está en cómo cuentas las cosas, no en ser el primero.
¿Ha perdido valor la exclusiva en el periodismo?
Ha perdido valor porque estamos haciendo un periodismo tan pacato en estos momentos que la exclusiva se ha convertido en una rareza. Los grandes periodistas que se dedicaban a hacer investigación, los que se dedicaban a exclusivas, están prejubilados o son parte de un ERE, o están amagados en sus redacciones sin llamar apenas a sus fuentes. Las fuentes están todas paradas porque o bien han salido del gobierno, o no quieren molestar a su propio gobierno. Y la llegada de nuevas tecnologías y nuevos medios o fórmulas de relación mediática ha hecho que la exclusiva haya perdido su fuerza, porque siempre hay alguien que te la va a dar antes. A no ser que seas el primero en decir “Urdangarin, imputado”.
¿Hay algún miedo a reproducirla inmediatamente si no está bien contrastada?
¡Qué va, todo lo contrario! Las cosas se cuentan casi sin contrastar, por meros titulares. Se está perdiendo el olfato periodístico. Se ha perdido porque los que lo tenían, los que habían acostumbrado su olfato, los grandes sumilleres del periodismo, insisto, o están metidos en un ERE o están a punto de estarlo, o están prejubilados, o están con tan pocas ganas… ¿Cómo coño se motiva una redacción? ¿Qué redacción hay motivada en estos momentos? ¿Qué redacción de algún medio puede decir “somos la hostia, somos un equipazo y lo estamos haciendo de puta madre; no paramos de soltar cosas nuevas, exclusivas y la hostia”?
¿Ni siquiera los medios de PRISA, para la que trabajas, ves entusiasmo?
En todos los grupos editoriales y en todas las televisiones o bien ha habido un ERE, o está a punto de haberlo. En todas. La crisis de los medios de comunicación, debida a la crisis publicitaria, ha afectado a todo el mundo, y esto se percibe.
Cuando has hablado antes del periodismo, me ha parecido captar que hablabas mucho del periodismo de España. Insistías en lo de “en España” ¿En el extranjero la situación es distinta? ¿Sientes cierta envidia?
Me da cierta envidia el periodismo anglosajón, el periodismo británico serio. No el The Sun o el News of the World, de los que también podríamos hablar… Es que Murdoch decide cerrar un periódico porque ya no podía ocultar que sus redactores se dedicaban a pinchar los teléfonos de todo dios. Y luego nos quejamos de algunos programas del corazón de aquí, o de programas de tertulias de navajeros. Por no hablar de algunas televisiones en Italia, o de algunos realities en Alemania o en Holanda, o incluso algunos realities en Estados Unidos, donde se eleva la categoría de estrella a las hermanas Kardashian, simplemente por estar buenas y ser todas muy hermanas. Pero sí que hay una gran preocupación en el mundo anglosajón, en el periodismo serio, en el Guardian, en la BBC, en el New York Times, en el Washington Post, por mantener unos estándares. O mejor dicho, porque la crisis no afecte a sus estándares de seriedad, de honestidad, de honradez. Constantemente hay apelaciones al libro de estilo, al mantener las normas, al mantener la seriedad y la cordura, al contrastar las fuentes, al no dar por cierta rápidamente cualquier información que revele Google Maps, que salga por YouTube, que salga por Twitter. Hay que contrastarlo todo y es mejor no dar la noticia a cagarla. Esta es una de las máximas periodísticas que se está perdiendo en este país y que habría de recuperar. Hace unos días estuve siguiendo la muerte del embajador estadounidense en Libia. Mientras los medios en España estaban dando la fotografía del embajador asesinado, ninguno de los medios norteamericanos la estaba publicando, ni siquiera estaban confirmando la muerte.
¿Por qué motivo?
Porque ellos no la tenían confirmada. La información estaba saliendo del gobierno Libio, del portavoz de exteriores del ministerio Libio. Hasta que no hubo foto, donde se mostraba que estaba muerto, no empezaron a decir que, al parecer, podría haber sido asesinado. O decían que había fallecido, no que había sido asesinado. Y no enseñaban aún la foto. Había sido asesinado, obviamente; se asfixió con las granadas de humo que le lanzaron.
¿Cómo evitas que tu nombre se coma el reportaje? Creo que era Robert Fisk quien decía que hay periodistas que son más noticia que el conflicto.
“Que el periodista sea más noticia que el conflicto”, Robert Fisk. El reportero más conocido de The Independent y el decano de los periodistas que viven en Beirut. Uno de los pocos grandes periodistas a quien la gente lee no por el titular de su noticia, sino porque es Robert Fisk. Pero volviendo a la pregunta, para bien o para mal, digamos que mi nombre se ha convertido en mi propia marca y ahora estoy en una cadena que ha decidido emitir una serie de reportajes que se llaman “Jon Sistiaga en no sé dónde”. Tengo que aparecer yo porque resulta que mi formato es mi propia visión de las cosas, o mi propio punto de vista. Tampoco soy un recién llegado, no soy un neófito, y si ahora viera que emiten un reportaje de un tal Menganito de Cual, de diecinueve años, en no sé dónde, seguramente no me interesaría; pero si viera que es un reportaje de Louis Theroux, como los que emite la BBC2… Louis Theroux lleva veinte años haciendo esto, como los llevo yo. Si me hablas de otros grandes nombres como Nick Robertson o Michael Holmes, o Ben Wedeman, te diría “joder, es que estos tíos los he visto, llevan veinte años, he coincidido un montón de años con ellos”. Entonces es su mirada lo que vale y lo que me interesa, a veces más acertada, a veces menos acertada, pero siempre con un bagaje detrás. Pero es que yo no creo en el periodismo objetivo, no existe. El periodismo es, y más en estos momentos, muy subjetivo. Y yo lo que hago es verbalizar este tipo de periodismo; no escondo nada y además lo que hago en los reportajes es dar una sobredosis de información, quizá más allá de la necesaria. Para mí es importante cómo hago las cosas y cómo consigo las cosas. Para mí es importante que la cámara enfoque que yo estoy en el lugar en el que estoy hablando, y que saque mi cara de sorpresa, mi cara de acojono, que me saque si me estoy riendo de algo o si me estoy cagando de miedo, porque creo que eso interesa e informa. Creo que interesa también cómo se llega a los sitios y cómo se sale de los sitios. Creo que aporta algo, informativamente hablando, el contar que no has llegado en un avión y te has metido en un hotel de cinco estrellas, sino que te ha costado tres días llegar hasta aquel lugar, que llegas derrengado, derrotado, sudado, sin poder ducharte y con hambre hasta ese sitio para poder empezar a trabajar en ese momento y en esas condiciones, y que no te quejas, que es lo que hay, que lo sacas para que se vea que a veces las cosas cuestan y tienen un contexto a la hora de percibir o de retratar. Creo que es importante contar la rapidez con la que un periodista puede reaccionar en una situación ¿Por qué? Porque está preparado para ello o tiene experiencia o bien porque, y es importante contarlo, muchas veces las cosas te salen de puto churro. Un recepcionista del hotel al que te has ganado te dice que tiene un amigo que resulta que conoce a un mafioso y que si vamos de su parte a lo mejor… y entonces vas y no tienes unas especiales capacidades para lograr las cosas, pero mira. Bueno, yo sí que creo que tengo un imán para encontrarme con ciertos personajes, la verdad.
Te gusta reflejar esas situaciones
Sí, me gusta reflejarlas porque creo que alimentan y enriquecen mucho el reportaje. Porque humanizan al reportero, tanto en sus aspectos más benevolentes como en sus aspectos más miserables. En cada reportaje hago un ejercicio de striptease profesional; me desnudo casi íntegramente en todos los reportajes, porque a veces sales estupendo y a veces sales hecho una piltrafa; porque a veces sales todo guapeado y planchado y otras llevas dos días encima de un tren, sin haber dormido, con un frío de cojones y acojonado porque se te están subiendo narcos al vagón. Y esto creo que hay que enseñarlo.
¿Cuál es el reportaje que más te ha gustado cómo quedó finalmente? ¿Del que te dices, “Joder, que bien quedó este”?
Es como decidir entre todos tus hijos, ¿no? Hay reportajes que te persiguen de alguna manera a lo largo de tu vida profesional. Porque significaron mucho para mucha gente, porque abrieron los ojos a muchos. De los que he hecho más recientemente, el reportaje que he hecho sobre las barras bravas argentinas refleja mi propia mirada, la mirada de un tipo que está acostumbrado a meterse en conflictos y se pone a hablar sobre fútbol, y fútbol argentino. Es una mirada que en estos momentos sigue siendo en YouTube uno de los documentales más vistos, sobre todo en Argentina. Porque la visión del gallego (imita el acento argentino) de repente los ha dejado muy impactados: lo que se cuenta, cómo se cuenta, y desde dentro de dónde se cuenta. ¡Y es un reportaje de fútbol, realmente! Luego hay reportajes, como uno que hice en una especie de feria de armas que hay en Estados Unidos, que lo titulamos Papi, cómprame un Kalashnikov, que impactó mucho porque la imagen de ver a niños de siete u ocho años con Kalashnikovs, con M-16, disparando, con sus padres regalándoles una ronda de tiros con una 9 mm por su cumpleaños, dejó a mucha gente muy impactada. Creo que es el reportaje que sigue estando más visto en YouTube, que es una manera, abro un paréntesis, de seguir comprobando la vigencia de tus reportajes, de tu propio trabajo, y que es algo que en algún momento las propias cadenas de televisión deberán tener en cuenta. Ahí sí que hay una intencionalidad; eso no significa que pasabas por ahí y te ha quedado viendo un reportaje y ya cuentas como audiencia, sino que has ido a buscarlo y has esperado a que se descargara para verlo, aunque sea en tu cama o en el coche, o en el autobús. Como decía, cierro paréntesis, uno de esos reportajes es uno que se titula Amarás al líder sobre todas las cosas, una historia que hice en Corea del Norte. Y me hace mucha gracia porque todavía sigue trayendo mucha cola: ese 98 por ciento de gente que lo ve y dice “hostia, dónde se metió y lo que hizo, y vaya paranoia de país” (de hecho yo lo quería haber llamado “Estado de paranoia”) y ese otro dos por ciento de gente, muy de ultraizquierda, que te considera un lacayo del imperialismo y que además difunde por la red las propias fotos que yo mismo he colgado en mi propia web, como intentando demostrar que yo no llevaba ninguna cámara oculta. A ver, ¡yo nunca he dicho que llevara una cámara oculta! Fui allí haciéndome pasar como un profesor, y llegaba con una cámara, y se me veía, y las fotos que corren por Internet… ¡son mías! Las he colgado en mi propia web. Me las he hecho yo o me las han hecho a mí.
¿Qué diferencia encuentras entre trabajar en Telecinco y en Canal Plus, que es una cadena que tiene fama de cuidar mucho los contenidos?
Telecinco es una televisión comercial que vive de la publicidad. Como suele decir Vasile, “nosotros hacemos programas para vender anuncios”. Y Canal Plus es una cadena que vive del dinero de sus abonados, a los que ofrece y garantiza una programación de calidad, de excelencia, y muy diferenciada. Entonces, son dos targets muy diferentes. Sí es verdad que yo he tenido siempre libertad, en todas las cadenas. Y siempre lo digo: en todas las cadenas en las que he estado. Siempre. Pero los formatos no son iguales. En Telecinco te debes a los vaivenes de una programación, de una contraprogramación, y sobre todo a la odiosa insistencia de la publicidad, que te marca mucho el ritmo de un reportaje. Te lo corta porque tienen que meter doce minutos de publicidad… lo que sea. Nunca sabes muy bien detrás o delante de qué programa vas. Sin embargo, en Canal Plus prácticamente da igual el día que te programen. Los dos millones de abonados, si te quieren ver, te buscan de otra manera, te buscan y te graban, y ven el reportaje cuando les apetece; igual ese sábado por la tarde en el que tus niños están durmiendo la siesta y estás tranquilo y dices “me voy a ver un reportaje del Sistiaga”. Es lo que yo haría conmigo mismo. Canal Plus no solo me da libertad porque cree que esta libertad es lo mejor para la creatividad, sino que además eso me permite aplicarle una serie de códigos narrativos a los reportajes que están mucho más cerca del documental, incluso del documental cinematográfico, que del reportaje televisivo. Y eso solo lo hace una cadena como Canal Plus, que te de una libertad extraordinaria y que no te mete publicidad en medio, con lo que tú puedes contar una historia empezando desde el frame cero hasta el último minuto, en el minuto sesenta, y desarrollar todo un guión, con una serie de crescendos o de sinuosidades narrativas que son las que tú quieres, no las que te marca el corte de publicidad a los cinco minutos y el corte a los veinticinco.
¿Hay guerras justas?¿En cuáles consideras que estaba justificada la intervención militar?
Clausewitz decía que en la guerra se aplica siempre la mayor cantidad de violencia posible, y tratar de meterle alguna dosis de moderación a una guerra es francamente inútil y estúpido. Las guerras son siempre injustas. Incluso es estúpido el debate entre guerras justas y guerras injustas; las guerras son siempre injustas. Y los primeros que estudiaron la teoría de las guerras fueron los escolásticos en la Edad Media, y desarrollaron la teoría del doble rasero, que venía a decir algo así como que nunca se debería luchar una guerra si las injusticias que se pretenden evitar empezándola son menores que las causadas por la propia guerra que se inicia. Una guerra es injusta: la vamos a cagar y vamos a matar gente inocente. Ahora, el “bien supremo” de esa guerra ¿va a tapar las injusticias que vamos a hacer? Porque si no, es que… no vayamos, ¿no? Se ha estudiado mucho sobre las guerras justas e injustas; autores como Michael Walzer han publicado varios libros sobre el tema. Él habla sobre la justicia de la guerra, la justicia en la guerra, la justicia después de la guerra, jus ad bellum, jus in bellum, jus post bellum. Pero hay veces que no queda más remedio. Estoy seguro.
¿En qué situaciones?
Hay veces en que no queda más remedio que hacer una intervención militar. Porque, joder, el ser humano, lo queramos o no, es muy hobbesiano. Es muy hijo de puta. No sabes en qué momento una persona normal se convierte en un asesino de masas. Y no hace falta irse a Afganistán; no tienes más que darte una vuelta por Sarajevo, o darte una vuelta por Jerusalén, o darte una vuelta por el Madrid del 36, o por el Berlín del 40, que era la ciudad más moderna de la época. Y como no sabes cuándo esas personas se van convertir en esas personas malas, no te va a quedar más remedio que acudir a la guerra. Hay personas que no razonan, eso es así. ¿Puedo dar algún ejemplo de guerras que a mí me ha parecido que debían librarse? Quizá habría que buscar la palabra “legítima”. ¿Se puede legitimar una guerra? ¿Se puede legitimar una guerra cuando la comunidad internacional considera que no hay más remedio, cuando se han dado ya los avisos adecuados y se han mandado los inspectores necesarios, etc? Probablemente sí. Yo estuve en Kosovo, y vi lo que los serbios habían hecho allí, vi la limpieza étnica. La única manera de parar a Milosevic en ese momento era una intervención militar. Vi las fosas comunes, vi pueblos quemados enteros, casa por casa, vi a miles de personas en la frontera con Macedonia, como si fueran judíos transportados a Auschwitz, vi lo que estaban haciendo allí… Probablemente una intervención militar era lo único que podía parar a Milosevic. ¿Después del 11-S era necesaria una guerra en Afganistán? No sé si lo llamaría guerra, pero desde luego que sí. ¿Había que acabar con el régimen de los talibanes, cuyo país había sido usufructuado como base de operaciones de esa organización terrorista llamada Al-Qaeda? Sí. ¡Algo había que hacer! ¿Que ahora Kosovo es independiente y es un nido de mafias de tráfico de personas y de droga? Sí. Consecuencia nefasta. ¿Que en Afganistán los antiguos señores de la guerra siguen estando en el parlamento y siguen produciendo la mayor parte de la heroína del mundo, y los talibanes están en el sur, conquistando bastantes zonas, y dejando malnutrida a la población? También. Otra cosa es lo que pase después. Siempre se sabe cuándo se inicia una guerra, pero nunca cuándo se acaba, o cómo se acaba. Es lo que los militares llaman “la niebla de la guerra”. Al final puedes hacer muchos planes, pero siempre hay algo que da al traste con todo. El debate de guerras justas o guerras injustas está muy claro: no hay guerra justa, todas son injustas porque toda causa, por muy buena que sea, por muy legal, por muy limpia que sea, toda causa siempre tiene sus zonas oscuras, sus víctimas colaterales, sus cadáveres en el armario. Siempre va a ocurrir. Desde el momento en que alguien coge las armas y está dispuesto a usarlas, hay un momento en el que tienes que decidir si sigues adelante o estás tomando una estrategia equivocada, y es el momento en el que empiezas a hacer víctimas civiles. Entonces, por muy digna que sea tu causa, tu insurgencia, tu resistencia, tu movimiento de liberación…como quieras llamarlo. En el momento en el que estás dispuesto a asumir bajas civiles: niños que han caído por error, una bomba colocada en un mercado sin querer, mujeres que pasaban por la zona, hombres no combatientes que estaban y que… En ese momento es cuando te conviertes en alguien injusto. Es cuando tienes que decidir si todas las injusticias que vas a provocar merecen la pena por ese bien común o ese bien superior que es algo muy justo. Y ese debate lleva siglos en la humanidad, y no está resuelto.
Al hacer el reportaje sobre la industria del porno en el Valle de san Fernando ¿encontraste lo que esperabas? ¿Qué conclusión sacaste de ese mundo?
Ahora todo el mundo puede ver porno por Internet, hay millones de páginas gratuitas. Si hay tantas páginas gratuitas, ¿de dónde sale el dinero? ¿Y por qué hay tantas? Quería seguir el rastro del dinero en el porno, y por eso me fui a Los Angeles que es La Meca del porno. Me quedé sorprendidísimo de la magnitud de la industria. Se hacían al día cerca de cuarenta o cincuenta escenas; se rodaban unas tres mil películas al mes, de todo tipo de cosas. Sí me quedé un poco defraudado de lo que es el porno por dentro, de cómo en el cambio de escena o en el cambio de luces los actores ni se hablan, y están cada uno consultando su iPhone para saber dónde tienen la siguiente escena y si van a poder cobrar mil dólares u ochocientos, o si tienen que hacer un anal, o si es una gangbang. Me dejó un poco frío esa frivolización de la industria desde dentro, lleno de operadores de cámara, y el electricista, y el del maquillaje… como me decía Ramón Nomar, el actor español: “Yo hago historias para que al final la gente se haga una gayola, no le busques más vueltas”. En fin…
¿Hay mucha droga?
Ya, la imagen de la actriz dependiente de la droga… No por lo que yo vi. La habrá, pero yo vi una profesionalidad extrema, porque se gana mucho dinero. Hay actrices que te hacen tres escenas a la semana, o cuatro escenas a la semana, y están sacando mil dólares por escena. Te estás levantando tres mil dólares a la semana, que son doce mil al mes, más o menos. Entonces, por un pinchazo de algo, por meterte algo, no vas a dejar de ingresar ese dinero. Hay mucho control, antes de cada escena tienes que llevar todos tus papeles, hay muchos laboratorios pequeños a los que tienes que ir a hacerte el análisis de sangre, del SIDA y de todo otro tipo de cosas, porque si no la industria se para hasta detectar quién coño era el que ha metido sífilis en el circuito. ¡O SIDA! Se llevan los cuerpos estupendos, las tías están buenísimas, los tíos también. Hay un porno muy decadente, también, en el que se recluta a otro tipo de personaje, pero ese ya es muy marginal; en el mainstream del porno las tías están muy buenas y los tíos están bastante bien, se cuidan mucho. No, droga no, hay más bien drogas para mantener erecciones y ese tipo de cosas. Pero… joder, me divertí mucho. Ramón o Nacho Vidal me decían “a ver, yo hago pelis para que la gente se haga una gayola delante de la tele, y no busques más”, y sin embargo te encontrabas gente que creía que todavía había cierta vena artística en lo que hacía. Había una actriz, bastante conocida allí, que decía “oye, que en el último festival porno de Las Vegas me dieron un premio a la mejor actriz”, y otro actor le replicaba “a ver, era un premio al mejor anal, ponte en tu sitio, ¡no eres una actriz, eres simplemente una tía que tiene un culo estupendo, nada más!”
Fotografía: Guadalupe de la Vallina
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La contestación a la primera pregunta es falsa. La Voz de Guipúzcoa desapareció antes de la Guerra civil, y en la citada provincia se editó La Voz de España, desaparecida en 1981. Pregunten en Egin.
«Y de los 35 que no habían estudiado la carrera uno es el director de El País, otro es el subdirector de los informativos de la SER… »
Eso aclara muchas cosas de ese periódico y esa radio. Al nivel de la Carbonero en materia periodística.
Eso no aclara nada señor «Juez», todos los grandes del periodismo coinciden en que la carrera de periodismo es innecesaria para ejercer de periodista. Como se ha podido leer en varias entrevista de esta misma página.
Quizá no sea imprescindible, pero el gremio de periodistas debería ser más férreo con aquellas personas que pretenden ejercer sin tener licenciatura. Entiendo que el periodista nace, no se hace. Que la vocación es más importante que aprobar unos créditos. Pero la necesidad de tener la carrera no deriva del trabajo que se hace finalmente. Yo como periodista licenciado en paro, reclamo que los medios de comunicación sean más estrictos a la hora de pedir la carrera universitaria. O si no, que no exista. Porque somos muchos los que nos dejamos un dinero en esta carrera, en vivir fuera, puesto que no es habitual en la mayoría de las ciudades del país, y que trabajamos y estudiamos por conseguirla aprobar. Nosotros también somos quienes hacemos prácticas no remuneradas durante 5 años, para darnos de bruces contra el mercado laboral. Por eso, ya que es un mercado tan complicado (lo sabíamos antes de entrar), se debería ser más riguroso a la hora de pedir una carrera periodística. No creo que al director de El País le cueste pasar ese trámite. Por muy buen profesional que sea, que estoy seguro que lo es, debe tener el tiempo y la responsabilidad de tener la licenciatura de periodismo. Porque para eso existe. Por eso no estoy de acuerdo con Sistiaga desde el punto de vista de regulación del mercado laboral. Sí coincido en que ser periodista es una vida, más que una carrera. Pero estoy un poco harto del prototipo de persona sin carrera de periodismo que es buen profesional. Hace daño a la profesión.
guau! uno que se atreve a juzgar. Qué valiente!
Ryszard Kapuściński tampoco estudió periodismo, el propio Sistiaga ya dice que no es una condición imprescindible. No entiendo tu comentario más allá de un ataque con pocos argumentos.
Claro, claro, ¿qué consideras tú excelencias en materia periodística? ¿Pedro J.? ¿Marhuenda? ¿Losantos? ¿El ABC? ¿La COPE? ¿La Gaceta? Tu respuesta (sincera) aclararía muchas cosas también.
Es cierto, basta ya de intrusismo. Tampoco Alejandro Sanz o Bisbal no estudiaron la carrera de músico, que dejen de publicar de una vez.
O eres idiota, o eres de UGT.
Jon Sistiaga acaba de dejar claro que trabaja para una cadena de mierda, lo que piensa de Telecinco. Y se habrá quedado tan pancho. Después que si hay despidos.
Todo lo que dice Jon Sistiaga es interesante. Sea en el medio que sea. Por eso admiro a este tipo. Porque cuenta y muestra cosas interesantes y porque lo hace de la manera más correcta que puede hacer un periodista.
Muy chulas las fotos. ¿Dónde le hicísteis la entrevista, en su casa?
Personalmente, suprimiría el adjetivo «grandes» que acompaña a «perioditas»; pero en lo esencial opino que Sistiaga da en el clavo.
Quizá sería más cercana a la «verdad» el enunciado siguiente: «Los periodistas grandes y pequeños que están prejubilados o incluidos en un ERE son, sencillamente, los que tratan de aprender todos los días sin atender a conveniencias ajenas al oficio de informar».
No obstante, aún quedan periodistas asalariados que saben trabajar y que lo hacen bien –Sistiaga, por ejemplo.
Quienes hemos estudiado Periodismo o Ciencias de la Información o de la Comunicación o como le quieran llamar, debemos ser los primeros en defender la necesidad de un título y la existencia (al margen de que se puedan y deban mejorar los programas de enseñanza para hacerlos más acordes con la realidad de la profesión) de las Facultades. De otro modo, y Jon Sistiaga habla de ello, las empresas se nutren de profesionales fieles y dóciles en los másters que esos mismos medios organizan o preparan con un curso acelerado a sus elegidos. Tengo compañeros que han hecho Historias, Filosofía, Filología… sentados en la Redacción después de haber cursado un Máster. Son los primeros en poner en su tarjeta lo de Periodistas. Con todas las letras. A mí, seguro que no me dejaban poner filósofo o humanista en una tarjeta, como hacen ellos. Y, muchos menos, dar clases… Siempre hemos sido unos gilipollas (también en este aspecto).
El Periodismo es un oficio, no una carrera. Sistiaga habla de ambición, experiencia y suerte. Dime en qué aula te enseñan eso, que me matriculo inmediatamente. Al Periodismo, eso sí, hay que tratar de llegar bien formado. O formarte constantemente. Por eso gran parte de los corresponsales extranjeros que están en Madrid han estudiado Literatura, Económicas, Historia o Filosofía, entre otras cosas. Y luego, claro, se te tiene que dar bien contar lo que tienes que contar.
Ni tú eres periodista por estudiar la carrera de periodismo ni tu colega es filósofo por estudiar filosofía.
Sistiaga es de la estirpe de Perez-Reverte, Ramon Lobo, Enric Gonzalez o Robinson…gente honesta y coherente, profesionales con principios que ponen las cosas en su sitio.
gracis Jon
Los periodistas salimos de la carrera igual de mal formados que muchos estudiantes de otras carreras, con la diferencia de que es una de esas materias sobre la que todo hijo de vecino se permite el lujo de opinar. Muchos de esos hijos de vecino son de los que luego van por la vida dando lecciones a los demás sobre lo ignorantes que son por opinar sobre lo que no saben. La única manera de aprender un oficio o una profesión es ejercerla, por mucho que a algunos se les hinche el ego pensando que son más listos que nadie porque estudiaron cinco años en una facultad y manejan ContaPlus.
El problema es que en esas otras carreras sales mal formado en torno a una cuestión. En Periodismo, al querer enseñarte un poco de todo, sales formado en nada. He ahí el gran problema, que ni siquiera te llevas una mísera base sobre la que formarte tú solo.
«Deja de mirarle a los ojos a ese tipo, porque acaba de quitar el seguro del kalashnikov y va de farla hasta arriba…» Cómo lo flipa. ¡Es Johnny Sistiaga!
cómo lo flipa ¡es master of karate!
Sistiaga para mí es un ejemplo de sensatez y mesura en el periodismo, entre tanto inculto y tanto flipado.
Me ha gustado mucho su reflexión del embajador estadounidense y también la de las guerras legítimas.
La reflexión de las guerras legítimas es muy buena. Pero creo que este señor, y lamento decirlo de este modo, se subió a la ola a raiz de la muerte de Couso.
Nunca entenderé las vísceras con las que opinas la gente, la poca moderación y menos reflexión en muchos comentarios.
Envidia, o España. Es igual. es lo mismo.
Acaso Sistiaga hace un mal al mundo? Cualquiera lo diría. Las críticas que se ven por aquí parecen más salidas de la envidia que de la reflexión o crítica constructiva. Yo que pensaba que a Jot Down no llegarían estos canívales del bien… me equivocaba
… Esa ortografía…
les prometo que me leo la entrevista, pero la foto de cabecera es lo más pretencioso y pedante que he visto desde mario vargas llosa
j
Está más que contrastado que las matanzas serbias se produjeron TRAS la intervención, y de hecho ésta se usó para justificarlas. Me parece que ésa al Sistiaga le pilló en el bar…
Pese a que reconozco que en la entrevista me ha gustado mucho más de lo que esperaba, a mí este tipo me pone bastante nervioso en sus reportajes: eso de asomar la nariz en dos de cada dos planos de sus documentales, cariacontecido, lleno de estupor o de indignación, editorializando con sus gestos lo que no editorializa con discursitos morales, me saca de quicio. Cada vez busca el lucimiento personal con mayor ahínco, nunca pierde ocasión de subrayar lo mucho que se juega el pellejo y lo bárbaros y canallas que son los «malos» de sus reportajes. Y hay algo en cómo se mueve, cierto deje chulesco o prepotente, de perdonavidas de los asilvestrados, que me provoca un rechazo tremendo.
Hubo un momento sonrojantísimo en el reportaje de las Barras Bravas en el que Sistiaga le preguntaba a un capo de medio pelo algo sobre la naturaleza hobbesiana del hombre y la incongruencia del enfrentamiento violento en unos términos tan pedantes que daba vergüencita.
Hay que aprender este oficio para ejercerlo. Hay muchas cosas imprescindibles que no todos los que ejercen de periodistas parecen saber. Por ejemplo: que lo que estás haciendo no es para satisfacer tu propia curiosidad; que eres un intermediario, un vehículo para hacer llegar lo que ocurre a tu alrededor a los espectadores, lectores…
o que el protagonista no eres tú sino la historia, la noticia, las personas que entrevistas.
El oficio se puede aprender en una redacción o en una facultad. Lo idóneo es sustentar tus conocimientos en la Universidad y comenzar a hacer prácticas; lo único seguro es que no todo vale.
Ryszard Kapuściński tampoco estudió periodismo, Sara Carbonero nunca acabó la carrera, Belén Esteban ni siquiera la empezó; por lo tanto, Belén Esteban y Sara Carbonero son unas periodistas igual de validas que Ryszard Kapuściński, ¿no? ¿Ése es vuestro argumento? ¿Que para desempeñar cualquier profesión lo único que hace falta son ganas, dar un puñetazo en la mesa y gritar «¡Soy reportero, me cago en Dios!», a ver si alguien se lo cree y te enchufa en su empresa? Vale, aclarado. Ya me puedo ahorrar la carrera.
Estudio Periodismo en la Universitat de València. Una carrera llena de incoherencias en su estructura, con asignaturas que no nos llevan a ninguna parte.
Por una parte, quieren que aprendamos de todo un poco, política, economía, historia, ciencia… ¿Con una asignatura cuatrimestral de economía parece ser que ya estamos preparados para escribir sobre economía? Obviamente no. Entonces, ¿qué sentido tienen ocupar medio cuatrimestre con una asignatura que nos va a proporcionar unos conocimientos ínfimos?
Por otra parte, dicen los encargados de estructurar el grado que las asignaturas prácticas no nos van a servir para mucho dentro de cuatro años porque la tecnología evoluciona.
Claro, además ahora inciden en que tenemos que ser emprendedores y todo eso que está tan de moda. Sí, ¿de qué hablamos, si no tenemos ni idea de nada? ¿Cómo lo plasmamos y transmitimos si tampoco sabemos manejar editores de vídeo o de texto?
Yo como muchos otros, aprovecho las clases de dos horas para leer el periódico y alguna que otra revista y en casa me veo algún tutorial para aprender a usar Premier y algo de iluminación. Durante esas dos horas el profesor dirá una o dos cosas interesantes que me van a servir para algo. Aunque seguramente ya lo habrá dicho otro profesor en otra clase, pero lo de los profesores que tienen ganas de acabar su jornada, que se cagan en que aprendamos algo y que además no se organizan para no repetir lo que se dice en otras asignaturas ya es otro tema.
Por supuesto que no hace falta la carrera y menos si está mal planteada. Eso sí, evidentemente te tendrás que formar tu mismo para ser periodista y no Carmele.
Lo que aquí dice Sistiaga, y otra mucha gente piensa; es que para ser buen periodista hay que tener ciertas habilidades, y que esas habilidades también se pueden adquirir fuera de la carrera.
En vez de por el intrusismo, deberíais preocuparos de que las universidades formen de verdad buenos periodistas, y de que no haya tanta masificación.
«Grandes periodistas prejubilados» es un oximoron
Chicos, tened cuidado, que creo que se os olvidó mencionar que los actores españoles en Los Angeles hacen porno para que la gente se haga una gayola delante de la tele.
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Reconociendo que es de lo mejorcito actualmente, una de dos, o nunca ha estado en los balcanes, o esa version que nos da significa que, al igual que otro afamado reportero, se ha vendido al poder por 4 monedas. Precisamente lo que predica en la entrevista que no se debe hacer, menuda catadura moral.
Muy bueno el cuento de la aventura en el restaurante cuando lo d e casas y lo de que él leía el EGIN, este no ha pisado la calle en euskalherria en su vida, pero como humorista no tiene precio, por algo es de irun……
Cualquiera puede ser un buen periodista sin estudiar la carrera, pero todos los licenciados en cualquier materia estamos capacitados para dar clase de lengua a niños de cinco años y si no eres diplomado en magisterio no puedes trabajar de ello. Una cosa son las columnas, los showman o los ejecutivos de los medios y otra los redactores, que siempre deberían ser licenciados en periodismo.
¿Por qué no ponen además un video con la entrevista?. Sería más fácil de ver
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Periodistas/corresponsales de guerras…Gente que está para denunciar las injusticias mundiales y para que sean vistas /(aunque sólo sea por la tele) Una profesión realmente arriesgada.
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