320 golpes en 23 minutos. Casi 16 por minuto. La primera vez en que Anderson Silva, el invicto luchador brasileño, se enfrentó al estadounidense Chael Sonnen, se batió el récord de golpes efectivos en un solo combate de la historia de la UFC. De todo se lleva hoy estadísticas, ya se sabe. Sonnen, un underdog, un jornalero del trompazo entrado en la treintena que a la manera de Rocky Balboa se encontraba ante la única oportunidad de su vida, sometió a un castigo inhumano al mejor luchador de todos los tiempos, el invicto cinturón negro en jiu-jitsu, capoeira, judo, taekwondo y muay-thai. Pero este, cuando los jueces ya rellenaban su ficha de puntos, reforzó su leyenda: con una llave neutralizó a Sonnen y le obligó a rendirse.
Puede que sea el mejor combate de la historia. La UFC fue aplazando dos años la revancha, cocinando a fuego lento la expectación.
A mí me invitaron a asistir a su reencuentro. En Las Vegas.
Aterrizo un martes, la pelea es el sábado. El aeropuerto está junto al Strip, la avenida de kilómetros de largo en la que se agolpan los hoteles-complejos de fantasía. Mientras el avión busca el slot para desembarcarnos, por las ventanillas veo a una calle de distancia la pirámide del Luxor, el resplandor dorado del Mandalay, la fantasía infantiloide del Excalibur.
Al minibús que me lleva a mi hotel, el MGM Grand, se suben las dos chicas alemanas con las que he compartido fila de asientos desde Charlotte, una pareja de noruegos, unos neoyorquinos. En la parte de delante, uno de esos obesos norteamericanos. Según arrancamos, se pone en pie y empieza a hablar con esa característica entonación estadounidense de profesional de la comunicación, que a mí siempre me hace pensar si es la realidad la que copia a la ficción —los ciudadanos hablando como los actores y presentadores que suponen el 90% de su contacto diario con seres humanos— o la ficción a la realidad. Después de cinco minutos de charla, todo se reduce al equivalente local de una de esas visitas a El Escorial con regalo de una olla en la que, sin compromiso, ustedes, señores jubilados, pueden conocer los últimos productos de nuestra empresa, sean cuberterías de plata, jamones, o colchones.
Si les parece un poco decepcionante como llegada a la capital mundial del vicio, el juego y los deportes de lucha es porque, como yo, no han estado antes en Las Vegas.
El UFC 148 se celebra el fin de semana del 4 de julio. En consonancia con fecha, ubicación e importancia del combate de fondo, todo a su alrededor está concebido como un evento de primer orden mundial. Esa noche también se retira Tito Ortiz, el luchador rebelde con más de una década de éxitos y pareja de la ex pornostar Jenna Jameson. Y la velada culminará cuatro días de actos, conciertos y una feria para más de 35.000 personas, el doble de los afortunados con entrada para el pabellón del hotel MGM Grand, donde se disputarán los combates.
Las artes marciales mixtas son el deporte que más crece en audiencia televisiva en Estados Unidos, Japón, Rusia o Brasil. Desconocidas en España, donde sólo el canal Energy emite un reality show que organizan para conseguir nuevos luchadores, ya han llenado pabellones de 50.000 espectadores también en Canadá o Suecia.
Sin embargo, hasta convertirse hoy en una más que seria amenaza para el boxeo, la ruta ha sido tortuosa. Su origen es la tradicional discusión infantil sobre “quién podría más”, Superman o Spiderman, Chuck Norris o Sylvester Stallone, trasladada al mundo real. ¿Quién podría más, un campeón de kárate, uno de boxeo, uno de lucha o uno de sumo? Las primeras veladas de lo que se llamó primero War of the Worlds (la guerra de los mundos) y luego Ultimate Fighting Championship (UFC, campeonato de lucha definitiva) no fueron tan amables: ocho expertos en diferentes deportes se eliminaban sucesivamente hasta que sólo quedara un ganador. La lona, situada en un octágono enrejado que se convertirá en el eje de una poderosa iconografía propia, debe ser siempre fregada entre combates para quitar la sangre.
El debut fue en Denver, en noviembre de 1993. Bajo el slogan “¡No hay reglas!” y la dirección creativa de John Millius, el bizarro director del Conan de Schwarzenegger y la muy chiflada Amanecer rojo, el evento consiguió casi 90.000 abonados en pay-per-view. Los buenos resultados económicos abrieron al puerta a sucesivas citas.
¿Y quién ganaba, entonces? ¿Batman o La Masa? La respuesta debió sorprender a casi todos los espectadores, menos al citado Millius, que se entrenaba con el campeón: Royce Gracie, brasileño miembro de una familia que había creado su propia rama del jiu-jitsu. Entre un abanico de mortíferos repartidores de mamporros que le superaban en decenas de kilos y unos cuantos centímetros, el arma más letal resultó ser la habilidad de Gracie para someter a sus rivales con llaves asfixiantes, combinada con la capacidad para mantener a distancia sus golpes. En Youtube —el canal de la UFC es el que más visitas tiene entre los deportes en Estados Unidos— pueden verse imágenes de las citas originales, incluyendo el disparate protagonizado por un campeón de savaté (versión francesa del kickboxing) y uno de sumo, que dura apenas unos segundos para terminar para siempre con la presencia del deporte tradicional japonés en estas citas.
En retrospectiva, el triunfo original de Gracie estableció bastantes de las bases por las que la UFC evolucionaría desde entonces. Por ejemplo, la hegemonía de combatientes brasileños: tipos duros de favelas domesticados en el gimnasio, con una disciplina estricta impulsada por el hambre de triunfo, sin olvidar la existencia de un deporte propio menos glamouroso, el valetudo. Además, el jiu-jitsu brasileño ha terminado por convertirse en la disciplina que más influye en las artes marciales mixtas actuales, donde no faltan tampoco elementos de taekwondo, boxeo, muay thai, kickboxing o lucha libre. Porque de la lucha de expertos en distintos deportes se ha ido pasando a una disciplina propia, con una selección de técnicas de las demás, en la que los campeones de un solo deporte podrían participar, pero no durarían mucho en pie.
Los veinte años transcurridos, además de los del crecimiento, han sido los de la respetabilidad. Aunque la iconografía de la UFC sigue estando mucho más cerca de los chándals con llamas de Bosco que de las chaquetas de Armani, con mayoría de tatuados en el octágono y de rednecks en la grada, el “sin reglas” inicial se ha ido atenuando, en parte por una campaña política un tanto oportunista que liderara en su momento el más tarde candidato a la presidencia John McCain. Se han impuesto una treintena de limitaciones, que afectan en su mayoría a cuestiones de sensatez como el ataque a los ojos o los genitales. Se crearon categorías por peso. Los combates son cortos, de tres asaltos de cinco minutos por lo general, y de cinco en peleas por el título, y se detienen sin cuenta de protección, tan pronto como el árbitro determina que uno de los luchadores ha recibido un daño severo o se encuentra conmocionado. En consecuencia, el historial de lesiones de verdadera gravedad o problemas cerebrales es nulo. Eso sí, la lona debe aún limpiarse de sangre entre combates: el codo es más letal que el puño contra un enemigo caído, la rodilla puede emplearse contra rivales aún en pie o cayéndose, y en suma, los luchadores veteranos bromean sobre cuánto les queda de original en sus dientes, su nariz o sus costillas. Aunque la UFC como espectáculo se haya refinado al punto de que no ofrece fotos de sangre.
Fueron surgiendo otras empresas que organizan combates de artes marciales mixtas, algunas con reglamentaciones más extremas. Pero la UFC, desde que pasara a estar controlada por unos hermanos del negocio de los casinos, los Fertita, ha ido imponiéndose al combinar espectáculo, marketing y olfato empresarial.
Tras 24 horas consecutivas sin dormir de avión en avión, mi primera noche en Las Vegas llega y acaba temprano. A las cinco de la mañana bajo a buscar mi desayuno. El casino del MGM Grand está tan iluminado como siempre, como Cortylandia en el puente de diciembre; pero la escasez de clientes, y la reducción del ruido de la tarde anterior, cuando tuve que pasar por allí hacia mi habitación, dan al lugar un aura terminal, ballardiana. Desde lo alto de una de las escaleras de salida, las tragaperras se extienden hasta donde alcanza la vista bajo un techo de cinco metros de altura. Como hormiguitas, deambulan representantes tardíos de las principales clientelas de Las Vegas: adolescentes en busca de un remake con colegas de Resacón…, ancianos de los que en España frecuentan los bingos y ludópatas dispuestos a gastarse los ahorros del año en busca del golpe de gracia, mostrando diversos grados en su evolución hacia el estado terminal de hiperactividad paranoica. Los profesionales del póker y los jugadores ocasionales que son capaces de limitarse a la pura diversión, siempre numéricamente mucho menores, ya no están a esta hora, en la que igualmente se retiraron las camareras recauchutadas para dar paso a sus versiones low-cost, obligadas sin embargo a lucir el mismo uniforme de top y minifalda/maxicinturón. Completan el paisaje los croupiers —casi siempre orientales— y las limpiadoras —siempre hispanas— en tarea constante para que la moqueta colorida, las lámparas doradas y los detalles en mármol reluzcan sin mácula.
La camarera —mexicana— que me cobra en el autoservicio me dice que lleva trabajando desde las cinco de la tarde, pero ahora terminará el turno a las siete.
El día antes dieron comienzo los fastos del UFC 148 con la rueda de prensa de Silva y Sonnen, los dos grandes protagonistas, los tipos de la gran revancha. Silva llega a la cita con una inmaculada trayectoria de 14 combates disputados y otras tantas victorias, sólo dos de ellas a los puntos: el mejor récord de la historia de este deporte. Hombre de pocas palabras, de cultivado aire entre misterioso y altivo, es el primer luchador de UFC que consigue contratos publicitarios con marcas grandes de fuera de la órbita habitual de la UFC, como Burger King, Philips o Nike.
Sin embargo, Sonnen estuvo a 1:50 minutos de derrotarle en agosto de 2010, y desde entonces se ha dedicado a buscarle las cosquillas cada vez que le han puesto delante un micrófono. El estadounidense hizo una exhibición amplia de trash talking durante meses: tuvo referencias a la mujer de Silva, menosprecios hacia Brasil y hacia el historial del campeón. Aunque las provocaciones de este tipo son mucho más habituales en el deporte americano que en el europeo, todo el mundo me asegura que no son frecuentes en la UFC. El detalle me recuerda algo que oí comentar al escritor León Arsenal: se ha perdido en parte la cortesía desde que la gente no va armada. Cuando tu interlocutor puede responder a un comentario irónico con un mandoble, tiendes a comportarte de un modo prudente y educado. Y cuando tu rival puede decidir en una décima de segundo si la patada que va a propinarte cuando quedas descubierto te enviará al hospital o solo te hará daño, es preferible que te vea como un rival deportivo, no un enemigo personal.
Sonnen rompió esa barrera, quizá como parte de una estrategia para convertirse en el primer chico malo de la competición, el Dennis Rodman o el Pepe de la UFC. Su récord era apenas de seis victorias y cuatro derrotas. Entró en el circuito en 2005, y lo abandonó al año siguiente tras una breve trayectoria de dos derrotas y una victoria por puntos. Tras volver a currárselo en competiciones menores, aprovechó su segunda oportunidad. Con todo, cuando en 2010 llegó con 33 años al combate por el título contra Silva tras tres victorias consecutivas, parecía un compromiso de trámite. Sonnen, campeón de lucha libre en la Universidad de Oregón, donde se graduó en Sociología, mantuvo en el suelo a Silva 20 de los 23 minutos que duró el combate, haciendo valer su corpulencia y las llaves de su deporte preferido para inmovilizar y golpear una y otra vez, una y otra vez: los mencionados 320 impactos por solo 64 de su rival.
Después, entre provocaciones, un positivo por testosterona, una candidatura local con los republicanos, distintos líos con el fisco y varias victorias, Sonnen consiguió labrarse un perfil público del que carecía. No del todo negativo en un país en el que la villanía deportiva vende, y sobre todo la eventual redención. Y Sonnen logró, además, sacar al fin de sus casillas a su estólido rival. Días antes de que se encontraran al fin, Silva habló de dientes y huesos rotos: “Lo siento, porque va a ser muy violento. Voy a aniquilarle de una forma que cambiará la imagen de este deporte”.
El pay-per-view para la cita se cobraba a 60 dólares en alta definición. Las 18.000 localidades a la venta se agotaron en horas, con una recaudación récord en la historia del estado de Nevada de siete millones de dólares.
El jueves se celebra la rueda de prensa de los dos combates secundarios y una breve sesión de entrenamiento pública, en esta ocasión en el hotel Encore. La UFC, como gran evento con raíces comerciales en los propietarios de casinos, reparte sus actos por media docena de instalaciones en diferentes puntos de la ciudad, casi siempre entre los establecimientos de nivel medio superior. El Encore, uno de los hoteles de construcción más reciente, está situado casi al final del Strip en dirección al centro. Para la ocasión se habilita una sala de fiestas con capacidad para un millar largo de personas, con la piscina central como escenario de fondo.
Casi la mitad del aforo está ocupado por periodistas. Escenario cuidado al detalle, presencia de incontables cámaras, pantallas gigantes emitiendo vídeos promocionales, un bufet libre exquisito… En ningún evento deportivo europeo de primer orden, ni siquiera en finales de la Champions League, he asistido a un despliegue semejante. La diferencia, por supuesto, es que la UFC está en promoción permanente. Es una empresa privada que busca toda la publicidad posible, que hace todo lo necesario para convertir sus grandes citas en el evento del año y lograr clientes televisivos. Con veladas de menor jerarquía casi a diario en todo el mundo, más citas que llevan el título de UFC mensualmente y en las que casi siempre se pone en juego un título mundial, esta UFC 148 es la creme de la creme; el evento central de la llamada International Fight Week, que van a organizar anualmente en Las Vegas la semana del 4 de julio.
La primera comparecencia reúne al canadiense Patrick Coté, el mejor luchador de su país y veterano de la competición, con el vietnamita Cung Le. A sus 40 años, invicto en kickboxing, Le quiere conseguir para el final de su carrera un lugar en la principal federación del momento. Como a otros luchadores de prestigio, a Le le ha llegado el momento de entrar en la UFC, que ya era la primera empresa del sector pero en el último año ha obtenido una posición incuestionablemente hegemónica. En primer lugar, por la adquisición de su principal competidora, Strikeforce, que posiblemente se mantenga como un sello de menor jerarquía. La siguiente empresa en audiencias que queda independiente, Bellator, está a mucha distancia y tiene un punto excesivamente macarra para los luchadores más expertos: sus eventos son de ocho competidores peleándose simultáneamente hasta que sólo queda uno en pie.
Otra noticia, menos importante en lo empresarial pero casi definitiva en lo psicológico, es la retirada del ruso Fedor Emilianenko. Dominador invicto durante diez años de los pesos pesados, los Fertita llegaron a ofrecerle dos millones de dólares por combate más el porcentaje del pay-per-view; el doble de lo que cobra Anderson Silva, el considerado mejor luchador del mundo “libra por libra”. Sin embargo, Emilianenko nunca entró en la UFC, lo que ha dado lugar a las inevitables especulaciones en el mundillo, y se mantuvo como freelance que peleaba aquí y allá casi toda su carrera. Su retirada el pasado mes de enero supone que no queda ningún luchador de verdadero relieve público fuera de la órbita de la UFC. Y, por tanto, los de nivel medio-alto como Le deben entrar en ella, porque va a ser el último lugar con ingresos relevantes.
Entre Coté y Le fluye en la rueda de prensa el tipo de relación de camaradería distante que domina en este deporte. En la idea de que pueden hacerse mucho daño el uno al otro, no quieren darse motivo para ello. Se respetan, hablan del rival con una consideración un punto chocante para alguien con quien vas a cruzar todos los golpes imaginables al cabo de 48 horas. Luego, Coté es rodeado por una docena de medios canadienses, que le dan tratamiento de estrella aunque no esté muy por encima del puesto diez del peso medio. El sábado, Le vencerá sin complicación alguna.
Luego sale la estrella de la jornada, Tito Ortiz. La comparecencia de Anderson y Sonnen se adelantó por tener entidad propia, pero también para dejar que “El Campeón del Pueblo” tuviera su gran adiós ante la prensa y los aficionados, que ya llenan el resto de la sala y los alrededores de la piscina. Ortiz accederá al Hall of Fame del deporte horas antes de su combate final, tras una carrera de 15 años: debutó en el UFC 13 y se va a despedir en el 148. En rigor, Ortiz lleva los últimos seis años largos viviendo de sus éxitos pasados, su carisma como ídolo de los hispanos y su fama como pareja de pornostar, con tormentas incluidas. Perdió siete de sus últimos ocho combates, y si no ha decidido retirarse él, lo habrá hecho la UFC, con la que ha tenido sus más y sus menos a lo largo de su carrera, por el sencillo método de no ofrecerle más combates. Tal vez sea eso lo ocurrido, claro. Fue uno de los hombres que cimentó el desarrollo de la empresa, pero también esta le dio de lado en algún momento en que las cosas se torcieron.
Los luchadores firman contratos por varios combates con la UFC. Esta rastrea talentos en su propio reality show, en competiciones menores o en campeonatos de distintas artes marciales. Ese contrato te fija una bolsa segura por combate para tres, cuatro peleas; también es posible ganar bonus en cada velada por el mejor k.o, el mejor combate etc. Puedes tener aparte tus contratos publicitarios. Si vas sumando victorias, o bien si tienes alguna derrota pero aportando espectáculo y creándote un buen perfil profesional, puedes renegociar al alza. Todo muy americano, muy “tanto logras, tanto vales”, con una permanente selección natural de los mejores.
A cambio, la UFC decide tus rivales y las fechas en que combatirás, normalmente un par de veces al año. También es la que gestiona los arbitrajes, te obliga a presencia en actos públicos etcétera. Es decir, te protege y paga bien, pero tiene bastantes medios para ponerte las cosas difíciles. Por otro lado, ese control es precisamente el que está permitiendo a la UFC crecer tan rápidamente: sus luchadores son figuras accesibles, siempre disponibles para todo tipo de actos y promociones. Y en cuanto a los enfrentamientos, cocina los tiempos de manera que siempre crezca la expectación. Mientras en el boxeo los combates dependen de acuerdos sobre las bolsas, negociaciones para el reparto del pay-per-view etcétera, y por ejemplo hay quien dice que jamás se verá un Pacquiao–Mayweather, en el micromundo cerrado de la UFC las rivalidades siempre desembocan en un combate de fondo que deja claras las cosas. De alguna manera, han conseguido trasladar en parte el control de los tiempos y el efectismo propios del wrestling a peleas reales, más duras que los del boxeo actual. El premio ha sido mejores audiencias televisivas en Estados Unidos que el boxeo entre los menores de 35 años.
Ortiz, como dije, chocó en varias ocasiones con decisiones de la empresa. Y esta, ahora, le puso para su combate final un regalo envenenado como rival: Forrest Griffin. Por un lado, puede interpretarse como una muestra de respeto que, tras tantas derrotas, el último combate que te asignen sea de entidad. Por otro, vaya problema tener que medirse con un tipo tan duro justo el día de marcharse. Ambos se han enfrentado dos veces, con una victoria para cada uno. Pero lo peor es que, al corresponderle Griffin, Ortiz ni siquiera podría contar con la simpatía unánime del público para su despedida. Ex policía de Georgia, Griffin vendió cuanto tenía para marcharse a Las Vegas en busca de su sueño de ser luchador profesional. Hace siete años ganó el primer reality show de The Ultimate Fighter, con una victoria en la pelea que está considerada como el inicio de la edad moderna de este deporte por su impacto mediático. Fue campeón del mundo y ha tenido una carrera regular, impulsada en parte por el hecho de que es un tipo que cae bien. De habla pausada y gesto un tanto simiesco, ha creado una línea de camisetas con un mono, un excelente ejemplo de su sentido del humor autocrítico. Además, pelea en su hogar de adopción.
La rueda de prensa de ambos es el choque de dos mundos. Griffin lleva pantalones cortos de deporte, una de sus camisetas, y hace continuos comentarios sarcásticos, generalmente en contra de sus propias habilidades y acerca de su pereza para entrenarse. En alguna ocasión incluso consigue arrancar una sombra de sonrisa de Ortiz, que permanece en esa pose de jefe indio impasible tan característica en el mundo de los deportes de contacto. Vestido con un impecable terno claro, Ortiz desafía al mundo desde su confianza de self made man surgido del arroyo. Salpica el balance de su carrera con sentencias tipo “tenía tres opciones: la muerte, la cárcel, o las artes marciales mixtas”, que arrancan el entusiasmo de los asistentes, incluyendo unas niñas canadienses de diez años que preguntan a los luchadores cuando se da oportunidad al público. Ahora dice que se dedicará a sus gimnasios y, tal vez, a hacer algún pinito en el cine.
La forma en que Ortiz mira a su alrededor, desde su pedestal de celebridad, me resulta un tanto ridícula y me hace reflexionar en general sobre el fenómeno de la fama. Quiero decir: ahí está el tipo repartiendo condescendencia desde su condición de rey del mundo, y yo ni siquiera sabía quién era hace tres días, como no lo sabrán el 99% de las personas que me están leyendo. Sin embargo, es obvio que aquí es un dios. Conseguir ahora mismo una entrevista individual con él es tan inconcebible como podría serlo a Nadal, Mourinho o Alonso.
Me acuerdo de una de mis anécdotas favoritas, una vez que fuimos a un garito en Santander unos cuantos periodistas deportivos después de un Racing-Real Madrid y no nos dejaron entrar. Un presentador de Telemadrid se fue al gorila de la puerta y le preguntó lo de “¿es que no sabes quién soy yo?” Mal cálculo: efectivamente, no tenía ni idea.
Siempre he pensado en lo insatisfactorio que resulta la fama como logro, en su caducidad y el trabajo constante que exige su mantenimiento, pero también está la limitación geográfica e idiomática. Te lo curras para ser el puñetero amo aquí y un avión después te ponen el whisky de garrafón como al resto de los cristianos, porque eres de nuevo un don nadie. Así, desde mi perspectiva, ver a Ortiz medir sus palabras como si fueran ex catedra, da por momentos incluso un poco de risa.
Dos días después, Ortiz dominará casi completamente el combate, de manera inesperada dados los antecedentes inmediatos. El público se va poniendo de su lado. En las siete peleas previas de esa velada resueltas a los puntos fui capaz siempre de adivinar el vencedor, pese a mi total desconocimiento hasta esta semana de las artes marciales mixtas. Pero llega la sorpresa: se da a Griffin como ganador a los puntos. El francés demente que se sienta a mi lado en la grada se hace cruces, dice que es un robo, una venganza. Griffin decide pasar de la entrevista como vencedor, le arranca el micrófono al speaker y le hace él mismo preguntas a Ortiz. Aunque contrariado, y pese a no rellenar ya un impresionante traje color hueso sino unos calzones ajustados, “El Campeón del Pueblo” sigue hablando con la munificencia del Papa de Roma.
Pero volvamos a la cita del jueves. Después de las comparecencias viene el entrenamiento público. Miro un rato trabajar a Sonnen. Efectivamente, el tipo es “a man on a mission”: el gesto es de absoluta concentración, de ira contenida. Los comentarios de Sonnen sobre Brasil han bordeado la xenofobia, y es fácil imaginar a varios de los que le animan por aquí enseñando orgullosos su carnet de la Asociación Nacional del Rifle, por no desarrollar el kit completo.
Aunque muy fuerte de brazos y piernas, y con distintos entrenadores para trabajar los golpes del tren superior y el inferior, Sonnen tiene ese puntito de grasa que conviene a los combatientes para encajar golpes en el cuerpo y tirar de reservas durante los intensísimos 25 minutos que podría llegar a durar su pelea.
Por ello, su cuerpo o el de la mayoría de luchadores a partir del peso medio, no es exactamente escultural, aunque entre las numerosas mujeres del público unas cuantas le observan con interés. La abundancia de mujeres en el entorno de la UFC es llamativa, tal vez coincidente con la admiración que despertaban los gladiadores en la antigua Roma entre las mujeres de clase alta. En su clásica Laureles de ceniza, que leí pocas semanas antes, Norbert Rouland habla sobre esa atracción de la muerte, el poderoso afrodisíaco que supone el peligro sumado a la fortaleza de un cuerpo trabajado. Quizá el mito de la mujer atraída sobre todo por hombres hermosos pero sensibles, y que desconfía de los fuertes que garantizarían fecundidad y supervivencia, sea fruto de una conspiración que hemos urdido los débiles para conseguir pareja, y no tanto de las comedias románticas y las revistas femeninas. Sea como fuere, entre ese público femenino que supone un 30% de la asistencia a los eventos de la UFC no es fácil realizar una categorización simplista: hay algunos floreros que acuden del brazo del equivalente local del empresario arribista español —cincuentón de pelo hacia atrás, barriguilla apretando la camisa Ralph Lauren, cinco o diez centímetros menos que la acompañante en tacones—, y unas cuantas representantes de pura raza de la creciente tribu urbana “white trash”. Pero también mujeres de aire profesional, madres convencionales o grupos de amigas solteras, que disfrutan del espectáculo por sí mismo y lo entienden, en su mayoría por razones simplemente deportivas.
Decido volver caminando hasta mi hotel, que está casi en el otro extremo del Strip. Son varios kilómetros por la avenida a lo largo en la que se van sucediendo los hotelazos que forman el paisaje urbano de las cortinillas de CSI: el Venecia, el Caesar Palace, el Bellagio, el Montecarlo… El calor del desierto aprieta, y la moda para combatirlo es llevar unos gigantescos cócteles granizados en tubo de plástico. Para cruzar las ocasionales calles perpendiculares, no hay pasos de cebra ni semáforos: es necesario entrar en un casino, acceder a una pasarela que lleva a otro casino y volver a salir a la calle.
Las tiendas parecen residir en ese universo paralelo en el que también habitan los aeropuertos, lugares para gente que sólo desea comprar ropa de marca, joyas, alcohol y chocolate. Vine con la idea de comprarme un e-reader barato, pero no encontraré ni una tienda con tecnología. En la zona menos lujosa aparecerán al fin algunas tiendas de souvenirs, y entonces abandono el duty-free para adentrarme en las zonas más inhóspitas de Benidorm: hay camisetas con flores que juraría que he visto en el mercadillo de Torrevieja (aquí con el serigrafiado de Las Vegas, claro), bolas de nieve, tetas y culos de plástico y hasta espadas toledanas. Cuando veo la clásica “Mis abuelos fueron a Las Vegas y se acordaron de mí” me veo impelido a abandonar el recinto.
El personal con el que me cruzo por el camino está en esta línea. Supongo que existe un Las Vegas de categoría superior, pero no me será dado acceder a él. Al fin y al cabo, el príncipe Harry la liará parda semanas después de mi estancia en el propio MGM Grand, y no creo que él se bañara en un charco de agua turbia con un metro de profundidad —aunque, eso sí, de manera muy americana, con un socorristas a cada extremo de la piscina vigilando que no te ahogues al desplomarte por la ingesta incesante de cerveza.
Mi creciente impresión es que en Las Vegas hay una preocupante escasez de personas que podríamos calificar como normales, si es que tal cosa existe hoy en día, en particular en Estados Unidos. Hay gran número de malvivientes de los que posiblemente no podrían pagarse una operación de apendicitis si no se la cubre su seguro médico, pero que sí están dispuestos a fundirse mil dólares en busca de la fortuna rápida, y algunas limusinas con muchirricos que se hospedan en las plantas superiores de los hoteles buenos-buenos. Pero apenas nada del sector de población entre medias. Quizá sea porque no hay mucho que hacer con niños, los espectáculos parecen de menor categoría que en Nueva York o Londres —salvo, tal vez, los seis simultáneos del Cirque du Soleil—, y las posibilidades de visitas culturales son tan risibles que en un hotel de esos que simulan ser Italia exponen fotos los cuadros de Rafael. Si efectivamente escuchas por la calle que no vale la pena ir a Europa cuando puedes ver los mismos sitios reconstruidos aquí en cartón piedra… entonces todo lo falso puede valer, ¿no? De hecho, casi toda el agua embotellada a la venta es purificada, no mineral, y así sucesivamente.
Salvo que quieras jugar al blackjack, en tu lugar de origen no puedas beber, tengas la ilusión de disparar una AK-47 o te atraiga la posibilidad de asistir en directo a una versión local de El precio justo o a Andrew Dice Clay canta —ambos en cartel en la temporada alta en que acudí yo—, la mayor sorpresa de Las Vegas es que es un sitio espantosamente aburrido, pero en el que se ha decretado la obligación de ser feliz, lo que acentúa aún más su tristeza. Tal vez por eso, y como me adelantó un amigo cuando le avisé de que iba allí, nadie sonríe con los ojos: algunos lo hacen con la boca, porque así lo decreta la política comercial de la franquicia que les da empleo, o no lo hacen en absoluto, porque han perdido en el casino. Y, para que el negocio se mantenga, el 90% o más deben perder en el casino. Así que, increíblemente, nadie sonríe de verdad en un lugar creado para la diversión.
Mientras cavilo sobre todo esto me encuentro la reproducción exacta de la conocida estatua de Julio César ataviada con un gorro de cocinero, una pala de hacer barbacoa y una bandera americana para celebrar el 4 de julio.
Esa tarde se convoca a los medios para visitar Fremont, la calle central del viejo Las Vegas, el que creó la mafia y cantó Elvis. En diferentes puntos de la zona se dan cita viejas glorias de la UFC para firmar autógrafos y atender a la prensa.
Describir previamente el Las Vegas actual sirve para poner en perspectiva justa el “casco histórico”, situado a varios kilómetros de distancia a través de moteles, tiendas de alimentación salvadoreñas y las innumerables vallas publicitarias de abogados con sonrisa inquietante que ofrecen sus servicios para resolver cualquier problema a bajo precio. Esta es la parte original de la ciudad, donde es posible apostar a partir de cantidades más bajas y los hoteles valen 25 dólares la noche, con público en consonancia. Los carteles de bombillas de colores de los años cincuenta, vestigios de la época en que llegaron a la ciudad las mismas camareras aún hoy obligadas a lucir escotes de vértigo pese a su provecta edad, son conservados como si se tratara de obras de arte. En las puertas de algunos casinos bailan en bikini chicas que luego actúan como croupiers dentro, con igual vestuario. En lugar de orientales de aire calculador, aquí dirigen las mesas jovencitas recién llegadas de Montana o Monterrey aprendiendo el oficio, o bellezas algo marchitas que en algún momento equivocaron su camino hasta quedar varadas aquí, pero aún con encantos suficientes para distraer a los jugadores. Salvo que, por alguna razón, la banca empiece a perder seriamente, momento en el cual aparecerá un tipo con chaleco de colores y corbata, el que sabe repartir las cartas de verdad.
En medio de la barahúnda, de vez en cuando hay una mesa con personalidades de la UFC: antiguos luchadores, presentadores de televisión, las chicas que pasean los carteles de los asaltos —en la actualidad, Arianne Celeste y Brittney Palmer, una morena y una rubia—. Todos son pluscuamprofesionales: el público hace fila, en algunos casos por cientos, para conseguir su autógrafo, cruzar unas palabras o fotografiarse con ellos, y todos son atendidos. Entrevistarles en medio de ese caos es misión imposible, sin contar con que en realidad tampoco sé quiénes son.
Opto, en consecuencia, por darme un paseo y volverme por mi cuenta al hotel. Además de los casinos y las tiendas de souvenires rancios, abundan en Fremont los carteles de comida en la mejor tradición de la América profunda, donde la calidad es un valor francamente secundario respecto a la cantidad. En un extremo de la calle se encuentra su epítome, el original Heart Attack Grill, con camareras vestidas de enfermeras guarrillas y carta con tamaños crecientes hasta llegar a la imbatible hamburguesa Cuádruple Bypass de dimensiones elefantiásicas, incognoscibles.
Todo esto, como el Elvis panzón con el que fotografiarse por unos pavos o los tenderetes en los que pintan cuadros espaciales con spray —sí, los que se pasaron de moda en las Ramblas como hace diez años— podría parecer enternecedoramente cutre, el tipo de encuentros bizarros que salpican todos los episodios de series de visita a Las Vegas. Pero entonces veo al sesentón vestido sólo con unas alitas de ángel y unos calzoncillos blancos de ventanuco del que se están riendo unos adolescentes mientras se retratan con él, y mi momento friqui se viene abajo.
La fauna que por aquí deambula intentando arrancarte unas monedas no son perdedores románticos de una canción de Tom Waits. Son gente privada de la más elemental dignidad por alguna o varias posibles razones: el alcohol, las drogas, el juego, la falta de educación, cualquier enfermedad cuya curación no pudieron pagar. En ningún caso se convertirían en divertidos e incontrolables compañeros de juergas terminadas en una capilla rápida.
Al fin alcanzo un estado en el que apelar al viejo Hunter S. Thompson y su miedo y asco, aunque por muy diferentes razones. El asco me lo da la idea de comerme una Cuádruple Bypass, después de haber visto las fotos de la puerta y ver el personal que entra en el local. El miedo me lo produce la posibilidad de que este lugar realmente sea un modelo a imitar para impulsar el desarrollo económico.
Vuelvo al hotel en el autobús, donde solo vamos los turistas y los que no pueden pagarse un coche. He faltado a mis obligaciones de periodista y no he esperado para dar testimonio de la hora crepuscular en que se irán a descansar los Elvis, las Marylines, las putas y el ángel del slip de algodón amarillento.
El viernes toda la acción se desarrolla en el Mandalay Bay, situado cerca de mi hotel, en el extremo oeste del Strip. Allí se encuentra el UFC Fan Expo, el descomunal congreso de aficionados a la UFC que pagan 65 dólares por asistir durante dos días a firmas de autógrafos, seminarios de entrenamiento, conferencias y actos de patrocinadores. Estos sirven para describir bastante al público asistente: Harley Davidson, Bud Light, firmas de complementos proteínicos y ropa de entrenamiento.
El ambiente puede describirse como sanote, dentro del protagonismo de la iconografía macarrilla y la presencia promocional de tiendas de armamento. En particular es entrañable la fluidez de la relación entre los luchadores y sus fans, sin punto de comparación con la adoración imposible de la que son objeto los futbolistas en Europa. Los ídolos se paran una y otra vez a atender al público, y son los guardaespaldas los que se los llevan, con lo que su imagen se mantiene afable. Aquí al fin hay gente que se muestra claramente contenta, disfrutando del momento cumbre de su afición.
La práctica totalidad de los luchadores bajo contrato de la UFC acuden a la feria. Junior Dos Santos, el actual campeón de los pesados, ofrece también una rueda de prensa. El gigantón brasileño, invicto tras nueve peleas en la UFC, es un hombre de hablar tranquilo y declaraciones sensatas. Bajo su frontal prominente se encuentran unos ojillos inquisitivos que aún muestran alegría por lo conseguido desde que salió de su Salvador natal.
Si Dos Santos está lejísimos del estereotipo del luchador con la cabeza trastornada por los golpes, mis posibles prejuicios los termina de liquidar mi compañero de almuerzo. Roberta Casalino, la eficiente encargada de prensa de la UFC en Europa continental, me ha arreglado una cita con Cheick Kongo, el décimo luchador del ranking de los pesados. Como francés, puede ofrecer su visión sobre el crecimiento de su deporte en un país en el que aún no es conocido.
Kongo es campeón de kickboxing y de ahí salto a las artes marciales mixtas pese a que la retransmisión televisiva de estos eventos está prohibida en su país. Se trata de una medida un tanto hipócrita, contra la que andan presionando, porque en cambio existen varias revistas especializadas y bastante afición. Kongo, que acaba de mudarse a Los Angeles con su esposa, habla del tema con un buen inglés y mucho criterio.
A los cinco minutos, es fácil catalogarle como el yerno que toda suegra desearía tener. El tipo es un guaperas gigantesco, piel de ébano y gafas de intelectual, con un sentido del humor contagioso y que atiende con paciencia infinita a cuantos interrumpen nuestro almuerzo para arrancarle una foto. La misma paciencia con la que explica su visión de la UFC, que seguramente no es la primera vez que debe exponer: es, claramente, un luchador que por su carisma y gentileza debe ser empleado reiteradamente por la UFC para el tipo de conversaciones promocionales.
En resumidas cuentas, Kongo destaca la seguridad del modelo UFC respecto al imperante en otros deportes de contacto, en particular el boxeo. Sí, es necesario atender a eventos y pelear con quien ellos decidan, pero los contratos son buenos, existe el colchón de seguridad de su duración para reponerte de alguna derrota, raramente se pelea más de dos veces al año, el servicio médico es excelente, el octágono enrejado evita lesiones respecto al cuadrilátero de los restantes deportes, y te dejan absoluta libertad para mantener otras actividades al margen. Él, por ejemplo, anda con tiendas de ropa. ¿Puede triunfar la UFC también en España? Bueno, él no conoce tanto nuestra idiosincrasia, pero es un deporte divertido que gusta en todas partes, y que no tiene ninguna de las complicaciones éticas que podría despertar a primera vista.
Comen también con nosotros uno de sus preparadores y un luchador sudafricano. El entrenador, en un momento dado, interrumpe a Kongo para decirme con una sonrisa: “Que no te engañe con su encanto. El tío es un bully. En su primer combate, le rompió todas las costillas a su rival. Y a mí una vez me partió un brazo en el entrenamiento”. Kongo se ríe a su manera contagiosa, todos reímos, pero no le desmiente. Por cierto que ese primer rival fue uno de los personajes más curiosos del folklore histórico de la UFC: Marko Filipovic, que durante un tiempo simultaneó su carrera como luchador con la condición de parlamentario croata. Filipovic llegó invicto a ese combate, pero nunca volvió a ser el mismo tras la derrota.
El francés tiene cita al cabo de un mes en el UFC 149 —donde vencerá a los puntos, sin complicaciones—, y dice que le está siendo muy útil trabajar con Ryan Potts, nuestro acompañante sudafricano. “Háganle fotos a él”, dice a algunos de los aficionados que nos abordan, “me va a ganar muy pronto”. Potts es el campeón de los pesos pesados de la EFC, la empresa sudafricana que agrupa a luchadores de todo el continente y ha conseguido audiencias locales de dos millones de personas. Con apenas tres años de historia, EFC es el segundo organizador de artes marciales mixtas más importante del mundo tras UFC, y se especula con una adquisición o una alianza. Ocurra o no, Potts ha tocado techo en el marco de la EFC con un historial de 14 victorias en otros tantos combates, y se dispone a debutar en América. Mira a Kongo con admiración, también con hambre. Es obvio que en su interior se alimenta el fuego que crea a los campeones, que bajo su máscara de humildad existe el deseo de romper costillas sin dejar por ello de echar unas risas cuando corresponda.
Esa tarde es el pesaje, en el pabellón del propio Mandalay Bay. Los aficionados que han acudido al Fan Expo aguardan turno desde horas antes de la apertura de puertas, y más de 8.000 personas llenan el recinto para el acto. En el mismo orden en que combatirán al día siguiente van saliendo las parejas de luchadores para pesarse. Se hacen la foto de sacar musculitos en los biceps, y después la conjunta de desafío mirando al rival a los ojos y alzando los puños. El acto lo dinamizan con vídeos biográficos de los participantes, música atronadora y juegos de luces, al punto de convertir en razonablemente ameno algo apriori sin mayor interés. Es una demostración diáfana del talento americano para el espectáculo.
El ambiente va en alza a medida que se acerca el momento de que salgan Anderson y Sonnen. Los vídeos previos recuerdan las declaraciones más hirientes de uno y otro. Siguiendo los más estrictos protocolos de la rivalidad enconada, no se miran en ningún momento a los ojos hasta que se encuentran frente a frente para la foto de perfil. Entonces, de manera inesperada, Silva propina un cabezazo a Sonnen. El propio comisionado de la UFC, Dana White, debe interponerse para que los equipos de ambos no se enzarcen. Sonnen declarará después que el gran campeón ha buscado con ese gesto la descalificación, porque le tiene miedo, porque por primera vez va a ser derrotado y no puede soportar la humillación. La expectación ya no puede ir más lejos: Yahoo y ESPN la describirán esa tarde como la pelea más esperada de todos los tiempos, al menos en lo que respecta a las artes marciales mixtas.
El MGM Grand Arena abre sus puertas a las dos de la tarde del día siguiente. Aunque el combate de fondo llegará pasadas las nueve y media, la velada cuenta con once peleas en total. La primera se retransmite exclusivamente por Facebook, las cuatro siguientes en abierto en FX, y las seis últimas componen el paquete del pay-per-view. Cuando salen los primeros luchadores, el brasileño Rafaello Oliveira y el cubano Yoislandy Izquierdo, apenas habrá tres o cuatro mil personas en el pabellón, que no se llenará por completo hasta los cuatro últimos combates.
Sin embargo, desde el principio los luchadores reciben tratamiento estelar: cada uno es presentado con la música que elige, con una reiterada comprobación de mi enciclopédica ignorancia de las últimas tendencias del hip-hop. Todos aparecen en las pantallas gigantes, son anunciados a bombo y platillo, y entrevistados después los vencedores.
Aunque igualmente hay que decir que los primeros combates son notablemente aburridos. A la falta de ambiente se suma la escasa calidad técnica de los contendientes, que pasan buena parte del tiempo en el suelo buscando una llave de judo asfixiante para terminar. Reproduzco algunas de mis notas de esos primeros combates: “La rubia de los carteles es la que se lleva más aplausos”; “El frotado de pelo corto en la jeta del rival no es solo cosa del rugby”; “El árbitro ha parado por patada en la entrepierna”; “El árbitro ha parado por piquete de ojos”; “Ya estaba tardando en salir un ruso hortera”.
La primera pelea que despierta verdadera expectación es la quinta, cuando ya llevamos más de dos horas de velada. Se enfrentan dos pesos ligeros, un estadounidense y un brasileño, y se despiertan las pasiones nacionalistas de la grada. Debe haber no menos de 2.000 brasileños presentes, con banderas y camisetas de fútbol, haciéndose notar bastante. Los locales empiezan a picarse progresivamente, y el combate termina con bastante más dureza que los anteriores: por primera vez veo golpes que dan miedo, en particular los codazos sobre rivales en el suelo que parecen hacer mucho más daño que un puñetazo equivalente. Gana el norteamericano, un licenciado en criminalística que lleva nada menos que 17 combates en la UFC, con once victorias, y el público brasileño se reserva para lo que viene luego.
Los primeros K.O.’s se producen en el séptimo y octavo combate. Primero un veterano que venía de perder una pelea por el título mundial de los plumas, Chad Mendes, conecta a un jovencito en ascenso, Cody McKenzie, una combinación culminada con una patada al estómago descubierto que seguramente le dejará sin aire para varios días. Luego el brasileño Demian Maia, otro luchador de historial ilustre, le hunde el codo en las costillas al coreano Dong Hyun Kim, también antes de que transcurra un minuto de liza. Maia es un veterano que ganó hace unos años a Chael Sonnen y hacía aquí su debut bajando al peso welter, ante la imposibilidad de progresar en el superpoblado peso medio. Estas dos peleas sí que han dolido: aunque estoy a treinta metros largos del octágono, la virulencia de los contactos finales es de la que se graba en la retina, de la que recuerdas luego como si la hubieras vivido en primer fila
Los brasileños enloquecen, ya en presencia de los dos VIPs que han acudido a la cita, Ronaldo —que efectivamente se ha puesto absolutamente enorme— y Kaká. Veo pasar al jugador de los Miami Heat Mike Miller, y me señalan a un par de notorios de reality local. Aunque el famoseo abunda en las citas de la UFC, y por ellas han pasado Justin Bieber, Robert Downey Jr. o Rihanna además de la totalidad del reparto de Los mercenarios 1 y 2, esta ocasión anda más flojita de celebrities. Posiblemente por lo adecuado de las fechas para estar en otros sitios, o quizá porque esta cita se vendía sola, sin necesidad de invitados promocionales.
Porque para cuando saltan al octágono Silva y Sonnen, el ambiente es mucho más que eléctrico. Los 18.000 espectadores han caído en el frenesí de una catarsis colectiva, incentivada por la música ensordecedora, los vídeos de presentación provocadores y la iluminación espasmódica. Los gritos de “U.S.A.” y los de “Brasil” se sobreponen el uno al otro por momentos. Silva hace esperar a Sonnen, luego se miran con un desprecio arcano; todos pensamos que tal vez quieran matarse delante de nuestros ojos.
No creo que ni una sola de las personas que estamos en el pabellón no se sienta profundamente afortunada por encontrarse justo aquí, justo ahora, en el centro del universo durante los próximos minutos, en el lugar donde los dos individuos más temibles del mundo van a dirimir cuál de los dos es el más fuerte, con la tecnología subrayando, reforzando, maximizando todos los sentimientos animales que llevamos días alimentando para darles rienda suelta, al fin, por Dios, en este instante concreto.
Luego, como casi siempre ocurre en estos casos, no es para tanto. Aunque la adrenalina ya haya hecho su función purificadora, justificando el precio de la entrada.
El primer asalto se parece bastante a su combate previo. Sonnen intenta mantener todo el tiempo posible a Silva en el suelo, aprovechando su mayor corpulencia y restando importancia a su algo menor altura. Luego se confirma que gana a los puntos el asalto y dobla el número de golpes significativos de su rival. Pero mediado el segundo, quizá algo obnubilado por un impacto previo, el estadounidense comete el error de apartarse de su guión: lanza una patada deslavazada en la que queda desequilibrado, y el campeón no perdona. Un puñetazo certero hace que Sonnen se doble, y en la caída se lleva un rodillazo no del todo limpio. Cuando Silva se disponía a rematar al enemigo caído, el árbitro le para decretando la victoria por K.O. Son ya quince consecutivas para La Araña, el orgullo de Curitiba, el mejor luchador de todos los tiempos, que agranda su leyenda. Locura en la grada, por supuesto.
Sonnen parece excesivamente apaciguado, incluso conciliador, en la entrevista que sigue sobre la lona, donde Silva se permite incluso bromear con una invitación a barbacoa en su casa. Tal vez aquí ya entra el cálculo de un tipo que, recordemos, es licenciado en sociología y no debe tener un pelo de tonto; es el momento de no crear problemas, de seguir como estrella, tal vez de pasar a la categoría de semipesados donde no tendrá a Silva delante y en la que puede desenvolverse fácilmente dada su complexión… Mi interpretación del momento resulta acertada: en agosto, se anuncia que Sonnen se medirá en diciembre con el mismo Forrest Griffin que acaba de ganar a Tito Ortiz un rato antes, ya como semipesado.
En el triunfo, Silva mantiene por su parte el gesto adusto, que me recuerda a cuando Gary Oldman le enseña a Matt Le Blanc en Friends la forma de parecer un actor intenso: poner cara de estar oliendo un pedo. Me confirman que el tipo se ha envanecido bastante en los últimos tiempos, más de la cuenta para los hábitos de la UFC, aunque ahora mismo no cabe duda de que puede permitírselo.
La salida del pabellón es ordenada. Por los pasillos del MGM Grand, nos cruzamos todavía con algunas de las participantes del concurso infantil de belleza que ha albergado también el hotel estos días. Las pequeñas Miss Sunshines llevan todas un trofeo: no se comete aquí el error de convertir ya en loser a ninguna jovencita, de marcarla ya con el peor estigma concebible en la sociedad estadounidense.
Los concursos de bellezas infantiles son, como la lucha definitiva, un espectáculo de difícil traslación a la sociedad española, que lleva años dando de lado al boxeo y ha colocado sin dudas al wrestling en la categoría de espectáculos infantiles. Aunque, quien sabe; el espectáculo ha conseguido abstraerme durante buena parte de mi estancia. Y este año se celebrará la primera velada de la UFC en Macao, el primer gran complejo de casinos de Sheldon Adelson fuera de Estados Unidos. El que se proyecta como el siguiente es nuestra Eurovegas. Adelson y los Fertita son uña y carne: quizá la UFC se convierta de aquí en unos años en algo que veremos anunciar hasta en la sopa por las calles de Madrid.
Antes de salir hacia el aeropuerto, de madrugada, echo un último vistazo al paisaje desde el amplio ventanal de mi habitación, sin terraza ni otra posibilidad de apertura como todos los de la ciudad: oficialmente para evitar el calor, según otras versiones para reducir el riesgo de suicidio entre los perdedores. Ahí están el falso Nueva York, el falso castillo medieval, las falsas pirámides. Las luces de neón consiguen disimular esa falsedad que resulta groseramente explícita de cerca.
Fotos cedidas por la UFC
Me ha gustado el artículo, es agradable leer algo donde los aficionados no somos retratados como paletos. Podrían tomar ejemplo muchos medios, que solo sacan noticias de UFC cuando hay alguna lesión o cuando algún futbolista se hace la foto de rigor con uno de los luchadores.
Solo un par de apuntes. Bellator hace torneos de 8 participantes, como unas eliminatorias. No se meten 8 a la vez en la jaula a pegarse, quizás yo he entendido otra cosa en el texto.
En cuanto a Silva y Emelianenko, ninguno está invicto han sufrido derrotas, aunque las de Silva fueron cuando no había llegado a UFC.
Y el último apunte pedante, el luchador canadiense mas famoso y una de las grandes estrellas de este deporte es George St Pierre, muy por encima de Patrick Cote.
He disfrutado mucho leyéndolo y ojala algún dia tengamos un evento aquí cerca porque es un gran deporte y como comentabas mucho menos peligroso que el boxeo, por ejemplo.
Gracias por el apunte de Bellator, me lo había imaginado como un «todos contra todos»
Justo lo has mencionado, pero no paraba de pensar en Hunther S Thompson mientras leía el artículo. Tengo primos viviendo allí, es una ciudad vacía, banal, sin alma. Odio pensar que vayamos a tener algo parecido por aquí.
Me he entretenido mucho leyendo esto. En el pasado he practicado boxeo y jawara jitsu de forma bastante poco constante, y aunque no soy un gran aficionado este artículo podría leerlo hasta mi abuela, porque está bien escrito.
Sobre Eurovegas, es una barbaridad, sí, pero si es en un lugar que no afecta a los demás que cada cual haga lo que quiera. Yo no creo que la visite, a lo mejor una vez como curiosidad, pero nada más. Si no me afecta, si no convierte a Madrid ciudad en algo peor de lo que era, no me importa que otros «disfruten» de ese tipo de ocio. Cada cual sabrá. Otra cosa son las implicaciones económicas del asunto, pero es demasiado pronto para meterse en en lío y dado que España es un país con una economía dependiente de turismo de baja calidad, no creo que la cosa vaya a cambiar demasiado para mal -para bien también lo dudo.
Practico Kickboxing y Muay Thai y agradezco un acercamiento serio a la práctica de este tipo de deportes en un Magazine de tanta calidad como este. Además, esperaba un artículo dedicado púramente al MMA y me encuentro (gratamente) con un dibujo de la ciudad de Las Vegas.
Por cierto, una corrección: Uno de los luchadores a los que se hace referencia se llama Mirko (no Marko) Filipovic, alias ‘CroCop’ (abreviatura de Croatian Cop). podéis imaginar vosotros mismos a qué se dedicaba antes de luchar.
Gran luchador… era famoso por su KO’s con la pierna izquierda en los tiempos de Pride. Una de sus citas más famosas fue: «Right leg, hospital. Left leg, cemetery» ^^
Es una pena que se haya retirado del mundo del MMA, aunque todavía sigue haciendo algún combate de K-1.
He disfrutado mucho leyendo el artículo, es realmente difícil encontrar este tipo de contenidos en castellano, puesto que «el MMA» es un deporte poco conocido en España.
Me gustaría saber si hay alguien por ahí que sea un fiel seguidor de los eventos de MMA, sobre todo de UFC, como lo soy yo desde hace ya unos años. Seguir todos los combates, ver los programas de discusión semanales (UFC Tonigth y UFC Ultimate Insider), ver los reportajes «countdown» de los combates, los pesajes, el reality «the ultimate fighter»… etc. Es complicado encontrar seguidores en España, yo intento inculcárselo a mis amigos ^^
Sobre el artículo, un par de correciones:
– Chad Mendes, ganó el combate por un puñetazo al estómago (body shot, como dicen los americanos) y no una patada.
– El error que cometió Chael Sonnen no fue desequilibrarse al dar una patada, si no al intentar realizar un golpe de giro con el codo (spinning back elbow), el cual Silva evita haciendo una esquiva y hace que Sonnen caiga al suelo.
(Son dos errores chorras, soy un freak)
Ah, en la última foto una de las celebrities (el de la izquierda) es Randy «The Natural» Couture, una de las leyendas de las artes marciales mixtas, que forma también parte del Hall of fame (UFC). Supongo que aquí en España es más conocido por salir en la película «Los mercenarios» =)
Aquí suelen comentar eventos con previa y algún articulo.
http://sportsmadeinusa.com/
No la conocía, muchas gracias!
Hola Carlos, te sugiero a ti y a todos los interesados que que os paséis http://www.fightsol.com/ uno de los mayores portales de MMA en castellano.
Saludos.
Muy buen artículo, muchas gracias.
Hola, Carlos. Por aquí un fiel seguidor de las mma. No sé si conoces el foro Fightsol, donde hay bastantes aficionados.
Genial el foro! Me voy a registrar ;)
Un saludo
Muy buen artículo. Buena radiografía de Las Vegas y texto comprensible incluso para los profanos en la materia.
Sólo una curiosidad, ¿qué hay que hacer para que te «inviten» a eventos de este calado?
Muy buen artículo, gran radiografía tanto del evento como de la ciudad. Me ha resultado muy agradable de leer.
Como apunte, únicamente decir que he echado un poco en falta la total ausencia de mención acerca del Pride FC, campeonato ya desaparecido pero que contó con gran éxito y enormes figuras (los mencionados en el artículo Crocop y Gracie, así como Wanderlei Silva, Sakuraba, «Minotauro» Nogueira…) que terminaron desembarcando en la UFC (unos con más éxito que otros).