Una cuestión de fe
Enric González
Libros del K.O. 2012. 67 páginas. 6 euros
La literatura y el fútbol no suelen hacer buenas migas. No es un caso excepcional dentro del mundo del deporte; es curioso que las dos únicas disciplinas deportivas con un cierto fuste literario sean aquellas cuyo desgaste físico por parte de los practicantes marca los límites superior e inferior de lo que un cuerpo humano es capaz de soportar a la hora de ejercitarse mediante lo que comúnmente llamamos hacer deporte. El boxeo y el ajedrez sí nos han dejado grandes páginas literarias, pero su calificación como deporte siempre ha generado debates interminables, tan del gusto de medios bizantinos como Jot Down. El fútbol, el atletismo, el béisbol y el olimpismo en general nos han legado excelentes crónicas y reportajes, pero no libros extraordinarios. Sí, hay notables excepciones. Scunthorpe hasta la muerte e Historias del Calcio son dos buenos ejemplos. En cambio The Damned United fue una novela fallida (pero que dio lugar a una excelente película) y Cuentos de fútbol resultó ser un vano intento bastante empalagoso de intelectualizar (sic) un juego.
Muchas veces desarrollamos un empeño por aplicarle al fútbol una pátina de respetabilidad mal entendida que resulta bastante ridículo. Hablamos de sinfonías corales, filosofías enfrentadas, arte cinético, triangulaciones y otras pamplinas inventadas ad hoc (¿hay algo más cercano al mal absoluto que el término trivote?) con el único objetivo de sentirnos más cultos, más sensibles, más inteligentes, aunque al día siguiente todos nos compremos el Marca solo para ver las fotos mientras intentamos atinar la porra en el café con leche. Esta pretendida erudición es una triste deriva; el fútbol, como cuenta Enric González en este opúsculo publicado por Libros del K.O. dentro de la serie Hooligans Ilustrados (¿lo ven?), no es una de las bellas artes, y cuando se empieza a hurgar en la relación entre el fútbol y la estética el resultado suele generar dosis nada recomendables de vergüenza ajena. El fútbol, salvo para aquellos que viven en la adolescencia, ya sea física o mental, son principalmente recuerdos, y la mejor época siempre fue pasada. No importa cuántos mundiales, cuántas ligas, cuántas copas de Europa seamos capaces de presenciar; el fútbol es un familiar cabizbajo apoyado en una esquina esperando a que le recojan para ir al estadio, son conversaciones camino del campo en las que se descubre recurrentemente la inevitabilidad del franquismo, es un apagón en un partido contra el Castellón y las talmúdicas quejas de tu vecino de localidad, un pan de césped de Sarrià replantado en el jardín paterno y una luna de miel en Leverkusen. Se puede hacer literatura con todo eso, y sin embargo es imposible hacerla describiendo uno, dos o diez regates seguidos de Messi.
Normalmente no nos gusta sentirnos nostálgicos, la nostalgia es un sentimiento que suele generar rechazo y sonrojo, y tendemos a evitarlo. Quizá no debiera ser así; en cualquier caso el libro de González la elude con habilidad. Y sin embargo está ahí, y sus recuerdos de Sarrià, de los partidos voluntariamente separado de su padre, o los que le radiaban telefónicamente sus hermanas, son fácilmente extrapolables a las experiencias que cada cual haya tenido si alguna vez ha sido aficionado al fútbol. Podemos leer el libro para conocer la historia de los comienzos del RCD Español, la razón de su denominación y el origen del sobrenombre por el que son conocidos sus aficionados; el fondo franquista del FC Barcelona y el punto de inflexión en el que decidió proclamar frívolamente que era más que un club, mientras el Espanyol se conformaba con ser todo lo contrario y perdió el tren del éxito popular. Se puede disfrutar, aunque no se esté de acuerdo, con la ingeniosa relación entre el catastrofismo en el fútbol y en la religión como forja de un carácter imperecedero, y de las sutiles picas característicamente irónicas que González reparte entre algunos de los más reputados barcelonistas, como Cruyff y Joan Gaspart. Pero se debe leer para conocer la mejor descripción de un gol que hasta el momento se haya escrito en castellano. No hay slaloms, no hay tiquitacas, no hay tomahawks ni balones divididos. Toda la magnificencia del fútbol resumida y ampliada en un gol de Roberto Martínez, aquel espigado oriundo de medias tobilleras que remataba con la espinilla hasta los centros mejor enroscados. Porque ese gol es fútbol. Y el resto es ruido.
Dentro de una pequeña colección de libros fantásticos («Hooligans ilustrados» en Los Libros del K.O.) destaca este sin duda. Se trata de un libro imprescindible, como todos los de Enric, que es sin duda un tipo a seguir.
http://noteniabillete.blogspot.com.es/2012/05/una-cuestion-de-fe-de-enric-gonzalez.html
Es curioso, a mí me costaría un montón escribir sobre la relación entre fútbol y literatura (o lo que sea) y no nombrar a Nick Hornby. Y eso que dudo que lo suyo sea una novela.
Entiendo que no es heredero de la mejor tradición literaria, pero yo soy un sincero admirador. Evidentemente Fiebre en las gradas se olvida del césped y de los estetas (además el pobre era hincha del Arsenal de los ochenta que, como ya sabemos por Historias de Londres, era un equipo ampliamente despreciable en su relación con el buen juego).
Hoy en día sigo citando capítulos de los Simpsons y párrafos de Fiebre en las gradas. Explica muchas de esas cosas que algún día sentí sobre el fútbol.
No estoy para nada de acuerdo. Juego al fútbol desde que tengo uso de razón y para mi jugar al fútbol es un placer tan grande que sólo lo puedo comparar con el placer de echar un buen polvo. Y creo que para la gente que hemos jugado con pasión desde pequeños el fútbol si nos parece una de las bellas artes (a mi me gusta muchísimo más ver un regate de Messi que una pintura de Van Goch) Y por supuesto que se puede hacer literatura con los regates de Messi
Desde el punto de vista de una persona a la que nunca le gustó el fútbol (y que ve demasiados artículos sobre el mismo aquí, ehem), no puedo evitar recomendar Unseen Academicals de Terry Pratchett. ¡Léanlo!
Aunque no hay mentira en lo escrito, podrían haber reseñado también el libro de Manuel Jabois y el de Marcos Abal, santos varones, también, de esta casa. Por cortesía, o algo. Y que, por cierto, no desmerecen.
Estamos en ello, caballero. Se reseñan según se van leyendo.
Saludos.
Leyendo este libro he recuperado un montón de recuerdos de las tardes que pase en el campo de Sarria. El Espanyol tiene una magia que Enric González sabe trasladar muy bien en su escrito. Envidia sana.
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