(Viene de la primera parte)
Faltan sólo unas pocas semanas para el comienzo del Mundial de México. Diego Armando Maradona, de veinticinco años de edad, acaba de contribuir a que el modesto Nápoles alcance la tercera posición de la tabla en la durísima liga italiana, por delante de todopoderosos acorazados como el Inter o el AC Milan. Un equipo que antes de su llegada peleaba por no descender y que ahora, con el diez argentino entre sus filas, ha cometido la osadía de querer colarse entre los grandes. El “Pelusa” ha terminado el año como cuarto goleador del “Calcio”, con 11 goles (la liga italiana, ultradefensiva por entonces, penalizaba a los goleadores; el “Pichichi” del año, Roberto Pruzzo, había logrado la exigua cifra de 19 tantos). Pero ya no se trata solamente de anotar; Maradona es el general y director de orquesta del Nápoles y su presencia ha transformado por completo al equipo llevándolo a posiciones de competición europea, algo con lo que en la ciudad ni se atrevían a soñar un par de temporadas atrás. Su rendimiento en Italia ha despertado el asombro del resto del Calcio y de la prensa deportiva mundial. La afición napolitana no alberga dudas al respecto: Maradona es un jugador sobrenatural. Pero para el resto, sin embargo, queda por probar que pueda repetir ese brillante papel en el Mundial, con una selección argentina que despierta más incertidumbre que otra cosa.
Varias sombras se ciernen sobre Maradona antes de la cita mundialista en México. Una de esas sombras es la rodilla: se le ha roto un cartílago y la acumulación de líquido sinovial le está produciendo dolores. Así, con la articulación flaqueando, ha terminado la temporada con el Nápoles. Los médicos han dictaminado que no será necesario pasar por el quirófano, pero muchos aficionados y periodistas temen que el “Pibe de Oro” pueda perderse el Campeonato del Mundo. Y dado el nivel al que ha estado jugando en Italia, todos coinciden en que un Mundial sin Maradona estaría descafeinado. No es que esperen que el argentino domine el torneo —ni mucho menos, pues la selección argentina ni siquiera está entre las favoritas— pero sí es uno de esos futbolistas cuyo aporte de espectáculo se echaría mucho de menos. En 1986, cualquier sibarita del deporte quiere tener la oportunidad de ver al “Pelusa” en la máxima instancia del fútbol. Para relativo alivio de muchos, Maradona desmiente que vaya a ausentarse por lesión. Su rodilla sólo necesita extracciones periódicas del líquido sinovial que le permitan aminorar el dolor. Podrá jugar; y quiere jugar. Sigue habiendo dudas, pero es que el mundo del fútbol aún no es plenamente consciente de la férrea voluntad de ganar de Maradona; sólo saben que el “diez” argentino quiere quitarse la espina de su irregular actuación durante el Mundial de 1982, en donde estuvo por momentos deslumbrante pero en otros perdido, quedándole sobre todo la amargura de haber sido expulsado en el partido definitivo contra Brasil. El Maradona de 1986 no se hubiese aquel perdido el torneo por nada. Tenía una misión que cumplir.
Pero no es su rodilla el único motivo de preocupación. Además de las dudas médicas, hace meses que se ha extendido una oleada de escepticismo sobre su capacidad para defender los colores argentinos en el Mundial. Y es un escepticismo que proviene fundamentalmente, por curioso que hoy nos pueda parecer, desde la propia Argentina.
“Maradona ya no es el de antes”
Hablé con todos y les dije que Maradona iba a ser el capitán porque creía que iba a hacer un gran mundial, ya que venía del de 1982, donde lo habían expulsado. Cuando llegué a Argentina lo comuniqué también a los de allí. Me costó muchísimo, porque el capitán en aquel momento era Daniel Passarella, con el que guardábamos una muy buena relación… pero el deporte es una cosa y la amistad es otra. Yo le dije a Maradona que iba a ser capitán, ante muchas críticas. (…) mucha gente me decía: “Bilardo, ¿cómo puede usted insistir con Maradona?”, “¿por qué pone a Maradona como capitán?” Muchos decían que no podía serlo. Otros decían que si estaba en la selección tenía que demostrar para qué estaba en la selección. Esto era así en todos los periódicos: el Gráfico, el Tiempo Argentino, el Clarín. Muchas veces cuando voy a dar charlas muestro esas publicaciones, para que vean lo que era antes y lo que fue después del campeonato de México. (Carlos Bilardo, seleccionador de Argentina en 1986)
Febrero de 1986: César Luis Menotti concede una jugosa entrevista a la revista alemana Der Spiegel. Menotti había sido seleccionador nacional de la Argentina del Mundial 82 y también entrenador del FC Barcelona: en ambos casos había tenido a Maradona bajo sus órdenes. También lo había dirigido cuando Maradona deslumbró en la selección juvenil. Naturalmente, en Der Spiegel le preguntan por las expectativas en torno a la actuación mundialista de la nueva estrella del fútbol mundial. ¿Podrá Maradona convertirse en un temible capitán de barco en la selección argentina como lo está siendo en el Nápoles?
Pues Menotti no lo ve tan claro. Justo en el mes anterior de la entrevista, enero, el pujante Nápoles ha frenado su ascensión y ha atravesado una racha negativa. A Maradona, en Italia ya se le empiezan a atribuir en solitario los triunfos (¿qué otra cosa sino su presencia puede explicar la transformación de aquella escuadra modesta en un equipo competitivo?) pero también se le achacan las derrotas. El papel que está desempeñando en Nápoles es el de “hombre-equipo” en toda regla; tanto si se gana como si se pierde, la responsabilidad parece ser sólo suya, porque casi todo el juego ofensivo del equipo pasa por sus botas. Cuando Maradona juega bien, el Nápoles juega bien. Si el Nápoles pierde, es que Maradona algo no ha hecho bien. La “maradonadependencia” del equipo empieza a hacerse muy patente y durante aquel enero, cuando se producen algunos baches en el rendimiento de la escuadra, Maradona se rebela contra las críticas: “los partidos no los perdí yo, los perdió el Nápoles”.
Pero los “detractores” del jugador aprovechan esta circunstancia para lanzarle sus pullas y en la sonada entrevista de Der Spiegel que citábamos, Menotti siembra dudas respecto al futbolista. Y es una voz importante del fútbol argentino, a quien se respeta y escucha internacionalmente. Menotti remarca la naturaleza nocturna y festera del genial centrocampista, recuerda los días de Barcelona y lo compara con Bern Schuster, la otra columna vertebral de lo que pudo haber sido un equipo barcelonista de ensueño: el alemán “se acostaba todos los días a las diez, pero para Maradona el día empezaba a esa hora”. Menotti afirma que el ciclo del astro podría haberse cumplido con una frase tajante: “Maradona ya no es el de antes”. Insinúa que el portento de Buenos Aires podría estar afrontando el declive. La prensa busca a Maradona en busca de una respuesta a las declaraciones de Menotti, sabiendo que el futbolista no tiene por costumbre bajar la cabeza y callar precisamente. El jugador afea la conducta de airear los trapos sucios en público cuando ya no existe ninguna vinculación profesional entre ambos: “sólo le pido a Menotti que me ayude a conservar los recuerdos hermosos que tengo de las cosas lindas vividas juntos. Si cree que soy el peor hijo del mundo, o el peor jugador de fútbol del mundo, que tenga la delicadeza de guardárselo para él y no andar diciéndoselo a los periodistas”. También recuerda que a sus veinticinco años lleva ya diez como profesional, desde los quince, y que si ha mantenido —y mejorado— su nivel durante todos esos años, es porque sigue estando motivado.
En Europa, pese a todo, las palabras de Menotti son tomadas con bastante relativismo. Maradona está cumpliendo con el Nápoles, que tras el bache retoma la condición de “equipo revelación” y finaliza la temporada tercero, colándose entre los pesos pesados del Calcio. Para casi todos los observadores Maradona es el jugador más brillante del planeta y desde luego el más espectacular. Los periodistas europeos, en general, no dudan de que Maradona debe ser el buque insignia de la selección argentina. Pero en la propia Argentina son bastante más críticos y las palabras de Menotti no caen en saco roto. Los aficionados y cronistas argentinos no olvidan los problemas que había tenido la selección para clasificarse el año anterior, en dos tensos partidos ante Perú en los que bien pudieron haberse quedado sin una plaza en el Mundial. En la ida, jugada en Lima durante el verano de 1985, una selección peruana que había sido bastante infravalorada por la prensa argentina daba la campanada ganando por 1-0 a la albiceleste. Un atónito Maradona sufrió el férreo y por momentos brutal marcaje de Luis Reyna, que se le pegaba por todo el campo como un hermano siamés y lo sometía a un alucinante festival de entradas antideportivas. Algo que no era nuevo para el “Pelusa”, habituado a ser la presa favorita de los defensas rivales, cosa que sucedía habitualmente con la permisiva complicidad del árbitro.
Ambas escuadras debieron resolver la clasificación para el Mundial una semana después, en Buenos Aires: si los peruanos conseguían repetir victoria, la Argentina de Maradona quedaría eliminada y hubiésemos asistido a un cambio dramático en la historia del fútbol. En un ambiente de tensión casi prebélico, los argentinos calentaron el partido desde el minuto uno gracias a la brutalidad del defensa Julián Camino, que le realizó una escalofriante entrada al peruano Franco Navarro. El atacante hubo de ser sustituido con sólo un minuto y medio de juego real transcurrido, de nuevo ante la vergonzosa permisividad del árbitro, que sólo sancionó a Camino con tarjeta amarilla por una entrada que hoy supondría una severa suspensión de varios partidos. Algunos vieron en aquella entrada una venganza por el marcaje que Maradona había sufrido en el primer partido, pero fuese o no el caso, era con toda seguridad el resultado de una atmósfera viciada.
En mitad de aquel entorno histérico y enrarecido, el partido continuó y la selección argentina se echó para adelante intentando anular la posibilidad de una victoria peruana que supondría un cataclismo. Maradona se las arregló para escapar por una vez del marcaje del omnipresente Reyna, realizando una de sus cabalgadas hacia la línea de fondo y asistiendo a Pedro Pasculli, quien con un gesto de suma habilidad se deshacía de dos defensas e inauguraba el marcador. Sin embargo, Perú empataba por mediación de Velázquez, volviendo a soplarles la nuca a los argentinos. Y la debacle pareció materializarse cuando la estrella peruana, César Cueto, realizaba una jugada digna del propio “Pelusa”, regateando brillantemente a varios defensas y poniendo un increíble pase de tiralíneas que dejaba al delantero Barbadillo en cabalgada franca ante la portería argentina: gol. 1-2. Argentina iba perdiendo y estaba provisionalmente eliminada en el último partido de la clasificación. Maradona, el favorito del seleccionador Carlos Bilardo, había asistido un gol pero no estaba resultando lo decisivo que se podría esperar de semejante talento. La albiceleste empezó a atacar a la desesperada y sería con la esforzada jugada de Daniel Passarella, el último de los veteranos de la triunfante Argentina del 78, como se consiguió un agónico gol donde la pelota, a trompicones y regañadientes, traspasaba la línea de meta por segunda vez. Así, los argentinos lograron un polémico empate y se clasificaban in extremis, evitando por muy poco que Perú los apease del Mundial.
Tanto traspiés a la hora de clasificarse dejó una sensación agridulce en la afición argentina. Habían sufrido más de lo debido. Surgieron hacia Maradona críticas propias de la idiosincrasia local, esa clase de críticas que después, por ejemplo, se han repetido con Lionel Messi. Que si Maradona jugaba mejor en Nápoles al estar motivado por el dinero de su club europeo, que si era un “pecho frío” más interesado en su estrellato napolitano que en defender los colores de su selección, que si los veteranos de la albiceleste eran la auténtica columna vertebral del equipo. Este último punto provocó no poca contorversia, especialmente cuando el seleccionador Carlos Bilardo —sometido a toda clase de presiones en su país para elaborar la alineación— afirmó que “ningún jugador tiene garantizada la plaza para el mundial excepto Dieguito”. Algunos de los veteranos, como el propio Passarella, se mostraron abiertamente soliviantados. El favoritismo de Bilardo hacia el número 10, quien consideraba debía ser el corazón y cerebro del equipo además de ejercer como capitán, fue objeto de no pocas censuras: la prensa local criticaba abiertamente la apuesta total del seleccionador por el “Pelusa” y la hinchada albiceleste consideraba el asunto una actitud caprichosa de Bilardo. Pero más allá de las críticas centradas en la estrella, la propia selección como bloque era poco apreciada tanto en Argentina como en el resto del mundo. Nadie esperaba ningún resultado de aquel equipo, juzgado como poco brillante y exceptuando al genial centrocampista zurdo, sin grandes jugadores capaces de marcar la diferencia. El que Maradona pudiera cargarse aquel equipo a las espaldas y conducirlo al triunfo era simple y llanamente material de ciencia-ficción. Imposible. Así que la albiceleste partió hacia México contando con el cínico escepticismo de casi todos. La percepción general era la de un Bilardo “enamorado” de Maradona, apostándolo todo a una carta y conduciendo a un equipo decadente a un previsible fracaso. Nadie creía en ellos. El propio Maradona resumió la situación en una conversación privada con el seleccionador: “creo que estamos solos”.
El astro defendió públicamente al seleccionador y se mostró tajante ante los periódicos, cuando éstos no dejaban de especular sobre el equipo que debía llevar Bilardo a México: “Basta de ver jugadores, basta de andar escarbando. Está todo dicho. No creo que de aquí a junio vaya a surgir un fenómeno para decir: con éste, ganamos el Mundial”.
Irónicamente, y aunque nadie podía saberlo todavía, aquel fenómeno era precisamente él.
La fase de grupos y los octavos de final: del fácil tedio a un digno pesimismo
Una vez en México, Argentina se topó con un grupo bastante desigual en el que debía jugarse uno de los dos puestos que daban derecho a la clasificación para octavos de final frente a Italia. Los acompañaban la (a priori) incómoda Bulgaria y una de las “Marías” del torneo, la por entonces muy débil Corea del Sur. Teóricamente, la clasificación era asequible aunque fuese como segundos de grupo. El partido clave —se suponía— iba a ser el que los enfrentaba a Bulgaria, porque la clasificación de los italianos, vigentes campeones, se daba por hecha. El debut mundialista de la albiceleste debía producirse ante Corea del Sur y Maradona, metido ya en tareas de capitán por mucho que eso no gustase en su país natal, fue claro y explícito ante la prensa: a Corea se la debía ganar, y a ser posible, se la debía golear.
En el partido pronto quedó claro cuál iba a ser el sistema de Bilardo: un juego de toque, de parsimonioso centrocampismo, que debía derivar en la solución perenne de darle el balón a Maradona para que él inventase sobre la marcha una transición ofensiva. Una táctica fea como equipo, que sólo confiaba en elevar el nivel de espectáculo cuando el “Pibe de Oro” se hacía con el cuero. Y una táctica que no suele funcionar en estas instancias mundialistas, donde nunca un único jugador consigue sobreponerse al trabajo en conjunto de unos rivales bien organizados. De todos modos, contra Corea la cosa era fácil; los asiáticos no tenían nivel como para aspirar a una victoria y los argentinos lo sabían.
Sin despeinarse ni deslumbrar con grandes alardes, el combinado sudamericano venció por 3-1, con dos goles de Valdano y uno de Ruggeri. Maradona, acostumbrado a desenvolverse en el durísimo Calcio italiano, se paseó de manera estelar, asistiendo los tres tantos de su equipo y poniendo de manifiesto que para él los defensores coreanos eran tan inoperantes como juguetes… excepto por la cantidad de patadas y entradas agresivas a las que fue sometido, incluyendo algún placaje más propio del rugby que del fútbol. Los coreanos intentaron neutralizar la apabullante superioridad del astro argentino a base de violencia y fue cosa de milagro que Maradona no saliera seriamente lesionado de aquel partido. Aunque estaba muy acostumbrado a padecer continuamente marcajes que en pleno 2012 nos parecerían inaceptables, la suciedad de los coreanos fue tan extrema que llegó a provocar su enfado: en declaraciones hechas al terminar el partido, se quejó amargamente de la dureza antideportiva con la que había sido tratado. Muchos periodistas a lo largo del globo se hicieron eco de esa opinión, lamentando que uno de los futbolistas más espectaculares del Mundial pudiera correr el riesgo de quedar fuera del torneo a causa de unos defensores que pensaban poco en la belleza del fútbol y mucho en derribar a toda costa al mayor virtuoso del planeta. Los únicos flashes de calidad de aquel partido los había puesto Maradona, y la prensa deploraba el que la defensa coreana se hubiese comportado como un hatajo de energúmenos con él, ante, una vez más, la blandura del arbitraje.
Con todo, Argentina venció pero no convenció. Corea del Sur era un rival demasiado fácil y aun así, pese al desahogado resultado, el juego de la albiceleste no enamoró a nadie. El partido fue considerado tedioso. Maradona destacaba, eso sí, pero para llegar lejos en la competición iba a necesitar de un fútbol más atrevido por parte de sus compañeros. Aunque no lo hicieron mucho mejor los italianos, que para sorpresa de todos empataron con Bulgaria en un debut todavía menos prometedor. Así que en el siguiente partido, el encuentro estelar del grupo, los argentinos iban a vérselas con una Italia inesperadamente metida en problemas. El partido contra Bulgaria ya no parecía tan decisivo: si los argentinos lograban al menos un empate con Italia, podían dar casi por hecho su pase a la siguiente ronda.
Los italianos conocían muy bien a Maradona, tras haberse enfrentado a él domingo tras domingo en el Calcio durante las dos últimas temporadas, y de todos los equipos presentes en el Mundial eran los más preocupados por las habilidades del “Pelusa”. Se sabía que los italianos iban a asignar un marcador único a Maradona para intentar neutralizarlo, como en 1982 habían hecho exitosamente por medio de Claudio Gentile. El año anterior, Perú también había conseguido frenar al “Pelusa” en Lima, gracias a la agresiva persecución de Reyna que comentábamos más arriba. Se especulaba con que el jugador italiano finalmente designado para la tarea fuese Salvatore Bagni, su compañero en el Nápoles, que lo conocía bien. O bien el más famoso Giuseppe Bergomi. Finalmente fue Bagni el elegido, aunque al final los italianos decidieron que sería mejor optar por una defensa tradicional con atención especial a Maradona, pero sin obsesionarse y también intentando ahogar el juego de toque, lento y paciente, de los argentinos.
En el partido las cosas comenzaron bien para Italia: el árbitro señaló un penalti a su favor a los pocos minutos de juego y los transalpinos se adelantaron en el marcador. Una situación tradicionalmente ideal para los equipos italianos: gozando de ventaja podían echarse atrás, plantar “el autobús” en defensa, dejar que los minutos pasaran para desesperación del contrario y ya de paso amenazar con un contragolpe. Los argentinos, por su parte, decidieron no perder la paciencia. Siguieron con su lento juego de toque, con un Maradona que ocasionalmente intentaba romper la balanza con un pase largo o un regate brillante, como aquél con el que pasó justo entre sus dos marcadores haciendo un “uno-dos” que levantó un rugido en las gradas, aunque finalmente no condujo a nada. El diez bonaerense empezó a moverse de un lado a otro en busca de una manera de romper el cerrojo italiano y el público local —como los televidentes— pudo comprobar que Maradona no había venido al Mundial a esconderse, y que no sólo había sido capaz de destilar sus filigranas frente a los débiles y violentos zagueros coreanos, sino también ante los temibles defensores italianos, maestros en la materia, que además lo conocían muy bien. Finalmente, aprovechando un pase por alto de Valdano, el “Pelusa” chutó saltando en carrera y elevando la pierna por delante de un defensor, colando el balón casi sin ángulo por la única trayectoria de gol posible, un pasillo tan estrecho que ni el portero había contado con ser batido de semejante manera. Un gol inverosímil que ponía la igualada en el marcador. A partir del empate, ambas escuadras demostraron conformarse con el resultado y el conservadurismo se apoderó del partido. Los italianos confiaban en clasificarse batiendo a Corea en el tercer partido y los argentinos, primeros de grupo, no necesitaban mucho más. Tras algunos sustos en ambos áreas, se llegó al final con esa igualada que convenía a ambos… pero que aburría a los espectadores.
En el tercer partido, la albiceleste no tuvo problemas para rubricar su primera plaza frente a una Bulgaria inoperante que en la segunda jornada no había pasado del empate contra Corea y que se convirtió en una de las grandes decepciones del torneo. Jorge Valdano marcó de cabeza a los tres minutos, adelantando a los suyos y básicamente terminando con cualquier posible suspense. Maradona volvió a poner el único espectáculo en un encuentro sin otro mayor interés, entreteniendo con sus regates, sus pases inesperados, etc. Hizo un pase vertical que destruyó la defensa búlgara, aunque Valdano se quedó en fuera de juego al marcar y el gol no fue contabilizado. Después le puso un centro perfecto a Burruchaga, que este cabeceó al fondo de la red para hacer el segundo gol. Maradona, en resumen, llevó la mayor parte del peligro de su escuadra. El partido finalizó sin pena ni gloria con un 2-0 y la sensación de que los búlgaros se habían rendido de antemano ante unos argentinos poco propensos a pisar el acelerador: ya inventará algo Maradona.
Clasificados ya para los octavos de final sin apenas problemas (como la prensa decía: “para los argentinos, el Mundial empieza ahora”) los albicelestes iban a enfrentarse a sus primos y vecinos de Uruguay en la llamada “Batalla del Río de la Plata”. Uruguay era una selección que se había clasificado entre las mejores terceras de grupo pese a unos exiguos resultados en la primera fase, y la tensión regional del partido no podía esconder el hecho de que los uruguayos, pese a contar con jugadores de la talla del gran Enzo Francescoli, lo iban a tener bastante difícil. Maradona prometió públicamente a la afición de su país la victoria por una cuestión de “honor patrio”. Y durante el partido, el “Pelusa” hizo todo lo que pudo para cumplir su promesa. Corrió las bandas, bajó a buscar balones, se movió de un lado a otro y trató de crear ocasiones de la nada para sus compañeros una y otra vez. Le dio un dócil “pase de la muerte” a Valdano que este no acertó a cabecear con el portero ya batido, desperdiciando una ocasión única. Luego lanzó una soberbia falta desde bastante más allá del área, estrellando el balón en el larguero. Sentó a dos defensas en la línea de fondo y dio un centro a Pasculli que éste no supo aprovechar tampoco. Estaba haciendo todo lo posible y parte d elo imposible y no había manera de marcar. El único gol del partido, por una vez, no tuvo nada que ver con Maradona, sino que fue una jugada de Burruchaga y Valdano que Pasculli redondeó con el tanto de la victoria. El partido finalizó 1-0, con una Uruguay que pugnó muy dignamente y que incluso tuvo sus ocasiones pero que poco pudo hacer ante una albiceleste más sólida, y sobre todo, ante un Maradona que por primera vez cosechó elogios unánimes e incondicionales de la prensa argentina. Su brillante e incansable partido ante Uruguay fue reconocido como la que, hasta entonces, era la mejor actuación con su selección en toda su carrera. El “Pelusa” tiró de los suyos, peleó, dirigió, creó oportunidades y pese a no ser directamente responsable del único gol —si bien participó en el inicio de la jugada— dio toda la sensación de haber roto el partido con su inteligencia táctica y sus imprevisibles diabluras. El goleador del encuentro, Pedro Pasculli, lo resumió en la rueda de prensa: “Cuando Diego Maradona funciona como lo hizo, funcionamos todos. Posiblemente éste haya sido el mejor partido de Maradona con la camisola blanquiceleste, pero no será mejor que el próximo”.
El partido contra Uruguay terminó de certificar el excelente estado de forma de Maradona, así como la eficacia de su liderazgo sobre el campo y dentro del vestuario, donde los problemas estaban desapareciendo a velocidades mágicas a medida que el equipo empezaba a carburar. Y ciertamente, iban a necesitar que así fuera. Tras la previsible clasificación en octavos, llegó la tremenda noticia: Argentina se iba a enfrentar en cuartos de final a su más fiero enemigo, Inglaterra. Cuatro años atrás, soldados de ambos países habían derramado su sangre en la breve, triste e incomprensible Guerra de las Malvinas. Ahora llegaba una revancha en forma de partido de fútbol que provocaba la rugiente expectación de la prensa mundial y la preocupación entre los organizadores mexicanos por los posibles brotes de violencia entre “hooligans” y “barras bravas”. Futbolísticamente, nadie daba un duro por Argentina ante una muy potente selección inglesa. Los argentinos sólo se habían topado con un rival de verdadera entidad en todo el torneo, Italia, y habían terminado en un aburrido empate que convenía a ambos. El otro equipo digno que se habían encontrado, Uruguay, los había hecho sudar pese a ser objetivamente inferiores. Ahora, enfrentados a una potencia de categoría mundial, ni con un Maradona descollante como el que se había visto frente a Uruguay había demasiadas perspectivas de tumbar a aquellos ingleses dispuestos a todo. Tendría que ser capaz de hacer frente a Inglaterra lo que había hecho frente a Uruguay… pero eso era fácil de decir, aunque difícil de imaginar y aparentemente imposible de realizar. Por entonces, Maradona sólo llevaba un gol en el torneo —el brillante tanto marcado a Italia— aunque ya contaba cuatro asistencias. Había deslumbrado técnicamente en todos los partidos y había llegado a enamorar contra Uruguay, pero todavía tenía que demostrar que podía ser ese mismo Maradona contra los temibles ingleses. Y vaya si lo iba a demostrar. Maradona lo había decidido: estaba predestinado a tomar aquel Mundial al asalto. Los dos partidos siguientes, cuartos de final y semifinal, iban a situarlo definitivamente en el Olimpo del fútbol gracias a dos actuaciones que iban a causar un sordo y escandalizado pasmo primero, y un maravillado y eufórico asombro después. Iban a empezar a llover las comparaciones con los más grandes. Para cuando llegase la final, incluso aunque la hubiese perdido, Diego Armando Maradona ya había trascendido la condición de futbolista mortal y se había situado entre los dioses del balompié.
(Continúa)
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | El Mundial de Maradona (I)
Lástima haber sido demasiado joven en aquella época para poder tener recuerdos vivos de entonces. Al verlo luego en video se me ponían los pelos de punta y aún hoy, era del Blu-ray- verlo sigue siendo una delicia auténtica…
Esperando la tercera parte…
http://saliendodesdeelbanquillo.blogspot.com.es
No estaría de más que se consignase que el autor del gol del empate a dos de aquel partido contra Perú disputado en Buenos Aires fue Ricardo Gareca.
El único futbolista actual nombrado en los dos artículos es Messi. Aparece aunque no quiera.
un gol inverosimil???ese contra italia.
el articulo un 10,aunque creo sin animo de ofender,que el señor E.J.RODRIGUEZ esta mas con la iglesia maradoniana,que a la verdad de Maradona,y la verdad es muy sencilla.
Genio como ninguno futbolisticamente,pero que debido a su mala cabeza,dejo mucho que desear.
solo una pregunta para el señor E.J.RODRIGUEZ y para cualquiera que quiera.
ustedes que prefieren que sean sus hijos ¿un Maradona o un Messi???yo tengo claro lo que querre cuando tenga un hijo.
salu2
Hola, vivamimadre:
La verdad es que preferiría que mis hijos no fuesen ni Maradona, ni Messi. Pero esto es algo secundario; tampoco me gustaría que mis hijas se casaran con alguien como Richard Wagner; es más, no me gustaría tener a Wagner ni como vecino… lo cual no impide que su música me ponga los pelos de punta.
Este artículo se titula precisamente «el Mundial de Maradona» porque trata de hablar de su mejor faceta, el fútbol, durante un torneo concreto. Y además porque su actuación en aquel Mundial 86 fue un momento único en la historia del fútbol y del deporte en general, como lo de Muhammad Ali recuperando su tercera corona en África, Bobby Fischer proclamándose campeón de ajedrez en Islandia… lo que se te ocurra. Y supongo que sabrás que Ali o Fischer son personajes no menos controvertidos que Maradona. De hecho, lo eran mucho más. Pero eso no nos impide ensalzar sus logros deportivos.
Ahora bien, ¿es más importante ser una persona centrada y feliz que conseguir logros deportivos? A mi juicio, sí. Estamos de acuerdo. Pero ¿y qué? No soy familiar ni amigo de Maradona. Me limito a admirarlo como futbolista y como competidor deportivo y este artículo versa precisamente sobre eso. Hay otras facetas que admiro menos, pero eso para un artículo llamado «Los problemas de Maradona» y no «El Mundial de Maradona».
En cuanto al gol a Italia, ¿has has visto marcar muchos así en semejantes instancias? Porque yo, la verdad, no.
Un cordial saludo.
Y que tendrá que ver? Hablamos de fútbol! Y en el fútbol, en ese mundo particular, Maradona es el creador, Maradona es el máximo pedestal
Ese «hatajo» hace que me sangren los «hogos»
Estimado coche,
Espero deseo que no le sangre nada cuando busque en el diccionario.
Se ha llegado a un punto en que parece que si el deportista no es «centrado» y «humilde» cualquier cosa que haga no vale por mucho talento que tenga.
Me parece que esta brutal campaña publicitaria de Barça/España que no saben decir una frase entera sin decir «humildad» ha lavado el cerebro a demasiada gente.
¿Muy potente selección inglesa? No se pase, hombre. Aquella selección inglesa no era mala, pero tampoco asustaba. Se trataba de una selección que venía de no clasificarse para la Eurocopa de Francia. En el mundial del 86 superó la primera fase como segunda de grupo por detrás de Marruecos, con quien sólo pudo empatar. Antes había perdido frente a Portugal y en el último partido de su grupo ganó 3 – 0 a Polonia. En octavos de final ante Paraguay repitió resultado.
Lineker estaba en racha, eso es indudable, contaba con un portero bastante mejor que todos los que vinieron tras él y con unos cuantos jugadores de buen nivel, pero al menos en mi opinión, Francia, Brasil o la Unión Soviética tenían un equipo bastante mejor en 1986.
La selección inglesa suele fallar en los grandes torneos. Desde el triunfo en su mundial de 1966, lo más destacable que han hecho los «pross» fue alcanzar las semifinales en Italia 90 y en la eurocopa de 1996, cuando jugaron como locales. Y eso es muy poquito.
Gracias por estos articulos que han sacado y por el tiempo que has tomado E.J. Rodríguez para regalarnos la historia del pibe.
salud!
Cortar el artículo justo antes del partido contra Inglaterra me ha provocado la máxima sensación de «coitus interruptus» que he tenido…¿nunca?
Es bueno el articulo. Un detalle, llamarlo Pelusa es un anacronismo. Maradona tiene muchos y variados apodos que han dejado en el olvido a aquel.
Pd. La entrevista a Menotti se consigue?
¡Grande Maradó! Muchas ganas de leer la 3ª (¿y última?) entrega. Sorprende mucho saber que la prensa, antes del Mundial, fuera tan reticente con Maradona… supongo que dentro de equis años pasará lo mismo con Messi, aunque está por ver si éste consigue lo que aquél.
Por cierto, lo de Argentina con Perú no era a vida o muerte, aún habiendo perdido aquel partido en casa la clasificación era en formato de grupo, y el segundo jugaba un play-off, así que todavía habría tenido opciones ;)
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | El Mundial de Maradona (y III)
Pero como pones esto: «Un atónito Maradona sufrió el férreo y por momentos brutal marcaje de Luis Reyna, que se le pegaba por todo el campo como un hermano siamés y lo sometía a un alucinante festival de entradas antideportivas», has visto el partido, en ese partido Reyna no le hizo entradas como dices, todo para justificar la terrible entrada de Camino.
Ese dia Reyna si lo jo…. a Maradona todo el partido pero no le metio ninguna patada, no digas mentiras, y a mi no me engañas que ese dia estaba en el estadio viendo el partido.