Antonio Méndez es hijo y nieto de libreros: “Mi padre se hizo librero un poco por tradición familiar, porque su padre, mi abuelo, también lo era. Ellos tenían una librería pequeñita en la calle Tres Peces, en Lavapiés”. Durante los años de la postguerra se iba el abuelo Ángel con un carrito a vender libros al Rastro, y ya en los años 50 “fue cuando se hicieron con un par de casetas en La Cuesta de Moyano, donde mi padre se hizo librero de verdad, y donde yo tengo que aprender el oficio al caer él enfermo, con 19 años”, jovencísimo. No será hasta el año 92 cuando tenga que hacerse también cargo de la Librería Méndez tal cual la conocemos hoy, al recaer su padre, D. Antonio Méndez, librero de profesión. “Fue una época difícil”.
Aún hoy se emociona al recordar aquellos inicios en Moyano, “una verdadera escuela de la vida”. Nos cuenta con mucho cariño —y esa puntita de emoción— que fue allí donde conoció a Arturo Pérez Reverte y a una gran parte del resto de personajes ilustres que le siguieron luego hasta la calle Mayor. El hoy consagrado escritor de éxito, nos cuenta, se le acercó una tarde al ver tan bien expuesta la que fuera su primera novela, El Húsar. Entonces, le espetó, a lo Pérez Reverte: “¿Y tú cómo es que tienes esto?” “Pues porque me gustó mucho”, le contestó Antonio de inmediato (era la pura verdad). Y hasta hoy: “No son clientes, son ya amigos todos ellos”, refiriéndose aquí a Luis Mateo Díez, Manuel Longares, Javier Marías o incluso Vargas Llosa, “que vive muy cerquita de aquí”.
Librería Méndez son también Alberto, casi desde su inicio; e Inma, la mujer de Antonio. Los tres llevan ya muchos años juntos; se nota ese cierto aire de familia, de negocio propio; la tradición, el amor por los libros, el cuidado que ponen mimando a la clientela, “es que eso es fundamental, te da mucha vida como librería” (Inma baja un poco la voz al deshacerse en elogios hacia Marías, mirando hacia la calle, «no vaya entrar por la puerta ahora, dice, no está bonito»)
Cuando le pedimos a Antonio que nos recomiende algo se acuerda de Ojos azules, de Jerome Charyn, “una novela negra negra negra, que se desarrolla en los bajos fondos neoyorquinos en los años 70. Siempre es interesante leerse una buena novela negra después de un libro más serio”. Se acuerda entonces, divertido, de cómo algún parroquiano se indigna cuando ve “estas colecciones de ahora de novela negra que parece que están descubriendo el mundo, cuando esto ya está todo editado y leidísimo, las mismas traducciones incluso”. “Ya hablando de otro tipo diferente de literatura —continúa— yo te recomiendo El viajero bajo el resplandor de la luna, de Antal Szerb, una historia de amor absolutamente surrealista, totalmente disparatada, que a nosotros nos gustó mucho”; o Stoner, de John Williams, que he de reconocer que leímos porque la recomendó Vila–Matas; de otra forma es posible que incluso para nosotros hubiera pasado inadvertida”
Nos sorprende, a la vez que ilustra la independencia de sus opiniones y lo que disfruta recomendando libros personalmente o simplemente charlando de aquello que surge, “prisa no tenemos ninguna”, el que acabemos hablando de series de televisión; no de The Wire o Los Soprano o Black Books, entendámonos; sino que se haya enganchado, ahí es nada, a El ala oeste de la casa blanca —una serie que le gusta muchísimo a quien escribe esto; recreémonos—, que se haya fijado en cómo Aaron Sorkin y su troupe consiguen que el asunto más aburrido del mundo —como el quién va a apoyar y por qué un proyecto de ley sobre algo que para el espectador medio no tiene el menor interés: sabemos que es una serie, el sistema sanitario estadounidense no está cambiando en riguroso directo para todos ustedes— se convierta en algo trepidante; ese ir y venir tomando decisiones de capital importancia —son los hombres del Presidente; esto es La Casa Blanca— por esos laberínticos pasillos, en perfecta sintonía con corredores y muebles, papeles y puertas, “la importancia que tienen las puertas, el papel que juegan marcando el ritmo, ¿sabes qué te digo?” (¡Claro que sí!) “Lo cierto es que la vi porque me la recomendó Javier Marías”, confiesa, divertidísimo.
Pues bien, no estamos muy seguros de que esto lo explique todo. El que se haya fijado en cómo funcionan esas puertas sí, eso podría dar una pista al lector avisado…
Fotografía: Jorge Quiñoa
Maravillosa librería a la que yo también empecé a acudir gracias a Javier Marías. Sin ser muy grande, es acogedora y sus dependientes siempre se muestran solícitos a la hora de sugerir títulos.
Rezo porque la ola tecnológica no se lleve de por medio un lugar tan emblemático como es Méndez.
Precioso artículo. Las librerías son espacios mágicos.
En Sevilla hay una librería emplazada en un antiguo teatro. Es un lugar maravilloso. Está en Calle Sierpes, 25.
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Durante mucho tiempo la librería La Busca en la calle Hortaleza fue mi «joyería». Hasta su cierre. Las olas caprichosas me llevaron hasta la orilla de Méndez y allí me quede varado, Con mi mayor aprecio para Antonio y Alberto
Cuando llego a Madrid, bajo hacia la calle Mayor y allí encuentro dos tesoros, la Librería Méndez y Estilogràficas Sacristán .Cuando cruzo el umbral de la librerìa. allí està Alberto, yo dejo mi bastòn a un lado, me siento y mágicamente van apareciendo a mi alrededor todos los libros que el sabe me van a interesar. Hace ya dos años que no la visito, pero seguramente voy a viajar en septiembre a Madrid, ya estoy soñando con los libros que voy a encontrar. Màs de una vez como no los podía acarrear, Alberto me alcanzò las cajas hasta la pensión….
La recomendación justa, el conocimiento de mis búsquedas, gentileza, inteligencia, alegría….la ilusión de volver a ellos y a la librerìa. Siempre Gracias
Antonio espérame un día de estos por la Librería,pues ya estoy seleccionando algunos títulos.Terminé la biografía de Lenin de Victor Sebastián,muy buena por cierto y en cuento termine algo pendiente aparezco por allí.
Un abrazo
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