Dentro del género de las novelas de la nebulosa que inaugura Ramón con El hombre perdido creo que la peli y el libro de los que voy a hablar deberían estar entre sus obras maestras: Elisa, vida mía de Carlos Saura y Calle de las Tiendas Oscuras de Patrick Modiano. Ambas obras caminan a tientas entre la niebla; como dice Ramón en el prólogo a la novela antes citada: “Hay una realidad que no es surrealidad ni realidad subreal, sino una realidad lateral. En los sindulios del beloferonte no hay más que huevos fritos y lógica bostezante”. En esa realidad lateral es donde se mueven las obras de Saura y Modiano (lo de los sindulios del beloferonte no tengo ni idea de qué es, pero la verborrea de Ramón es tan brillante que me apetecía ponerlo. Si alguien lee esto y sabe qué es, que lo explique si hace el favor en un comentario).
Si en la novela de Modiano el protagonista buscándose a sí mismo cambia de nombre y casi de personalidad cada diez páginas, llamando a docenas de puertas que no llegan a ningún lado y tirando de hilos casi invisibles que le llevan a ese oscuro pasado de desocupado en el París ocupado y la posterior huida a Suiza a través de las montañas nevadas, donde deslumbrado por la nieve —¡Oh, Dios mío, está lleno de estrellas!— comienza su melancólica amnesia, en la película de Saura es la narración la que salta de un personaje a otro, Elisa, su padre y su madre, no quedando claro —y mejor así— quién habla en cada momento, si Elisa lee el diario del padre o escribe su diario ya convertida en su padre —Luke, yo soy tu padre—, si es un recuerdo del padre, de la madre, si es locura, presente, imaginación o recuerdo.
Saura, que es el mejor director de la historia del cine español, acompañado en el podio por Berlanga y Erice —lo sentimos mucho por Don Luis—, en una casa de campo segoviana aísla al inmenso Fernando Rey, quien en el fondo no sabemos si es real o simplemente es una proyección de su hija Elisa, tan lúcido como el Fernán-Gómez de El espíritu de la colmena y que se dedica a dar clases en un colegio de monjas en Segovia y a dar paseos por el campo mientras escribe sus recuerdos. Súper Geraldine Chaplin en el papel de Elisa, nombre cuyas tres primeras letras me fascinan, le visita con su hermana y empiezan los diferentes planos a mostrarse creando una poética confusión en donde todo vale y uno acepta todo lo que pase sin necesidad de explicación. Un personaje recuerda que en su casa de Madrid en el aparador había un juego de té de porcelana blanca, otro que ese juego era de porcelana pero azul y otro que éste en realidad era de plata. Una foto lo aclara. Fotos que también son clave para que el personaje de Modiano —el único escritor vivo interesante— se busque a sí mismo, dando tumbos entre emigrados rusos, jockeys retirados, fotógrafos de moda, pianistas de night-club y demás fauna parisina enseñando una foto en la que cree que sale él de joven, esperando que alguno de ellos le reconozca y le aclare quién es.
Tanto el libro como la novela tienen escenas de una belleza arrolladora, como la casual conversación en un bar entre Pedro y el jockey amigo de correrías durante la Guerra a quien conoce pero no reconoce, en la que Pedro con la información que ha ido recogiendo en capítulos anteriores consigue hilar una conversación con el jinete llena de dolor. La escena en la que Elisa rompe definitivamente dentro del coche con su marido, cansada de tanto aburrimiento y de promesas no cumplidas mientras él balbucea pidiendo una última y absurda oportunidad para volver a empezar, oportunidad que Elisa le niega porque ese volver a empezar será volver al dolor y al aburrimiento: no cambiamos. El capítulo en el que Pedro visita al fotógrafo de moda para sacarle algún dato de la que fue su esposa y éste obsesionado le cuenta el asesinato de un antiguo novio suyo en el que estuvo implicada ella y en el que acaban llamando por teléfono al asesino simplemente para escuchar su voz. La cena de Elisa y su padre comiendo pasta, contándose recuerdos y reproches. Casi todo en ambas obras es perfecto.
Para mí son dos obras maestras, el libro, directo, casi una novela negra, se lee perfectamente en un día y está lleno de esa melancolía e indefinición que cubre toda la obra del gran Modiano. La película es tan fascinante como compleja —yo realmente no sé todavía de qué va, al igual que me pasa con El sueño eterno—, aunque en este caso la fascinación gane a la complejidad haciéndola tan mágica que poco importa que uno no se entere de lo que pasa. Así en el siguiente visionado la película será diferente. Nadie debería perdérselas.
«¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver, con largo apartamiento,
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?»
Garcilaso