Viene de Olvida la película: 100 títulos de crédito que merecen un vistazo (I)
El objetivo es sencillo: repasar los títulos de crédito entendiéndolos como un elemento con personalidad propia (no necesariamente desligado del film), como arte, como forma de narración, como parte viva y activa de la película, como gamberrada creativa y, en general, como cualquier cosa que se salga de la aburrida normalidad encorbatada a la que están sometidas las letras del séptimo arte desde tiempos inmemoriables. Todo vale.
Por tanto he aquí cincuenta secuencias más dignas de verse. No están todos los que son porque obviamente el espacio y el límite numérico son limitados, pero sí que son todos los que están.
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Ed Wood (1994)
El logo de Touchstone Pictures en elegante blanco y negro es alcanzado por un rayo, un extraño presentador interrumpe la típica siesta en ataúd de la tarde-noche para invitarnos a aventurarnos en lo desconocido, el nombre de Johnny Depp y el título de la película aparecen en letras blancas y negras al ritmo tanto de los relámpagos como de la fabulosa música de sci-fi trasnochada de Howard Shore, el resto de los nombres principales del reparto aparecen tallados en las tumbas de un tétrico cementerio, nos sumergen en un lago, un pulpo ¿pequeño?, un tentáculo de goma gigante, platillos volantes aparcando en su planeta, la colina de Hollywood. Fantástica opening con la gracia de ser recreada en un estilo low-cost a supuesta imagen y semejanza del utilizado por Ed Wood en sus producciones.
Y Tim Burton basándose en la vida y milagros de Wood, el equivocadamente llamado “peor director de cine del mundo” (hoy en día lo tendría muy jodido: sin escarbar mucho Uwe Boll hace que Wood parezca Abbas Kiarostami en estado de gracia), logra una de las mejores películas de su carrera cambiando espirales góticas por un blanco y negro omnipresente y camisetas de rayas por jerséis de angora.
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Dobermann (1997)
A Jan Kounen se le va la cabeza bastante, algunos de sus primeros cortometrajes prometían mucho y a la vez ofrecían fugaces destellos de que este director francés tenía la pata hasta el muslo en un manicomio: en Capitaine X (1994) asistíamos en primera persona a una violenta ejecución que alcanzaba un tono de puro splastick a lo Looney Tunes, en Vibroboy (1994) una antigua reliquia azteca descubierta por un travesti despertaba a un alma ancestral diabólica conocida como El Vibro que venía en forma de hombre-consolador-taladradora, y en la fabulosa Le dernier chaperon rouge (1996) la guapísima Emmanuelle Béart protagonizaba un cuento tétrico y oscuro que si lo hubieran vendido falsamente como firmado por la parejita Jean Pierre-Jeunet/Marc Caro no se hubiese dado cuenta nadie (no en vano Caro es el encargado de la dirección de arte de dicho corto y aprovecha para aparecer completamente irreconocible tras una creación muy suya embutido en un disfraz bizarro).
Después Kounen dirigió Dobermann, exceso cómico y muy cafre con Vincent Cassel y Monica Bellucci interpretando a dos delincuentes descontrolados. Dobermann luce un sentido estético que desafía las leyes de la lógica, se amamanta de la ultraviolencia de cómic y de la cámara empastillada al estilo videoclip. La película contiene varios elementos que la hacen un estandarte de la delicadeza: a un cura que esconde una granada dentro de la biblia, Tchéky Karyo como policía de modales nazis obligando a un chaval a confesar a sus padres que tiene “el culo como un colador”[sic] de tanto trabajar como chapero, una banda de antihéroes protagonistas que parecen sacados directamente de los estratos más profundos de un basurero, drogas, pistolas, sexo, perritos y planos bala al ritmo de Voodoo people. Caótica, irregular, divertida si se contempla con el chip adecuado y para nada preocupada por lo que se pueda decir de ella: uno de los personajes después de defecar se limpia con las páginas de un Cahiers du cinéma. Metáforas sutiles.
Da igual, todo lo relatado es para explicar que el momento en que Kounen tuvo que sentarse a la mesa para acordar con los diseñadores el contenido de la pequeña secuencia de créditos realizada por ordenador, es algo que suelo imaginarme más o menos así :
-Jan Kounen (Abrazado a un saco de farlopa): “Un perro ¡Un perro muy grande! con mucha mala hostia ¡Encabronadísimo! Que parezca portero de discoteca. ¡Y se come los créditos”. Y huele el objetivo de la cámara, y luego ¡lame las letras! ¡Lleva una chupa de cuero! ¡Saca una pipa y dispara sobre los títulos! ¡Se MEA en ellos!
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Harold y Maude (1971)
El objetivo persigue con calma unos zapatos que entran en escena bajando unas escaleras. Mientras los créditos hacen lo suyo por la pantalla, el personaje en el que se centra la atención de la cámara (y cuyo rostro aún no hemos visto) pone en marcha un vinilo y un ritual se empieza a llevar a cabo. Tras cuatro minutos de plano continuo ininterrumpido acaba la canción y ocurre algo inesperado. Tan inesperado como casi toda la película. Obra de culto y comedia negra romántica, Harold y Maude además compite por presentar a la pareja más atípica de la historia del cine.
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Juno (2007)
Diablo Cody, una stripper (de no muy extensa carrera en la barra) metida a escritora, se llevó un Oscar por su guión de Juno, donde una adolescente embarazada (Ellen Page) llevaba muy bien la gestación mientras soltaba réplicas más propias de una stripper hipster. La recordada cabecera del film de Jason Reitman era un collage de fotogramas repintados con tipografía a mano y papel cuadriculado de fondo, que ilustraba un paseo de la protagonista al ritmo del All I want is you de Barry Louis Polisar. Gafapastada influyente: Mtv copió las formas y el estilo para las cabeceras y cortinillas de Teen Mom, ese reality show sobre, sorpresa, adolescentes embarazadas.
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Hostage (2005)
Película del montón protagonizada por Bruce Willis. Notable composición de imaginativos títulos de crédito jugando vía ordenador con un estilo un poco Sin City y la perspectiva.
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Los créditos iniciales de Una serie de catastróficas desdichas (2004)…
En una misma película dos secuencias de crédito diferentes cubriendo respectivamente de forma jocosa el inicio de la historia y de manera artística el final de la misma.
Una serie de catastróficas desdichas guarda una sorpresa inicial para los espectadores. Empieza con un pajarito en stop-motion que vuela propulsándose por lo que parecen ser estrellas mágicas que salen de su intestino, un par de pájaros carpinteros se dedican a tallar el nombre de una productora (Dreamworks), y entre osos abrazando a cervatillos y ardillas cantarinas florece el nombre de la otra empresa implicada (Paramount Pictures); todo esto mientras suena una alegre (y edulcorada hasta el hartazgo) tonadilla cantada por los más variopintos y adorables habitantes del bosque. Aparece un elfo saliendo de su rústico hogar como el supuesto protagonista principal (ojo al fatídico destino, casi inapreciable por fugaz, del pajarito de las flatulencias de estrellitas), se muestra el título de la película. En el mismo sorprendentemente se lee The littlest elf TM y el elfo ríe alegre, saluda a sus vecinos de parcela (entre los que se encuentran una foca, un cazador y un oso) y entre salto y salto persigue a una mariposa hasta que se apagan las luces de golpe para sorpresa del público y incluso del propio elfito. La voz en off del narrador hace acto de presencia para informarnos de que esa ñoñada no es la película que vamos a ver, sino que la historia de Una serie de catastróficas desdichas no es alegre ni feliz sino terrible y desgraciada, y que de preferir algo como ese azucarado The littlest elf lo mejor que podemos hacer es no perder el tiempo y cambiar de sala.
Y después de esto, y a pelo, empieza la película de verdad.
Lemony Snicket firmaba los trece libros (de trece capítulos cada uno) infantiles de la saga Una serie de catastróficas desdichas. En realidad Lemony Snicket era un seudónimo creado por Daniel Handler para convertir al escritor de las novelas en un personaje más (que entre otras excentricidades dedicaba cada libro a una amada fallecida tiempo atrás, recomendaba la lectura de cosas como La famosa invasión de Sicilia por los osos, o daba consejos para futuros escritores: “Nunca llevar zapatos ruidosos al espiar a través de una cerradura”). Snicket (interpretado en la película por Jude Law, aunque nunca se le vea la cara) era el último detalle, en forma de biógrafo oficial de las desventuras de los hermanos Baudelaire, que necesitaba Handler para perfeccionar su creación. Los trece tomos buscaban hacer lo opuesto a lo que la literatura infantil tenía acostumbrados, huir de los finales felices, de los tópicos y de los caminos comunes en el género. No resultaba extraña la comparación con Roald Dalh. El ficticio escritor recomendaba (a lo largo del libro e incluso en la contraportada) no seguir leyendo y dedicar el tiempo a historias más alegres. Justo como la cómica secuencia de créditos falsa de la película.
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… y los créditos finales de Una serie de catastróficas desdichas (2004)
Lo curioso es que además del llamativo comienzo también se elaboró una brillante secuencia animada (pero esta vez centrada realmente en la historia de los huérfanos Baudelaire) donde a través de texturas añejas grisáceas y amarronadas y trazos temblorosos asistíamos a la huida continua, a través de los más diversos mundos, de los tres protagonistas amenazados por el Conde Olaf, malvado de la historia, cuya silueta no sólo se escondía en, sino que llegaba a formar parte de los propios decorados.
¿La película? Bien, mejor de lo esperado y una sorpresa para los desconocedores de la obra de Handler. Contaba además con la curiosidad de parecer una película de Tim Burton cuando en realidad estaba firmada por Brad Silberling. Cosas de tener al ayudante de dirección del primero en nómina.
Pero aún con todo estaba muy lejos de la obra original, mucho más ingeniosa y divertida en formato papel. El que la película adaptara de golpe tres libros de la serie no ayudaba. El poner a Jim Carrey como villano, por muchas toneladas de maquillaje que le tirasen encima, tampoco.
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Haz lo que debas (1989)
Rosie Perez bailando al ritmo del Fight the Power. Bailando muy fuerte.
El tema de Public Enemy adquiriendo fama y notoriedad en tiempo record. Spike Lee dándole un bidón de Red Bull a una debutante Perez para ilustrar el inicio del arco iris racial de Haz lo que debas. Y el metraje cambiándole el decorado y el vestuario a lo largo de la escena. Pero a ella le da igual. Ella está ahí, muy enfadada, fighting the power, dándolo todo.
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Napoleon Dynamite (2004)
Napoleon Dynamite apareció de la nada (con los únicos antecedentes de un cortometraje previo), costó una calderilla, parecía estar narrada desde el epicentro mismo del fenómeno nerd, arrasó por las salas de media América convirtiéndose en culto de masas y resonando sus ecos entre los centenares de espectadores que se pasaron meses repitiendo las citas y absurdas expresiones de sus antihéroes. Además tiene la mejor coreografía al estilo one-man-army jamás ideada. En principio la cinta no tenía créditos iniciales, pero cuando se compró la película para su distribución se realizaron test screenings y en ellos el público (que es estúpido por norma general) se declaró bastante confuso a la hora de ubicar la película en una época concreta. Así que encargaron a Jared Hess y compañía una secuencia de créditos que arreglase ese detallito. Aaron Ruell (quien interpreta a Kip en la película) diseñó una secuencia simple y muy eficaz, con platos de comida, material escolar, recibos de los libros de la biblioteca, micromachines y carnets de estudiante (obsérvese que ahí es donde se endosa el año de promoción del protagonista) haciendo las veces de rótulos apañados. Remitieron el resultado a los jefazos del estudio, y estos le enviaron de vuelta en avión a un modelo de manos para que volviera a rodar algunas de las escenas en las que las manos de Jon Heder no les parecían lo suficientemente agradables a la vista.
Dato irrelevante: Napoleon Dynamite era un seudónimo utilizado por Elvis Costello durante los 80. Hess (director y guionista) dice que no tenía ni idea de eso porque sólo escucha hip-hop y Costello no se lo acababa de creer, pero como es un ser de luz ni interpuso demanda ni nada parecido.
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El mundo está loco, loco, loco (1963)
En este caso transmitir humor y desmadre era la meta para Saul Bass. El primer paso es buscar el contraste de colores: personajes transparentes en negro sobre un fondo rojo, tipografía blanca y el mundo como un gigantesco globo con los elementos mínimos para ser reconocible dominando cada uno de los gags que se suceden durante el desfile de dibujos animados.
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Una luz en el hampa (1964)
Sam Fuller sabía cómo empezar una película: con una prostituta corriendo a hostias a un cliente, encabronándose aún más cuando este le despoja de la peluca revelando una perfecta cabeza calva, tumbándolo en el suelo, vaciándole un sifón en la cara y recogiendo de la cartera del hombre el dinero correspondiente al servicio de compañía. Todo ello al ritmo de una ajetreada melodía.
Y justo después la chica se planta ante el espejo, se recoloca la peluca al mismo tiempo que la música es sustituida por otra más clasista, glamourosa y sosegada, y se arregla el maquillaje mientras los títulos de crédito desfilan por la pantalla.
Constance Towers es capaz de patearte el culo y acto seguido se pintará para matar. Hermosamente pulp.
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Halloween (1978)
John Carpenter es tan chulo cuando se lo propone que tan solo necesita una música inquietante y una calabaza para meterte el mal rollo en el cuerpo.
Y lo peor es que se lo puede permitir.
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Capitán América: El primer vengador (2011)
Los closing credits de la película protagonizada por el otrora cerilla de los 4 Fantásticos (Chris Evans) tiraban como no podía ser de otra manera por el elemento patriótico. La idea es buena: reutilizar cartelería mítica, y fácilmente reconocible de la propaganda americana utilizada durante la segunda guerra mundial, convirtiendo las imágenes planas en modelos en tres dimensiones ordenador mediante y haciendo volar a la cámara entre una y otra escena. El resultado final luce lo suyo.
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Fiebre del sábado noche (1977)
En lo más profundo de Brooklyn John Travolta se engalanaba al enfundarse en ese traje de poliéster que era el personaje de Tony Manero. Los Bee Gees, ese conjunto cómico (el falsete solo debería ser de uso legal en el mundo del rock), prepararon una banda sonora a la carrera en una semana y el resultado se convirtió en un icono mítico: un Manero rompedor camina por las aceras del barrio entre los sensuales ritmos de Staying alive. Las nenas repelen ese optimista cuello de camisa, el hombre compra de rebajas, lleva una chaqueta que tiene pinta de provocar humo verde en caso de que ardiera y su principal nutriente es la pizza de bareto. Pero no pierde el ritmo, ni la marcha. En el mundo de bolas de espejos de Manero él es el puto jefe, incluso cuando se dirige al trabajo.
El inconsciente colectivo ha hecho eterna a esta secuencia capaz de aunar lo mejor y lo más lamentable de la actitud molomucho: cada fin de semana millones de machos alfas de todo el mundo se dirigen por las calles a la tasca/taberna/disco-bar/guateque con sus camisas desabrochadas, sus ropas de mercadillo y sus ganas de deshollinar vaginas. Todos ellos no lo saben, pero de alguna manera y de forma casi automática y subliminal durante ese recorrido, cuya meta es el peor tugurio de la noche, Staying alive está sonando en sus cabezas.
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La conversación (1974)
Gene Hackman en La conversación interpreta a Harry Caul (quien en principio iba a llamarse Harry Call, pero alguien metió el dedo en lugar equivocado de la máquina de escribir y el personaje quedó bautizado tal que así) un experto en espiar y grabar conversaciones de vidas ajenas de manera discreta para sus clientes e indiscreta para sus víctimas. Detective/espía eficiente, voyeur por empleo, Caul proyecta la parte más cuestionable de su trabajo a su vida cotidiana al vivir obsesionado por la propia privacidad: su hogar está cubierto por cerraduras, no tiene teléfono y limita el contacto social a los mínimos permitidos para que el interlocutor no conozca el más ligero detalle de su vida privada. Extraña existencia a la cual acompaña un hobby musical, tocar el saxo.
Su trabajo y un encargo concreto le conducen hasta el Union Square de San Francisco, donde registrará una conversación que servirá de detonante para desenvolver un genial thriller ideado por Francis Ford Coppola. Curiosamente, pese a ser una historia que llevaba demasiado tiempo dando vueltas en la cabeza del director, surgió de manera paralela al caso del escándalo Watergate (incluso se menciona en la propia película) y más de uno creyó ver un extraño oportunismo en la moda de las escuchas y el oficio de intrusismo, sobretodo porque el equipo técnico de Caul en el film era muy parecido al utilizado por la administración Nixon.
Coppola jugaba con maña durante toda la película con dos elementos: el sonido y la paranoia de ser observado. Ambos se introducían y eran los principales protagonistas de la secuencia inicial de la película, que consistía en un zoom muy bestia y tecnológicamente novedoso para la época. La cámara nos mostraba una imagen aérea de Union Square y poco a poco se iba acercando más y más siguiendo a un mimo que se emperraba en molestar a los transeúntes (Robert Shields, quien realmente era un mimo de Union Square, aunque aquí actuaba de cara al film) hasta que al esquivo protagonista le tocaba sufrir las payasadas del clown mudo. Mientras la cámara espiaba los acontecimientos de forma curiosa e intrusiva, los títulos de crédito son introducidos durante la escena/zoom sobreimpresos en pantalla. El plano fue rodado por Haskell Wexler, un muy reconocido y eficiente director de fotografía que poco después y debido a ese eufemismo llamado “diferencias creativas con el director” fue despedido de una patada formal. En su lugar colocaron a Bill Butler, quien volvió a rodar todo lo ya filmado por Wexler, exceptuando esa fabulosa escena inicial, porque no había huevos a repetirla.
Curiosamente el año siguiente Wexler sería contratado para otra película (en este caso se trataba de Alguien voló sobre el nido del cuco de Milos Forman), sería despedido de nuevo debido a las “diferencias creativas” con el director y sería sustituido otra vez por Bill Butler, de quien a esas ya alturas ya debía de empezar a sospechar que también estaba robándole el periódico, quitándole el cambio de la cartera y tirándose a su mujer.
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Moog (2004)
Robert Moog fue uno de los progenitores del sintetizador. Se le rindió tributo a su figura y todo el aporte al movimiento musical posterior que generó (o evolucionó a partir de) en el documental Moog, que contaba con unos pulidísimos dibujos animados como cabecera.
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Viaje alucinante al fondo de la mente (1980)
Alguien debería sentarse a meditar un poco a qué clase de gente se contrata para traducir/adaptar el título de las películas a nuestro idioma o cómo de Altered states acabamos en Viaje alucinante al fondo de la mente. Absurdos de localización aparte, en esta película basada en la novela de Paddy Chayefsky, William Hurt se atrevía a llevar a cabo en el laboratorio curiosos experimentos alucinógenos consigo mismo. La introducción nos revelaba a un Hurt en plan Aquapet y una voz en off nos ponía en situación relatando lo cómodo que es estar sumergido en un tanque con agua, sometido a la privación de los sentidos por el bien de la ciencia. Unas letras gigantescas con el título del film desfilaban por delante de la imagen del hombre en remojo y los créditos del equipo aparecían formales centrados en la parte inferior. Y entretanto esa extraña sensación de que William Hurt va a arrancarse a cantar el No surprises de un momento a otro.
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Rango (2011)
Rango sorprendió y enamoró a más de uno, y de dos. Gore Verbinski venía de rodar las secuelas chicle de Piratas del Caribe y se atrevió a aliarse con la Light & Magic para elaborar un western animado de factura impecable que acabó siendo mucho más recordado por los adultos que por el público más infante, algo que la cinta debió predecir al insertar referencias a KISS, Star Wars, Miedo y asco en Las Vegas o Clint Eastwood. Los créditos finales escondían una pequeña joya en forma de impresionante secuencia animada con personajes escamados en colores diluidos y muchísimo arte a la hora de resumir la película en lienzos cinéticos de ingeniosa composición. Y con un grupo de lechuzas estrujando guitarras y batería al ritmo de un tema que recuerda demasiado a Misirlou. Lechuzas mariachis rompiendo guitarras, siempre que aparecen en alguna película suben el listón de la misma, es inevitable.
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Al servicio de las damas (1936)
En Al servicio de las damas a un vagabundo se le introducía como mayordomo en la alta sociedad. En sus brillantes títulos de crédito teníamos glamour orquestado y gigantescos neones en un plano que recorría una estampa (pintada, cosas de los FX de los años treinta) de opulentos edificios hasta posarse en un muchísimo menos ostentoso paraje de chabolas mientras la música acompañaba esta caída en picado monoplano entre clases sociales.
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Sin límites (2011)
Es curioso que la llamada suspensión de la credulidad a veces petardee tanto en el subconsciente colectivo: la audiencia llegó a quejarse de que en Sin límites resultara irreal que una droga activara el turbo en el cerebro del protagonista cuando ese mismo público antes había aceptado aquellos robots que se transformaban en camiones y se moldeaban los morros a guantazo limpio en plena ciudad por un cubo de rubik, que un niño decidiera largarse a la campiña a estudiar en una escuela de magia en vez de sacarse una FP, o incluso el encumbrar como agraciado galán a un lechoso Robert Pattison con un nido de cigüeña en la cabeza, purpurina infográfica por todo el cuerpo y el mismo carisma que un ficus muerto. En Sin límites el protagonista era un escritor (interpretado por el guapo Bradley Cooper) estancado en plena crisis de inspiración hasta que se topa con una droga capaz de hacerle un Pimp my brain y ciclarle los sesos hasta el extremo .
En sus títulos de créditos la cámara comienza cayendo de un rascacielos como un salto suicida, atraviesa un coche, gira el plano noventa grados al tiempo que introduce el título, se estira de forma imposible avanzando a golpe de un hipnótico efecto de zoom entre planos que insinúan la fotografía fija pero poseen movimiento, se empieza a abrir camino a través del interior de varios vehículos y al final acaba encontrando un hueco hasta el interior del propio cerebro. Un viaje extraño y un delirio óptico que encajan muy bien con el título del film.
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Pi (1998)
Darren Aronofsky, conocido por lo atípico de sus propuestas (Requiem por un sueño, La fuente de la vida, El luchador y Cisne Negro), se estrenó en el largometraje con Pi, una película de bajo presupuesto (60.000 $) financiada a base de ir pidiendo a unos sesenta amigos y familiares donaciones de cien dólares por cabeza con la promesa con boca pequeña e ilusión grande de recuperar el dinero con intereses si la película llegaba a cultivar beneficios. Pi recaudó tres millones de dólares pese a estrenarse en cuatro salas alejadas de la mano de Dios, se llevó premio de su paso por Sundance y se convirtió en la casilla de salida de un director muy interesante.
Pi es una psicosis matemática, un thriller underground de ciencia ficción en el que el protagonista, Maximillian Cohen (Sean Gullette), intenta decodificar el mundo para encontrar los engranajes que rigen el aparente caos de las cosas cuando se topa con un número de 216 cifras. Así se teje el relato de un Max emparanoiado, jugador de partidas de Go contra su mentor, perseguido por una secta judía interesada en descifrar textos sagrados al creer que la Toráh es en realidad un password gigantesco creado por Dios, y acosado por empresas de Wall Street que quieren la llave matemática para predecir la aleatoriedad de los mercados. Kafkiana en su psicosis, en riguroso y sucio blanco y negro, opresiva y sobre todo veloz, a Aronofsky le gusta fusilarnos con planos sin pausa.
La introducción es un concepto simple en la teoría pero muy efectivo en la práctica. Los ecos puntuales de la particular melodía compuesta por Clint Mansell (quien tiene un cameo en la película) se escuchan mientras los primeros créditos aparecen, el símbolo Pi se muestra en pantalla y desenrolla una secuencia infinita de decimales (nota geek para recibir amenazas de collejas inminentes: a partir del octavo decimal mostrado los dígitos no coinciden con los números reales de pi), y arranca el grueso de los créditos, bailando entre imágenes fugaces y furiosas como si de un Rave matemática se tratase.
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Atrápame si puedes (2002)
Steven Spielberg a veces tiene la tarde floja y rueda cosas como La terminal, La guerra de los mundos o Inteligencia artificial, que no son horrendas (aunque el caso de IA es discutible, pero de todos modos anda lejos de 1941 o Amistad) pero que viniendo de la mano del hombre que rodó El diablo sobre ruedas o Tiburón se nos antojan obras de mínimo esfuerzo. Atrápame si puedes andaba en la corriente de su cine que siendo un buen producto no llega a sobresaliente. Protagonizada por ese hombre con cara de niño que es Leonardo Dicaprio, se centraba en las aventuras y farsas de un timador experto en adquirir identidades falsas entre avión y avión. Para homenajear a otras épocas los créditos se inclinaban por una animación de estilo Bassiano que estiraba las letras hasta convertirlas en aeropuertos, carreteras y paredes donde dos personajes, de entre toda una marabunta de siluetas animadas, jugaban al pilla-pilla en 2D.
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Grand Prix (1966)
Un incombustible Saul Bass se encargaba de los créditos de Grand Prix, cinta de competiciones automovilísticas. Y a través de sus ojos descubríamos los pequeños detalles que guardan los momentos previos a una carrera: guantes ajustados, neumáticos, comprobaciones técnicas, caras nerviosas, caras distendidas, cascos, motores bramando, tuercas apretadas. Bass se aproximaba hasta la junta más pequeña y la dotaba de protagonismo, atreviéndose incluso a multiplicar la misma escena varias veces en pantalla.
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Super (2010)
A Frank D’Arbo (Rainn Wilson) lo abandona su mujer por un traficante y en vez de autosepultarse bajo una montaña de antidepresivos decide ponerse un traje de superhéroe y salir a la calle a patrullar con capa. El problema es que a las buenas intenciones las acompaña poca cosa más, D’Arbo no tiene poderes especiales ni nada que se le parezca. Super se suma a ese género alternativo de cinta de superhéroes que se ha prodigado estos últimos años donde gente normal y corriente hereda de un modo u otro esas ganas de renovar el armario con colores chillones y salir a repartir candela (otras cintas recientes con planteamiento similar son Kick-Ass, Defendor y Special).
Su entradilla de créditos venía en forma de unos encantadores dibujos animados coloreados imitando la depurada técnica de un niño pequeño y regados con bastante sangre y tripas salpicando con candor un arco iris entrañable, de entrañas.
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Reservoir dogs (1992)
Hombres hechos y derechos hablando de Madonna y su Like a virgin, discutiendo sobre las propinas y caminando a cámara lenta al ritmo de Little green bag de George Baker Selection. Quentin Tarantino en el 92 era cool y el resto del mundo aún no lo sabía, pero estaban a punto de descubrirlo.
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La habitación del pánico (2002)
La idea es buena, ilustrar una película que sucede casi su totalidad en un pequeño espacio cerrado con imágenes de un escenario inmenso con letras en Tamaño Épico.
La idea inspiró a más de uno: la serie Fringe utiliza el concepto de tipografía integrada en su entorno en cada capítulo.
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La zona muerta (1983)
La grandeza de la creación de Wayne Fitzgerald para La zona muerta consiste en crear una extraña sensación de misterio utilizando una serie de imágenes estáticas, una música muy apropiada y dejando que el título principal permanezca oculto y solo se muestre mediante una lenta sustracción de secciones de la imagen. Sutil y a la vez perturbador.
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Coraline (2009)
Maravillosa delicia visual, de muñecas, botones e hilos en stop motion. Dirige Henry Selick (el mismo que dirigió la fantástica Pesadilla antes de Navidad ) adaptando material del libro de mismo nombre de Neil Gaiman.
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Star Wars (1977)
Cada religión con sus creencias: los católicos tienen el logo de Cristo claveteado al palo, los jedis tienen el “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana” en azul, el logotipo de Star Wars volando hacía el fondo y el texto resumen de cómo va la cosa en forma de trapecio.
Lo que sólo algunos recuerdan es que la versión del 77 no venía marcada con la leyenda “Episodio IV”, eso fue añadido por ocurrencia de George Lucas en el reestreno de 1981 probablemente de cara a en un futuro ampliar la piscina donde se baña en billetes.
La pataleta curiosa vino por parte de la Director Guild of America, entidad a la que estaba afiliado Lucas (junto a muchos otros directores) y la cual le impuso una multa bien sabrosa por negarse a poner el nombre del director en algún momento de los rótulos de presentación. Como a Lucas le gustaba hacer las cosas a su manera se limito a pagar la multa y abandonar la DGA.
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JCVD (2008)
JCVD, es esa película de Van Damme que se salía de la norma en cuanto a lo que el belga estaba acostumbrado a protagonizar, al ser una mezcla entre drama y comedia que intentaba una empresa complicada: poner a un héroe de la acción cinematográfica a actuar de verdad. Van Damme se interpretaba a sí mismo en un personaje que mezclaba realidad (se trataban muchos asuntos de su vida privada, como los problemas con las drogas, o las mujeres que ha tenido) con ficción. El resultado es una rareza curiosísima, que no solo trastea con el metalenguaje sino que también demuestra mucho sentido del humor.
El logotipo/entradilla de Gaumont, que normalmente muestra la silueta de un niño dejando volar una flor es modificado con cierta coña: el niño en este caso se encaraba con la silueta Van Damme que lo tumbaba de una patada giratoria. Como suena.
Lo que viene después es mucho mejor, un plano secuencia que presenta los créditos mientras se desarrolla una larguísima escena de acción en la que Van Damme reparte puñetazos, patadas, balas, granadazos y todo tipo de trucos entre los sicarios que le salen al paso. Excepcionalmente rodado y sí, con un puñetazo que solo da al aire y tumba al enemigo, pero como el cómico final nos indica que todo ello es también parte de un rodaje, la cosa tiene excusa.
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Suspense (1961)
O cómo crear un ambiente angustioso de cojones en tres minutos: pantalla por completo en negro, durante casi un minuto sólo se escucha a Flora (Pamela Franklin) cantando. El logo de la 20th Century Fox aparece y desaparece llevándose consigo la voz de Flora. A continuación y a la derecha de la pantalla, comienzan a revelarse los nombres de los intérpretes mientras unas manos hacen acto de presencia por la parte izquierda de la imagen y adoptan entre temblores varios la posición de rezo. Lo peor de todo es que mientras los títulos desfilan ahora ya no oímos a nadie cantando sino todo lo contrario: alguien solloza.
Se trata de una angustiadísima Miss Giddens (Deborah Kerr), la propietaria de esas manos trémulas que contemplamos y la que se ha pasado toda la secuencia rezando visiblemente afectada por algo que desconocemos y que no nos será revelado hasta el clímax del film.
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La vida de Brian (1979)
Contar en las filas de la formación con un animador como Terry Gilliam capaz de insanias animadas como las que plagaban el Monty Python’s Flying Circus no sólo era una ventaja para solucionar cosas como las aburridas y formales secuencias de créditos cuando eran menester, sino que dotaba de mucha personalidad al estilo general de los Monty Python. La vida de Brian, una de las cinco mejores comedias del universo a la espera de que en algún momento alguien ruede las otras cuatro, cabreó a mucha gente de convicciones religiosas férreas y entendederas ligeras que irónicamente acababan entendiéndolo todo mal, como aquellos personajes que al principio del film escuchaban las bienaventuranzas de Jesús desde demasiado lejos y no se enteraban de una («I think he said, ‘blessed are the cheese makers'») mientras discutían entre ellos.
Y en los créditos, Gilliam puro, temazo musical y chamuscada con el astro rey. Pobre Brian.
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Gracias por fumar (2005)
Simple y eficaz: tipografías de cajetillas y diseños tabacaleros para una película de nicotina ubicua.
Y en este caso sin fotos de pulmones podridos.
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Eva (2011)
La película de Kike Maíllo Eva estaba ambientada en el 2014, un mundo en el que los humanos viven acompañados de robots y criaturas mecánicas similares. De los créditos se encargo el equipo Dvein (quienes tienen cosas muy curiosas en su CV, como aquellos anuncios americanos con bestias ficticias para una empresa de control de plagas) y se fabricó una pieza infográfica muy bonita con un complejo mecanismo de maquinas retrofuturistas de aspecto molecular/acuoso y cristalino.
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Pajaritos y pajarracos (1966)
Es una pena que a Pier Paolo Passolini lo obligaran a irse de este mundo asesinándolo allá por el 75. Como figura cultural era increíblemente versátil, ingenioso y extraordinario en varios campos. En su etapa de director incluso tuvo los huevos de firmar cosas como aquella salvajada de Saló, o los 120 días de Sodoma, que dejaba a la polémica A Serbian Film a la altura de un chiste entre preescolares.
En Pajaritos y pajarracos nos encontrábamos con una rareza de secuencia inicial, sobre el score de Ennio Morricone y al mismo tiempo que los créditos aparecían en pantalla el cantautor Domenico Modugno los cantaba. Creditos cantados, una idea brillante, incluso con recochineo, véase si no como se entona el nombre de Morricone y remata su mención con una risotada. Créditos cantados, una ocurrencia tan loca como genial.
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Gattaca (1997)
Elegancia formal a tamaño microscópico. Intuimos que todo eso que se desploma ruidosamente durante los créditos tiene en realidad unas dimensiones ínfimas. Cuando el azul deja paso al color comprobamos que estábamos en lo cierto y aquellos planos son consecuencia de una limpieza metódica. Entre tanto la tipografía se ha permitido el detalle de destacar las letras A, G, C y T en cada uno de los textos mostrados, ya que dichas letras son las bases nucleotídicas del ADN. Y en torno al ADN gira toda la trama de Gattaca.
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Jackass: the movie (2002), Jackass number two (2006) y Jackass 3D (2010)
Abrirse la cabeza es un arte, hacerlo de forma absolutamente mongólica es un alarde. Jackass, esa serie de la Mtv, protagonizada por Johnny Knoxville y su séquito de colegas zumbados, donde la escatología y la hostia fina se respiraban en cada imagen, llegó a la gran pantalla e incluso la crítica reconoció que aquello ni eran películas ni nada parecido, eran idioteces perpetradas por un grupo de tarados tan absurdas y dolorosas que resultaban hilarantes. A veces. Golpearse en superslow los testículos con pelotas disparadas a velocidades dañinas, engancharse sanguijuelas en el ojo o poner el pene como aperitivo para una serpiente. Eran como contemplar una carrera de perros de tres patas, algo horrible y decadente, pero que no podías dejar de mirar.
Jackass: the movie se presentaba con la tropa montada en un carrito de supermercado gigante, la segunda parte los ponía a correr delante de ganado para presentarlos y en la tercera aprovechaban las tres dimensiones para deshuevarse entre ellos bajo un arco iris.
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La Comunidad (2000)
El particular Aquí no hay quien viva goes wrong de Álex de la Iglesia protagonizado por Carmen Maura, un cadáver forrado y unos vecinos bastante psychos sorprendía en el cine con una secuencia de créditos de aires a lo Bass/Binder y el cine clásico. Revisitada hoy en día se comprueba que no ha envejcido tan bien como sus contemporáneas (la animación de esqueleto por ordenador no acaba de encajar del todo) y que la música de Roque Baños ayudaba mucho, muchísimo.
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Atrapado por su pasado (1993)
Lo normal sería aprovechar que el protagonista aparece en la secuencia inicial para presentarlo al espectador. Pero Brian de Palma ni es normal ni tiene el más mínimo interés en serlo, y por eso mismo se decanta por lo más inesperado: asesinar al protagonista. Carlito (Al Pacino) recibe tres plomos en el primer segundo de película, y mientras agoniza los créditos hacen acto de presencia. En su momento más de un crítico se llevó las manos a la cabeza por la osadía del director de mostrar el fatal destino del personaje justo al arrancar la historia y pronosticaron un obra menor, mediocre y mal editada. Pero pese a la tibia respuesta en cines, con el paso del tiempo Atrapado por su pasado adquirió una notable repercusión entre el público y la crítica.
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Amanecer de los muertos (2004)
Remake moderno de aquel clásico del 78 (Dawn of the dead) que aquí se llamó Zombi, así a secas y porque sí. Vibrante escena que incluye zombis, metraje real, metraje ficticio, letras escritas con sangre que son arrastradas y música del gran Johnny Cash. Es decir, lo tiene todo.
Diseñada por Kyle Cooper.
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Machete (2010)
Danny Trejo, ese dandy mejicano de elegante bigote y cutis delicado cual culito de bebé, ha tenido una vida laboral complicada: de relaciones públicas como sicario caza mariachis a meterse de lleno en el ámbito de la hostelería como camarero de La teta enroscada, pasando por hacer de comparsa de un par de críos espías repelentes. Llegaba la hora de ser la estrella de su propia historia, y para eso el combo Grindhouse le dejó entreabierta la puerta. Deathproof y Planet terror deberían de haberse proyectado juntas (no fue así porque los hermanos Weinstein decidieron que sería más rentable estrenarlas por separado), y durante la falsa sesión doble ideada por Tarantino y Robert Rodriguez para rellenar de forma cachonda el hueco entre ambas películas varios directores (entre ellos Eli Roth, Edgar Wright y el zumbado de Rob Zombie) se encargaron de fabricar trailers falsos de películas muy locas: Rob Zombie tiraba de filias con mujeres lobo nazis, y Robert Rodriguez se divertía con Machete, mexicanexplotation con dialogos casposos y supuestas action scenes de serie chusca. La broma llego tan lejos como para convertirse en película completa, que rescataba cada una de las escenas de aquel tráiler convirtiéndose en la primera película que se fabrica a raíz del tráiler promocional y no al reves. Y los títulos, enguarrados a propósito, jugaban a imitar ese estilo de filme barriobajero a lo grindhouse que tanto gusta a los niños grandes responsables de la idea.
“And introducing Don Johnson”.
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Seven (1995)
David Fincher generó una conga de imitadores de aquel thriller malrollista que arrasó por las pantallas a mediados de los noventa, con Brad Pitt y Morgan Freeman plantando cara a un asesino muy amigo de las perfomances extremas. Y eso que la productora no tenía intención de financiarla si no cambiaban el demoledor final y rodaban otro más clásico, anodino y sosainas, cosa que no llegó a ocurrir porque Pitt y Freeman amenazaron con que, de efectuarse cambios en el clímax de la película, la iba a promocionar la santa madre de los productores.
Fincher no fue el único del equipo participante que revolucionó en algo; la cabecera de Kyle Cooper pusó pelos de punta y deconstruyó el concepto de títulos de crédito. Sombría, sucia, grunge, metódica. La escena basaba su fuerza en formar parte de la narración aunque aún no pudiésemos intuirlo. Presentaba al villano, antes de que supiésemos que había uno, entre tipografías desordenadas, anárquicas y feistas. Avanzaba entre planos muy turbios al ritmo de un remix de Closer de NIN y guardaba un pequeño truco: no mostraba entre los créditos el nombre del actor que ejerce de asesino, para los protagonistas este villano era una cara desconocida y de este modo para el espectador también.
A raíz de esta intro se creó escuela y fotocopias y de ello dan fe un buen puñado de films, videoclips y spots.
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Ratatouille (2007)
La genialidad de las obras de Pixar llegó a extenderse hasta más allá del grueso de la película y conquistar los títulos de crédito finales. Ratatouille tenía un secuencia final repleta de ratas haciendo de las suyas entre cocinas y sobre tartas nupciales, personajes en dos dimensiones en escenarios con pinceladas tridimensionales y un regusto a animación de otra época.
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Un mujer de cuidado (1957)
El primer WTF es ver a Tony Randall en el logo de 20th Century Fox tocando con varios instrumentos la música del logotipo. La siguiente sorpresa es ver cómo el propio Randall, chasqueando los dedos, va haciendo aparecer los créditos, comentando los mismos y llegado el momento de decir el título de la presente película, equivocándose y necesitando ayuda de tres mujeres que se teletransportan a escena mágicamente.
El derrame cerebral viene con todo lo que ocurre después durante esta bizarrada de intro.
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Scream 4 (2011)
En el cine de terror, y más concretamente en el slasher bodycount, es un golpe de efecto estupendo que el título de la película venga justo después de algún momento potente que ponga en caliente al espectador. Entendiendo por potente que hayan trepanado/apuñalado/recortado a algún universitario inocente y gentil con alegría y sadismo de manera sana e innecesaria.
En Scream 4 Wes Craven, muy curtido para bien y para mal en estas lides, se descojonaba de esas entradillas con reiteración, y nos clavaba más rótulos con el nombre de la(s) película(s) de los que nos esperábamos en un principio.
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Sed de mal (1958)
Los títulos de crédito que dejaron de serlo. Esta escena no debería de ser parte de esta lista, pero tiene su historia detrás.
Orson Welles rodó Sed de mal y envió la copia a la Universal. Los de la Universal no sabían sumar números con más de dos cifras y mucho menos seguir una trama narrativa con atención, así que opinando que la película era demasiado confusa decidieron tunearla a su manera e incluso decidieron fichar a Henry Keller para dirigir nuevo material con el que completar la cinta. Welles, al contemplar la violación de su criatura, escribió un ladrillaco de 58 páginas matizando los cambios que deberían de hacerse a la nueva versión, pero en Universal silbaron y miraron al techo. En el corte de Universal el plano secuencia que abría la cinta contenía los títulos de crédito.
Más tarde, en 1976 se estrenó una nueva versión que alguien encontró en los estudios dentro de un cajón. De nueva tenía poco, aunque se vendió falsamente como restaurada para aprovchar la fama del director entre los cinéfilos; en realidad era una especie de obra intermedia entre las peticiones de Welles y las modificaciones de la compañía.
Y por fin en 1998, Walter Munch agarró el libreto de 58 páginas escrito por Welles en una mano, la película en la otra y trató de ser lo más fiel posible al crear una nueva versión basada en las sugerencias del director de Ciudadano Kane. Y entre esas sugerencias estaba el quitar los créditos de ahí.
Entonces, ¿por qué citar Sed de mal?
Porque el plano secuencia, con créditos o sin ellos, son tres minutos espectaculares. O más.
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3:19 (2008)
La cinta española 3:19 pasó de puntillas para la humanidad en general. Su bonita cabecera no tanto. En ella se convertía el universo en un juguete móvil gigantesco y combinaba esa puesta en escena de planetario por ordenador con unos dibujos animados en 2D ambientados en la Revolución francesa, porque resultaba más barato ponerse creativo a los lápices para representar ese periodo de la historia que rodar físicamente el devenir de Luis XVI.
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The fall (2006)
Tarsem Singh, autor de La celda, aquella película con Jenny from the block colándose en mentes psicópatas, es un indescriptible director indio filmó en el 2006 la no menos indescriptible The fall. El sueño de Alejandría.
Y su secuencia de créditos era tan maravillosa, milimétrica y preciosista (la fotografía es bestial) que es mejor echarle un vistazo antes que tratar de describirla.
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Snatch, cerdos y diamantes (2000)
Guy Ritchie no le teme a nada. Se acostó con Madonna sin protección y se atrevió con narrar a culetazo de videoclip. Snatch saldaba cuentas con rótulos del reparto sobre una ingeniosa escena contemplada a través de cámaras de seguridad. Y poco después se convertía en una maraca de imágenes que enumeraban a los personajes de la historia (sin citar el nombre del actor real, sino el personaje ficticio) enlazando a unos y otros a través de objetos comunes. Impecable y repleta de ritmo.
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La máscara de cristal (2005)
El ilustrador Dave McKean tras la cámara, su amigo Neil Gaiman en el guión y la colaboración con el estudio Jim Henson. Bastaba esto para que mils de fans de los (geniales) cómics de Sandman mojaran las sábanas con la anunciada película Mirrormask. El resultado no llegaba a la altura del Rey de los sueños y sobre todo por esa comparación dejó a la gente más fría de lo que se esperaba, quizá abusar tanto del croma no había sido tan buena idea. Eso sí, las secuencias iniciales de títulos parecían directamente sacadas de una de las estupendas portadas de McKean. Cosa que por otro lado, era de esperar.
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Cualquier película de James Bond
En lo que a secuencias de créditos se refiere la saga de James Bond es la reina de la corona y toda una institución consagrada. En más de una ocasión incluso es más satisfactoria la propia cabecera que la película en sí.
Maurice Binder no sólo es el responsable de la mayoría de entradillas de las películas de Bond (diseñó 14 de ellas) sino que además fue el caballero al que se le ocurrió aquella secuencia que se repetiría en cada película hasta considerarse seña de identidad: a través del cañón de un arma contemplamos a un Bond caminar despreocupado hasta que desenfunda, dispara en nuestra dirección y un montón de gazpacho comenzaba a sangrar por la pantalla.
Con esa mítica escena comenzaban los créditos de Agente 007 contra el doctor No (1962) y a continuación Binder componía una presentación de coloridas circunferencias, siluetas bailarinas y tres ciegos a ritmo de calipso, todo por ese orden. Desde Rusia con amor (1963) proyectaba los rótulos sobre cuerpos de chavalas ligeras de ropajes muy bailarinas. James Bond contra Goldfinger (1964) recogía la idea del proyector sobre cuerpo femenino y la dotaba de mucha más elegancia, la chica ahora no baila y lo que se proyecta con bastante estilo son escenas en lugar de textos. Operación trueno (1965) se sumergía, Sólo se vive dos veces (1967) se ponía oriental, 007 al servicio secreto de su majestad británica (1969) cambiaba de Bond jugaba con un reloj de arena y empezaba a tontear con las siluetas de mujeres desnudas. Gatos, diamantes, Sean Connery is back y mujeres en Diamantes para la eternidad (1971). Una secuencia más oscura entre antorchas abría para Roger Moore el film Vive y deja morir (1973), reflejos acuáticos, chispas y referencias fálicas en forma de pistola dorada acariciada por las damas para unos títulos menos inspirados en El hombre de la pistola de oro (1974), bastante más arte se demostraría en La espía que me amó (1977) y sus coreografías de siluetas con pistolas-trapecio. Moonraker (1979) era lunática en todos los sentidos. Sólo para sus ojos (1981) añadía lip-dub a las siluetas y se convertía así en la primera película de la serie en la que la cantante del tema principal (Sheena Easton) aparecía durante los créditos. En Octopussy (1983) recuperaban a las mujeres como pantalla sobre la que realizar proyecciones pero esta vez tirando del láser, y la psicodelia se agravaba en Panorama para matar (1985) donde se hacía uso de luz negra y unos colores fosforescentes muy ochenteros. 007: alta tensión (1987) patinaba más pareciendo un remix de varias secuencias de anteriores películas. Los títulos de Licencia para matar (1989) empezaban dentro del objetivo de una cámara e insistían en las féminas bailando y botando, atreviéndose a disimular aún menos su desnudez con falsas cortinas de agua.
La renovación vendría junto con Pierce Brosnan y la película Goldeneye (1995) cuya secuencia inicial aprovechaba aquellos efectos especiales por ordenador que estaban en plena ebullición: hoces y martillos voladores, estatuas derribadas, cañones de pistola como gogoteras de diseño, algunas secuencias inspiradas y como era de esperar un inmenso ojo dorado. La intro para El mañana nunca muere (1997) se confiaba demasiado tras el logro de la anterior y nos ofrecía 20 segundos de tirarnos cosas a la cara (casi parece estar diseñada para las 3D cuando estas aún no habían vuelto), mecanismos y engranajes varios y un patinazo en forma de chica infográfica de textura chip que se acercaba peligrosamente a la cutre ciberserie B de El cortador de césped, aquella bizarrada noventera donde también participaba Pierce Brosnan. El mundo nunca es suficiente (1999) recuperaba estilo jugando en sus créditos con el oro negro como concepto central y explotando la sensualidad estética de unas cuantas chicas duchándose en pelotas con eso tan sano como es el petróleo. Llega Muere otro día (2002), llega Madonna en una carroza discotequera cantando Die another day, el concepto de escorpiones amenazadores es bueno, pero el ritmo que se le otorga a esa galería de mujeres-lava y pibón-de-hielo rechina frente al clasicismo formal de la franquicia y en general se antoja una secuencia de créditos demasiado excesiva. En otra película ajena a Bond hubiese funcionado mejor.
Nueva etapa: Casino Royale, que robaba un título ya utilizado por aquella puta locura del 67 en la que todo el mundo se llamaba James Bond y alguien firmo producir estando hasta el culo de droga dura.
Casino Royale (2006) traía cara nueva, Daniel Craig, y nuevo estilismo animado en los créditos jugando con bastante gracia con iconos del mundo del póker, la ruleta y el casino. Renunciando a las siluetas de pezones y con sicarios que se desintegran en picas, rombos, tréboles y corazones. Craig volvería con Quatum of solace (2008) y aquella intro arenosa en pleno desierto con tema musical (muy criticado) a cargo de Alicia Keys y Jack White y sorpresa agradable en forma de dunas vivientes. A la hora verdad esos tres minutos de cabecera eran más entretenidos que lo que venía a ser la película en sí.
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Mis titulos de crédito favoritos son los de «Sympathy for Lady Vengeance» de Park Chan-Wook. Son de una elegancia sublime.
Enhorabuena por el articulo y por la web en general, que la unica pega que tiene es que uno no tiene tanto tiempo para leer todo lo bueno que se escribe!
Echo de menos la gran intro de «El señor de la guerra». Échale un vistazo si tienes tiempo:
http://www.youtube.com/watch?v=PbIvHEtB-Pk
Está en la primera parte: http://www.jotdown.es/2012/02/olvida-la-pelicula-mira-los-creditos-100-titulos-de-credito-que-merecen-un-vistazo-i/
También son curiosos los títulos de crédito de «Impacto» (Brian de Palma, 1981)
Está muy bien la recopilación, el único pero que le pongo es que echo en falta tres de mis favoritos
uno, los créditos iniciales de Repo man
http://youtu.be/H5Z77BMm2X0
dos, los créditos iniciales de la muy acojonante «Electra Glide in Blue»
http://youtu.be/Fe1FB2QsJqA
y tres, los créditos finales de «Steve Zissou», que estarán directamente plagiomenajeados de los de «Las aventuras de Buckaroo banzai», pero coño son bien bonicos
http://youtu.be/6AFxdjjeRt0
Echo de menos aqui los de «Regreso al Futuro I» con ese plano secuencia del laboratorio de Doc. Emmet Brown.
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Selección excelente. Falta mucho Samuel Bass, pero está claro que en una selección hay que hacer precisamente eso, seleccionar. Or recomiendo los títulos que abren «Matar a un ruiseñor» que también son un delicia. No os mando link, por que no encuentro los créditos tal cual, sólo una versión con una canción que no pertenece a la película.
Me estaba cabreando a medida que veía que no se mencionaba la saga de 007. ¡Menos mal!
Es, con diferencia, la saga de películas con las cabeceras elaboradas con más sentido artístico que ninguna otra.
Genial! Pero por favor, no olvidéis Sherlock Holmes I y II, Rocknrolla o Ironman.
Ah! y de «Más extraño que la ficción». Aunque no hay créditos iniciales, la infografía animada de la introducción es brutal.
Sin duda el párrafo en el que más a gusto se ha quedado Diego Cuevas, y con el que más me he reído de todo el artículo (gran repaso, por cierto):
«la audiencia llegó a quejarse de que en Sin límites resultara irreal que una droga activara el turbo en el cerebro del protagonista cuando ese mismo público antes había aceptado aquellos robots que se transformaban en camiones y se moldeaban los morros a guantazo limpio en plena ciudad por un cubo de rubik, que un niño decidiera largarse a la campiña a estudiar en una escuela de magia en vez de sacarse una FP, o incluso el encumbrar como agraciado galán a un lechoso Robert Pattison con un nido de cigüeña en la cabeza, purpurina infográfica por todo el cuerpo y el mismo carisma que un ficus muerto.»
Muy buena la selección aunque echo de menos los títulos de «Matar a un ruiseñor». Exquisitos!.
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Una selección realmente interesante y trabajada (la de ambos artículos) que me guardo en mis enlaces preferidos.
En Dcine, una red social de y sobre cine que ayudo a administrar, tenemos una sección de Títulos de crédito que quizás le pueda interesar a todos los aficionados a este tipo de secuencias no siempre valoradas como lo que muchas veces son, obras de arte en pequeño formato.
Por si os interesa o le interesa a alguno de vuestros lectores a parte de mi (ya, ya sé que es un poco tarde para dejar un comentario en este artículo, pero es que lo acabo de descubrir ahora mismo) os dejo el enlace a la sección:
http://www.dcine.org/titulos-de-credito
Espero que os gusten.
Mis títulos favoritos son sin duda los de «Matar a un ruiseñor» (To Kill a Mockingbird; Robert Mulligan, 1962).
Maravilla: https://www.youtube.com/watch?v=Wwf96OEaYBg
Por favor, SUPERMAN! https://www.youtube.com/watch?v=Rk1aQx9hTaE
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Faltan los créditos de «West Side Story», con aquel cambio de colores inicial para dar lugar a las tomas aéreas de las calles de Nueva York y «My Fair Lady» con la inolvidable obertura musical con esos primeros planos de todo tipo de flores con los créditos sobreimpresos a mitad de dicha obertura. magníficas las dos películas.
También son memorables los títulos de crédito inspirados en los de James Bond que aparecen en una de las pelis de Torrente.
«Cláusula de escape»… una película simpática por el tema que trata y sus protagonistas; seguro que nadie hablará de obra maestra, pero lis títulos de crédito de una de las de la lista, «Eurotrip», le deben mucho.
También recuerdo los de una versión de Frankenstein, pero esos puedo estar confundido.