Manolo Preciado (Astillero, Cantabria, 1957) fue un defensa curtido en mil batallas, un bigote bajo el que se adivinaban las tres efes: feo, fuerte y formal. Alejado del perfil de estrella, fue jornalero de los domingos cuando el fútbol aún no había vendido su alma a la mercadotecnia ni a los derechos de televisión, peregrinando por Santander, Linares, Mallorca, Vitoria, Orense y Torrelavega, su última estación vestido de corto. Colgó las botas sin alcanzar ni fama ni fortuna, pero su carrera estuvo trufada de una estela de buenos amigos, al igual que durante su etapa como estudiante de medicina, como vendedor de conservas, de espárragos y de planes de jubilación. Purificación, su primera esposa, falleció víctima de un cáncer en 2002. Dos años más tarde, perdió a Raúl, uno de sus hijos, de apenas 15 años, en un accidente de motocicleta. «Cuando murieron mi mujer y mi hijo tenía dos opciones. Tirarme de un puente o seguir adelante. Decidí lo segundo». Consciente de que la vida te rompe el corazón o te lo endurece, Manolo decidió seguir avanzando, mientras soportaba los golpes del destino sin sentir ninguna lástima de sí mismo. Tampoco lo hizo cuando falleció su padre, de manera aún más trágica, al resbalarse empujando un coche para morir atropellado.
El fútbol fue su refugio, su bastón, su familia. Preciado se aferró al olor a linimento, al sudor de las camisetas, a los banquillos incómodos, al sonido de los goles que le hacían mitigar el dolor por sus seres queridos, a los que fue perdiendo de manera trágica, con cuentagotas y a traición, sin previo aviso. Amigo, confesor y profesor vital sin días libres cuando la cuestión era cosa de repartir cariño, Preciado cultivó un vínculo especial con todos sus futbolistas. Con los que estaban felices de jugar, pero también con aquellos que eran carne de banquillo. Ellos fueron el sustitutivo perfecto para olvidar el fatalismo que siempre le persiguió y el principal alimento del alma para un hombre que se reinventó continuamente, para no tener compasión de su propio dolor ante tanto manotazo duro y tanto golpe helado. El fútbol le concedió la suficiente entereza para superar el drama, para sobreponerse a los mazazos de la vida.
El hombre de los cinco ascensos, el tipo afable que entrenaba como vivía, nunca se arrugó ante la adversidad. Duro con los problemas y blando con las personas, se hizo querer allá donde estuvo. Tampoco agachó la cabeza ante la injusticia. En un deporte convertido en negocio impersonal, él siempre antepuso lo personal. Menos dinero, más entrega. Menos banalidad, más humanidad. Menos millones, más unión. En la aldea global de los goles y la jungla del dinero que pudre el deporte, donde empresarios sin escrúpulos ejecutan el mal y otros eligen sentarse a ver lo que pasa, Preciado nunca puso precio a su dignidad. Esa cualidad le costó el exilio del Racing, entonces sometido a los caprichos de un extravagante millonario ucraniano. No le importó. Besó el escudo montañés y miró hacia delante. El mismo comportamiento modélico lo repitió cuando los dueños de su Sporting, ese equipo con afición de Champions y dirigentes de Tercera, le comunicó su fulminante y a la postre negligente despido. Él decidió afrontarlo consolando en sala de prensa a quien había derribado, sin necesidad alguna, el milagro deportivo que Manolín, a base de disgustos en forma de canas, había hecho realidad. No, para Manolo, entre el honor y el dinero, lo segundo nunca fue lo primero.
Su filosofía de vida fue la alegría. Su motor, la amistad. Su honradez, su identidad. Así fue su vida. Intensa, emocionante, todo corazón. Ascensor de modestos, conversador entrañable, marido que había vuelto a reencontrar la felicidad, Manolo ganó, por goleada, todos los partidos que la vida le planteó. Siempre con el viento de cara y con el marcador en contra, Preciado salió victorioso de todos los trances, por trágicos que fueran. Así fue hasta que fichó por el Villarreal para reflotar al Submarino Amarillo y devolverlo a Primera. Días después, llegó el único partido que no pudo ganar, para abandonar esta vida a consecuencia de un inesperado infarto.
Asturias y el fútbol español están de luto. Como en aquellos versos de Miguel Hernández a Ramón Sijé, su Sporting quiere ser llorando el hortelano de la tierra que Manolín ocupa y estercola. Es mucho el dolor que se agrupa en el costado de una afición a la que le duele hasta el aliento y la familia del fútbol siente hoy más su muerte que su vida. Dicen que los pasos de la muerte son callados, porque se acercan en silencio y nos roban a los seres amados. En el caso de Manolo Preciado, no es cierto. La muerte le ha regalado la inmortalidad en los recuerdos de los hombres y en la leyenda del fútbol. Se ha ido, pero su espíritu sigue vivo. A través de los tiempos, no habrá futbolista capaz de olvidar el calor de sus abrazos, ni periodista que no recuerde su cercanía, ni partido donde las tripas de El Molinón se olviden de gritar al viento su nombre, como grito de guerra de su legado, de su memoria. La de un hombre bueno.
Preciado, todo integridad, todo sinceridad: un rara avis en este corrupto mundillo.
Sólo cabe tener respeto para una persona de su trayectoria. Ánimo a sus allegados. Descanse en paz.
DEP
Gran artículo.
Aquí un oviedista que no olvidará a don Manuel Preciado. Ojala el Oviedo encuentre algún día a una persona que conecte tan bien con la ciudad y su afición.
Y ojala llegue pronto ese derbi en primera, y tú, Manolo, lo puedas ver allá donde estés.
Un fuerte abrazo a los esportinguistas
Soberbio artículo. Con vuestro permiso, lo he compartido en mi blog del Sporting de Gijón. Gracias.
Una auténtica pena que se haya ido, un hombre que no se andaba con mandangas entre tanta tontería que hay en el mundo del futbol.
Gracias por el artículo.
Me han gustado dos cosas del artículo: la fotografía y que no hayas hablado de su relación con el actual entrenador del Real Madrid, porque bastante lo han hecho ya otros.
Me entristeció mucho su inesperada muerte, pero me consuela un poco el ver lo amplio y unánime que está siendo el reconocimiento a su figura, a pesar de ser un modesto, o precisamente a causa de ello. No es muy común que en este país se reconozcan los méritos a los más humildes, a la buena gente.
Y me alegra que un gran tipo como preciado haya tenido un obituario a la altura. Enhorabuena, Rubén. Este trocito me ha parecido precioso, ejemplarizante:
«Duro con los problemas y blando con las personas, se hizo querer allá donde estuvo. Tampoco agachó la cabeza ante la injusticia. En un deporte convertido en negocio impersonal, él siempre antepuso lo personal. Menos dinero, más entrega. Menos banalidad, más humanidad. Menos millones, más unión»
Magnifico articulo
Josep, hablamos de Uría, no es cualquier periodistucho del tres al cuarto que no respeta ni una muerte contad de escribir un artículo sensacionalista que le aupe a ponerse ante los focos.
Fenomenal artículo Ruben Te felicito Un abrazo
El cántabro que defendió su valores allá donde fue, por encima de veleidades y de intereses personales. Cada gesto suyo ha sido un ejemplo de integridad, casta y gallardía. No conoció otra patria que la del fútbol, en su máxima extensión, y por donde pasó dejó su impronta. Esta España se marchita hoy todavía más ahora que Manolín se ha ido. Descanse en paz.
Muchas gracias por el artículo. Es de justicia reconocer su gran mérito.
Sublime
coño! el hacha uria, ya sabia yo que este articulo era bueno de cojones. GRANDE!
grande preciado, querido tanto por su aficion como por las ajenas, cosa dificil de conseguir.
Gracias por uno de los mejores obituarios que he leído jamás. Me encantaría que usaras la toponimia correcta con Ourense pero es realmente bello el texto.
La frase «duro con los problemas blando con las personas» me parece sencillamente brillante.
De les coses más gúapinas que leí sobre el mister.Muches gracies, Rubén.
Os dejo un pequeñu vídeo del homenaje improvisau de su afición sportinguista en los bajos del Molinón.Ye del primer día….luego multiplicose por 4 ,toa la cera llena de
flores,camisetes,fotines,veles,recuerdos,acojonante….y pal que lo pudo ver en vivo,muy emocionante.
Siempre estará su recuerdo en nuestra memoria.
Ye imposible que esti hombre que sacó en su día a una ciudad entera a la calle….caiga en el olvido,incluso pal que noi guste el futbol.
D.E.P.
http://www.youtube.com/watch?v=niUclS7mTfg&feature=player_embedded
Enorme artículo. Me quedo con :para Manolo, entre el honor y el dinero, lo segundo nunca fue lo primero.