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Iván Castelló: Aquella Polonia de Lato y Lubanski

Cómo hemos cambiado, pensarán muchos polacos viendo a su actual selección, una de la coorganizadoras con Ucrania (otro tanto si se rememoran distintas etapas previas, por ejemplo, del Dínamo de Kiev) de la Eurocopa de Naciones 2012. Orgullosos de mostrar una identidad desconocida con estadios ultramodernos y logos floreados bien alegres, pero deportivamente desconfiados, eliminados como se dice en el tópico deportivo a las primeras de cambio, lejos de las poderosas selecciones de siempre. Porque, en el caso polaco, cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero sí en concreto la etapa de oro vivida con Grzegorz Lato, el Quini de Polonia, al frente de aquella majestuosa selección polaca que casi roza mayores glorias hasta en tres Mundiales consecutivos, el de 1974 (terceros), 1978 (sextos) y 1982 (terceros), ya en este último unido el calvo delantero a otro portento de la naturaleza fútbol, Zibi Boniek.

Pero el retrovisor está homologado para el constante revisionismo que se estila en el estudio y repaso de este arte del balón redondo. El fútbol es una ciencia muy dada a las comparaciones, odiosas, no, inherentes a la cultura de este deporte/negocio porque mantienen por todo lo alto el concepto de competitividad. Igualan o separan, pero precedentes habrá a los que atenerse. Lo permiten, para empezar, unas reglas casi intactas del juego en tres siglos (solo uno entero, el XX, pero ya son tres) que han vivido partidos oficiales de balompié y eso legitima repasar la historia, comparar goles, rachas, formas y tácticas, de la WM (3-2-2-3) de Herbert Chapman a la moda de jugar sin delantero centro casi un siglo después. También habilita el uso de un ‘rastreator’ el que echando la mirada atrás quedan aún récords por batir, registros inauditos por alcanzar (la escalada de violencia goleadora de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo señala el camino por ahí) y títulos por encadenar, como esas dos Champions consecutivas que se le resisten de manera maldita a los clubes europeos desde el Milan de los holandeses (1989 y 1990)

Lato, físicamente, era el antihéroe, el Capitán América antes de ser Capitán y América. Calvo precoz, con esos pelos cruzados supervivientes a lo George Roper, el marido cascarrabias de Mildred en la serie Los Roper y Un Hombre en Casa, aparentaba estar para jubilarse en cualquier instante. Militaba, además, en un club menor incluso para Polonia, el Stal Mielec, al que sí consiguió hacer campeón dos veces, en 1971 y 1976, y que se enfrentó al mismísimo Real Madrid en una memorable eliminatoria, quizá la más importante del modesto fútbol polaco de clubes, en la campaña 1976/77 y que se saldó con dos ajustadas derrotas. Por 1-2 en Mielec y por 1-0 en el estadio Luis Casanova de Valencia por la sanción del intento de agresión del ‘Loco del Bernabéu’ (así se le denominó y así ha entrado en la historia) a Linemayer contra el Bayern de Múnich. Los goles del Madrid fueron de otros clásicos inolvidables de la época como Santillana, Del Bosque y Pirri.

Pero nada hacía presagiar a Lato su próxima condición de figura mundial, al ganador de la Bota de Oro como máximo goleador con siete dianas del Mundial de Alemania Federal en 1974. Y con ‘Torpedo’ Müller y Johan Cruyff como competidores. Rápido y traicionero, porque era impredecible en sus arrancadas, Lato arrasó en aquellos años con 45 goles en sus 104 internacionalidades. No son demasiados tantos, pero es que los marcaba cuando más importaban, cuando mayor era la responsabilidad. De ahí el valor, de ahí la locomotora que con su carbón se construyó en aquellos años para cercar a potencias como la Alemania Federal, Holanda, Italia y Brasil. Aquí podemos ver a  La Polonia del 74 en Fiebre Maldini.

Y luego estaba Wodzimierz Lubanski, un poco el Javier Clemente o el Eulogio Gárate del fútbol polaco, el mejor sin discusión pero sin fortuna con las lesiones. Porque por una lesión en los ligamentos, tras una entrada del inglés McFarland en 1973, se perdió el Mundial del año posterior. Lubanski estaba en la cresta de su ola, con cinco goles a Luxemburgo él solo y cinco ‘hat- tricks’ con la nacional de Polonia. No parecía tener límites, pero la lesión lo apartó de su sitio en la cumbre. Era, probablemente, el último aderezo de la imaginativa ensalada polaca que estaba, por fútbol y jugadores, por qué no predestinada a ser campeona del mundo lo mismo que Alemania Federal y Holanda. Fue una Copa del Mundo la del 74 que se decidió por detalles. El de Lubanski fue uno. Más tarde, ya recuperado, pero sin llegar a ser el de antes, Lubanski, amén de hacer habitual en Europa a un modesto como el Lokeren belga, protagonizó un emotivo acto reflejo de Juego Limpio, al saltar por el encima del portero de Dinamarca para no poner en peligro su integridad. La FIFA lo premió (ver vídeo, a los 27 segundos). Tampoco quedó nunca del todo aclarado el oscuro suceso de ser tiroteada la puerta de su domicilio particular en Bélgica por unos desconocidos. En fin.

El fair play de Lubanski

Por eso, porque son leyenda, el aficionado polaco y el del fútbol en general no ha podido sino echar de menos estos nombres relatados, y en los que es obligado prometerse a uno mismo otro capítulo dedicado próximamente al ucraniano Oleg Blokhin. Polonia y Ucrania no fueron ni la sombra de lo que habrían sido con ellos. Eso está claro. Esa es su realidad actual a la espera del milagro de otra generación esplendorosa.  


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Un comentario

  1. Ni Rusia es tan fiera como la U.R.S.S. de los 80, Hungría es una sombra de los mágicos años 50 y Polonia está lejos del nivel de la década de los 70.

    Hay naciones del este europeo a los que la caída del muro parece haberles sentado mal, futbolísitcamente hablando.

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